Capítulo 5

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Sus labios rozaron los de ella despacio, con el más puro de los toques. Si la hubiera aplastado contra él o hubiera apretado su boca contra la suya, ella podría haberse apartado, pero esta caricia ligera como una pluma capturó su alma.

Su piel cosquilleaba con conciencia y de repente se sintió… diferente, como si este cuerpo que ella había poseído durante veinticuatro años no fuese más propio. Su piel se sentía demasiado estrecha y su corazón se sentía demasiado ávido, y sus manos… oh, como dolían sus manos queriendo acariciar su piel.

Él sería caliente, ella lo sabía, y majestuoso. Los suyos no eran los músculos de un hombre sedentario. Él podría aplastarla con un golpe de su puño… y de algún modo ese conocimiento era emocionante… probablemente porque él la sostenía en ese momento con tal tierna reverencia.

Ella se apartó durante un momento, de modo que pudiera ver sus ojos. Ellos quemaban con una necesidad que le era desconocida y ella sabía exactamente lo que él quería.

– Angus, -ella susurró, levantando su mano para frotar la áspera piel de su mejilla. Su oscura barba estaba saliendo, densa y áspera y completamente diferente de las patillas de su hermano en las pocas ocasiones que lo había visto sin afeitar.

Él cubrió su mano con la suya, luego giró su cara hacia su palma, presionando un beso contra su piel. Ella miró sus ojos sobre las puntas de sus dedos. Ellos nunca abandonaron los suyos, y hacían una pregunta silenciosa, y esperaban su respuesta.

– ¿Cómo pasó esto? -ella susurró. -Yo nunca… Yo nunca lo quise, incluso…

– Pero lo hace ahora, -susurró él. -Usted me desea ahora.

Ella asintió, impresionada por su admisión, sin embargo incapaz de mentirle. Había algo en el modo que él la miraba, la forma en que sus ojos la recorrían como si él pudiese ver el camino al centro mismo de su corazón. El momento era perfecto de un modo aterrador, y ella sabía que la mentira no tenía espacio entre ellos. No en aquella habitación, no durante esa noche.

Ella humedeció sus labios.

– No puedo…

Angus tocó con el dedo su boca.

– ¿No puede? -Esto había traído una temblorosa sonrisa. Su tono provocador derritió su resistencia, y ella se sintió acercarse hacia él, inclinándose contra su fuerza. Más que nada, quería dejar a un lado todos sus principios, cada precepto moral al cuál ella se había sostenido fiel. Podría olvidar quién era ella, y lo que siempre pareció, y yacer con este hombre. Podría dejar de ser Margaret Pennypacker, hermana y guardián de Edward y Alicia Pennypacker, hija del difunto Edmund y Katherine Pennypacker. Podría dejar de ser la mujer que traía comida a los pobres, asistía a la iglesia cada domingo, y plantaba su jardín cada primavera en pulcras y ordenadas filas.

Ella podría parar de ser todas esas cosas, y finalmente ser una mujer.

Era tan tentador.

Angus alisó con uno de sus callosos dedos su arrugada frente.

– Usted parece tan seria, -murmuró él, inclinándose para posar sus labios en su frente. -Quiero besar estas líneas, quitar estas preocupaciones.

– Angus, -dijo rápidamente, soltando las palabras antes de que perdiera su capacidad de decidir, -hay cosas que no puedo hacer. Cosas que quiero hacer, o pienso que quiero hacer. No estoy segura, porque nunca lo he hecho, pero no puedo… ¿Por qué sonríes?

– ¿Lo hacía?

Él sabía que había sonreído, el muy libertino.

Él se encogió desvalidamente.

– Es sólo que nunca he visto a nadie tan decorosamente confundida como usted, Margaret Pennypacker.

Ella abrió su boca para protestar, ya que no estaba segura si sus palabras eran elogios, pero él colocó un dedo sobre sus labios.

– Ah, ah, ah, -dijo él. -Silencio ahora, y escúcheme. Voy a besarla, y eso es todo.

Su corazón se elevó y cayó en un único momento.

– ¿Solo un beso?

– Entre nosotros, nunca será solo un beso.

Sus palabras enviaron un escalofrío por sus venas, y ella levantó su cabeza, ofreciéndole sus labios.

Angus respiró roncamente, mirando fijamente su boca como si tuviera todas las tentaciones del infierno y toda la dicha del cielo. Él la besó otra vez, pero esta vez él no se contuvo. Sus labios tomaron los suyos en un hambriento, posesivo baile de deseo y necesidad.

Ella jadeó, y él saboreó su aliento, inhalando su esencia caliente, dulce, como si esto de algún modo le permitiese a ella tocarlo por dentro.

Sabía que debería ir despacio con ella, y por más que su cuerpo gritase de necesidad, él sabía que terminaría esta noche insatisfecho, pero no podía negarse el placer de sentir su pequeño cuerpo bajo el suyo y entonces la recostó sobre la cama, sin separar su boca de la de ella en ningún momento.

Si él solamente fuera a besarla, si era todo lo que él podía hacer, entonces estaba condenado si este beso no duraba la noche entera.

– Oh, Margaret, -gimió, dejando vagar sus manos hacia abajo por los costados de ella, pasando su cintura, sobre sus caderas, hasta ahuecar sus manos sobre la suave y redondeada curva de sus nalgas. -Mi dulce Mar…

Él se interrumpió y levantó la cabeza, dirigiéndole una ladeada sonrisa de muchacho.

– ¿Puedo llamarte Maggie? Margaret es un bocado sangriento.

Ella lo miró fijamente, respirando fuertemente, incapaz de hablar.

– Margaret, -siguió, arrastrando sus dedos por el borde de su mejilla, -es justo el tipo de mujer que un hombre quiere a su lado. Pero Maggie… bien, esa es el tipo de mujer que un hombre quiere debajo.

Le tomó un par de segundos decir, -Puedes llamarme Maggie.

Sus labios encontraron su oreja, así como sus brazos se enrollaron alrededor de ella.

– Bienvenida a mi abrazo, Maggie.

Ella suspiró, y el movimiento la hundió más profundamente en el colchón, y se dejo ir con el momento, con el parpadeo de la vela y el dulce aroma del cranachan, y al fuerte y poderoso hombre que cubría su cuerpo con el suyo

Sus labios se movieron hacia su cuello, susurrando a lo largo de las líneas que conducían a la curva de su hombro. Él besó la piel allí, tan pálida contra la lana negra de su abrigo. Él no sabía como habría de llevar aquella ropa otra vez, ahora que había pasado una tarde entera frotándose contra su piel desnuda. Olería como ella durante días, y luego, después que esa fragancia se desvaneciera, el recuerdo de este momento aún sería bastante para poner su cuerpo en llamas.

Sus ágiles dedos soltaron solo algunos botones para revelar la desnudez de su insinuante escote. No era nada más que una sombra, realmente, un vago oscurecimiento que insinuaba las maravillas debajo, pero aún ese era bastante para enviar fuego por sus venas, tensando un cuerpo que él había pensado que posiblemente no podía ponerse más duro.

Dos botones más fueron liberados, y Angus arrastró su boca abajo a lo largo de cada nueva centímetro de piel desnuda, susurrando todo tiempo, -Esto todavía es un beso. Solamente un beso.

– Solamente un beso, -repitió Margaret, su voz extraña y sofocada.

– Solamente un beso, -estuvo de acuerdo él, deslizando sin embargo otro botón por su abertura de modo que él pudiera besar completamente el profundo valle entre sus pechos. -Todavía te estoy besando.

– Sí, -gimió. -Oh, sí. Sigue besándome.

Él extendió abierto su abrigo, descubriendo tiernamente sus redondeados pechos. Él contuvo el aliento.

– Buen Cristo, Maggie, este abrigo nunca lució la mitad de bien en mí.

Margaret se puso ligeramente rígida bajo el intenso calor de su mirada fija. Él la miraba como si fuese alguna criatura extraña y maravillosa, como si ella poseyera algo que él nunca había visto antes. Si él la tocara, la acariciara, o incluso la besara, ella podría derretirse de nuevo en su abrazo y perderse en la pasión del momento. Pero con él mirándola fijo, ella era incómodamente consciente de que estaba haciendo algo que nunca soñó con hacer.

Ella había conocido a este hombre sólo unas horas antes, y sin embargo…

Tomó aliento y alcanzó a cubrirse.

– ¿Qué he hecho? -susurró.

Angus se inclinó y besó su frente.

– Sin remordimientos, mi dulce Maggie. Independientemente de lo que sientas, no dejes que el pesar sea una parte de ello.

Maggie. Maggie no se mantenía fiel a las censuras de sociedad simplemente porque ese era el modo en que ella fue criada. Maggie buscaba su propia fortuna y su propio placer.

Los labios de Margaret insinuaron una sonrisa mientras ella dejaba caer sus manos. Maggie no podría estar con un hombre antes del matrimonio, pero ella seguramente se permitiría este momento de pasión.

– Eres tan hermosa, -gruñó Angus, y la última sílaba se perdió cuando cerró su boca alrededor de la cumbre de su pecho. Él le hizo el amor con sus labios, adorándola de todas las maneras en que un hombre podría mostrar su devoción.

Y entonces, justo cuando Margaret sentía escabullirse sus últimos fragmentos de resistencia, él tomó un estremecido, profundo aliento y, con la obvia renuencia, cerró los pliegues de su abrigo alrededor de ella.

Él mantuvo las solapas unidas durante todo un minuto, respirando con fuerza mientras sus ojos estaban fijos en algún punto en blanco sobre la pared. Su cara lucía casi demacrada, y al ojo inexperto de Margaret, él lucía casi como si sufriera dolor.

– ¿Angus? -preguntó vacilantemente. No estaba segura de lo que se suponía que tenía que preguntarle, por eso se conformó solo con su nombre.

– En un minuto. -Su voz tenía un toque áspero, pero de algún modo Margaret sabía que él no sentía ninguna cólera. Ella se mantuvo en silencio, esperando hasta que él giró su cabeza hacia ella y dijo, -necesito dejar la habitación.

Sus labios se separaron en sorpresa.

– ¿Lo necesita?

Él asintió de manera cortante y se separó con violencia de ella, cruzando la distancia a la puerta en dos movimientos largos. Él agarró el pomo de la puerta, y Margaret vio que los músculos de su antebrazo se flexionaban, pero antes de que abriera la puerta, se giró, sus labios comenzaron a formar palabras… que murieron rápidamente en sus labios.

Margaret siguió su fija mirada hacia ella… Buen Dios, el abrigo se le había abierto cuando él lo había soltado. Ella cerró las solapas, agradecida que la débil luz de la vela ocultara su mortificado rubor.

– Cierre la puerta detrás de mí, -ordenó él.

– Sí, desde luego, -dijo ella, levantándose. -hazlo tú, y luego toma la llave. -Hurgó hacia la mesa con su mano izquierda, agarrando el abrigo con la derecha.

Él sacudió la cabeza.

– Consérvala.

Ella dio unos pasos hacia él.

– Conservarla… ¿Estás loco? ¿Cómo volverás a entrar?

– No voy a hacerlo. Ese es el punto.

La boca de Margaret se abrió y cerró unas cuantas veces antes de que lograra decir, -¿Dónde dormirás?

Él se inclinó hacia ella, su proximidad calentando el aire.

– No dormiré. Ese es el problema.

– Oh. Yo… -Ella no era tan inocente como para no reconocer de qué hablaba, pero ciertamente no era lo bastante experimentada para saber como responder. -Yo…

– ¿Ha comenzado a llover otra vez? -preguntó de manera cortante.

Margaret parpadeó ante el rápido cambio de tema. Ladeó su cabeza, escuchando el apacible repiqueteo de la lluvia contra el tejado.

– Yo… sí, creo que lo ha hecho.

– Bueno. Es mejor tener frío.

Y con eso, salió majestuosamente de la habitación.

Después de un segundo de paralizante sorpresa, Margaret corrió a la puerta y asomó su cabeza al pasillo, justo a tiempo para ver la imponente figura de Angus desaparecer en la esquina. Se colgó del marco de la puerta durante diez segundos, la mitad dentro y la mitad fuera de la habitación, no exactamente segura de por qué se sintió tan completamente aturdida. ¿Era porque él se había marchado tan bruscamente? ¿O era que ella le había dado libertades que nunca había soñado con permitir a cualquier hombre que no fuese su marido?

Si la verdad fuera dicha, ella nunca soñó con que tales libertades existieran.

O tal vez, pensó frenéticamente, tal vez lo que realmente la aturdió fue que estuvo acostada sobre la cama, mirándolo mientras él tenía un arrebato de cólera a través de la habitación, y él había estado tan completamente… bien, delicioso para la vista, tanto que ella no se había dado cuenta de que el abrigo se había abierto y sus pechos estaban a la vista de cualquiera.

O al menos para la de Angus, y la forma en que él la miró…

Margaret se dio una pequeña sacudida y cerró la puerta. Después de un momento, la cerró con llave. No era que ella estuviese preocupada por Angus. Él podría estar del humor de un oso, pero nunca levantaría un dedo contra ella, y, lo más importante, nunca se aprovecharía de ella.

No sabía como sabía eso. Ella simplemente lo sabía.

Pero una nunca sabía que clase de asesinos e idiotas se podría encontrar en una posada de esta zona, sobre todo en Gretna Green, ella se imaginaba haber visto más idiotas de los que le correspondía, fugándose para casarse aquí todo el tiempo.

Margaret suspiró y golpeó ligeramente su pie. Que hacer, que hacer. Su estómago soltó un ruidoso estruendo, y fue entonces que recordó el cranachan sobre la mesa.

¿Por qué no? Olía delicioso.

Se sentó y comió.


Cuando Angus entró tropezando en The Canny Man varias horas más tarde, tenía frío, estaba mojado, y sintiéndose como si debería haber bebido. La lluvia, desde luego, había continuado, así como el viento, y sus dedos se parecían a gruesos carámbanos conectados a las bolas de nieve planas que solían ser sus manos.

Sus pies no se sentían como suyos, y le tomó varios intentos y muchos dedos del pie golpeados antes de que llegase a los escalones finales del último piso de la posada. Se apoyó contra la puerta a su habitación mientras buscaba a tientas la llave, luego recordó que él no había traído una llave, luego giró el pomo de la puerta, luego soltó un irritado gruñido cuando la puerta no se movió.

Jesús, whisky y Robert Bruce, ¿por qué demonios le había dicho que cerrara la puerta? ¿Realmente había estado tan preocupado por su autocontrol? No había ningún modo de que él pudiera violarla en estas condiciones. Sus regiones inferiores estaban tan frías, que él probablemente no podría mostrar una reacción aunque ella abriera la puerta sin una puntada de ropa sobre su cuerpo.

Sus músculos hicieron un patético intento de tensarse. De acuerdo, tal vez si ella estuviera completamente desnuda…

Angus suspiró felizmente, tratando de imaginarlo.

El pomo de la puerta giró. Él todavía suspiraba.

La puerta se abrió de golpe. Él se cayó dentro.

Él alzó la vista. Margaret parpadeaba rápidamente mientras lo observaba.

– ¿Estabas apoyado contra la puerta? -preguntó.

– Aparentemente.

– Me dijiste que la cerrara.

– Er… eres una buena mujer, Margaret Pennypacker, ob… obediente y le… leal. Margaret estrechó sus ojos.

– ¿Estás borracho?

Él sacudió su cabeza, lo que tenía el desafortunado efecto de golpear su pómulo contra el piso.

– Solamente frío.

– Has estado afuera todo este… -Ella se inclinó hacia abajo y tocó su mejilla. – ¡Buen Dios, estás helado!

Él se encogió de hombros.

– Comenzó a llover otra vez.

Ella atascó sus manos bajo sus brazos y trató de ponerlo de pie.

– Levántese. Tenemos que sacarle esta ropa.

Su cabeza se apoyó a un lado mientras él le lanzó una desarmante sonrisa ladeada.

– En otro tiempo, con otra temperatura, yo estaría encantado con esas palabras.

Margaret tiró en él otra vez y gimió. Ella no había logrado moverlo una pulgada.

– Angus, por favor. Debes hacer un esfuerzo para pararte. Debes ser el doble de mi peso.

Sus ojos vagaron arriba y abajo de su constitución.

– ¿Cuánto pesas, 44 kilos?

– Apenas, -se mofó ella. -¿Luzco tan insustancial? Ahora, por favor, si solamente pudieras ponerte de pie, podría llevarte a la cama.

Él suspiró.

– Otra de esas oraciones que me gustaría muchísimo malinterpretar.

– ¡Angus!

Él se tambaleó en una posición derecha, con la no insignificante ayuda de Margaret.

– ¿Por qué es, -él reflexionó, -que disfruto ser regañado por vos?

– Probablemente, -ella replicó, -porque disfrutas fastidiándome.

Él se rascó la barbilla, que ahora estaba bastante oscurecida por el crecimiento de un día de barba.

– Pienso que podrías tener razón.

Margaret no le hizo caso, tratando en cambio de concentrarse en la tarea que tenía. Si ella lo pusiera en la cama como estaba, él empaparía las sábanas en cuestión de minutos.

– Angus, -dijo ella, -necesitas ponerte ropa seca. Esperaré fuera mientras tu…

Él sacudió su cabeza.

– No tengo más ropa seca.

– ¿Qué le pasó?

– Tú la -él pinchó su hombro con el índice -llevas puesta.

Margaret pronunció una palabra muy poco elegante.

– Sabes, tienes razón, -dijo él, sonando como si acabase de hacer un descubrimiento muy importante. -Realmente disfruto fastidiándote.

– ¡Angus!

– Oh, muy bien. Seré serio. -Él hizo un gran espectáculo forzando sus rasgos en un ceño. -¿Qué es lo que necesitas?

– Necesito que te saques la ropa y te metas en la cama.

Su rostro se iluminó.

– ¿Ahora mismo?

– Desde luego que no, -dijo ella bruscamente. -Me iré de la habitación durante un momento, y cuando vuelva, espero verlo en aquella cama, con las mantas hasta la barbilla.

– ¿Dónde dormirás tu?

– No lo voy a hacer. Voy a secar tu ropa.

Él torció su cuello hacia uno y otro lado.

– ¿En que chimenea?

– Iré abajo.

Él se enderezó hasta el punto en que Margaret no tenía que sostenerlo.

– No bajarás allí por tu cuenta en mitad de la noche.

– No puedo secar muy bien tu ropa encima de una vela.

– Iré contigo.

– Angus, estarás desnudo.

Lo que sea que él había estado a punto de decir, y Margaret estaba segura, por el indignado empuje de su barbilla y el hecho de que él tenía la boca abierta y lista para contradecirla, que él había estado a punto de decir algo, fue abandonado a favor de una sarta ruidosa y sumamente creativa de maldiciones.

Finalmente, después de decir cada palabra profana que ella alguna vez había oído, y bastantes más que eran nuevas para ella, él gruñó, -Espere aquí, -y salió dando un portazo de la habitación.

Tres minutos después, él reapareció. Margaret observó con asombro como él pateó la puerta para abrirla y vertió aproximadamente tres docenas de velas en el suelo. Una, notó ella, todavía estaba humeando.

Ella se aclaró la garganta, esperando a que su seño se ablandara antes de decir algo. Después de unos minutos, se hizo evidente que su humor gruñón no iba a cambiar en un futuro cercano, entonces preguntó, -¿Dónde conseguiste todas estas?

– Digamos solamente que The Canny Man va a despertar a una mañana muy oscura.

Margaret rehusó indicar que, bien pasada la medianoche, ya era mañana, pero su conciencia le exigió decir, -Es oscuro por la mañana en este tiempo del año.

– Dejé una o dos en la cocina, -refunfuñó Angus. Y luego, sin una palabra da aviso, comenzó a sacarse la camisa.

Margaret gruñó y corrió hacia el pasillo. Maldito ese hombre, él sabía que se suponía que tenía que esperar hasta que ella estuviera fuera de la habitación antes de quitarse la ropa. Esperó todo un minuto, luego le dió otros treinta segundos por el frío. Los dedos entumecidos no iban bien con los botones.

Tomando un largo aliento, se giró y golpeó la puerta.

– ¿Angus? -Lo llamó. -¿Estás acostado? -Luego, antes de que él pudiese responder, ella estrechó sus ojos y añadió, -¡Con las mantas hasta arriba!

Su respuesta fue apagada, pero definitivamente fue afirmativa, entonces ella giró el pomo y empujó.

La puerta no se movió.

Su estómago comenzó a bailar de pánico. La puerta no podía estar cerrada. Él nunca la hubiese cerrado, y las puertas no se cerraban solas.

Ella golpeó la puerta suavemente con un lado de su puño.

– ¡Angus! ¡Angus! ¡No puedo abrir la puerta!

Se oyeron unos pasos, y cuando ella escuchó su voz, claramente venía del otro lado de la puerta.

– ¿Qué ocurre?

– La puerta no se abre.

– Yo no la cerré.

– Lo sé. Creo que está trabada.

Lo oyó reírse, lo que le produjo un deseo aplastante de estampar su pie… preferentemente en el pie de él.

– Ahora esto, -él dijo, -es interesante.

El impulso de hacerle daño físico se hacía más intenso.

– ¿Margaret? -la llamó. -¿Todavía estás ahí?

Ella cerró sus ojos por un momento y exhaló por sus dientes.

– Tendrás que ayudarme a abrir la puerta.

– Yo estoy, por supuesto, desnudo.

Ella se sonrojó. Estaba oscuro; no era posible que él hubiera visto su reacción, y aún así se sonrojó.

– ¿Margaret?

– La mera vista tuya probablemente me dejará ciega, de todos modos. -dijo bruscamente. -¿Vas a ayudarme, o tendré que echar la puerta abajo yo misma?

– Ciertamente será una visión para contemplar. Pagaría un buen dinero por…

– ¡Angus!

Él se rió entre dientes nuevamente, un cálido, rico sonido que se fundió a través de la puerta y fue derecho a sus huesos.

– Muy bien, -dijo. -A la cuenta de tres, empuja contra la puerta con todo tu peso.

Ella asintió, luego recordó que él no podía verla y dijo, -Lo haré.

– Uno… dos…

Apretó fuertemente los ojos.

– ¡Tres!

Ella apoyó de golpe todo su peso contra la puerta, pero él debe haber dado un tirón justo antes, porque su hombro apenas había encontrado la madera antes de que caer dentro de la habitación y golpear el piso. Con fuerza.

Milagrosamente, se las arregló para mantener los ojos cerrados todo el tiempo.

Escuchó el clic de la puerta al cerrarse, luego lo sintió inclinarse sobre ella mientras preguntaba, -¿Estás bien?

Ella se tapó los ojos con la mano, -¡Métete en la cama!

– No te preocupes. Me he cubierto.

– No te creo.

– Lo juro. Envolví la manta alrededor mío.

Margaret separó sus dedos medio y anular lo justo para dejar entrar la tira más angosta de visión. Bastante segura, parecía haber algo blanco envolviéndolo. Se puso de pie y deliberadamente le dio la espalda.

– Eres una mujer dura, Margaret Pennypacker, -dijo, pero ella escuchaba sus pasos llevándolo a través de la habitación.

– ¿Estás en la cama?

– Sí.

– ¿Tienes las mantas cubriéndote?

– Hasta la barbilla.

Ella escuchó la sonrisa en su voz, y aunque exasperada como estaba con él, todavía era contagioso. Las esquinas de sus labios se movieron, y fue un esfuerzo mantener su voz severa mientras decía, -Me estoy dando la vuelta.

– Por favor, hazlo.

– Nunca te perdonaré si me estuviste mintiendo.

– Jesús, whisky y Robert Bruce, solamente gírate, mujer.

Lo hizo. Él tenía las mantas subidas, no hasta el nivel prometido de su barbilla, pero lo suficientemente arriba.

– ¿Cuento con tu aprobación?

Ella asintió.

– ¿Dónde están tus ropas mojadas?

– Sobre la silla.

Ella siguió su línea de visión a un empapado montón de tela, luego se puso a prender la multitud de velas.

– Este tiene que ser el esfuerzo más ridículo, -murmuró para sí misma. Lo que ella necesitaba era alguna clase de horquilla tostadora enorme sobre el cual lanzar la ropa. Como era, ella probablemente quemaría la camisa, o tal vez sus manos, o…

Una gota de cera caliente en su piel cortó su línea de pensamiento, y ella rápidamente metió el dedo herido en su boca. Usó su otra mano para seguir moviendo la llama de vela en vela, sacudiendo la cabeza como si viese la habitación ponerse más y más brillante.

Él nunca sería capaz de dormir con tantas velas ardiendo. Estaba brillante como si fuera de día.

Se giró, dispuesta a indicar su falta de previsión en sus planes, pero sus palabras nunca salieron de sus labios.

Él estaba dormido.

Margaret lo miró fijamente por un minuto más, absorbiendo el modo que su pelo rebelde caía sobre su frente y sus pestañas descansaban contra su mejilla. La sábana se había deslizado ligeramente, permitiéndole observar como su musculoso pecho se elevaba y caía suavemente con cada aliento.

Ella nunca conoció un hombre como este, nunca vio a un ser humano que fuese tan magnífico en reposo.

Paso un largo, largo tiempo antes de que ella volviera a sus velas.


Por la mañana, Margaret había secado toda la ropa, apagado todas las velas, y se había dormido. Cuando Angus despertó, la encontró enroscada al lado de la cama, su abrigo hecho una almohada bajo su cabeza.

Con manos tiernas, la levantó y la acostó sobre la cama, subiendo las mantas hasta su barbilla, metiéndolas alrededor de sus esbeltos hombros. Luego se instaló en la silla al lado de la cama y vigiló su sueño.

Era, él decidió, la mañana más perfecta que recordase.

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