Su hermosa sureña estaba excitada. Ya lo estaba antes de la película, pero ahora… Ahora, tendida sobre él, veía cómo una pareja lo estaba haciendo en la televisión. Sam sonrió.
El jet lag se había esfumado, especialmente desde que ella cambiara de postura y se sentara con la pelvis firmemente encajada sobre su ingle. Tal vez no la conociera muy bien, pero sabía que aquella experiencia era nueva para ella. Iría despacio, tanto como ella necesitara, pero el instinto le decía que una vez que Regan se pusiera en marcha, ni ella ni la «sexcapada» podrían ir despacio.
Deslizó las manos en torno a su cintura, resbalando los dedos contra su piel suave. Pero ella no lo había mirado a los ojos desde que descubriera lo que salía en la pantalla.
– No hay nada malo en excitarse con una película.
– Nunca me ha parecido algo decente -dijo ella. De nuevo hablaba con un acento más marcado de lo normal, lo que delataba sus nervios. Sam se echó a reír.
– Tampoco lo es cazar a un hombre en una agencia de bodas, cariño, y aquí estamos. Deberíamos aprovecharnos, ¿no crees?
– Sí, lo creo -respondió ella. Lo miró a los ojos y sonrío, volviendo a ser la mujer que había llevado a Sam a casa.
– Entonces vamos a olvidarnos de la decencia -dijo él, y para enfatizarlo la agarró con fuerza y empujó la pelvis hacia arriba, intensificando el contacto y el placer del roce.
Tenía el cuerpo tensionado por la excitación, y los gemidos que salían del televisor sólo serían para inflamar su deseo. Y cuando Regan se unió al coro con un largo suspiro de deleite, Sam casi eyaculó en los vaqueros.
– Eso no ha sido nada decente, cariño -le dijo, imitando su acento al tiempo que le dedicaba un guiño malicioso.
Ella sacudió la cabeza, alborotando su rubia melena alrededor de su rostro acalorado.
– Creo que me gusta ser mala -murmuró. El deseo empañaba sus ojos. De repente, pillándolo por sorpresa, enganchó los dedos en el cinto de los vaqueros y apretó fuertemente los cuerpos.
Él no tuvo que tocarla para saber que si la penetraba la encontraría resbaladiza, húmeda y ardiente… sólo por él. Igual que él estaba duro como una piedra sólo por ella.
La fricción de los vaqueros contra su erección no alivió para nada su creciente necesidad. Sobre él, aquella sexy amazona lo montaba frenéticamente, capturando su pene entre los muslos y llevándolos a ambos a unas cotas de placer de auténtica locura.
Una ola tras otra de éxtasis azotaba su cuerpo sin descanso, entrecortándole la respiración y acercándolo más y más al límite. Estaba más allá de la lógica y la razón, pero apretó los dientes y consiguió reprimirse, dejando que ella alcanzara antes el orgasmo. Y cuando así fue, se obligó a abrir los ojos y vio cómo ella se deshacía en un arrebato de gloria pura. El cuerpo de Regan se estremeció, sus muslos se tensaron, sus caderas rotaron y su pelvis se presionó contra la erección de Sam, disfrutando de cada espasmo hasta que quedó saciada y se desplomó contra su pecho, flácida, exhausta y jadeante.
– Dios mío, Sam… ha sido increíble.
– ¿Algo que decir sobre tener el control?
– Oh, sí -respondió ella, calentándole el cuello con su aliento-. Y también sobre perderlo.
Él no podía estar más de acuerdo. Apretó la mandíbula por la presión de los vaqueros.
– ¿Crees que estás lista para más?
Ella levantó la mirada y sonrió.
– No veo por qué no -dijo, y se apartó rápidamente de él-. Enseguida vuelvo -desapareció en otra habitación y volvió a los pocos segundos con un envoltorio en la mano-. Darren siempre estaba preparado -explicó, arrojándole el preservativo sobre el pecho-. Nunca pensé que fueran a ser de utilidad después de que él se marchara, pero… -hizo un gesto de desagrado con los labios, pensativa.
– ¿Qué? -la animó él. Por un momento la curiosidad pudo con el deseo.
– Pero tampoco sirvieron de mucho cuando él vivía aquí. Siempre estaba cansado -frunció el ceño-. Supongo que eso es lo que ocurre cuando gastas todas tus energías con otra mujer -se colocó las manos en las caderas, lo que empujó hacia delante sus pechos e hizo que los pezones se le marcaran en la blusa de seda.
– Ven aquí -ordenó él, y ella saltó a su regazo y recuperó la postura original.
Sam había pensado en quitarse los pantalones e introducirse en ella para sofocar la necesidad que recorría sus venas. Pero ahora que la tenía sobre él, quería más.
Quería probarla, saborearla y devorarla. Se había recostado contra el brazo del sofá y ella estaba sentada a horcajadas sobre él. Aprovechándose, se aupó ligeramente y la agarró de la blusa para tirar de ella. Sin apartar la mirada de sus ojos, acercó los labios a uno de sus pechos. Ella tuvo tiempo de negarse, pero no lo hizo y él cerró la boca en torno al pezón hinchado, succionándolo a través de la seda.
Regan dejó escapar un jadeo.
– Me estás matando.
– Espero que no -murmuró él, y con un fuerte tirón le abrió la blusa, dejando a la vista sus pechos cubiertos por una fina capa de encaje.
Regan ahogó un gemido de asombro ante aquella muestra de dominación masculina. Por un lado estaba asustada, pero por otro estaba encantada por el giro que habían tomado los acontecimientos. Había deseado que un hombre se volviera loco de deseo por ella, y parecía que al fin lo había encontrado.
– No tengas miedo -le dijo él con voz grave y profunda. En su mirada ardía el deseo que ella tanto había anhelado.
Regan negó con la cabeza.
– No lo tengo. Estoy…
– ¿Excitada? -preguntó él con una sonrisa irónica y a la vez complacida.
Ella asintió.
– Esa es la palabra, pero no olvides que ésta es mi fantasía -le recordó, pero en el fondo sabía que los juegos de sumisión podían esperar. Se permitiría experimentar el control de Sam y luego tomaría ella la iniciativa.
Mientras tanto, Sam permanecía con las manos pegadas a los costados y ella tenía que hacer algo al respecto. Sintiéndose cada vez más atrevida, se desabrochó el cierre frontal del sujetador y expuso sus pechos al aire fresco y a la mirada ardiente de Sam. A continuación, lo agarró por las muñecas y le colocó las palmas sobre sus pechos. Al primer contacto de sus manos fuertes y cálidas sobre la carne suave, los pezones se le solidificaron en pequeños guijarros y una corriente de deseo líquido le empapó la entrepierna. La espiral de pasión volvía a crecer en su interior. Aquel hombre le hacía sentir cosas que nunca había experimentado.
Él cerró los ojos y emitió un débil gruñido, pero no hizo ningún otro movimiento por tocarla.
– ¿A qué estás esperando? -le preguntó ella, frustrada.
– Instrucciones, cariño. Has dicho que es tu fantasía.
Sí, lo había dicho, pero le gustaba el lado agresivo que había visto en Sam. Mientras tanto, el preservativo seguía en su pecho, donde ella lo había dejado antes.
– He cambiado de idea -dijo, asegurándose de que él comprendía sus reglas-. Ahora quiero… -se interrumpió, pues no sabía cómo expresar sus necesidades sexuales.
Él arqueó una ceja.
– Dilo -la apremió-. Cualquier cosa que quieras, dímela -su cuerpo estaba rígido y excitado, sólidamente masculino, esperando a que ella estuviese preparada.
– Quiero que lleves tú la iniciativa.
– ¿Y?
– Quiero sentir la fuerza que has estado conteniendo, y quiero sentirla dentro de mí -habiéndolo confesado soltó una larga espiración, pero antes de que pudiera decidir si se sentía más aliviada u orgullosa, Sam la apartó de su postura.
No supo cómo consiguió hacerlo tan rápidamente, pero en un abrir y cerrar de ojos se encontró tendida de espaldas, mientras él se desnudaba sobre ella, arrojando la camisa y los vaqueros al suelo.
Regan tampoco estaba dispuesta a perder más tiempo. Se sentó y dejó que la camisa rasgada y el sujetador abierto se deslizaran por sus hombros. Ahogo cualquier asomo de vergüenza y se quitó los pantalones. Cuando finalmente se detuvo, levantó la mirada y vio a Sam, preservativo en mano, contemplando su cuerpo desnudo. Pero no tuvo que preocuparse por la modestia, porque su atención estaba centrada en él. En su gran tamaño y dureza masculina…
– Oh, Dios mío -murmuró. Se lamió los labios y se obligó a mirarlo a los ojos. Sam no había estado tan excitado en toda su vida, y la mujer responsable estaba desnuda frente a el. Nunca había visto un cúmulo de contradicciones semejante en una sola persona tan apetecible. En un minuto era la típica damisela sureña, tímida y recatada, y al siguiente era una mujer agresiva y dominante. No sólo quería cumplir sus fantasías, sino que también deseaba cederle el control a él. ¿Quién era la verdadera Regan?
¿Y por qué necesitaba desesperadamente averiguarlo?
Se movió sobre ella hasta que su erección tocó la suave capa de vello púbico y sintió cómo la humedad femenina le mojaba la piel. Cerró los ojos y se empapó de la increíble sensación de aquel momento… el instante previo a la inmersión en aquella fuente de calor que sólo lo aguardaba a él.
Ella le quitó el preservativo y rasgó el envoltorio.
– ¿Puedo? -preguntó, sosteniendo el preservativo en sus delicadas manos.
Sam no tuvo más remedio que reírse.
– Adelante.
Demonios, podía hacerle todo lo que quisiera y más, con o sin su permiso. El deseo lo estaba volviendo loco.
La determinación se reflejó en la expresión de Regan mientras le colocaba el preservativo en la punta y desenrollaba el látex a lo largo del pene. Sólo su férrea voluntad, y la certeza de que prefería estar dentro de ella impidió que Sam se vaciara en su mano.
– Creo que ya está -dijo ella con una sonrisa de satisfacción.
Sam no podía estar más complacido de que su amante estuviera disfrutando con los preparativos, pero ahora le tocaba a él dominar la situación.
– Levanta las manos.
Ella lo miró con ojos muy abiertos.
– ¿Por qué?
– Porque quieres que yo tome la iniciativa y eso es lo que voy a hacer -respondió él con voz áspera.
Regan no preguntó nada más y elevó las manos por encima de la cabeza, y Sam se inclinó hacia delante y le cubrió de tórridos besos los pechos erguidos, antes de pasar a lamerle ávidamente la carne mientras subía en dirección a sus labios. Podría besar a aquella mujer eternamente, pero había necesidades más urgentes que atender, por lo que se separó de ella y levantó el cuerpo. Extendió las manos sobre los muslos de Regan y esperó a que ella lo mirara.
Entonces, sin romper el contacto visual, deslizó un dedo en su interior, separando sus pliegues carnosos. Se dijo a sí mismo que quería asegurarse de que estaba preparada para recibirlo, pero lo que realmente quería era sentirla. Retiró el dedo, empapado, y se frotó el extremo del látex mientras ella seguía ansiosa con la mirada todos sus movimientos, sin bajar los brazos. Por lo visto no sólo le gustaba tener el control; podía acatar órdenes con la misma disposición.
Era una mujer delicada y peculiar, y él se prometió a sí mismo que lo haría despacio y con calma. Con cuidado, empujó el extremo de su pene en el interior de Regan. Ella soltó un largo gemido y fue imposible seguir procediendo con lentitud, pues ella dobló las rodillas y lo hizo avanzar hasta el fondo, demostrándole que quería recibirlo de golpe.
– Dios… -gimió Regan.
– Sí… -murmuró él. Había encontrado el Cielo en la tierra, y apretó la mandíbula para saborear al máximo las sensaciones que lo invadían.
Pero quería que ella también las saboreara, y sólo había una manera de garantizar el pleno contacto hasta el final. Debía ser capaz de empujar tan rápido y fuerte como ella quería, y como él necesitaba.
– Agárrate a las rodillas -le dijo con un guiño-. Va a haber sacudidas.
Ella sonrió.
– Lo que tú digas, Sam. Tú eres el piloto…
Bajó los brazos y se aferró a sus rodillas, manteniendo las piernas separadas y ofreciéndole el acceso total a su interior.
Sam la penetró por completo de una sola embestida y se perdió en el calor de su sexo y la fricción de sus cuerpos mientras encontraban el ritmo adecuado. Colocó los brazos a ambos lados de su cabeza y empujó cada vez con más fuerza y brío. Regan lo recibía enteramente, aceptándolo hasta el fondo de su sexo mientras movía la pelvis en círculos. Sus gemidos y frenéticas sacudidas indicaban que su orgasmo estaba próximo.
También lo estaba el suyo, y cuando finalmente los dos alcanzaron el orgasmo a la vez, Sam se dejó arrastrar por el placer como nunca lo había hecho con ninguna otra mujer. Nunca.