Capítulo 9

Conor estaba frente al bar de su padre, contemplándolo desde la acera de enfrente. Sus hermanos habían insistido en que se reuniera allí con ellos para tomar una copa, pero el acallaba de descubrir lo que estaba pasando en el interior de la taberna. Cualquier celebración era bienvenida en el bar de su padre si daba motivo para tomar una pinta o dos de cerveza. Sin embargo, aquella vez, Conor sabía que la fiesta era en su honor.

A primeras horas de aquel día, le habían levantado la suspensión como detective del departamento de policía de Boston. El comportamiento inapropiado había sido desestimado y se le había informado que podía volver a su trabajo a la mañana siguiente. En opinión de sus superiores, no había sido culpable de nada más que de ofuscación. Conor suspiró. Así se resumía todo. «Ofuscación.

Le parecía una explicación muy sencilla para la época más complicada de su vida. Habían pasado poco más de tres semanas desde que llegó a la casa de Cape Cod para realizar su misión. Y, mientras realizaba su trabajo, se había enamorado de la mujer más increíble que había conocido nunca. La había protegido a toda costa, aun a expensas de incumplir las reglas de su departamento.

La palabra «ofuscación» no servía para describir sus actos de las últimas semanas. Había sufrido una locura, había vivido en un mundo irreal y, sin embargo, allí estaba, delante del bar de su padre, de vuelta a su antigua vida y a sus costumbres de siempre, listo para ahogar sus penas en un vaso de Guinness.

Había pensado en llamar a Olivia. El juicio ya había empezado y terminaría dentro de tres días. Red Keenan había decidido negociar, ante la magnitud de las pruebas que se presentaban contra él por sus propios socios. Kevin Ford ni siquiera había tenido que testificar. Al final, proteger a Olivia no había tenido relevancia alguna y todo lo que habían compartido existía en un extraño limbo entre la vida real y la fantasía.

Lo más seguro era que Olivia hubiera vuelto a su vida de siempre. Una vez, él había creído que podría formar parte de aquella vida, pero entonces se había visto acuciado por la investigación en su contra. Como su trabajo estaba en peligro, había creído que no podría ofrecerle nada. Sin embargo, dado que lo había recuperado, había empezado a fantasear con que tal vez podrían hacerlo funcionar.

Ella nunca había desaparecido completamente de su vida. Pensaba en ella cada hora del día, recordando los momentos que habían vivido juntos hasta el punto de que casi podía recitar conversaciones de memoria. Había aprendido a conjurar la imagen de ella, junto con su olor y su sabor y el sonido de su risa con solo cerrar los ojos.

Por la noche, cuando estaba tumbado a solas en su cama, le parecía que todavía podía tocar su aterciopelada piel y los suaves contornos de su cuerpo. Los recuerdos eran tan intensos, que había llegado a preguntarse si los perdería alguna vez. En realidad, no quería perderlos nunca. Solo esperaba tener una vida llena de recuerdos de Olivia.

A pesar de todo, no había podido llamarla por teléfono. Seguramente estaba mejor sin él. Seguro que, tras volver a su vida de siempre, ya no se acordaba de él. Además, él nunca habría podido adaptarse a la vida doméstica.

Mentira. Claro que habría podido. Con Olivia en su vida, habría sido un marido amante y un buen padre. Ella le había hecho ver que podía amar y ser amado sin miedos ni temores. Olivia no era su madre.

De repente, sintió una fuerte necesidad de verla, de oír su voz, de tocarla. Sabía que lo suyo podría funcionar con que solo le dijera lo que sentía por ella. Conor decidió meterse en su coche, ir a buscarla y convencerla de que estaba enamorado de ella.

– ¡Maldita sea!

El sonido de aquella voz le sacó de sus pensamientos. Entonces, se fijó en una mujer que había agachada a pocos metros de él. Parecía tener problemas con el coche. Unos minutos antes, habría agradecido la interrupción, pero, dado que había decidido ir a buscar a Olivia, todos los minutos que pasaba sin verla le parecían preciosos. Sin embargo, sus obligaciones como policía estaban antes que sus deseos. Si había alguien que necesitaba ayuda, tendría que anteponerlo a todo lo demás. Cambiar un neumático. ¿Cuánto tiempo podía llevarle?

– ¿Puedo ayudarla?

La mujer gritó y se levantó enseguida, aferrándose a la llave inglesa que tenía en la mano.

– No se preocupe -dijo él, extendiendo las manos-. Soy policía. Y he venido a ayudarla.

La joven mujer lo miró cautelosa y levantó un poco más la llave.

– Muéstreme la placa.

Conor se la sacó del bolsillo y se la enseñó. Debería haberse marchado. Evidentemente, aquella mujer no quería que la ayudaran.

– ¿Lo ve? Soy el detective Conor Quinn, del departamento de policía de Boston.

– ¿Quinn? -preguntó ella, mirando automáticamente al bar.

– Sí, mi padre es el dueño -respondió. De repente, la farola iluminó el rostro de la mujer y Conor sintió una extraña sensación de haber visto aquella cara antes-. Su cara me resulta familiar. ¿Nos conocemos?

– No.

Sin embargo, Conor tenía buena memoria para las caras y sabía que había visto antes a aquella mujer. No en la comisaría o en un bar, sino en la calle, en una situación similar a aquella.

– ¿Vive usted en este barrio?

– Sí.

– ¿Dónde?

– Por allí -respondió, señalando hacia el oeste-. Bueno, ¿cree que podría ayudarme a cambiar la rueda de mi coche? Tengo un poco de prisa…

Conor agarró la llave inglesa y centró su atención en las tuercas de la rueda. Entonces, se puso manos a la obra. Sin embargo, no podía concentrarse en la tarea. Trataba de recordar dónde había visto a aquella mujer…

No era una mujer hecha y derecha ni tampoco una jovencita. Seguramente parecía más joven de lo que realmente era. Tenía el pelo muy oscuro, casi negro, muy corto. No obstante, eran los ojos lo que más le llamaban la atención. Aunque sabía que era policía, seguía mirándolo con una gran aprensión.

– ¿Sabes una cosa? Podría entrar en el bar y utilizar el teléfono para llamar a alguien. No debería estar sola a estas horas en una calle tan oscura como esta.

– No tengo amigos. Es decir, no por esta zona. Además, no están en casa. Entonces, ¿ese bar es un negocio familiar?

– Sí. Yo y mis hermanos ayudamos a mi padre los fines de semana.

– ¿Hermanos? ¿Tiene hermanos? ¿Cuántos? Conor frunció el ceño. Para ser una mujer que vivía en el barrio, pero no sabía exactamente dónde, y que no tenía amigos mostraba demasiada curiosidad. De repente, lo entendió todo. Seguramente era una de las chicas de Dylan o tal vez de Brendan. Sus hermanos siempre tenían mujeres rondándolos. Seguramente la pobre chica estaba enamorada y estaba esperando a que saliera el Quinn al que tanto quería.

– Tengo cinco hermanos.

– Cinco hermanos… No me puedo imaginar tener cinco hermanos. ¿Cómo se llaman?

– Dylan, Brendan, Sean, Brian y Liam. Todos están esperándome en el bar. ¿Por qué no entra a tomar algo? -preguntó él, sacudiéndose el polvo de la ropa tras terminar con la rueda-. Así podrá lavarse las manos. Le invito a tomar algo.

– ¡No! -exclamó, como si aquella proposición resultara escandalosa-. Tengo que marcharme. Ya llego tarde.

Tras recoger sus herramientas, las echó en el asiento trasero del coche. Segundos después, se marchaba precipitadamente, sin la rueda pinchada y sin darle a Conor las gracias.

– ¡De nada! -le gritó él.

A pesar de todo, no podía dejar de pensar en lo familiar que le resultaba. De repente, lo recordó todo. La había visto en la acera que había delante del bar la noche antes de ir a Cape Cod. Lo raro era que entonces también le había parecido reconocerla.

Conor la apartó de sus pensamientos. La única mujer en la que quería pensar era Olivia Farrell. Su única preocupación era encontrarla y decirle lo mucho que la quería. Todo lo demás podía esperar.


– ¡Kevin!

Olivia estaba en su tienda de Charles Street, mirando al hombre que había sido su socio. ¡Era la última persona que esperaba ver!

Estaba un poco más delgado, pero seguía siendo el mismo hombre, solo que entonces, todos lo consideraban un delincuente.

– Hola, Olivia.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– He salido de la cárcel. Conseguí hacer un trato por testificar contra Keenan y contra los policías que él había comprado. Sin embargo, Keenan también hizo un trato y no tuve que subirme al estrado. Soy un hombre libre.

– Supongo que debería darte las gracias. Si no fuera por ti, yo habría tenido que testificar.

– Lo siento mucho, Olivia. Sé que debería haber aceptado mi responsabilidad mucho antes en vez de pasarte mis problemas. Fue culpa mía, pero pagaré el precio. Yo seré el que tenga que mirar constantemente por encima del hombro, preguntándome si uno de los hombres de Keenan anda siguiéndome.

– Supongo que esperas volver a retomarlo todo donde lo dejaste, pero yo no quiero eso. He repasado el inventario y he separado nuestras adquisiciones. Voy a llevarme mis muebles a otra parte a finales de mes.

– De eso quería hablarte. Creo que mi credibilidad ha bajado mucho en esta ciudad y quiero cederte mi parte de la tienda. Tú puedes hacerte cargo de la hipoteca. A ti siempre se te dio mejor este negocio. Puedes retirar mi nombre del escaparate. Yo solo te pido una cosa.

– ¿Qué?

– Que me permitas vender a través de tu tienda. Voy a mudarme frecuentemente y necesitaré un modo de ganarme la vida. Yo te enviaré artículos de todo el país y tú podrás venderlos, tras cobrar una comisión.

– ¿Por qué haces esto por mí? -preguntó Olivia, que estaba encantada con el trato.

– Porque es lo que debo hacer. Voy a hacer que te llame mi abogado y que lo prepare todo. Te mandaré todas las cosas que encuentre de interés.

Con aquello, Kevin se dio la vuelta y se dispuso a marcharse.

– ¿Qué te hizo cambiar de opinión sobre testificar contra Keenan?

– Una visita de un policía llamado Quinn

– ¿Conor Quinn? ¿El te convenció para que testificaras?

– Vino a verme diez días antes del juicio.

Estaba muy preocupado por tu seguridad. Cambié de opinión después de hablar con él.

– ¿Me estás diciendo que Conor sabía que yo no tenía que testificar una semana y media antes de que empezara el juicio?

– Sí. Su compañero y él me ayudaron a conseguir el trato. Mi abogado solo tardó un día en convencer al departamento de policía. Está muy enamorado de ti, ¿lo sabías?

– ¿Cómo dices?

– Por eso estaba tan decidido a evitar que testificaras. Te quiere. Créeme, conozco los síntomas. Y si yo no me equivoco, tú también estás enamorada de él.

En el momento en que oyó aquellas palabras, Olivia se dio cuenta de la verdad que había en ellas. Había sabido desde el principio lo que sentía por Conor, pero intentar analizar sus sentimientos era misión imposible. Sin embargo, él se lo había dejado muy claro con sus actos. Se había quedado a su lado después de que la amenaza hubiera desaparecido. Solo esperaba que lo hubiera hecho porque no soportara verla marchar.

– Tengo que hablar con él -dijo ella, agarrando precipitadamente su abrigo-. Tienes llave. Cierra antes de marcharte.

No sabía dónde vivía Conor, su número de teléfono no estaba en las guías telefónicas y no podía recorrer todas las comisarías de la ciudad. Solo se le ocurrió un lugar donde buscarlo. En el bar de su padre. Sacó la dirección de un listín telefónico y se marchó rápidamente de su tienda.

Se estaba arriesgando mucho. Solo llevaban diez días separados, pero tenía que creer que, si se enfrentaba a él, Conor tal vez se viera obligado a admitir sus sentimientos.

Como tenía el coche en su casa, tomó un taxi. Mientras tanto, pensó cómo podía comenzar. Solo se le ocurría confesarle que ella estaba locamente enamorada de él y esperar que él respondiera. También podía decirle las razones por las que deberían estar juntos. Tal vez la mejor estrategia sería arrojarse a sus brazos y demostrarle con sus besos por qué no podría vivir sin ella.

Cuando el taxi la dejó a las afueras del bar, vio que aquello estaba lleno de coches. Se oía el distintivo sonido de la música irlandesa. Antes de entrar por la puerta, se alisó el cabello y respiró profundamente. Ocurriera lo que ocurriera, aquel momento cambiaría su vida para siempre.

Al entrar en el bar, se encontró en medio de una fiesta. Todo el mundo bailaba al son de la alegre música, charlando y riendo. Miró a su alrededor, rezando para que viera un rostro conocido o esperando que Conor apareciera entre la multitud y la tomara entre sus brazos.

– ¿Olivia?

Al darse la vuelta, vio a Brendan. El alivio se apoderó de ella. Entonces notó que todos los hermanos, menos Conor, estaban presentes. Cuando se acercó a ellos, Dylan se levantó para cederle su taburete.

– Estoy buscando a Conor. ¿Está aquí? – preguntó, muy nerviosa.

– No -respondió Brendan-, todos lo estamos esperando. Esta fiesta es en su honor.

– ¿Una fiesta para Conor? ¿Por qué?

– Han vuelto a admitirle en su trabajo – explicó Dylan-. ¿No te habló de la investigación a la que le estaban sometiendo?

– Sí, pero hace algún tiempo que no nos vemos. Ahora necesito hablar con él. ¿Puedes decirme dónde vive?

– Es mejor que te quedes aquí -sugirió Dylan-. Nosotros lo encontraremos por ti. Brendan, tú ve a su apartamento. Yo iré a la comisaría por si todavía sigue allí. Sean y Brian, id a los bares que frecuenta con sus amigos los policías. Y tú, Liam, quédate a hacerle compañía a Olivia. Dale algo de comer y de beber. Esta fiesta era en su honor y ya va siendo hora de que se presente, tanto si quiere como si no.

Olivia observó a todos los hermanos, todos ellos tan guapos como Conor, mientras iban a buscar al mayor de todos. Ella se volvió a Liam.

– Creo que tomaré un refresco mientras espero.

– Estás en un pub irlandés, mujer. O te tomas una Guinness o no nada.


Conor se bajó del coche frente al bar de su padre por segunda vez aquella noche. La calle estaba oscura y tranquila, pero Conor sabía el bullicio que lo esperaba en el interior del bar.

Había recorrido toda la ciudad en busca de Olivia. Incluso había hecho que dictaran una orden para localizar su coche inmediatamente, pero lo habían encontrado aparcado frente a su apartamento. Había pasado por el piso dos veces, por la tienda tres e incluso había llamado a casa de la señora Callaban. La mujer lo había mirado con sospecha y, tras asegurarse de que no le llevaba a Tommy, le había dicho que no había visto a Olivia desde la última vez que le pagó el alquiler.

También le pasó por la cabeza que estuviera con Kevin Ford, dado que él ya no tenía que ir a la cárcel, disfrutando en una playa caribeña. Había visto en los ojos del hombre que estaba perdidamente enamorado de ella.

Abrió la puerta del bar y entró en su interior. El aire estaba lleno de humo, pero ya solo quedaban unas pocas personas sentadas a la barra. Conor se sentó en un taburete y le hizo un gesto a Dylan, que le sirvió rápidamente una Guinness.

– Te has perdido tu fiesta…

– ¿Qué fiesta? -preguntó Conor con una triste sonrisa.

– ¿Dónde estabas? -le preguntó Sean-. Llevamos buscándote toda la noche. Resulta imposible localizarte cuando no quieres que te encuentren.

– Tenía algo de lo que ocuparme -dijo

Conor, tomando un largo sorbo de cerveza.

– Pues aquí también lo tenías -afirmó Sean, mientras se ponía a secar la barra.

– Lo siento, no estaba de humor para fiestas

– No está hablando de la fiesta, sino de Olivia -comentó Dylan.

– ¿Olivia?

– Brendan está jugando a los dardos con ella. Lleva esperándote toda la noche.

– ¿Esperándome?

– No, idiota, al Papa. Si fuera tú, yo iría a verla enseguida antes de que Brendan la seduzca y decida cambiar de Quinn.

Conor se quedó inmóvil. ¿Qué iba a decirle? Había cometido ya tantos errores, que lo único que se le ocurría era decirle lo mucho que la amaba.

– Lo único que tienes que hacer es decirle lo que sientes -sugirió Dylan, como si le hubiera leído los pensamientos.

– Ella te quiere, Conor -murmuró Sean-. No habría venido aquí si no fuera así. No seas idiota y ve con ella. Es hora de que demuestres que no es cierto lo de las mujeres y los

Quinn.

Conor se levantó del taburete y, tras tomar otro trago de cerveza, se dirigió a la parte trasera del bar, donde estaba el tablero de dardos.

Tanto Brendan como Olivia estaban de espaldas a él. Ella reía por las bromas de su hermano. Cuando se giraron para ir a reclamar sus dardos y contar la puntuación, Conor sintió que todo, menos ella, desaparecía de su campo de visión.

No oyó lo que Brendan le decía ni la música que sonaba en aquellos momentos. Solo vio el cálido reflejo de su cabello y el aroma de su perfume.

– Hola.

– Hola, Conor.

– Llevo buscándote toda la noche. He estado en tu apartamento y en la tienda, pero no estabas.

– Estaba aquí.

– Estás preciosa… Quería verte porque hay algunas cosas que necesito decirte.

– Yo también.

– Aquellos últimos días que estuvimos juntos, yo…

– Lo sé -replicó Olivia-. No fueron por tu trabajo, ¿verdad?

– ¿Cómo lo sabes?

– Me lo ha dicho Kevin Ford. Me ha explicado que consiguió un trato el día después de que tú fueras a visitarlo, nueve días antes del juicio. Tú me dijiste que yo estaba a salvo cuatro días antes del juicio. Entonces, me pregunté por qué me lo habías ocultado tantos días.

– Olivia, no se me ocurre mejor modo de explicártelo que hacerlo con dos palabras. Te quiero. Probablemente te he querido desde el día en que me pegaste aquella patada. Siento haber tardado tanto tiempo en darme cuenta, pero no hacía más que convencerme a mí mismo de que solo era parte del trabajo… Que había interpretado mal mis sentimientos protectores hacia ti. Pero ahora sé que no es cierto. Sé lo que siento y no quiero pasar otro día de mi vida sin ti.

Entonces, Conor le agarró las manos y la llevó a una de las mesas. Allí hizo que se sentara y luego se sentó frente a ella.

– Supongo que te estás preguntando cómo sé ahora que te amo -susurró él, entrelazando sus dedos con los de ella.

– No. Solo…

– Bueno, déjame explicarte. Cuando mi madre se marchó, se olvidó completamente de nosotros. Supongo que siempre creí que, si resultaba tan fácil para una madre, cualquier otra mujer podría hacerme lo mismo. Incluso tú.

– Yo nunca…

– Cuando nos conocimos, traté de mantener las distancias, pero tú me necesitabas. Al final, me di cuenta de que yo te necesitaba también a ti… Te habías apoderado de mi corazón, algo que ninguna otra mujer ha conseguido jamás. Yo…

– ¿Puedo decir algo, por favor?

Conor se quedó inmóvil. Estaba convencido de que ella iba a rechazarlo e iba destruir la imagen de un futuro juntos.

– De acuerdo -susurró él, muy triste.

– ¿Quieres dejar de hablar y besarme de una vez?

Atónito, Conor la miró durante un largo instante. En ese tiempo, vio todo el amor que sentía por ella reflejado en los ojos de Olivia. Entonces, se inclinó sobre la mesa e hizo exactamente lo que ella le había pedido. La besó y comprendió que ella nunca lo destruiría, sino que, a cada momento que pasara con ella, mejoraría como hombre. Ella lo amaba y con aquel amor y el que él sentía podían conquistar el mundo.

– Cásate conmigo -murmuró-. Haz de mí el hombre más feliz de la tierra.

– Sí.

– ¿De verdad? -preguntó, incrédulo. Había esperado una excusa, tiempo para pensarlo… Nunca una respuesta tan contundente.

– Sí, claro que me casaré contigo, Conor Quinn. Viviremos juntos, nos amaremos y prometo darte unos hermosos hijos e hijas. Y te prometo, que sean cuales sean los problemas que se ciernan sobre nosotros, nunca, nunca te dejaré.

Conor se levantó, la tomó entre sus brazos y volvió a besarla, larga y apasionadamente. Entonces, miró a su alrededor y descubrió que todos sus hermanos se habían acercado a ellos. Entonces, se echó a reír y abrazó a Olivia.

– Voy a casarme.

– ¿Sí? -preguntó Dylan-. ¿Y dónde has encontrado una mujer tan loca como para casarse contigo?

– En el mismo lugar que encontró una mujer dispuesta a tener como cuñados a un puñado de hermanos tan irlandeses como él -respondió Olivia-. Es decir, si me aceptáis.

Los hermanos los rodearon para darles sus mejores deseos de felicidad y amor. Conor dio entonces un paso atrás para contemplar a la mujer que amaba más que a sí mismo y a los hermanos que habían sido toda su vida hasta que la conoció. Entonces, tomó su vaso de Guinness y lo levantó por encima de sus cabezas.

– Por la leyenda de la familia Quinn.

– Por la leyenda de la familia Quinn -repitieron sus hermanos.

– Ojalá que encontréis una mujer tan maravillosa como Olivia que os dé todo su amor. Un Quinn no es nada sin una mujer a su lado.

Todos bebieron para rubricar aquellas palabras. Entonces, Conor agarró a Olivia por la cintura y volvió a besarla. Liam echó una moneda en la máquina y seleccionó una preciosa canción irlandesa. Conor tomó a Olivia entre sus brazos y empezó a darle vueltas y más vueltas hasta que ella se ruborizó y se quedó sin aliento. Mientras bailaban, él pensó en todos los bailes que compartirían en el futuro: el del día de su boda, el de cada aniversario y el de cada hijo que tendrían.

Sabía que, mientras Olivia estuviera a su lado, entre sus brazos, nunca se lamentaría de un solo momento de su vida. El mayor de los Quinn había encontrado su media naranja y ya no pensaba volver a dejarla escapar.

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