Capítulo 7

Se había despertado en medio de un maravilloso sueño. Todo era cálido y cómodo, en aquellas pequeña vacaciones en Jamaica. Olivia sonrió y se acurrucó bajo el edredón que había quitado de la cama. La televisión brillaba en la oscuridad.

Durante mucho tiempo, estuvo entrando y saliendo de ese sueño. Se imaginaba a Conor tumbado en la arena, bañándose desnudo en el mar, haciéndole el amor en una hamaca…

Sería maravilloso tener una oportunidad como aquella para conocerse de verdad. Sin embargo, antes de que pudiera seguir imaginándose las vacaciones perfectas con el hombre perfecto, oyó que se abría la puerta. Olivia abrió los ojos y vio cómo Conor entraba en el apartamento.

Había estado ausente la mayor parte del día. Aunque no había estado preocupada, sentía curiosidad por ver en qué había empleado su tiempo.

De hecho, se sentía algo molesta de que él se hubiera despreocupado de ella mientras Olivia se pasaba el día en la casa, como una testigo responsable, aunque había aprovechado el tiempo para darse un baño, ver la televisión y pintarse las uñas de los pies.

– Por fin llegas -murmuró ella.

– ¿Estabas dormida?

– Me he portado como una perezosa todo el día. Me ha gustado poderme relajar por fin. Últimamente hemos estado muy ocupados.

– Sí, así ha sido -respondió él, sentándose en el sofá, todo lo lejos que pudo de ella para que no pudiera darle el abrazo que tanto deseaba-. Hace falta mucha energía para ir esquivando balas.

– ¿Cómo estás? ¿Te duele la herida?

– No mucho. La mayoría de las veces no me doy ni cuenta.

– ¿Qué te parece si te traigo algo de cenar? Tú túmbate y descansa. Te llamaré cuando esté lista la cena.

– Lo siento, no he traído nada de comer. Tuve que ocuparme de algunos asuntos policiales y luego me encontré con Danny y estuve hablando con él. Luego, pasé por casa de Dylan. No me di cuenta de la hora que era.

– No necesitamos nada. Tenemos vecinos. Sadie nos trajo un guisado de atún y un pastel de manzana. Louise, del piso de abajo, que está casada con un marino retirado, nos trajo un guisado de estilo mexicano y una macedonia. Y Geraldine nos trajo una cesta de luna de miel, llena de velas, champán y bombones. Luego tenemos galletas de Doris, que es muy divertida, y limonada de Ruth Ann, que se parece un poco a mi casera. Nos han invitado a jugar a la canasta el martes, al baile del sábado y a la cena del domingo.

– Veo que has estado tan ocupada como yo.

– Llevamos aquí un solo día y ya conozco a cinco de mis vecinos. Llevo en mi piso de Boston seis años y conozco a dos personas, a la mujer que alquila el apartamento del piso inferior y a mi casera.

– No te acostumbres demasiado -musitó Conor-. No viviremos aquí toda la vida.

Aquellas palabras tenían un cierto tono que Olivia nunca había oído antes.

No tenía que recordarle que solo estarían allí un periodo limitado de tiempo. Se lo recordaba ella misma todos los días, cada vez que lo miraba a los ojos o que lo tocaba.

Sin embargo, Olivia ya había decidido que no pensaría más en el futuro. Solo quería vivir el momento, disfrutar de Conor mientras lo tuviera con ella.

– ¿Por qué no te relajas? Prepararé la cena y luego podremos pasar una tarde tranquila. Sin balas ni persecuciones.

Aquello le hizo sonreír. Se estiró en el sofá y, a los pocos minutos, se había quedado dormido. Olivia lo cubrió con el edredón y se marchó a la cocina. Sacó el estofado de atún del frigorífico y lo metió en el horno. Sin saber cómo, se encontró imaginándose que él acababa de volver a casa después de un largo día de trabajo, que estaban casados y que vivían felices. Nunca antes se había imaginado una vida tan corriente para sí misma. Cuando había pensado en el matrimonio, siempre había sido de un modo más emocionante y urbano.

Había comprendido que las emociones no venían de tener un precioso apartamento o una emocionante vida social. Venían de momentos como aquel, en los que podía hacer más cómoda la vida de Conor. Sonrió y sacó dos copas de vino del armario. Entonces, se quedó inmóvil.

¿Qué estaba haciendo con todas aquellas fantasías de vacaciones y de veladas juntos?

– Él es un policía y tú una testigo -se recordó.

Tendría que recordarse la verdad más a menudo. Aquello no era un romance de cuento de hadas con un final feliz. Solo eran días robados con un policía que cumplía su misión de protegerla.

Media hora más tarde, el estofado hervía en el horno y ya lo había colocado todo en la mesita de café para una cena informal. Sacó el champán del frigorífico y encendió las velas que Geraldine había metido en la cesta. Todo parecía perfecto… y romántico.

Entonces, Olivia frunció el ceño. ¿No sería demasiado presuntuoso pensar que Conor quería compartir una velada romántica con ella? Tanto si quería reconocerlo como si no, aquella cena era el preludio para la seducción. Esperaba que las velas y el champán produjeran más besos y que aquellos besos llevaran a más.

Todo resultaba demasiado evidente. ¡Tenía que ser más dura! El rápido movimiento hizo que se le derramara cera en la mano. Tuvo que morderse el labio para no gritar. Dejó caer la vela sobre la mesa y esta fue a aterrizar sobre las servilletas de papel que había preparado. En un instante, las servilletas se prendieron. Olivia agarró la botella de champán y, con torpes dedos, trató de retirar el corcho. Antes de que pudiera hacerlo, el humo hizo que saltara la alarma de incendios.

Conor se despertó enseguida y se echó mano a la pistola que llevaba en el costado. Miró a su alrededor y se levantó rápidamente cuando vio el pequeño fuego que había sobre la mesa.

– ¿Qué diablos…?

Rápidamente le arrebató a ella la botella de champán y vacío la mitad sobre el pequeño fuego.

– ¿Qué diablos estabas haciendo? Olivia abrió la boca para explicarse, pero la cerró y salió corriendo hacia el dormitorio. Allí se sentó en la cama. ¿En qué había estado pensando? ¿En que podía seducirlo con una cena a la luz de las velas y una botella de champán?

– ¿Olivia?

– Vete -musitó ella, demasiado avergonzada como para mirarlo.

– Venga. No quería gritarte. La alarma contra incendios me sobresaltó, eso es todo. Venga, vamos a cenar. Ese estofado se está enfriando.

– ¡No tengo hambre!

– Si no te fijas en las servilletas abrasadas, la mesa está muy bonita. Y la comida parece estar deliciosa. Vamos -añadió, tirando de su mano para que se pusiera de pie.

Volvieron juntos al salón y se sentaron en el suelo. Conor encendió una de las velas,

– ¿Ves? Está muy bonita…

– ¿Qué estamos haciendo aquí? -preguntó ella, sin tocar la comida.

– Bueno, hace unos pocos minutos, estabas prendiendo fuego a nuestro escondite. Ahora, estamos cenando.

– No, me refiero a qué estamos haciendo de verdad. Tú eres policía y yo soy una testigo y en lo único en lo que puedo pensar es en cómo seducirte con un estofado de atún y champán para que vuelvas a besarme. ¿Qué va a pasar con nosotros cuando todo esto termine?

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Ya sabes a lo que me refiero. Anoche nos acostamos juntos. ¿Vamos a dejarlo cuando este asunto termine y sigamos cada uno con nuestras vidas?

– No sé, Olivia. No esperaba que esto ocurriera. Simplemente ocurrió.

– Y, en lo que a ti respecta, todo es un error.

– No está bien y yo podría perder mi trabajo por ello, pero ya no hay marcha atrás, así que supongo que no deberíamos preocuparnos al respecto.

– Claro que hay marcha atrás.

– ¿Cómo?

– Solo tenemos que parar esto ahora mismo. Fingir que nunca ocurrió -dijo ella, poniéndose de pie-. Claro que podemos hacerlo. Antes de que todo pierda el control.

– Creo ese barco ya ha zarpado.

– No, no ha zarpado. De ahora en adelante nos comportaremos del modo en que se supone que deberíamos hacerlo. Tú eres policía y yo tu testigo -murmuró, tratando de sonreír-. Creo… creo que voy a ir a dormir un poco. En mi habitación. Sola.

Como se había pasado casi toda la tarde durmiendo, no tenía sueño, pero sabía que, si no se alejaba de Conor en aquel instante, no habría modo de no desearlo.

– Me… me… me marcho.

Olivia esperó, imaginándose que él la detendría, que trataría de explicarle todas las razones por las que su plan nunca iba a funcionar, pero Conor se limitó a mirarla, con un gesto de resignación en su hermoso rostro. Olivia se sintió como si le partieran en dos el corazón. ¿Cómo podía ella desearlo tanto aun sabiendo los problemas que aquello podría ocasionar a Conor? ¿Y cómo podría él desearla tan poco como para permitir que se marchara?

– Buenas noches -murmuró ella. Con aquello, se dio la vuelta y se metió en la habitación. Esperó que él la llamara, que fuera a buscarla, pero Conor permaneció en silencio. Aquel silencio le decía todo lo que necesitaba saber.

No la deseaba o, si lo hacía, era lo suficiente fuerte como para resistirse. Olivia se sentó en la cama y respiró profundamente. Si por lo menos ella pudiera encontrar la misma fortaleza, tal vez pudiera pasar aquellos días sin volverse loca.

Olivia estuvo largo tiempo en el salón, a oscuras, contemplando el sueño de Conor a la luz de la luna. Eran casi las tres de la mañana y ella no había conseguido pegar ojo, pero Conor no tenía el mismo problema.

Olivia quería tocarlo por última vez, deslizar los dedos sobre su amplio torso. Quería volver a besarlo, perderse en el sabor de su boca…

Sin embargo, habían tomando una decisión y ella pensaba cumplirla. Ceder a sus impulsos solo sería pura debilidad. Además, la perspectiva de verse rechazada por Conor era demasiado humillante.

Entonces, se dio la vuelta para marcharse, pero no vio la mesa de café. Se golpeó la espinilla con ella. Tuvo que morderse los labios para no gritar, pero no pudo evitar maldecir en voz baja. El dolor fue pasándosele poco a poco y consiguió dar unos pasos.

– ¿Olivia? -preguntó él, incorporándose-. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Es que no te encuentras bien?

– No…

– ¿Qué te pasa?

– Yo… tenía sed. Me levanté por un poco de agua.

Aquello sonó como una buena excusa, aunque el agua estaba en la cocina, no en el salón. Entonces, Conor se puso de pie. Olivia se dio cuenta de que solo llevaba puestos los calzoncillos y gruñó en voz baja. ¿Por qué no podían haberle enviado un oficial con una gran barriga y piernas arqueadas? ¿Por qué la habían tentado con un hombre perfecto?

– ¿Quieres que traiga un vaso de agua de la cocina?

– No deseo agua… te deseo a ti -confesó ella-. No… no puedo dormir y quiero que vengas a la cama conmigo.

– Olivia, yo…

– Sé lo que estás tratando de hacer y lo comprendo, pero sé que esto solo será una semana. Cuando los dos volvamos al mundo real, no habrá nada entre nosotros. Ahora no estamos en el mundo real. Hazme el amor, Conor. Solo una vez más. Te prometo que no volveré a pedírtelo.

Gimió suavemente cuando él extendió los dedos y le acarició suavemente la mejilla. Aquella caricia hizo que los latidos del corazón se le aceleraran. Durante un momento, estuvo segura de que la iba a rechazar. Sin embargo, él la tomó entre sus brazos y la estrechó entre ellos. Ella le acarició el rostro, decidida a memorizar centímetro a centímetro el rostro del hombre que tanto amaba.

Él podía amarla a ella. Olivia lo sabía, pero le llevaría tiempo, y aquello era algo de lo que no disponían. Lo único que podía esperar era que, cuando se separaran, Conor se diera cuenta de la profundidad de lo que sentía por ella y que volviera a su lado. Aquella noche, iba a hacer todo lo posible por que aquello ocurriera,

– Dime lo que quieres -susurró ella, quitándose la camiseta que llevaba puesta, quedándose completamente desnuda ante él.

– ¿Por qué no puedo terminar con esto?

– Porque me deseas. Igual que yo te deseo a ti.

Al mirarlo a los ojos, Olivia vio que no solo la deseaba sino que también la necesitaba, tanto como ella a él. Extendió la mano y se apartó el cabello de los hombros. Conor le miró los pechos y luego el resto del cuerpo.

– Vente a la cama conmigo…

Él le rodeó la cintura con las manos y la estrechó entre sus brazos. Se besaron, torpemente al principio y luego cada vez más desesperadamente.

– Dime que me deseas -murmuró ella, lamiéndole el pezón.

– No te deseo -gruñó él-. No puedo desearte…

– Pero me deseas y te lo puedo demostrar. Bajó las manos a la cinturilla de sus calzoncillos y lentamente se los fue bajando. La tela se le enganchó en la prueba de su deseo. Estaba tan erecto como hermoso y, mientras Olivia se inclinaba para bajarle del todo los calzoncillos, lo besó en su masculinidad.

El gemido de placer que él emitió rompió el silencio. Olivia no se movió y lenta, deliberadamente, saboreó su sexo, deslizando la lengua por encima y acogiéndolo en la boca. Aquel placer que le daba era tan íntimo, que estaba segura de que él la detendría. Sin embargo, Conor le entrelazó los dedos entre el cabello y la sujetó, observando cómo le daba placer con la boca, deteniéndola cuando las sensaciones eran demasiado fuertes y animándola cuando quería más.

De repente, la tomó de las manos e hizo que se levantara. Frenético de necesidad, la besó apasionadamente. Su erección se apretaba contra su vientre, cálida y húmeda por su saliva.

– Dime lo que deseas -susurró ella-. Dime que me deseas…

– Te deseo -dijo él, levantándola por la cintura. Rápidamente, ella le rodeó las caderas con las piernas. La punta de su erección rozó la entrada de su feminidad-. Ayúdame. Te deseo tanto que no puedo soportarlo.

Olivia inclinó la cabeza y sonrió. No se había equivocado.

Conor la llevó hasta la mesa del comedor, donde había dejado su ropa. Tras colocarla al borde de la mesa, sacó la cartera. Olivia agarró el preservativo que él había querido extraer y rasgó el envoltorio. Sin embargo, Conor se lo arrebató, como si sus caricias fueran mucho más de lo que pudiera soportar.

Tras situarse de nuevo entre sus piernas, lentamente la dejó encima de la mesa y empezó a chuparle uno de los pezones. Olivia suspiró, dejando que él tomara el control y gozando al sentir el cuerpo de Conor contra el suyo. Experimentó un delicioso placer cuando él le hizo el amor del mismo modo en que ella se lo había hecho antes.

Descubrió todos los puntos que la hacían palpitar y temblar de necesidad. Cuando finalmente saboreó el centro de su feminidad, acariciándolo suavemente con la lengua, Olivia se sintió más allá del pensamiento racional. Aquello era lo único que deseaba en la vida y él era lo único que quería y necesitaba.

– Por favor -murmuró Olivia, haciendo que él volviera a besarla en los labios-. Por favor…

Conor la acercó más al filo de la mesa y con una exquisita ternura, la penetró. Ella murmuró su nombre, arqueándose contra él, deseando que la condujera hasta el fin.

Conor se hundió en ella completamente y luego se retiró, como si quisiera hacer que lo deseara más. Con cada empuje, el movimiento se iba incrementando. Conor sentía que Olivia estaba cerca del clímax, pero sería él quien decidiera cuándo lo alcanzaba.

De repente, se detuvo en seco.

– No -gimió ella, retorciéndose contra él. Con un gruñido, Conor la agarró por las muñecas y se las inmovilizó por encima de la cabeza, sin salir de ella. Durante un momento, Olivia creyó que aquello era todo, que la había llevado al borde del placer para dejarla deseando todavía más. Entonces, él la besó dulcemente.

– Dime que me deseas -dijo él, mirándola con intensidad a los ojos.

– Te deseo -murmuró ella, gimiendo al sentir que Conor se iba deslizando al exterior.

– Vuelve a decírmelo.

– Te deseo. Te necesito, Conor, por favor… Cuando abrió los ojos, vio que la estaba mirando muy fijamente, pero con una expresión tan suave como una caricia.

– Dime que me amas. Solo por esta noche, dímelo.

Olivia sintió una gran emoción dentro de ella al escuchar aquella petición. Aunque él solo quería oír las palabras, sabía que había mucho más en su alma y en su corazón y que había una razón para que él necesitara escuchar aquellas palabras.

– Te amo -murmuró, tomando el hermoso rostro entre sus manos-. Solo por esta noche, te amo.

– Y yo te amo a ti -replicó él, besándola dulcemente-. Solo por esta noche.

Cuando los dos alcanzaron el éxtasis, Olivia se dio cuenta de algo. Cada uno formaba parte del otro. Pasara lo que pasara y fuera lo que fuera lo que los separaba, siempre les quedaría aquel momento tan maravilloso que habían compartido juntos.

El ruido lo despertó. Conor se maravillaba continuamente de cómo distinguía un ruido que le resultaba amenazador de otro que no lo era. En aquella ocasión, sus instintos se pusieron alerta. Olivia dormía plácidamente a su lado, desconocedora del peligro. Pensó en despertarla, pero decidió investigar primero.

Se levantó de la cama y recogió su pistola. Pensó en vestirse, por si acaso el intruso era una de las amigas de Lila Wright. Se limitó a ponerse solo los calzoncillos.

Salió lentamente del dormitorio y se asomó al salón. Los rayos del sol lo iluminaban todo. Entonces, los ruidos se fueron haciendo más altos. Si era uno de los hombres de Keenan, no estaba esforzándose mucho por ocultar su presencia.

Llegó a la conclusión de que los ruidos provenían de la cocina. Silenciosamente avanzó por el vestíbulo y entró en la cocina, con la pistola apuntando al pecho del intruso.

– ¡Quieto!

En aquel mismo momento, notó el olor a café. Entonces un hombre rubio, con una cazadora de cuero, levantó las manos y bajó la cabeza. En aquel momento, Conor reconoció a Danny Wright.

– ¡Maldita sea! ¡Podría haberte matado! Danny se volvió lentamente y, al ver la escueta indumentaria de su amigo, frunció el ceño. Sin embargo, no hizo ningún comentario. Solo se sonrojó un poco.

– ¿Que diablos estás haciendo aquí?

– Tenía que hablar contigo. Llamé, pero no contestó nadie. Por eso, utilicé mi llave. Me imaginé que, después de lo que los dos habíais pasado, se os habían pegado las sábanas.

– ¿Por qué estás aquí? -repitió Conor.

– Vine a decirte que el departamento ha hecho un trato con Kevin Ford, Va a testificar contra Keenan a cambio de una reducción de sus cargos. También lo entrevistó el departamento de asuntos internos y les dio el nombre del policía que trató de coaccionarlo. Ford tiene papeles y cintas que aportan suficientes pruebas como para meter a Keenan en la cárcel mucho tiempo. Olivia no tendrá que testificar.

– ¿Estás seguro?

– Claro. Ella era el único modo de conectar a Ford con Keenan. Con el cambio de actitud de Ford, muchos de los socios de Keenan decidirán declarar a cambio de favores. Está a salvo.

– De eso no podemos estar seguros hasta el día del juicio.

– Se dice por ahí que Keenan ya no está interesado en ella.

Conor se sirvió una taza de café y tomó un largo trago. Ya estaba. Podría volver a dejar a Olivia en su casa y los dos seguirían adelante con sus vidas. Lo que habían compartido la noche anterior se convertiría en un recuerdo.

– ¿Qué tal tienes el costado?

– Bien -respondió él. Casi se había olvidado.

– Hay algo más. El teniente quiere verte esta misma mañana.

– Supongo que quiere echarme una reprimenda por no fichar regularmente. O tal vez voy a tener que pagar toda las ventanas que se rompieron en el motel.

– Creo que es mucho más serio que eso. ¿Puedo hablar con libertad?

– Claro, los dos somos detectives, Danny. Compañeros. Yo no soy tu superior, a pesar de que sea unos años mayor que tú.

– Ya sabes que el capitán no es gran admirador tuyo. Después del incidente con ese delincuente, ha estado tratando de atraparte. Dice que no tienes respeto por la autoridad. Se dice que va a hacer que te investiguen y que tal vez presentará cargos contra ti.

– ¿Por qué?

– Descubrieron que fuiste a ver a Kevin Ford. Sus abogados dicen que tal vez lo amenazaste.

– ¿Se lo dijo Ford?

– No -respondió, mirando a su compañero de arriba abajo-. También cree que tú y… la testigo… estáis teniendo una relación personal. ¿Es cierto?

– ¿Qué te parece a ti?

– Que te estás acostando con ella. Y eso va contra todas las reglas tácitas y escritas que existen en el departamento de policía de Boston. Quiero que sepas que me gusta trabajar contigo, pero que me sentiría muy desilusionado si ocurriera algo que terminara con nuestro grupo de trabajo…

Conor sonrió al muchacho y le dio un golpe en el hombro.

– Puedes decirle al teniente que pasaré a verlo esta mañana para responder a todas las preguntas que quiera hacerme. Y si el capitán quiere investigar, puede hacerlo. No tengo nada que ocultar.

– ¡Danny!

Los dos hombres se giraron para mirar a Olivia, que estaba de pie al lado de la puerta de la cocina. Iba vestida con la camisa de franela de Conor y tenía el cabello revuelto. Él hubiera querido tomarla entre sus brazos y darle un beso, para empezar bien el día, pero se contuvo. La noche anterior había sido la última vez.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -añadió-. ¿Has venido para protegerme?

– En realidad, Danny ha venido para darme un mensaje de mi jefe. Y ya se marchaba, ¿verdad, Danny?

– Pero puedes quedarte a tomar un café, ¿verdad? No hemos tenido mucha compañía últimamente -explicó Olivia-. Quería darte las gracias por traer mis cosas de la casa de Cape Cod.

– No tienes por qué dármelas -replicó el muchacho inmediatamente embelesado con ella-. Además, me llevé a mi casa ese guiso de marisco.

– ¿La paella?

– Sí. Estaba muy buena. Eres una buena cocinera.

– ¿Se ha puesto el fiscal del distrito en contacto contigo, Danny?

– ¿El fiscal del distrito?

– Danny tiene que marcharse, Olivia. Ya llega tarde a trabajar.

– Pero, ¿no debería yo hablar con el fiscal del distrito antes de testificar? -preguntó ella mientras se servía un café-. Al menos eso es lo que hacen en las películas. No puedo presentarme en el juicio y responder así como así a sus preguntas. ¿No tiene que prepararme?

– Sí… -respondió Danny-. Bueno, no sé… Supongo que eso depende -añadió. Conor le dio la vuelta y lo sacó a empujones de la cocina en dirección a la puerta-. ¿Es que no vas darle las buenas noticias?

– Vuelve a la comisaría -murmuró Conor-. Yo iré después.

Tras abrir la puerta, empujó a Danny suavemente hacia el exterior. Luego, se apoyó en ella, mientras pensaba en las muchas formas que tenía de decirle que ya no tenían que seguir estando juntos. Sin embargo, no podía hacerlo todavía. Necesitaba un día o dos más, lo suficiente para ver si lo que habían compartido sería capaz de sobrevivir en el mundo real, para ver si había algo de verdad en las palabras que él le había hecho repetir la noche anterior.

Quería creer que Olivia podía amarlo, pero tenía la pura verdad delante de los ojos. Eran de dos mundos diferentes. Él era policía, con un sueldo de policía y con la vida de un policía. Olivia se merecía mucho más que eso. Tenía que tener un hombre que la llevara a fiestas de sociedad, que le hiciera conocer amigos ricos y con el que pudiera tener una conversación inteligente, no un policía que hubiera tenido que tomar clases nocturnas para terminar sus estudios y que prefería los informes de policía a la buena literatura.

– Probablemente no debería haber salido mientras Danny estaba aquí…

– No pasa nada.

– ¿Y si dice algo?

– Danny sabe cuándo tiene que mantener la boca cerrada -respondió él. Entonces, fue al comedor a recoger su ropa. Tenía miedo de volver a mirarla, de volver a tomarla entre sus brazos y de hacerle el amor durante el resto del día.

– Puedo prepararte algo de desayunar.

– No hace falta. Lo siento. Tengo que marcharme. Mi jefe quiere verme esta mañana y no puedo tenerlo esperando.

Olivia asintió y lo observó mientras se vestía. Para cuando se puso los calcetines y los zapatos, se sentía muy preocupada. Conor agarró su cazadora. Luego, se inclinó sobre ella para darle un casto beso en la mejilla.

– No salgas. Volveré enseguida. Cuando llegó al vestíbulo del edificio, se apoyó contra una pared y murmuró:

– Deberías dejarla marchar mientras todavía puedes.

Sería tan fácil. Lo único que podía hacer era enviarle a alguien al piso para darle las buenas noticias. Ella recogería sus cosas y se marcharía. Así, él no tendría que volver a verla. Sin embargo, no pudo convencerse para hacerlo. Le haría demasiado daño a Olivia.

No. Esperaría. Un par de días más era todo lo que necesitaba para asegurarse. Entonces, podrían marcharse de aquel lugar y seguir con sus vidas. Tanto si terminaban juntos como separados, Conor sabría que les habría dado una oportunidad. Aquello era lo único que pedía. Una oportunidad.

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