Capítulo8

– ¿Por qué no podemos salir? -protestó Olivia-. Hace un tiempo precioso y no ha intentado matarme nadie desde hace días. ¿Por qué no podemos ir a dar un paseo, aunque sea en coche? ¡Podríamos salir a comer! Iríamos al campo, donde nadie nos reconocería. Me conformo hasta con uno de esos restaurantes en los que comes en el coche.

Conor la miró desde detrás del periódico. Llevaba muy callado varios días, distante, como si algo le pesara en la mente. Había ido en algunas ocasiones a la ciudad y había regresado aún más distraído, más tenso. Olivia había pensado que su preocupación se debía a que ella tuviera que declarar, pero no quería estropear los pocos días que les quedaban juntos, así que había decidido no hacer preguntas.

Las noches no habían cambiado. Los dos se olvidaban convenientemente de sus promesas y caían en la cama cada noche con más pasión que nunca. De hecho, Conor le hacía el amor hasta que casi no podían moverse, como si estuviera con ella por última vez. Después de cada una de las noches, Olivia esperaba que desapareciera por la mañana, pero Conor estaba siempre a su lado cuando se despertaba.

Ninguno de los dos había hablado del futuro, pero Olivia sabía que cada día que pasaba los acercaba más al fin.

– Por favor, deja el periódico…

– De acuerdo -accedió Conor-. Iremos a dar un paseo en coche. Te mostraré mi rincón favorito de Boston.

Olivia aplaudió encantada y fue corriendo al dormitorio por su abrigo. No le importaba que estuvieran corriendo un riesgo. Además, necesitaba una oportunidad de ver cómo se defendían sus sentimientos en el mundo real, de ver si estaban a gusto el uno con el otro o aquel mundo irreal estallaba en pedazos.

Cuando salió de la habitación, Conor ya la estaba esperando en la puerta. Se la abrió galantemente y luego le ofreció el brazo.

– Su carruaje espera, señora -bromeó. De hecho, lo que más sorprendió a Olivia fue que accediera a salir con ella. Era siempre tan cuidadoso… sin embargo, últimamente le daba la sensación de que se había relajado un poco. Cuando salieron a la calle, ella extendió los brazos. Entonces, cerró los ojos y empezó a dar vueltas.

– Me siento como si me acabaran de soltar de la cárcel. Es un día glorioso…

Se montaron en el coche y se dirigieron en dirección a Concord. Olivia contemplaba el paisaje por la ventanilla. Aunque había visto los mismos lugares muchas veces, todo le parecía mucho más hermoso. No se había dado cuenta de lo aislada que había estado.

– ¿Dónde vamos?

– Ya lo verás.

– Sé que me voy a divertir, sea donde sea donde vayamos.

La mayor parte del camino transcurrió en silencio. Muy pronto llegaron al puerto de Boston. Allí, Conor aparcó el coche y fueron a pasear hacia el parque del puerto. Olivia entrelazó los dedos con los de él.

– Solía venir aquí de niño -explicó Conor mientras se sentaban en la hierba-. Sin embargo, ahora que me paro a pensarlo, nunca fui un niño.

– ¿No?

– No después de que se marchara mi madre. Cuando mi padre estaba pescando, yo tenía que ocuparme de mis hermanos. Solíamos venir aquí a contemplar los aviones. Si teníamos dinero, tomábamos el ferry e íbamos a Logan. Algunas veces, hasta entrábamos en el aeropuerto, aunque los de seguridad siempre nos detenían.

– ¿Y todo eso tú solo?

– Ya tenía entonces dieciséis años y mis hermanos estaban acostumbrados a obedecerme. Además, era mi excursión favorita. Si quería que mis hermanos hicieran algo, solo tenía que prometerles que íbamos a venir aquí para ver los aviones. Brendan se sabía memoria los horarios de los aviones y sabía el destino de todos ellos.

– Hiciste un buen trabajo con ellos. Todos son unos muchachos fenomenales. No los conozco muy bien, pero sé que es así.

– El problema es que no hice un trabajo tan bueno conmigo mismo.

– Eso no es cierto.

– Nunca me di mucha oportunidad de divertirme. Mis hermanos siempre me dicen que tengo que ser menos serio.

– Nosotros nos hemos divertido mucho. Bueno, eso cuando no nos disparaban.

– Sin embargo, nunca me divertí cuando era más joven. No tuve una cita con una chica hasta que no cumplí diecinueve años. A las chicas no les gustaba que me siguieran mis cinco hermanos a todas partes, pero yo no podía confiar que Dylan o Brendan se ocuparan de los gemelos y de Liam. Así que siempre me quedaba en casa. Supongo que por eso mi habilidad para relacionarme con la gente deja mucho que desear.

– Bueno, yo creo que tienes otras habilidades que la compensan -dijo ella, tumbándose en el césped.

Olivia miró al cielo. Había estado allí en otras ocasiones, pero aquella vez era diferente. Casi se imaginaba a aquellos chicos. Conor había sido un buen padre para ellos, y probablemente lo sería mucho mejor para sus propios hijos. Nunca había pensado en tener familia propia, pero, sentada allí con Conor, se imaginaba con hijos.

– Olivia, hay algo que tengo que decirte.

– No -murmuró ella. Entonces, se levantó y le colocó un dedo sobre los labios-. Este día es perfecto y no quiero estropearlo. Ya tendremos tiempo para hablar después. Ahora, solo quiero disfrutar del aire fresco y del sol -añadió, antes de volverse a dejar caer sobre la hierba-. ¿Cómo pude sentirme tan aterrorizada hace una semana y hoy encontrarme tan feliz? Quiero que esto dure.

– Me alegro.

– ¿Cómo crees que será mi vida cuando testifique contra Keenan? ¿Tendré que seguir preocupándome por él?

– No. No tendrás que volver a preocuparte nunca por Keenan.

– ¿Pero y si sale de la cárcel y quiere vengarse de mí?

– Entonces, yo te protegeré -le prometió él, tomándola de la mano y dándole un beso en la parte interior de la muñeca.

– ¿Nos veremos después del juicio?

– Tú estarás muy ocupada volviendo a levantar tu negocio. Y tendrás tus amigos. Ya no tendrás tiempo para pensar en mí.

– Eso no es cierto, Conor.

– Claro que lo es. Sé sincera, Olivia. Si yo me acercara a ti en la calle y te pidiera que salieras conmigo, saldrías corriendo en la dirección opuesta. Eres de un mundo diferente, con privilegios, sofisticada, culta. Yo soy solo un policía y no demasiado bueno.

– Yo no soy lo que tú crees. No crecí en Beacon Hill. Crecí en un piso encima de una tienda en North End. Mis padres eran hippies. Compraban y vendían lo que ellos llamaban antigüedades, pero que no eran más que trastos. Éramos muy pobres. Todo lo que ves surgió de la nada. Leí revistas para aprender a vestirme y estudié mucho para comprender a mis clientes. Incluso di clases de fonética para que me enseñaran a hablar como si tuviera dinero.

– De todos modos, ahora perteneces a ese mundo. Te has hecho tu lugar tú misma.

– Pero me gusta mucho tu mundo. Es mucho más emocionante y me hace sentir viva.

– Te propongo un trato. Cuando todo esto termine, volveremos a nuestras vidas de siempre. Si sigues sintiendo lo mismo al cabo de un mes, hablaremos.

Un mes entero sin Conor era impensable. Casi no podía pasar ni una hora sin él.

– ¿Me lo prometes? -preguntó ella-. ¿Solo un mes? Conor asintió.

– Nunca me arrepentiré de lo que hemos compartido -dijo Olivia

– Yo tampoco -le aseguró él, dándole un rápido beso en los labios-. Yo tampoco.

Las señoras se habían reunido para tomar café, como era su costumbre, pero, aquel día, se habían invitado al apartamento de Olivia para su ritual matutino. La joven no tuvo corazón para negarse y, de hecho, agradecía la compañía. Necesitaba algo que le impidiera pensar en Conor.

Desde aquella excursión al parque, las cosas habían cambiado, en cierto modo para mejor, pero en muchas cosas para peor. Se habían unido emocionalmente más que nunca, compartiendo historias de sus pasados y hablando de la infancia, de sus padres… Olivia se sentía como si le hubieran dado una ventana al alma de Conor, ya que él no era la clase de hombre que dejara ver al hombre que llevaba en su interior.

Sin embargo, desde aquella pequeña excursión, Conor no había vuelto a compartir la cama con ella. Como en muchos otros temas, Olivia había sentido miedo de abordar aquel asunto. Además, sospechaba que lo que estaba haciendo era prepararla para lo inevitable. Cuando comenzara el juicio, ya no habría razón para que siguieran juntos. Era un plan muy sensato, aunque le costaba mucho quedarse dormida sin sentir a su lado a Conor. Había sentido la tentación de pedirle una última noche juntos, pero ya lo había hecho una vez y no podría hacerlo de nuevo.

Olivia respiró profundamente. Debería sentirse satisfecha con la nueva dirección de su relación, en la que la intimidad había reemplazado al placer físico. Sin embargo, en los últimos días, le parecía que había llegado a amar a Conor más que nunca y quería expresarlo tanto en palabras como en gestos.

Olivia trató de superar sus frustraciones cocinando. Preparaba unas elaboradas comidas para ambos. Conor, por su parte, ejercitaba su físico mediante el jogging. Después de una larga ducha, iba a hacer los recados. Justo antes de comer, salían a dar otro paseo, algo que llevaban haciendo los tres últimos días.

Ella había conseguido olvidarse del juicio. Su preocupación se convertía en un pequeño ataque de aprensión. No sabía como cambiaría su vida después de testificar contra Keenan y Ford, pero no hacía más que imaginarse su futuro sin Conor. Estaba locamente enamorada de él y, por primera vez en su vida, creía que se trataba del hombre que podía hacerla feliz para siempre.

– ¡Dios mío, querida! Parece como si estuvieras a miles de kilómetros de distancia -le dijo Sadie.

Olivia parpadeó y luego miró a las cinco ancianas que se habían reunido en su casa a tomar café.

– Lo siento, ¿qué estabais diciendo?

– ¿Dónde está tu guapo marido?

– Ha salido a correr. Le gusta hacer ejercicio por la mañana. Algunas veces, también por la tarde. ¿Le apetece a alguien tomar más café?

Pintonees, se dio cuenta que todavía no se habían tomado la primera taza ni los pastelitos. Todas la miraban expectantes.

– Venga -susurró Ruth Ann, dándole un codazo a Sadie-. Pregúntaselo.

– ¿Preguntarme? ¿Preguntarme qué?

– Bueno, querida. Cuéntanoslo todo. ¿Cómo es el sexo? -preguntó Sadie, con una sonrisa.

– ¿El sexo? -repitió ella, sin comprender.

– Sí, querida, cuéntanos -dijo Geraldine-. ¿Se hacen ahora cosas nuevas? Nos gustaría mantenernos al día.

– Es evidente que tú lo haces bien -comentó Ruth Ann-. Ese marido tuyo siempre parece muy satisfecho. No te avergüences, querida. El sexo es un tema de conversación muy habitual entre nosotras.

– Bueno, no creo que… -susurró Olivia, sonrojándose.

– Tal vez si aprendiera cosas nuevas – dijo Louise-, mi George no estaría siempre mirando a esa zorra de Eleanor Harrington. Desde que su marido murió, está a la caza.

– Con el porcentaje de mujeres que hay aquí, es una competición despiadada -añadió Sadie-. Yo tengo a mi Harold bajo siete llaves por miedo a que me lo quite una de esas viudas.

– ¿Cómo mantienes a tu hombre contento? -preguntó Doris-. ¿Le preparas platos especiales? He oído que las ostras ponen muy cachondos a los hombres.

– ¿Cachondos? -repitió Olivia, tragando saliva.

– No, Doris. Yo he probado las ostras con Harold y solo le dan gases -afirmó Sadie-. Creo que debe de haber nuevas técnicas. Yo veo libros en la librería, no me atrevo a leerlos. Hay uno que se llama Cómo volver a un hombre loco en la cama.

– Me preguntó si lo tendrán en la biblioteca -comentó Louise.

De repente, la puerta del piso se abrió y entró Conor. Tenía la camiseta empapada de sudor. Se había marchado antes de que llegaran las vecinas y Olivia no se había atrevido a contarle sus planes por medio a que estuviera en desacuerdo con ellos.

– ¡Hola, cariño! -exclamó, poniéndose de pie para recibirla.

Conor miró a su alrededor y, entonces, plantó un beso en los labios de Olivia, lo que la sorprendió mucho. Las señoras se echaron a reír y Conor sonrió.

– Buenos días, señoras. ¿Cómo están? – les preguntó. Todas se echaron a reír, como colegialas-. ¿Puedo hablar contigo en el dormitorio? -añadió, refiriéndose a Olivia.

Olivia lo siguió y cerró la puerta del cuarto. Todas las cosas de Conor estaban esparcidas por todas partes, ya que las había tenido que recoger precipitadamente antes de que las mujeres llegaran.

– Lo siento, sé que no te gusta que entable relación con las vecinas, pero…

– No ese eso, ¿Dónde están mis llaves?

– ¿De verdad que no te importa?

– No -repitió él, revolviendo entre la ropa-. No me importa. ¿Sabes dónde están mis llaves?

– Estaban metidas en un zapato, bajo la de café -dijo ella, tras recogerlas de encima de la cómoda-. Tuve que limpiar antes de que llegaran las ancianas.

– Tengo que marcharme. ¿Te importa quedarte sola?

– Pensé que íbamos a salir a…

– No podemos. Tengo unos asuntos de los que ocuparme en la comisaría. Voy a ir a mi casa primero para darme una ducha y cambiarme. Probablemente estaré fuera la mayor parte del día.

– ¿Tiene que ver esto con el juicio?

– No. Es un asunto del que me tengo que ocupar -dijo él, abriendo la puerta del dormitorio y saliendo disparado en dirección a la puerta de la calle.

– Conor, espera.

Olivia hizo un gesto señalando a las ancianas. Entonces, él se inclinó sobre ella y volvió a besarla en los labios.

– Te veré dentro de un rato, querida – dijo. Entonces, tras hacer un gesto de despedida para las cinco mujeres, se marchó.

– Adiós -murmuró Olivia, volviéndose a sentar con sus invitadas.

– Supongo que la luna de miel tiene que acabarse en algún momento -suspiró Sadie.

Olivia sonrió y se sirvió un poco de zumo de naranja. Entonces, notó un pequeño centro de flores que Geraldine había llevado para adornar la mesa. Las margaritas estaban colocadas en un florero de imitación a plata. Olivia arrancó una margarita y empezó a quitarle los pétalos.

Las señoras continuaron hablando mientras ella las escuchaba sin mucho interés. Entonces, tomó el florero y estudió el diseño. Para ser una imitación, era de lo más notable. Pesaba casi lo que debería pensar si fuera de plata.

– ¿Dónde conseguiste esto? -le preguntó a Geraldine. Cuando miró la parte inferior, el corazón le dio un vuelco.

– En el supermercado. Me encantan las flores y venden ramos muy baratos. Duran casi una semana.

– No me refería a las flores, sino al jarrón.

– No sé. Solía ir a muchos mercadillos cuando me casé. No teníamos mucho dinero así que tuvimos que decorar la casa con cosas de segunda mano. Supongo que será de entonces.

– ¿En un mercadillo?

– ¿Y qué importa? Es solo una cosa sin valor, pero me pareció que resultaba muy bonito como jarrón.

– ¿Te importa si lo tomo prestado?

– Bueno, como si te lo quieres quedar.

– No, no creo que quieras dármelo. Tengo que ir a Boston, pero Conor se ha llevado el coche.

– ¿Es que pasa algo malo? -preguntó Sadie.

– No. De hecho, puede resultar algo muy agradable, pero quiero asegurarme primero. ¿Me puede llevar alguien a la estación?

– ¿Qué es lo que pasa, querida? -insistió Sadie.

– Es eso. Geraldine, creo que podría ser muy valioso -dijo Olivia, levantando el jarrón-, pero no estoy segura. Tengo que comprobar algunos libros.

– ¿Valioso? ¿Ese chisme? ¿Cómo de valioso? -preguntó Geraldine.

– Muy valioso. Bueno, ¿quién me lleva? – preguntó Olivia tras recoger su bolso y su abrigo.

– Bueno, yo te llevaré -afirmó Sadie, muy emocionada-. Un tesoro muy valioso. Venga, señoras, vayámonos. Ya nos lo contará todo en el coche.

Antes de salir, Olivia se preguntó si debía dejar una nota para Conor. Al final, decidió no hacerlo. Tardaría un par de horas como mucho. No, no dejaría una nota. Volvería mucho antes que él.

Por una vez en su vida, Conor deseó volver a estar en el coche patrulla. Al menos, tendría una sirena con la que abrirse paso. En vez de eso, estaba atascado con el montón de chatarra que le había dado su hermano.

Al llegar al apartamento, se lo había encontrado vacío. Al principio había pensado que Olivia estaba en el apartamento de alguna de las ancianas. Sin embargo, al llamar al apartamento de Sadie, esta le había dicho que la había llevado a la estación de tren porque quería ir a Boston.

Primero se le ocurrió que había averiguado algo sobre Kevin Ford y que sabía que no tenía que testificar. Seguramente se había enterado de que le había mentido y le había robado aquellos cuatro días,

Después de aquella noche tan maravillosa sobre la mesa del comedor, sabía que no podría dejarla marchar. Por eso le había ocultado la verdad y Olivia nunca lo perdonaría por ello.

Siempre había tenido un fuerte sentido de la moralidad. ¿Qué le había ocurrido? Desde el día en que la conoció, había hecho cosas que antes le hubieran resultado impensables. Sin embargo, lo había hecho todo con la esperanza de que Olivia pudiera querer un futuro con él.

Charles Street, como siempre, era un hervidero de vehículos, peatones y turistas. Conor aparcó en doble fila, pero, al llegar a la tienda de Olivia, la encontró cerrada. Se asomó por las ventanas, pero no pudo ver nada en la oscuridad. El corazón empezó a latirle a toda velocidad y sus instintos se pusieron en alerta, pero, entonces, recordó que ella ya no corría ningún peligro. Rápidamente, llamó a la puerta y esperó impacientemente. Sadie le había mencionado un jarrón de plata y por eso había dado por sentado que habría ido a la tienda, aunque podría estar en su casa o en la biblioteca.

Entonces, se oyó una voz desde el otro lado de la puerta. Era Olivia.

– Estamos cerrados.

– Olivia, déjame entrar. Soy Conor.

– ¡Conor!

Rápidamente abrió la puerta y lo dejó entrar. El miró a su alrededor, impresionado por la selección de antigüedades que allí había. Aquel era su mundo, un ambiente que a él le resultaba completamente desconocido.

– Siento haberme marchado sin decírtelo. Pensé que regresaría antes de que tú volvieras. Por favor, no te enfades conmigo. He tenido mucho cuidado.

– No estoy enfadado contigo.

– Es que tenía que venir. No estaba segura de la marca, pero sabía que tenía un libro donde podría consultarlo. Pensé que nunca más me volvería a sentir así, Conor. Cada vez que me acordaba de cómo me ganaba la vida, me entristecía porque todo hubiera terminado. Entonces, vi esto y recuperé mis antiguas sensaciones.

– ¿Qué sensaciones?

– Es como un pequeño cosquilleo en el estómago. Normalmente, me digo que no hay que ser optimista. Es como cavar en el jardín y descubrir oro.

– ¿Y todo por ese jarrón?

La aventura del deseo

– Es de plata. Y es de Reveré.

– ¿Reveré? ¿Te refieres a que lo hizo Paúl Reveré?

– Efectivamente. Sus piezas han aparecido en los lugares más insospechados. ¿Tienes idea de cuánto vale? Hay muy pocas piezas y, cuando se encuentra una original, la gente se vuelve loca.

Conor la miró. Su culpabilidad fue mayor al ver lo feliz que estaba haciendo algo para que lo que tenía talento y que adoraba. Aquel era su mundo. Era allí donde debería estar. Y él la había apartado innecesariamente de todo aquello.

– Olivia, tenemos que hablar.

– Geraldine lo usaba de florero. ¿Sabes lo que significa esto? Lo pondré a la venta y todo el mundo vendrá a verlo. Mi tienda volverá a ser lo que era. El prestigio de tener esto en mi tienda me ayudará a recuperar la reputación perdida. Por favor, no te enojes conmigo. Sé que me arriesgué, pero…

– No.

– ¿No?

– No corriste ningún riesgo. Eso es lo que he venido a decirte.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Estás libre. Kevin Ford ha accedido a testificar y tiene tantas pruebas que con él bastará para meter a Keenan en la cárcel. Tú estás libre.

– ¿Ya no tengo que testificar?

– No.

Olivia le dio un beso, largo y apasionado, tanto que a él no le quedó más remedio que responder.

– No me lo puedo creer. Se ha terminado todo. Puedo volver a la vida real…

Una vida real. Aquellas palabras le dolieron tanto como si una daga le hubiera atravesado el corazón. Una vida sin él, entre sus carísimas antigüedades y sus amigos de la alta sociedad.

– Bueno, pues ya está -dijo él, tratando de aparentar indiferencia-. Puedo hacer que te lleven las cosas del piso a tu casa. Me aseguraré de que te devuelven sano y salvo a Tommy y…

– Estás hablando como si no fuéramos a volver a vernos.

– ¿Te acuerdas el trato que hicimos? Cada uno volvería a su vida y, si tú seguías sintiendo algo por mí dentro de un mes, ya hablaríamos. Bueno, pues creo que eso es lo que debemos hacer. Solo que no por un mes, sino por tres o cuatro…

– No me gusta este trato.

– Me han apartado del servicio, Olivia. Eso es lo que me han dicho en la reunión que he tenido hoy con mis superiores. Me van a investigar por… comportamiento inadecuado.

– ¡Pero si me salvaste la vida! ¿Cómo puede resultar eso inadecuado?

– Tú eras testigo en un caso y yo ejercí una influencia indebida sobre ti. Desarrollé sentimientos por ti que sabía que eran equivocados y no seguí las reglas de mi departamento. Me imagino que mi trayectoria profesional en el departamento de policía de Boston se ha terminado.

– Eso no importa. No me importa que seas o no policía.

– Pero a mí sí. Si no soy policía, no tengo nada. Esta profesión es mi vida.

– Me tienes a mí

– Pero no tengo nada que ofrecerte. Venga, Olivia, al menos deberías saber eso. Yo tengo que cuidar de la gente a la que amo. No puedo dejar que nadie me cuide a mí.

– Entonces, ¿lo admites?

– ¿Admitir qué?

– Que me amas. Y yo te amo a ti. Juntos podremos superar esto.

– No -replicó Conor, deseando poder creerla. Sin embargo, no pensaba que las personas pudieran enamorarse en una semana. Y los que lo hacían se desenamoraban igual de rápidamente-. Tengo que superarlo yo solo. Y creo que tú necesitas tiempo para darte cuenta de que lo nuestro no existía en el mundo real, en el que tú vives. En tu mundo la gente no sale con policías.

– Por favor, no me dejes…

– Dale tiempo al tiempo.

Entonces, Conor se dio la vuelta y se dispuso a salir de la tienda. Al oír un sollozo a sus espaldas, se maldijo por hacerla sufrir, pero sabía que era mejor así. Sufriría unos cuantos días y luego se daría cuenta de que nunca lo había amado en serio.

Cuando llegó a la calle, tuvo que sobreponerse al deseo de volver a entrar y dejar que el amor se llevara todas sus dudas.

– Hay que darle tiempo al tiempo – murmuró mientras regresaba a su coche-. Tiempo al tiempo…

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