Olivia se mordió el labio inferior y arrancó el coche, rezando en silencio para que Dios evitara que se viera implicada en un accidente. Sin embargo, cuando se dio cuenta de cómo eran las marchas, supo que las oraciones no le servirían de nada. El coche tenía un cambio de marchas manual, no automático, y ella solo había conducido coches automáticos.
– No puedo hacerlo -dijo, mirando a Conor.
Tenía los ojos cerrados. Sabía que había estado trabajando mucho, pero aquel no era momento para quedarse dormido. Olivia extendió una mano y le sacudió el brazo. La mano de él cayó entre los asientos. Estaba húmeda y pegajosa. Era sangre.
– ¿Conor? ¿Conor, te encuentras bien? Él abrió los ojos a medias y, al principio, no pareció reconocerla.
– ¿Ya hemos llegado?
Olivia se inclinó sobre él para examinarle el brazo y rápidamente encontró el origen de la sangre. La camisa estaba empapada en todo el costado. Ella se sintió mareada y tuvo que respirar profundamente.
– No, no, no…
Agarró la palanca de cambios y estudió el pequeño diagrama que había dibujado en la parte superior. Entonces, apretó el embrague.
– No, no, no… Aguanta, por favor. No te mueras. No te atrevas a morirte. Voy a llevarte a un hospital.
– No -musitó él-. A un hospital no. Llévame con Brendan. Él sabrá lo que hacer.
Arrancó el coche y metió primera. Las marchas chirriaban. El coche dio una sacudida, pero empezó a moverse. Para cuando dio la vuelta, había conseguido utilizar tres de las cuatro marchas que tenía el coche sin que se le calara el motor.
– Tranquila -murmuraba, buscando señales que le indicaran donde había un hospital o un teléfono para llamar a una ambulancia.
¡No quería obedecer sus órdenes! Lo habían disparado mientras estaba protegiéndola y era responsable de salvarle la vida.
– Voy a llamar a una ambulancia. Dame tu teléfono móvil.
– No. Haz lo que te digo.
– Pero el barco está al menos a diez minutos. Podrías morir antes.
– No me voy a morir, te lo prometo -susurró él, acariciándole suavemente el cabello.
– De acuerdo -dijo ella-. Iremos al barco mientras sigas hablando conmigo. Si te desmayas, voy a parar para llamar a una ambulancia. ¿Trato hecho?
– Trato hecho
– Bien. ¿De qué hablamos? Hablemos sobre ti. Háblame de tu familia -dijo ella, muy nerviosa-. Háblame de Brendan y de Dylan.
– ¿Qué quieres saber sobre ellos?
– Lo que sea. O háblame de tus padres, o de tu infancia en Irlanda. Háblame del lugar en el que naciste, de cualquier cosa, pero háblame para que yo sepa que sigues vivo.
– Nací en una casa de piedra que daba a la bahía de Bantry, en la costa sur de Irlanda, en el condado de Cork. Mi padre era pescador y mi madre… mi madre era muy hermosa…
– ¿Cuándo vinieron a los Estados Unidos? -preguntó ella, mientras rezaba en su interior y trataba por todos los medios de concentrarse para no perderse.
– Murió…
– ¿Cómo? ¿Quién murió?
– Mi padre dice que murió, pero yo no lo creo, porque yo lo habría sabido. Pero si no murió, ¿por qué no regresó nunca?
– ¿No sabes si tu madre está viva o muerta?
– Se marchó cuando yo tenía siete años. Un día estaba con nosotros y al siguiente se había marchado. Mi padre no quería hablar al respecto. Más tarde, nos dijo que había muerto en un accidente de coche, pero estaba furioso y yo creo que lo dijo porque quería que nos olvidáramos de ella. Yo nunca la olvidé. Los demás, sí, pero yo no. Todavía puedo verla… Era muy hermosa, como tú. Solo que tenía el cabello oscuro y el tuyo es como el oro.
Aquel piropo era tan sincero, que Olivia sintió que se le saltaban las lágrimas. Tenía miedo y, cuando aquello le ocurría, Conor le hacía sentirse segura. Pensar que él pudiera desaparecer le producía un dolor terrible en el corazón.
Afortunadamente, encontró el barco sin errar ni una sola vez el camino. Pisó los frenos y se volvió hacia Conor.
– Ya hemos llegado. ¿Puedes caminar? Él asintió. Olivia salió rápidamente del coche y voló al otro lado del coche, lo sacó y lo puso de pie. Conor se apoyó en ella. No había dejado de hablar ni un momento y Olivia esperó de todo corazón haber hecho bien en llevarlo allí.
– ¿Qué es…?
Olivia levantó la mirada y vio a Brendan.
– Ayúdalo. Creo que ha recibido un disparo.
Brendan bajó corriendo del barco y ayudó a Olivia a meter a su hermano en el barco. A los pocos minutos, el herido estaba tumbado sobre una litera.
– Me duele mucho -murmuró Conor-, pero no creo que haya dado en ningún órgano vital.
Olivia se apartó mientras Brendan atendía a su hermano. De repente, había comprendido el alcance de lo ocurrido y empezó a temblar. Las lágrimas amenazaban con derramarse. Cuando Brendan le quitó la chaqueta a Conor, ella gimió también, como si sintiera su dolor.
– Dios mío, Conor -exclamó Brendan-. Hay mucha sangre. Olivia. Tráeme ese botiquín de primeros auxilios y unas toallas limpias.
Ella hizo lo que le había ordenado.
– ¿No crees que deberíamos llamar a una ambulancia?
La respuesta fue una serie de gritos de dolor, que Conor emitió cuando su hermano le aplicó alcohol a la herida.
– Es el alcohol. Parece que la herida no es demasiado profunda, pero estás perdiendo mucha sangre. Tengo un amigo aquí en la ciudad que es médico. Voy a llamarlo.
– Es una herida de bala. Tendrá que informar a la policía y sabrán dónde estamos -musitó Conor-. Cósemela como le cosiste la herida a papá cuando se enganchó con el anzuelo.
– Conor, en aquel momento, estábamos a cuatrocientas millas de la costa y tuve que utilizar una aguja vieja y un poco de sedal. Le explicaré a mi amigo que eres policía e informará de ello mañana por la mañana. Para entonces, ya nos habremos marchado -dijo Brendan, sacando un teléfono móvil. Enseguida se lo explicó todo a su amigo.
Mientras tanto, Conor miró a Olivia y le dedicó una débil sonrisa. Entonces, ella se acercó a la litera y se arrodilló en el suelo, para luego agarrarlo de la mano.
– Tenía tanto miedo… Todavía lo tengo.
– Todo saldrá bien. Has sido muy valiente. Olivia estuvo a su lado, agarrándolo de la mano, hasta que llegó el médico. Entonces. Brendan la sacó de la cabina para que pudiera tomar un poco de aire fresco en la cubierta. Estuvieron allí, contemplando la negra oscuridad del puerto y escuchando el suave murmullo del agua contra los cascos de las naves.
– Menuda noche has tenido.
– Pensé que, antes de ahora, mi vida era bastante emocionante. Viajaba, iba a fiestas estupendas, me tomaba lujosas vacaciones… Nada de eso puede compararse con los días que he pasado con tu hermano.
– Gracias.
– ¿Por qué?
– Por salvarle la vida. Por ocuparte de él -dijo Brendan, rodeándole los hombros con un brazo.
– Eso no resulta difícil. Es un buen hombre. Tal vez el mejor que he conocido nunca.
– Algunas veces, hace que eso resulte un poco difícil. Mantiene las distancias y, cuando alguien se acerca demasiado, se retira.
– Me habló sobre vuestra madre.
– ¿Que Conor te habló de nuestra madre? -preguntó Brendan, sorprendido.
– No creo que supiera de lo que estaba hablando. Solo lo hacía para mantenerse consciente.
– Creo que esa es la razón de que Conor sea tan reservado con las mujeres. Cuando ella se marchó, fue el que peor lo pasó. Era solo un muchacho y tuvo que criar a cinco hermanos. No creo que quiera volver a sentir que alguien lo abandona de ese modo, así que cierra todas las posibilidades y concentra toda su energía para que los que lo rodean se sientan seguros. Sigue creyendo que nuestra madre sigue viva.
– ¿Y tú no?
– No lo sé. Cuando éramos pequeños, Conor decía que un día iría a buscarla. Tal vez por eso se hizo policía, pero no creo que haya ido a buscarla.
– ¿Por qué no?
– Creo que tiene miedo de lo que podría encontrar. Era más feliz creyendo que ella estaba viva en alguna parte, viva y viviendo una buena vida. Bueno, voy a ver cómo van. ¿Te apetece algo? ¿Café, té, un poco de whisky?
Olivia sonrió y negó con la cabeza. Cuando estuvo sola, se dejó llevar por sus emociones y se echó a llorar. Lo hizo por la vida que había tenido una vez, tranquila y ordenada, y por todas las esperanzas del futuro, por la ira que sentía por su socio, pero lloró principalmente por Conor. Había arriesgado su vida por ella. Olivia sentía que se estaba enamorando muy rápidamente de él, de un hombre que tal vez nunca le correspondería.
– ¿Olivia? Se va a poner bien -le informó Brendan-. El médico le ha cosido la herida. Afortunadamente, la bala solo le arañó la piel -añadió. Al oír aquellas palabras, ella se echó a llorar aún con más fuerza-. Venga, venga… Va a ponerse bien. El médico y yo lo hemos llevado a mi camarote para que esté más cómodo. Y he sacado tu gato del coche. ¿Por qué no vas a ver a Conor? Yo tengo que ir a esconder el coche antes de que alguien lo reconozca. Entonces, iré a traeros algo de comer. ¿Te apetece algo en especial?
– No. Solo una lata de Friskies. De atún. Y arena para gatos. Para Tommy.
– A ti te traeré una hamburguesa.
Olivia se secó las lágrimas y se pasó los dedos por el pelo, esperando que al menos estuviera presentable para bajar a ver a Conor. No sabía por qué la preocupaba tanto su apariencia, dado que Conor la había visto en peores situaciones. Tal vez quería sentirse fuerte por él y verse bien de aspecto la ayudaba a conseguirlo.
Cuando llegó al camarote, llamó a la puerta. Conor estaba tumbado en la cama, con el torso desnudo y los ojos cerrados. Una enorme venda le cubría todas las costillas. Le habían quitado también los vaqueros y la cinturilla de los calzoncillos le asomaba por encima de la sábana. Tommy estaba acostado a sus pies.
Olivia acarició al animal sin dejar de mirar a Conor. Mientras dormía, dejaba que se viera un lado que mantenía siempre muy oculto y que solo se entreveía cuando sonreía. Ella se acercó a la cama y se arrodilló a su lado. El cabello le cubría la frente, casi tocándole las cejas. Se sorprendió de no haberse dado cuenta nunca de las hermosas pestañas que tenía. Era tan guapo…
De repente, sintió que el deseo se apoderaba de ella. Olivia siempre había sido muy cuidadosa con los hombres, pero con Conor todas sus resoluciones parecían derrumbarse con solo un ligero empujón.
Era un hombre arrogante pero afectuoso, peligroso pero vulnerable, unos contrastes que a ella le resultaban irresistibles. Nunca antes había sentido un vínculo tan fuerte con un hombre.
Extendió una mano y le apartó el cabello de la frente. Entonces, sin poder evitarlo, se inclinó sobre él y lo besó suavemente en los labios.
De repente, Conor abrió los ojos.
Durante un momento, le pareció que estaba soñando. Luego, su visión se aclaró y contempló a la mujer que había confundido con un ángel.
– Hola -murmuró.
– ¿Cómo te sientes? -preguntó Olivia.
– Muy mal, pero el médico dice que me pondré bien. Me dolerá durante un tiempo. También me ha dicho que tendré que olvidarme de las Olimpiadas -bromeó.
– Brendan ha ido a buscarnos algo de comer -comentó ella, todavía riendo-. ¿Tienes hambre?
– Sí -respondió Conor, tratando de incorporarse.
– Espera, déjame que te ayude… Conor sintió que ella le rodeaba los hombros con un brazo y que lo incorporaba. El pecho de Olivia le rozó el rostro. Tuvo que luchar contra las visiones que le evocaba la cálida carne que palpitaba debajo de aquel jersey. Cerró los ojos y se reclinó sobre los cojines que ella le había colocado, tratando de enfriar el calor que le atenazaba la entrepierna.
– ¿Qué vamos a hacer ahora? -quiso saber ella.
– Brendan ha llamado a mi hermano Liam, que va a ayudarlo a llevar el barco a Salem. Mis hermanos Sean y Brian nos esperarán allí con otro coche. Después de eso, nos perderemos hasta el juicio.
– ¿No crees que deberías llamar a tu jefe y decirle que estamos bien?
– No pienso volver a cumplir las reglas. Lo hice y casi conseguí que nos mataran. Si pensaban que antes no era un policía muy ortodoxo, no han visto nada todavía.
– De acuerdo, lo que tú creas que es mejor.
Alguien llamó a la puerta. Olivia se levantó para abrir. Era Brendan, con dos bolsas de papel, que le entregó a Olivia.
– También he comprado comida para gatos. Me llevaré a Tommy para darle de comer. Ya ha llegado Liam -dijo, refiriéndose a su hermano. Vamos a zarpar dentro de media hora.
Olivia dejó las bolsas en la cama y sacó al gato del camarote. Cuando Conor y ella volvieron a estar solos, abrió cuidadosamente los recipientes de plástico.
– Tenemos hamburguesa y hamburguesa con queso.
– Mi hermano tiene gustos muy básicos en lo que se refiere a la comida.
Olivia sacó una patata frita y la sostuvo delante de la boca de Conor, que la devoró rápidamente. Le pareció que era la mejor patata que había probado nunca. Se preguntó si tenía más que ver con la compañía que con la calidad del cocinero.
Cuando hubieron terminado, Olivia lo recogió todo y sacó la basura a la cocina. Cuando regresó, se quedó en la puerta.
– Bueno, creo que debería dejarte descansar. Voy a ver si encuentro algún sitio para…
– No. Quédate aquí. Dormiré mejor si sé que estás a mi lado.
– Me quedaré hasta que te duermas -dijo ella, sentándose en el borde de la cama.
– De acuerdo. Cuéntame una historia – pidió, tras cerrar los ojos-. Cuando éramos niños, mis hermanos y yo siempre escuchábamos una historia antes de dormir.
– ¿Sobre qué?
– De hadas, gnomos y duendes.
– Bueno yo me sé la historia de Thumbelina.
– ¿Es un hada irlandesa?
– No, creo que se trata solo de un cuento de hadas.
– Supongo que tendrá que servir. Adelante.
Olivia se secó las lágrimas y se pasó los dedos por el pelo, esperando que al menos estuviera presentable para bajar a ver a Conor. No sabía por qué la preocupaba tanto su apariencia, dado que Conor la había visto en peores situaciones. Tal vez quería sentirse fuerte por él y verse bien de aspecto la ayudaba a conseguirlo.
Cuando llegó al camarote, llamó a la puerta. Conor estaba tumbado en la cama, con el torso desnudo y los ojos cerrados. Una enorme venda le cubría todas las costillas. Le habían quitado también los vaqueros y la cinturilla de los calzoncillos le asomaba por encima de la sábana. Tommy estaba acostado a sus pies.
Olivia acarició al animal sin dejar de mirar a Conor. Mientras dormía, dejaba que se viera un lado que mantenía siempre muy oculto y que solo se entreveía cuando sonreía. Ella se acercó a la cama y se arrodilló a su lado. El cabello le cubría la frente, casi tocándole las cejas. Se sorprendió de no haberse dado cuenta nunca de las hermosas pestañas que tenía. Era tan guapo…
De repente, sintió que el deseo se apoderaba de ella. Olivia siempre había sido muy cuidadosa con los hombres, pero con Conor todas sus resoluciones parecían derrumbarse con solo un ligero empujón.
Era un hombre arrogante pero afectuoso, peligroso pero vulnerable, unos contrastes que a ella le resultaban irresistibles. Nunca antes había sentido un vínculo tan fuerte con un hombre.
Extendió una mano y le apartó el cabello de la frente. Entonces, sin poder evitarlo, se inclinó sobre él y lo besó suavemente en los labios.
De repente, Conor abrió los ojos.
Durante un momento, le pareció que estaba soñando. Luego, su visión se aclaró y contempló a la mujer que había confundido con un ángel.
– Hola -murmuró.
– ¿Cómo te sientes? -preguntó Olivia.
– Muy mal, pero el médico dice que me pondré bien. Me dolerá durante un tiempo. También me ha dicho que tendré que olvidarme de las Olimpiadas -bromeó.
– Brendan ha ido a buscarnos algo de comer -comentó ella, todavía riendo-. ¿Tienes hambre?
– Sí -respondió Conor, tratando de incorporarse.
– Espera, déjame que te ayude… Conor sintió que ella le rodeaba los hombros con un brazo y que lo incorporaba. El pecho de Olivia le rozó el rostro. Tuvo que luchar contra las visiones que le evocaba la cálida carne que palpitaba debajo de aquel jersey. Cerró los ojos y se reclinó sobre los cojines que ella le había colocado, tratando de enfriar el calor que le atenazaba la entrepierna.
– ¿Qué vamos a hacer ahora? -quiso saber ella.
– Brendan ha llamado a mi hermano Liam, que va a ayudarlo a llevar el barco a Salem. Mis hermanos Sean y Brian nos esperarán allí con otro coche. Después de eso, nos perderemos hasta el juicio.
– ¿No crees que deberías llamar a tu jefe y decirle que estamos bien?
– No pienso volver a cumplir las reglas. Lo hice y casi conseguí que nos mataran. Si pensaban que antes no era un policía muy ortodoxo, no han visto nada todavía.
– De acuerdo, lo que tú creas que es mejor.
Alguien llamó a la puerta. Olivia se levantó para abrir. Era Brendan, con dos bolsas de papel, que le entregó a Olivia.
– También he comprado comida para gatos. Me llevaré a Tommy para darle de comer. Ya ha llegado Liam -dijo, refiriéndose a su hermano. Vamos a zarpar dentro de media hora.
Olivia dejó las bolsas en la cama y sacó al gato del camarote. Cuando Conor y ella volvieron a estar solos, abrió cuidadosamente los recipientes de plástico.
– Tenemos hamburguesa y hamburguesa con queso.
– Mi hermano tiene gustos muy básicos en lo que se refiere a la comida.
Olivia sacó una patata frita y la sostuvo delante de la boca de Conor, que la devoró rápidamente. Le pareció que era la mejor patata que había probado nunca. Se preguntó si tenía más que ver con la compañía que con la calidad del cocinero.
Cuando hubieron terminado, Olivia lo recogió todo y sacó la basura a la cocina. Cuando regresó, se quedó en la puerta.
– Bueno, creo que debería dejarte descansar. Voy a ver si encuentro algún sitio para…
– No. Quédate aquí. Dormiré mejor si sé que estás a mi lado.
– Me quedaré hasta que te duermas -dijo ella, sentándose en el borde de la cama.
– De acuerdo. Cuéntame una historia – pidió, tras cerrar los ojos-. Cuando éramos niños, mis hermanos y yo siempre escuchábamos una historia antes de dormir.
– ¿Sobre qué?
– De hadas, gnomos y duendes.
– Bueno yo me sé la historia de Thumbelina.
– ¿Es un hada irlandesa?
– No, creo que se trata solo de un cuento de hadas.
– Supongo que tendrá que servir. Adelante.
Aunque la historia parecía ser una recopilación de diferentes películas de Disney, a Conor no le importó. Solo quería escuchar la voz de Olivia, saber que estaba a salvo. Cuando ella introdujo un grillo en la historia, Conor le agarró la mano y se puso a juguetear distraídamente con sus dedos.
Aquel gesto hizo que ella dudara, como si el contacto le hubiera borrado las palabras de la cabeza. Con la historia, prosiguió la exploración de la suave piel de la muñeca y del brazo. De repente, él tiró de ella, hizo que se tumbara a su lado y la tomó entre sus brazos. Finalmente, pudo cerrar los ojos y dormir.
Conor se despertó muchas veces. Sin embargo, ella durmió profundamente. Como estallan en medio del mar, Conor estaba seguro de que estaba a salvo. Aunque siempre había odiado aquel barco, se sintió agradecido porque la vieja máquina les hubiera puesto a salvo.
Salem era un puerto muy concurrido. El barco podría atracar y volverse a marchar sin que nadie prestara demasiada atención. A pesar de que Conor quería seguir planeando lo que harían a partir de entonces, a su cerebro le costaba concentrarse durante demasiado tiempo. En vez de eso, se acurrucó contra
Olivia y volvió a cerrar los ojos.
No supo el tiempo que había estado durmiendo, pero se despertó cuando el barco estaba atracando. Olivia se movió ligeramente y él la agarró con fuerza para evitar que se cayera de la cama. Cuando se puso rígida, Conor supo que se había despertado.
– Solo estamos atracando -dijo él, sabiendo que aquellos movimientos la habían alarmado.
Ella no respondió, solo levantó la cara y lo miró a los ojos. Conor se inclinó sobre ella y la besó. No había esperado que ella respondiera, pero cuando lo hizo, profundizó el beso y se perdió en el dulce sabor de su boca.
Conor sintió que le resultaba imposible resistirse y supo que no quería luchar más. Llevaba solo mucho tiempo y, por primera vez en su vida, había encontrado a alguien que podría hacerle derribar todas las barreras que se había construido a su alrededor. Olivia había tocado algo dentro de él que no sabía que existía.
Su hermoso cabello se extendía por la almohada. Conor lo acarició, sintiéndolo como si fuera oro líquido entre los dedos. Ella gimió suavemente. Entonces, Conor sintió que la necesidad que Olivia sentía de él era tan fuerte como la suya propia. Aunque hubiera podido pasarse la noche entera solo besándola, la necesidad de explorar aquel cuerpo perfecto era demasiado urgente.
Una voz dentro de él le dijo que pasar la noche en la misma cama que ella era ir contra las reglas. Hacer el amor con ella podría terminar con su carrera.
– ¿Por qué sabes tan bien? Quiero parar, pero no puedo…
– Hay reglas contra esto -le recordó Olivia mientras le lamía un pezón-. Y contra esto -añadió, acariciándole suavemente el vientre.
Conor ya había decidido olvidarse de las reglas. Alguien del departamento había estado a punto de matarlos. Se suponía que la policía debía proteger a los ciudadanos. Si ni ellos mismos podían cumplir una regla básica, él tampoco lo haría.
– De ahora en adelante, haremos nuestras propias reglas. Y la primera de todas es que no habrá más reglas…
– Me gusta…
Conor rió suavemente y volvió a capturar la boca de Olivia con la suya. Trató de acercarla más contra su cuerpo, pero, al moverse, sintió un fuerte dolor en el costado.
– No creo que vayamos a poder. Casi no puedo moverme…
– Entonces, no lo hagas -dijo ella, colocándose a horcajadas encima de él-. Regla número dos. Debes quedarte muy quieto.
Ella lo besó dulcemente, y se apartó cuando él quiso más. Al sentir que Olivia se erguía, deslizó las manos bajo el jersey y gozó con la delicadeza del cuerpo que descubrió.
Parecía que ella estaba hecha para él. Cada curva encajaba perfectamente en sus manos. Aunque nunca la había tocado de aquel modo, era como si el instinto le dijera cómo debía hacerlo.
Con otras mujeres, solo había cubierto sus necesidades, pero con Olivia era diferente. Quería que ella gozara del mismo modo que él. Necesitaba ver cómo el deseo se apoderaba de ella hasta que nada pudiera apartarlos de lo inevitable.
Conor deslizó las manos por el cuerpo de ella hasta sentir bajo las palmas las suaves curvas de sus pechos. Como si hubiera estado esperando aquel gesto, Olivia se despojó del jersey.
Él se había burlado de la obsesión que sentía por la ropa interior, pero en aquel momento lo comprendió todo. El encaje de la camisola que llevaba puesta le ofrecía una su-gerente visión de sus pechos y se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, destacando los suaves abultamientos de sus pezones.
Olivia, sin dejar de mirarlo a los ojos, se quitó también la camisola. Al contemplarla, Conor sintió un nudo en la garganta. Era la mujer más hermosa que había visto nunca. Su piel era luminosa. En aquel momento, supo que la deseaba más que a nada del mundo.
Extendió la mano y le acarició un pecho, haciendo que el pezón se irguiera aún más con las caricias del pulgar. ¿Qué golpe de fortuna había hecho que Olivia entrara en su vida? ¿Qué había hecho él para merecerla? Fuera lo que fuera, pensaba disfrutar mientras durara. Nunca podría esperar que Olivia quisiera un futuro con él.
Sentía que se estaba enamorando de ella, de sus hermosos ojos y de su increíble cuerpo. Lentamente, le deslizó la mano por la nuca, haciendo que se inclinara sobre él. Anhelaba besarla, sentir su piel contra él, despertar suavemente su deseo. Quería que aquello durara todo lo que fuera posible, ya que no sabía si volverían a tener la oportunidad. Sin embargo, cuanto más la tocaba, más irresistible le parecía.
Entonces, Olivia se levantó y se quitó los vaqueros. A continuación, él hizo lo mismo con sus calzoncillos. Para cuando ella sacó un preservativo de la mesilla de noche de Brendan, Conor estuvo seguro de que había perdido la batalla.
Olivia volvió a colocarse a horcajadas sobre él y, muy lentamente, lo acogió dentro de ella. Durante un largo momento, no se movió. Solo con verla, Conor estuvo a punto de alcanzar el clímax. Entonces, como si fuera un sueño, ella empezó a cabalgar sobre él, suavemente al principio para luego incrementar el ritmo. Él la agarró de la cintura y la frenó, hasta que Olivia estuvo a punto de unirse a él en el placer. Esperó hasta que escuchó los gemidos de gozo y hasta que sintió la tensión que le atenazaba el cuerpo.
Cuando ella estuvo lista, la tocó justo en el punto por el que estaban unidos. Olivia se quedó inmóvil y entonces, se tensó a su alrededor con un exquisito espasmo. Murmuró su nombre una y otra vez hasta que Conor se derramó dentro de ella.
El placer se apoderó de ambos, dejándolos sin aliento. Entonces, Olivia se dejó caer en brazos de Conor y cerró los ojos.
Él supo que aquella vez había sido muy diferente. Habían compartido algo que nunca antes había experimentado con una mujer, una intimidad profunda y deliciosa. Olivia había derribado sus barreras y le había llegado al corazón. En aquel mismo instante, Conor comprendió lo que era amar a una mujer.
Cerró los ojos y trató de dormir, pero no pudo. Tenía miedo de que, cuando se despertara, ella hubiera desaparecido como un sueño. Hundió el rostro en el fragante cabello de ella y le acarició suavemente el muslo. Olivia era real, al igual que todo el placer que habían compartido.
Y no quería perderla. Nunca.
Olivia se despertó al amanecer, algo confundida por lo que la rodeaba. Entonces, oyó la suave respiración de Conor y su miedo desapareció. Estaba segura, entre sus brazos. Durante largo tiempo, estuvo observándolo. La tensión que le rodeaba habitualmente la boca había desaparecido. Ella le acarició suavemente las mejillas para borrarle las últimas líneas de dolor.
Una fuerte emoción la embargó de repente. ¿Cómo había podido sentirse tan unida a aquel hombre en tan poco tiempo? Hacía menos de setenta y dos horas que se conocían, pero le parecía que llevaba toda una vida con él. La adversidad los había ayudado a construir lo que en ocasiones llevaba años.
Tenía un hermoso cuerpo, esbelto y firme. Sus anchos hombros y su amplio torso se estrechaban para convertirse en un firme vientre y en unas estrechas caderas.
No tenía por costumbre hacer el amor con un hombre al que hacía tan poco tiempo que conocía, pero Conor era diferente. Confiaba en él a toda costa, ¿por qué no le iba a confiar su cuerpo? Fuera lo que fuera lo que les deparara el futuro, estaba segura de que nunca se arrepentiría de lo que había hecho.
Recordó que la primera vez que Conor la tocó se había sentido perdida. Lo que había ocurrido entre ellos era algo inevitable, al igual que los sentimientos que estaba experimentando. Estaba tratando de convencerse de que podía separar sexo de amor. Tal vez con otro hombre lo hubiera conseguido, pero con Conor sus sentimientos eran tan intensos, tan fuertes, que no sabía decir dónde empezaba el amor y dónde el sexo.
Durante los siguientes diez días, vivirían juntos en un mundo propio. Cuando llegara el momento de regresar al mundo real, tendría que enfrentarse a las consecuencias, pero hasta entonces, disfrutaría de cada momento.
El olor a café empezó a llegar desde la cocina. Al mirar el reloj, vio que eran las seis de la mañana. Aunque quería despertar a Conor con lánguidos besos y descubrir de nuevo la pasión que habían compartido, sabía que él tenía que descansar.
Lentamente, se levantó de la cama, con cuidado de no molestarlo. Se vistió y fue a al cuarto de baño. Tras cepillarse los dientes con los dedos y pasarse las manos por el cabello, fue a la cocina, ansiando una taza de café.
Olivia esperaba encontrar a Brendan, pero se encontró con un puñado de hombres. Todos estaban reunidos alrededor de la mesa. Incluso Tommy estaba allí, aceptando lo que le daban los demás.
– Buenos días -murmuró, preguntándose si lo que había pasado la noche anterior se notaría en su aspecto.
– Hola, Olivia -dijo Brendan-. ¿Qué tal va el paciente?
– Sigue durmiendo. Creo que se encuentra… Bien -respondió, sonrojándose ligeramente.
– No creo que conozcas a todo el mundo. Bueno, conociste a Dylan hace algunas noches -replicó, señalando al más joven de todos-. Ese es Liam Y estos Sean y Brian.
– ¿Sois gemelos?
Los dos muchachos asintieron rápidamente. Olivia, que había sido hija única, siempre se había preguntado por los vínculos entre hermanos. Todos debían querer mucho a Conor para acudir en su ayuda tan rápidamente.
– Venga -dijo Brendan-, toma un poco de café. Liam nos ha traído unos donuts. Espero que no te moleste que haya dado de comer a tu gato…
Olivia se sentó entre los gemelos. Tommy la miraba muy atento. Nunca había creído que su gato fuera un animal muy social, pero parecía sentirse muy a gusto en el barco. Al notar que había una lata de atún encima de la mesa, dedujo que se lo habían ganado por el estómago.
– ¿A qué te dedicas? -le preguntó Dylan-. Es decir, cuando Conor y tú no estáis esquivando balas.
– Vendo antigüedades. Tengo una tienda en Charles Street. De hecho, así fue como empezó todo. Mi socio estaba blanqueando dinero para un mañoso.
– ¿Y cómo es vivir veinticuatro horas al día con Conor? -quiso saber Sean.
– Agradable.
– ¡Venga ya! -exclamó Brian, riendo-. ¿Estamos hablando del mismo Conor?
– No es tan malo. Me cuida muy bien. Algunas veces se pone algo impaciente, pero es solo porque se preocupa por mi seguridad y yo…
– ¿Qué estáis haciendo, muchachos? Todos se volvieron para mirar a Conor, que acababa de entrar en la cocina. Había conseguido ponerse los vaqueros, pero llevaba el botón superior sin abrochar. Tenía el cabello revuelto. La venda resaltaba contra su piel.
– ¿Qué estás haciendo fuera de la cama?
– preguntó Olivia, acercándose rápidamente a él.
Conor le pasó un brazo por los hombros y se acercó hasta la mesa. No se sentó. Olivia dedujo que le dolía bastante, pero que no quería mostrar ninguna debilidad.
– Bueno, decidme qué tenéis para mí – dijo Conor, mirando a sus hermanos.
– Brian ha traído un coche -respondió Dylan-. Está aparcado al final del muelle. Es muy feo, pero funciona. Yo te he traído ropa limpia.
– Toma. Puedes llevarte mi teléfono móvil
– añadió Brendan-. No estoy seguro de si pueden rastrear las llamadas del tuyo, pero es mejor no correr riesgos.
– Deberíamos quedarnos aquí un poco más -sugirió Olivia-. Tú necesitas descansar.
– No -replicó Conor, sin molestarse en mirarla-. Nos marcharemos dentro de media hora.
– Pero…
– No pienso discutir esto. Lo haremos a mi modo.
Olivia sintió una gran tristeza al escuchar aquel tono de voz, tan distinto del que había utilizado la noche anterior. Entonces, sin decir nada más, Conor volvió al camarote.
– Debería descansar. Está herido -murmuró de nuevo.
– Con siempre hace las cosas a su modo -dijo Brendan, encogiéndose de hombros.
Olivia se levantó y se fue detrás de Conor al camarote. Él estaba tratando de ponerse una camisa.
– ¿Por qué tenemos que marcharnos? Aquí estamos seguros y tú necesitas descansar. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Es que estás decidido a matarte solo para demostrar a tus hermanos lo duro que eres?
– No creas que por lo que pasó anoche voy a dejar de realizar mi trabajo. Me pagan para protegerte y, si eso significa que tenemos que marcharnos, nos marchamos.
Atónita por el tono de indiferencia con el que la había hablado, Olivia se quedó sin palabras. ¿Se habría imaginado lo que habían compartido la noche anterior? ¿Acaso era tan ingenua como para creer que aquello cambiaba las cosas entre ellos?
Olivia lanzó una maldición y, tras recoger sus zapatos y su abrigo, abrió la puerta del camarote.
– Perdóname. No me había dado cuenta de que lo que pasó anoche entre nosotros era parte de tu trabajo.
Tras decir aquello, se marchó y no se molestó en regresar cuando él la llamó. Tal vez todo aquello fuera lo mejor. Se habían divertido un poco y era hora de volver al trabajo. Ella era una testigo y él un policía. Sería mejor que no olvidara aquello en el futuro.
Sin embargo, Olivia sabía que tardaría mucho tiempo en olvidar la noche que había pasado con Conor. Eso, si podía olvidarla…