Capítulo 9

Emma llevaba una eternidad esperando a Dev. A esas alturas, el rocío le empapaba los zapatos y sentía frío por dentro y por fuera. En realidad, era una noche calurosa, pero se respiraba en el aire la proximidad de la tormenta. Oyó el reloj de la iglesia de St.Michael marcando la una y media. Supo que Dev no iba a ir. No la deseaba.

Se sentó en un banco de piedra, al lado de un estanque ornamental, y fijó la mirada en sus oscuras profundidades. No sabía si sentirse aliviada o desilusionada. Ni siquiera estaba segura de por qué había intentado seducir a Dev. Estaba muy aburrida, suponía, y habría sido algo emocionante. Además, sentía curiosidad. Dev tenía fama de haber sido un mujeriego, pero durante los dos años que llevaban comprometidos, se había comportado con ella con la más tediosa propiedad. Le parecía muy injusto que Londres estuviera lleno de mujeres que habían disfrutado de las libertinas atenciones de Devlin mientras ella, su prometida, no tenía la menor idea de lo que era ser seducida por él. Y, seguramente, eso no estaba bien.

Al principio de su compromiso, todo le parecía mucho más emocionante. En aquel entonces, Dev era laureado como un héroe. Era un osado aventurero, famoso por su valor, por su ingenio y por sus múltiples encantos. Emma lo había visto, se le había antojado y lo había comprado con la promesa de su fortuna. Quería casarse inmediatamente con él, pero justo entonces, había muerto un aburrido pariente y la familia se había visto obligada a guardar luto. Después, había comenzado la temporada de caza y así había pasado todo un año, al que le había seguido otro y al final, Emma estaba comenzando a pensar que aquella boda jamás se celebraría.

De hecho, estaba comenzando a preguntarse si quería que se celebrara.

Sabía que sus padres se habían opuesto a aquel matrimonio desde el principio, y quizá tuvieran razón. Ella quería casarse con un aventurero, pero después del tiempo pasado, no podía desprenderse de la sensación de haber comprado una estafa. De modo que quizá fuera mejor que Devlin no estuviera allí. Había cambiado de idea sobre la seducción. Además, estaba segura de que también en ese aspecto le había sobrevalorado.

Se levantó y se dirigió al interior de la casa. El chal se le enganchó en la rama de uno de los arbustos del jardín y se detuvo para soltarlo, una maniobra difícil en la oscuridad. Mientras lo hacía, distinguió por el rabillo del ojo una sombra en la oscuridad. Oyó también una pisada sobre la grava. Giró bruscamente, desgarrando la delicada tela del chal y el corazón se le subió a la garganta.

Vio a un hombre en el camino de la entrada. Evidentemente, acababa de saltar la cerca que rodeaba el jardín y en aquel momento se estaba sacudiendo el polvo de las manos y alisándose la chaqueta. El corazón de Emma comenzó a latir a toda velocidad. De modo que, al final, Devlin había decidido acudir a la cita.

De pronto, Emma se sintió pequeña y asustada, como si acabara de liberar al genio de la lámpara y no fuera capaz de obligarle a volver a su interior. Le vio caminar hacia ella a grandes zancadas, sin prisa alguna, pero con firme determinación. Emma tragó saliva.

– He cambiado de opinión -graznó al verle acercarse.

Presionó las manos en la falda del vestido y se sintió temblar.

– ¿Sobre qué?

– Sobre la posibilidad de seducirte… -se le había secado completamente la garganta.

– Qué desilusión -respondió el hombre. Se encogió de hombros-. Pero, puesto que acabamos de conocernos, quizá sea preferible. Así podréis dedicar algún tiempo a conocerme antes…

Emma advirtió la diversión en su voz, y cuando el recién llegado avanzó hacia una zona iluminada por la luna, comprendió que había cometido un error. Aquel hombre no era Devlin, aunque en corpulencia y altura se pareciera mucho a él. Pero Dev era rubio, y aquel desconocido muy moreno. Tenía un porte confiado y arrogante que resultaba curiosamente atractivo. No era joven, tenía más años que Dev, pero le sonrió de una forma que la hizo desear devolverle la sonrisa. Era extraño. E inquietante.

– Os ruego que me disculpéis -dijo Emma precipitadamente, aunque en realidad, era él el que había entrado sin autorización en el jardín de sus padres-. Pensaba que erais mi prometido. Se suponía que debíamos encontrarnos aquí.

– ¿Para que pudierais seducirle?

El hombre le tomó la mano y Emma se descubrió sentándose a su lado en el banco de piedra. No estaba muy segura de cómo había llegado a aquella situación.

– Qué sinvergüenza -se lamentó el hombre-, dejaros aquí plantada. Y qué ingrato ha de ser para rechazar tamaño ofrecimiento -añadió con expresión pensativa, mientras contemplaba a Emma con admiración bajo la luz de la luna-. ¿Por qué queríais seducirle?

Emma se sonrojó.

– Estaba aburrida y pensé que podía ser divertido -le explicó-. ¡Llevamos dos años comprometidos y jamás me ha tocado siquiera! Y no sé por qué os estoy contando todo esto a vos -añadió enfadada-. ¿Quién sois?

El hombre hizo una reverencia burlona.

– Thomas Bradshaw, hijo ilegítimo del fallecido duque de Farne, enteramente a vuestro servicio, mi señora.

Emma se quedó sin habla. Jamás había conocido a un hijo ilegítimo. Los hijos ilegítimos no eran la clase de personas que su madre aprobaba. Sin embargo, Thomas Bradshaw parecía y hablaba como un caballero. Aunque también tenía un aspecto peligroso. Emma no podía explicar por qué, pero lo sabía. Lo sentía. Un escalofrío le recorrió la espalda.

– ¿Qué estáis haciendo en el jardín de mis padres? -preguntó.

Se sintió mejor, con un mayor control sobre la situación, cuando asumió el papel de dama aristocrática. Sin embargo, Bradshaw hizo añicos su confianza con el simple gesto de tomarle la mano nuevamente. Su contacto la dejó sin habla. El calor del guante de cuero sobre su mano desnuda era como una caricia.

– Estoy trabajando -contestó Bradshaw, como si eso lo explicara todo.

– ¿Trabajando?

Emma frunció el ceño. Nunca había conocido a nadie que trabajara para ganarse la vida. Devlin había trabajado en el pasado, aunque participar en una misión de la Marina no era un trabajo normal, además era algo completamente aceptable para un caballero.

– ¿Qué clase de trabajo? -le preguntó.

– Hacéis muchas preguntas -Bradshaw continuaba mostrándose divertido-. Yo… averiguo cosas sobre la gente. Y persigo a delincuentes…

Una respuesta emocionante. Lo suficiente al menos como para provocarle otro escalofrío, aunque solo fuera por el hecho de que el propio Thomas Bradshaw pudiera ser más peligroso que cualquier criminal.

– Dudo que podáis encontrar a ningún delincuente en nuestro jardín -respondió remilgada.

Le vio sonreír.

– Eso nunca se sabe -su mirada se tornó seria, intensa-. Vuestro prometido, quizá. Parece un estúpido, o algo peor. ¿Quién es?

Emma no fue capaz de reprimir una risa.

– Se llama sir James Devlin -contestó y vio que Bradshaw abría los ojos como platos.

– Vaya, pero si es un auténtico calavera.

– Eso es lo que me dice la gente -contestó Emma irritada-, pero yo no tengo ninguna prueba de ello.

– ¿Y pensabais que la tendríais pidiéndole que tomara vuestra virginidad?

Emma se sonrojó, e intensamente en aquella ocasión.

– ¡No me parece una pregunta muy adecuada!

– Quizá tampoco lo sea esta conversación -Bradshaw sonrió-. Ni tampoco el aburrimiento es una razón suficientemente buena como para seducir a un hombre. ¿Qué otra cosa os gustaría hacer para que vuestra vida resultara más emocionante?

En la mente de Emma comenzó a sucederse toda una procesión de imágenes. Eran muchas las cosas que quería hacer. Casi todas ellas prohibidas.

– Me gustaría ir a tomar algo a una cafetería -comenzó a decir-, y bailar en una taberna, no en un salón de baile, y jugarme grandes cantidades de dinero. Me gustaría que asaltaran mi carruaje unos salteadores de camino, y besar a un hombre que no sea un caballero…

Bradshaw la besó. Ella lo había pedido, había pronunciado aquellas palabras con toda deliberación, como una provocación, y en aquel momento no pudo menos que experimentar una intensa sensación de triunfo. La excitación la atravesó como un rayo, dejándola estremecida entre sus brazos. Fue un beso delicado, prometedor, pero que le negaba la plenitud que anhelaba. La dejó deseando mucho más. Cuando los labios de Bradshaw abandonaron los suyos, la frustración y el deseo la habían dejado sin aliento.

Bradshaw le apartó un mechón de pelo de la mejilla.

– Así que deseáis todas las cosas de las que pretenden protegeros -le dijo.

Le enmarcó el rostro con las manos y la atrajo hacia él. En aquella ocasión, el beso fue más demandante y cuando la soltó, Emma no fue capaz de contener un suspiro de anhelo.

Bradshaw deslizó una mano en la suya.

– Ven conmigo -como Emma no se movió, inclinó la cabeza y sonrió-. ¿Qué te detiene, Emma?

Emma, que todavía estaba temblando, tembló todavía más al oírle pronunciar su nombre de aquella manera. No se preguntó por qué lo sabía. Estaba demasiado arrebatada por sus sentimientos. Tenía la piel empapada en sudor, más ardiente que aquella calurosa noche, y el cuerpo tenso de anticipación y excitación. Aun así, vaciló. Aquello no estaba bien. Thomas Bradshaw era un desconocido y, por encima de su deseo, resonaba una pequeña voz, ¿la de su madre? ¿La de su institutriz quizá? ¿La de su carabina?, que le advertía de los peligros de permitir demasiadas licencias a un extraño. De hecho, a aquel desconocido le había permitido tomarse excesivas libertades.

– No puedo -contestó con un hilo de voz, y sintió que toda la excitación la abandonaba.

Bradshaw volvió a sonreír, le besó la palma de la mano y la soltó.

– Quizá la próxima vez.

Se levantó y se perdió entre las sombras tan rápidamente como había llegado. Emma se sintió como si estuviera despertando de un trance. Agarró el chal y se envolvió en él con manos temblorosas, intentando encontrar algún consuelo en sus ligerísimos pliegues. De pronto, se descubría asustada, aunque bajo su miedo, continuaba ardiendo una corriente de excitación.

«La próxima vez», había dicho. ¿Habría una próxima vez? No. O, al menos, quería creer que no la habría. Estremecida, corrió hacia la casa y, en la oscuridad de su lecho, soñó.


Dev llegaba tarde, muy tarde, y más que ligeramente bebido. El reloj marcó las dos cuando giró en Curzon Street. Las calles estaban vacías, solo vio a un hombre desapareciendo en una esquina, una sombra oscura recortada contra la negra noche. Con la escasa luz de la luna, Dev no pudo distinguir su rostro, pero tuvo la extraña impresión de que era alguien conocido, una persona a la que había visto anteriormente. Sintió también un cosquilleo de advertencia, una suerte de premonición alertando a sus sentidos de un inminente peligro. Pero el hombre desapareció en medio de aquella noche, silenciosa y cargada.

Dev posó la mano en el pestillo de la puerta del jardín. Nunca había llegado a casa de Emma por aquella calle. En realidad, no le apetecía acercarse por ninguna. Había pasado las últimas dos horas en el club, buscando el ardor de la pasión en el fondo de una botella de brandy. Lamentablemente, su deseo por Emma no era más intenso que a primera hora de la noche, lo que quería decir que era inexistente. Aun así, aquélla era la llave del futuro. Tenía que tomarla. Tenía que seducir a Emma y utilizar la seducción para presionar y casarse cuanto antes. Solo entonces podría asegurar su fortuna y su posición social.

Levantó el pestillo. La puerta se abrió y Dev se adentró en el jardín.

Nunca había estado en el jardín de la casa que los padres de Emma tenían en Londres. A la luz de la luna, pudo comprobar que era pequeño y estaba completamente cerrado por un muro de ladrillo. Los setos, pulcramente podados, salpicaban los caminos de grava. De las rosas emanaba una rica fragancia que flotaba en el aire húmedo de la noche. Había un pequeño cenador que parecía expresamente diseñado para la seducción. Al verlo, se le cayó el alma a los pies.

Emma estaba de pie, junto al estanque, donde una fuente en forma de querubín de piedra arrojaba un centelleante chorro a la luz de la luna. Emma estaba a varios metros de él, semioculta entre las sombras, y no se volvió cuando se acercó. Devlin vio entonces su vestido y el reflejo de plata que arrancaba de él la luz de la luna.

Se acercó a ella con dos grandes zancadas, la agarró del brazo con un fervor nacido de la desesperación, la estrechó en sus brazos y la besó.

En cuanto la tocó supo, con una oleada de inmenso alivio, que todo saldría bien. Emma emitió un gemido de sorpresa cuando se apoderó de sus labios, pero en cuestión de segundos, estaba derritiéndose contra él y se mostraba ardiente y dispuesta. La luz estalló entonces en la mente de Devlin, y con ella, el placer. Cerró los ojos, hundió las manos en su pelo, un pelo suave, sedoso, y la sostuvo contra él mientras asaltaba sus labios, enredaba su lengua con la suya, y ahondaba en el interior de su boca como si quisiera devorarla.

Movió los labios por la columna de su cuello y el dulce y vulnerable hueco de su garganta. Emma sabía a gloria, a la brisa fresca del verano, olía a tomillo y a rosas. El deseo le golpeó con tal violencia que le hizo gemir. ¿Cómo era posible que no la hubiera deseado antes? Emma se mostraba deliciosamente receptiva y dúctil entre sus brazos.

Dev retrocedió renuente para tomar aire. En ese momento, la luna salió desde detrás de un creciente banco de nubes e iluminó de lleno el rostro de la mujer.

¡Susanna!

La mujer que tenía frente a él era Susanna, con la melena descendiendo por sus hombros, sus pestañas oscuras ensombreciendo sus mejillas y los labios entreabiertos y henchidos por sus besos. El impacto inicial que recibió Dev fue seguido por una oleada de júbilo y deseo tan intensos que se quedó sin respiración.

Después, no supo durante cuánto tiempo, vaciló. Menos de un segundo, probablemente.

Sabía exactamente lo que debería haber hecho. Se había equivocado de jardín, debería haberse disculpado y haberse marchado de allí. Eso era lo que habría hecho cualquier caballero. Pero él era un libertino enfrentándose a una tentación insuperable. Deseaba a Susanna, la había deseado desde el instante en el que había vuelto a irrumpir en su vida, y allí la tenía, dispuesta a permanecer entre sus brazos. De modo que iba a tomarla. Su deseo por ella era tan agudo que le dolía físicamente.

– ¿Devlin?

La voz de Susana era un suspiro. Parecía confundida, desconcertada, y profundamente seducida por sus besos.

– ¿Qué…?

Devlin volvió a besarla suavemente, intentando persuadirla y refrenando el deseo que lo dominaba. Notó que el cuerpo de Susanna se ablandaba, mostrando su aquiescencia, y la sintió suspirar contra sus labios antes de devolverle el beso. La condujo entonces hacia un banco de piedra refugiado entre la sombra de los árboles. Él pretendía llevar a cabo la seducción en el cenador, se recordó precipitadamente, donde sin duda alguna habría cojines mullidos sobre los que tumbarse y paredes que resguardarían su intimidad de cualquier mirada. Pero en el jardín, todo era calor y fragancias embriagadoras, y quería tomar a Susanna allí mismo, sobre la hierba húmeda, con la luna danzando sobre el agua, el viento meciendo las ramas de los árboles y la brisa nocturna acariciando su piel.

Deslizó el vestido por sus hombros. Susanna llevaba un vestido suelto de la más fina y sedosa gasa y ningún corsé. Una vez más, la oyó gemir cuando el aire acarició su desnudez. Devlin sintió tensarse su piel, sintió cómo se endurecía el pezón contra la palma de su mano y casi inmediatamente después contra su boca. Succionó. Susanna dejó escapar un grito mudo que multiplicó el deseo en el interior de Devlin. Continuó bajándole el vestido hasta desnudar completamente sus senos. Susanna estaba exquisita en aquella sombra moteada por la luz de la luna, exponiendo su desnudez a su mirada, con su pálida piel bañada en plata y los pezones erguidos y afilados, suplicando sus caricias. Devlin volvió a besarla, acunó su seno con la mano y deslizó la lengua por el tenso pezón en una caricia que hizo suplicar a Susanna con palabras susurradas y entrecortadas.

Devlin deslizó la mano bajo las faldas del vestido y ascendió hasta los lazos de las medias. La piel del interior de los muslos de Susanna era más suave y delicada que la gasa que Devlin había tenido que retirar para descubrirla a sus caricias. Podía sentir su calor, olía su femenina excitación. Devlin ardía de ganas de poseerla, pero dominó de nuevo su impaciencia.

Rozó con los nudillos el corazón de su feminidad, provocando un gemido con aquel contacto.

– Oh, por favor -susurró Susanna con voz suplicante, pidiendo la liberación final.

Pero Devlin no iba a darle lo que tanto deseaba. No, todavía no.

Le dio un beso largo y profundo, y Susanna se aferró ansiosa a sus labios, abriéndose a él, ofreciéndole todo con una sorprendente entrega. Devlin recordaba aquella pasión en Susanna y su corazón pareció elevarse al reencontrarse con ella. Cubrió de besos sus senos y deslizó la lengua por sus pezones erguidos, hasta que el cuerpo entero de Susanna estuvo bajo el dominio de sus caricias. Deslizó entonces los labios por su vientre y apartó el vestido, impaciente por explorar cada una de sus curvas.

Susanna sabía increíblemente bien. Hundió la lengua en su ombligo y la sintió estremecerse. Regresó con los dedos al húmedo centro de su feminidad, buscando nuevos placeres. Susanna abrió las piernas y Devlin presionó delicadamente el tierno botón de su feminidad y la oyó gemir inmediatamente mientras se tensaba y dejaba que los espasmos fueran sacudiendo su cuerpo en una ciega obediencia a sus caricias, incapaces de resistirse a su poder de seducción.

– Ahora…

¿Lo había dicho él o ella? Devlin la tomó en brazos y la llevó al cenador, donde le quitó el vestido y la tumbó en un diván. En aquel momento, ya no era consciente de nada, salvo de la urgente necesidad de poseerla. Una necesidad que se aferraba a él como el más fiero deseo que jamás había experimentado. Tenía que estar dentro de ella, tenía que poseerla por completo. En un frenesí de impaciencia, se desabrochó los pantalones y la siguió al diván, donde se colocó entre sus piernas. A los pocos segundos, la sintió cerrarse a su alrededor, increíblemente tensa. Aquella presión bastó para llevarle al límite.

– Despacio, querida…

Retrocedió y notó que el cuerpo de Susanna cedía para acomodarse más profundamente a él. Besó sus labios trémulos y sintió que elevaba la parte superior de su cuerpo, haciendo que los pezones rozaran su pecho. Una embestida, dos, con lentitud y ejerciendo un control absoluto sobre sus deseos, sintiendo cómo ascendía de nuevo hacia el límite y, al mismo tiempo, intentando poner freno a sus propias necesidades y deseos.

Ni él mismo sabía que era capaz de tamaña paciencia cuando todos sus instintos le urgían a saquear aquel cuerpo con una intensidad desesperada. Aun así, consiguió mantener un ritmo lento mientras oía sus jadeos y la sentía moverse junto a él.

Susanna deslizó las manos por su espalda hasta alcanzar su trasero para invitarlo a hundirse más profundamente en ella. Devlin supo entonces que estaba perdido. Susanna volvió a alcanzar el clímax, cerrándose con fuerza a su alrededor. La luz explotó entonces en la cabeza de Devlin. Todos sus músculos se tensaron. Sintió que el mundo giraba y se alejaba de él en la más vertiginosa de las sensaciones, arrastrándolo hacia el más intenso y resplandeciente placer. Y tras el placer, se escondía algo más profundo, una ligereza que fluía por todo su ser, una sensación de conexión, un sentimiento de paz que debería haberle aterrado, pero que, en cambio, sentía como algo honesto y verdadero, como una medida de la cruda y verdadera pasión. Era como si hubiera recuperado lo más valioso que había perdido en su vida. Todavía le costaba respirar. Se sentía como si acabara de terminar un combate. Su cuerpo estaba supremamente satisfecho y su mente rondaba los límites del agotamiento. Pero advirtió que Susanna se movía, que intentaba sentarse. El pánico que transmitían sus movimientos y la descarnada sorpresa de su voz hicieron estallar en añicos aquel estado de dicha.

– ¡Devlin!

Parecía horrorizada, como si acabara de ser consciente de la magnitud de lo que habían hecho. Se apartó de él, se levantó con torpeza del diván, tomó su vestido y empezó a vestirse precipitadamente. La gasa, escurridiza, escapaba y resbalaba de entre sus manos. Devlin la oyó maldecir con fiereza. Vio su figura delicada temblando bajo la luz de la luna mientras intentaba atarse el vestido y experimentó una punzada de arrepentimiento y una extraña ternura ante aquella fragilidad. Se levantó y dio un paso hacia ella. La vio retroceder.

– Déjame ayudarte.

En el instante en el que la tocó, Susanna se quedó paralizada. Era como una criatura asustada midiendo el peligro. Su melena, aquella sedosa masa en la que Devlin había hundido sus manos, caía en salvaje profusión sobre sus hombros. Devlin se la apartó de la cara y la sintió estremecerse. Deseó arrastrarla a sus brazos y estrecharla contra él. La fuerza de aquel impulso le impactó. Pero había algo en ella que le detuvo. Sentía su absoluto rechazo y estaba siendo testigo de la dignidad con la que, cuando ya era demasiado tarde, intentaba ocultar su desnudez.

Susanna le miraba con el ceño fruncido, confundida.

– No sé…

Devlin nunca la había visto tan insegura.

– ¿No sabes lo que estabas haciendo? -terminó por ella.

Era la excusa habitual en una mujer que se había dejado llevar y después quería fingir que todo había sido un error. Había oído aquella frase muchas veces, en labios de esposas y viudas que buscaban un poco de diversión, pero no lo querían admitir abiertamente.

– Yo puedo explicártelo. Estabas haciendo el amor conmigo.

Vio un fogonazo de irritación en sus ojos.

– Sí, ya me he dado cuenta -contestó cortante. Pero la hostilidad de su voz desapareció a la misma velocidad que había surgido-. No sé lo que ha pasado -parecía desconcertada-. Ni siquiera entiendo cómo ha pasado.

– Ha pasado porque queríamos que pasara -replicó Dev.

Jamás había comprendido la necesidad de fingir en cuestiones de sexo. Para él, el sexo siempre había sido un pasatiempo agradable, nada más. Sin embargo, aquella vez había sido algo diferente. Más profundo, más importante, de alguna manera. Pero era una tontería. La simple verdad era que llevaba deseando a Susanna durante toda la velada. De hecho, no había dejado de desearla desde que la había vuelto a ver. Y por fin la había tenido entre sus brazos.

Esperó a que Susanna negara sus palabras, pero ésta permaneció en silencio. Estaba intentando peinarse, un gesto sin sentido, puesto que a esas alturas, probablemente las horquillas estaban esparcidas por medio jardín. Su rostro permanecía oculto entre las sombras mientras alisaba la falda del vestido. Aquel movimiento solo sirvió para recordarle a Devlin lo que se ocultaba bajo aquella delicada tela: la lustrosa suavidad de su vientre y sus muslos, el calor de su cuerpo cuando se cerraba a su alrededor. Sintió que su miembro volvía a endurecerse. El único problema de romper dos años de celibato con una sesión de sexo tan asombrosa era que despertaba el deseo de repetir la experiencia una y otra vez.

Vio que Susanna le recorría con la mirada. Él ni siquiera se había detenido para desprenderse de la ropa. Llevaba la casaca abierta y la camisa desabrochada. El pañuelo había desaparecido en algún momento. Se había subido los pantalones, pero éstos apenas contenían su renovada erección. Se sentía de pronto tan inexperto e inmaduro como un joven que acabara de descubrir el sexo.

– Tú tampoco estás tan impecable como habitualmente -comentó Susanna, recuperando el tono frío y compuesto de su voz.

– Bueno, te ruego que me perdones. Estoy seguro de que si me dieras la oportunidad, podría hacer el amor contigo de forma tan delicada que no tendríamos por qué desordenar nuestras ropas.

Volvió a hacerse el silencio. Aquello era algo extraordinario. La mayoría de las mujeres con las que había estado querían hablar después del sexo. Sobre él, sobre sí mismas, sobre su inexistente relación en el futuro. Susanna, por el contrario, se dirigió sigilosa hacia la puerta del cenador y permaneció allí, mirando hacia al jardín y de espaldas a él. El viento silbaba entre las ramas del abedul y la luz de la luna pintaba su tronco de negro y plata.

– ¿Qué demonios estabas haciendo en mi jardín? -preguntó bruscamente, al cabo de unos minutos.

Era una pregunta tan absurda después de lo que acababa de pasar entre ellos que Dev estuvo a punto de soltar una carcajada.

– ¿Y qué demonios pretendías? -añadió Susanna-. ¿Qué buscabas comportándote así, como…?

Se le quebró la voz y Dev comprendió que, a pesar de su aparente calma, estaba todavía estremecida y profundamente afectada por lo que habían compartido.

– He invadido algo más que tu jardín -contestó Devlin, arrastrando las palabras-. Y, por cierto, ¿qué estabas haciendo tú respondiéndome de esa manera?

Susanna se volvió. Devlin vio la confesión en sus ojos y comprendió que tampoco ella tenía respuesta para aquella pregunta. No sabía por qué le había deseado, por qué había respondido tan apasionadamente o, sencillamente, por qué había hecho el amor con él. Y Devlin comprendió que aquello le preocupaba profundamente.

La parpadeante luz de la luna pareció acentuar su sonrojo.

– Yo pensaba… -se interrumpió.

– ¿Creías que era Fitz? -sugirió Dev.

– ¡No! -casi le espetó-. Sabía que eras tú -volvió a quebrársele la voz, mostrando su inseguridad.

– Has dicho mi nombre -señaló Dev esperanzado.

– Sí… -frunció el ceño-. Y yo no… No habría…

– ¿No habrías hecho el amor con Fitz? -Dev se sintió triunfal.

– Eso no es asunto tuyo.

Susanna recuperó la compostura, al menos exteriormente, porque el nerviosismo de sus pasos cuando se volvió y se alejó de él, reflejaba exactamente lo contrario. La falda del vestido se enganchó con una planta de romero situada al borde del camino, liberando la fragancia de aquella planta aromática al aire cálido de la noche. Era un olor dulce y penetrante.

Dev decidió seguir a Susanna por la mera razón de que era eso lo que le apetecía hacer.

Susanna se detuvo y se volvió hacia él. Parecía exasperada. Alzó la mano para detenerle con un gesto que traicionaba su nerviosismo.

– ¿Por qué no has contestado a mi pregunta? -insistió Susanna-. ¿Qué estabas haciendo en mi jardín?

– ¿Éste es tu jardín? -preguntó Dev.

No pudo evitar una carcajada. A Susanna pareció disgustarle aquella burla.

– De hecho, es el jardín del duque de Portsmouth. Alquilo esta casa durante el resto de la temporada.

– ¿Pero éste no es el número 25 de Curzon Street?

– Es el número veintiuno -le miró atentamente-. Creo que te ha fallado la brújula. ¿Buscabas la casa de lord Brooke?

Por alguna razón, Dev no quería admitirlo. Y no era solamente porque quería proteger la reputación de Emma. Pero Susanna ya lo había averiguado.

– Tenías una cita con lady Emma -dijo en un tono repentinamente apagado-. Ya entiendo. Bueno, por lo menos es tu prometida -una extraña sombra oscureció su voz-. No creo que la hubieras seducido.

– Entonces has pensado en esa posibilidad. ¿Estás celosa?

Susanna le dirigió una mirada de absoluto desprecio.

– Por supuesto que no.

– Después de lo que acaba de pasar, me resulta difícil creerte.

– Un caso de confusión de identidad -tomó una ramita de aligustre y jugueteó con ella entre sus dedos-. Pensabas que ibas a seducir a Emma y yo… -se interrumpió.

– En ningún momento lo he pensado. Sabía que eras tú.

Susanna le dirigió una dura mirada.

– ¿Entonces por qué lo has hecho, si era a Emma a la que pretendías seducir en un principio?

– Porque te deseo más que a ella -respondió Dev.

Vio que le miraba con los ojos entrecerrados.

– Eres mucho más inmoral de lo que imaginaba -le acusó Susanna con desprecio.

– Probablemente -respondió Dev-. Pero no estamos hablando de mí, estamos hablando de ti.

Apoyó la mano en la rama de un manzano, dejando a Susanna atrapada entre él y la tapia del jardín.

– A lo mejor tú te dedicas a hacer el amor por las noches con hombres desconocidos que invaden tu jardín -dijo suavemente.

– A lo mejor -respondió Susanna con expresión desafiante.

No intentó escapar a su cercanía, aunque Dev notaba su creciente tensión.

– Creo que deberías marcharte -añadió. Miró hacia la puerta del jardín-. Me aseguraré de que quede bien cerrada cuando salgas.

Dev no se movió. Quería volver a besarla. Quería volver a hacer el amor. Lo deseaba con una violencia que resultaba apabullante. Jamás había deseado hacer el amor con una mujer que no le gustara. Afortunadamente, aquello no había representado ningún problema, puesto que eran muchas las mujeres que le gustaban. Sin embargo, Susanna… La despreciaba por su carácter calculador y su falta de principios. Pero aun así, la había deseado con tanta fiereza que el deseo había estado devorándole durante semanas. Y una vez satisfecho aquel deseo, había vuelto a nacer con una potencia cien, mil veces mayor. Quizá el celibato de los dos años anteriores había afilado su deseo. Pero aunque le habría gustado justificarlo con una explicación tan simple, sabía que no era tan sencillo. El deseo por Susanna era tan complicado como imposible de apagar. Y también ella lo sentía. Dev estaba seguro. Ésa era la razón por la que había respondido a sus avances contra todo sentido y razón. Ninguno de ellos podía explicarlo y en aquel momento, Dev ni siquiera pretendía intentarlo.

– Por supuesto, debería marcharme -pero no hizo ningún movimiento.

Susanna le miró con aquellos ojos desbordantes de inquietud. Se oyó en la lejanía el retumbar de un trueno. La luz de la luna ya casi se había desvanecido, pero la noche continuaba siendo calurosa, pesada. El aire parecía haberse detenido, como si estuviera esperando algo.

Dev alzó la mano para rozar los mechones de pelo que acariciaban el cuello de Susanna. Sintió su piel fría y delicada bajo la yema de los dedos. Deslizó la mano por su nuca y presionó ligeramente para atraerla hacia él. Susanna dio un paso adelante y posó las manos en su pecho.

– Devlin…

Había una advertencia en su voz. Dev la oyó, pero difería hasta tal punto de lo que decían sus ojos que decidió ignorarla. Le parecía increíble que Susanna, toda una aventurera, pudiera parecer tan inocente. Tan confundida, incluso. Pero recordó la honestidad con la que había hecho el amor. Ni la más consumada actriz podría haber fingido tal sinceridad. Seguramente se le habría escapado algún gesto artificial. No, no había habido fingimiento alguno cuando se habían unido en el más íntimo de los abrazos.

De modo que aquello era real. Ninguno de ellos lo comprendía. A ninguno le resultaba cómoda la situación. Pero ambos habían disfrutado.

Dev se inclinó para besarla, muy delicadamente en aquella ocasión. La sintió tensarse, como si estuviera intentando erigir sus barreras contra él, pero al cabo de unos segundos de rigidez, se derritió en sus brazos y suavizó los labios bajo los suyos. En el interior de Dev rugió un primitivo sentimiento de posesión que le urgía a levantarla en brazos y a llevarla al interior, a la cama. Consiguió dominarlo y la besó de nuevo suavemente, con dulzura, acariciando la línea de su mandíbula y la comisura de sus labios antes de volver a tomar sus labios en un beso profundo y apasionado.

– Lo que me dijiste en el carruaje era cierto -musitó Susanna cuando la soltó. Parecía perdida, como si hubiera bebido en exceso. Suspiró-. Eres un mujeriego.

La tormenta estaba cada vez más cerca. Dev sintió las primeras gotas cayendo con lenta pesadez. Sonrió y estrechó a Susanna de nuevo entre sus brazos. Sentía sus senos presionando su pecho y el latido de su corazón contra el suyo. Las gotas comenzaron a deslizarse por su cuello.

– ¿Qué quieres decir? -musitó mientras posaba los labios en el punto en el que su cuello se encontraba con su hombro. Lamió una gota, haciéndola estremecerse.

– Que el cielo me ayude -susurró Susanna-. Aun sabiendo que estás intentando seducirme…

– No quieres que me detenga.

El silencio de Susanna fue más que elocuente.

– No podemos hacerlo otra vez -susurró.

Pero Dev percibió el anhelo en su voz, un anhelo que alimentaba su deseo. Buscó con los labios el valle de sus senos e inhaló con fuerza.

– Sí, claro que podemos -posó la mano en su seno.

La lluvia comenzaba a caer con fuerza y el vestido se pegaba a su cuerpo. Bastó que Devlin le rozara el pezón con el pulgar para que Susanna se estremeciera. Dev se deleitó en su capacidad para provocar una reacción como aquélla.

– Con pleno conocimiento, y no al calor del momento… -musitó Susanna sin aliento.

– ¿Por qué no? Al menos, es más sincero.

Susanna volvió a enmudecer. Dev la oía respirar bajo el repiqueteo de la lluvia. Podía entender la batalla que se libraba dentro de ella. Una tentación, pesada y dulce como el vino los envolvía, embriagando sus sentidos. Susanna gimió suavemente y Devlin advirtió que la resistencia cedía.

– No sé por qué te deseo -parecía desconcertada. Y también rendida a su deseo.

Devlin la levantó entonces en brazos, se acercó a grandes zancadas hasta los escalones de la terraza, entró en la casa y cerró la puerta de una patada. La habitación que había tras las puertas estaba iluminada por la luz de una vela. Era un salón elegante, pero falto de personalidad. Sobre la mesa de mármol se amontonaban las revistas de moda. Un harpa descansaba en una esquina. La brisa arrancaba notas casi inaudibles de sus cuerdas.

– ¿Y tus sirvientes?

No tenía sentido ser indiscretos. Los rumores podían hacerle tanto daño a él como a ella. Aquél era un encuentro clandestino. Debía permanecer en secreto.

Susanna rozó sus labios en una fugaz caricia que Dev sintió hasta en el último músculo de su pecaminoso cuerpo.

La casa estaba en completo silencio. Dev subió con ella las escaleras que conducían al dormitorio. Estaba excitado, pensando en lo que le esperaba, en aquel total y absoluto placer, en la dulce indulgencia de tumbarse junto a ella para complacerse mutuamente, para hacer el amor hora tras hora durante la noche. Era extraordinariamente excitante. Tanto que estuvo a punto de tropezar en su precipitación.

– ¿Dónde está tu habitación? -susurró.

Sintió la caricia de su pelo contra sus labios cuando Susanna volvió la cabeza.

– Allí -susurró, y señaló hacia la derecha.

A los pocos segundos, Dev la dejó sobre la cama y se volvió para asegurar la puerta. La habitación estaba a oscuras, iluminada únicamente por el reflejo de la luna en el espejo. Susanna se acercó a las cortinas, pero Devlin la agarró por la muñeca, la estrechó contra él y comenzó a quitarle el vestido empapado, con mano mucho más segura en aquella ocasión. Lo tiró a un lado y se desprendió de su propia ropa, quedando completamente desnudo, piel contra piel. La sintió temblar mientras se acariciaban y atrapó con un beso el jadeo de placer de sus labios.

– Shhh -musitó contra sus labios-. Acuérdate de los sirvientes. Tendrás que estar muy, muy callada.

La sintió estremecerse en respuesta a sus palabras. Susanna alargó el brazo hacia él, hambrienta y ansiosa, pero Devlin le hizo girarse sobre la cama y se tumbó a horcajadas sobre ella. Susanna intentó alzarse, pero él la obligó a mantenerse tumbada y descendió sobre la piel satinada de sus hombros, que cubrió de besos, para deslizar después la lengua a lo largo de su espalda. Susanna ardía y jadeaba bajo sus caricias. Dev era consciente de que estaba deseando volverse hacia él, pero la retuvo presionando con los muslos sobre sus piernas. Cuando Susanna sintió su miembro contra su trasero, soltó un grito ahogado. Devlin descendió y le entreabrió las piernas, dejando que la punta de su erección reposara en el corazón de su feminidad. Presionó entonces con delicadeza. Susanna intentó arquearse para salir a su encuentro. Devlin se retiró y advirtió divertido la frustración de Susanna.

– Más adelante -se inclinó para darle un beso en la nuca-. Todavía no.

Susanna musitó algo que sonó parecido a una maldición y Devlin soltó una carcajada. Una parte de él deseaba castigarla por todo lo que le había hecho, pero su enfado ya se había transmutado en placer y jamás un castigo le había parecido más dulce, ni una víctima más voluntariosa.

Se deslizó hacia abajo en la cama y le abrió las piernas para poder presionar los labios contra la delicada piel de sus muslos. Una vez más, Susanna intentó dar la vuelta, pero Dev se lo impidió posando las manos en su espalda, para, muy lentamente, ir explorando cada una de sus curvas con los labios y la lengua, regresar después hasta sus nalgas y descender nuevamente hacia el vulnerable interior de sus muslos. La sentía tensa por la frustración y el anhelo. Cuando la tocaba con la lengua, se arqueaba hacia él, tensa como las cuerdas de un arpa.

Susanna intentó apretar las piernas como si estuviera pidiendo una tregua, pero Dev las mantuvo abiertas y deslizó la lengua por el candente corazón de su sexo con la más tierna y tentadora de las caricias una y otra vez. Sentía la insoportable tensión que crecía rápidamente dentro de ella, hasta que, al final, Susanna se deshizo bajo sus atenciones. Dev se tumbó entonces a su lado para poder verle la cara, para poder contemplar la dulce agonía y el gozo que en ella se reflejaba, para sentirla estremecerse incontrolablemente entre sus brazos con la piel empapada en sudor. Cubrió su boca de besos y dejó que sus manos recorrieran su cuerpo tembloroso hasta que recobró la calma. Dev experimentó entonces nuevamente aquella sensación de triunfo, acompañada de sentimientos más inquietantes que se revolvían bajo la superficie, pero que él prefirió ignorar. Creía firmemente que había que olvidar cualquier sentimiento nacido en el acto sexual. La experiencia le decía que, habitualmente, nacían de la gratitud y el placer. No respondían a nada más profundo y, desde luego, tampoco él deseaba otra cosa con Susanna. Habían compartido un pasado e, inesperadamente, parecían capaces de compartir la habilidad de proporcionarse un inmenso placer físico. Con eso ya era suficiente. Más que suficiente. Devlin estaba dispuesto a descartar cualquier otro sentimiento y a ahogarlo en la pura satisfacción.

– Me gusta ser capaz de ponerte en ese estado -se apoyó sobre un codo y la observó mientras ella continuaba deleitándose en aquel placer con la piel sonrosada y las pestañas sombreando su mejilla.

Posó la mano sobre su seno, la sintió responder al instante e inclinó la cabeza para tomar su pezón.

– A mí también me gusta -parecía confundida y satisfecha al mismo tiempo-. Debo de estar loca. No lo comprendo.

Tampoco Dev lo comprendía. Ni le importaba. Aquella noche se había sumergido en una vorágine de deliciosa lujuria y, una vez probado el fruto prohibido, estaba perdido. Su deseo por Susanna era profundo, compulsivo y oscuro, y se apoderaba de él como si de un demonio se tratara.

Alzó la cabeza de sus senos.

– Me debes una.

Sonrió con picardía y vio que Susanna abría los ojos como platos al comprender lo que pretendía decirle. Le sostuvo la mirada, desafiándola, y, al cabo de unos segundos, Susanna rodaba sobre él, enredando en Dev sus sinuosos miembros y su negra melena. Le empujó sobre el lecho para lamer su vientre, sus muslos, y tomarlo después con la boca. La excitación de Dev era tan extrema que estuvo a punto de gritar.

Permitió que Susanna tomara prácticamente el control. El roce de su melena contra su vientre, la caricia de su lengua, la luz de la luna iluminando el lecho y las sábanas de seda bajo su espalda tejían un sensual encantamiento que amenazaban con llevarle más allá de la cordura. El primer tiempo, el encuentro en el jardín, había sido para ella. Aquél era el instante en el que Susanna le devolvía el favor.

La observó en el espejo. Observó su boca sobre él y pensó en el posterior gozo de demandarle lo que quería de ella para darle a cambio el más absoluto placer, para recrearse en la sensual delicia de fundirse con ella en la más perfecta de las uniones. La erótica imagen de Susanna grabada en el negro y el blanco de las sombras y la luna, la caricia delicada de sus labios y su lengua y la oscura y vertiginosa espiral de la pasión amenazaban con hacerle desbordarse demasiado rápido.

– Ya basta -gimió, y la apartó de él-. Quiero estar dentro de ti.

Reconoció el fuego de la mirada de Susanna cuando la alzó y la colocó sobre él para que se deslizara sobre su cuerpo, para que le rodeara de su calor.

Afuera, la lluvia caía con un primitivo e insistente golpeteo que parecía un eco del ritmo de su pasión. La tormenta estalló sobre sus cabezas. Un trueno sacudió la casa. La noche era tan húmeda y oscura que cualquiera podía perderse en ella y Dev se sentía a la deriva, arrastrado hasta las orillas más remotas del placer. La espiral del deseo ardía con mayor intensidad cada vez. Sintió que Susanna le empujaba hacia los límites más extremos del gozo y comprendió con impotente abandono que él, el depredador inclemente, se había convertido en la más indefensa de las víctimas. Justo entonces, Susanna llegó al límite en una marea que se lo llevó también a él. Pero mientras lo bañaba el éxtasis, Dev experimentó algo más profundo, aquel sentimiento escurridizo que había experimentado la vez anterior y que habría preferido olvidar. Pero en aquella ocasión, el sentimiento era más intenso y envolvía su corazón como los zarcillos de una parra. Y mientras intentaba desprenderse de él, tuvo la inquietante sensación de que ya era demasiado tarde. Estaba atrapado. La trampa pareció cerrarse todavía más en el momento en el que Susanna, exhausta, se quedó dormida entre sus brazos.

Volvió a despertarla más tarde e hicieron el amor otra vez, con Susanna todavía somnolienta y dúctil. Los movimientos de Susanna eran lánguidos, lentos, parecían regodearse en la delicia de tenerse el uno al otro. Dev estaba desesperado por volver a poseerla. Se sentía como un joven que acabara de descubrir el placer de compartir el lecho con una dama y se aferraba con glotonería a él. Sintió que Susanna sonreía contra sus labios y supo que era consciente del deseo que despertaba en él, pero Dev ya no era capaz de ocultarlo. Le enfadaba que su capacidad de resistencia fuera tan limitada. Hizo el amor con Susanna con una controlada intensidad que los condujo a ambos a la cumbre de un éxtasis tan placentero que resultaba casi doloroso.

– Abre los ojos -le ordenó a Susanna, mientras sentía las oleadas irresistibles de su éxtasis cerrándose sobre él-. Quiero que estés segura de que estás haciendo el amor conmigo. Quiero que me recuerdes.

Susanna abrió los ojos, unos ojos somnolientos y oscuros, llenos de sensuales secretos. La sonrisa que había en ellos hizo ceder completamente a Dev, que sintió que Susanna se cerraba nuevamente a su alrededor, entregada por completo a aquel placer.

Tiempo después, cuando las primeras luces del amanecer comenzaban a iluminar el cielo y brillaban sobre las calles empapadas de la ciudad, Dev abandonó el lecho en silencio, evitando despertarla.

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