Capítulo 11

La señorita Francesca Devlin salió de la casa de Hemming Row y fijó la mirada en la luna creciente que asomaba entre las ramas del cerezo de la plaza de enfrente. Llevaba allí tres horas, esperando a su amante. Era una noche cálida, hermosa, una noche hecha para el romanticismo. Se apreciaba la fragancia de las flores en el aire. Daba la sensación de que hasta iba a comenzar a cantar un ruiseñor. Sin lugar a dudas, debía de haber muchos amantes prometiéndose amor eterno bajo la luna, pero Francesca tenía la sensación de que para ella no habría un final feliz. Llevaba tiempo sospechándolo, sabía que había sido una insensata al arriesgarlo todo a una partida de dados, al entregarse a un hombre con la esperanza de que él pudiera amarla. El amor no funcionaba de aquella forma. Él había tomado todo lo que le había ofrecido, pero no le había dado nada a cambio, y el frío y creciente pavor que invadía su corazón le decía que jamás lo haría. Había jugado y había perdido.

Recordó de nuevo su infancia y cómo el juego siempre le había arrebatado la felicidad. Pensó en Devlin, que siempre había intentado protegerla del peligro y la desesperación que los había amenazado. Dev sufriría una enorme decepción.

Chessie ahogó un sollozo. Dev no debía enterarse nunca de lo que había hecho, de los riesgos que había corrido, de todo lo que había perdido en el juego. No soportaría mirarle a los ojos y ver en ellos el horror y la vergüenza.

Fitz, su amante secreto, no iba a volver con ella. Lo sabía. Le había visto salir del baile con lady Carew y había comprendido que aquél era el fin. Aquella hermosa y misteriosa viuda le había quitado a Fitz para siempre. No podía culparla. De verdad. Unos días atrás, odiaba a la bellísima Caroline Carew. Había querido culparla de todas sus desgracias. Pero era una persona honesta y no podía engañarse. Sabía que no se podía seducir a un hombre en contra de su voluntad. Fitz era un hombre débil, Chessie siempre lo había sabido, y aun así, continuaba queriéndole, estúpidamente.

Alzó la mano para secar las lágrimas de sus mejillas. Justo en ese momento, oyó los cascos de un caballo sobre los adoquines de la calle y se ocultó entre las sombras. Un coche de alquiler se detuvo afuera de la casa y vio a Fitz bajando de él y tendiéndole la mano a la dama que le acompañaba para ayudarla a bajar. Le pasó el brazo por la cintura y la acompañó hacia la puerta. Chessie podía percibir su impaciencia y ver también cómo la dama, si de una dama se trataba, reía y protestaba por su precipitación. La luz de la luna iluminó sus rizos dorados mientras se detenía para darle un largo, profundo y apasionado beso.

– ¡Así que es así como celebras tu compromiso! -le oyó decir Chessie a la mujer cuando se separaba-. ¡Qué detalle tan encantador, querido!

No era lady Carew. Aquella mujer iba pintada y se movía como una prostituta. Era la primera vez que Chessie la veía, pero no tuvo ningún problema para identificarla como lo que era. Sintió crecer una tristeza enorme en su interior y se apoderó de su alma un enorme cansancio. Llegó a sentir incluso una inesperada compasión por lady Carew. Había algo en aquella mujer que le gustaba, a pesar de que había sabido, desde el primer momento, que representaba un serio peligro para ella. Era una sensación inexplicable y extraña, pero deseó que todo hubiera sido diferente.

Cuadró los hombros. Las cosas eran tal y como eran. Tanto ella como Caroline Carew habían perdido, cada una a su manera. Quizá a lady Carew no le importara que Fitz estuviera con otra mujer la noche que se habían prometido. No lo sabía. Lo único que sabía era que a ella le importaba lo que había perdido. Y le dolía. Le dolía como jamás le había dolido algo en toda su vida.


Eran más de las tres de la mañana cuando el carruaje volvió a Curzon Street y se detuvo ante el número veintiuno. Susanna descendió agotada y caminó hacia la puerta de su casa. No había nada que deseara más que quitarse los zapatos, meterse en la cama y dormir tanto como necesitara. Dormir para siempre. Estaba exhausta y tenía el corazón destrozado.

Era consciente de que debería sentirse satisfecha. Más que satisfecha, incluso. Debería sentirse triunfante. Todos sus planes se habían hecho realidad. Había conseguido lo que quería. Había atrapado a Fitz. Fitz le había propuesto matrimonio formalmente y, naturalmente, ella había aceptado encantada. Los duques de Alton se llevarían una gran alegría. Y, lo más importante, por fin le pagarían y ella podría comenzar a desenmarañar aquella telaraña de mentiras, pagar sus deudas, comenzar desde cero, regresar con sus mellizos e iniciar una nueva vida junto a ellos, muy lejos de aquel ambiente contaminado por la falta de honestidad y el fraude. A pesar de que no era una mujer acostumbrada a llorar, se le hizo un nudo en la garganta al pensar en ello.

Susanna rechazó las atenciones del mayordomo y, bostezando, envió a Margery a la cama. No la necesitaba para desnudarse y no tenía intención de hacer nada más que quitarse la ropa y dejarse arrastrar por el sueño. Ignoró las cartas que esperaban en la mesita de la entrada. Sabía que solo la esperaban invitaciones, otra carta amenazadora de los prestamistas y, seguramente, un anónimo. Lo estaba esperando desde que había recibido el último. Sabía que él, o ella, le reclamaría algo a cambio de su silencio.

De momento, se negaba a pensar en ello. Todo podía esperar hasta el día siguiente. Subió cansada las escaleras, con los zapatos en la mano, permitiendo que los pies se hundieran en la alfombra. Iba a echar de menos aquella vida plagada de lujos, pensó. Era una delicia vivir rodeada de comodidades. Pero aquella casa, su vida entera, era una ilusión. Nada le pertenecía: ni la casa, ni la ropa, ni su nombre, ni la historia de Carolina Carew. Todo era mentira. Y estaba cansada de tanta falsedad.

Se deslizó en la intimidad del dormitorio. Margery había corrido las cortinas y había encendido una vela. La habitación era todo sombra y oro. Y en el centro de la enorme cama estaba James Devlin completamente vestido, con los brazos detrás de la cabeza y observándola con un fiero brillo en sus ojos azules.

Susanna pareció despertarse de pronto, sintió la excitación atravesándola como un rayo, arrastrando el cansancio y despertando todos sus sentidos a una nueva vida. Cerró la puerta del dormitorio suavemente tras ella y avanzó al interior de la habitación. Dev no se movió, y tampoco apartó la mirada de su rostro. Susanna se sintió desnuda y vulnerable bajo su fría mirada. El pulso se le aceleró. Tomó aire.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Era una pregunta estúpida, puesto que conocía de sobra la respuesta. Sabía lo que Dev quería. Y también ella lo deseaba. Durante las dos noches anteriores, había sufrido el anhelo de querer volver a estar en sus brazos, de sentir la presión de su cuerpo contra el suyo. Quería sus besos, quería sus manos sobre su piel. Por un momento, se sintió débil y ligeramente mareada. El corazón le martilleaba en el pecho. Deseaba a Devlin y no podía negarlo. Pero no iba a volver a cometer el error de acostarse con él.

– Sabías que estaba aquí -dijo Dev-. Le has pedido a tu doncella que se retire. ¿Por qué ibas a hacerlo, a no ser que supieras que te estaba esperando?

– Estaba cansada. No la necesitaba -sacudió la cabeza-. Qué arrogante eres, Devlin, para asumir que podía haber otro motivo. Sobre todo cuando ya te dije que no volvería a acostarme contigo.

Devlin sonrió y se estiró en la cama. Susanna intentó no fijarse en el movimiento de los músculos que se adivinaba bajo la camisa. Desvió la mirada hacia el rostro de Dev, comprendió que éste le había leído el pensamiento y deseó darle una bofetada por ser tan pretencioso.

– ¿Cómo has conseguido entrar? Los sirvientes no saben…

Se le quebró la voz y vio que Dev sonreía.

– Por supuesto que no. Puedo llegar a ser muy discreto. He subido por el balcón -señaló hacia los ventanales que daban al jardín-. El duque de Portland debería de tener más cuidado con su casa.

– Es evidente -repuso Susanna con frialdad. Puso los brazos en jarras-. Creo que deberías marcharte. No sé si lo recuerdas, pero hace unas horas has intentado seducirme para sonsacarme mis secretos. Y has fracasado -se volvió-. Márchate, Devlin. Deja de jugar conmigo. Estoy cansada y quiero acostarme. Sola.

Se quitó la capa y dejó que cayera como un charco de terciopelo a sus pies. Vio que Devlin seguía el movimiento con la mirada para fijarla después en los hombros desnudos que el vestido de seda dejaba al descubierto. Susanna sabía, sin necesidad de mirarse en el espejo, que su piel estaba teñida de rosa por el ardor de los besos de Fitz. No le había quedado más remedio que permitir que Fitz se tomara algunas licencias aquella noche para conseguir exactamente lo que quería. Por un momento, se sintió fría, utilizada y sucia.

El brillo salvaje de la mirada de Dev se intensificó mientras deslizaba la mirada sobre ella y la detenía sobre las manchas delatoras que cubrían su piel. Pero Susanna no se movió. Permaneció inmóvil donde estaba, atrapada por la luz de sus ojos.

– No estaba seguro de si volverías esta noche -susurró Dev al cabo de unos segundos.

– ¿O de si Fitz volvería conmigo? -preguntó Susanna. Tomó aire-. Ya te dije antes que eso no es asunto tuyo, Devlin.

Dev no apartaba la mirada de su rostro. Susanna podía sentir la violencia que emanaba de él, una violencia a duras penas contenida. Vio que se movía un músculo de su mandíbula.

– ¿Has hecho el amor con él? -parecía estar haciendo la pregunta en contra de su voluntad.

Antes de que Susanna pudiera responder, se levantó de la cama y la agarró de los antebrazos con tanta delicadeza como despiadado era su tono de voz.

– Maldita sea. No lo entiendo, pero hayas hecho lo que hayas hecho con Fitz, continúo deseándote -la recorrió de los pies a la cabeza con aquella mirada cargada de furia-. Me parece imposible, pero es cierto.

Enmarcó su rostro con las manos y buscó sus labios. Una vez más, la ternura de sus labios contra su boca marcaba un inquietante contrapunto con el enfado que Susanna sentía bullir dentro de él.

– Sería capaz de hacer el amor contigo aunque tu cuerpo conserve la marca de sus besos y sus manos.

Volvió a besarla, con más dureza en aquella ocasión, hundiendo la lengua en su boca y exigiendo una respuesta.

– ¿Lo has conseguido? -preguntó con desprecio cuando la soltó-. ¿Ya tienes lo que buscabas?

– Mañana anunciarán el compromiso en el periódico -susurró Susanna.

Vio que cambiaba el semblante de Dev. Le oyó soltar la respiración antes de estrecharla de tal manera contra él que Susanna podía sentir los latidos de su corazón contra su pecho.

– Susanna… -estaba temblando-, ¿por qué estás haciendo esto?

Entonces fue Susanna la que se enfadó. Le empujó para apartarlo de ella.

– Estoy asegurando mi futuro, Devlin. Al igual que lo estás haciendo tú a través del matrimonio. Ésa es la única razón por la que estoy haciendo esto.

De pronto, deseaba contarle todo. Le resultaba extraño, porque Devlin era la última persona en la que debería confiar, pero se sentía muy sola llevando una doble vida y Dev era el único que sabía realmente quién era.

– Los dos estamos haciendo lo que tenemos que hacer. Tú casándote con Emma y yo casándome con Fitz.

– Esto no tiene nada que ver con Fitz o con Emma -replicó Dev con dureza.

La estrechó entre sus brazos y la besó como si su vida dependiera de ello. Susanna enredó la lengua con la suya y le bastó disfrutar de su sabor y respirar su esencia para sentirse de nuevo embriagada.

– Dijimos que no deberíamos… -comenzó a decir cuando Dev abandonó sus labios.

– Sabías que volvería a ocurrir -contestó Dev con dureza-. ¿Cómo no íbamos a repetirlo?

Cómo no iba a repetirlo, pensó Susanna, si durante todo aquel proceso en busca de fortuna se habían comportado como si fueran las dos mitades de un todo, dos personas que se completaban y que, contra todo pronóstico, necesitaban estar juntas. El mero pensamiento la horrorizaba. Habría sido mucho más fácil fingir que era el simple deseo lo que los unía. Pero no habría sido cierto. Era mucho más lo que sentía por Devlin. Siempre lo había sido, aunque él no lo sintiera.

Devlin tomó su rostro entre las manos y volvió a besarla. Había enfado en él y una extraña angustia e inquietud. Le quitó bruscamente el vestido. Al oír cómo saltaban las costuras, Susanna protestó.

– Ya te comprarán otro tus amigos, los duques de Alton, puesto que parecen tener tanto interés en que seduzcas a su heredero -le espetó Dev.

La hizo volverse hacia la luz de la vela, de manera que un resplandor dorado bañara su cuerpo.

– Maldita sea…

Volvió a recorrerla de los pies a la cabeza, y no hubo un solo milímetro de la piel de Susanna que no ardiera ante la fuerza de sus ojos.

– No soporto pensar en ello siquiera.

– Pero no hemos… -comenzó a decir Susanna.

Devlin la silenció negando con la cabeza.

– Ahórramelo.

La tumbó en la cama y le sostuvo con una mano las muñecas. Susanna se retorció para liberarse, pero Devlin se limitó a continuar presionando y la retuvo tumbada sin dificultad. A Susanna le dio un vuelco el corazón al comprender que, en aquella ocasión, no iba a esperar. Se apoderó de ella una alegría fiera. Estaba deseando aquel encuentro. Se sentía desesperadamente carnal.

Devlin cerró su boca ardiente sobre uno de los pezones, y Susanna sintió un estallido de placer atravesando su cuerpo entero. Devlin succionó y ella continuó retorciéndose, intentando liberar sus manos. Devlin comenzó a descender. Susanna emitió un jadeo que terminó convertido en un gemido de frustración. Al parecer se había equivocado. Devlin estaba dispuesto a hacerla esperar.

– Parece que la velada no ha sido tan satisfactoria como cabría imaginar -susurró Devlin mientras rozaba su seno con los labios. Le lamió el pezón-. ¿Lo ha sido, Susanna?

– Devlin, por favor…

– Mañana anunciarás tu compromiso con otro hombre.

Devlin se interrumpió y Susanna sintió la caricia de su respiración sobre su piel. Devlin succionó de nuevo el pezón. Otra llamarada encendió el cuerpo entero de Susanna, dejándola temblando y furiosa por el dominio que parecía tener Devlin sobre ella.

– ¿Qué estás intentando demostrar? -le preguntó entre dientes.

Vio el resplandor de los dientes de Devlin cuando éste sonrió.

– Solo que sientes por mí algo que jamás sentirás por Fitz.

– Así que es orgullo -le reprochó con enfado y desprecio, a pesar de su excitación-. En ese caso, lo admito libremente, Devlin. Jamás responderé a Fitz como te respondo a ti. De modo que si lo que querías era demostrar algo, ya puedes marcharte.

Dev acarició su vientre.

– Me temo que no.

Susanna continuaba enfadada, pese a que las caricias de Dev le hacían estremecerse de deseo.

– Eres un hipócrita al pedirme ese tipo de cosas -le reprochó con amargura-. Al fin y al cabo, tú tampoco eres mío, ¿no es cierto, Devlin? Perteneces a otra mujer.

– Ah…

Demostrando una asombrosa capacidad para la ternura, Devlin la besó con infinita delicadeza, como si quisiera llegarle hasta el alma. Cuando se separó de ella, los dos estaban temblando. Devlin le apartó el pelo de la frente, haciéndole sentir las frías yemas de sus dedos contra su piel.

– Años atrás nos pertenecimos el uno al otro, Susanna. Y esta noche, podemos hacerlo otra vez.

Fue aquel pensamiento el que le dio a Susanna la fuerza para detenerlo. Una noche. Sí, podría entregarse a Devlin una noche más. Sería fácil sumergirse en la pasión y olvidarlo todo en el goce supremo junto a él.

Pero al cabo de unas horas, Devlin se marcharía, volvería a perderle y se odiaría a sí misma por su debilidad. El placer desaparecería, pero permanecería el dolor. Se había prometido a sí misma que jamás volvería a arriesgarse a perder en el amor y sabía que si flaqueaba en aquel momento, estaría perdida.

– ¡No!

Se apartó bruscamente de él y se aferró a la sábana para ocultar su desnudez. Se envolvió en ella con manos temblorosas.

– No -repitió.

Se alejó de la cama. Las piernas le temblaban de tal manera que pensó que iba a caerse.

– Esta noche no, Devlin. Tenemos que detener todo esto.

Dev dio media vuelta en la cama y se levantó. Por un momento, pareció completamente aturdido, tan absorto en lo que estaba sintiendo como lo estaba ella segundos antes. Sacudió la cabeza, como si necesitara aclarar sus pensamientos. Alzó la mirada y la fijó en Susanna. Ésta comprobó estupefacta que había diversión en ella.

– Tienes el sentido de la oportunidad más frustrante del mundo -musitó.

– Lo siento -contestó Susanna. Se aferró al brazo de la butaca y se sentó agradecida-. No pretendía tentarte intencionadamente.

– Lo sé -le espetó Dev. Su frustración era visible. La miró, desvió a regañadientes la mirada y sacudió la cabeza-. ¿Pero de verdad tienes que serle fiel a Fitz cuando solo le quieres por su título y además es muy posible que en este momento esté disfrutando de la noche con una prostituta del Covent Garden?

La brutalidad de sus palabras hizo que Susanna se encogiera. Obviamente, Dev pensaba que su compromiso con Fitz era real, cuando ella sabía que era una estafa. Pero eso no cambiaba el hecho de que se estaba jugando su futuro en aquella operación.

– Creo en la fidelidad -proclamó con firmeza.

Vio la incredulidad en los ojos de Dev. Este se apartó el pelo de la frente con impaciencia.

– ¿Y se supone que tengo que creérmelo?

Le dolía que no la creyera, pero Susanna no esperaba menos.

– ¿Y qué me dices de ti? ¿Puedes decir que siempre has sido fiel a la mujer con la que estás comprometido?

Dev la miró con el semblante totalmente inexpresivo.

– Hasta la noche que estuve contigo, no le había sido infiel a Emma en dos años de compromiso.

Entonces le tocó a Susanna sorprenderse. Pero no lo hizo. El James Devlin al que había conocido, a pesar de sus aires de libertino, siempre se había dejado guiar por la integridad y el honor. Ése era uno de los motivos por los que le había amado.

– Entonces entenderás por qué esto tiene que terminar, Devlin.

Devlin no contestó inmediatamente. Se acercó a ella y la atrajo suavemente hacia él. Por un instante, rozó su mejilla con la suya, haciéndole sentir la sutil aspereza de su barba contra la suavidad de su piel.

– Maldita sea, Susanna -parecía estremecido, pesaroso.

Susanna posó la mano en su pecho.

– Sabes lo que tienes que hacer, Devlin. Eres un buen hombre. Demuéstralo poniendo fin a todo esto.

En cuanto tocó a Dev, éste se quedó paralizado. Susanna notaba el latido de su corazón bajo su mano. Había perplejidad y una nueva conciencia en su mirada. Todas las provocaciones, los fingimientos, habían desaparecido. Entre ellos ya solo quedaba la verdad. Aquel instante se prolongó en el tiempo, envolviéndolos como una delicada telaraña, hasta que Dev posó la mano sobre la de Susanna, que continuaba apoyada en su corazón.

– Gracias -le dijo. Sacudió ligeramente la cabeza, con desconcierto, pero también con un nuevo sentimiento-. Eres una mujer sorprendente, Susanna.

– No sabes hasta qué punto -respondió Susanna con sinceridad.

Dev le brindó una sonrisa desprovista por una vez de toda burla, después retrocedió y Susanna se sintió más fría y sola de lo que jamás se había sentido en su vida.

Dev tomó la chaqueta y se la colgó al hombro. Se dirigió hacia la puerta.

– ¡Por el balcón! -le pidió Susanna-. Tienes que irte por donde has venido.

Dev esbozó una mueca.

– Podría hacerme daño…

Susanna le bloqueó el camino a la puerta.

– Tendrás que correr ese riesgo. Prefiero que sufra tu salud a que sufra mi reputación.

Dev le dirigió entonces una sonrisa tan deslumbrante que le aceleró nuevamente el pulso.

– En ese caso, buenas noches, lady Carew -se despidió de ella-. Y buena suerte.

Un segundo después, saltó por el balcón y desapareció. Susanna contuvo la respiración horrorizada. Cuando había sugerido que se fuera por donde había llegado, sospechaba que descendería por la fachada, no que saltaría desde un primer piso. Corrió al balcón y se asomó a la barandilla. Los primeros rayos del amanecer cruzaban el cielo, tiñéndolo de rosa y oro. Bajo aquella luz, pudo ver a Dev en el jardín, completamente ileso, sacudiéndose el polvo de la chaqueta. Alzó la mirada hacia ella y la descubrió observándole. Susanna vio entonces el resplandor de sus dientes, que asomaban tras una radiante sonrisa.

– Sabía que querrías asegurarte de que estaba a salvo -se burló Devlin.

– Maldito seas -respondió Susanna, furiosa por haberle demostrado que tenía razón.

Devlin soltó una carcajada.

– Dulces sueños -le deseó.

Susanna cerró la puerta quedamente, corrió las cortinas y se sentó en el borde de la cama. Todavía estaba temblando. Sabía que había hecho bien al echar a Dev. Y sabía que también él lo sabía. Aun así, se sentía más sola y vacía de lo que había estado jamás en su vida.

Se abrazó a sí misma, intentando reconfortarse a pesar del calor de la noche. Devlin. Su marido. Eran muchas las cosas que Devlin no sabía, y que jamás debería saber. Se estremeció. Si era capaz de guardar sus secretos, si era capaz de mantener a los prestamistas a raya y de mantenerse a salvo, pronto podría comprar la anulación de su matrimonio y escapar a una nueva vida. Solo tenía que aguantar un poco más. Después, no volvería a ver a James Devlin nunca más. Eso era lo mejor para todos, además de la única opción. Ella ya había perdido demasiado y sabía que perder de nuevo el amor la destrozaría.

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