Capítulo 19

Era el día de su aniversario de boda y hacía un día precioso.

Susanna permanecía tras el mostrador en la tienda de la señora Green, con la mirada fija en los enormes ventanales de la galería, contemplando el puerto y el mar que se extendían ante sus ojos. Al regresar a Escocia, no había querido volver a las bulliciosas calles de Edimburgo. Encerraban demasiados recuerdos. En cambio, había decidido instalarse en una tranquila población de la costa oeste, con vistas a la isla de Sky y las afiladas cumbres de las Cuillins. Había numerosas tabernas en Oban en las que podría haber encontrado trabajo, y posadas que tenían como clientes a conductores y pescadores. Afortunadamente, en vez de volver a servir pintas de cervezas o a cantar baladas de taberna en taberna, Susanna había conseguido trabajo en la única tienda de ropa de Oban. La señora Green se enorgullecía de la categoría de su clientela y esperaba un nivel similar en sus empleadas. La elegancia de Susanna y sus buenos modales la habían convencido.

Durante las tres semanas que habían pasado desde que Susanna había salido de Londres, había ido a ver a Rose y a Rory y había tenido una difícil conversación con cada uno de ellos. Rory había estallado en cólera cuando Susanna le había explicado que al final, no iba a poder abandonar el hogar del doctor Murchison y que todavía tardarían algún tiempo en formar una familia. Rose había sido más moderada, su reproche había sido silencioso, pero, en ambos casos, Susanna había sido testigo de su tristeza y había tenido la sensación de que había vuelto a fallarles. No había vuelto a tener noticias del señor Churchward. A lo mejor era demasiado pronto, pero estaba segura de que Devlin había empezado el proceso de anulación matrimonial para pasar definitivamente aquella página de su vida. Se preguntaba si sabría de sus proezas a través de los periódicos sensacionalistas, si hablarían de que había conseguido el rescate de un rey o si había seducido a la meretriz de un monarca. Al pensar en ello, se le rompió otro pedazo de su maltrecho corazón.

Había llorado al descubrir que no llevaba en su vientre un hijo de Devlin, y había llorado después porque no entendía por qué lloraba. Ella pensaba que llegaría a alegrarse de poder romper con todos los vínculos del pasado. Había elegido estar sola y empezar desde cero porque tenía miedo de perder a Dev y prefería poner fin a esa relación antes de que fuera demasiado tarde. Pero en realidad, ya lo era. Lo había sido desde el momento en el que había vuelto a enamorarse de él. En dos ocasiones no había sido capaz de arriesgarse lo suficiente como para amarle sin miedos. No habría una tercera oportunidad.

Sonó con fuerza la campana de la puerta. Susanna alzó la mirada de los fardos de batista y muselina que caían en cascada sobre el mostrador y sintió que la tierra se abría bajo sus pies. Porque Devlin estaba en la puerta del establecimiento. Estaba increíblemente atractivo con el uniforme de la Marina. Susanna tuvo la sensación de que la tienda comenzaba a girar lentamente. Por un momento, pensó que iba a desmayarse. Vio a Devlin acceder al interior de la tienda y cerrar la puerta tras él. Para entonces, toda la clientela femenina estaba mirándole ya sin disimular su fascinación. La compañera más joven de Susanna se abstrajo de tal manera de su trabajo que toda una bobina de tela terminó en el suelo. Dev la recogió y se la devolvió con una sonrisa y una palabra amable, y Susanna pensó que su compañera iba a desmayarse de emoción.

Dev avanzó hasta colocarse delante de Susanna. Había una leve sonrisa en sus ojos azules mientras la miraba. Susanna sentía la garganta seca, como de serrín. El corazón comenzó a latirle con fuerza.

– Susanna.

Una sola palabra y Susanna se dijo que también ella iba a desvanecerse. Tomó aire y se aferró al borde del mostrador para no perder el equilibrio.

– ¿Puedo ayudaros en algo, señor? -preguntó muy educadamente-. ¿Estáis interesado en nuestra mercancía?

La sonrisa de Dev se tornó en una sonrisa abiertamente picara.

– No, estoy más interesado en vos. Me gustaría hacer una oferta.

La señorita Alisson, otra de las empleadas de la tienda, que estaba en aquel momento a la izquierda de Susanna, soltó una exclamación ahogada.

– Lo siento, señor -contestó Susanna muy fría-. Éste no es esa clase de establecimiento y yo no soy de esa clase de mujeres.

Dev profundizó su sonrisa.

– Oh, claro que lo eres -musitó. La tomó por la barbilla y se la alzó para poder mirarla a los ojos-. Y ahora mismo, vas a salir conmigo de la tienda y no vas a mirar atrás.

Susanna le sostuvo la mirada.

– Eso depende de los términos de vuestro ofrecimiento, señor -contestó, provocando otra exclamación de la estupefacta dependienta-. No me vendo barato.

Dev la miró a los ojos durante largo rato. Había en ellos desafío y diversión, pero también otro sentimiento que hizo que a Susanna le diera un vuelco el corazón.

– Te amo, Susanna Burney -se declaró entonces Devlin-. Te amaba cuando nos conocimos hace nueve años, te amaba en Londres y te amaré hasta que muera. ¿Esos términos son suficientes para ti?

Susanna oyó que la señorita Alison emitía un gemido a medias entre la pasión y la envidia. Sacudió la cabeza, intentando ignorar el errático latir de su corazón.

– Ese tipo de palabras son las que conducen a una chica inocente a la perdición, sobre todo cuando provienen de un caballero tan atractivo como vos.

– Pero como tú ya me conoces íntimamente -susurró Dev, con los labios a solo unos centímetros de los suyos-, sabes que soy un hombre sincero. Jamás en mi vida he querido casarme con nadie que no fueras tú.

Susanna retrocedió al instante.

– Eso no es cierto -le reprochó-. Querías casarte con Emma.

– Quería casarme con el dinero y el título de Emma -la corrigió-. Si hubiera querido casarme con ella, lo habría hecho hace tiempo.

– No tienes corazón -dijo Susanna, incapaz de disimular la sonrisa que comenzaba a asomar a sus labios.

– Mi corazón es tuyo, y lo sabes, Susanna -le tomó las manos.

Susanna le sintió temblar ligeramente y aquello le contagió la fuerza de su emoción.

– Nadie puede predecir el futuro -continuó diciendo Dev-, pero si confías en mí, me aseguraré de que no te arrepientas de volver a mi lado, Susanna. Mientras quede el mínimo aliento en mi cuerpo, seré tuyo y tú serás la estrella que guíe el camino a mi hogar.

Susanna parpadeó para contener las lágrimas de emoción.

– Lo comprendes… -susurró.

– Comprendo que has tenido mucho miedo, y me aseguraré de que no vuelvas a sentirte sola nunca más.

Se inclinó sobre el mostrador y la besó. Susanna sintió entonces que su corazón se expandía con una felicidad deslumbrante.

– Te quiero -susurró contra sus labios.

Le sintió sonreír antes de volver a besarla.

– ¡Señorita Burney! -La señora Green salió corriendo de la trastienda al ver a su nueva empleada abrazando con pasión a un capitán de la Marina-. ¿Qué significa todo esto? ¡Es posible que esta conducta se le consienta en Edimburgo, pero en Oban no la permitimos!

– Bueno, por lo menos esta vez has utilizado tu verdadero nombre, Susanna -comentó Dev mientras la soltaba. Saludó a la señora Green con una elegante reverencia-. ¿Cómo estáis, señora? Soy el marido de la señorita Burney, sir James Devlin. De modo que, en realidad -miró a Susanna y sonrió-, Susanna es lady Devlin.

– ¿Lady Devlin? -la señora Green le dirigió a Susanna una mirada de profundo recelo.

Susanna comprendía que se estaba debatiendo entre la desaprobación y el miedo a que Devlin estuviera diciendo la verdad y estuviera a punto de enemistarse con un miembro de la alta sociedad.

– ¿Lady Devlin está trabajando en mi tienda?

– Me temo que ya no -contestó Dev alegremente-, pero quiero agradeceros que le hayáis proporcionado un trabajo mucho más respetable que el negocio al que antes se dedicaba.

– Bueno, en ese caso, supongo que debo desearos felicidad -replicó la señora Green.

– Gracias -contestó Dev. Le tendió la mano a Susanna-. Ya no tendrás que volver a huir -le dijo suavemente.

Una vez en la calle, expuestos al azote del viento y a la sombra del malecón, Susanna se detuvo y posó una mano en su pecho.

– Devlin, ¿estás seguro? No he sabido confiar en dos ocasiones y… -se interrumpió.

Dev cubrió la mano que posaba en su pecho.

– No tendrás que hacerlo todo sola, Susanna -le dijo con voz queda. Su semblante se oscureció-. Rory me contó que habías perdido a tu padre en la guerra. Ahora entiendo por qué tenías tanto miedo a arriesgarlo todo años atrás, y también por qué huiste de Londres.

– ¿Te lo ha contado Rory? -preguntó Susanna estupefacta.

– Le vi ayer, cuando venía de camino hacia aquí -contestó Dev con obvia satisfacción-. Fue él el que me dijo dónde podía encontrarte. Es un buen muchacho -añadió-. Estuvimos jugando al cricket. Está deseando salir de aquella casa. Solo me dio permiso para casarme contigo cuando comprendió que, en cuanto acabáramos la luna de miel, iríamos a buscarlos tanto a él como a su hermana.

– ¿Casarnos? ¿Luna de miel? -preguntó Susanna desconcertada.

– Tu conversación parece haber perdido la chispa -musitó Dev, rozando sus labios-. No haces nada más que repetir lo que yo digo -le agarró la mano-. Vamos.

– ¿Pero adonde? -preguntó Susanna mientras Devlin le hacía acelerar el paso de tal manera que prácticamente corrían.

– Hoy es nuestro aniversario de boda. ¿Lo habías olvidado?

Caminaron hasta llegar a una capilla situada en lo alto de un promontorio. Lo alcanzaron justo en el momento en el que el sol comenzaba a esconderse tras las montañas distantes y sus rayos acariciaban un mar de plata líquida. Dev abrió la puerta y accedió al interior. Hacía frío y las motas de polvo danzaban en los haces de luz de las vidrieras.

– No hay nadie que sea testigo de nuestros votos -le explicó Dev mientras la conducía ante el altar-, pero sé que nuestras palabras serán escuchadas.

Sacó la alianza que llevaba en el bolsillo y se la deslizó a Susanna en el dedo.

– Un principio y un final -le dijo-. El eterno retorno.

Volvió a besarla y, aquella vez, fue un beso cargado de amor y promesas. Permanecieron allí durante largo rato, frente a las piedras de la iglesia bañadas por el sol, observando la puesta del astro solar.

Minutos después, Dev comenzó a moverse, le hizo a Susanna agarrarle del brazo, cruzaron la desvencijada puerta del jardín de la iglesia y comenzaron a subir un camino empedrado. Caminaban lentamente, con las cabezas inclinadas y muy juntos.

– Tenemos tres días antes de ir a por los mellizos -le explicó Dev-. Después iremos a Ivnergordon, allí tengo mi destino.

– Te has convertido en un marido muy autoritario -Susanna le miró con el ceño fruncido y le acarició la mandíbula, sintiendo el roce sutil de su barba contra la yema de los dedos y deleitándose en su aspereza.

Dev volvió la cabeza y la besó.

– Por supuesto. Ahora quiero hacer el amor contigo. Y me temo que también en eso me he vuelto muy autoritario.

– Vivo alquilada en una muy respetable casa de huéspedes -comenzó a decir Susanna y vio que Dev sonreía.

– Afortunadamente, disponemos de una pequeña cabaña justó allí, detrás de esa colina. Quería cierta privacidad, porque no pretendo que nos comportemos de forma respetable.

– ¿Pero cómo has podido pagarla? Entre los dos, debemos tener suficientes deudas como para hundir un barco.

– Ya no. Las he pagado todas.

– ¿Pero cómo? -preguntó Susanna, retrocediendo ligeramente.

Dev pareció apesadumbrado.

– Tenía algo de gran valor -la miró a los ojos y sonrió-. Bueno, en realidad, eran dos cosas, pero solo pude vender una.

– ¡Has vendido la perla! -susurró Susanna-. ¡Oh, Devlin!

Dev se echó a reír.

– No, no he vendido esa perla. La conservo para ti. Había dos -su sonrisa se tornó irónica-. Eran un símbolo de mi vida anterior -dijo suavemente-. Durante mucho tiempo, me sentí atado a ellas porque representaban la vida que había adorado y perdido, eran un símbolo de la aventura, de la emoción… -se interrumpió y enmarcó el rostro de Susanna entre las manos-. Pero ya no importa, porque ahora tengo una nueva vida contigo -la soltó y se echó a reír-. En realidad, lo que he dicho no es del todo cierto. Había tres perlas, pero una de ellas era falsa. Se la entregué a Tom Bradshaw a cambio de tus pagarés -sacudió la cabeza-. Pero ya te hablaré de todo eso en otro momento.

Ya estaba besándola y cruzando con ella el marco de la puerta de la cabaña, que cerró con gesto decidido tras ellos.

– Siempre llevas ropa de lo más frustrante -musitó mientras comenzaba a desabrocharle la tira de diminutos botones del corpiño del vestido-. Qué vestido tan respetable -continuó. Reprimió una maldición cuando se le resbaló un botón-. Justo lo que se espera de una dama que trabaja en la tienda de la señora Green.

– Soy una mujer muy respetable.

– No, no lo eres -deslizó la tela por su escote y posó los labios en la piel que dejó al descubierto-. Ninguna mujer respetable disfrutaría con la perla de un rey oriental.

Un delicioso escalofrío recorrió la espalda de Susanna.

– En ese caso, quizá prefiera ser perversa -musitó.

El corpiño de aquel respetable vestido se abrió por completo en cuanto se desabrochó el último botón. Devlin deslizó la mano en su interior.

– Oh, por fin se ha rendido este vestido tan virtuoso.

Acariciaba con la palma de la mano el lateral de su pecho. Retiró el corpiño por completo e inclinó la cabeza para tirar suavemente del pezón, acariciándolo con los dientes.

Susanna gimió presa del más puro de los deleites. El corpiño del vestido cayó al suelo y Dev se empleó entonces con el lazo que ataba la falda. También la última prenda cayó con el mismo entusiasmo que Susanna sentía.

– Creo que esto va a acabar como siempre: yo desnuda y tú completamente vestido.

Dev soltó una carcajada.

– No, a lo mejor esta vez no.

La tomó en brazos y subió con ella al dormitorio del piso de arriba.

– ¡Dios mío, qué belleza! -musitó Susanna al ver el enorme ventanal orientado al oeste y la puesta de sol sobre el mar.

Dev se colocó tras ella, posó el brazo en su cintura y le mordisqueó el cuello. Susanna sintió sus labios en la nuca, dibujando un delicioso camino por su espalda, y también la dura presión de su erección contra ella. Se volvió en sus brazos para besarle y se entregó durante unos instantes a aquel abrazo, antes de ayudarle a desprenderse de su uniforme.

– Estabas muy guapo con él -bromeó, mientras admiraba la firme musculatura de su cuerpo bajo el sol dorado del atardecer. Deslizó un dedo por su hombro-. Pero ahora te prefiero sin uniforme.

El brillo intenso de los ojos de Dev le hizo contener la respiración.

– A tus órdenes -susurró.

Le acarició el pelo, le enmarcó el rostro entre las manos y volvió a besarla, tentándola, saboreándola y dominando su deseo. Aquella vez fue diferente, pensó Susanna mientras entreabría los labios al sentir su demanda, menos salvaje, pero no menos apasionado. La rabia, el enfado, habían desaparecido anegados en el amor.

La cama estaba bañada en púrpura y oro cuando Dev la tumbó a su lado.

– A tus completas órdenes -insistió mientras jugueteaba con las hebras de su pelo, extendidas sobre el colchón en sedoso abandono-. Solo tuyo, Susanna, ahora y siempre.

– Como siempre, hablas muy bien -dijo Susanna sonriendo, mientras le acariciaba la espalda lentamente y disfrutaba al verle estremecerse-. ¿Pero tus actos estarán a la altura de tus palabras?

Permanecieron durante unos segundos en silencio, mirándose el uno al otro. Estaban tan cerca que casi se tocaban. Susanna vio que la diversión del rostro de Dev se transformaba en un tenso deseo. Casi inmediatamente la colocó bajo él, se hundió en ella con una larga embestida y se apoderó de su boca al tiempo que tomaba sus labios. Susanna se entregó a aquella invasión, dejando que sus cuerpos y sus respiraciones se fundieran mientras él movía las manos sobre ella, evocando el más sublime de los placeres. La espiral se tensó, quemando en aquel fuego las miserias de los últimos años, uniéndoles con un deseo transmutado en ternura y pasión. Susanna se aferró a Devlin durante el más exquisito de los clímax, que alcanzaron los dos juntos, con las mejillas empapadas en lágrimas de emoción. Dev cambió ligeramente de postura para acunarla en sus brazos.

– Cariño -parecía asustado-, por favor, no llores.

Se tumbó a su lado y la estrechó contra él.

– Te amo -susurró contra su cálida piel-. Siempre te amaré.

– Lloro de felicidad -le explicó Susanna, sonriendo radiante-. Yo también te amo, James Devlin. Y creo que me va a encantar estar casada contigo.

Dev comenzó a besarla otra vez.

– Me alegro, porque tenemos toda una vida por delante.

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