Capítulo 1

A los veintisiete años, James Devlin tenía todo lo que un hombre podía desear. Un lugar entre la alta sociedad, una prometida rica y bella y un título. Aun así, la noche que su primera esposa regresó a su vida tras nueve años de ausencia, estaba aburrido. Todo lo aburrido que podía llegar a estar un caballero en el momento más álgido de la temporada de bailes londinense.

Era otra noche más de exceso, despilfarro y entretenimiento vacuo. Los duques de Alton organizaban las mejores fiestas de la ciudad: opulentas, de buen gusto y exclusivas. Pero para Devlin, aquélla sería otra noche más empleada en conseguir limonada para Emma cuando ésta estuviera sedienta, en localizar su abanico cuando lo perdiera y en adular a la mamá de Emma, que no lo soportaba y, probablemente, ni siquiera supiera su nombre a pesar de que llevaban ya dos años prometidos. En otra época de su vida, Devlin había tenido que enfrentarse a los elementos en la cubierta de un barco azotado por la lluvia, había tenido que trepar y aparejar las jarcias y había luchado por su vida. Cada día entrañaba nuevos peligros, nuevas emociones. Habían pasado solamente dos años desde entonces, pero tenía la sensación de que había transcurrido más de un siglo. Últimamente, no tenía que enfrentarse a nada más peligroso que ir a recoger su abrigo y tenderle a Emma el bolso.

– ¿Estás celoso, Dev? -le preguntó su hermana Francesca, posando la mano en su brazo.

Dev se dio cuenta de que estaba frunciendo el ceño mientras observaba a Emma, que bailaba en la pista de baile. De hecho, la estaba fulminando con la mirada mientras ella giraba al ritmo del vals en los brazos de su primo Frederick Walters. Chessie no era la única que había notado su actitud adusta. Reconoció miradas de reojo y mal disimulada diversión a su alrededor. Todo el mundo pensaba que era un hombre posesivo, que le molestaba que Emma, una consumada coqueta, dedicara su tiempo a otros hombres. Si de verdad hubiera sido celoso, se habría pasado el día batiéndose en duelo, pero para ser celoso había que estar enamorado y a él le daba exactamente igual que Emma flirteara con todos los hombres de Londres.

Se enderezó y borró el ceño de su frente.

– No estoy en absoluto celoso.

Chessie recorrió su rostro con sus enormes ojos azules, buscando algún gesto que le indicara que estaba intentando engañarle.

– No es ningún secreto que los condes de Brooke prefieren a Fred como marido para Emma -le advirtió.

Dev se encogió de hombros.

– Los condes preferirían hasta un sabueso con moquillo como marido de Emma, pero la cuestión es que Emma me quiere a mí.

– Y Emma siempre consigue lo que quiera -había cierto deje afilado en la voz de Chessie.

Dev miró a su hermana. Chessie todavía no tenía lo que quería, aunque llevaba meses esperándolo. Fitzwilliam Alton, hijo único y heredero de los duques, llevaba tiempo dedicando a Chessie una notable atención. Tan notorio trato solo podía terminar de forma respetable con una propuesta de matrimonio, pero hasta entonces, Fitz no se había declarado, y estaban comenzando a correr los rumores. La alta sociedad, pensó Dev, no había sido en absoluto amable con ellos. Desde el primer momento les habían considerado motivo de escándalo a él y a Chessie en particular. Carecían de un origen noble y no tenían dinero. Devlin al menos había conseguido hacer carrera en la Marina antes de recurrir a buscar una fortuna. Chessie solo contaba con su belleza y su vivaz personalidad para causar una buena impresión. Las mujeres siempre lo tenían más difícil.

– No te gusta Emma -comentó Dev.

Sintió, más que vio, la mirada burlona de su hermana.

– No me gusta lo que ha hecho de ti -replicó-. Te has convertido en una de las mascotas de Emma, como ese perrito blanco o ese mono malhumorado.

Aquello le dolió.

– Un pequeño precio a pagar a cambio de lo que busco -respondió Dev.

Dinero, estatus. Llevaba diez años buscándolo. Había nacido sin nada y no tenía intención de volver a sufrir la pobreza de su juventud. Por fin lo tenía todo a su alcance y si para conseguirlo tenía que convertirse en el perrito faldero de Emma durante el resto de su vida, conocía peores destinos. O, por lo menos, eso se decía a sí mismo.

– Tú no eres mejor que yo -le recordó a su hermana, consciente de que estaba acercándose peligrosamente al ojo por ojo que había presidido su relación durante la infancia-. Tú también has atrapado a un marqués.

Chessie cerró el abanico con un gesto con el que expresaba un profundo desdén.

– No seas vulgar, Dev. Yo no me parezco nada a ti. Es posible que también sea una cazafortunas, pero yo amo a Fitz. Y, en cualquier caso, todavía no le he atrapado.

– Seguro que pronto te propondrá matrimonio -la consoló Dev.

Había advertido cierta inseguridad en la voz de su hermana que evidenciaba la poca confianza que tenía en sí misma. Dev quería tranquilizarla, aunque pensaba que Fitzwilliam Alton no era un hombre suficientemente bueno para Chessie.

– Fitz también te quiere -le aseguró, esperando tener razón-. Solo está esperando el momento adecuado para dar la noticia a sus padres.

– Ese momento no llegará nunca -respondió Chessie secamente.

– Debes de querer mucho a Fitz para estar dispuesta a soportar a la duquesa de Alton como suegra.

– Y tú debes de desear mucho el dinero de Emma para estar dispuesto a soportar a la condesa de Brooke -replicó Chessie.

– Así es.

Chessie sacudió ligeramente la cabeza.

– No merece la pena, Dev. Terminarás odiándola.

– Estoy convencido de que tienes razón. De hecho, ya me desagrada bastante.

– Me refería a Emma -repuso Chessie, con los ojos fijos en las parejas que bailaban-, no a su madre. Aunque si Emma va pareciéndose a su madre a medida que envejezca, también será difícil de soportar.

Dev no podía negar que era una perspectiva en absoluto halagüeña.

– Si Fitz termina pareciéndose a su madre, podrás exprimirle como a un limón.

La duquesa de Alton era una mujer muy agria, siempre con la boca apretada en un gesto que advertía de su mal carácter.

Chessie se echó a reír.

– Fitz no se parecerá a sus padres.

Pero la risa no tardó en desaparecer de su rostro y comenzó a juguetear nerviosa con el encaje de su abanico. Últimamente, pensó Dev, Chessie había perdido parte de su chispa. En aquel momento la vio buscando a Fitz con la mirada en el abarrotado salón. Sus sentimientos eran más que evidentes. Dev sintió entonces la necesidad de protegerla. Chessie lo había apostado todo a la posibilidad de un compromiso y Fitz, un hombre simpático, pero arrogante y consentido en igual medida, era consciente de su estima y estaba jugando con su reputación. Chessie se merecía algo mejor. Dev apretó los puños a ambos lados de su cuerpo. Un paso fuera de lugar y le haría tragarse a Fitz la cucharilla de plata que le habían metido en la boca nada más nacer.

– Pareces furioso -dijo Chessie, apretándole el brazo.

– Lo siento -Dev volvió a suavizar su expresión. Le sonrió-. No nos ha ido mal, para ser dos huérfanos del condado de Galway.

Chessie no contestó y Dev advirtió que estaba de nuevo pendiente del vals, que giraba en aquel momento hacia su triunfante clímax. Fitz un hombre moreno, alto y distinguido, estaba al final del salón, casi perdido entre los danzantes. Formaba pareja con una mujer vestida en un traje de gasa plateado, una mujer alta y morena también. Hacían una pareja magnífica. Fitz siempre había tenido debilidad por los rostros hermosos. Al igual que su prima Emma, pretendía casarse con alguien a quien pudiera exhibir como trofeo. Pero aquella mujer no se parecía a las damas con las que habitualmente flirteaba Fitz. Había algo en su forma de moverse, en la cadencia de sus pasos, que Dev reconoció a pesar de no haberle visto el rostro.

– ¿Quién es esa mujer? -preguntó con la voz ligeramente ronca.

Algo extraño, una premonición, cosquilleaba por su espalda. Él era el menos supersticioso de los hombres, pero sintió un aire frío acariciando su piel a pesar de que en el salón de baile de los duques de Alton el calor era sofocante.

Comprendió que Chessie también había sentido algo. Estaba tan tensa como las cuerdas de un violín y había palidecido. Un estremecimiento recorrió su cuerpo.

– Una mujer rica -contestó con amargura-. Una mujer bella y conveniente para Fitz que, seguramente, le han presentado sus padres esta noche para que me olvide.

– Tonterías -la tranquilizó-. Será otra mujer con cara de caballo nacida de esas relaciones endogámicas que…

– Dev -le reprochó Chessie, en el momento que una noble viuda pasaba por delante de ellos con gesto de manifiesta desaprobación.

La música terminó con un sonoro acorde y hubo aplausos en el salón. Fitz caminó hacia ellos junto a su pareja. Era obvio que pretendía presentarle a Chessie. Dev no estaba seguro de si aquello debería tranquilizarle o preocuparle.

– ¡Dev! -también Emma acudió a su encuentro, jadeante y sonrojada, arrastrando a Freddie Walters tras ella-. ¡Ven a bailar conmigo!

Por primera vez desde que podía recordar, Dev no obedeció inmediatamente a la imperiosa demanda de Emma. En cambio, observaba con atención a la mujer que acompañaba a Fitz. La recién llegada no estaba en los albores de la juventud, se aproximaba más a su edad que a la de Chessie. La edad, o la experiencia, o ambas cosas quizá, le infundían una confianza de la que no parecía consciente. Caminaba con la misma elegancia con la que Dev la había visto bailar, con una desenvoltura que acentuaba el sinuoso vuelo del vestido de gasa. La tela acariciaba sus senos y sus caderas envolviéndolos como el beso de un amante. No había un solo hombre en el salón, pensó Dev, que no estuviera mirándola fijamente, con la boca seca de deseo y la mente poblada de imágenes que intentaban reproducir aquellas curvas desnudas.

O quizá aquello fuera una fantasía.

Era una mujer pálida, con la piel casi traslúcida y las pecas características de las mujeres celtas. El contraste entre sus ojos, de un verde muy vivo, y el pelo negro, era impactante, excitante, incluso. Le daban un aspecto frágil y mágico, como el de una ninfa o un hada, demasiado exótico para ser humano. Llevaba los rizos negros recogidos en lo alto de la cabeza en un revuelo de tirabuzones sujetos por una peineta de resplandecientes diamantes. Unas joyas a juego adornaban su esbelto cuello y sus muñecas. No era una pariente pobre, por tanto. Tenía un aspecto magnífico.

Y le resultaba curiosamente familiar.

A Dev se le paralizó el corazón para, casi inmediatamente, comenzar a latirle a toda velocidad. Por un instante, se sintió como si todo se hubiera detenido: la música, las conversaciones, la respiración. Durante largo rato, fue incapaz de hablar o pensar.

Habían pasado casi diez años desde la última vez que había visto a Susanna Burney. Su último recuerdo de ella no era fácil de olvidar: Susanna gloriosamente desnuda y profundamente dormida en la cama que habían compartido tras su breve y apasionada noche de bodas. Cuando aquella noche había apagado las velas, Dev no sabía que no volvería a verla nunca más.

A la mañana siguiente, Susanna había desaparecido, y, con ella, su matrimonio. Ese mismo día, le había hecho llegar una nota. En ella le decía que todo había sido un terrible error y le suplicaba que no fuera tras ella. Había dicho que buscaría ella misma la anulación del matrimonio. Joven y orgulloso como era, enfadado, traicionado y herido, Dev la había dejado marchar.

Dos años después, tras regresar de su primera misión en la Marina Real, había reconsiderado el abandono de su díscola esposa y había viajado hasta Escocia con intención de encontrarla. Se había dicho a sí mismo que era solo por curiosidad, para asegurarse de que había sido efectiva la anulación de su matrimonio. Tenía planes para el futuro, proyectos ambiciosos, y en ellos no estaba incluida una joven a la que había seducido y con la que se había casado en un impulso, para luego dejarla marchar. Rompió a sudar al recordarse llamando a la puerta de la rectoría para enfrentarse a los tíos de Susanna. Estos le habían dicho que Susanna había muerto. Todavía podía recordar la fuerte impresión que había derrotado a su determinación. Quería a Susanna mucho más de lo que pensaba.

Pero en aquel momento, Susanna Burney le parecía muy viva.

El enfado y la perplejidad batallaban en su interior. Se enfrentó a su indiferente e ignorante mirada y una segunda oleada de furia rugió en su interior. Susanna estaba fingiendo no conocerlo.

– ¡Dev!

Emma le tiró de la mano, reclamando su atención. Un ceño afeaba el habitual equilibrio de sus facciones.

Emma, su prometida, una mujer rica, bien relacionada que iba a proporcionarle todo lo que siempre había querido.

Dev nunca le había hablado de su precipitado y fracasado primer matrimonio. Eran muchas las cosas que no le había contado a Emma. Se decía a sí mismo que era porque había puesto fin a sus indiscreciones del pasado, pero lo cierto era que su prometida era una mujer celosa y posesiva y no podía predecir su reacción ante una revelación como aquélla. Dev no quería ponerla a prueba y arriesgar el castillo de naipes que había levantado para sí mismo y para Chessie.

Un gélido cosquilleo de tensión descendió por su espalda. El daño que Susanna podría llegar a hacerle era incalculable. Si revelaba el más mínimo detalle de su pasado, Emma pondría fin a su compromiso y Dev perdería todo aquello por lo que tanto había trabajado.

Observó que Susanna se acercaba y posaba la mano en el brazo de Fitz con un gesto de evidente confianza. Inclinaron la cabeza el uno hacia el otro. Ella le sonreía a su acompañante como si fuera el hombre más fascinante del universo. Fitz, pensó Dev, parecía completamente deslumbrado. Se sonrojaba como un joven enamorado por primera vez.

Susanna alzó la mirada y la cruzó con la de Dev durante un largo momento. Dev no fue capaz de interpretar su expresión. Continuaba sin haber en ella ninguna señal de reconocimiento y no había el menor rastro de nerviosismo en su comportamiento.

Dev sintió frío, mucho frío. Se enderezó, cuadró los hombros y se preparó para ser presentado a su esposa, que creía fallecida.

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