Capítulo 3

Dev miró el rostro exquisito y desafiante de su esposa y sintió que su genio crecía peligrosamente. Era condenadamente bella y su cuerpo reaccionaba a la tentación que representaba a pesar de que su razón la despreciaba y la consideraba la más hipócrita y maniobrera prostituta de la tierra. Quería besarla. Quería tomar aquellos labios sensuales con los suyos, mordisquearle el labio inferior, deslizar la lengua en su boca y saborearla con toda la explosiva pasión que habían conocido. Quería demostrarle que su pretendida indiferencia era una farsa. Quería desgarrar la gasa de aquel vestido plateado y saquear su cuerpo sin piedad, hasta que terminara desmayada entre sus brazos.

Era un infierno ser un calavera reconvertido. Cuando se había comprometido con Emma, había renunciado a otras mujeres, pero Dev sabía que no se había reformado en absoluto. La peligrosa atracción que sentía hacia Susanna era una prueba de ello. Si tuviera la menor oportunidad, haría el amor con ella con despiadado abandono y se deleitaría en aquella experiencia. Nunca como entonces le había parecido la castidad una opción menos apetecible. Jamás su compromiso le había parecido tan gris y anodino en contraste con su traicionera exesposa.

Sentía el pulso de Susanna latiendo bajo sus dedos. La delicada seda de los guantes no era suficiente protección contra él. Sabía que Susanna le deseaba tanto como él a ella.

Pero aun así, estaría dispuesto a estrangularla. La desleal y mentirosa Susanna Burney, que parecía tan radiante e inocente, le había tomado por un estúpido. Él creía haber seducido y haberse casado con una jovencita ingenua. En cambio, era ella la que le había utilizado para ganar experiencia del mundo.

Dev tuvo que someterse a una estricta autodisciplina para no perder el control. Sentía el filo de un enfado tan cortante como una cuchilla. Un momento antes, cuando le había reprochado a Susanna las mentiras de su familia, había advertido una fugaz inseguridad. Había visto el impacto de la sorpresa en su mirada y había llegado a pensar que quizá Susanna ignorara aquella vil mentira. Sus palabras burlonas habían puesto fin a aquella posibilidad. Lejos de ser una víctima, Susanna estaba en el corazón de aquel plan para engañarle.

La miró. Ella también le observaba y, a pesar de la fiera atracción que los unía, había un brillo burlón en sus ojos verdes. Dev se preguntó cómo era posible que se hubiera confundido tanto con una mujer. La Susanna Burney que había conocido a los dieciocho años era una mujer tímida y dulce. Le resultaba difícil comprender cómo había llegado a convertirse en aquella descarada criatura. Por otra parte, tenía que aceptar que habían pasado casi diez años desde entonces. Él tenía entonces dieciocho y quizá no fuera el hombre de mundo que le gustaba imaginar. Sin lugar a dudas, había sido un auténtico iluso. En lo que se refería a su adorable esposa, su capacidad de juicio había quedado espectacularmente puesta entre dicho.

– No tenías necesidad de casarte conmigo si lo único que querías era deshacerte de tu virginidad -dijo sombrío-. Deberías habérmelo dicho. Habría estado encantado de cumplir con tus deseos sin necesidad de pasar por la iglesia.

Se miraron a los ojos. Dev vio el sensual calor que iluminaba los de Susanna, haciéndolos de un verde oscuro y brillante como el de las esmeraldas. En décimas de segundo, se sintió transportado desde aquel bullicioso salón a la oscura intimidad de su lecho de matrimonio. Había sido una sola noche. Una única noche de dulce deseo y una pasión más rica y más profunda de lo que había soñado jamás. Susanna había sido la primera y única mujer a la que había amado. La sensación de intimidad que habían compartido había sido más aterradora que el inquietante placer que había encontrado entre sus brazos. Había sido una emoción suficientemente fuerte y profunda como para unirle a ella para siempre. Pero al día siguiente, Susanna había escapado, destrozándolo todo.

En aquel momento, Susanna le estaba mirando con profundo desdén y el deseo había desaparecido de sus ojos.

– Me temo que no lo entiendes. Claro que era necesario el matrimonio. No quería ser una prostituta.

Dev la examinó con estudiado desprecio.

– En tu caso, me cuesta comprender cuál es la diferencia.

Susanna entrecerró los ojos con expresión hostil.

– En ese caso, permíteme explicártelo -respondió. Dev la observó trazar un dibujo con los dedos enguantados en el cristal de la ventana-. Era terriblemente aburrido vivir en casa de mis tíos. Éramos pobres y eso no me gustaba. Sabía que era suficientemente guapa e inteligente como para seducir a un hombre rico y casarme con él, pero necesitaba experiencia, además de belleza. En ese pueblo nadie iba a mirarme dos veces, al fin y al cabo, solo era la nieta del maestro -se movió ligeramente y el diamante que llevaba en el cuello resplandeció-. Tenía miedo de quedar atrapada para siempre en aquel lugar y terminar muriendo de aburrimiento.

Acarició el diamante con expresión pensativa.

– Así que urdí un plan. Casarme contigo, aprender todo lo que necesitaba e ir después en busca de mejores opciones -le miró a los ojos-. Tú no eras nadie, Devlin -le recordó con falsa delicadeza-. No tenías dinero y apenas tenías algún proyecto. Pero comprendí que podías serme útil -sus ojos brillaban con dureza-. Quería ser suficientemente joven, bella e intrigante como para conseguir que un hombre rico se casara conmigo. No me bastaba con convertirme en una cortesana. Necesitaba ser una mujer respetable para poder atrapar a un marido -curvó su sensual boca en una sonrisa-, pero suficientemente perversa como para complacerlo en la cama.

Se alejó de él, de manera que lo único que podía ver Dev de su rostro era el reflejo que le devolvía el cristal de la ventana y su sonrisa.

– Debo decir que llegué a ser realmente buena. Me hacía pasar por viuda. Y tuve muchos pretendientes.

Dev la creyó. Era suficientemente hermosa como para tentar a un santo y poseía un sensual atractivo suficientemente provocativo como para que cualquier hombre deseara complacerla, además de poseerla. Por supuesto, Susanna apuntaba mucho más alto que a ser una mera cortesana. Eso habría sido una maldición que le habría impedido ser considerada una mujer respetable. En cambio, una viuda atractiva atraía a pretendientes como las moscas a la miel. Seguro que había muchos que habían suplicado su atención. Solo él sabía el corazón corrupto que se ocultaba tras aquella adorable fachada.

– Así que decidiste matarme a mí, tras haberte dado muerte a ti misma. Lo tenías todo muy bien organizado.

– Oh, en realidad, nunca mencioné tu nombre -respondió Susanna-. Nadie preguntaba por mi primer marido. Supongo que si lo hubieran hecho, habría admitido que había tenido que anular mi matrimonio y lo habría presentado como una imprudencia juvenil -arqueó las cejas, como si estuviera invitándole a felicitarla-. Era un buen plan, ¿verdad?

– Todavía me cuesta entender la diferencia entre ser una cortesana y ser una mujer que compra un marido rico utilizando su cuerpo.

Susanna se encogió de hombros, aparentemente indiferente a su desaprobación.

– Eres demasiado particular. Todo el mundo utiliza las ventajas que posee.

Y eran muchas las que Susanna poseía, pensó Dev sombrío. Un rostro angelical, un cuerpo adorable de movimientos elegantes, y una naturaleza codiciosa y despreocupada del dolor que pudiera infligir a los demás. Era una pena que no hubiera sido capaz de reconocer lo evidente cuando la había conocido, pero entonces solo era un joven inocente enfrente de una mujer hermosa. No había pensado con la cabeza, sino con una parte diferente y mucho más básica de su anatomía.

Sintió frío ante la insensibilidad que reflejaba aquel plan. Había sido una aventurera desde el primer momento. Se había casado con él, había aprendido las artes que necesitaba y después le había dejado para ir en busca de una presa más suculenta. Armada con la anulación matrimonial, era libre para volver a casarse. Dev era consciente de hasta qué punto, la combinación de su juventud, su belleza, su ingenio y su experiencia con aquel misterioso pasado podían seducir a un hombre rico. Diablos, era obvio que ya tenía subyugado a Fitz. Incluso él era incapaz de mirarla sin desear saborear cada milímetro de aquel cuerpo exquisito y pérfido, a pesar de saber que era una consumada mentirosa.

– Te confundes si crees que no eres una prostituta. Te estás prostituyendo por dinero, tanto si hay matrimonio de por medio como si no.

La luz de las velas titilaba en los ojos de Susanna que, por un instante, parecieron en total desacuerdo con sus atrevidas palabras. Pero pronto desapareció aquella inseguridad y todo lo que quedó en ellos fue un desprecio absoluto.

– Supongo que eres el más indicado para saberlo, Devlin -le espetó-. ¿No estás haciendo tú lo mismo, al intentar atrapar a una rica heredera valiéndote de tu aspecto y de tu encanto? -arqueó sus cejas perfectas-. Si yo soy una prostituta, ¿tú qué eres?

Dev, furioso, dio un paso hacia ella, pero se detuvo al ver el brillo triunfante de su mirada. Era obvio que Susanna se alegraba de haberlo incitado a cometer una indiscreción. Tomó aire.

– Te equivocas si piensas que aprendiste todo sobre cómo complacer a un hombre al pasar una sola noche a mi lado -respondió-. Pero si deseas ampliar tu experiencia, estoy a tu entera disposición.

– Al igual que nueve años atrás -sonrió sin perder la compostura y con la misma frialdad que el agua del deshielo-. Te lo agradezco, pero no es necesario. He corregido ya las deficiencias de mi educación durante estos últimos años.

Dev estaba seguro de que así era. Había vuelto a casarse con el hombre que le daba su apellido, Carew, presumiblemente, un próspero barón. Quizá había habido otros amantes, e incluso matrimonios previos, y se había convertido en una viuda rica y, sospechaba, en busca de otro trofeo. Un marqués, quizá.

Le había engañado. Le había utilizado a conciencia y sin piedad. Susanna le había considerado un escalón para el éxito. Él, un cazafortunas, debería apreciar su estrategia. Pero no era capaz.

De pronto, vio desvanecerse, como la niebla bajo la luz del sol, las esperanzas que Chessie había puesto en el futuro. Veía la vulnerabilidad de su hermana, y también la suya, cuando apenas acababan de introducirse en los círculos de la alta sociedad. Un paso en falso, un golpe de mala suerte, y volverían a la pobreza y la desesperación que había rodeado su infancia en las calles de Dublín. Dev había tenido la posibilidad de vivir rodeado de riqueza, pero también en una abyecta pobreza. Como hijo de un jugador compulsivo, había conocido los extremos de la fortuna y la miseria cuando todavía vestía pantalones cortos. Ese temor le había perseguido desde entonces. No podía permitir que Susanna le arrebatara a Chessie su futuro o que arruinara sus planes. Tenía que vigilarla de cerca y controlar todos y cada uno de sus movimientos.

Susanna inclinó la cabeza hacia él con burlona educación.

– Buenas noches, sir James. Os deseo suerte como cazador de fortunas -bromeó.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó Dev con incredulidad.

Susanna sonrió.

– Te lo deseo con la misma intensidad con la que tú me deseas suerte en la búsqueda de la mía.

Dev la observó alejarse. Su figura, enfundada en aquel sinuoso vestido, era una llama de plata. Los diamantes resplandecían en su pelo y en sus zapatos bordados.

Vigilarla de cerca… Por una parte, no sería una experiencia desagradable. Pero, por otra, quizá fuera la experiencia más peligrosa de su vida.


Susanna todavía temblaba cuando subió al carruaje. No esperaba que Dev la siguiera. Se había asegurado de que no se le ocurriera hacerlo. Pero la hostilidad de su encuentro continuaba palpitando en su sangre con una fuerza primitiva. Le resultaba imposible pensar que en otro momento de sus vidas, Dev y ella habían hecho el amor con exquisita ternura. Porque ya no quedaba nada de aquel sentimiento.

Recordó la amarga condena de Dev, el odio que reflejaban sus ojos, y sintió arrepentimiento. Pero no había otra forma de alejarlo de ella. No podía permitir que nadie descubriera la verdad sobre su pasado cuando había tantas cosas en juego. Aquél sería su último trabajo. Con el dinero que le pagaran los duques de Alton por conseguir distanciar a su hijo de Chessie, tendría suficiente para pagar sus deudas, volver a Escocia y proporcionar un hogar a sus pequeños pupilos, Rory y Rose, los hijos de su mejor amiga. Necesitaban estar los tres juntos, formar una familia, como lo habían hecho al principio. Susanna sintió un dolor tan repentino y fiero en el corazón que apenas podía respirar. Odiaba su vida, odiaba tener que representar aquel papel, odiaba el engaño y, sobre todo, odiaba no tener a nadie en quien confiar. Estaba sola. Siempre había estado sola, desde el momento en el que sus tíos la habían echado de su casa, la habían repudiado cuando solo tenía diecisiete años.

Acarició el diamante que lucía en el cuello. Un diamante prestado, al igual que el carruaje y la casa de Curzon Street, el vestido de gasa y los zapatos de baile. Nada era real. Era una falsa dama, una Cenicienta cuyo mundo se desvanecería como el humo en el momento en el que alguien descubriera la verdad. Acarició el vestido con una delicadeza casi reverencial. Cuando se dedicaba a vender vestidos como aquéllos para ganarse la vida, terminaba desmayada de agotamiento después de pasar horas y horas trabajando apenas sin luz, con los dedos hinchados y arañados por las agujas y el hilo. Soñaba entonces con poder vestir una creación como aquéllas y ser algún día la protagonista del baile. Aquella noche se había presentado en el baile como una princesa de cuento de hadas, pero bajo las capas de seda y encaje, continuaba viviendo Susanna Burney, un fraude que temía ser descubierto.

Una vez más, apareció el rostro de Dev en su mente. Un rostro duro, implacable, con expresión burlona. Él era el único con el que debía tener cuidado. Si por un momento sospechara lo que le había pasado, que había sido desheredada, abandonada y arrojada a las calles, comenzaría a hacer preguntas que Susanna quería evitar. Dev era el único que podía descubrir su pasado y arruinar así el futuro que tan cerca estaba de alcanzar.

Reclinó la cabeza contra el mullido asiento y cerró los ojos. Deseó entonces no haberse fugado para casarse con Dev en secreto en la primera y última acción impulsiva de su vida. Y no haber ido a la mañana siguiente a ver a lord Grant, el primo de Dev, para confesarle lo que había hecho y pedirle apoyo para ambos. Se arrepentía también de haber regresado después a la seguridad de la casa de sus tíos, fingiendo que no había pasado nada. Y de haberse quedado embarazada de Dev…

Una pésima decisión había desencadenado toda una serie de acontecimientos que la habían llevado hasta un hospicio y a una desesperación tal que esperaba no tener que volver a pasar nunca por nada parecido. El cuerpecito de su hija envuelto en una miserable mortaja. Las palabras del pastor, la niebla gris del amanecer envolviendo el cementerio de Edimburgo…

Con un gemido de dolor, Susanna enterró el rostro entre las manos. Las dejó caer después y fijó la mirada en la oscuridad con los ojos secos. No debía volver a pensar en ello. Nunca. Las nubes oscuras se cernían sobre ella como alas negras. Las apartó, cerró los ojos y tomó aire hasta que el pánico cedió y volvió la calma a su mente. Había perdido a su única hija, pero tenía a Rory y a Rose y se aferraba a ellos con la fuerza de una tigresa. Había hecho una promesa a la madre de aquellos niños en la fría oscuridad de un hospicio, durante las tristes horas que habían precedido a su muerte y, a veces, le parecía que el regalo de aquellos gemelos era una penitencia y una bendición al mismo tiempo. Había perdido a Maura, pero podía enmendar sus errores y jamás abandonaría a Rory a Rose. Por eso era fundamental que Dev no descubriera la verdad y no echara por tierra sus planes.

Suspirando, se quitó los zapatos de baile y flexionó los dedos de los pies. Le dolían los pies. Los zapatos de Cenicienta eran muy hermosos, pero no podía decirse que fueran cómodos. El dolor de cabeza que había utilizado como excusa para escapar a las impertinencias de Frederick Walters, se había hecho real. Lo único que le apetecía era estar de nuevo en su casa.

El carruaje pasó por delante de un grupo de jóvenes que bebían en las calles. Aquellas noches de calor veraniego le hicieron evocar los días en los que había trabajado como cantante en una taberna. Tenía un pasado variado, pensó con una sonrisa. La taberna, el taller de costura, la tienda… Gracias a su aspecto y al capricho del azar, había terminado dedicándose a aquel extraño trabajo de rompecorazones, un trabajo pagado por parientes decididos a poner fin a las parejas de sus nobles y ricos vástagos.

Susanna se frotó las sienes, allí donde los diamantes adornaban su pelo. La noche había empezado de una forma perfecta. Los duques de Alton le habían presentado a Fitz y éste inmediatamente se había mostrado intrigado y más que interesado en profundizar en aquella relación. Ella había representado el papel de viuda misteriosa a la perfección. Fitz y ella habían bailado juntos y le había permitido estrecharse contra ella algo más de lo que las convenciones dictaban. Todo estaba yendo como la seda. Incluso había empezado a planear el siguiente paso, otro encuentro con Fitz que debería parecer casual, pero que, en realidad, sería el resultado de las maquinaciones de los duques y la traición del valet de su hijo, al que pagaban una extraordinaria cantidad de dinero para que les mantuviera al tanto de las andanzas de su señor. De esa forma, ella siempre iba un paso por delante en aquel juego. Antes incluso de conocer a su víctima, o a su misión, como ella prefería llamarle, sabía todo sobre ella, conocía sus gustos, los lugares que frecuentaba, sus intereses, sus debilidades.

Conocer las debilidades era especialmente útil, tanto si el punto débil eran las mujeres, el juego, la bebida o una combinación de las tres cosas. Era ella la que elegía y probaba el método a seguir. Medir al hombre en cuestión, aprender todo lo que había que saber sobre él, halagar sus opiniones y tratarlo con cierto toque de seducción. Ninguno había sido capaz de resistírsele.

Y así deberían ser las cosas con Fitzwilliam Alton. Un encuentro casual en el parque, una invitación a pasear, la promesa de un baile, un ligero devaneo… hasta que Fitz terminara deslumbrado y rendido a sus pies. En el caso de que fuera necesario, podría llegar incluso hasta el compromiso, antes de romperlo con el debido arrepentimiento al cabo de un mes. Ése era el plan, hasta que James Devlin había aparecido dispuesto a amenazarlo.

Pensó en Dev, en sus ojos azules rebosantes de enfado y desprecio mientras la observaba.

Un escalofrío le hizo estremecerse. Estaba segura de que había averiguado ya que pretendía arruinar los planes de su hermana. Debía pensar que quería a Fitz para ella misma, por supuesto. No era muy probable que llegara a descubrir la verdadera naturaleza de su trabajo, porque aquélla era la primera vez que Susanna pisaba Londres y trabajaba en los círculos de la nobleza. Era arriesgado, pero teóricamente, debería estar a salvo. Por supuesto, Dev podía revelar la verdad sobre su relación previa, pero imaginaba que tampoco él tenía ningún interés en que su encantadora heredera lo supiera. Lady Emma Brooke no parecía una prometida particularmente maleable, y Susanna estaba segura de que era ella la que tenía el dinero en aquella relación.

Lo cual, la llevó a pensar en la anulación de su matrimonio. La culpa volvió a traducirse en un nudo en el estómago. Sabía que debería haber formalizado el fin de su matrimonio mucho tiempo atrás. Pero en cuanto los duques le pagaran lo prometido y Rory y Rose estuvieran a salvo, pagaría la anulación matrimonial y dejaría a Dev libre para casarse con Emma. Nunca se enteraría de que había tardado nueve años en solicitarla.

Abrió el bolso y sacó un pastel aplastado que había sustraído disimuladamente del salón del refrigerio. Tenía el bolso lleno de migas. No era el primer retículo que echaba a perder de esa forma. Mordió un bocado y en cuanto el dulce pastel se derritió en su lengua se sintió reconfortada. Comer siempre la hacía sentirse mejor, estuviera o no hambrienta. Tendía a comer todo lo que podía cuando tenía comida ante ella, un legado de la época en la que no sabía cuándo podría disfrutar de la siguiente comida. Era increíble que no hubiera reventado aquel vestido de seda.

A pesar de sus intentos por alejar el pasado, los recuerdos continuaban aguijoneándola. Dev sosteniéndole la mano ante el altar mientras el sacerdote pronunciaba las solemnes palabras del servicio matrimonial. Dev sonriéndole mientras farfullaba vergonzoso y con miedo los votos. Incluso la, en absoluto inesperada, brusca apertura de la puerta en el momento en el que su tío había entrado en la iglesia para reclamarla. Dev había posado la mano en su brazo, intentando tranquilizarla, y el calor de sus ojos le había permitido mantener la calma. Se había sentido amada y deseada por primera vez en muchos largos y fríos años.

Por un instante, sintió un arrepentimiento tan agudo y penetrante que gimió para sí. Su primer amor había sido dulce e inocente.

Y desesperadamente ingenuo.

Susanna se recostó contra los cojines aterciopelados del carruaje y dejó que los recuerdos se escurrieran como la arena entre sus dedos. Era estúpido y absurdo recrearse en el pasado. Lo que había tenido con James Devlin había sido una fantasía infantil. En aquel momento, lo único que él sentía por ella era desprecio. Y pronto, si conseguía alejar a Fitz de Francesca, la odiaría mucho más.

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