Capítulo 10

QADIR entró en el garaje y vio a Maggie que tiraba una herramienta a una caja que había en el suelo.

– Pero qué estupidez! -murmuró-. ¿A quién le interesa mi opinión? Le pegaría un palo…

Empezó a tirar otras herramientas a la caja, sin parar de hablar y con movimientos nerviosos. Estaba muy enfadada, y Qadir se dijo que su temperamento lo excitaba.

– ¿Te has enfadado con alguien? -le dijo. Ella se volvió y lo miró con rabia.

– Sí, con un hombre. Y siendo tú un hombre, no creo que quieras quedarte por aquí hoy. Estoy tan enfadada que soy capaz de gritarle al primero que vea.

Él se echó a reír.

– A mí no me asustas.

– Porque soy una mujer, ¿no? ¿Qué os pasa a los hombres que os creéis que tenéis razón siempre? – señaló su bragueta-. Sólo es un exceso de carne, eso, no un templo de sabiduría.

Estaba encendida; y tanto su pasión como su belleza lo excitaban.

– Yo no he dicho que sea un templo de sabiduría dijo él-. He dicho que no te tengo miedo.

– Deberías tenérmelo -fue a por una palanca- esto podría causar estragos.

– Sí, cierto -Qadir se la quitó de la mano y la dejó en la mesa-. ¿Qué ha pasado?

– He hablado con Jon.

Qadir no respondió. Mejor que Maggie se lo contara a su manera.

– Su actitud es tan arrogante, como si tuviera una respuesta para todo. Detesto eso.

– ¿Y a él?

– A él no lo detesto, pero tengo ganas de darle un bofetón. Está convencido de saber qué es lo mejor. A ver, es mi vida; mi vida; no la suya. ¿Pero crees que lo acepta? Adivínalo.

A Qadir no le había hecho gracia que Maggie tuviera que contarle a otro que estaba embarazada, pero no había elección.

Maggie lo miró a los ojos.

– Quiere casarse conmigo

– Demuestra que es un hombre honorable -dijo Qadir mientras disfrutaba imaginando que aplastaba a Jon como se aplasta un insecto-. Eso debería complacerte.

– Pues no me complace. En realidad, me molesta. De acuerdo, está bien, acepto que quiera ser parte de la vida de su hijo, pero de ahí a casarnos… Ningún hombre se va a casar conmigo porque esté embaraza da de él.

La proposición de matrimonio de Jon no sorprendió a Qadir, pero no le gustó.

– Lo que más me fastidia es que no cree que yo sea capaz de tenerlo sola. Está enamorado de Elaine y quiere tirarlo todo por la borda porque yo voy a tener un bebé que hemos concebido juntos. ¿Por que los hombres necesitáis asumir que una mujer es un poco menos? ¿Tanto os amenazamos? Ay, estoy taz enfadada que tengo ganas de gritar.

A pesar del riesgo que podría correr, Qadir echó a reír. Ella se volvió a mirarlo.

– ¿Te parece gracioso?

– Creo que eres preciosa y que estás llena de vida. Jon fue un idiota por dejarte marchar, pero fue él quien lo quiso. Ahora debe enfrentarse a las consecuencias.

Ella abrió los ojos como platos.

– Muy bien -susurró ella-. Casi me has desarmado.

– Qué pena, porque me gusta verte armada. Ve a tu despacho y cámbiate. Te llevaré a almorzar y luego de compras. Te sentirás mejor.

Ella puso los ojos en blanco.

– Empezabas a caerme bien. ¿No sabes que no me gusta ir de compras?

– No te he dicho qué vamos a comprar.

– Ah, bueno, si es algo de un coche, estoy dispuesta.

Él sonrió.

– Ve a cambiarte.

Qadir decidió esperarla allí en el garaje, porque si la acompañaba a la oficina no sabía cómo terminarían esa vez. Últimamente había pensado que a lo mejor podrían ser amantes.

Pero todo había cambiado. Estaba embarazada y el padre del niño quería casarse con ella. Y aunque el instinto le decía que Jon no era para ella, Qadir sabía que no podía interponerse. ¿Cómo había podido preferir a otra mujer? Imposible.

Se preguntó si Maggie se dejaría convencer para aceptar la proposición de matrimonio. Le extrañaba, tampoco conocía cómo funcionaba el pensamiento de una mujer al cien por cien.

De momento, Maggie era suya. Sin embargo, él sólo había comprado su tiempo. ¿Tendría Jon su corazón?

– Ahora me siento mucho mejor -dijo Maggie al salir del restaurante-. Justo lo que necesitaba.

Era la primera vez que se sentía un poco más tranquila desde que había hablado con Jon. A lo mejor la jugosa hamburguesa, las patatas fritas y el batido que acababa de tomarse le habían sentado bien.

– Gracias -le dijo a Qadir.

– De nada. Aunque me gusta verte enfadada, me gusta también verte sonreír.

Ella lo miró a los ojos, y observó sus apuestas facciones.

– Eres tan sereno.

– Lo sé.

– ¿Crees que es algo que poseen todos los príncipes?

– Yo creo que yo soy así. Porque mi primo Nadim también es príncipe y no tiene personalidad.

– Hablé un rato con él en la fiesta, me parece mucho más formal que tú.

– Es un comentario amable para ignorar sus fallos.

Maggie seguía preguntándose cómo podría haber pensado Victoria en casarse con él.

Qadir le pasó el brazo por los hombros.

– Sin embargo, yo tengo una personalidad estupenda que te ha embrujado de los pies a la cabeza.

– Es cierto -dijo ella muerta de risa, recostándose sobre él.

Le gustaba que él la tocara; sentía un calor extraño cuando lo hacía.

En ese momento tenía ganas de darse la vuelta y que Qadir la besara, que le metiera la lengua en la boca y mezclara con el suyo su aliento sensual; dejarse embrujar, y que la llevara a…

¡Dios mío! Ella estaba embarazada de otro, y no estaba bien ponerse a pensar así en Qadir.

Menos mal que sólo la atraía físicamente, no sentía nada más por él.

Volvieron al coche, que Qadir había dejado al final de la manzana. Pero antes de llegar al reluciente Mercedes, Maggie vio un escaparate que le interesó.

– Nunca he estado en una tienda de bebés -dijo Maggie mientras se paraba delante del escaparate.

– ¿Te gustaría entrar ahora?

No pensaba que fueran las compras que él hubiera planeado, pero Maggie asintió de todos modos.

– ¿No pasa nada si entramos? -le preguntó en la puerta.

– En absoluto.

La tienda era enorme, llena de ropa, juguetes, accesorios y muebles. Maggie dio unos pasos y se detuvo sin saber qué mirar primero.

– Me parece que no puedo hacerlo.

Qadir se acercó a ella.

– Hoy no tienes que hacer nada. Damos una vuelta echamos un vistazo. Es como la primera vez que va a ver un coche, no lo comprará ese mismo día.

La analogía la ayudó a relajarse, y Maggie le sonrió.

– Te he dicho ya que eres estupendo?

– Varias veces, pero me encanta que me lo digas, así que dilo todas las veces que quieras.

Sin pensar, se apoyó en él, y Qadir la abrazó y la besó en la mejilla. Ella se volvió con la esperanza de que la besara en los labios…

– Príncipe Qadir, qué honor tenerlo aquí. Me llamo Fátima. Bienvenidos a mi tienda.

Fátima era una bonita mujer de unos treinta y tantos años. Tenía las manos entrelazadas y una sonrisa en los labios.

A Maggie se le revolvió el estómago en un instante y le pesó haberse comido la hamburguesa.

– Es un placer conocerla -dijo Qadir con amabilidad-. Estábamos echando un vistazo a la tienda.

– Por supuesto. Adelante, por favor. Si tienen alguna duda, estaré en recepción.

Fátima hizo una leve cortesía, antes de alejarse de ellos. Maggie observó su marcha.

– Lo siento -le dijo a Qadir, sintiéndose mal-.No deberíamos haber entrado.

– ¿,Por qué no?

– Por lo que va a pensar la gente.

Parecía tan tranquilo.

– No estás disgustado.

– No -él le dio la mano-. Vamos, exploremos la tienda, como ha dicho Fátima. Por lo que veo aquí un bebé necesita más cosas de las que yo pensaba.

Dieron una vuelta por las distintas exposiciones de habitaciones para niños y niñas.

·Yo tendré hijos.

·¿Ah, sí? ¿También es algo de los príncipes?

·-No. Es de familia. Mi tía es la única mujer que ha nacido en varias generaciones.

·Vaya. No lo había pensado.

Pero como el hijo no era de Qadir, no tendría de qué preocuparse.

Pasearon por el resto de la tienda y Maggie empezó a sentirse inquieta cuando se detuvieron delante de un expositor lleno de accesorios para el bebé que ella no sabía ni para qué servían.

– Me estoy poniendo nerviosa, no voy a saber hacerlo, lo haré fatal. ¿Y si no me gustan los niños? Qadir le puso la mano en el hombro.

– Todo irá bien.

– Sólo lo dices porque no quieres que me ponga histérica. Tú no lo sabes.

– Sé que eres inteligente y cariñosa, y que amarás a tu hijo. ¿Qué más importa?

– No sé nada de nada.

– Aprenderás cuando vaya surgiendo.

– A lo mejor. ¿Pero y si no aprendo?

– Eres una mujer única -dijo Qadir con una sonrisa.

– Única en mi ignorancia total sobre cómo ser una buena madre.

Qadir le dio la mano y la llevó hasta unos estantes donde había libros.

– Si uno no sabe algo, siempre lo puede aprender en los libros.

– Ah, sí -sacó un libro y leyó el título-. Necesito uno para mujeres que no tengan experiencia con niños. ¿Ves alguno para mí?

Qadir escogió algunos, y ella se llevó los tres; así tendría algo que hacer por las noches. Él insistió en pagar los libros, lo cual sólo alimentaría los rumores, o al menos eso le parecía a ella. Cuando estaban en el coche, se volvió hacia él.

– Gracias por ser tan amable -le dijo-. Todo te lo tomas con calma.

– Tú también -dijo él-. He disfrutado mucho de esta salida.

– Aunque mañana salgan un par de artículos en el periódico…

– Aun así.

Se dijo que debía decir algo más, desviar la mirada, gastarle una broma. Pero no fue capaz. Su mirada la hipnotizaba, su poder la inmovilizaba. Le resultaba difícil respirar y pensar casi imposible. ¿Pero qué demonios le pasaba?

– Estuviste muy bien -le dijo Maggie a Victoria cuando volvían a sus habitaciones-. No tenía ni idea de qué regalarle a una futura princesa en su fiesta de despedida de soltera. Qué bonito conjunto de lencería.

Victoria le había sugerido que le hicieran el regalo juntas y además se había ofrecido para comprarlo.

– Bueno, me tiré por el regalo más fácil: algo sexy.

– Es más que sexy. Los camisones de encaje y seda son maravillosos. Kayleen se ha puesto muy contenta.

– Una consideración importante -bromeó Victoria-. Una no quiere enemistarse con la realeza.

Maggie sabía que su amiga tenía razón, pero la situación en sí era tan inimaginable que aún a veces le parecía estar soñando.

– Hace un mes estaba en Aspen trabajando en el garaje de un amigo. Nunca había salido del país, y apenas del Estado. Y ahora estoy aquí, y acabo de salir de la fiesta de despedida de soltera de una futura princesa. Estamos en un palacio. Mi vida se ha vuelto surrealista estos días.

– Lo sé dijo Victoria mientras subían las escaleras para subir al segundo piso-. Yo ya estoy medio acostumbrada a todo esto, pero de vez en cuando miro alrededor y me pregunto cómo una chica como yo ha terminado en un sitio como éste. Es una pregunta para la que aún no tengo respuesta. Por supuesto, yo no tengo la misma complicación.

Maggie sabía a qué se refería Victoria. -Qadir no es una complicación.

– Ah, no. ¿Y cómo lo llamarías tú?

– Mi jefe.

– Con quien finges tener una relación, estando al mismo tiempo embarazada.

Tenía razón.

– Ten cuidado -le advirtió Victoria-. Sólo te digo eso.

Maggie sabía que era un buen consejo. Un par de semanas atrás no habría prestado atención, pero todo había cambiado tanto…

– Podría ser una complicación, lo reconozco.

– Muy bien. ¿Por qué?

– No lo sé. Cuando estoy con él, me siento rara.

– ¿Con rara te refieres a que sientes como un nudo en el estómago y deseas tirarte encima de él?

– Bueno… puede ser.

– Uy, chica, qué mala pinta tiene eso -dijo Victoria-. Se ve que te gusta.

– Es un tipo genial. Me encanta su compañía. Y no tengo muchos amigos aquí…

– Él te atrae e intentas racionalizar la situación. Eso no es nada bueno. Iba a decir que te estás enamorada de él, pero es demasiado tarde. Ya te has enamorado de la cabeza a los pies.

Maggie quería protestar y decir que eso no era posible pero las palabras de su amiga sonaban a ciertas, era una certeza que la sentía en lo más hondo de su ser.

– No puedo enamorarme de él -susurró-. Sería un gran error. Es un príncipe. Estoy embarazada. Y peor aún, soy mecánico. Ellos se casan con mujeres de la alta sociedad, o con reinas de la belleza.

– Márchate ahora que puedes -le dijo Victoria.

– No puedo irme. Necesito el dinero. El cáncer mi padre nos dejó sin un centavo. Tengo la cuenta vacía. Y tengo que pensar en mi vida durante los meses del embarazo. Cuando tenga el bebé no podré trabajar.

– Yo tengo algo de dinero ahorrado.

Maggie sonrió a su amiga.

– Gracias, pero no. Has trabajado mucho para conseguirlo. Yo debo ser sensata, nada más. Puedo echarme atrás. Qadir es amable y cariñoso, y yo me dejo llevar por él. No volveré a hacerlo. Estaré en guardia.

– Un buen plan -dijo Victoria despacio-. Sólo que nunca he visto a un príncipe amable y cariñoso.

– A lo mejor me está mostrando su cara oculta.

– O a lo mejor estás metida en un problema más gordo del que pensabas.

Esa noche Maggie no pudo dormir de la cantidad de cosas que tenía en la cabeza. Se puso a pensar en la conversación con Jon y se angustió aún más. También pensó en los consejos de Victoria. Gracias a sus palabras, era más consciente de lo que podría pasarle. y de que tenía que proteger sus sentimientos. Las salidas a restaurantes y tiendas se habían terminado.

Hacia la medianoche se levantó porque no podía dormir. Se vistió con unos vaqueros y una camiseta, pero no se puso sujetador. Entonces salió al balcón.

Hacía una noche clara y balsámica, y el calor del verano se notaba ya en el ambiente. El cielo estaba cuajado de estrellas, y el aire olía a salitre. Se oían ruidos en la distancia, pero en el recinto del palacio todo estaba en silencio.

Avanzó sin hacer ruido entre las sombras, hacia uno de, sus rincones favoritos del jardín: una zona para sentarse que sobresalía por encima del agua. Durante el día a veces había gente tomando café o charlando, pero a esa hora de la noche ya no había nadie.

Maggie pasó por delante de las sillas y se acercó a la barandilla. Desde allí contempló los remolinos que formaba el agua oscura. El vaivén del mar la tranquilizó; le recordó que fueran cuales fueran sus problemas en ese momento, la vida seguía.

– Saldremos adelante -dirigió sus palabras a la diminuta vida que crecía dentro de ella-. No te preocupes. Lo tengo todo planeado.

– ¿Quieres que te eche una mano?

Se volvió y vio a un hombre alto detrás de ella, pero estaba tan oscuro que no era capaz de distinguir sus facciones. Sin embargo no hizo falta, porque lo reconoció al instante.

– Qadir…

– No podía dormir -dijo él-a veces vengo aquí.

No sabía qué decir. Su reciente conversación con Victoria la había hecho reflexionar. Era más consciente de sus sentimientos, de que tal vez no viera a Qadir sólo como a un jefe. Tenía miedo de mostrar su interés, y de que él fuera amable con ella, porque a veces la amabilidad era lo peor.

Se acercó a ella.

– ¿Estás bien? -preguntó. Ella asintió.

– ¿Qué tienes?

– Nada -murmuró-. Estoy bien.

Qadir le retiró de la cara un mechón de pelo, pero al sentir el roce de sus dedos en su piel, Maggie sintió también que todo su cuerpo se encendía de deseo con un latido tan intenso que ahogó el ruido del mar.

Lo miró a los ojos, deseando solamente perderse en aquellos pozos negros. Quería que él la tocara que la abrazara, que le diera la pasión que los dejaría sin aliento.

Qadir le acarició la mejilla.

– Quiero decirte que ya no estoy dispuesto a apartarme de la tentación que me ofreces.

Lo cual quería decir que era ella la que debía marcharse. Maggie sabía que si empezaban, no podrían parar.

El corazón le latía muy deprisa, mientras el calor de un deseo ardiente la recorría de pies a cabeza. -Maggie…

Pronunció su nombre con un gruñido sensual que le provocó estremecimientos. Tenía dos opciones claras ser sensata o ceder. Sabía lo que debía hacer y lo que quería hacer. Al final, no tuvo elección.

Despacio, con cuidado de dejar clara su intención. Maggie se puso de puntillas y lo besó.

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