Capítulo 3

LA emisora de radio estadounidense en El Deharia trasmitía un concurso de cultura general todas las tardes a las dos. Maggie solía escucharlo pero ese día, Qadir estaba con ella en el despacho. Había ido a repasar la lista de piezas que ella había confeccionado.

Qadir salió al garaje.

– Vas a necesitar tener acceso a un taller de estructuras metálicas.

– Y también a un buen operario. Puedo explicarle lo que quiero, pero no hacerlo yo.

Estaba reconstruyendo el motor en lugar de comprar uno nuevo. Desgraciadamente, resultaba difícil encontrar piezas originales en buen estado. Compraba las que podía y el resto las hacían de encargo.

Ella sonrió.

– Estoy segura de que me tendrás algún contacto.

– Sí.

– Me lo imaginaba; es la emoción de ser un príncipe.

– Hay muchas.

– No me las imagino.

– Yo no conozco otra cosa; aunque también hay desventajas. Por ejemplo, a mis hermanos y a mí nos enviaron a un colegio interno en Inglaterra con ocho o nueve años. El director quería tratarnos como si fuéramos alumnos normales. Fue un gran cambio, por decir algo.

– ¿Y los demás niños os trataban bien?

– A veces sí, y otras no; a algunos les daba rabia, y querían demostrar todo el tiempo que eran mejores.

– Brutos… -dijo ella mientras apretaba una tuerca.

– Mis hermanos y yo aprendimos a adaptarnos con facilidad.

– Por lo menos de vuelta a casa estabas en un palacio.

– Y tenía un pony.

Ella se echó a reír.

– Claro, todos los niños de las casas reales lo tienen. Yo me tuve que conformar con uno de madera. Era uno de los pocos juguetes que me gustaban. Me apetecía más hacer cosas con mi padre que jugar con las niñas del vecindario. No fui una niña muy popular.

– Hasta que los niños se hicieron lo bastante mayores como para fijarse en ti.

O bien lo decía por ser amable, o bien tenía mucha imaginación. De un modo u otro, Maggie no supo qué decir. Y entre el nerviosismo que le entró, y una tuerca especialmente rebelde, se le fue la mano y lie hizo daño con el destornillador.

– ¡Ay! -chilló mientras tiraba la herramienta al suelo.

Al ver que le sangraba la mano, Qadir se plantó a su lado en un instante y le tomó la mano.

– ¿Pero qué te has hecho?

Sin soltarle la mano, la llevó al cuarto de baño y abrió el grifo del agua.

– ¿Crees que habrá que darte puntos?

¿Puntos? La mera idea de que la cosieran le provocaba náuseas.

– No, no me he cortado nada.

Maggie se soltó y puso la mano debajo del chorro de agua. Le escocía un poco, pero no era un corte demasiado profundo. Se la enjabonó y lavó rápidamente sin gritar ni llorar, y después dejó que Qadir le pusiera una gasa y una venda que había sacado del botiquín. A Maggie le sorprendió que lo hiciera tan bien.

– Creo que de momento sobrevivirás.

– Me alegro.

Maggie no sabía por qué de pronto sintió cierto mareo. A lo mejor era porque el baño era pequeño, o porque la presencia de Qadir se hacía notar en el reducido espacio. Fuera como fuera, le extrañó que el corazón le latiera tan deprisa. Para colmo, no podía dejar de mirarle los labios; y como le tenía tan cerca, le llegó el aroma suave y masculino de su loción.

Qadir le sonrió.

– Ten más cuidado la próxima vez.

Ella asintió.

– Muy bien. Debo volver al despacho.

Maggie se quedó sola, preguntándose cómo era posible que le atrajera su jefe. Ella aún no se había olvidado de su historia con Jon. Además, no le interesaba nadie más. Era imposible.

Maggie y Victoria atravesaron la elegante boutique. Al fondo, tras unas gruesas cortinas, accedieron a un pasillo desnudo, sin decoración. Victoria se digirió a una puerta, la abrió se hizo a un lado para dejar pasar a Maggie.

– Prepárate… -dijo Victoria.

Maggie accedió a una habitación enorme donde había decenas de percheros, todos ellos llenos de prendas de ropa, a cada cual más bonita y elegante.

– No lo entiendo. ¿Esto qué hace aquí? -preguntó.

– Es ropa de muestrario -le dijo Victoria en voz baja-. Los ricos traen aquí cosas que no se han puesto o que han utilizado sólo una vez, para que las jóvenes que trabajamos podamos adquirirlos por dos perras. ¿Cómo crees que puedo permitirme vestir como visto? He conseguido una blusa que vale cuatrocientos dólares por cincuenta. Aquí se encuentra casi de todo, y la calidad es maravillosa. Ah, me encanta este sitio, Maggie, y los trajes de noche es en donde más descuento hacen, porque a muy poca gente le interesan. Prácticamente los regalan.

– ¿De verdad hay vestidos de fiesta aquí?

– Aquí tienen de todo. Yo como soy baja y regordeta, me compraré algo de segunda mano. Pero tú, como eres alta y esbelta, podrás meter tu pequeño trasero en un traje de muestrario. Claro que no me da envidia.

_Maggie sonrió.

– Decir decir que soy esbelta es una buena manera de decir que soy plana.

Victoria pasó delante de varios percheros hasta -que encontró uno donde estaba escrito su nombre. Escogio rapidamente unos vestidos y le pasó seis a Maggie.

– Ahora pruébatelos.

Maggie se los llevó a un enorme probador que había a la izquierda, mientras su amiga se metió en otro. Mientras se quitaba los vaqueros y la camiseta, le costó trabajo creer que se estaba probando un vestido de noche para ir un baile. ¿Cómo era posible que su vida hubiera cambiado tanto en sólo tres semanas?

Incapaz de dar con una respuesta, se puso el primero que vio. Era de color melocotón, con un corpiño ajustado y una falda de capas de tela brillante con mucha caída.

Victoria se asomó en ese momento.

– Sabía que te quedaría de maravilla. Es precioso.

– Es raro -dijo Maggie, mirándose al espejo.

El color le iba bien, pero la falda de vuelo no terminaba de convencerla.

– Es de alta costura, cariño, y si te queda tan bien puedes dar gracias al cielo. A mí el mío me sobra de largo, así que tendré que pagar para que me suban el bajo.

Victoria se había puesto un vestido negro sin tirantes que le quedaba como un guante.

– Nadim no podrá resistirse a tus encantos -dijo

– ¡Qué buena eres! Lo malo es que hasta ahora se ha resistido de maravilla… Pero prefiero no pensar en eso. Te tengo que convencer para que te lleves ese vestido. Vas a deslumbrar a todos. Y aunque Qadir no te interese, habrá muchos otros hombres apuestos en la fiesta.

Por un instante, Maggie pensó que Jon se quedaría deslumbrado si la viera. Entonces se acordó de que no iba a pensar más en él de esa forma.

Sólo lo echaba de menos.

Victoria la miraba con curiosidad.

– Maggie me da la impresión de que me ocultas algo… Hay un hombre por ahí… ¿no? Se te nota en la mirada.

– Bueno, tal vez. A medias, sólo.

– Interesante. ¿Y eso de a medias?

Maggie sonrió.

– Sólo es un asunto a medias, o aún menos. No dejo de repetirme que Jon es una costumbre.

– Una mala costumbre, me parece.

– Crecimos juntos, así que lo conozco de toda la vida. En el instituto empezamos a salir, y todo el mundo pensaba que siempre estaríamos juntos.

– Incluida tú -dijo Victoria.

Maggie asintió.

– Hace un tiempo empezamos a distanciarnos, creo que nos pasó a los dos a la vez, pero ninguno quería ser el primero en decirlo. Luego mi padre enfermó. Ya entonces sabíamos que lo nuestro se había acabado, pero Jon no quería romper mientras yo estuviera de duelo por la muerte de mi padre, de modo que nuestra relación se alargó más de lo debido.

Aspiró hondo.

El caso es que hemos sido los mejores amigos siempre. A eso es a lo que me cuesta renunciar hecho mucho de menos hablar con él, pero él está con otra persona, y ya no somos amigos como antes.

Victoria la abrazó.

– Lo siento. Tiene que ser duro para ti. Perdiste a tu chico y a tu padre en poco tiempo. Es lógico que te lleve un tiempo superarlo.

– Lo sé. Pero creo que ya estoy lista para olvidar.

– El amor es horrible -dijo Victoria con firmeza- Por eso yo no voy a entregarle el corazón a nadie. Sólo quiero una relación de conveniencia con un hombre que me dé seguridad.

Las palabras de Victoria la sorprendieron, porque Victoria le parecía una persona espontánea, divertida y cariñosa.

– ¿Y no te resultará aburrida una relación así? -No. Quiero algo seguro y práctico. ¿Sabías que a asunto muy serio que un príncipe se divorcie? los príncipes nunca lo hacen, y eso me convence en un hombre.

– ¿Entonces es parte de lo que te atrae de Nadim? preguntó Maggie.

Su amiga asintió.

– Sí, una buena parte. Además, mi padre es un hombre… difícil -Victoria se encogió de hombros-.

Tener a un príncipe de mi parte sería de gran ayuda.

Maggie intuyó que Victoria guardaba muchos secretos de su pasado, pero no quiso insistir. Ya se lo contaría ella cuando fuera el momento más adecuado.

– Voy a pensar en el modo de no hacer el ridículo murmuró Maggie-. Dime si hay algún libro o algún folleto que diga cómo debemos comportarnos. porque no me irían mal algunos consejos.

Victoria sonrió.

– Veré lo que puedo encontrar. Podremos aprendérnoslos para cuando vayamos a la boda.

¿Una boda real?

– No creo que aún siga aquí -dijo Maggie-. Voy a terminar el coche en menos de dos meses.

– La boda es dentro de seis semanas. Parece ser que Asad está ansioso por reclamar a su esposa. Así que estarás aquí. Y si no, puedes tomar un avión y volver para bailar en la mía.

En el vestidor de su suite, Maggie contempló el vestido melocotón, que parecía una nube de gasa que flotara del perchero. Victoria no se había equivocado. era la elección perfecta.

– Voy a ir a un baile de verdad… -dijo en voz alta, maravillándose de todo lo que le estaba pasando.

Se metió las manos en los bolsillos para no descolgar el teléfono y llamar a Jon. Aunque los dos habían dicho que eran amigos, en realidad ya no era así. Al menos, no como antes. Todo era distinto y no había vuelta atrás…

El timbre del teléfono la sacó de su ensimismamiento, y Maggie pegó un salto antes de ir al salón a responder.

– ¿Diga?

– Qué difícil es dar contigo.

Maggie sintió que le temblaban un poco las piernas al oír esa voz tan familiar. Se sentó en el sofá e intentó respirar con normalidad.

– Jon… ¿Todo bien?

– Sí. Sólo quería saber cómo estabas, si te va bien.

Todo iba bien, pero le echaba de menos, y también a su padre, y tenía ganas de echarse a llorar.

– Pues claro. La restauración del coche va sobre ruedas y, escucha, no te lo vas a creer, van a celebrar mi baile real, y estoy invitada.

– Me alegro por ti.

– !Para mí es todo tan nuevo! Creo que será divertido. Y he hecho nuevas amistades. Hay una secretaria estupenda que también es estadounidense. Comemos juntas y charlamos -Maggie le contó algunas cosas más-. ¿Y qué tal por ahí?

– Ocupado. Estamos a mitad del trimestre, y ya sabes lo que significa eso.

Maggie lo sabía. Jon era contable en una empresa. Ella no entendía nada de su trabajo, pero sabía que a él le gustaba.

– ¿Qué tal Elaine? -le preguntó, en lugar de decirle que le echaba de menos.

El vaciló.

– Maggie, yo…

– Tengo derecho a preguntar, y tú debes responder -dijo ella-. ¿Es que ya no podemos ni siquiera tener confianza?

– No es eso. Es que no me gusta cómo terminó todo entre nosotros. Quiero que sea mejor, y no estoy seguro de que hablar de Elaine sea el mejor modo de abordar el tema.

Ella se puso colorada. Sabía que él estaba pensando en la última noche que habían pasado juntos.

– Para mí es agua pasada -dijo ella, sabiendo que por fin lo decía de verdad-. Y para ti también. Los dos hemos seguido adelante, así que dime qué tal Elaine.

– Bien. Estupendamente. Pasamos juntos mucho tiempo.

Percibió el afecto en su voz, aunque tal vez fuera algo más que afecto, tal vez fuera amor.

– Me alegro -dijo ella en tono firme-. Te mereces una persona estupenda.

– Y tú también. Pero ten cuidado con los príncipes que vayan a la fiesta. Ellos tienen otras costumbres. Eso le hizo sonreír.

– No soy un peligro, Jon.

– Eres exactamente lo que están buscando.

Se miró las manos llenas de señales y pensó en las largas jornadas de trabajo en el garaje, arreglando coches.

– Si tú lo dices…

Charlaron un rato más, y después se despidieron. Cuando Maggie colgó, se dio cuenta de que no le dolía tanto como había pensado. En el fondo, le había agradado hablar con él.

Tal vez no había mentido cuando le había dicho que los dos habían seguido adelante.

– Son incómodos -gruñó Maggie mientras Victoria se ponía los rulos.

– Para estar guapa hay que sufrir. Aguántate, cariño.

Aún con los rulos puestos, Victoria era una rubia espectacular. El maquillaje resaltaba sus bonitas facciones.

– Y cuando termine de peinarte, voy a arreglarte las cejas.

– No lo creo.

– Tendrás que confiar en mí.

Una hora después, Maggie se miró al espejo. -Caramba…

– Lo sé. Todo el potencial estaba ahí. Tal vez a partir de ahora pierdas un par de minutos por las mañanas para arreglarte un poco.

Maggie sabía que eso no iba a ocurrir, pero tenía que reconocer que estaba más guapa de lo que había creído posible.

Victoria le había hecho un recogido informal, con unos cuantos mechones rizados alrededor de la cara. Con un poco de maquillaje, sus ojos parecían más grandes y sus labios más carnosos. Victoria le había restado unos pendientes de brillantes de bisutería, y el vestido le quedaba como un guante, resaltando las pocas curvas que tenía.

– Me gusta -dijo despacio mientras daba una vuelta-. ¡Ay, pero estos zapatos me están haciendo polvo los pies!

Te acostumbrarás a llevarlos -Victoria le agamí del brazo y se miró al espejo-. Diantres, sigo siendo muy baja.

– Estás preciosa.

– Las dos lo estamos.

En ese momento alguien llamó a la puerta. Las dos mujeres se miraron.

– Es tu habitación -dijo Victoria-. Yo no espeso a nadie

Maggie fue a la puerta con dificultad, por culpa de los tacones, y al abrirla vio a Qadir.

– Buenas tardes -dijo él-. He venido a acompañar a dos jóvenes al baile.

Maggie contempló al apuesto príncipe de esmoquin. Como de costumbre, estaba perfecto.

– ¿De verdad? Qué amable. Gracias. Estamos casi listas.

Dejó de hablar y se reprendió para sus adentros.

¿Cómo podía haber dicho semejante tontería? Qadir entró en la suite.

– Hola, Victoria.

– Príncipe Qadir… Esta noche está especialmente elegante.

Él sonrió.

– Gracias. Vosotras también estáis preciosas. Victoria agarró a Maggie del brazo y la llevó al dormitorio.

– Te das cuenta de que ha venido a buscarte a ti, ¿verdad?

– ¿Cómo? -susurró Maggie-. Qué va. Sólo porque es mi jefe.

– Pues está llevando a cabo una tradición ancestral. Ten cuidado, Maggie.

– Venga -Maggie puso los ojos en blanco-. Qadir no ha venido especialmente por mí, sino por ser amable.

– Ya. ¿Y ves que Nadim sea educado y- venga a buscarme para acompañarme al baile? Qadir siente curiosidad, y cuando el hombre en cuestión es un príncipe, hay que estar sobre aviso.

Maggie agradeció la advertencia de su amiga, pero en realidad no había necesidad. Para Qadir ella sólo era una empleada, y ella prefería que siguiera siendo así. -

Las dos mujeres retiraron de la cama los bolsos de fiesta y volvieron al salón, y los tres tomaron un ascensor que les llevó a la planta principal.

Nada más abrirse las puertas, se oyó la música de á orquesta. El amplio vestíbulo estaba lleno de gente que se dirigía hacia las enormes puertas situadas al fondo del hall.

Cientos de luces centellaban en las espectaculares arañas de cristal, iluminando los vestidos y joyas de los cientos de elegantes invitados.

En ese momento un grupo grande de personas avanzó hacia ellos, separándola de Victoria y de Qatar. Pero a Maggie no le importó demasiado. Quería aprovechar para serenarse un poco y olvidar el consejo de su amiga, que en el fondo le había inquietado as poco. Hasta el momento, Qadir se había portado muy bien con ella, y era fácil trabajar para él, pero catre ellos no había nada.

Paseó la mirada por la sala, para centrarse en todo lo que había alrededor y olvidar las palabras de su amiga.

En un extremo, una orquesta tocaba sobre una tribuna. Las mesas estaban colocadas alrededor del majestuoso salón, cargadas de deliciosos manjares. Entre mesa y mesa habían colocado barras para servir todo tipo de bebidas a los invitados, que se arremolinaban alrededor, charlando y bromeando.

Las mujeres lucían muy elegantes y bellas, y Maggie no sabía adónde mirar, pues todas estaban espectaculares con sus espléndidos trajes de noche y sus deslumbrantes joyas.

Esperó en fila para tomar una copa de champán. A su alrededor, la gente conversaba animadamente, algunos en inglés y otros en otros idiomas que reconoció.

Como le dolían mucho los pies, se acercó a una planta enorme con la intención de dejar allí escondidos los zapatos de tacón que Victoria le había insistido en que se pusiera. Maggie miró a un lado y al otro para comprobar que nadie la estaba mirando, y se colocó detrás de la planta. Entonces se agachó para quitárselos, y momentos después los escondía como podía en la maceta.

– No creo que al rey le pareciera bien.

Maggie se dio la vuelta y vio a Qadir detrás de ella.

– Me hacen daño en los pies -dijo ella.

– Entonces asegúrate de esconderlos bien.

Se echó a reír y metió los zapatos debajo de unas hojas.

– ¿Has bailado ya?

– No.

Antes de que le diera tiempo a explicarle que ella no sabía bailar, él le había quitado la copa de la mano y se la llevaba a la pista.

– A mí esto no se me da bien -confesó Maggie.

– A mí muy bien, así que yo lo haré por los dos -respondió Qadir mientras la tomaba entre sus brazos.

Sus brazos fuertes y cálidos la sujetaron con seguridad. Ella le puso una mano en el hombro, con el pequeño bolso de fiesta colgando entre los dedos, y la otra mano en la suya. Qadir la llevaba con tanta soltura que Maggie incluso pensó que podría bailar al compás.

– ¿Lo ves? -dijo él.

– No me pongas a prueba con nada difícil, a no ser quieras que la gente se ría de mí.

El se echó a reír.

– ¿Eres siempre tan sincera?

– Trato de serlo lo más posible.

– Eres encantadora.

– ¿De verdad? -dijo Maggie impulsivamente- siento… quería decir gracias…

– Qué educada.

– Así me educaron -dijo ella-. Tú también muy agradable.

– ¿Menos arrogante de lo que imaginabas? ¿Sería posible que estuviera coqueteando con ella?

Aunque no estaba segura de si eso era coquetear, porque no tenía mucha experiencia. Sin embargo después de pasar toda la vida en un mundo de hombres, resultaba agradable ser femenina.

– Me gusta tu país -dijo Maggie-. Lo que he visto me ha parecido precioso.

– La ciudad es más moderna que muchas partes de El Deharia. En el desierto, los nómadas viven como lo han hecho siempre.

– Creo que estoy demasiado acostumbrada a la vida moderna como para vivir de ese modo -dijo

– A mí me pasa lo mismo. Uno de mis hermanos ha querido establecerse allí permanentemente, pero a mí no me va, me gustan las comodidades.

Giraron y balancearon sus cuerpos al son de la `música, rozándose inadvertidamente todo el tiempo. Ella levantó la mirada, sin saber si era apropiado o no dada su condición de príncipe. Pero a él no pareció importunarle ni importarle, y Maggie se dijo que le gustaba estar así entre sus brazos, incluso más de lo que resultaría prudente.

Se dijo que sería el ambiente, la noche o el baile, y no el hombre con el que estaba, lo que le provocaba esos leves estremecimientos de placer en el estómago.

– ¿Tienes nostalgia de tu casa? -preguntó él.

– Esta noche no.

– ¿Y otros días?

– Un poco. Pero creo que me ha venido bien venir aquí.

– ¿Nuevas aventuras?

Ella asintió. Esa noche era sin duda una aventura para ella.

La canción terminó, y Maggie se sintió un poco decepcionada cuando Qadir se apartó de ella. Le dio la impresión de que se quedaba fría. Inexplicablemente, quería que él la tomara de nuevo entre sus brazos, porque le gustaba lo que sentía.

Recordó de pronto las palabras de Victoria. Aunque Maggie no estaba de acuerdo en lo de ser impulsiva, sí que entendía que por muy guapo que estuviera Qadir de esmoquin y por mucho que le gustara bailar con él, él estaba a años luz de ella, y allí no iba a pasar nada.

Empezó a excusarse, cuando los interrumpió un hombre alto cuyo rostro le resultó ligeramente conocido.

– Por fin te encuentro -dijo el hombre-. Te estaba buscando.

– Padre, permíteme que te presente a Maggie Collins Maggie, mi padre, el rey Mujtar de El Deharia.

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