MAGGIE Collins detestaba reconocerlo, pero no podía negar que se había quedado un poco decepcionada tras su primer encuentro con un príncipe de verdad.
El viaje a El Deharia había sido estupendo. Había volado en primera clase; una experiencia tan fabulosa como aparecía en las películas Cuando había aterrizado, una limusina la había llevado hasta un hotel de lujo. La única vez, aparte de aquélla, que había montado en limusina había sido en el baile de la facultad; y en esa ocasión su pareja y ella habían compartido limusina y gastos con otras seis parejas.
Al llegar al exclusivo hotel El Deharia, la habían conducido hasta una suite con vistas al mar Arábigo. Sólo el salón era más o menos del mismo tamaño que la casa- de dos dormitorios donde se había criado, en una ciudad llamada Aspen.
Tampoco se podía quejar del palacio, que era bello, grandioso y de aspecto histórico. Pero, sinceramente, las oficinas donde supuestamente se encontraría con el príncipe Qadir no eran nada del otro mundo; tan sólo unos meros despachos. Allí todos vestían de traje, y eso le sorprendió. Ella había imaginado a la gente ataviada como irían en un harén, con pantalones trasparentes y alguna que otra diadema. Pero como sobre todo había visto hombres, una diadema estaba un poco fuera de lugar.
Sólo de pensar en el hombre mayor de nacionalidad británica que la había acompañado al despacho con una diadema en el pelo le entraba la risa. Todavía se estaba riendo cuando se abrió la puerta y entró un hombre alto y trajeado.
– Buenos días -dijo, al tiempo que se acercaba-. Soy el príncipe Qadir.
Maggie suspiró con decepción. Sí, el príncipe era muy apuesto, pero nada lo diferenciaba del resto. No llevaba medallas, ni tampoco corona, ni nada que demostrara su rango.
– Bueno, caramba… -murmuró ella.
El príncipe Qadir arqueó las cejas.
– ¿Cómo dice?
Maggie se echó a temblar sólo de pensar que se le había escapado en voz alta.
– Yo, esto… -tragó saliva, pero enseguida recuperó la compostura-. Príncipe Qadir -Maggie se adelantó también y le dio la mano-. Encantada de conocerle. Soy Maggie Collins; nos hemos estado comunicando por correo electrónico.
Él le dio la mano.
– Lo sé, señorita Collins. Creo que en el último que le envié le comentaba que prefería trabajar con su padre.
– Sin embargo, el billete estaba a mi nombre -dijo ella distraídamente mientras dejaba caer la mano, consciente de la estatura del hombre que estaba a su lado.
– Les envié un billete a cada uno. ¿Es que él no ha utilizado el suyo?
– No, no lo ha utilizado -miró por la ventana el jardín-. Mi padre… -se aclaró la voz y se volvió a mirar al príncipe, sabiendo que no era el mejor momento para ponerse triste, que había ido allí a trabajar-. Mi padre falleció hace cuatro meses.
– Vaya… Le acompaño en el sentimiento, señorita Collins.
– Gracias.
Qadir miró su reloj.
– Un coche la llevará a su hotel.
– ¿Cómo? -la indignación se llevó cualquier sentimiento de tristeza-. ¿Ni siquiera va a hablar conmigo?
– No.
Qué reacción más arrogante, más típica de un hombre.
– Soy más que capaz de hacer mi trabajo.
– No lo dudo, señorita Collins. Sin embargo, mi trato fue con su padre.
– Mi padre y yo trabajábamos juntos.
Durante el último año de vida de su padre, ella había dirigido el negocio de restauración de coches antiguos que su padre había abierto hacía ya muchos años. Al final, Maggie lo había perdido, pero no porque hubiera cometido algún error. Los gastos médicos habían sido tremendos, y al final había tenido que venderlo todo para pagarlos, incluido el negocio.
– Este proyecto es muy importante para mí. Quiero a alguien con experiencia.
Maggie quería pegarle un empujón y tirarlo al suelo. Pero aunque tuviera a su favor el elemento sorpresa, no pasaría de un golpe, teniendo en cuenta que ella era una mujer y él era un hombre alto y fuerte. Además, si quería conseguir el trabajo no debía pegar a un miembro de la familia real.
– Entre 1936 y 1939 se fabricaron exactamente setecientos diecisiete Rolls-Royce Phantom Hl, además de diez coches experimentales -dijo Maggie, que lo miraba con gesto hostil-. Los primeros modelos alcanzaban una velocidad máxima de 148 kilómetros por hora. Enseguida se empezaron a notar los problemas, porque los coches no estaban diseñados para mantener la velocidad máxima durante un intervalo de tiempo prolongado. Esto se convirtió en una cuestión de primer orden cuando los dueños de los coches se los llevaban a Europa para conducir en la nueva autopista alemana. El apuro inicial de la empresa fue el tener que decirles a los conductores que fueran más despacio. Más tarde, ofrecieron una modificación que era poco más que una cuarta marcha de alto porcentaje que también ralentizaba la velocidad del vehículo.
Maggie hizo una pausa.
– Hay más -continuó-, pero estoy segura de que se sabrá la mayoría.
– Ya veo que ha hecho los deberes.
– Soy una profesional.
Una profesional que necesitaba ese trabajo desesperadamente. El príncipe Qadir tenía un Phantom 111 de 1936 que quería restaurar, y el dinero no representaba un problema para él. Maggie necesitaba el dinero que él les había ofrecido para terminar de pagar los gastos médicos de su padre y para poder cumplir lo que le había prometido a su padre; volver a abrir el negocio familiar.
– Es una mujer.
Ella se miró el pecho y luego a él.
– ¿De verdad? Ah, entonces eso explica lo de los pechos. Me preguntaba por qué estaban ahí.
Él esbozó una sonrisa de medio lado, como si el comentario le hubiera hecho gracia, y Maggie decidió aprovechar su buen humor.
– Mire, mi madre murió siendo yo tan sólo un bebé, así que me crié en el taller mecánico con mi padre. Sabía hacer un cambio de aceite cuando aún no había aprendido a leer. Sí, soy una mujer, pero eso no significa nada. He pasado toda mi vida rodeada de coches, y soy un mecánico excepcional. Soy trabajadora, y como soy una mujer no saldré a emborracharme y meterme en líos.
Maggie hizo una pausa, decidida a continuar hasta el final.
– Desde que ha muerto mi padre siento la necesidad de demostrarme a mí misma que puedo hacerlo. Usted es un hombre de mundo, y sabe lo mucho que influye una motivación correcta.
Qadir miró a la mujer que tenía delante y se preguntó si debería dejarse convencer por lo que veía y oía. Si Maggie Collins restauraba coches clásicos con la misma energía con que se explicaba, no tenía por qué preocuparse. ¿Pero una mujer en un taller mecánico? ¡Resultaba muy chocante!
Le tomó la mano y la estudió. Tenía los dedos largos y las uñas cortas; una mano bonita, pero no delicada. Le dio la vuelta y le miró la palma, que tenía varios callos y alguna que otra cicatriz. Eran las manos de alguien que se ganaba la vida trabajando.
– Apriéteme la mano un momento -dijo él mientras se fijaba en sus ojos verde mar-. Vamos, con fuerza.
Maggie frunció el ceño, como si no diera crédito a lo que le decía aquel hombre, pero hizo lo que le dijo y le apretó los dedos con fuerza.
El príncipe se quedó asombrado de la fuerza que tenía en las manos, parecía que esa joven no le había engañado, que era de verdad mecánico.
– ¿Quiere que echemos un pulso también? -preguntó Maggie-. O podíamos hacer un concurso de escupitajos.
El se echó a reír.
– No hará falta -le soltó la mano-. ¿Le gustaría ver el coche?
Maggie no se atrevía a respirar.
– Me encantaría -respondió.
Atravesaron el palacio, en dirección al garaje. Por el camino, Qadir señaló algunos de lo salones públicos y algunas piezas antiguas que decoraban el palacio. Maggie se detuvo un momento a admirar un enorme tapiz.
– Madre mía, lo que tardarían en coser todo eso -comentó.
– Sí. Fue confeccionado entre quince mujeres, que tardaron años en terminarlo.
– ¿De verdad? Yo no tendría paciencia para esas cosas. No habría durado ni dos meses; me habría levantado gritando una noche y habría recorrido el palacio con un hacha en la mano.
La imagen de Maggie recorriendo el palacio de esa guisa le pareció divertida. Maggie Collins no era una mujer convencional, y él había conocido a bastantes mujeres como para no ver la diferencia. Aunque era alta y delgada, sus movimientos y su dinamismo no resultaban muy femeninos. Tenía unas facciones muy llamativas, pero no se maquillaba para destacarlas. Tenía el pelo castaño oscuro y bastante largo, ese día se había hecho una trenza que le caía hasta media espalda.
Qadir estaba acostumbrado a que las mujeres se valieran del coqueteo y la insinuación sexual para conseguir lo que querían, pero Maggie Collins no era así, estaba muy claro. El cambio resultaba muy interesante.
– Éste es el primer palacio que visito-dijo ella mientras seguían avanzando por el pasillo.
·¿Y qué le parece?
·Que es precioso, pero un poco demasiado grande para mi gusto.
·¿No sueña con ser una princesa?
Ella se echó a reír.
·Yo no estoy precisamente hecha para ser princesa. Me he criado soñando con coches de carreras, no con caballos. Prefiero ocuparme de una trasmisión problemática que salir de compras.
– ¿Por qué no es piloto de carreras? Algunas mujeres lo hacen.
– Me falta ese instinto competitivo. Me gusta correr; quiero decir, a quién no. Pero no me interesa ganar a cualquier coste. Es un error -señaló un cuenco sumerio que había sobre un pedestal y torció el gesto-. Qué cosa más fea.
– Pues tiene más de cuatro mil arios.
– ¿De verdad? Pues no por eso es más bonito. ¿En serio, quiere tenerlo en su salón?
Nunca le había prestado demasiada atención a aquella pieza de alfarería antigua, sin embargo tenía que reconocer que tampoco a él le gustaba demasiado.
– Está mejor aquí, donde todos podemos disfrutarlo.
– Muy diplomático. ¿Eso responde a su formación principesca?
– Le gusta decir lo que piensa, ¿verdad?
Maggie suspiró.
– Sí, lo sé. A veces me causa muchos problemas. Intentaré callarme.
No abrió la boca hasta que llegaron al garaje. Qadir abrió la puerta y la invitó a pasar, y al hacerlo se encendieron las luces automáticamente.
En ese garaje sólo había una docena de vehículos. Maggie pasó delante de un Volvo que usaban los empleados, del Lamborghini de Qadir, de dos Porches, un Land Rover y un Hummer. Al final de la fila de coches estaba el viejo Rolls Royce Phantom III.
– Dios mío, es la primera vez que veo uno de cerca… -suspiró Maggie y pasó la mano por el costado del coche-. Pobrecito, no estás demasiado bien, ¿verdad? Pero yo me voy a ocupar de ti -se volvió hacia Qadir-. El primero de estos coches apareció en público en octubre de 1935 en el London Olympia Motor Show. Llevaron nueve Phantoms, pero sólo uno de ellos tenía motor -se volvió hacia el coche-. Tiene un motor V12, y pasa de cero a sesenta en 16'8 segundos. Eso es muy rápido para un coche tan grane como éste, sobre todo teniendo en cuenta lo silencioso que es el motor.
Maggie rodeó el vehículo, lo tocó y aspiró su olor, orno si quisiera asimilar su esencia. Tenía los ojos más abiertos de lo normal y la expresión arrebatada. Había visto ese gesto en el rostro de una mujer anteriormente, cuando les había regalado joyas caras, o viajes a París o Milán para ir de compras.
– Tiene que dejarme que lo haga -le dijo ella-. Jadie lo amará como yo.
George Collins había sido uno de los mejores restauradores y mecánicos del sector. ¿Habría heredado su hija su perfección, o sencillamente se estaría aprovechando del apellido del padre?
Maggie abrió la puerta del lado del acompañante.
– Las ratas se han comido el cuero -murmuró, antes de mirarlo bien-. Pero yo conozco a un tipo que puede hacer milagros.
– ¿Cuánto tardaría en restaurarlo? -preguntó el príncipe.
Ella sonrió.
– ¿De cuánto dinero dispone para ello?
– Del que sea necesario.
– Debe de ser estupendo estar en esa situación – consideró la pregunta de Qadir-. Con un envío urgente y mis contactos, podría llevarme entre seis y ocho semanas; eso teniendo en cuenta que encuentre todo lo que necesito. Quiero traer a una persona que se encargará de la tapicería y de la pintura. Lo demás lo haré todo yo. Supongo que por aquí habrá talleres donde se hagan trabajos de chapa.
– Los hay.
Ella se puso derecha y se cruzó de brazos. -¿Entonces, estamos de acuerdo?
A Qadir no le importaba trabajar con mujeres. Le gustaban las mujeres, eran suaves, atractivas y olían bien. Pero el Phantom era especial.
– No puede rechazarme por ser mujer -dijo Maggie, que intuía lo que el otro estaba pensando-. Sabe que eso no estaría bien. El Deharia es un estado progresista, abierta -desvió la mirada un momento, antes de volverse a mirarlo-. Mi padre ha muerto y lo echo de menos cada minuto del día. Necesito hacer esto por él, porque eso es lo que él habría querido. Nadie va a cuidar más este proyecto en particular que yo, príncipe Qadir. Le doy mi palabra de honor.
Un ruego apasionado.
– ¿Pero tiene valor su palabra?
– He matado a un hombre por asumir menos. La inesperada respuesta le hizo reír.
– Muy bien, señorita Collins, puede restaurar mi coche. El trato será el mismo que hice con su padre. Tiene seis semanas para devolverle su antiguo esplendot
– Seis semanas y un presupuesto ilimitado.
– Exacto. Un empleado mío le enseñará su habitación. Mientras esté empleada conmigo, será mi invitada.
– Tengo que recoger mis cosas del hotel.
– No se preocupe, alguien se encargará de traérselas -dijo él.
– Pues claro… -murmuró ella-. Si el sol luciera demasiado ardiente, también podría moverlo un poco, ¿no?
– Si hay algo que me motive, lo haría -el príncipe la miró con curiosidad-. Me da la impresión de que no la intimido, ¿cómo es eso?
– Usted no es más que un hombre con un coche y una libreta de cheques, príncipe Qadir.
– En otras palabras, un trabajo.
– Un trabajo estupendo, pero un trabajo. Cuando lo termine, volveré a mi vida de siempre y usted tendrá el coche más elegante de El Deharia. Los dos tendremos lo que deseamos.
Qadir sonrió.
– Yo siempre lo consigo.
Mientras escuchaba la señal telefónica, Maggie se preguntó cuánto le quitarían de la tarjeta telefónica por cada minuto de conversación.
– ¿Diga?
– Hola, Jon, soy yo, Maggie.
– Hola, Maggie. ¿Lo conseguiste?
Maggie se tumbó encima de la cama, que era tan grande como su suite.
– Por supuesto, yo no lo dudaba.
– Como él esperaba a tu padre…
– Lo sé, pero le deslumbré con mi encanto. Jon se echó a reír.
– Maggie tú no tienes encanto. ¿Lo presionaste? Estoy seguro; vamos, cuéntame cómo.
– Los príncipes no se dejan afectar por esas cosas; además, yo soy una persona muy agradable, Jon.
– La verdad es que sí, pero aparte de eso, lo más importante es que tienes mucha determinación. Te conozco muy bien.
– Mejor que nadie -accedió Maggie con naturalidad, a pesar de la angustia que sintió repentinamente.
Perder a su padre había sido lo peor que le había pasado en la vida, pero perder a Jon había sido casi tan malo. Jon había sido su primer amigo, su primer amante… su primer todo.
– ¿Qué tal el coche? -preguntó él.
Maggie se lanzó a una explicación de diez minutos sobre las beldades del vehículo, además de los detalles técnicos. Pero al oír las respuestas tan poco entusiastas de Jon, se dio cuenta de que le estaba aburriendo.
– Estás escribiendo un correo electrónico, ¿no? -preguntó Maggie.
– No. Claro que no. Estoy alucinado con el motor, esto, V8.
– Es V12 y ya voy a dejar de hablar de ello. Te dejo que vuelvas al trabajo.
– Te felicito por haber conseguido el trabajo. Ya me contarás cómo te va, o llámame si necesitas algo. -Lo haré. Saluda a Elaine de mi parte.
Jon no respondió.
Maggie suspiró.
– Lo digo en serio. Salúdala. De verdad, me alegro por ti, Jonny.
– Maggie…
– No. Somos amigos, y es lo que tenemos que ser. Los dos lo sabemos. Bueno, tengo que dejarte. Ya te llamaré. Adiós.
Colgó antes de que el otro pudiera añadir nada más.
Aunque era muy tarde, estaba demasiado inquieta para irse a la cama. Lo atribuyó a la diferencia horaria; doce o quince horas de diferencia trastocaban un poco el equilibrio.
Se puso a unos vaqueros y una camiseta, y después de calzarse unas chanclas, abrió la cristalera de su suite y salió fuera. La noche era suave y fresca.
Sus habitaciones estaban orientadas al mar, lo cual le encantaba. En casa tenía unas vistas estupendas de la montaña, pero una vasta extensión de agua era algo especial.
– No puedo acostumbrarme a este lujo -se dijo.
Había alquilado su casa de Aspen durante un par de meses. Era el final de la temporada de esquí y los alquileres estaban aún altos. Pero en cuanto terminara el trabajo, volvería a la pequeña casa donde se había criado, con sus escaleras un poco desvencijadas y su cuarto de baño pequeño.
Aspiró el aroma del salitre. Había luces en el jardín, situado un poco más abajo, y se oía el sonido de voces en la distancia. Le dio la impresión de que el balcón daba la vuelta a todo el edificio del palacio. Llena de curiosidad y deseosa de explorar, Maggie cerró la puerta de su suite y avanzó por el balcón.
Pasó delante de varias habitaciones vacías y de muchas ventanas cerradas con las cortinas echadas. Pasó delante de unas cristaleras que estaban abiertas, y por entre las cortinas vio a tres chicas tumbadas en un sofá con un hombre que se parecía un poco a Qadir.
Un hermano, pensó. Normalmente un rey tenía varios hijos; hijas, las menos posible. Uno no querría a una mujer interponiéndose en su camino, pensó con una sonrisa. ¿Cómo sería crecer allí, en aquel ambiente? Ser una persona rica, mimada, a quien le regalaran un pony a los tres años, o un…
– Qadir, espero más de ti -se oyó una voz ronca que surgió del oscuro jardín.
Maggie detuvo sus pasos tan repentinamente que estuvo a punto de dejarse las chanclas atrás.
– Con el tiempo -dijo Qadir con voz serena.
– ¿Cuánto tiempo? Asad está prometido. Se casará dentro de unas semanas. Tú también tienes que sentar la cabeza. ¿Cómo es posible que tenga tantos hijos y ningún nieto?
Maggie sabía que lo mejor sería darse la vuelta y volver a su habitación… pero también quería escuchar la conversación. Era la primera vez que oía a un rey hablar con un hijo. No le pareció que estuvieran discutiendo, tan sólo conversando de padre a hijo.
Se escondió detrás de un poste grande y trató de no emitir ni un sonido.
– Asad te trae tres hijas, eso debería bastar de momento.
– No te lo tomas en serio. Entre todas las mujeres con las que has estado, podrías haber encontrado alguna para casarte.
– Lo siento, pero no.
– Es esa chica -murmuró el rey-. Esa chica de antes. Ella es la razón.
– Ella no tiene nada que ver con esto.
¿Chica? ¿Qué chica? Maggie se dijo que debía meterse en Internet a investigar el pasado de Qadir.
– Si no eres capaz de buscar novia, yo te la buscaré -añadió el rey-. Y cumplirás con tu deber.
Entonces se oyeron pasos, y pasado un momento el ruido de una puerta al cerrarse. Maggie se quedó donde estaba, sin saber si se habían marchado los dos o sólo uno.
Respiró lo más despacio posible y estaba a punto de darse la vuelta para marcharse cuando oyó que Qadir decía:
– Puede salir, ya se ha ido.
Maggie hizo una mueca, y salió de detrás del poste con las mejillas coloradas de vergüenza.
– No ha sido mi intención escuchar la conversación. Estaba paseando, y de pronto les oí hablar. Casi no he hecho ruido. ¿Cómo sabía que estaba ahí?
Qadir asintió hacia la ventana, en cuyo cristal se reflejaba el balcón.
– La he visto llegar. Pero no pasa nada, mi discusión con el rey es del dominio público. Es una discusión que mis hermanos y yo mantenemos a menudo con él.
– Pero yo no me he puesto a escuchar a propósito.
– Parece empeñada en recalcarlo.
– Es que no quiero que piense de mí que soy una maleducada.
– Pero ya la he contratado. ¿Qué importa lo que piense de usted?
– Es mi jefe, podría despedirme mañana. -Cierto, pero según nuestro contrato, seguiría recibiendo el dinero que acordamos.
Ella tuvo ganas de alzar la mirada al cielo de lo tonta que era la conversación, pero no lo hizo.
– Aunque el dinero es importante, es igualmente importante hacer un buen trabajo. No quiero marcharme hasta que el coche esté terminado, es una cuestión de orgullo.
A lo mejor como era un jeque, y millonario también, no lo entendía. Maggie dudaba de que Qadir se hubiera tenido que esforzar alguna vez para conseguir algo.
– ¿Entonces su padre le buscará una esposa? – preguntó ella.
– Lo intentará. Al final, seré yo el que elija. Puedo negarme a casarme con ella.
– ¿Y cómo es posible que su padre piense que va a acceder a un matrimonio concertado?
Qadir se apoyó contra la barandilla.
– La mujer en cuestión entraría a formar parte de la familia real. La nuestra es una estirpe milenaria. Para algunos, los dictados de la historia y el rango importan más que los del corazón.
¿Mil años? A Maggie le costaba imaginárselo; claro que ella se había criado en unas circunstancias bastante modestas, en una típica población mediana de Estados Unidos. En los últimos años, el esquí se había puesto muy de moda, y muchos actores y actrices de cine aparecían todos los inviernos a esquiar, pero ella no tenía contacto con ellos. Ni tampoco habría querido tenerlo. Prefería las personas corrientes a los ricos y famosos, o a los príncipes, por muy apuestos que fueran.
– Debe de tener una fila de mujeres tirándose a sus pies -dijo ella-. ¿No quiere casarse con ninguna?
Qadir arqueó las cejas.
– ¿Entonces, se pone del lado de mi padre en este asunto?
– Usted es un miembro de la familia real. ¿No está obligado también a traer al mundo un heredero?
– Ah, ya veo que es usted una persona práctica -comentó Qadir, cambiando de tema.
– Entiendo lo, que es la lealtad y el deber familiar.
– ¿Y accedería a un matrimonio concertado? Maggie consideró la pregunta.
– No lo sé. Tal vez sí, si me hubiera criado y crecido con esa realidad. Aunque, no puedo saber si me habría gustado o no.
– Qué hija más obediente.
– Pero no a propósito. Quería mucho a mi padre.
Él había sido su única familia. Cuando llegaba a casa, aún pensaba que lo vería, o que oiría sus pasos. Una de las grandes ventajas de ir a El Deharia a hacer ese trabajo, aparte de lo bien que pagaba, sería que podría escapar durante unas semanas de los tristes recuerdos.
Qadir negó con la cabeza.
– Lo siento. Había olvidado su pérdida reciente. No ha sido mi intención hurgar en la Haga.
– No se preocupe. Es algo que llevo dentro, vaya adonde vaya.
Él asintió despacio, como si entendiera lo que suponía perder algo tan valioso.
Maggie se preguntó si lo sabría. En realidad no sabía nada de Qadir salvo lo que oía en la tele. No leía revistas de cotilleo, ni tampoco de moda. Ella sólo se emocionaba cuando recibía por correo su ejemplar de Car and Drive.
– Tendrá más familiares en Aspen -dijo él-. ¿Cómo se las van a arreglar ahora que está usted fuera?
– Bueno, yo… estoy sola, más o menos. Mi padre era mi única familia. Sí que tengo algunos amigos, pero todos tienen su vida hecha.
– ¿Entonces no ha podido llamar a nadie para contarle lo de su nuevo trabajo?
– He llamado a Jon. Él me tiene cariño.
Qadir la miró con expresión levemente ceñuda. -¿Su novio?
– Ya no -dijo con ligereza-. Lo conozco de toda la vida. Nos criamos juntos, él era mi vecino de al lado. De niños jugábamos juntos, y después nos enamoramos en el instituto. Todo el mundo pensaba que nos casaríamos, pero al final no ocurrió.
Siempre se preguntaba por qué no habrían dado ese paso final. Habían salido juntos durante años, habían sido el primer amor tanto ella de él, como él de ella. Hasta que había conocido a Elaine, Maggie había sido la única novia de Jon. Ella todavía lo quería, en parte siempre lo querría.
– Al final dejamos de estar enamorados. Todavía sentimos cariño el uno por el otro. Yo creo que habríamos roto hace tiempo, pero mi padre enfermó y Jon no quiso dejarme en esos malos momentos.
Pero ella había sentido el cambio en su relación.
– Yo ignoré lo más obvio porque mi padre se estaba muriendo. Pero cuando falleció, Jon y yo hablamos, y entonces me di cuenta de que hacía tiempo que lo nuestro había terminado -sonrió, aunque sin ganas-. Él ha conocido a otra persona. Elaine me parece estupenda, y ellos dos están muy enamorados. Así que, eso está bien.
Lo sentía así. Jon era su amigo y quería que fuera feliz. Pero de vez en cuando se preguntaba por qué ella no habría conocido a otra persona.
– Es muy comprensiva -dijo Qadir-. Aunque no sea más que una fachada.
Ella se puso tensa.
– No estoy fingiendo.
– ¿Quiere decir que no está enfadada con Jon por haberla sustituido tan fácilmente?
– En absoluto -dijo; entonces, Maggie suspiró-. Bueno, un poco sí, pero no tanto. La verdad es que no lo quiero para mí.
– Pero debería haber tenido la cortesía de esperar un poco antes de buscar al amor de su vida.
– Si estuviera de acuerdo con eso parecería un bicho.
– Yo más bien diría humana.
– Soy una persona dura emocionalmente.
Al menos lo intentaba. Hacía poco más de un mes había tenido una depresión nerviosa. Sin saber a quién llamar, al final había llamado a Jon hecha un mar de lágrimas, sollozando y temblando de dolor. Le dolía todo, tanto la pérdida de su padre como la de su mejor amigo.
Jon, siendo Jon, había ido a consolarla, y cuando la había abrazado, ella había querido más y había empezado a besarlo y…
Maggie salió al balcón y contempló el paisaje sereno. Le avergonzaba tanto pensar en esa noche. Había seducido a Jon para olvidarse de todo su dolor, y a lo mejor también un poco para comprobar que aún era capaz de hacerlo.
En ese momento, Jon sólo llevaba un par de semanas saliendo con Elaine, pero Maggie había notado que iban en serio. En parte había sido su última oportunidad de estar con él.
Cuando terminaron, ninguno de los dos supo qué decir. Ella se había disculpado, y él le había dicho que era totalmente innecesario. Pero desde que había pasado eso, Maggie notaba que había entre ellos cierta tensión.
·La vida es muy complicada -dijo ella.
·Estoy de acuerdo -respondió Qadir.
Ella lo miró.
– No busque comprensión en mí, príncipe Qadir.
– Con eso quiere decirme que por ser una persona rica y privilegiada no tengo derecho a quejarme.
– -Más o menos.
·-Tiene usted muchas normas.
– Me gustan las normas
– Y a mí trasgredirlas.
Era de esperar, pensaba Maggie mientras esbozaba una sonrisa.
– Pues claro.
Él se echó a reír.
– Sigo sin intimidarla. ¿Qué es lo que me ha llamado? Un hombre con un coche y una libreta de cheques, ¿no?
– ¿La reverencia es una parte importante de mi empleo?
– En absoluto. Si quiere puede llamarme por mi nombre de pila, sin utilizar el título.
– Es un honor para mí.
– No lo es, pero debería serlo -avanzó hacia ella y le rozó la mejilla-. No llore por un hombre que es lo bastante tonto como para dejar escapar un premio como usted. Nació siendo un necio, y morirá siendo un necio. Buenas noches, Maggie.
Qadir desapareció tan rápidamente que Maggie se quedó sorprendida, aturdida al mismo tiempo tanto por su gesto comprensivo como por sus palabras.
Quería protestar, decir que Jon no era un necio, que en realidad era un hombre inteligente. Pero en el fondo, le había gustado la actitud de Qadir en aquel asunto.