Capítulo 6

SEÑOR, una tal Victoria McCallan quiere verle.

No tiene cita, pero dice que es importante.

Su asistente personal no parecía muy convencido pero como era la primera vez que la secretaria de Nadim se presentaba a hablar con él así, Qadir decide dedicarle unos minutos.

– Dile que pase.

En ese momento, Victoria entró en el despacho, visiblemente nerviosa.

– Quiero hablarle de Maggie -dijo sin rodeos-. lo del trato que han hecho.

Qadir la observó con cinismo, esperando a ver que más decía Victoria. Maggie había confiado en creyendo que eran amigas, y Victoria quería utilizar esa información para sacar algún beneficio. Una situación muy típica.

– Maggie no va a tomarse esto bien. Ella no es una chica como las demás. No le gusta arreglarse el pelo ni sabe maquillarse. Tampoco sabe nada de ropa.

– Pero tú sí -dijo con rotundidad.

– ¿Cómo? Pues claro que sí, pero no se trata de eso. Ella es directa, divertida y dulce. Se preocupa por los demás. Salir con usted significa que saldrá en los periódicos, y eso no le va a gustar.

Las mujeres no solían confundirlo, pero en est momento, Qadir lo estaba.

– ¿Estás preocupada por Maggie?

Victoria entrecerró los ojos.

·Por supuesto. ¿Por qué cree si no que estoy aquí…?

Su voz se fue apagando, y Qadir notó el momento preciso en el que ella se dio cuenta de sus sospechas Sintió rabia, se puso tensa y apretó los labios.

Qadir creyó que empezaría a gritarle, pero Victoria se limitó a aspirar hondo antes de continuar.

·Lo que quiero decir es que Maggie está en un ambiente que no conoce. No puede dejar que la machaquen en los periódicos. Y no le dé sorpresas. ella nunca ha hecho nada parecido en su vida; va a tener que improvisar por el camino. Éste es un momento delicado para ella, porque ha sufrido mucho en estos meses.

Parecía que Victoria sabía lo del padre de Maggie

Se preguntó si sabría también lo del ex novio.

Mientras escuchaba a Victoria, Qadir se daba cuenta de que en ningún momento se había parado a pensar en los sentimientos de Maggie, o en cómo reaccionaría entrando así de sopetón en su mundo. Sabía que era sincera, y eso hacía de ella la candidata perfecta para su propósito.

– Necesita un cambio.

Qadir la miró.

– ¿Un qué?

Un cambio de imagen. Maggie es bonita, pero es un ratoncillo de campo. Necesita ropa nueva alguien que le enseñe a maquillarse y a peinarse. Es orgullosa y dulce, no merece que nadie le pregunte por qué un hombre como usted se molestaría en salir con alguien como ella.

A Qadir no le gustó lo que dijo Victoria.

– Estoy de acuerdo, pero no vamos a tratar con personas que la conozcan, ¿no crees?

Aunque le costara reconocerlo, tenía su punto de razón.

– Muy bien, me ocuparé de ello.

Victoria tenía razón, aunque esperaba que Maggie no cambiara mucho en el proceso.

– Hay una cosa más -añadió la joven con nerviosismo.

Él esperó.

Victoria levantó la cabeza.

– No puede hacerle daño. Ella no merece eso. No utilizar su posición o su poder en contra suya. Qadir sintió rabia.

– ¿Desafías mi integridad?

– Entre otras cosas.

– Soy el príncipe Qadir de El Deharia. Nadie se atreve a cuestionarme.

– Entonces este será un mal día para usted. -Puedo hacer que te deporten.

– No lo dudo, pero Maggie es amiga mía, y no quiero que lo pase mal.

Qadir se dio cuenta de que Victoria estaba temblando, sin embargo no se arredró. Lo miró a los ojos, a pesar de saber que podría perder su empleo y ser enviada a casa.

Su opinión de ambas mujeres aumentó favorablemente. Victoria por tener la voluntad de proteger a su amiga, y Maggie por inspirar tal lealtad.

Se preguntó si Nadim se habría fijado alguna vez en el fuego que brillaba en los ojos azules de Victoria. Pero si no lo había hecho, peor para su primo, el se lo perdía.

Rodeó la mesa y le puso la mano a Victoria en el hombro.

– No le haré daño a tu amiga. Maggie me está haciendo un favor, y no tengo intención de hacer que se arrepienta de haberme ayudado. Nada más, Victoria.

Victoria negó con la cabeza.

– Eso fue lo que ella dijo. Estas cosas empiezan con mucha sensatez, hasta que alguien sufre.

La última vez que Victoria y ella habían estado en la tienda, habían llegado hasta el pasillo sin que nadie se fijara en ellas. Pero en ese momento todas las dependientas se acercaron a recibirlos.

– Príncipe Qadir, qué agradable verlo.

– Príncipe Qadir, como siempre, nos ha alegrado el día con su presencia.

– ¿En qué podemos ayudarle?

Maggie se escondió disimuladamente detrás de él.

Entonces una mujer alta y elegante de edad indeterminada se acercó a él con paso grácil, como si no tocara el suelo.

– Príncipe Qadir -dijo la señora en tono culto y aterciopelado-. Nos honra con su presencia.

– Gracias, Ava -se volvió hacia Maggie-. Ésta es la dueña de la tienda. Hoy nos va a ayudar. Ava sonrió a Maggie y le tomó la mano

– Bienvenida, querida mía.

Maggie quería salir corriendo de allí. Ava era una de esas mujeres perfectas que iban totalmente conjuntadas y que no llevaban ni una arruga ni una mancha en la ropa.

– Maggie es muy especial para mí -dijo Qadir…-pero no le gustan mucho las compras. Necesita ropero completo, y que esté preparada para cualquier ocasión. Pero te advierto que intentará resistirse que cuento contigo para que la convenzas de todo es necesario.

Ava la condujo a un enorme probador donde había un espejo de tres cuerpos. Maggie se sintió desaliñada al lado de la otra mujer.

– ¿Cuál dirías que es tu estilo? -preguntó Ava.

– No tengo ni idea.

– Aunque normalmente me gusta vestir a las jóvenes damas con bonitos vestidos, eso a ti no te va. Estarías incómoda. Creo que nos basaremos lo más posible en los pantalones, y también en los conjuntos dos piezas. Los vaqueros de diseño bien combinados también visten mucho. Aunque para la noche podrás llevar vestidos. De eso no te puedes librar.

Maggie pensó en el vestido del baile que había llevado y en lo bien que se había sentido.

– A veces está bien llevar un vestido.

– Me alegra que pienses así.

– ¿Puedo de verdad usar vaqueros?

Ava sonrió.

– Lo prometo.

Fue gracioso como, en ese momento, Ava empezo a parecerle una persona muy, muy agradable.

Tres horas y decenas de trajes después, Maggie estaba sentada delante de un espejo de un salón de belleza muy chic.

– No se lo deje demasiado corto. Me gusta con e pelo largo.

Qadir estaba sentado detrás de la silla junto al estilista, un hombre bajo con cola de caballo.

– Estoy de acuerdo -el estilista le pasó las manos por el cabello-. Tiene una onda natural, me gustaría capeárselo para ver un poco de movimiento.

Maggie arrugó la nariz.

– ¿A alguien le interesa saber que odio mis ondas

– La verdad es que no -respondió Qadir con una sonrisa.

Entonces se agachó y la besó en el cuello.

– Pero es mi pelo -murmuró sin demasiada fuerza.

Sintió un cosquilleo que la dejó sin aliento. Si había sido un beso sin importancia, pero por culpa esos besitos que Qadir le daba sólo en beneficio del público, Maggie sentía ganas de… Para empezar de que siguiera besándola.

Se decidió que le darían unas mechas y le cortaría: el pelo a capas.

– ¿Puedo ser rubia? -preguntó Maggie-. Me gustaría ser rubia.

Qadir volvió la silla para que lo mirara de frente.

– Estás muy guapa así.

¿Guapa? No lo diría en serio, seguramente.

– Pero me van a poner mechas. Si me tiñen de rubia sera prácticamente lo mismo.

– Par mí no.

Qadir se inclinó encima de ella y la besó otra vez, en los labios.

Maggie sabía que hacía todo eso para que la gente que estaba en el salón empezara a comentar, sabía que no tenía mucha importancia.

Pero ella se lo tomaba de otra forma.

Qadir tenía los labios calientes y firmes; labios; que tomaban y ofrecían al mismo tiempo. Se apoyó en los brazos de la silla, de modo que sólo se tocaban con los labios. Sin embargo, el gesto fue para que toda ella se alzara en respuesta.

Maggie notó que le rozaba el labio suavemente con de la lengua; el instinto la empujó a separar labios, y se puso tensa de anticipación.

Cuando le deslizó la lengua en la boca, sintió deseos de cercarse más a él, de tomar lo que él quisiera sin embargo, se limitó a levantar la mano y colocarla en su fuerte hombro.

Cuando su lengua rozó la suya, Maggie sintió que no podía respirar. La habían besado muchas veces en su vida había hecho el amor y sentido deseo por un hombre. Pero nada de lo que había sentido la había preparado para el deseo que empezaba a consumirla cada vez que Qadir la besaba.

Se sentía desfallecer, descontrolada, y tuvo miedo…Pero tampoco quería que él lo dejara.

Finalmente se retiró, y Maggie vio un destello ardiente en sus ojos negros. Le dio la impresión de que él vería lo mismo en los de ella. Era pasión pura embriagadora, y más fuerte de lo que habría creída posible.

– Eres una caja de sorpresas -murmuró él.

– Yo podría decir lo mismo de ti. Claro que como eres un príncipe, tal vez recibas lecciones especiales desconocidas para cualquier mortal.

– Yo soy también mortal, y no hay entrenamiento posible.

Lo cual significaba que él era así, sin ninguna influencia externa. Maggie sintió cierto miedo.

– Tengo que marcharme. El chófer volverá y te esperará para llevarte a palacio.

– Muy bien.

– Estoy deseando ver tu trasformación esta noche.

– ¿Vamos a hacer algo esta noche?

– Vamos al teatro.

·Ah, sí, lo habías mencionado. Deberías proporcionarme un calendario.

– Le pediré a mi asistente personal que imprima el programa de eventos.

Eso le hizo sonreír.

– Nunca he salido con un programa. Al teatro hay que ir de gala, ¿no?

·Sí.

– Muy bien -pensó en la ropa que habían comprado esa tarde-. Tengo un par de cosas que puedo ponerme. ¿Qué obra es?

– Un musical. Les Miserables, el favorito del rey. -¿Lo ha visto ya?

– Muchísimas veces, pero hoy lo va a volver a ver.

Ah, ¿él también va?

Nosotros estaremos en su palco. Será una buena oportunidad para conocernos mejor.

Y dicho eso, Qadir se puso derecho y se marchó.

– Es tan guapo -comentó el estilista-.

Tienes suerte… ¿Oye, te encuentras bien?

Maggie negó con la cabeza. Sólo de pensar que estar en el palco del rey, que tenía que fingir que esta yendo con Qadir, se ponía de los nervios.

– Creo que voy a vomitar -le susurró.

– Suele pasar -dijo el estilista mientras acercaba carrito y alcanzaba unas tijeras-. Respira hondo, verás como se te pasa.

– No puedo hacerlo -protestó Maggie mientras limusina se detenía delante de la entrada de un enorme edificio antiguo-. No puedo respirar, no o pensar. De verdad, búscate a otra persona Qadir, al rey no le va a sentar muy bien si me desmayo.

– Estás exagerando -dijo Qadir en tono seco-. Dijiste que te gustaban los musicales.

Ella lo miró con enfado.

– ¿Y eso qué tiene que ver con lo que estoy diciendo? No quiero estar con el rey.

– Ya lo conoces.

– Pero entonces no era nadie. Te muestras muy difícil, Qadir, y quiero que sepas que no me gusta

Él tuvo la desfachatez de echarse a reír.

– Ya verás como todo irá bien -dijo Qadir mientras salía de la limusina y la ayudaba a bajar.

– Ahora todo es muy bonito -comentó ella-.

Veamos lo divertido que te parece cuando te vomitas en los zapatos hechos a medida.

Él tuvo la frescura de reírse otra vez; la agarró del brazo y la condujo hasta la entrada del teatro.

El interior del edificio era precioso, con un toque refinado y muy femenino. Había mosaicos y enorme arañas de cristal, pilares adornados y arcos por todas partes.

– ¿Qué edificio es éste?

Qadir no respondió. Se detuvo y giró despacio hacia la derecha. Maggie contempló a la elegante pared reflejada en el espejo, sorprendida mientras asimilaba que eran ellos dos. Qadir iba de esmoquin, y estaba tan apuesto como siempre. La mujer a su lado tampoco estaba mal, pero lo más sorprendente es que era ella.

Maggie vestía un pantalón de seda blanco y un top de seda a juego. Lo que le daba el toque al con junto era una raja en el pantalón de los tobillos a muslo, porque al caminar enseñaba toda la pierna. E pelo también le había quedado muy bien.

Qadir le puso la mano en el hombro.

– No tienes por qué estar nerviosa, Maggie. Eres bella, inteligente, encantadora y graciosa. El único problema será que el rey te quiera sólo para él.

Eso le hizo sonreír.

– Por eso no te preocupes.

Qadir le tomó la mano y la condujo hacia las escaleras.

En el primer piso, giraron a la derecha y llegaron al palco, donde había un guardia a la puerta. Al entrar vieron a varias personas bebiendo y tomando aperitivos, pero todos se marcharon enseguida y Maggie se encontró ante el rey Mujtar.

– Padre, me gustaría presentarte a mi acompañante esta noche; la señorita Maggie Collins Es americana de Colorado.

Maggie le tomó la mano con fuerza y sonrió.

– Su alteza, es un gran honor para mí.

El rey frunció el ceño.

¿No nos conocemos de algo?

Uno de los guardias se adelantó.

– Su alteza, están aquí los fotógrafos. ¿Les dejo pasar?

El rey asintió. Todos se cambiaron de posición mientras unos hombres equipados con cámaras entraban en el palco y empezaban a tirar fotos. Los flashes las cámaras cegaron a Maggie, y cuando pensó no podría soportarlo más, el rey hizo un gesto con la mano y los hombres cesaron al instante.

– Tiene mucho poder -susurró Qadir-. Es estupendo ser rey.

– Eso he oído.

– ¿Y qué tengo que decirle cuando me pregunte a que me dedico?

– Dile la verdad -dijo Qadir.

– Me va a mirar mal. No le va a gustar que salgas-conmigo, te lo advierto.

– Él es el rey. Él no mira mal a nadie. Confía en mí.

En ese momento llamaron a Qadir, que tuvo que ausentarse unos minutos. Maggie se acercó a un rincón e hizo lo posible por hacerse invisible; acababa tomar una galleta salada cuando el rey se le acercó.

– ¿Es la primera vez que vienes a nuestro teatro? preguntó el rey.

– Pues sí, señor… El edificio es impresionante… tiene un diseño único, la verdad -Maggie tragó saliva.

– Es de principios del siglo XV -le explicó e rey-. Uno de mis ancestros lo construyó para su concubina favorita. Le prometió construirle algo que compitiera con su belleza; y cuando lo terminaron ella declaró que ninguna mujer podría llegar a ser tar bella como aquel edificio.

Maggie sonrió.

– Una mujer que disfruta de la propiedad inmobiliaria es digna de respeto.

Maggie se dijo que había metido la pata con su comentario, y esperó que el rey no se lo tomara a mal.

Pero al rey le hizo mucha gracia.

– Una observación excelente, querida -dijo entre risas-. Muy graciosa, sí.

Ella suspiró aliviada.

– Estoy deseando ver la obra de esta noche. Conozco la música, pero nunca la he visto.

– Entonces vas a vivir una experiencia maravillosa -dijo el rey-. La música es preciosa, y te llega al corazón.

Maggie no supo qué responder; menos mal que empezó la función, y que Qadir volvió y la condujo a sus asientos.

– Me las he apañado bien -le susurró ella-. No le he dicho ninguna idiotez al rey.

Qadir no sonrió, sino que señaló hacia la derecha de Maggie. Al volver la cabeza vio que el rey estaba sentado a su lado.

– Ya te castigaré yo por esto.

Qadir, por supuesto, se echó a reír.

La orquesta empezó a tocar. Al principio, Maggie tan consciente de la presencia del rey a su lado no podía relajarse, pero pasado un rato, el relato atrapó en sus redes; y cuando Javert se suicidó, se saltaron las lágrimas.

Hizo lo posible para no derramarlas, y en ese momento sintió algo suave en la mano.

Bajó la vista y vio un pañuelo blanco, entonces aspiró y miró al hombre que estaba a su lado.

– Un buen hombre ante una elección imposible murmuró Qadir-. Su alma no podía soportarlo, asintió sin hablar, entonces se enjugó las lágrimas le pasó el brazo por los hombros y la abrazo. Ella se relajó, y se sintió segura por primera vez en muchísimo tiempo.


Capítulo 7


QADIR permaneció de pie junto a la puerta del despacho del garaje, para dejar que Maggie controlara toda la situación.

Habían retirado el motor del coche, y en ese momento Maggie y sus ayudantes lo colocaban con mucho cuidado sobre unos fuertes soportes, de modo que Maggie pudiera poner en práctica sus habilidades sobre la vieja belleza. Cuando tuvo el motor colocado donde ella quería, suspiró aliviada y aplaudió a su equipo.

– Un trabajo excelente -dijo a sus hombres-Gracias por vuestra paciencia y vuestra atención al detalle.

Qadir esperó a que todos salieran para acercarse: al motor.

– Bueno, podría estar peor -dijo ella sin levantar la vista-. Cuando lo sacaron me preocupé un momento antes de verlo, pensé que había más daños. Pero no parece que vaya a llevarme ninguna sorpresa desagradable. Me va a llevar unos cuantos días separar las piezas y acceder a donde esté el daño. Así sabremos a qué atenernos.

Entonces lo miró.

– ¿Qué? ¿Por qué me miras con esa cara?

– Porque me pareces una combinación muy interesante. Aquí los hombres no suelen obedecer órdenes de una mujer, pero tú has conseguido establecer ellos una relación de autoridad, aunque también has elogiado por su trabajo. Hablarán bien de ti.

– No te sorprendas tanto. Te lo dije cuando me contrataste; sé lo que hago.

El no estaba sorprendido, sino más bien intrigado, impresionado y excitado.

·Al rey también le has caído bien -dijo él.

· Ella se sacó un trapo del bolsillo trasero y se limpió las manos.

– Bueno, a eso ya no sé qué decir.

– Debería complacerte.

– ¿Por qué? ¿No sería mejor que el rey no me quisiera? Vamos a romper. No quiero que se enfade conmigo cuando pase.

Qadir sonrió.

– No temas. Cuando me rompas el corazón, no le dejaré que te encierre.

– Es un gran consuelo.

·En el teatro lo hiciste muy bien. Lo siguiente cenar con Asad y Kayleen. Eso será más fácil.

– A lo mejor para ti -respondió ella con un suspiro. Pero yo no estoy tan segura. Con el rey sólo que charlar unos minutos, pero una cena es más larga. Nos van a preguntar cosas, como por ejemplo dónde nos conocimos.

– Nos conocimos aquí -le recordó él.

– Ah, sí, pues van a querer saber otras cosas como qué vemos el uno en el otro.

Una pregunta a la que él podría responder con facilidad.

– A mi hermano y a su novia les quedan pocas semanas para su boda -dijo él-. Han adoptado a tres niñas pequeñas. Si la conversación se vuelve demasiado personal, pregúntales algo de la boda, o cómo están las niñas. Estoy seguro de que todo irá bien.

– Ojala yo sintiera lo mismo -Maggie se acerco al coche y pasó la mano por el costado-. Esto lo entiendo, tiene sentido para mí. ¿No podría quedarme aquí y seguir trabajando en el coche?

Qadir se acercó y le acarició la mejilla, deleitándose con el tacto suave de su piel, imaginando sus labios tentadores…

– ¿Quieres dejar nuestro acuerdo? -le preguntó

Lo deseaba con una fuerza que la inmovilizó, y se le dilataron las pupilas.

– No, pero puedo protestar, ¿no?

Como siempre, le hizo sonreír.

– Entonces ignoraré tus protestas

– De acuerdo.

– Vuelvo al despacho, Maggie.

Sentía la necesidad de besarla, pero se dominó. Había contratado la ayuda de Maggie para convencer a su padre de que tenía una relación con una mujer pero no se aprovecharía de la situación, por muy tentadora que fuera ella.

Cuando estaba llegando a su despacho, se dijo que no le había dicho nada a Maggie de la hora de la cena de esa noche, así que volvió sobre sus pasos. Al no encontrarla en el garaje, Qadir fue a su oficina. La puerta estaba cerrada, y abrió sin llamar. Maggie estaba de espaldas, terminando de quitarse el mono. Ya se había quitado las botas, y sólo llevaba calcetines, braguitas y una camiseta.

Su educación le instaba a retirarse, a darle la intimidad que ella merecía. Pero la sangre del desierto corría por sus venas lo empujaba a tomar a aquella bella y atractiva mujer. No podía apartar la vista de sus piernas largas, de la curva de su cadera, de su modo de moverse mientras se agachaba a recoger el mono.

-En ese momento, Maggie se volvió ligeramente y lo vió.

Maggie emitió un gemido entrecortado por no ponerse a chillar, no quería pasar más vergüenza delante de Qadir.

Yo… se me olvidó decirte a qué hora era la cena -dijo él.

– ¿No era a las siete? Eso es lo que dice en mi programa -respondió ella.

– Ah, sí. A las siete.

Maggie medio se tapó con el mono, muerta de verguenza

– Lo siento, no quería sorprenderte así… Disculpa.

Ella agradeció sus palabras, pero vio que no se iba de allí. Eso debería haberla molestado, pero algo en su modo de mirarla que le hizo sentirse temblorosa por dentro.

– Maggie -Qadir se plantó delante de ella en tres pasos-. Dime que me vaya y lo haré.

Su mirada era intensa, al igual que el modo en que la agarraba de los brazos.

Maggie sintió el calor del deseo, cada vez más fuerte, más ardiente.

– No va a hacer falta -le susurró.

Qadir la estrechó contra su pecho con tanta fuerza que estuvo a punto de perder el equilibrio; claro que eso no importaba gran cosa. Sabía que si se caía, él la sujetaría como lo estaba haciendo en ese momento, mientras la reclamaba con un beso ardiente que le atravesó el alma.

Maggie se abrazó a aquel cuerpo fuerte y cálido. y le echó los brazos al cuello antes de entregarse al beso tierno. Él había bajado las manos a las caderas y después al trasero, apretándole las nalgas, urgiéndola a que se pegara a él. Maggie apretó el vientre contra su erección, deleitándose con la prueba de su deseo por ella. Sentirlo y empezar a derretirse por dentro fue todo uno, con aquel calor entre las piernas que le anticipaba todo placer.

Él le acarició la espalda antes de llegar al costado. a los pechos. Incluso a través de la tela de la camiseta le palpó el pezón duro y prominente, se lo frotó y empezó a pasar la palma por encima.

Al mismo tiempo dejó de besarla, pero sólo para empezar a mordisquearle en el cuello.

Colocó la mano libre en el otro pecho, y se lo acarició con delicadeza. Ella tembló, presa de un deseo feroz. En ese momento le habría devorado por entero.

Qadir se apartó para quitarle la camiseta; ella se desabrochó el sujetador y lo tiró al suelo.

Al instante él retomó el sensual pulso de las caricias. Se agachó y se metió un pezón en la boca, y cuando empezó a succionarlo un calor intenso se concentró entre sus piernas. Maggie le agarró la cabeza, para acariciarlo y para que no dejara de hacerlo.

Su lengua agasajaba sus pechos, arrancándole jadeos y jadeos. Entonces Qadir le deslizó una mano las piernas.

Ella se preparó para sentir la magia de sus caricias, se anticipó a su respuesta intensa… unas voces el garaje, seguidas de una risa de hombre los bajó realidad.

Maggie se puso tensa, y Qadir se quitó la americana rápidamente y la cubrió con ella. Entonces se acercó a la puerta, la cerró y echó el cerrojo.

Pero el momento se había disipado. Maggie sabía en el trato con su jefe no entraba el sexo. Además se sentía confundida, porque ella no era de las se metía en la cama con el primero que llegaba.

¿Maggie?

Maggie lo miró.

No sé qué decir -dijo ella.

No voy a disculparme -dijo Qadir.

.Y yo no espero que lo hagas. Estoy un poco confundida, pero no enfadada. No suelo hacer este e cosas.

– Nos atraemos mutuamente, Maggie.

– Eso lo entiendo.

Qadir recogió el sujetador del suelo y la camiseta. los pasó y se volvió de espaldas. Maggie se vistió rapidamente.

– Si entramos en terreno… íntimo, se estropeará todo…

Él se volvió hacia ella.

– Estoy de acuerdo -dijo Qadir.

– Trabajo para ti.

Él asintió.

– Será mejor no mezclar el negocio con el placer -Sí.

Pero a Maggie le daba la impresión de que ninguno de los dos creía lo que decía.

– Vuelve a tu despacho a desempeñar tu tarea como príncipe. Estaré lista a las siete.

·Y yo estaré esperándote -dijo él, antes de marcharse.

Cuando se quedó sola, Maggie se dejó caer en una silla para intentar darle sentido al lío en el que se había metido.

¿Podrían olvidarse de todo y fingir que no había pasado nada?

·Háblame de la mujer -dijo Kateb mientras se quitaba la chilaba y la dejaba sobre una silla en suite de Qadir.

Qadir sirvió dos whiskys y le pasó a su hermano un vaso.

– ¿Qué mujer?

Kateb arqueó las cejas.

– Si me han llegado rumores a mí, que estoy en el desierto, tiene que haber una mujer.

Se sentaron en el enorme sofá de la zona de estar Qadir alzó su copa y brindó por su hermano.

·Me alegro de tenerte de vuelta. Pasas demasiado tiempo sin venir a vernos.

– No me place estar en la ciudad, ya sabes que mi sitio está en el desierto -Kateb dio un sorbo al whisky-. Pero no has respondido a mi pregunta.

– Se llama Maggie Collins. Está restaurando Rolls

Kateb no hizo ningún gesto.

;Y?

Y es guapa, graciosa y sencilla.

Todo eso está muy bien. ¿Pero qué me ocultas, hermano?

Qadir sonrió.

Que es un juego. Le pago para que finja ser mi novia. En unas semanas nos prometeremos, pero todo empezará a hacérsele muy cuesta arriba y volverá a casa. Deprimido, yo no podré considerar ninguna de las ofertas de nuestro padre durante una buena temporada.

Kteb asintió despacio.

Un plan magnífico.

Te gustaría que se te hubiera ocurrido a ti, ¿eh?

La idea tiene mérito; menos mal que vivo en el desierto, y a mí no puden manipularme como a ti.

Qué suerte tienes.

Kateb tomó otro sorbo.

Imagino que habrás tenido en cuenta los riesgos y consecuencias de este juego.

Qadir pensó en el encuentro con Maggie de esa mañana en el garaje. Si ésas eran las consecuencias que hablaba su hermano, bienvenidas fueran.

No me preocupan -dijo Qadir-. Sé lo que hago.

Como quieras.

– ¿Has venido a hablar del nombramiento? Kateb se encogió de hombros.

– No estoy seguro de que haya nada que hablar.

·¿Te nombrarán y luego qué? A nuestro padre no le va a gustar.

·Nunca he sido capaz de complacerle.

– Si aceptas, te enfrentarás a él de igual a igual. Kateb sonrió.

– El rey no lo verá de ese modo.

Años atrás, Qadir y sus hermanos habían pasado una temporada en el desierto, como mandaba la tradición. Los hijos de los reyes aprendían las leyes ancestrales del pueblo y vivían con los nómadas que recorrían los desiertos de la zona. A Qadir le había resultado difícil, pero a Kateb le había encantado desde el principio. En cuanto había terminado sus estudios universitarios, había elegido establecer su hogar en el desierto.

La tradición mandaba que cada veinticinco años se nombrara a un nuevo líder. Como Kateb era uno de ellos, le tocaba ser nombrado líder del pueblo – nómada.

Pero él ya era el heredero del trono de Mujtar no el primero en la línea sucesoria, pero estaba muy cerca. Para Kateb, aceptar el nombramiento como jefe de pueblo del desierto sería renunciar a los derechos del trono de El Deharia.

– ¿Qué dices? -dijo Qadir.

·Que me quedo donde pertenezco. Apartarme de lo que nunca será mío no me resulta difícil.

¿Pero si tan fácil era, no habría tomado ya Kateb la decisión?

– Parece ser que la clase de flores importa suspiró Kayleen con resignación-. Es el protocolo.

– Ignóralo -dijo el príncipe Asad-. Vas a ser esposa. Haz lo que a ti te guste.

– ¡Qué imperioso! -dijo Kayleen, aunque u prometido-. Es fácil para él decirme que rompa normas, pero él no tiene que tratar con el organizador -de bodas -se inclinó hacia Maggie, con los ojos platos-. ¿Sabes que iba a venir el presidente de Estados Unidos? Menos mal que al final va a enviar a alguien su lugar. ¡Me habría desmayado!

Asad le acarició la mejilla.

– Eres demasiado fuerte para desmayarte.

– Tal vez, pero estaría temblando -respondió ella-Ay, siento aburriros hablando de la boda -sonrió-. Sobre todo a Qadir.

– Eres tan simpática que cualquier tema es interesante-le dijo Qadir.

Asad le dirigió a Qadir una mirada asesina, y el tuvo que esforzarse para no reírse.

– No intentes embrujar a mi novia con tus encantos o sufrirás las consecuencias.

Qadir sonreía.

– ¿Tan inseguro estás de tus afectos?

Kayleen puso los ojos en blanco.

– De vez en cuando empiezan así; es su manera de desfogarse.

Antes de la cena, Maggie había temido que acabara descubriéndoles. Sin embargo, se lo estaba pasando de maravilla. Asad y Kayleen eran sinceros y entretenidos.

Kayleen estaba tan contenta con su boda, tan positiva y feliz, que no le había preguntado nada indiscreto y además la trataba con toda normalidad.

– Vamos a pasar de ellos -le dijo Maggie-.

Maggie vio cómo miraba Kayleen a su prometido Había tanto amor entre ellos, tanto cariño, que sintió cierta envidia. Intentó recordar si había sentido esa fuerza con Jon, pero se dijo que ya no estaba segura Consideró la cuestión, pero fuera como fuera, se dio cuenta de que no se sentía mal, ni triste, que pensé en Jon ya no la deprimía.

Se preguntó si querría volver con él, y la respuesta no se hizo esperar. No quería.

Aún se arrepentía de la última noche que había: pasado juntos, se sentía avergonzada. Pero salvo por eso, sentía que estaba dispuesta a olvidar a Jon. Le alegraba que él hubiera encontrado a otra persona. se decía que ella quería hacer lo mismo.

Sin pensar miró a Qadir. ¿Sería él?

Maggie sonrió. Qadir parecía tener linea directa su sexualidad, pero eso no significaba que pudiera: tener nada serio. ¿Un príncipe y un mecánico de coches? Resultaba poco probable.

– Qadir es muy agradable -el comentario de Kayleen la devolvió a la conversación.

Maggie sonrió.

– Es verdad, aunque no le veo tan imperioso,: como habría imaginado a un príncipe.

– Creo que él es más discreto que sus hermanos. Kateb es muy intenso. ¿Lo conoces?

– No

– Vive en el desierto, pero ha venido de visita. Esta mañana he hablado un momento con él, y todo tiempo me entraban ganas de esconderme detrás de Asad.

Por qué?

Pues no sé, es algo que no puedo explicar. Tiene algo salvaje… No, ésa no es la palabra adecuada, pero es la única que se me ocurre.

El rey ya nos está pidiendo nietos -le dijo Asad a Qadir.

Kyleen le apretó la mano.

Pero eso es lo más divertido.

Asad le sonrió.

Eres demasiado comprensiva. El rey se pasa, todavía no estamos casados.

Podrías decirle que queremos tener hijos enseguida. Así se sentiría mejor.

No voy a darle esa satisfacción.

Kyleen miró a Maggie.

¿Ves a lo que me refiero? Cabezota como él sólo ¿,Cómo voy a poder con eso?

No puedes -le dijo Asad, que entonces miró a su hermano-. Sabes Qadir, si lo vuestro va en serio, hará lo mismo con vosotros. El rey nunca está satisfecho.

Qadir le tomó la mano a Maggie.

– No tengas miedo, yo te protegeré del rey.

– No lo tengo -respondió Maggie.

Qadir y ella jamás hablarían de hijos, porque ella se marcharía un día.

– Se me hace extraño tener que estar pendiente de no quedarme embarazada antes de tiempo -comentó Kayleen-. Es verdad que casarse embarazada no es lo ideal, pero cuando una se casa con un príncipe, la cosa toma otro cariz.

– Sólo hace falta un desliz -dijo Qadir con humor-. No te lo digo por nada, hermano

Asad respondió con un gruñido, pero Maggie no se enteró de lo que dijo. Se había quedado paralizada en el tiempo, como si hubiera abandonado su cuerpo y contemplara la escena desde arriba, pero sin se parte ya de ella.

¡Era imposible! ¡No podía ser! Cuando no tomaba la píldora, su menstruación no era nunca regular; así que técnicamente no tenía ningún retraso. Además, sólo había sido una vez.

El pánico la congeló por dentro. Sólo había estado una noche con Jon.

Después de romper con él, había dejado de tomar-la píldora porque no le interesaba estar con nadie.

– ¿Maggie? -dijo Qadir-. ¿Estás bien?

Ella asintió y trató de sonreír, aunque sólo sintió náuseas. ¡No podía estar embarazada! En ese momento no. No de Jon. Sería un desastre horrible, un desastre insalvable.

Esa noche no había dormido nada. Maggie salió primera hora de la mañana, y se dirigió a una de las droguerías que le había indicado Victoria. La tienda era como un pequeño supermercado, y enseguida encontró la sección donde vendían todo tipo de productos femeninos, incluidos test de embarazo.

Estaba a punto de retirar del estante una de las cajas cuando oyó unos susurros a su espalda. Se dio la vuelta y vio a un par de colegialas de uniforme con libros en la mano

– Eres la joven que sale con Qadir, ¿verdad? Ah, es tan guapo -suspiró la niña-. ¿Cómo es en realidad?

-Sería posible que esas niñas la hubieran reconocido por la foto que habían publicado esos ridículos periodicos?

– Ah, hola… -Maggie se sentía como una imbecil.

– Sí, el príncipe es muy simpático.

– ¿ Cómo os conocisteis?

– Trabajo en palacio.

La otra niña suspiró.

– Ojala yo encontrara un trabajo ahí. Mi madre que el trabajo de verdad no es para mí, pero podría hacer algo.

Su amiga sonrió.

El es el mejor. Tiene mucha suerte. Vamos, tenemos que irnos al colegio.

Agitaron la mano y la dejaron allí. Cuando estuvo segura de que se habían marchado las niñas, se acercó al estante y se llevó tres tests de embarazo distintos.

Pero al llegar a la caja, Maggie no se fijó en una tercera adolescente que la seguía con disimulo, pero la cámara del móvil preparada.

Mientras Maggie sacaba el dinero de la cartera, ella le tiró un par de fotos.

Veinticuatro horas después, Maggie estaba sentada en el sofá de su suite, intentando decidir qué sería hacer, si estar embarazada o salir en un periódico comprando unos tests de embarazo.

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