MAGGIE se quedó inmóvil, sin saber si hacer una reverencia o largarse corriendo. Y para colmo estaba descalza…
– Encantado de conocerla -dijo el rey, que ni siquiera la miró-. Qadir, quiero que conozcas a Sabrina y a su hermana Natalie. Su tío es duque; británico, supuesto, y muy culto -el rey se acercó a Qadir y bajó la voz-. Son bastante bonitas, y parecen muy responsables. La hermana mayor ya tiene dos hijos, que sabemos que son capaces de concebir.
Maggie seguía anonadada, pero el susto inicial había dado paso al humor. Con los comentarios del rey temió que de pronto le diera un ataque de risa. No sólo la descripción del rey le pareció divertida, también la cara de sufrimiento de Qadir.
. Parecía que ser príncipe también tenía sus desventajas.
Estaba a punto de darse la vuelta para marcharse cuando Qadir la miró.
– Tú no te vas -dijo, más en tono de orden que de ruego.
– Bueno, supongo que querrás bailar con una de las sobrinas del duque -murmuró, mirando hacia las jóvenes que estaban cerca de ellos-. Sabrina es preciosa -añadió.
– Exacto -dijo el rey, sonriéndole-. Yo he pensado lo mismo.
Qadir se acercó a ella y habló en voz baja. -No sabes cuál de las dos es Sabrina.
– Las dos son muy guapas e inteligentes. ¿Qué más quieres?
Maggie se apartó y observó las presentaciones. No podía negar que le dio cierta envidia, pero en el fondo sabía que así era mejor para ella. Mejor no olvidarse de quién era Qadir que permitir que un baile le alterara el conocimiento.
Observó a Qadir hablar con las dos mujeres, antes de salir a la pista con una de ellas.
– Buena suerte -dijo-. No va a funcionar.
Desgraciadamente, la música terminó justo cuando lo estaba diciendo. El rey se volvió hacia ella y la miró.
– ¿Qué es lo que no va a funcionar? -preguntó el rey.
– Bueno… yo… -miró a un lado y a otro disimuladamente, para ver cómo salir de aquélla-. No es nada.
– Sí que lo es. Para mí es muy importante que mis hijos se casen. Y como no parecen tener prisa por buscar novia, me obligan a interferir.
– Pero no puede imponerle una mujer así -dijo con cautela-. Y no es porque las que ha elegido para el no sean mujeres jóvenes y encantadoras.
El rey la miró enfadado.
– Supongo que tendrá una razón para decir eso.
– Sí, que a los hombres les gusta la caza.
Jon se lo había dicho varias veces. Se habían reído de sus amigos y de sus desastrosas relaciones sentimentales, desde la seguridad de su relación, por supuesto.
– ¿Ha visto la película Parque Jurásico?
– No.
– Debería hacerlo. Los hombres son como el Tiranosaurio Rex. No quieren que nadie les proporcione su próxima comida; quieren salir ellos a buscarla. comida me refiero a…
A las mujeres, comprendo la analogía -se fijó en las parejas en la pista, y luego se volvió hacia ella. ¿Está segura?
– Bastante.
Sólo estaba segura de que no quería seguir hablando con el rey.
– ¿Y ahora detrás de quién está? ¿De usted?
– ¿Cómo? No, en absoluto. Yo sólo trabajo para él.
Él rey frunció el ceño.
– ¿Y qué es lo que hace?
– Restaurar uno de sus coches -le enseñó las manos llenas de callos-. ¿Lo ve? En realidad, no soy nadie.
– Pues para no ser nadie habla con mucho desparpajo.
El rey avanzó, y a Maggie no le quedó más remedio que ir detrás de él. Entonces se detuvo y le hizo un gesto para que se adelantara.
– ¿Conoce a alguien? -le preguntó.
Ella negó con la cabeza.
Seguidamente el rey le presentó a diversas personas, de las cuales Maggie sólo había oído hablar en los periódicos, incluidos dos senadores estadounidenses, una actriz delgadísima y el embajador ruso en El Deharia.
Mientras los saludaba, Maggie hizo lo posible para no pensar que seguía descalza. Menos mal que el vestido le tapaba los pies y que nadie se daría cuenta. El grupo conversó unos minutos, pero Maggie no abrió la boca, esperando que alguien fuera a rescatarla. Desgraciadamente, estaba sola allí.
Entonces el embajador ruso, un hombre apuesto, aunque un poco mayor que ella, le sonrió.
– ¿Me concede este baile, señorita Collins? Todos la miraron, y Maggie trató de no sonrojarse. -Gracias, señor, sería un placer.
Al menos eso esperaba. Si el hombre bailaba tan bien como Qadir, todo iría sobre ruedas.
– ¿Es usted amiga del rey? -preguntó él. -Acabamos de conocernos -respondió Maggie.
– ¿Así que no es usted su amante?
Maggie se tropezó de la impresión.
– No. Yo trabajo aquí, en el palacio, señor embajador.
– Entiendo. Puede llamarme Vlad.
Maggie se preguntó si tendría obligación de hacerlo.
– Soy un hombre poderoso, Maggie. Podríamos llevarnos muy bien.
• Debió de poner cara de espanto, porque el otro se a reír.
– ¿Le asusta mi sinceridad?
No le asustaba, pero todo aquello le parecía de mal gusto…
– Señor embajador…
– Vlad.
– Señor embajador, me temo que se ha equivocado conmigo.
Tenía mucho más que decir, pero en ese momento apareció Qadir.
– Maggie… estás aquí… Nuestro baile es el siguiente -sonrió al ruso-. ¿Le importa que le interrumpa?
Vlad se apartó.
·Por supuesto que no.
· Qadir le tomó la mano. -¿Qué ha pasado?
·Nada -respondió ella. El se quedó callado, y Maggie suspiró.
– Bueno, creo que quería ligar conmigo, pero no estoy segura.
– Yo sí -dijo el príncipe.
– Qué asco.
Qadir se echó a reír.
– Tu reacción no le gustaría mucho.
– Acabo de conocerlo.
– Ese hombre tiene mucho poder. Para muchas mujeres eso es suficiente.
– Pues yo no he sabido qué decirle.
– Puedes empezar diciendo que no. Suele funcionar.
– Me acordaré de eso-dijo ella aunque era poco probable que fuera a frecuentar la compañía de algún embajador más-. ¿Qué tal el baile con Sabrina?
Qadir entrecerró los ojos.
– ¿Te burlas de mí?
– A lo mejor un poco. Pero se la conoce por su capacidad para criar hijos.
Qadir la acompañó hasta el balcón. Como iba descalza, el suelo de piedra estaba un poco frío.
– Para ti todo esto es divertido -gruñó-, pero para mí es todo lo contrario. No quiero casarse por conveniencia con una joven de buena familia.
– ¿Entonces qué es lo que quieres?
Qadir no respondió. Tal vez no supiera qué responder, o no quisiera compartir sus secretos con ella.
– ¿El rey puede obligarte a que te cases?
– No. Pero se puede mostrar difícil.
– El se preocupa por ti, y no es tan raro que quiera verte casado; supongo que también querrá tener nietos.
– ¿Te pones de su parte? -le preguntó Qadir.
– No, sólo te hago notar que aunque su táctica no es nada discreta, lo hace por tu bien. Le importas, y eso ya vale mucho.
– Sí, pero si de pronto pusiera todo su interés en casarte a ti, ya no te sentaría igual.
– A lo mejor.
Maggie estaría encantada de que su padre aún pudiera darle la lata.
– Así que él quiere una joven que te dé hijos – dijo Maggie- y tú quieres enamorarte.
– No hace falta que me enamore. Me conformaría con un respeto y unos intereses mutuos.
No parecía muy romántico, pensaba Maggie, pero no era de la realeza, y tal vez por eso esperaba más del amor. Quería pasión, emoción. Quería un amor de verdad durara para siempre.
Auque le complacía que su hermano Asad estuviera celebrando su fiesta de compromiso, Qadir tenía ganas de que terminara el baile. Si tenía que conocer a una sola joven más, se montaría en su caballo iría al desierto con su hermano Kateb, que vivía un pueblo, lejos del palacio.
No estaba en contra del matrimonio… al menos en teoría, pero en la práctica no era lo mismo. Él no creía en la fantasía del enamoramiento, pero quería sentir algo por la persona que eligiera para ser su esposa. Estaría bien sentir emoción, y mejor aún placer. Sin embargo, hasta el momento no había sentido nada de eso.
Había estado enamorado una vez, y con una había sido suficiente. Como bien le había dicho a Maggie el amor no le interesaba, pero quería algo más el desinterés propio de un matrimonio de conveniencia.
Lo que necesitaba era comprometerse, se dijo; o al menos, mantener una relación seria con alguien.
Muchas mujeres estaban detrás de él, pero ninguna le llamaba la atención. Ironías de la vida, supuso.
Vio a Maggie que iba hacia el bufé, y cómo ignoró los canapés de caviar y se decantó por las pequeñas porciones de quiche. Se llevó una a la boca y tocó la lengua con los dedos para, limpiárselos.
El gesto fue rápido y natural, pero a él le pareció erótico. Al ver el movimiento de su lengua imaginó que se lo estaba haciendo a él, por todas partes.
Le sorprendió estremecerse de deseo, tanto como la imagen que había echado raíces en su pensamiento. ¿Maggie le parecía sexy?
Era una joven competente y le gustaba charlar con ella; le gustaba tomarle el pelo, también, y le encantaba su forma de reírse, pero nada más. Ella trabajaba para él, no era la clase de mujer que se prestaría a esos juegos. Era…
Era perfecta. Era sensata, trabajadora y en absoluto pretenciosa. Aunque no le había dicho que necesitara el dinero, él sabía que el trabajo le había interesado porque pagaba muy bien. ¿Querría prestarle otros servicios que pudieran ayudarlo a distraer a su padre?
– ¡Vaya, parece que estamos en Navidad! -exclamó Maggie mientras miraba el montón de cajas que la esperaban a la puerta de su oficina.
Le había costado un poco levantarse esa mañana, después de haberse acostado tarde la noche anterior, pero al ver todas las cajas, se le quitó el cansancio sólo de pensar en todo lo que podía hacer.
– Se te ve muy contenta.
Se dio la vuelta y vio a Qadir ir hacia ella.
– Me encanta cuando te envían las cosas tan rápidamente -señaló las cajas-. No sé por dónde empezar. Hay tantas posibilidades, entre faros, pistones, horquillas…
El la miró con verdadera curiosidad.
– Eres una mujer poco habitual.
Lo sé, no eres el primero que me lo dice.
Maggie se dispuso a cortar la cuerda de embalar de la primera caja.
– Sí, como he dicho, poco habitual… Me gustaría hablar contigo un momento, Maggie.
– Muy bien.
Dejó la caja y entró con Qadir en el despacho, preguntándose si habría hecho algo mal.
– ¿Qué te parezco yo? -preguntó él.
La pregunta le sorprendió.
– ¿Cómo?
– Nos llevamos bien, ¿no? ¿Sería una pregunta trampa?
– Sí
Bien, estoy de acuerdo -dijo él.
¿Con qué?
– Tenemos mucho en común -explicó Qadir.
Maggie estuvo a punto de echarse a reír. ¿Qué era lo que tenían en común? ¿Los caballos purasangre?¿Los viajes en avión alrededor del mundo?
– Por ejemplo, los coches -dijo él-. A los dos nos gustan.
– Muy bien -dijo ella despacio-. Seguramente, los coches.
– Lo digo porque estoy pensando en tu negocio de Estados Unidos.
El que había perdido, pensaba ella con tristeza.
– Ya no es lo que era -dijo ella.
– La pérdida de tu padre cambiaría todo, imagino.
Más de lo que él podía imaginar.
– Lo pasé muy mal cuando él estuvo enfermo.
Estaba en el hospital y yo pasaba mucho tiempo con él. Me costó trabajo controlarlo todo.
– Pues claro. Cuando vuelvas, tendrás más tiempo.
Ella asintió, pensando que también tendría una buena suma de dinero ahorrada, aunque no lo suficiente para recuperar el negocio. Pero podría empezar de nuevo con un pequeño taller, y continuar con el trabajo.
– Te vendría bien más dinero -dijo él.
– Suele pasar -de pronto se animó-. ¿Tienes otro coche para restaurar?
– No exactamente.
– Entonces…
– Tengo una proposición que hacerte.
Si ella se pareciera a Victoria, habría adivinado enseguida la clase de proposición que querría hacerle Qadir, pero como estaba allí con el mono puesto, el pelo recogido y la cara lavada, era imposible que quisiera proponerle tal cosa.
– ¿Y cuál es esa proposición?
Qadir sonrió.
– Ya has visto las ganas que tiene mi padre de que me interese por una mujer. Quiere que me case lo antes posible.
– Típico de un padre -dijo ella.
– Sí, pero a mí no me gusta queme presionen. El único modo que se me ocurre para que mi padre me deje en paz es darle la idea de que estoy con alguien, y de que podría ir en serio.
Ella asintió.
– Eso seguramente funcionaría -dijo Maggie. -Me alegra que estés de acuerdo. Por eso quiero proponerte un acuerdo. Saldríamos durante unas semanas mejor durante unos meses, y después anunciamos el compromiso No lo anunciaríamos oficialmente, por supuesto, aunque habría pistas. Unas semanas después de eso, tendríamos una discusión acalorada; entonces tú volverías a tu país y yo me quedaría con el corazón destrozado, y no podría volver a pensar en tener ninguna relación más el resto del año o tal vez más tiempo.
Maggie abrió la boca para decir algo, y la cerró de nuevo. Lo había oído todo, pero no tenía sentido para tenía que haberle entendido mal.
– Quieres decir que yo… tú…
el sonrió.
– Una relación de conveniencia -dijo-. Simplemente accederás a ser la mujer con la que fingiré estar saliendo durante un periodo de tiempo concreto, digamos, seis meses. Por supuesto, te pagaré por ello.
Nombró una cantidad que la dejó impresionada.
– ¿Y por qué no sales con una de las mujeres que te busca él?
– Ninguna me interesa… Maggie, sé que mi plan requiere que te quedes más tiempo del que habías pensado en El Deharia, pero también te llevarás una cantidad de dinero considerable.
– Yo no soy la candidata a princesa -dijo ella-. Trabajo con coches.
– Eres distinta, y por ello maravillosa.
– Ni siquiera sé vestirme, ni decir lo correcto. Deberías pedírselo a Victoria, a la secretaria de Nadim-añadió cuando Qadir se quedó mirándola-. Es bonita, rubia y viste bien.
– Tú y yo nos llevamos bien, no sufriríamos estando juntos.
Era cierto, se llevaban bien. Aparte de bailar, tampoco le importaría mucho si él quisiera besarla.
La imagen de ellos dos abrazados fue tan intensa que Maggie se pasó al otro lado de la mesa para poner distancia entre ellos.
– Es una locura -dijo ella-. Vamos a tranquilizarnos un poco y a pensarlo de nuevo.
– No es una locura. A mí me dejarán en paz durante al menos un año. Tú puedes restaurar mi coche. y después irte de vacaciones a un bello paraje, y cobrando todo el tiempo. Te compraré un ropero adecuado, y tendrás la oportunidad de conocer a mandatarios de todo el mundo. Viajaremos y asistiremos a conferencias. Con el tiempo, nuestra relación terminará y volverás, a casa con un buen saldo en tu cuenta bancaria.
El plan era tentador, y no sólo por el dinero, sino por la oportunidad de vivir una experiencia nueva_ Además, en parte le gustaba la idea de que Jon se enterara de que salía con un apuesto príncipe.
·Harían falta algunas normas básicas -dijo Maggie.
·¿Como por ejemplo?
– No puedes salir con otra persona mientras estés conmigo, aunque sea fingido, no me gusta que me engañen.
– De acuerdo. Pero tú harás lo mismo.
Ella sonrió.
– Para mí no es tan difícil, pero gracias por el interés. ¿Qué más…? Ah, no quiero que los periódicos publiquen nada de esto. ¿Aquí hay prensa rosa?
– Tenemos algunas publicaciones, pero nada que ver con lo que hay en América o en Europa. Quiero que mencionen al menos que estamos saliendo para convencer a mi padre, pero nada más.
– De acuerdo -Maggie vaciló un poco-. Creo me dejo algo, pero de momento no se me ocurre más.
– Has salido con hombres antes -dijo Qadir-Eso no va a ser muy distinto.
Sólo que no se enamoraría del hombre.
– ¿Estás seguro de todo esto? -le preguntó-.No habrás olvidado que soy mecánico de coches, Lo de las uñas pintadas no es lo mío.
– Sí, lo sé y, por favor, no me vuelvas a recomendar a tu amiga Victoria. Esto lo planeé todo durante la fiesta de anoche. Lo hiciste muy bien. Recuerda el embajador de Rusia se interesó por ti y todo.
– Tampoco es una referencia tan importante.
– Me da lo mismo, yo quiero que seas tú. ¿Dime, si o no, Maggie?
A Maggie no se le ocurrió ni un solo inconveniente. Había una posibilidad muy remota de que se enamorara de Qadir, pero las posibilidades eran mínimas. Él no se parecía en nada a Jon, y Jon era el único del que ella había estado enamorada. De modo estaba segura.
– Sí -respondió por fin.
– Estupendo. Nos volveremos a reunir para con-los detalles.
– Muy bien.
– Te dejo que vuelvas a tus paquetes.
Qadir se acercó a ella con naturalidad, y Maggie tendió la mano para cerrar el trato de ese modo. él se inclinó, le tocó en la mejilla y le dio un muy leve en los labios.
El gesto fue natural, en absoluto sensual, pero Maggie sintió el calor de sus labios que la recorría de arriba abajo. Sintió deseos de echarse sobre él y de que la besara bien.
Su propia reacción la sorprendió, porque acababa de sentir algo que no había sentido jamás. Maggie intuyó que se había metido en un buen lío.