Capítulo 10

ADUCIENDO que estaba exhausta, Cleo se escapó de la fiesta poco después de cenar. No podía evitar comparar su pequeño banquete, organizado a toda prisa, con la recepción que siguió a la boda de Zara. Desde luego no podía culpar a nadie que no fuera ella misma de aquellas circunstancias tan diferentes. Zara había sido lo suficientemente inteligente como para enamorarse de alguien que también estaba enamorado de ella. Y como para no quedarse embarazada.

Cleo se detuvo en medio del pasillo sin saber muy bien qué dirección tomar. Entonces recordó que uno de los criados le había informado de que trasladarían sus cosas a la suite del Príncipe durante la ceremonia. Esperaba que nadie hubiera abierto las cajas que habían llegado de Spokane y se preguntó qué cara pondría Sadik si viera su colección de ositos de peluche. No era algo que pegara demasiado con su exquisita decoración de interiores.

Cleo giró a la izquierda en el siguiente pasillo y se detuvo frente a la puerta de Sadik. Su puerta también a partir de aquel momento, recordó. Su mundo. Su vida.

Entró y cerró tras ella. Había visto el salón de la suite al menos una docena de veces y seguía resultándole extraño. Se fijó en los muebles oscuros, en las pinturas originales de la pared y en las vistas, que eran parecidas a las de su antiguo dormitorio. Sabía que aquella suite tenía una disposición distinta. Constaba de tres dormitorios en lugar de dos. La habitación principal era más grande y había dos estancias pequeñas al otro lado del salón.

Cleo fue hacia allí. En la habitación de la izquierda se había instalado un despacho. La ausencia de papeles en el escritorio y el polvo que tenía la pantalla del ordenador daban a entender que Sadik no trabajaba allí. Su despacho actual estaba a menos de cinco minutos andando, por lo que era lógico que fuera hasta allí cuando tenía que trabajar.

La segunda habitación estaba situada en una esquina del palacio que tenía vistas al mar y a los jardines. Estaba completamente vacía a excepción de un armario de doble cuerpo. En las paredes tampoco había nada. Cleo no recordaba haber estado nunca allí, pero sabía que la habían vaciado para el bebé. Se llevó la mano al vientre y lo acarició con suavidad mientras se giraba para echarle un vistazo al lugar. Era fácil imaginarse una cuna apoyada en la pared del fondo y un cambiador entre las ventanas. A la larga, cuando tuvieran más hijos, y no tenía ninguna duda de que Sadik querría tener muchos, tendrían que trasladarse a una de las suites familiares. Pero por el momento aquello sería su hogar.

Cleo se acercó a la pared y acarició la suave superficie. ¿Qué color sería más adecuado? Tal vez un amarillo pálido. O quizá debería dejarla en tono crema y colocar una tira de papel pintado. Tal vez de ositos, para que pegara con su colección.

Cerró los ojos e imaginó el sonido de los suspiritos de su hijo. Aspiró el dulce aroma de su piel y de los polvos de talco, sintió la suavidad de las sabanitas de algodón. Se apretó suavemente el vientre con los dedos como si pudiera tocar a su hijo.

– Te prometo que estaré aquí para ti -susurró.

Sabía que aquello era la cosa más importante que podía hacer por su hijo: darle un padre y una madre que lo quisieran.

Aunque dudara mucho de la capacidad de Sadik para amarla estaba segura de que sería un buen padre. Si para darle a su hijo el mejor comienzo posible tenía que renunciar a su propia felicidad, lo haría.

– Me preguntaba dónde te habías metido.

Cleo escuchó las palabras de Sadik un instante antes de que él viniera por detrás y la rodeara con sus brazos.

– ¿Cómo estás? -preguntó colocándole las manos sobre el vientre.

– Cansada -reconoció ella-. Y confusa.

– ¿Qué se siente al ser la princesa Cleo?

Ella percibió el tono sonriente de sus palabras, pero a ella aquella pregunta no le resultaba divertida.

– Nada de esta situación me parece real así que no puedo contestarte -respondió echando fuego por los ojos.

– Tienes todo el tiempo del mundo para acostumbrarte a tu nuevo estado -aseguró Sadik dándole la vuelta y mirándola con preocupación-. Ahora estamos casados. Eres mi esposa.

Esposa. Cleo le dio vueltas a la cabeza a aquella palabra, pero no fue capaz de asimilarla. No se sentía su mujer, ni una princesa ni nada más que un fraude. Un fraude embarazado.

– Como puedes comprobar he pedido que sacaran los muebles de la habitación de nuestro hijo. Se te proporcionará todo lo que necesites para él. Tenemos decoradores que están familiarizados con el palacio y en la ciudad hay varias tiendas especializadas en bebés. Si quieres también puedes encargar las cosas por catálogo.

Cleo trató de no pensar en el dolor que sentía en el corazón y trató de concentrarse en la sensación de estar entre sus brazos. AI estar cerca de Sadik siempre sentía como si le perteneciera. Si pudiera capturar aquella sensación y mantenerla tal vez no estaría tan perdida.

– Todavía no tengo ideas concretas -dijo apartándose de él para observar el espacio vacío-. Pensaré en ello. Tal vez mire algunas revistar para sacar ideas. ¿Quieres que te consulte antes de tomar ninguna decisión?

– Si quieres podemos hablarlo, o si lo prefieres toma tú las decisiones.

Cleo tuvo la sensación de que Sadik sabía que estaba triste y estaba tratando de mostrarse comprensivo. El problema era que la comprensión no casaba bien con un príncipe arrogante.

– Ya que hablamos del tema me gustaría que redecoraras toda la suite -dijo acercándose a ella y tomándola de la mano-. Tranquilamente, por supuesto, a tu ritmo. Pero estas habitaciones deberían ser nuestras, no sólo mías.

– Por supuesto -murmuró Cleo.

Apreciaba mucho que Sadik tratara de agradarla, pero aun así le resultaba imposible sonreír.

Pensó en las cajas apiladas en el salón y en sus cuatro trapos colgados en el inmenso armario. ¿Cómo demonios iba a encajar allí? Era la persona menos adecuada del mundo para haberse casado con Sadik.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó el Príncipe con amabilidad.

– En que todo esto es muy extraño -admitió ella-. No pertenezco a este lugar.

– Eres mi esposa -repitió Sadik-. Eres princesa de Bahania. Tu sitio está donde tú quieras que esté.

– Siempre y cuando no intente marcharme, ¿verdad? -preguntó ella con amargura.

– Estamos casados, Cleo -aseguró Sadik soltándole la mano y colocándole las palmas en los hombros-. Sé que hemos tenido problemas, pero es hora de dejar atrás el pasado. Empecemos de nuevo como marido y mujer.

Cleo sintió una oleada de rabia alimentada por una tristeza tan profunda que pensó que podría partirla por la mitad.

– Te agradezco tus palabras. Desde luego tiene mucho sentido. El problema es que yo no puedo olvidar la verdad. Si no estuviera embarazada no te habrías casado nunca conmigo. Cuando me marché de aquí no volviste a pensar nunca más en mí. Nunca me llamaste ni trataste de ponerte en contacto conmigo. Dejé de existir para ti.

Lo que no dijo, aunque lo estuviera pensando, era que Sadik esperaba que ella dejara atrás el pasado mientras que él no tenía intención de hacer lo mismo. Kamra seguía viva en su mente.

– ¿Qué quieres de mí? -le preguntó Sadik.

«Quiero que me ames o que me dejes marchar».

Cleo suspiró. No tenía sentido tratar de contestar aquella pregunta.

– No importa -dijo sintiéndose muy cansada.

– A mí sí.

– No, a ti no te importa -insistió ella librándose de su contacto-. Para ti no soy una persona. Soy el recipiente que lleva a tu hijo.

– Eso no es verdad.

Sadik se acercó a ella, pero Cleo dio un paso atrás. Él suspiró.

– Con el tiempo te darás cuenta de que eres una parte importante de mi vida. Entenderás que me he casado contigo con la intención de cumplir los votos que he hecho. Te respetaré y te desearé todos los días de mi vida.

Cleo no sabía qué decir así que decidió quedarse callada. Cuando Sadik le pasó la mano por los hombros se dejó guiar fuera de la habitación. Sin duda el Príncipe pensaba que el problema estaba resuelto, que todo saldría bien a partir de aquel momento.

Cleo caminó hacia el salón y vio que Sadik había traído comida. Había varios platos tapados sobre un carrito.

– Ya hemos cenado -le recordó.

– Tú no has comido nada. Vamos. Te darás cuenta de que he pedido tu comida favorita.

El sólo hecho de pensar en comer le provocó un nudo en el estómago.

– No tengo hambre -aseguró-. Estoy cansada, Sadik. Quiero irme a la cama.

El Príncipe la miró fijamente. Cleo imaginó que se daría cuenta de que en sus ojos no había precisamente una invitación. Seguro que Sadik esperaba que aquella fuera una noche salvaje. Después de todo sólo habían hecho el amor una vez desde que ella regresó a Bahania y aquélla era su noche de bodas.

Sadik observó la debilidad que mostraban los ojos de Cleo. No le sorprendía que estuviera cansada. Había habido muchos cambios durante las últimas semanas. Lo que le preocupaba era la desesperanza que reflejaba su mirada. Quería que fuera feliz por el bien del bebé. Tanta tristeza no podía ser buena.

Su primer impulso fue ordenarle que sonriera, pero le pareció tan ridículo que ni lo intentó. Podía obligar a Cleo a que hiciera lo que él quería, pero sabía que era inútil hacerla sentirse como se le antojara.

Paciencia, se dijo para sus adentros. Esperaría. Ella acabaría por entrar en razón.

La besó tiernamente en los labios luchando contra la pasión que se despertó en él al instante.

– Vete a la cama -le dijo-. Esta noche no te molestaré.

Cleo apretó los labios, asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y se encaminó al dormitorio. Al verla marchar Sadik cayó en la cuenta de que iba a ocupar la única cama de la suite, lo que lo colocaba a él en la incómoda posición de novio sin lugar para dormir.

Cuando se quedó solo echó un vistazo alrededor en busca de algo con lo que entretenerse. No tenía apetito ni tampoco ganas de ver una película ni de leer. Caminó con indolencia por el salón y luego salió al pasillo que daba a las otras habitaciones. La primera de ellas sería para el niño. Trató de imaginarse a su hijo durmiendo en una cuna. Sadik frunció el ceño y se concentró para pensar en su hijo haciendo cualquier cosa. No tenía ningún contacto con bebés ni con niños pequeños ni tampoco sabía casi nada del embarazo de Cleo. Ni siquiera estaba seguro de la fecha prevista de parto.

Se dirigió a la segunda habitación con el ceño todavía más fruncido. Hacía tiempo que no utilizaba aquel despacho, pero el ordenador le sería de utilidad para su propósito porque tenía conexión a Internet.

En cuestión de segundos lo cargó y tecleó la palabra Embarazo en un buscador. Aparecieron muchísimas páginas Web. Eligió algunas al azar y comenzó a leer. Una hora más tarde ya sabía que había mucho que aprender. Llevó el ratón hacia una librería virtual y buscó en su bibliografía. Encargó media docena de libros sobre embarazo y parto y luego regresó a las páginas Web para leerlas.


Cleo se despertó poco después de la madrugada. Había dormido toda la noche, descansando más de lo que lo había hecho en las últimas semanas. Seguía sin gustarle su situación actual, pero conocer su destino le había permitido al parecer relajarse.

Sabía que había llegado el momento de sacar el mejor partido posible de la situación. La tristeza no le convenía en absoluto al bebé y si se deprimía lo único que conseguiría sería sentirse todavía peor. Sadik y ella estaban casados. En su caso la frase «para lo bueno y para lo malo» parecía haber comenzado por el final, por lo malo. Pero tenía un lugar donde vivir, comida y un hombre que deseaba desesperadamente aquel hijo. Ambos tenían salud y un futuro asegurado. Teniendo en cuenta todos aquellos factores el sueño del amor verdadero sería pedir demasiado.

Sadik tenía razón cuando señaló que entre ellos había pasión y mutuo respeto. Y amistad. La mayor parte del tiempo se llevaban bien. A ella le gustaba su compañía y tenía la impresión de que a Sadik le pasaba lo mismo. El hecho de que la hubiera dejado marchar una vez sin pensar en ella ni una sola vez era irrelevante.

Había destinos mucho peores que casarse con un príncipe guapo y millonario que no la amaba.

Con la decisión tomada, Cleo se levantó y se cepilló los dientes. Estaba dudando entre desayunar o ducharse primero cuando llamaron a la puerta del dormitorio.

Sadik entró antes de que ella pudiera pensar en qué hacer. El Príncipe miró la cama vacía.

– Ya te has levantado -constató con cierto tono de decepción.

Cleo estaba demasiado concentrada en la bandeja que tenía entre las manos como para responder.

– Te he traído el desayuno -dijo-. Por favor, vuelve a la cama. Te lo serviré.

Cleo estaba tan sorprendida que casi perdió el equilibrio.

– ¿Me lo vas a servir tú?

– Sí. Lo haré todas las mañanas mientras estés embarazada -aseguró él colocando la bandeja sobre la mesilla de noche-. A menos que esté de viaje de negocios. Entonces haré que te lo sirva uno de los sirvientes.

Cleo pensó en la posibilidad de señalar que era perfectamente capaz de levantarse y caminar hasta una mesa de desayuno. Sobre todo teniendo en cuenta que había una en la misma suite. Pero el detalle de Sadik le había tocado la fibra sensible y notó que le habían entrado unas ganas irreprimibles de llorar.

En lugar de iniciar una conversación que pudiera provocar aquellas lágrimas decidió meterse en la cama y taparse con el embozo hasta la barbilla.

Sadik le mostró la bandeja con la gracia y el estilo de un mago haciendo un número.

– Fruta fresca recogida al alba en los jardines de palacio. Y bollos. Sé que te gustan.

Cleo no quería pensar en el pasado, pero aquel comentario le trajo a la memoria recuerdos imposibles de olvidar. La primera noche que habían pasado juntos se había convertido en su primera mañana. Como habían estado demasiado ocupados coqueteando la velada anterior no habían comido nada y se habían despertado hambrientos. Sadik había pedido el desayuno no sin antes pedirle a Cleo que eligiera entre varias posibilidades. Ella había enloquecido con los bollos. De hecho el Príncipe adquirió la costumbre de conseguir favores de ella con la promesa de recompensárselos con bollos.

Cleo deslizó la mirada desde el plato lleno de dulces hacia un vaso de cristal alto que contenía una bebida de color púrpura. El estómago le dio un vuelco al mirarlo.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

– Una bebida proteínica -respondió Sadik-. Encontré la receta anoche en Internet. Contiene muchos de los nutrientes que tanto el niño como tú necesitáis. También lleva jengibre, que sirve para aliviar las náuseas matinales.

– Me sentía muy bien hasta que he visto ese brebaje -murmuró Cleo-. ¿Por qué tiene ese color?

– El color es lo mejor de todo -respondió el Príncipe con aire ofendido.

– Entonces bébetelo tú.

En lugar de responder Sadik le tendió el vaso. Ella dio un sorbo. En realidad no estaba tan malo.

Estaba a punto de comentárselo cuando él se colocó de rodillas al lado de la cama. Cleo casi derramó la bebida por la sorpresa. Estaba claro que el Príncipe no había terminado de sorprenderla aquella mañana.

Sadik apartó suavemente las sábanas y se las bajó hasta los muslos. Luego le levantó el camisón y le colocó las manos en el vientre desnudo.

Se lo acarició suavemente con dedos cálidos. Temiendo que aquello comenzara a gustarle demasiado y se pusiera a ronronear como un gato Cleo le dio otro sorbo a la bebida.

– He sido muy negligente con nuestro hijo – le dijo Sadik mirándola a la cara un instante antes de volver a concentrarse en el vientre -. Los científicos no se ponen de acuerdo respecto a si pueden escuchar y comprender desde que están en el vientre materno. Como sé que nuestro hijo será en gran medida superior en inteligencia creo que cuando nos dirigimos a él se dará cuenta. Al ser mi primogénito tendrá que conocer muchas cosas. Me ahorraré tiempo si comienzo a educarlo desde ahora.

Cleo no podía hablar. Trató de hacerlo pero sus labios no se movieron. Miró fijamente a Sadik, que se inclinó para acercarse más a su barriguita.

– Bienvenido, hijo mío. Tu madre y yo esperamos tu llegada con impaciencia. Pero como faltan todavía algunos meses para tenerte entre nosotros quiero aprovechar este tiempo para hablarte de tu herencia, de la tierra y de la gente. Eres muy afortunado por nacer en el seno de la familia real de Bahania. Perteneces a una estirpe muy antigua de sabios gobernantes.

El Príncipe se aclaró la garganta antes de continuar.

– La historia documentada de Bahania se remonta dos mil años atrás. La familia de tu padre subió al trono en el año 937. Antes de eso muchas tribus nómadas lucharon por hacerse con el control de estas tierras.

Sadik habló con naturalidad de la historia de su gente y de su tierra. Cleo lo escuchaba mientras se iba tomando la bebida. Trató de mantener las distancias, pero era imposible no sentirse unida al hombre que estaba de rodillas al lado de su cama. ¿Cómo iba a ser capaz de resistirse si seguía actuando así? Sintió que se enamoraba todavía más de él.

– Los caballos han sido siempre de vital importancia en el desierto -continuó el Príncipe-.Hay gente que piensa que los camellos son más importantes, pero ya discutiremos de eso mañana, hijo mío.

Sadik le besó el vientre antes de bajarle el camisón y arroparla con las sábanas.

– ¿Y si es una niña? -preguntó Cleo sacudiendo la cabeza.

Él hizo un gesto con la mano restándole importancia al comentario y le dio un mordisco a uno de los bollos.

– Soy el príncipe Sadik de Bahania.

– Ya te he dicho que el título no es ninguna novedad para mí. Sólo me pregunto qué harás si tenemos una niña.

– No la tendremos -aseguró con una seguridad que provocó en Cleo por un lado deseos de estrangularlo y por otro de estrecharlo con fuerza entre sus brazos.

– Supongo que desde el día en que te conocí ya supe que eras un príncipe arrogante -respondió con un suspiro.

– Estabas encantada -dijo él sonriendo con picardía.

– No exactamente.

Sadik la besó en la boca antes de dirigirse hacia la puerta.

– Lo estabas entonces y lo estás ahora.

Cleo no pudo evitar soltar una carcajada mientras él se marchaba. Sadik la volvía loca. Provocaba en ellas muchas cosas, pero la principal era que aquel hombre la tenía encantada. Maldito fuera.


Cleo se levantó, se duchó y se vistió como para su primer día de princesa de verdad. A excepción de una lluvia fina, casi imperceptible, no parecía haber ninguna diferencia entre aquel día y el anterior. También estaba el anillo, pensó mirando el impresionante zafiro que descansaba al lado de su alianza de oro.

Aquélla era la prueba de que Sadik y ella estaban realmente casados. Ahora el palacio era su hogar.

Cleo no podía ni pensar en aquella frase sin sentir deseos de salir corriendo en busca de refugio. ¿Cómo demonios se suponía que tenía que afrontar aquello?

– No pienses en ello ahora -dijo en voz alta.

Dirigió sus pasos hacia el salón donde le esperaban las cajas de su vida anterior. También había varios catálogos encima de la mesa. No recordaba haberlos visto antes así que alguien debía haberlos traído. Cleo se sentó en el sofá y hojeó los catálogos de bebés. Había cunas y cambiadores, armarios, mecedoras, ropa, juguetes y docenas de accesorios de los que nunca había oído hablar. Los precios eran también increíbles, pero la familia real no estaría probablemente acostumbrada a comprar en las rebajas.

Al fondo de la pila encontró un catálogo de papel de pared y comenzó a pasar las hojas preguntándose si su hijo preferiría dibujos de conejitos o de ositos. No había ninguna duda de que Sadik presionaría para que escogiera un motivo masculino. Ella tendría que mantenerse firme y recordarle que había al menos una pequeña posibilidad de que fuera una niña.

Antes de que pudiera tomar ninguna decisión respecto al papel de pared sonó el teléfono. El corazón le dio un vuelco dentro del pecho haciéndola sentir al mismo tiempo viva y algo estúpida. Se recordó a sí misma que no se trataba de Sadik aunque eso sería lo que a ella le gustaría.

– ¿Diga?

– Princesa Cleo, soy Marie. Soy una de las responsables del servicio de limpieza de palacio. Llamo para preguntarle sus preferencias respecto a la limpieza de la suite. Puedo mandar a una persona cuando usted lo desee. Puede ser de manera flexible o establecer un horario regular. También he hablado con cocina. Me han pedido que le recuerde que por supuesto puede usted solicitar una cena privada siempre que lo desee. Después de todo, está de luna de miel -concluyó Marie con tono amigable.

– Yo… creo que sería estupendo cenar en la suite -dijo Cleo sin saber muy bien qué pensar.

– ¿Quiere que telefonee al chef o prefiere hacerlo usted misma?

Cleo no tenía la menor idea de qué pedir de cena ni qué posibilidades tenía así que pensó que sería mejor hacer antes algunas averiguaciones.

– Creo… creo que llamaré yo misma.

– Muy bien. ¿Y respecto a la limpieza?

– ¿Podemos olvidarnos de ella hoy? Pensaré en lo que más me conviene y volveré a llamarla por la mañana.

– Como desee. Por favor no dude en llamarme para cualquier cosa que necesite. Será un placer servirle, princesa Cleo.

– Gracias.

Colgó el teléfono sintiéndose igual de desconcertada que si hubiera mantenido una conversación con un grupo de alienígenas. Era imposible que aquel fuera ahora su mundo. Qué locura. Estaba claro que el palacio era una maquinaria muy bien engrasada. Tendría que mantenerse alejada de los engranajes para evitar ser atrapada por el mecanismo.

Cleo dejó a un lado el catálogo y se acercó a la ventana. El cielo y el mar estaban grises por culpa de la lluvia. Apretó los dedos contra el cristal y se preguntó qué diablos estaba haciendo ella allí. ¿De verdad creía que tenía alguna posibilidad de encajar en aquel lugar? ¿Ella? Era la última persona del planeta que debería haberse casado con un miembro de una familia real.

Se dio la vuelta y observó las cajas de cartón apiladas en una esquina. Sabía lo que encontraría dentro de ellas al abrirlas. Viejos animales de peluche y libros de segunda mano. Habría ropa que no volvería a ponerse y algunas fotos. Recuerdos sin importancia de una vida discreta.

Siempre había pensado que habría algo más. Que encontraría de alguna manera la forma de hacerse notar. Pero al parecer aquello no había ocurrido. Ahora era la esposa de Sadik y pronto sería la madre de su hijo. Tenía la sensación de haberse perdido a ella misma a lo largo del camino.

Una llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos. Esta vez su corazón se mantuvo en su sitio. Sadik nunca pediría permiso para entrar en sus propias habitaciones.

Cleo se levantó y abrió. En el umbral había una mujer joven con un jarrón lleno de flores. Se las entregó a Cleo, hizo una pequeña reverencia y se marchó.

Cleo se la quedó mirando. Sentía más curiosidad por la reverencia que por las flores. ¿De verdad iba a hacer la gente aquel movimiento delante de ella a partir de ahora? Eso sería una pesadilla. Escribió una nota mental para recordar que tenía que llamar a Marie y hablar del asunto con ella. Luego llevó las flores al salón y las colocó en el centro de la mesa. Tras admirar los aromáticos capullos buscó la tarjeta colocada entre las hojas.


Será un placer recibirte para tomar el té a última hora de la mañana.


La nota iba firmada por el rey Hassan. Cleo miró el reloj. Eran casi las once. Pensó que lo mejor sería mover el trasero rápidamente hacia la sección de negocios de palacio. Le extrañaría mucho que el rey de Bahania le hubiera enviado esa invitación por casualidad.


Cinco minutos después el asistente del Rey la escoltó hasta su despacho privado. Había un servicio de té preparado sobre la mesa y el Rey la esperaba sentado en uno de los sofás. Cuando la vio entrar alzó la vista y dejó a un lado el informe que estaba leyendo. Luego se levantó y avanzó hacia ella con los brazos abiertos.

– Bienvenida, hija mía -dijo abrazándola y besándola en las mejillas -. Éste es tu primer día como miembro de la familia real. ¿Cómo te sientes?

– Todavía estoy algo confusa -reconoció Cleo tomando asiento al lado de la mesa.

– Enseguida andarás de un lado a otro de palacio como si hubieras pasado aquí toda tu vida.

– Me estoy poniendo demasiado gorda como para andar de un lado a otro -aseguró ella palpándose suavemente el vientre-. Tal vez cuando el niño haya nacido.

Cleo se acercó a la tetera y sirvió el té en dos delicadas tazas. La porcelana tenía motivos orientales y estaba segura de que pertenecía a un juego antiguo y cargado de historia.

– Ahora que vivo aquí supongo que tendré que aprender algunas cosas del país -dijo un instante antes de sacudir la cabeza-. Lo siento. No quería decir exactamente eso. De hecho estoy muy interesada en la historia de Bahania.

– Hay libros maravillosos en la biblioteca de palacio -aseguró el Rey para echarle una mano mientras ella le tendía la taza-. O también puedo pedirle a alguno de nuestros historiadores nacionales que venga a darte clases.

– Creo que me voy a perdonar las lecciones privadas -se apresuró a decir Cleo alzando las manos-. Todo lo que necesite saber lo aprenderé por mí misma ya sea leyendo o visitando algún museo.

– Como tú quieras -dijo el Rey-. Te sugiero que empieces visitando la ciudad. Hay muchos lugares históricos maravillosos. Te rogaría que no te aventuraras por tu cuenta hasta que conozcas bien las carreteras -le pidió frunciendo el ceño-. Te asignaré un chófer.

Cleo no estaba muy convencida de querer que la escoltaran, pero los comentarios del Rey sobre la necesidad de conocer la ciudad tenían sentido. Lo último que necesitaba era perderse.

– Se lo agradezco -le dijo.

– Todos queremos tu felicidad -aseguró Hassan sonriendo-. Sé que las circunstancias que han rodeado tu boda no son las que te hubieran gustado, pero estoy convencido de que Sadik y tú podéis ser felices juntos.

Cleo prefirió darle un sorbo a su taza de té en lugar de contestar. No creía que a su regio suegro le gustara su respuesta.

– Te resultará más fácil el cambio si te construyes una vida propia -continuó diciendo el monarca-. Sadik cree que te bastará con ser sólo madre, pero yo tengo la impresión de que necesitas algo más. ¿Qué cosas te interesan, Cleo? Bahania tiene muchas cosas recomendables.

Ella agradecía el apoyo y el interés, pero le parecía que aquella pregunta era un desafío.

– No tengo ningún interés específico. Nunca he sido persona de hobbys ni de aficiones y no toco ningún instrumento musical.

– ¿Y no hay nada que te hubiera gustado hacer y nunca has podido?

– Sé que Zara es la inteligente de la familia – se atrevió a decir tras pensárselo unos segundos-, pero siempre me he lamentado de no haber ido a la universidad cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Cuando estaba en el instituto no era una buena estudiante. Iba a clase por obligación. Ahora creo que disfrutaría aprendiendo cosas.

Hassan dejó su taza sobre la mesa y abrió los brazos.

– ¿Y por qué no lo intentas y ves qué te parece? Te concertaré una cita con el decano de la universidad. Esta tarde puedes ir a ver el campus.

Cleo sintió como si se hubiera subido sin darse cuenta en una cinta transportadora que se moviera muy deprisa.

– No necesito reunirme con el decano -se apresuró a decir-. ¿No podría caminar por el campus y luego tal vez presentar una solicitud como una estudiante cualquiera?

– Niña, tú eres muchas cosas maravillosas, pero desde luego no eres cualquiera en ningún aspecto. Ya no. Eres la princesa Cleo de Bahania – aseguró el Rey con una sonrisa-. No te preocupes. Te acostumbrarás al título.

«No en esta vida», pensó para sus adentros. En aquellos momentos se sentía más asustada por haberse casado de lo que lo había estado antes de entrar en la habitación. Una cosa era preocuparse de si su marido la amaba o no. Y otra era lidiar con la responsabilidad de ser una princesa. El título conllevaba expectativas y obligaciones que no se había parado a considerar.

– Estoy empezando a pensar que va usted arrepentirse de haberme invitado a unirme al equipo -murmuró.

El Rey negó con la cabeza.

– Sospecho que dentro de unos meses todos nos preguntaremos como nos las habíamos arreglado antes para estar sin ti.

Cleo esperaba que aquello fuera verdad… especialmente para Sadik.

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