Capítulo 12

A LA mañana siguiente Cleo encontró en la mesa de comedor de la suite algo más que el desayuno. Había un carné de conducir de Bahania, varias tarjetas de crédito a su nombre, una chequera con un valor inicial de doscientos cincuenta mil dólares y algo de dinero en efectivo. No se molestó en contarlo.

Agarró el carné de conducir, una de las tarjetas de crédito y la mitad del dinero y los metió en el bolso. Diez minutos más tarde entraba en el despacho de Sadik con la intención de ponerlo en su sitio. Tal vez fuera lo suficientemente estúpida como para haberle entregado su corazón, pero no estaba dispuesta a que le arruinara también la vida. Sobre todo si su idea de la esposa perfecta le exigía que fuera silenciosa, obediente y fértil.

– Buenos días -la saludó Sadik levantándose de la silla para saludarla.

Se acercó hacia ella y le agarró el rostro con delicadeza para besarla en los labios. El mero roce de sus labios bastó para encender de nuevo en ella la pasión, aunque no estaba dispuesta a admitirlo delante de nadie, ni siquiera de ella misma.

– ¿Cómo te sientes? -le preguntó cuando dejó de besarla, indicándole con un gesto para que se sentara.

– No, gracias. Prefiero quedarme de pie – aseguró ella con voz cortante.

– ¿Por qué estás enfadada conmigo? -preguntó Sadik con expresión confusa.

– No puedes comprarme, Sadik -dijo Cieo por respuesta echando sobre la mesa el dinero que sacó del bolso-. Sea cual sea la cantidad que dejes voy a ir esta misma mañana a matricularme en la universidad y no podrás impedírmelo.

– Ya te dije anoche que te lo prohíbo -respondió el Príncipe mirándola con los ojos entornados.

– No te estoy pidiendo permiso, Sadik -se apresuró a contestar Cleo aguantándole la mirada-. Pensé que te había quedado claro ayer. No puedes comprarme y no voy a cambiar de opinión. Tengo la sensación de que voy a pasarme la vida cediendo en otros asuntos, pero éste no es negociable así que te sugiero que lo vayas asumiendo.

Dicho aquello Cleo se dio la vuelta sobre los talones y salió del despacho. Sadik se quedó más tieso que un poste, pero ella no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer. Para ella era importante. No sólo quería conseguir un título universitario: también quería demostrarle algo a su marido y a ella misma: ambos necesitaban saber que hablaba en serio.

Cleo se dirigió a la puerta del palacio en la que ya le estaba esperando el conductor. A Sadik le daría un ataque al corazón si supiera que había decidido que aquella mañana se pondría ella al volante. Conducir por la ciudad sería la única manera de familiarizarse con ella. Si los cielos se abrían sólo porque una princesa se atreviera a tener vida propia entonces todos tendrían que acostumbrarse a la lluvia.


– Nuestras fiestas de Navidad son únicas -le dijo el rey Hassan a Cleo cuando se reunió con ella en sus jardines -. En nuestro país conviven varias religiones y cada una tiene su celebración. Ya comprobarás que la ciudad se engalana como para una gran fiesta.

Hassan le indicó con un gesto un banco que había bajo unas palmeras. Aquél era su lugar preferido para descansar durante los paseos que compartían dos veces por semana.

Cleo tomó asiento y se colocó la mano sobre el vientre. Lo tenía muy prominente a pesar de que todavía le faltaban más de dos meses para dar a luz.

– A mí lo que me gustaría sería tener un árbol de Navidad en la suite -aseguró con una sonrisa-. Me encanta el olor a pino.

– Eso es algo de lo que carecemos en estas tierras -respondió su suegro-. Pero ya lo tengo hablado para que conviertan el palacio en un maravilloso paisaje nevado para que tú lo disfrutes.

– Me mimáis demasiado -aseguró Cleo, conmovida por el cariño del Rey.

– Eso me gusta. Además, vas a ser la madre de mi primer nieto -aseguró Hassan inclinándose para acariciar a uno de los gatos de palacio que pasaba por el sendero-. Hablame de tus estudios.

– Van muy bien -respondió Cleo girándose para adoptar una postura más cómoda-. Me figuro que, siendo realistas, no podré acudir a clase hasta el próximo otoño. Cuando nazca el niño tendré que acostumbrarme primero a ser madre. Pero hasta que llegue el momento estoy trabajando duro. De hecho en este momento tengo tres tutores.

– ¿En cuántas asignaturas te has matriculado? -preguntó Hassan alzando las cejas.

– Es algo complicado -respondió Cleo revolviéndose algo incómoda-. Alice es mi tutora principal. Me ayuda con los conocimientos generales y me enseña técnicas de estudio. Estoy aprendiendo a leer un libro de texto y comprender los puntos principales y a tomar apuntes. Ha empezado a hablarme de la historia de Bahania. Yo la encuentro realmente interesante, pero ella no se considera a sí misma una experta, así que una vez a la semana me reúno con Luja. Es una mujer que ha vivido la mayor parte de su vida en la parte vieja de la ciudad. Creo que debe tener casi cien años. En cualquier caso lo conoce prácticamente todo sobre Bahania, así que hablamos de historia y de política.

– Estoy muy orgulloso de ti, niña -aseguró Hassan tomándola de la mano

– Sí, bueno… -respondió Cleo inclinando la cabeza-. Lo hago porque me resulta interesante.

– Me parece muy sabio por tu parte que te intereses en la historia de tu nuevo país. ¿Y quién es tu tercer tutor?

– Eso es lo mejor de todo. Alice me dio un par de clase de matemáticas y me he dado cuenta de que me gustan mucho -dijo Cleo sacudiendo la cabeza.

Todavía estaba impresionada por el descubrimiento que había hecho sobre sí misma.

– Lo cierto es que además no se me dan nada mal. Así que me consiguió una tutora de matemáticas. Shereen me está enseñando nociones de álgebra y en seguida nos meteremos con la geometría. Estoy deseándolo.

– Así que Zara no es la única cerebrito de la familia…

– Supongo que no.

Costaba trabajo creerlo pero así era, pensó sintiéndose feliz por ello. Años atrás no había querido darle ninguna oportunidad a la escuela. Su vida habría sido muy distinta si hubiera descubierto entonces algo que se le diera bien. Tal vez entonces no habría cometido tantos errores en su vida personal.

– Y hablando de otra cosa ¿Ya tenéis preparada la habitación para cuando llegue mi nieto?

Cleo no se molestó siquiera en insinuarle a su suegro la posibilidad de que pudiera tratarse de una niña. Se había cansado de librar aquella peculiar batalla.

– Ya casi hemos terminado -aseguró con una sonrisa melancólica-. Aunque lo cierto es que sigue vacía ya hemos pedido lo que necesitamos y yo he elegido personalmente algunas piezas del almacén de palacio. Me las están preparando.

– Percibo un rastro de tristeza en tus ojos – dijo Hassan acariciándole el rostro-. Estás pensando en mi hijo…

Aquella afirmación debería haberla sorprendido, pero Cleo se había acostumbrado al hecho de que su suegro era una persona muy perceptiva.

– Estoy contenta -aseguró -. Es un buen hombre y un buen marido. Se preocupa mucho por nuestro hijo. Disfrutamos mutuamente de nuestra compañía. Nos tenemos respeto, ¿Acaso no es suficiente? Desear algo más sería como pedir la luna.

– Qué oscura sería la noche sin la luz de la luna.

– Pero la luna sigue su propio curso y no se le puede ordenar que aparezca.

– Estás aprendiendo la sabiduría del desierto -dijo el Rey con una sonrisa.

Estaba aprendiendo porque todas las mañanas Sadik le hablaba cariñosamente a su hijo y le enseñaba los usos y costumbres de Bahania. Para Cleo era algo parecido a lo que hacía con ella su tutora. Gracias a Sadik había aprendido cosas sobre el linaje de los famosos sementales de Bahania y cómo averiguar dónde había agua por los movimientos circulares de los pájaros en el cielo.

– El desierto es ahora mi hogar -le recordó Cleo al Rey-. Debo conocer sus costumbres y respetarlas.

– ¿Y qué me dices de la tristeza de tus ojos?

Cleo no quería pensar en aquello.

– Irá desapareciendo con el tiempo.

– ¿Porque llegarás a amarlo menos?

A Cleo no le sorprendió que hubiera averiguado su secreto.

– Con el tiempo llegaré a acostumbrarme a la situación.

– ¿Te acostumbrarás a que no te corresponda?

Aquella pregunta tan directa la pilló desprevenida.

– Sí.

Porque no tenía elección. Se negaba a ser una desgraciada el resto de su vida.

– Con el tiempo la amistad y el respeto llegarán a ser suficientes para mí.

– Mi hijo es un inconsciente pero no es ningún estúpido -aseguró Hassan frunciendo el ceño-. Con el tiempo se dará cuenta de que tiene un tesoro irremplazable.

– Tal vez.

Cleo no estaba tan segura de que Sadik consiguiera algún día dejar atrás su pasado. El recuerdo de Kamra era demasiado importante para él. Y mientras el fantasma de su antigua prometida siguiera dentro de su corazón nunca podría ofrecérselo a ella.


La enfermera le hizo un gesto para que se subiera a la báscula. Cleo se quitó las sandalias e hizo lo que le indicaban. Los números alcanzaron una cifra desorbitada, provocando que su corazón se acelerara en la misma proporción. Cuando la aguja se detuvo Cleo abrió los ojos de par en par, incapaz de creer que alguien de su altura pudiera alcanzar semejante peso.

– La doctora Johnson me va a cortar la cabeza -murmuró mientras se calzaba-. Ya me advirtió en la última visita que no ganara más de trescientos gramos de peso a la semana.

– Eres la imagen misma de la salud y la belleza -la tranquilizó Sadik quitándole importancia al asunto con un gesto-. Si tienes la presión sanguínea normal la doctora no se preocupará.

Cleo no estaba tan convencida. Habían pasado dos meses desde su boda y sabía que la combinación de estrés y la deliciosa comida de palacio le hacían comer más de lo que debería. Siguió a la enfermera a la sala de exploraciones y se tumbó en la camilla.

La enfermera le puso el brazalete en el brazo y comenzó a insuflarle aire. Un instante después lo soltó e informó de que la tensión de Cleo seguía siendo excelente.

– Al menos ya es algo -murmuró para sus adentros tratando de prepararse mentalmente para la reprimenda.

Pero por desgracia no tuvo tiempo de hacerlo.

Una de las ventajas o las desventajas, dependiendo del día, de pertenecer a la familia real era que no había que esperar. La doctora Johnson entró en la sala y la enfermera se marchó. Estudió el informe que le había dejado y luego alzó la cabeza para mirar a Cleo.

– Ya lo sé -se apresuró a explicarse como si fuera una niña pequeña a la que hubieran pillado en una travesura-. Sé que me dijo trescientos gramos. Pero de verdad que lo he intentado.

– Ya es suficiente -la atajó Sadik besándola en los labios antes de girarse hacia la doctora con una sonrisa-. Tiene la tensión normal y no presenta edemas ni en las manos ni en los pies. Lo compruebo diariamente.

– Es usted un futuro padre muy comprometido, Alteza -aseguró la doctora claramente impresionada.

Sadik asintió con la cabeza.

– Cleo es mi esposa. Va a tener un hijo mío. ¿Qué podría ser más importante que su bienestar?

Cuando lo escuchaba hablar así Cleo sentía que todo su interior se removía. Sabía que no lo decía con la intención que ella deseaba pero, tal como había decidido semanas atrás, estaba dispuesta a conformarse con lo que Sadik le ofreciera.

– Tiene usted razón, Majestad -intervino la doctora girándose hacia Cleo-. Su muestra de orina también está perfectamente, Princesa. No hay exceso de azúcar. Lo está haciendo usted de maravilla.

Cleo sonrió con timidez. Cinco minutos más tarde se estaba quitando la ropa y colocándose la bata que había en el perchero del baño. Cuando regresó a la camilla la doctora Johnson encendió el ecógrafo.

Sadik estuvo presente durante todo el examen. La doctora habló sobre el tamaño del útero y el emplazamiento del bebé mientras Sadik la bombardeaba a preguntas. Todos escucharon los latidos del corazón del bebé y luego la doctora le puso a Cleo gel sobre la tripa para captar mejor los ultrasonidos.

Cleo se giró para ver mejor el monitor. Sadik se acercó más a ella y la tomó de la mano.

– Muy bien. Veamos cómo está el bebé real -dijo la doctora moviendo la varita sobre el estómago de Cleo.

Algunas imágenes tomaron forma. Aunque Cleo ya había visto al bebé en otras ocasiones el corazón le dio un vuelco al observar aquel cuerpecito moviéndose dentro de ella. Aguantó la respiración y apretó con fuerza la mano de Sadik.

– Aquí está la cabeza -dijo la doctora Johnson señalando la pantalla-, Y esto es la columna vertebral, los brazos y las piernas. Y ahora, si conseguimos que el principito o la princesita se mueva un poco podremos conocer el sexo. Lo quieren saber, ¿verdad? -preguntó alzando la vista.

– Ya lo sabemos -aseguró Sadik encogiéndose de hombros-. Nuestro hijo será varón.

Cleo puso los ojos en blanco.

– A mí me gustaría saberlo, si se ve algo. A pesar de la insistencia de mi marido yo no lo tengo nada claro.

La doctora se cambió de sitio para intentarlo desde otra posición.

– Veo sombras, pero nada definitivo. Lo siento. Es imposible asegurar nada.

– Es igual -murmuró Cleo mirando la pantalla-. Lo que importa es que el bebé esté sano y todo vaya bien.

Quince minutos después iban de camino a la limusina. Sadik le había pasado el brazo por los hombros y caminaba a su lado. Cleo le agradecía sus atenciones.

– ¿No es increíble? -dijo cuando se hubieron sentado en el asiento de cuero-. Cada vez que veo al bebé me cuesta trabajo creer que es real. La vida es un milagro absoluto -murmuró llevándose la mano al vientre.

– Nuestro milagro -añadió Sadik colocando la mano encima de la suya-. Nuestro hijo.

Sus ojos oscuros brillaron con un fuego que provocó que se le acelerara el corazón. En aquel momento estaban compartiendo algo más profundo que estar casados. Juntos habían creado un nuevo ser. «Maravilla» era una palabra que se quedaba corta para describir lo que Cleo sentía, pero vio reflejada en los ojos de Sadik la misma emoción. Se acercó a él en el instante preciso en que el Príncipe la atrajo hacia sí. La besó con pasión y ternura, susurrando su nombre mientras recorría con los dedos las líneas de su rostro.

– Te quiero, Sadik.

Él se quedó congelado, como si se hubiera convertido de pronto en estatua. Luego sus ojos se oscurecieron y la estrechó entre sus brazos.

– Me alegro -dijo-. Así deben ser las cosas. Me querrás y así estarás contenta de quedarte aquí.

Sadik siguió hablando, pero ella ya no lo escuchaba. Ni siquiera se sentía con fuerzas para respirar. ¿Se le habría parado el corazón? ¿Sería ella la que se habría convertido en estatua?

Cuando llegaron a palacio Sadik le sugirió que dedicara el resto de la tarde a descansar. Cleo no rechistó, porque no podía moverse ni hablar. Se limitó a subir a la suite, acurrucarse entre las sábanas y quedarse mirando fijamente al techo. De pronto algo caliente y húmedo le descendió por la sien hasta llegar al pelo. Cuando lo tocó descubrió que eran lágrimas.

Sentía una dolorosa presión sobre el pecho. La desesperanza la invadía. Antes, de regreso de la consulta del médico, le había abierto su corazón a Sadik como nunca antes se lo había abierto a nadie. Había permitido que su amor por él creciera hasta acabar con su sentido común. En un arrebato de sentimiento le había entregado su alma. Y él se la había aceptado sin devolverle nada a cambio.

Cleo era consciente de que había vivido más decepciones que la mayoría de la gente, entre ellos el constante abandono de su madre, tanto emocional como físico. Pero siempre había sido capaz de levantarse, averiguar en qué se había equivocado, aprender de sus errores y volver a empezar. Ahora, por primera vez en su vida, se sentía derrotada.

No podía ganar aquella batalla porque el enemigo era un fantasma. Sadik nunca la amaría. Por mucho respeto que se guardaran o muchos hijos que tuvieran. Nunca la amaría.

Hasta entonces había esquivado la verdad. Ahora que se había enfrentado a ella no estaba muy segura de qué hacer.

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