Capítulo 7

EL hecho de que no hubiera olvidado lo bien que les iba juntos en la cama, ¿tenía algún significado? Cleo trató de encontrar algún matiz en sus palabras para ver qué debía responder, pero antes de que pudiera idear una estrategia Sadik se inclinó sobre ella y la besó en los pechos antes de saltar de la cama. Se quedó allí de pie sin pararse a considerar que Cleo pudiera estar admirando su desnudez. Tenía un cuerpo impresionante, pensó ella estudiando las líneas de sus músculos, el vientre liso y las piernas tan largas. Tuvo que admitir que era una suerte para su hijo llevar los genes de su padre.

– Nos casaremos -anunció entonces Sadik.

Cleo se lo quedó mirando fijamente. Su cerebro reconoció aquellas palabras e inmediatamente las rechazó. El corazón le dio un salto, y de pronto fue consciente de que estaba demasiado desnuda como para mantener aquella conversación.

– ¿Cómo dices?

– Eres la madre de mi hijo. Lo lógico es que nos casemos.

Cleo sintió un frío que le penetró hasta los huesos. Apenas podía respirar cuando se bajó de la cama y comenzó a recolectar su ropa sin mirar a Sadik.

¿Casarse? No podía estar hablando en serio. Aunque sabía que así era. Quería casarse con ella por el bebé. ¿Cómo pudo no darse cuenta antes? Se sintió invadida por una combinación de rabia y dolor.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Sadik cuando la vio ponerse las braguitas.

– Creo que está claro -respondió ella de malos modos-. Me estoy vistiendo para marcharme de aquí. Nunca debí venir. Lamento que hayamos hecho el amor.

Estaba muy dolida. Dolida hasta la médula. Daba la impresión de que Sadik la hubiera herido con un cuchillo en lugar de con las palabras. Las cosas no estaban saliendo como esperaba.

Cleo no hubiera podido explicar por qué estaba tan enfadada. Lo único que sabía era que tenía que quedarse a solas antes de que perdiera por completo el control.

– No vas a ir a ninguna parte -anunció Sadik todavía desnudo, todavía impresionante.

– En eso te equivocas -respondió ella negándose a mirarlo mientras se ponía el vestido.

Tras un par de intentos consiguió subirse la cremallera. En algún lugar del dormitorio de Sadik estaría su costoso collar, pero ya lo buscaría en otro momento. Tras ponerse los zapatos se dirigió a la puerta.

– No vas a ir a ninguna parte -repitió el Príncipe agarrándola del brazo, visiblemente molesto por su reacción-. He dicho que nos casaremos. Es un gran honor para ti. Serás mi esposa, la princesa de Bahania. ¿Cómo te atreves a no sentirte complacida?

– Para ser sincera, Alteza, preferiría tragarme un vaso de cristal -respondió Cleo soltándose de él.

Abrió la puerta y salió al pasillo. Sadik hizo amago de ir tras ella, pero no estaba vestido para darle caza. Al principio Cleo echó a andar, pero enseguida se quitó los zapatos y se puso a correr por el pasillo hasta llegar a su habitación.

Cuando cerró la puerta tras ella y se sintió a salvo tuvo la sensación de que le fallaban las piernas. Se sentó en el suelo, se llevó las rodillas al pecho todo lo que pudo y dejó caer la cabeza.

Sintió unos sollozos dolorosos en el interior de su cuerpo. Trató de controlarlos, pero entonces pensó que no tenía demasiado sentido. ¿A quién estaba tratando de impresionar?

Cleo lloró como si se le estuviera rompiendo el corazón. Una combinación de tristeza y rabia alentaba sus emociones, y durante unos minutos permitió que sus sentimientos afloraran. Cuando la tormenta hubo pasado se puso de pie y fue en busca de un pañuelo.

Evitó mirarse en el espejo del baño. Después de sonarse la nariz se quitó su maravilloso vestido y se puso el camisón antes de dejarse caer sobre la cama y hundir el rostro en la almohada.

Sadik quería casarse con ella.

El mero hecho de pensar en aquella frase le llenaba los ojos de lágrimas. Sentía renacer la rabia.

– ¿Qué me pasa? -se preguntó en voz alta.

No hubo respuesta. Sólo se escuchaba el sonido lejano de la música de la fiesta. Cleo se acurrucó. Se sentía sola, perdida y confundida. El ofrecimiento de Sadik era lo más honorable dadas las circunstancias. Entonces, ¿por qué le había molestado tanto?

Colocó las manos debajo de la almohada mientras consideraba sus sentimientos. Por una parte, su oferta no había sido una proposición. Había anunciado que iban a casarse. Aunque aquello no era ninguna sorpresa. Cleo sabía que el Príncipe tomaba lo que quería sin pensar en las consecuencias.

Sadik quería casarse con ella. ¿Qué tenía aquello de malo? Eso respondía a la pregunta de qué iba a ser de ella cuando naciera el niño. De hecho, y pensándolo bien, no debería haberla pillado por sorpresa. Sadik no permitiría que su primogénito fuera ilegítimo.

Cleo cerró los ojos y suspiró. Aquélla era la respuesta. Quería casarse por el niño. No se trataba de ella. Si no fuera por el bebé no tendría el más mínimo interés en ella, a excepción de alguna posible invitación a reunirse con él en su cama, algo que por cierto ya había conseguido.

Era el niño lo que le importaba y no ella. No ella.

Cleo se dio la vuelta y se dispuso a contemplar el techo. Recordó la última vez que había estado allí. Sadik había conquistado algo más que su cuerpo: había hallado el camino hacia su corazón. En aquel momento había sido más lista. Sabía que no habría manera de que encontrara la felicidad al lado de un príncipe así que había soltado amarras y había zarpado rumbo a casa.

Había esperado secretamente que Sadik fuera tras ella. Estuvo esperando una llamada de teléfono que nunca se produjo. Poco a poco se fue dando cuenta de que la había olvidado.

Pero ella había sido incapaz de olvidarlo. Porque había permitido que Sadik le importara y porque se había entregado a él.

Cleo se obligó a sí misma a respirar lentamente. No quería volver a llorar. No quería sentir nada. Y desde luego no quería que sus sentimientos hacia Sadik siguieran creciendo. ¿Por qué habría caído en la tentación de estar con él sabiendo que no le convenía? Pagaría por ello el resto de su vida.

Pero entonces la verdad cayó sobre ella como un mazazo. Estaba furiosa porque su sueño había muerto. En lo más profundo de su corazón deseaba que Sadik se enamorara de ella. Y estaba claro que no había sido así. Él había seguido con su vida normal y ahora iba a hacer lo que debía pidiéndole que se casara con él, pero eso no significaba que ella le importara lo más mínimo. Todos los sueños y esperanzas de Cleo se hundían en el fango. Y cuando quedaran definitivamente enterrados sólo le restaría una fea realidad compuesta de dos hechos ineludibles: un hombre que se había casado con ella por obligación y un corazón hambriento de mucho más.


– ¿Cleo?

Cleo se estiró, reconoció la voz de Sadik y gruñó. Después de pasarse toda la noche sin dormir había conseguido adormecerse al amanecer, pero se había despertado media hora después por unas inesperadas ganas de devolver.

Después de hacerlo y lavarse los dientes lo único que quería era tener la oportunidad de quedarse durmiendo el resto de la mañana.

– Vete -le dijo sabiendo que Sadik se daría cuenta de que se había pasado la noche llorando.

Por desgracia, y a pesar del considerable tamaño de la suite, no había ningún lugar en el que esconderse.

El Príncipe entró en el dormitorio con aspecto inmejorable, como si hubiera descansado muy bien. Y seguramente así habría sido, pensó Cleo con amargura. Por lo que a él se refería, todo estaba en orden.

Sadik se acercó a la cama y se sentó a su lado.

– No tienes buen aspecto -aseguró apartándole el cabello de la cara.

– Vaya, muchas gracias.

– El descanso es importante para el bebé.

– Ya lo sé -respondió Cleo apretando los dientes-. No quiero verte. Por favor, márchate.

Sadik ignoró por completo sus palabras, como de costumbre. Le tomó la mano entre las suyas y se la llevó a los labios. Le besó los nudillos antes de girársela para posar los labios en la cara interna de la muñeca. Cleo odió el escalofrío que le recorrió el brazo antes de expandirse por el resto de su cuerpo.

– Tenemos que casarnos enseguida -dijo Sadik como si retomara una conversación que hubiera sido interrumpida un instante atrás-. El niño nacerá pronto. El futuro príncipe será la luz de mi vida. Mi padre también estará encantado. Su primer nieto. Hace muchos años que no hay un bebé en palacio. Tendré que buscar un nombre adecuado para nuestro hijo -aseguró frunciendo levemente el ceño-. Hay que mantener las tradiciones. También tendré que contactar con algunos colegios para que le reserven plaza. ¿Cuando está previsto que nazca?

Cleo lo miró fijamente. No podía creer que estuvieran manteniendo aquella conversación. No, seguro que se trataba de un sueño extraño o de algún tipo de experiencia extracorporal.

– Cuando sepas la fecha exacta házmelo saber -continuó diciendo Sadik al ver que ella no respondía-. Por los colegios no hay ningún problema. Les encantará contar con un miembro de la familia real entre sus alumnos.

El Príncipe siguió hablando. Cleo no podía creerse que estuviera hablando de colegios y universidades cuando el niño no sería más grande que la palma de la mano.

– Puedes hacer todos los planes que quieras -aseguró retirando la mano-, pero no he cambiado de opinión. No me casaré contigo.

– Estás esperando un hijo mío -contestó Sadik como si estuviera hablando con el niño-. El primer nieto del rey de Bahania no puede nacer ilegítimo. Yo no lo permitiría. Nos casaremos. ¿Por qué te resistes? -preguntó tras vacilar unos instantes.

Al menos quería saber lo que ella pensaba de todo aquel asunto. La buena noticia era que Cleo ya había llorado todo lo que tenía que llorar la noche anterior. Aquella mañana sencillamente ya no le quedaban lágrimas. Así que era capaz de escucharlo hablar de casarse por el bien del bebé sin sentir nada más que una punzada en el corazón.

– A ti sólo te interesa el niño -dijo ella-. Estoy dispuesta a colaborar, pero casarse no es una opción.

– Te hago un honor con esta proposición – aseguró Sadik poniéndose en pie y mirándola fijamente.

– No, el honor te lo haces a ti. Yo no te importo lo más mínimo. Lo único que importa es el bebé. Sinceramente, no creo que ésa sea la receta de la felicidad, así que ¿para qué querría comprometerme a quedarme aquí contigo e! resto de mi vida?

Sus palabras parecieron dejarlo noqueado. Abrió la boca para decir algo y luego volvió a cerrarla.

– Soy el príncipe Sadik de Bahania y te estoy pidiendo en matrimonio -dijo finalmente.

– Tu cargo no supone una sorpresa para mí y ya había supuesto que me estabas pidiendo la mano -aseguró Cleo incorporándose en la cama.

Era el momento de decirle la verdad… O al menos una parte de ella sin delatarse.

– No quiero casarme con alguien a quien no le importo.

– Nos respetamos mutuamente y sentimos pasión el uno por el otro. Es un comienzo fuerte para un matrimonio. No tomaré otra esposa – aseguró Sadik frunciendo el ceño-. ¿Es eso lo que te preocupa? No se trata sólo de que la ley de Bahania lo prohíba, es que además ya tengo bastantes dificultades sólo contigo.

– El respeto y la pasión no son suficientes, Sadik -aseguró ella con dulzura-. No me estás escuchando, y tampoco te has parado a pensar en el asunto. No soy la mujer con la que te conviene casarte. ¿De verdad me ves como princesa?

– Por supuesto.

Había respondido sin pensárselo. De alguna manera le parecía muy tierno, pero era desde luego poco realista.

Cleo no había buscado verse en aquella situación, pero al parecer no le quedaban muchas opciones.

– Siéntate -dijo echándose a un lado en la cama y palmeando el colchón.

Sadik tomó asiento a su lado y ella le estudió el rostro. Aquellos ojos oscuros, las mejillas afiladas, la mandíbula firme y orgullosa… ¿En qué demonios estaría pensando para enamorarse de un príncipe tan guapo?

– Quiero colaborar -comenzó a explicarse-. Estoy resignada a quedarme aquí. Sé que no puedo agarrar a mí hijo y escapar de ti. No sólo porque acabarías encontrándome, sino porque no estaría bien -aseguró antes de tomar aire-. Podemos llegar a un acuerdo respecto al niño, pero no me casaré contigo.

Una sombra de furia cruzó el rostro de Sadik. Hizo amago de levantarse, pero ella lo agarró del brazo para impedírselo.

– Escúchame, Sadik…

– Las mujeres son muy difíciles -murmuró él entre dientes.

– Tal vez, pero yo estoy siendo difícil por una buena razón.

Cleo se mordió el labio inferior. Había llegado el momento de contarle un secreto de su pasado que seguía atormentándola.

– Estoy segura de que mis padres estaban casados -comenzó a decir-. Nunca encontré su licencia matrimonial, pero mi madre me dijo que lo estaban y yo llevo el apellido de mi padre. Nunca lo conocí. Murió antes de que yo naciera. De una sobredosis de droga.

La expresión de Sadik se volvió indescifrable, pero Cleo supuso que no esperaba que le contara una historia de aquel tipo.

– Mi madre también era drogadicta. Desde que tengo memoria la recuerdo saliendo y entrando de la cárcel o de un centro de rehabilitación. Solía dejarme con una vecina. A veces los servicios sociales se hacían cargo de mí. Otras veces desaparecía y yo tenía que apañármelas como podía hasta que volvía a aparecer.

Cleo hablaba sin considerar el impacto de sus palabras. Si se concentraba en lo que estaba diciendo el pasado caería sobre ella como una losa, abrumándola. Era mil veces mejor seguir desconectada.

– Había veces que vivíamos con sus amigos y otras que no teníamos un sitio donde ir. Recuerdo haber pasado noches en la calle o en los refugios.

– ¿Cuántos años tenías? -preguntó Sadik.

– No lo sé -respondió ella sin mirarlo, jugueteando con el embozo de las sábanas-. Era muy pequeña. Recuerdo tener unos cuatro o cinco años y estar escondida en un portal. No iba al colegio con regularidad. Siempre nos estábamos cambiando de ciudad. En fin, las cosas se pusieron muy mal -dijo aclarándose la garganta-. Mamá se puso enferma un día y murió. El Ayuntamiento me llevó a una casa de acogida. Me pusieron la etiqueta de niña problemática. Iba fatal en el colegio. Entonces me llevaron con Fiona y Zara. Fiona tenía un gran corazón. Lo primero que hizo fue comprarme ropa nueva y un gran osito de peluche. Me dijo que era muy guapa. Yo fingí que no me importaba, pero era la primera persona en toda mi vida que me veía como alguien de verdad y no como un inconveniente.

Cleo tuvo que detenerse un instante para contener las lágrimas.

– Zara era un poco fría. Era inteligente y guapa, pero no sabía relacionarse. Hicimos un gran equipo. Ella me ayudó en el colegio y yo la ayudé a encajar. Cuando Fiona, que sólo me tenía acogida, se mudó, sencillamente me llevó con ella. Supongo que el Ayuntamiento habría perdido mi expediente o algo así porque nadie vino nunca en mi busca -aseguró encogiéndose de hombros-. Así fue como me convertí en la hermana adoptiva de Zara.

– Eres una superviviente -dijo Sadik.

– No te he contado todo esto para provocar tu compasión -aseguró ella levantando la barbilla con gesto orgulloso-. Lo que quiero que entiendas es que nunca podría ser una princesa. Supongo que lo ves claro.

– Lo que veo es a alguien con la fuerza suficiente como para superar unos orígenes humildes. Me impresiona que hayas conseguido criarte en semejantes circunstancias y convertirte en la mujer encantadora e inteligente que tengo delante de mí.

Cleo gruñó entre dientes. Aquel hombre no entendía nada.

– Sadik, abre los ojos. No soy inteligente. Estuve a punto de no terminar el instituto y si lo hice fue gracias a Zara. Me hubiera gustado ir a la universidad, pero pensé que no lo lograría.

– Muchas veces la inteligencia no tiene nada que ver con la educación -apuntó él-. Tu energía y tu afán de superación le vendrán bien a nuestro hijo.

– ¿Has escuchado una sola palabra de lo que te estoy diciendo? -protestó Cleo inclinándose hacia él-. ¿Qué ocurrirá cuando la prensa se entere de mi pasado? Porque te aseguro que se enterarán. Escarbarán por todas partes hasta averiguar la verdad.

– No me importa lo que averigüen. Su opinión me importa bien poco -aseguró Sadik tomándola de la mano y entrelazándole los dedos con los suyos-. Puedes protestar todo lo que quieras. Puedes gritar y chillar y contarme más cosas de tu pasado, pero no te equivoques: vamos a casarnos.

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