Capítulo 4

CLEO le echó un visazo a las mesas repletas de regalos. Cada uno de ellos era lo suficientemente hermoso como para figurar en una vitrina. Zara abrió una caja envuelta en papel de seda blanco y sacó un impresionante jarrón de cristal pulido a mano. La pieza brillaba bajo la luz del día como un gigantesco diamante.

– Vaya, qué cosa más bonita -dijo Sabrina entrando en la sala de los regalos-. ¿Llego demasiado tarde? ¿Has abierto ya la caja en la que te envían un par de elefantes?

Zara soltó una carcajada y corrió a abrazar a su hermanastra.

– Me alegro mucho de que hayas regresado – dijo Sabrina girándose después para abrazar también a Cleo-. La última vez estuviste muy poco tiempo. En esta ocasión tienes que quedarte algo más.

Cleo asintió con la cabeza y sonrió al ver a las dos jóvenes charlar de los regalos. Estaba claro que durante los últimos cuatro meses se habían hecho muy amigas. Era normal que sucediese. Aunque acabaran de conocerse eran parientes. Ambas eran princesas y Zara iba a casarse con la mano derecha del marido de Sabrina. Ambas vivirían en la Ciudad de los Ladrones, una hermosa localidad situada a varios kilómetros de la capital de Bahania.

– Anoche te vi bailando con cierto príncipe -aseguró Sabrina girándose hacia Cleo y pasándole el brazo por el hombro-. Daba la impresión de que entre vosotros había algo…

– Siento decírtelo, pero no estoy destinada a ningún príncipe arrogante por muy guapo que sea – se apresuró a defenderse Cleo sintiendo sin embargo cómo le ardían las mejillas.

– O sea, que lo encuentras guapo.

– No está mal -respondió Cleo apretando los labios, molesta por haber caído en su propia trampa.

– Claro, claro -dijo Sabrina soltando una carcajada-. Zara, creo que tenemos que hacer un poco de celestinas con tu hermana.

Cleo pensó en cómo Sadik estaba más que dispuesto a irse a la cama con ella y en cambio no había intentado ni una sola vez ponerse en contacto con ella cuando se marchó. Cleo no había sabido absolutamente nada de él en cuatro meses.

– No necesito celestinas. Ya os he dicho que los príncipes arrogantes no son mi estilo.

– Tanto peor -dijo Sabrina abriendo otra de las cajas de regalo-. Éste es del príncipe de Lucia-Serrat, una isla del océano índico -aseguró leyendo la nota que lo acompañaba antes de clavar los ojos en Cleo-. Es muy guapo, viudo y con cuatro hijos. Necesita una esposa.

– Lo siento, pero yo no busco marido.

– Ya lo buscarás. Aunque ahora que lo pienso creo que no te recomendaría a ninguno de mis hermanos. Después de todo, nuestro padre fue un poco playboy -aseguró Sabrina frunciendo el ceño-. Estuvo enamorado de tu madre, Zara. Y también quiso a las madres de Reyhan y de Jefri, o eso me han contado al menos. Por supuesto, Sadik también ha sido fiel a su manera.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Cleo, incapaz de contener la curiosidad.

– Que ha estado todos estos años guardando luto por Kamra -respondió la joven con naturalidad sacando un impresionante collar de diamantes de la caja.

Cleo se alegró de estar sentada. De pronto tuvo la sensación de que la habitación comenzaba a dar vueltas y el estómago se le ponía del revés.

– ¿Kamra?

– La novia de Sadik -dijo Sabrina sentándose a su vez tras colocar el collar sobre la mesa-. Estaban prometidos. Era un matrimonio pactado, pero parecían llevarse bien. Ella murió en un accidente de coche acaecido tres semanas antes de la boda. Sadik lo pasó muy mal.

– Cleo, ¿te encuentras bien? -intervino Zara.

– Perfectamente -respondió la aludida tratando de respirar con normalidad -. ¿En qué montón quieres poner este collar?

Su pregunta surtió el efecto deseado. Zara se distrajo y comenzó a hablar de los regalos que llevaba ya abiertos con Sabrina. Cleo intentó participar en la conversación. Asentía con la cabeza y en ocasiones añadía una palabra o dos. Incluso consiguió sonreír. Pero se sentía confundida, y bajo aquella confusión se escondía una inmensa sensación de dolor y traición.

Sadik había amado a otra mujer. Aquella mujer había muerto y ahora él la lloraba. Por eso sólo quería a Cleo para meterla en su cama. Porque ya le había entregado el corazón a otra persona.

Siempre había sospechado que no podría haber nada serio entre ellos, pero de alguna manera el hecho de darse cuenta de que Sadik era completamente inalcanzable empeoró la situación. Cleo había deseado durante toda su vida ser la persona más importante del mundo para alguien. Era su fantasía más personal. Y ahora sabía que eso no le ocurriría nunca con Sadik.

Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que deseaba secretamente que se enamorara de ella.

Cleo se llevó la mano al vientre y sintió un profundo y desesperanzado vacío interior. Por mucho que estuviera pensado ocultarle lo del niño sabía que no era posible. No sólo acabaría por averiguarlo, sino que además creía que no estaba bien separarlo de su hijo. Lo que significaba que en algún momento tendría que sincerarse. Y entonces, ¿qué ocurriría? ¿Intentaría él apartarla de su hijo? ¿Cómo iba a llegar a un acuerdo con la familia real? ¿Cómo iba a quedarse en Bahania para compartir su crianza?

Todo estaba saliendo mal. Nunca debió haber regresado. Entonces miró a Zara y vio la felicidad reflejada en su cara. Era el momento de su hermana y no podía arruinárselo. Se las tendría que arreglar para hacer frente a la semana entrante. Cuando hubiera pasado la boda ya tendría tiempo de pensar en qué hacer.


Cleo se escapó corriendo a los jardines. Una vez allí sintió como si pudiera respirar de nuevo. Estaba muy dolida. Se suponía que una persona cabal tendría que haber imaginado que Sadik hubiera amado a otra persona. Pero una persona cabal tampoco habría tenido una relación con él. Se sentía como si hubiera caído en una trampa.

Y lo peor de todo era que aún lo deseaba. Y no se trataba sólo de una cuestión de cama. Aunque se le partía el corazón al saber que Sadik nunca llegaría a amarla no podía evitar desear sentir sus brazos alrededor de su cuerpo.

Cleo suspiró y cruzó los jardines. Se dejó caer en un banco y, aspirando el aroma de las flores, trató de encontrar la paz en la belleza que tenía alrededor.

Si al menos hubiera algún modo de cambiar sus sentimientos o de cambiar a Sadik, pensó. Pero aunque ella fuera una princesa, que desde luego no lo era, no podría competir con una novia fallecida. Kamra sería siempre perfecta en su mente: nunca envejecería, ni estaría cansada ni de mal humor. Ninguna mujer podría competir con un fantasma.

Cleo tragó saliva y se puso rápidamente de pie. Su estómago se rebelaba ante tantas emociones, tal vez ayudado por el copioso desayuno que había tomado. Apenas tuvo tiempo de inclinarse antes de vomitar.

Debido a un desafortunado ajuste en su agenda, el rey Hassan había elegido aquel preciso momento para pasear por sus jardines.

Cleo no se había percatado de su presencia hasta que se incorporó y él le colocó un pañuelo entre las manos.

No sabía qué hacer. Quería salir corriendo, pero entonces cayó en la cuenta de que estaba llorando desconsoladamente. No era una buena idea.

– Vamos, niña -dijo el Rey con amabilidad pasándole un brazo por los hombros para ayudarla a sentarse de nuevo en el banco-. Cuéntame qué te pasa. ¿Se trata de Zara?

– No -respondió ella secándose las mejillas con el pañuelo-. La echo mucho de menos, pero es muy feliz aquí. Ella pertenece a este lugar, su familia está aquí.

– Ésta también puede ser tu casa si tú quieres, Cleo -dijo el Rey tomándola de la mano-. Eres la hermana de Zara. Para mí sería un honor que te quedaras en palacio, aunque también podrías vivir en la Ciudad de los Ladrones. Así estarías cerca de ella.

Cleo se abrazó al anciano sin dejar de llorar. Se sentía cómoda. Su padre había muerto antes de que ella naciera, así que no había tenido la oportunidad de conocerlo.

– Hija -dijo el Rey acariciándole el cabello-, ¿por qué estás tan triste? Si no me lo cuentas no podré ayudarte.

– ¿Me ha llamado hija? -preguntó Cleo alzando la cabeza y parpadeando varias veces.

– Eres la hermana querida de mi hija Zara. Eso te convierte en un ser querido también para mí – aseguró tomándole la cara entre las manos-. Eres parte de la familia y deseo que seas feliz.

Cleo deseó con todas sus fuerzas creerlo. Bajó la cabeza y se limpió la nariz con el pañuelo.

– Estoy… estoy embarazada.

– Ya veo -dijo el Rey sin dejar de acariciarle el cabello-. Háblame del padre. Por lo que veo no ha cumplido con su deber, porque no llevas ningún anillo de compromiso.

– Él no lo sabe -respondió ella sonriendo con tristeza-. Sé que tendré que contárselo al final, pero primero tengo que saber qué voy a hacer.

– Tienes que llegar a un acuerdo con ese chacal del desierto -aseguró el Rey con firmeza-. Yo te apoyaré en todo lo que pueda.

Cleo agradecía las palabras del monarca, pero de pronto se dio cuenta de lo que acababa de hacer. ¿En qué estaba pensando para contarle al padre de Sadik que estaba embarazada? Dudaba mucho de que el rey fuera tan comprensivo si conociera la verdad.

– Por favor, no hable de esto con nadie -le rogó-. Si la gente se enterara… No me gustaría estropear la boda de Zara con esta noticia. Todo el mundo se pondría a hablar de mí.

– Tu secreto está a salvo conmigo, Cleo -aseguró el rey palmeándole suavemente la mano antes de ponerse en pie-. Vamos, debes retirarte a descansar a tus aposentos. Daré orden a la cocina para que te envíen un té para asentarte el estómago.

Veinte minutos más tarde Cleo estaba tumbada sobre su cama bebiendo una taza de té. La infusión la hacía sentirse algo mejor. La dejó sobre la mesilla de noche. Tal vez con una siesta terminaría de recuperarse del todo.

Pero antes de que tuviera tiempo de cerrar los ojos la puerta de su dormitorio se abrió de golpe y Zara entró como una exhalación.

– ¿Estás embarazada y ni siquiera me lo has contado?

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