CLEO no era consciente de haber salido del despacho de Sadik. No recordó nada hasta que se vio vagando por los pasillos de palacio. Le dolía todo el cuerpo y tenía la sensación de que nunca más volvería a sentirse plena.
Se detuvo para descansar un poco en un banco que había en una alcoba. Se sentía desgraciada, pero sabía que llorar no le serviría de consuelo. El dolor era demasiado grande.
Se obligó a sí misma a respirar profundamente y mantener la calma por el bien del bebé, aunque le costaba trabajo en su situación. ¿Por qué habría llegado su vida a aquel extremo? ¿Se vería obligada finalmente a casarse con un hombre que no la amaba, que nunca la amaría porque ya le había entregado su corazón a una mujer que había muerto? Le parecía imposible. Pero ella no era una inútil. Era inteligente y no le asustaba el trabajo duro. Podría escaparse de palacio y…
¿Y qué? Cleo le dio vueltas a la cabeza a aquella pregunta. Tenía pocos ahorros, no le llegarían para mantenerse durante la huida. Estaba embarazada de cinco meses. ¿Durante cuánto tiempo podría seguir trabajando? Y aunque encontrara un empleo bien pagado en el que no hicieran preguntas, ¿qué pasaría cuando naciera el niño? ¿Quería pasarse el resto de su vida huyendo?
Había muchas cosas que Cleo no tenía claras, pero estaba convencida de que Sadik iría en busca del bebé. Y si la encontraba se lo arrancaría de los brazos. Dudaba mucho de que ningún tribunal americano se pusiera de su parte cuando supieran que Sadik no sólo se había ofrecido a casarse con ella sino que además había prometido tratarla… como una princesa.
Nadie lo entendería, pensó Cleo con tristeza. Nadia comprendería que no se trataba de poseer riquezas y privilegios sino de encontrar el amor. No podía casarse con un hombre que no la amaba.
Cleo se frotó las sienes para tratar de aliviar el dolor. Lo peor de todo era que estaba claro que Sadik era capaz de amar, pero no estaba dispuesto a amarla a ella. Ella no era suficiente para hacerle olvidar a Kamra aunque estuviera dispuesto a acostarse con ella e incluso a casarse. Debería estar agradecida. Debería pensar que aquello era suficiente.
Pero no lo era.
Cleo se puso en pie. Sólo quedaba una esperanza. Había una persona que podría ayudarla.
Corrió hacia el ala de negocios de palacio y tomó el vestíbulo que llevaba a los aposentos del Rey. Se anunció a uno de los tres asistentes que estaban sentados tras un gran mostrador y esperó mientras trataba de no mirar a los guardias armados que custodiaban aquella zona.
El rey Hassan la tuvo esperando menos de diez minutos. Cleo estaba todavía tratando de controlar la respiración cuando se abrió una de las inmensas puertas dobles y un hombre vestido de traje le pidió que la acompañara a la suite privada de Su Majestad.
El rey Hassan estaba al teléfono cuando ella entró en su despacho. El monarca le hizo un gesto con la mano para que se sentara en el sofá de la esquina. Cleo se dirigió hacia allí y tomó asiento. Era un despacho inmenso, de al menos cien metros cuadrados. Tenía grandes ventanales que daban a un jardín perfectamente cuidado. En las paredes había cuadros y tapices.
El Rey colgó el teléfono, se puso de pie y se sentó en el sofá al lado de Cleo.
– Estaba hablando con mi hijo Reyhan -se disculpó-. Acaba de regresar de una conferencia mundial sobre el petróleo. ¿Cómo te sientes, Cleo? -preguntó tomándola de la mano.
– Estoy… estoy bien, gracias -respondió ella aclarándose la garganta-. Alteza… hay algo de lo que quiero hablar con usted.
– Claro, niña -dijo el Rey soltándole la mano y sonriéndole con amabilidad-. Pero antes déjame decirte que estoy encantado de cómo han salido las cosas. Sadik es el primero de mis hijos que va a darme un nieto. Tal vez no lo entiendas, pero a medida que uno se va haciendo mayor se preocupa más por las futuras generaciones. Quiero estar seguro de que la sucesión real estará garantizada.
A Cleo no le gustaba cómo sonaba aquello. Agradecía la preocupación del Rey, pero hubiera preferido que no mostrara tanto interés por el bebé.
– Cuando le dije que estaba embarazada, ¿cómo supo que Sadik era al padre? -le preguntó Cleo juntando las manos-. He descubierto que sólo se lo contó a Zara y a él.
– Se lo dije a tu hermana porque sabía que ibas a necesitar una amiga, y ¿quién mejor que ella? -respondió el Rey sonriendo-. Y en cuando a Sadik… la otra vez que viniste os observé cuando estabais juntos. Había algo en el modo en que os mirabais que me hizo preguntarme qué estaba ocurriendo entre vosotros.
Cleo suspiró. Lo que estaba ocurriendo era que ella se estaba enamorando de Sadik y él disfrutaba de sus favores en la cama. No era desde luego la receta de la felicidad.
– Pero el bebé podía no haber sido suyo -señaló Cleo.
– Yo no tenía modo de saberlo -respondió el Rey encogiéndose de hombros-. Yo sólo le dije a mi hijo que si él era el padre tenía que cumplir con su deber.
– Alteza, yo… yo no quiero faltarle al respeto -comenzó a explicarle Cleo tras aclararse la garganta-. Comprendo el honor que me hace su hijo pero… no puedo casarme con él.
– No comprendo…
– Sadik no me ama -dijo ella sin más preámbulos-. Me ha dejado muy claro que le entregó su corazón a su antigua prometida y que no tiene intención de volverse a enamorar. Sé que a usted le parecerá una tontería, pero yo no quiero estar con alguien a quien no le importo.
– Mi hijo es muy obstinado y a veces puede resultar difícil -aseguró el Rey sonriendo ligeramente-. Creo que se parece a mí. Pero acabará entrando en razón.
Cleo deseaba creerlo, pero tenía la sospecha de que el Rey le estaba diciendo lo que ella quería oír. Trató entonces de utilizar otro argumento.
– Quiero irme a casa. Alteza, por favor. No me obligue a hacer esto. No impediré que Sadik vea a su hijo, pero no quiero casarme con él y no quiero quedarme aquí.
Hassan echó los hombros para atrás. Sus ojos oscuros parecían un poco menos amables.
Cleo sintió un nudo en el estómago. No era una estúpida. Ya sabía que había perdido la batalla.
– La ley de Bahania es muy clara, Cleo. Los niños de la familia real no pueden abandonar el país. Tienen que educarse aquí.
– Pero podría concederme un permiso especial. Usted permitió que Sabrina estudiara fuera.
– Fue un momento de debilidad que he lamentado todos estos años -se apresuró a responder el Rey-. Éstos son otros tiempos y otras circunstancias. No privaré a Sadik de su hijo ni, egoístamente, me privaré yo tampoco de mi nieto. Además, si te marchas también te echaría de menos a ti.
Cleo no se sorprendió. En el fondo sabía que no había nada que hacer. Trató de consolarse pensando que había hecho todo lo posible. Pero cuando se despidió del Rey y salió de su despacho no pudo evitar sentir un escalofrío. Tal vez fuera una locura, pero sintió como si la puerta de una jaula se cerrara de golpe tras ella. Sus días de libertad habían terminado.
Sadik atendió varias llamadas telefónicas cuando Cleo se hubo marchado pero cuando colgó se sintió incapaz de concentrarse en el mercado bursátil. Una vez más ella se había adueñado de su cerebro, obligándolo a pensar en cosas que no quería detenerse a considerar.
¿Cómo podía Cleo hablar de amor? Aquello no formaba parte del acuerdo al que habían llegado. Tendrían pasión y respeto mutuo. Criarían juntos a su hijo aunque sabía que Cleo se resistiría a alguna de sus ideas e intentaría imponer su voluntad. Discutirían, ella lo desafiaría y por la noche se reconciliarían haciendo el amor.
¿Por qué insistía Cleo en añadir el amor a aquella ecuación? Sadik había amado una vez. Kamra había sido todo lo que esperaba de una esposa: era amable, silenciosa y discreta. Había cumplido todos sus deseos, comprendía las costumbres de Bahania y nunca lo cuestionaba a él. Su belleza silenciosa era como un bálsamo. Con ella siempre podía concentrarse en los asuntos que reclamaban su atención. Podía apartársela fácilmente de la cabeza. Y cuando ella falleció, para su asombro, se sintió completamente vacío y solo.
Sí, había amado una vez y le había servido para jurar que nunca volvería a sentirse así de vulnerable. Si había experimentado un dolor tan profundo al perder a Kamra, que ocurriría si Cleo…
Sadik apartó de sí aquel pensamiento. No quería ni pensarlo. Sería mejor que se concentrara en el trabajo, pensó devolviendo la atención a la pantalla del ordenador.
Pero entonces su secretaria le anunció por el interfono que su padre estaba allí. Hassan entró en su despacho y se sentó frente a él.
Sadik hizo un gesto de saludo con la cabeza y esperó a que el Rey hablara. Estaba claro que su padre tenía algo en la cabeza.
– Cleo ha venido a verme -le espetó el monarca sin preámbulo-. Me ha rogado que la dejara volver a casa.
– Su casa está aquí -respondió Sadik sintiendo un frío extraño en la boca del estómago-. Nos casaremos y educaremos a nuestro hijo como mi heredero.
– A mí no tienes que convencerme -aseguró el Rey haciendo un gesto con la mano-. No tengo ninguna intención de que mi nieto viva en el otro lado del mundo. Será el primero de una nueva generación. Debe conocer nuestras costumbres.
– Me alegra saber que estamos de acuerdo – dijo Sadik sintiéndose algo más relajado.
– Pero me gustaría saber por qué está tan segura de que aquí será desgraciada -continuó Hassan entornando los ojos-. Sé que vuestra relación comenzó siendo puramente pasional, pero Cleo tiene muchas más cosas de las que puedas encontrar en la cama. Es muy especial y espero que la trates como se merece.
– Estoy de acuerdo -respondió su hijo sin dudarlo-. Le he explicado a Cleo que nuestra unión será muy provechosa. Que seré leal con ella y con nuestros hijos. Tendrá todo lo que desee.
– Eso está muy bien -reconoció Hassan -. Pero no es suficiente.
– ¿Qué más puede haber?
– Tienes que hacerla feliz.
– Será mi esposa y la madre de mis hijos -aseguró Sadik mirando fijamente a su padre-. Me parece suficiente felicidad.
Hassan no dijo nada al principio. Se puso de pie y se acercó a la ventana que daba al jardín.
– Tienes una lección que aprender, Sadik – comenzó a decir con lentitud-. Pero debes descubrirla por ti mismo. Sólo te aconsejo que no permitas que la arrogancia se interponga en el camino de tu corazón.
– Por supuesto que no lo permitiré -contestó Sadik rechazando las palabras de su padre.
No estaba siendo arrogante con Cleo. Su plan era lógico y tenía mucho sentido para los dos. Se casarían y ella sería feliz. Ese era el curso natural de las cosas.
– Os deseo lo mejor a ambos -aseguró el Rey girándose para mirar a su hijo-. Cleo es un tesoro digno de un príncipe. Rezaré para que no la pierdas en el camino.
Los siguientes días se le hicieron muy cortos a Cleo. Le enviaron vestidos de novia para que se los probara. Decidió qué flores adornarían el banquete y el menú que se iba a servir. La mañana de la boda fue incapaz de probar bocado. Se acurrucó en un rincón del sofá, preguntándose cómo se había metido en aquella situación.
– Buenos días, señorita novia -dijo Sabrina entrando en la suite tras tocar en la puerta con los nudillos-. ¿Cómo te sientes?
– Tengo ganas de salir corriendo colina abajo – aseguró Cleo sonriendo a la joven con cierta tristeza-. No llevarás encima un mapa para saber qué dirección debo tomar…
– No, lo siento. Y más te vale no adentrarte tú sola en el desierto. Te podría pasar cualquier cosa – aseguró Sabrina dejándose caer a su lado en el sofá-. No pareces muy contenta -dijo mirándola a los ojos-. No quieres casarte con él, ¿verdad?
– Al parecer no tengo elección -respondió Cleo tratando de ocultar su amargura-. Estoy esperando un hijo de Sadik. Una cosa tan nimia como es la felicidad no puede compararse con siglos de tradición. Lo siento -se disculpó tras exhalar un suspiro-. No quiero molestarte con mis problemas. De hecho creo que la boda entre Sadik y yo podría salir bien si él no fuera tan…
– ¿Obstinado? -sugirió Sabrina-. ¿Difícil? ¿Cabezota?
– Por ejemplo.
– Mira: ya sé que esto no es lo que tenías pensado, pero la buena noticia es que Sadik es un buen hombre. Todos mis hermanos lo son. Tendrás que encontrar la manera de conseguir que se arrodille ante ti. Cuando lo hayas conseguido la vida será una balsa de aceite.
Estupendo. Parecía de lo más sencillo. Mientras lo intentaba tal vez podría dedicarse también a abrir las aguas del mar y detener el calentamiento de la tierra.
– ¿Tienes alguna idea concreta de cómo hacerlo?
– No, lo siento -respondió Sabrina con una mueca-. Me temo que esa información tendrás que averiguarla por ti misma.
Lo que su futura cuñada no sabía, pensó Cleo, era que Sadik seguía amando a su difunta prometida. Parecía difícil poner de rodillas a un hombre que ya no tenía corazón.
– Será mejor que te vistas -dijo Sabrina poniéndose en pie-. Llámame si necesitas ayuda.
– Gracias. Lo haré.
Cleo la vio marcharse y después se acurrucó de nuevo en el sofá.
La ceremonia era a las cinco de la tarde y después tendría lugar una cena. No hacían falta ni estilistas ni maquilladores porque no iban a retransmitir su boda por televisión ni iba a aparecer en ningún canal internacional. Aquello era mejor que montar un circo, se dijo Cleo a sí misma cerrando los ojos.
Sin darse cuenta se adormiló un poco. Una suave caricia en la mejilla la despertó. Abrió los ojos y vio a Sadik inclinado sobre ella.
Su primera reacción fue perderse en sus ojos oscuros. Le latía el corazón con fuerza dentro del pecho y sentía el cuerpo débil, y todo porque él estaba cerca. Amar a un hombre era una pesadez, pensó mientras se incorporaba y trataba de aclarar sus pensamientos.
– ¿Ocurre algo? -le preguntó.
– Nada en absoluto -respondió Sadik sonriendo-. He venido solamente a ver a mi novia.
El Príncipe la besó en la boca.
Aquella caricia tan tierna provocó en ella deseos de llorar. Durante un segundo estuvo tentada de señalar que daba mala suerte ver a la novia antes de la boda, pero entonces pensó que ya que tenían tantas cosas en su contra no tenía importancia que se rompiera una tradición.
– ¿Estás nerviosa? -le preguntó Sadik.
– No. Resignada.
– ¿No puedes alegrarte aunque sea un poco de casarte conmigo?
Podría alegrarse muchísimo. Podría estar bailando de alegría y emoción si él la quisiera.
Al ver que ella no contestaba Sadik decidió cambiar de tema.
– ¿Y qué pasa con Zara? Todavía estamos a tiempo de posponerlo todo.
Cleo negó con la cabeza.
– Sé que le va a dar pena perderse mi boda, pero también sé que estaba deseando irse de luna de miel con Rafe. Se suponía que iban a disfrutar de un mes entero juntos. ¿Cuándo volverán a tener una oportunidad así? Quiero que Zara disfrute del momento y cuando regrese a casa ya se enfadará conmigo.
– Como tú quieras.
Claro, en aquello estaba dispuesto a darle la razón. Pero no en los asuntos realmente importantes.
– ¿Han traído ya tus cosas? -se interesó el Príncipe.
Cleo señaló con un dedo la pila de cajas colocada en una esquina del salón.
– Me las trajeron ayer.
– Creía que habría más -aseguró Sadik observándolas.
– Sí, pero pensé que no nos servirían de nada mis muebles ni mi vajilla. Una amiga empaquetó mis cosas personales. El resto lo envío a un centro de acogida de mujeres.
También había renunciado a su apartamento. Todavía le quedaban varios meses de contrato por cumplir, pero no regresaría allí. De hecho su casero se había mostrado sorprendentemente comprensivo cuando le explicó que no volvería. Ni siquiera le había cobrado los meses que faltaban.
– ¿Echarás de menos tu vida en Spokane? – preguntó Sadik con voz melosa.
– Todavía no lo sé. Pregúntamelo dentro de un par de meses.
Cuando el impacto de verse casada hubiera pasado y estuviera preparada para enfrentarse a la vida cotidiana de Bahania.
– Creo que te gustarán muchas cosas de aquí -aseguró él-. Y hablando de cosas bonitas…
Sadik metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cajita de terciopelo negro.
– Mis padres no se querían -aseguró sin asomo de duda-. El suyo fue un matrimonio concertado y dudo de que ninguno de los dos apreciara demasiado al otro. Pero mis abuelos por parte de padre estaban verdaderamente enamorados.
Sadik abrió la cajita. Dentro había un anillo de zafiros.
– Esta pieza forma parte de un juego -explicó-. Mi abuelo le regaló a mi abuela un inmenso zafiro por sus bodas de plata. Ella mandó hacer esta anillo y también unos pendientes y un collar -dijo mientras le deslizaba el anillo en el dedo-. Debería haberte regalado antes un anillo de compromiso. Lo siento. No se me había ocurrido hasta ahora.
Cleo se quedó mirando la piedra brillante. Le quedaba como si hubiera sido hecho a su medida.
Sadik se sentó y estiró la mano para alcanzar una caja de madera que había dejado sobre la mesa sin que ella se hubiera dado cuenta. Era una pieza de marquetería antigua y cuando la abrió Cleo observó que estaba compuesta de varios compartimentos interiores pequeños. En todos ellos había cajitas de terciopelo negro.
– Aquí están los pendientes -dijo Sadik mostrándole dos pendientes en forma de lágrima rodeados de diamantes.
Tal y como había dicho había también un impresionante collar de zafiros.
– ¿Por qué quieres que tenga esto? -preguntó Cleo observando las joyas con admiración.
– Vas a ser mi mujer -respondió él frunciendo el ceño como si aquello lo explicara todo-. Mi abuela me dejó las joyas pensando que yo las regalaría. Ninguna mujer las había visto desde que ella falleció, Cleo -aseguró mirándola con ternura-. Son sólo para ti.
Ella tragó saliva para tratar de suavizar el nudo que se le había formado en la garganta. Nunca habría pensado que Sadik fuera lo suficientemente sensible como para comprender que le preocupara que también Kamra hubiera llevado aquel juego impresionante.
– Gracias -susurró más conmovida por aquel detalle que por el regalo propiamente dicho.
Sadik sonrió y se inclinó para besarla. Su boca era suave y al mismo tiempo exigente. Si hubiera sido capaz de hablar Cleo habría comentado que no tenía ninguna intención de resistirse. En aquellos momentos le parecía lo más lógico del mundo echarle los brazos al cuello y sentir su cuerpo cerca del suyo.
Sadik abrió la boca y ella hizo lo mismo. El se deslizó dentro de sus labios embistiéndola suavemente con la lengua. Cleo sintió una oleada de escalofríos recorriéndole el cuerpo. Se despertó la pasión. Sólo habían hecho el amor una vez desde su llegada y ella era consciente de que estaba deseando repetir.
Pero en lugar de avanzar hacia el siguiente nivel Sadik dejó de besarla y suspiró.
– Creo que deberíamos esperar hasta más tarde -dijo con cierto tono de fastidio-. Aunque para mí eres toda una tentación.
Cleo aceptó su decisión. Su propia respuesta la había sorprendido. Si Sadik hubiera continuado besándola y tal vez acariciándola no lo habría rechazado. Incluso ahora sentía crecer el deseo en su interior. Sabía que era porque lo amaba. Pero, ¿la salvaría aquel amor o sería su destrucción?
La boda tuvo lugar en la capilla pequeña de palacio. Había sitio para cerca de cien personas, pero apenas veinte estaban sentadas en los bancos centenarios. Cleo se detuvo a la entrada de la iglesia. Estaba más nerviosa de lo que había esperado.
Sadik la esperaba al final del largo pasillo central. Las velas ardían trémulas. En la capilla no había ventanas ni vidrieras de santos ofreciendo bendiciones. No había altos dignatarios ni multitudes que murmuraban. Cleo miró al hombre con el que iba a casarse y comenzó a caminar cuando cambió la música y el organista tocó los primeros acordes de la marcha nupcial. Iba sola.
El rey Hassan podía haberla acompañado si se lo hubiera pedido, de eso estaba segura, pero Cleo prefería ir por su propio pie al encuentro de Sadik. Quería recordarse a sí misma que hacía aquello por su propia voluntad. No quería que la llevaran hasta el altar.
La cascada de rosas y lilas que llevaba entre las manos tembló levemente. El vestido de tafetán crujía a cada paso que daba. Había elegido un modelo de corte imperio de entre todos los vestidos de novia que le habían enviado. Las líneas sencillas le disimulaban la barriguita. Se había puesto en la mano derecha el impresionante e inesperado anillo de compromiso que Sadik le había regalado por la mañana. Habían escogido como alianzas unos sencillos aros de oro. Tras la ceremonia Cleo volvería a ponerse el anillo de compromiso en la mano izquierda. Y luego irían al banquete.
A Cleo no le importaba que se tratara de una cena con poca gente. Nada de miles de invitados ni orquesta ni interminables pilas de regalos oficiales. Su boda no podía ser más distinta a la de Zara, como tampoco podía serlo su matrimonio.
Cleo estaba decidida a sacar el mejor partido de la situación, tanto por ella como por el bebé. Una vida desgraciada sin duda haría daño a su hijo.
Así que avanzó despacio por el pasillo hacia el altar, dispuesta a casarse con un hombre que no la amaba. La ternura que le había mostrado por la mañana le daba un pequeño soplo de esperanza. Si al menos encontrara la manera de seguir el sabio consejo de Sabrina… Pero Cleo no tenía ni la más remota idea de cómo conseguir que un hombre como Sadik se arrodillara ante sus pies.