CLEO había visto pilas y pilas de cartas de felicitación de todos los rincones del globo. Había estado en la sala de los regalos y asistido al ensayo en la inmensa catedral. Pero no estaba preparada para el fastuoso acontecimiento que estaba teniendo lugar en aquellos momentos.
Desde el coro de aquella iglesia del siglo XIV surgía la música de órgano. Los santos de las vidrieras observaban inmóviles a los miles de invitados que asistían a la ceremonia con las manos elevadas.
Cleo estaba nerviosa. Lo único que la hacía andar era tener a Sabrina delante moviéndose lentamente al ritmo de la música. Cleo procuraba seguir sus pasos al tiempo que luchaba contra sus deseos de salir corriendo.
Escuchó los murmullos de los invitados cuando la veían. Por suerte el ramo de flores caía en cascada hasta las rodillas, ocultándole el vientre. No quería despertar ningún comentario aquel día. Era la boda de Zara.
Cleo miró de reojo a Sadik. Estaba detrás del príncipe Kardal, el marido de Sabrina. Sadik no parecía interesado en mirar a la novia, que acababa de hacer su entrada en la catedral. La miraba fijamente a ella, como si quisiera poseerla con los ojos.
Cleo luchó contra la sensación de tristeza que la invadió. Ser posesivo no significaba estar enamorado, y cualquier sentimiento que Sadik tuviera por ella se debía sólo al bebé. Se sacudió mentalmente de la cabeza aquellos pensamientos negativos y volvió a concentrarse en su hermana. Zara parecía una princesa avanzando por el pasillo del brazo de su padre. Todo estaba resultando perfecto, tal y como su hermana se merecía.
La sala de baile más amplia de palacio se había transformado en el escenario de un cuento de hadas. Ésa fue la impresión que le causó a Cleo. Miles de metros de tule bordado decoraban paredes y columnas. Las luces brillaban en torno a una cascada de agua que unos días atrás no estaba allí. Habían colocado mesas de bufé en tres paredes con suficiente comida como para alimentar a varias naciones a la vez. Una gran orquesta tocaba sin cesar. Manaba champán de las fuentes que se habían colocado a cada extremo de la mesa que le correspondía a Cleo. Le había tocado sentarse al lado de Sadik, sin duda por sugerencia del propio Príncipe.
Cleo se las arregló para controlar sus emociones mientras brindaba por su hermana, le deseaba lo mejor y hablaba con la gente que le presentaban. Sadik se había pasado la mayor parte de la velada a su lado. Cuando Zara y Rafe desaparecieron para cambiarse y salir de luna de miel, el Príncipe la tomó entre sus brazos y bailó con ella.
– Creo que van a disfrutar mucho de su viaje -le susurró Sadik al oído.
– Sí. Yo también lo creo.
Cleo tenía la boca seca. Era consciente de que estaba hablando, pero no sentía los labios.
El Rey había arreglado todo para que los recién casados pasaran varias semanas en su yate privado. Cruzarían el Mediterráneo rumbo a la costa de España, luego a la de Francia y después pondrían rumbo a Inglaterra.
Cleo pasó la mirada por el salón y sintió que se le encogía el estómago. Aquél no era su mundo, ella no pertenecía a aquel lugar. No se sentía cómoda con la situación.
Sintió entonces algo extraño en el vientre. El bebé se movió, o dio una vuelta, o tal vez fuera una patada. Pero fue suficiente para recordarle que estaba en juego algo más que sus deseos de pertenecer a algún lugar. Si se marchaba tendría que abandonar a su hijo y Cleo estaba dispuesta a caminar por el infierno antes de hacer algo semejante.
Y sin embargo le resultaba difícil ver una solución en el horizonte. ¿Cómo iban a llegar Sadik y ella a un acuerdo? Estaba claro que ella tendría que vivir en Bahania, pero ¿en qué condiciones? Daba por hecho que el Príncipe tendría en mente apoyarla económicamente, pero ella se negaba. Y sin embargo ¿quién querría darle trabajo a una antigua amante de un príncipe?
Sadik observó cómo desaparecía la luz de los ojos azules de Cleo. Había comenzado la mañana llena de felicidad por su hermana, pero por alguna razón su alegría había ido desvaneciéndose durante las últimas horas hasta borrarse por completo
Zara y Rafe se despidieron de sus invitados antes de salir. Sadik aprovechó la distracción para guiar con rapidez a Cleo hacia una puerta lateral que daba al ala privada de palacio.
– ¿Dónde vamos? -preguntó ella mostrando energía por primera vez en toda la noche.
– Creo que tenemos que hablar.
– Claro, qué comportamiento tan típicamente masculino -protestó ella con firmeza tratando de soltarse -. ¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor a mí no me apetece hablar ahora?
– Es inútil -dijo Sadik refiriéndose a su intento de zafarse de él y haciendo caso omiso a su comentario-. No pienso soltarte.
– Eso es lo que me da miedo.
Cuando llegaron a la doble puerta que daba a los aposentos privados del Príncipe, Sadik disminuyó el paso para observarla. Cleo se quedó mirando a las puertas como si fueran las de una prisión.
– Te prometo que no te torturaré cuando entremos – aseguró él con una sonrisa.
– No es la tortura lo que me asusta.
¿Acaso estaría recordando, como le sucedía a él, lo que había ocurrido entre ellos la última vez que estuvieron juntos en aquellas habitaciones? La pasión había explosionado entre ellos con tanta fuerza que no tuvieron más remedio que dejarse llevar por ella. Habían hecho el amor sin parar, a cada momento que podían, abrazándose el uno al otro, acariciándose, tomándose, ofreciéndose… Él nunca había experimentado un deseo semejante.
Sadik abrió la puerta y dio un paso atrás para permitir que ella entrara primero. Cleo lo hizo con cautela, observando a su alrededor como si quisiera comprobar que todo estaba como ella lo recordaba.
– No ha cambiado nada -reconoció.
– Si estás hablando de la decoración tienes razón. Si te refieres a otra cosa no podrías estar más equivocada.
Cleo cruzó el saloncito hasta llegar a las puertas que daban al balcón. Desde allí sólo había un paseo corto hasta sus propias habitaciones. Pero no trató de escaparse. Se limitó a apoyar los dedos contra el cristal.
– Así es como se deben sentir los pájaros – murmuró -. Pueden ver el otro lado, pero hay algo invisible que les impide salir volando.
– ¿De qué estás hablando? -preguntó Sadik frunciendo el ceño al tiempo que se acercaba a ella-. ¿Qué te preocupa?
Cleo sacudió la cabeza. Una lágrima furtiva se le deslizó por la mejilla.
Si lo hubiera desafiado, Sadik se habría enfrentado a ella en igualdad de condiciones con la seguridad de vencer. Pero la fragilidad podía con él, sobre todo si se trataba de Cleo. Era la mujer más tentadora que jamás había conocido y aunque su belleza lo encandilaba, uno de los rasgos que encontraba más atrayentes de ella era su disposición a enfrentarse a él sin miedo.
– Cuéntame qué te pasa.
– No lo entenderías.
– Soy un hombre inteligente y con mucho mundo. Creo que seré capaz de seguirte.
Cleo lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
– Durante todos estos meses no has intentado ponerte en contacto conmigo -dijo tragando saliva-. Supongo que ni siquiera pensarías en mí. Y de pronto, en cuanto descubres que estoy embarazada, te comportas como si te perteneciera. Estoy atrapada como un pájaro en una jaula. No puedo marcharme y llevarme a mi hijo y tampoco lo abandonaré. Así que aquí estoy: sin posibilidades ni vida propia a excepción de ser el recipiente que lleva a tu hijo. No es precisamente el futuro con el que yo había soñado.
Sadik no supo qué asunto abordar primero, así que fue directamente al que mejor comprendía.
– Te fuiste de mi cama.
– ¿Y eso qué tiene que ver con lo que te estoy diciendo? -preguntó Cleo mirándolo fijamente.
– Yo no te pedí que te marcharas. Decidiste irte tú.
– Ya hemos hablado de esto antes. Sí, me marché sin que tú me lo pidieras. Seguro que te rompí el corazón durante una décima de segundo. ¿Y qué?
– ¿Por qué habría de premiar un comportamiento tan inadecuado tratando de localizarte?
– No soy tu adolescente rebelde. No tienes derecho a juzgar mi conducta ni a castigarme por ella -aseguró mirándolo como si fuera el hombre más estúpido de la tierra-. ¿Y bien?
Sadik no lo hubiera admitido ni bajo tortura, pero no sabía qué decirle. Por supuesto que no se había puesto en contacto con ella. En primer lugar porque sabía que regresaría para asistir a la boda de su hermana. Y en segundo lugar porque ella se había marchado. Por mucho que tratara de explicarle la gravedad de su desobediencia Cleo se negaba a entenderlo. Él la quería en su cama, para ella era un gran honor que el Príncipe la deseara. Pero aunque la había colmado de atenciones y había tratado de hacer lo mismo con regalos, Cleo se había marchado.
No se trataba de que la hubiera echado de menos, se dijo para sus adentros negándose a recordar la sensación de vacío que había experimentado cuando desapareció de su vida.
– No estás enjaulada como un pájaro -aseguró Sadik intentando una nueva táctica-. Eres la madre de mi hijo y serás reverenciada por ello.
– Eres imposible -respondió ella poniendo los ojos en blanco antes de girarse a mirar de nuevo por la ventana hacia el mar-. No sé ni por qué me molesto en mantener esta conversación. Lo que quiero es irme a casa.
– Ésta es tu casa ahora -aseguró Sadik acercándose hacia ella y colocándole las manos sobre los hombros.
Cleo se quedó mirando distraídamente el mar. Ojalá pudiera embarcarse como polizón en el yate en el que Zara iba a pasar la luna de miel y bajarse en España. Aunque sin dinero ni pasaporte no iba a resultarle nada fácil.
Una presión cálida y suave en el hombro desnudo la obligó a volver a la realidad. Se quedó sin respiración mientras Sadik la besaba de nuevo en la piel. Su vestido no era lo suficientemente suelto como para que el Príncipe se lo hubiera deslizado por los hombros, por lo que seguro que le había bajado la cremallera mientras ella estaba sumida en sus pensamientos más profundos. ¡Y ni siquiera se había dado cuenta!
Sadik ladeó la cabeza y se acercó aún más, mordisqueándole el cuello. Cleo sintió cómo todo su cuerpo se agitaba en un escalofrío al tiempo que un deseo líquido se apoderaba de ella.
«Sólo será un segundo», se prometió a sí misma cerrando los ojos. Se dejaría llevar sólo un instante antes de apartarse y decirle que aquello era un error. Sadik no le convenía en ningún aspecto, y hacer el amor con él serviría únicamente para complicar las cosas.
El Príncipe la besó en la parte de atrás del cuello con besos dulces y pequeños que le hicieron casi imposible permanecer de pie. Tal vez Sadik y ella provinieran de mundos diferentes y tuvieran visiones completamente distintas de las cosas, pero estaba claro que en la cama se entendían muy bien.
«Ni lo pienses», se dijo Cleo. Tenía que mantener el control. No podía arriesgarse a que le rompiera el corazón. ¿Acaso no era aquélla la razón por la que había salido huyendo la primera vez?
– Piensas demasiado -se quejó Sadik al tiempo que le daba la vuelta y la atraía hacia sí-. Puedo ver cómo tu cabeza echa humo. Deja de pensar. Sólo siente.
Antes de que a Cleo se le ocurriera una respuesta indignada con la que contestarle Sadik la besó en la boca.