Abbie se quedó esperando. Durante un rato largo se sentó al lado del fuego a esperarlo. Quería escucharle decir que comprendía lo que ella había hecho, y por qué.
Necesitaba que hablasen y aclarasen todo.
Pero él no volvía.
A la hora, se puso de pie, recogió las copas, puso la tetera al fuego y buscó en el congelador algo para comer. Tendrían que comer. Tenía que entretenerse en cualquier cosa para no obsesionarse con la pesadilla que había montado por su desconfianza.
Filetes, patatas, ensalada de tomate. Dejó los ingredientes a mano, y fue a buscar la pimienta. Para su asombro, descubrió que ni de eso se había olvidado Polly. Al volver del fregadero se lo encontró allí, en silencio.
– No te he oído llegar -dijo ella-. Has tardado mucho. ¿Qué… qué le has hecho a Steve?
– ¿Y eso importa? -él miró la comida-. Si vamos a comer filetes, debemos acompañarlos con clarete. Lo abriré ahora, si me das el sacacorchos.
– ¿El sacacorchos?
¿Por qué hablaban de sacacorchos?, se preguntó ella.
– En el cajón, delante de ti -le indicó él.
– ¿Le has hecho daño? -le preguntó ella, con la cabeza baja.
– ¿Debí hacerlo? Él estaba haciendo su trabajo, simplemente. Da igual lo desagradable que fuera su labor. Creo que ya tendrá su merecido. No creo que le haga gracia al dueño del periódico todo lo que gastó Steve en los últimos meses para seguir la pista de Robert, y que ahora vuelva con las manos vacías. Eso será peor que lo que yo pueda hacerle -Grey se acercó a ella. Y tomó el sacacorchos, sin apenas rozarla-. Además, tiene una barbilla dura -dijo, recordando el golpe que le había dado al periodista.
Ella se dio la vuelta para mirarlo.
– Lo siento, Grey. Debí tenerte confianza…
Él se encogió de hombros y se alejó.
– ¿Grey? -ella le puso una mano en la manga-. Fue un malentendido, ¿no lo ves?
Grey estaba imperturbable.
– Por favor, háblame, Grey.
– ¿Qué quieres que te diga, Abbie? Pensé que tenías un amante. Tú te has esforzado para que me lo creyese, si no recuerdo mal. Incluso te molestaste en que saliera un hombre desnudo de tu cuarto de baño para probarlo.
– Quería que tú fueras libre…
– Ahora tengo que enfrentarme al hecho de que este canalla te dijera que me había visto con otra mujer. Tú creíste que yo te estaba engañando. Tres años de respeto, confianza y amor, se van por la borda, ¿y yo no tengo ni la oportunidad de defenderme? ¿Tienes idea de lo que se siente frente a eso?
Él se apartó, y se quedó mirando las llamas de la chimenea.
Ella comprendía que él quisiera hacerle daño. Se sentía dolido. Pero mientras él había estado jugando con fuego para mantener alejada a la prensa de Robert, ella había sufrido también.
– ¿Eso es lo que piensas, Grey? -le preguntó desde la puerta de la cocina-. ¿Crees que yo he creído que me estabas siendo infiel simplemente por lo que me dijo Steve? Reconozco que influyó, pero luego me dije, venga Abbie, se trata de Grey. Puede ser que haya estado un poco ausente últimamente, y que no haya querido discutir acerca de nuestro futuro, pero es un hombre honesto y sincero. Si estuviera con otra persona te lo habría dicho. Él nunca te engañaría.
– ¿Y entonces, por qué?
– Porque te vi. Con mis propios ojos. Fui a tu oficina para almorzar contigo y cuando bajé del taxi te vi caminando. Estabas muy lejos para gritarte, pero vi que te dirigías al parque, así que te seguí. No para espiarte, simplemente para alcanzarte y estar un rato contigo.
Ella respiró hondo.
– ¿Y sabes qué vi entonces?
Grey se puso blanco.
– Te vi rodeando a esa mujer con tus brazos, y luego inclinarte y tocar… -se le hizo un nudo en la garganta-. Te vi tocar al bebé. Tan tiernamente. Tan amorosamente. Tú habías dejado claro que no querías tener un hijo conmigo, y de pronto, con aquella escena, empecé a comprender.
– ¡No es posible! -él se puso erguido-. ¡Dios santo! ¿No te dejé claro por qué prefería que esperásemos?
– Matthew es igual que cuando eras pequeño.
– Es igual que Robert también -él achicó los ojos-. ¿Y tu cómo sabes eso? ¿Te acercaste al cochecito?
– Las mujeres suelen mirar a los bebés. Miran los cochecitos, conversan en los parques, le cuentan a los extraños todos sus problemas. Ella no sabía quién era yo.
– ¿Hablaste con Emma?
– Sí -le dolía recordar aquel día todavía-. Después de que tú te fuiste quería salir corriendo, y hacer como si no hubiera visto nada. ¡Fue tan horrible!
– ¿Y no pudiste hacerlo?
– Emma era tan dulce, tan abierta. Demasiado confiada quizás, dada su situación. Supongo que se sintió segura simplemente porque yo era otra mujer, una perfecta desconocida. O quizás fuera porque había tenido que callarse tanto tiempo, y yo di en la tecla justa -ella se encogió de hombros-. Por lo que sea, me lo contó todo. Que su amante era abogado y que un divorcio destruiría su carrera…
– ¡Dios mío! Abbie, los abogados divorciados son muchos actualmente, como en otras profesiones.
– Lo sé. Y Robert es abogado también -dijo ella suspirando-. Pero hace tanto que no ejerce que no se me ocurrió que podía ser él. En lo único que podía pensar era en el pobre Henry.
– ¿En Henry? Pero eso fue distinto. Él se lió con una cliente. Él causó el divorcio, ¡por el amor de Dios!-hizo una pausa-. ¿Pensaste que Emma era cliente mía?
– Llevaba la marea de un anillo en el dedo. Era posible.
– Se me olvida a veces que eres periodista además de fotógrafa. Abbie.
– No tanto, por lo que veo. Por eso no me lo contaste, ¿no? ¿Crees que antepongo mi profesión a mi familia, no?
– No, por supuesto que no -dijo él impacientemente. Luego se acercó a ella, y le tomó las manos-. Simplemente intentaba protegerte, Abbie.
Sus manos habían estado junto al fuego, y estaban calientes contra sus dedos fríos. Ella lo miró a los ojos.
– ¿Protegerme? -él le había dicho eso en algún momento, y ahora lo comprendía.
– De los tipos como Steve Morley, que es tan bueno como tú en eso de dar en la tecla. Y bastante menos escrupuloso también.
– Ya veo. El problema, amor mío, es que mientras tú estabas intentando convencer al resto del mundo de que eras tú quien tenía un lío con Emma Harper, me convenciste también a mí.
– Jamás se me ocurrió que pudieras llegar a esas conclusiones sin darme ni siquiera la oportunidad de explicarte la situación. Además, como tú estabas fuera tanto tiempo…
– ¿Creías que no importaba, no?
– Por supuesto que importaba -dijo él-. Pero ya ves a qué extremos estaba dispuesto a llegar Steve Morley. Si él hubiera sospechado que tú sabías qué estaba pasando, no te habría dejado en paz. Supongo que fue él quien te contó lo de la cuenta de ahorro de Matthew, ¿no?
– No, él no me habló nunca de ello. Me dijo que te había visto, y que habías vendido el Degas, nada más.
– ¿Entonces, cómo te enteraste?
– Incluso después de hablar con Emma, y de ver a Matthew, intenté convencerme de que no podía ser cierto. Que tenía que haber explicaciones. Pero tenía que saberlo, Grey. Así que volví a casa y revisé los comprobantes de la tarjeta de crédito, y allí estaba todo. Los viajes a Gales cuando yo estaba fuera. Y en cuanto al día que tú me dijiste que te habías ido a Manchester, había una factura de gasolina de la carretera que va a Gales. Es extraño, pero yo sabía que tú no me estabas diciendo la verdad, aunque no comprendía por qué. Y el mentir es algo tan raro en ti, que lo dejé pasar.
– Es la única mentira que te he dicho.
– Supongo que fue poco oportuna mi llegada de improviso. Supongo que de no haber sido por eso ni siquiera me hubiera enterado de que habías estado fuera, ¿no?
Él no dijo nada, y de ese modo contestó a su pregunta.
– Las mentiras indirectas son tan nocivas como las directas.
– Sí, creo que sí. Yo estaba intentando hacer lo mejor para todos -dijo él.
Ella quitó las manos de entre las suyas, tembló y fue hacia el fuego.
– Vi la carta del banco. Pensé que era un poco insensato de tu parte dejarla por allí.
– Lo hice a propósito. Pensé que podía filtrarse esa información, y que de ese modo darían por finalizada la investigación sobre mi hermano, hasta que Robert pudiera arreglar sus asuntos y dejar el gobierno sin que hubiera un escándalo.
– Bueno, Robert tuvo suerte.
– Él sólo aspiraba a ser granjero. Pero él sabía que mi padre esperaba que él se hiciera cargo de su empresa. Luego apareció Susan, y ella tuvo planes más ambiciosos para él. Estaba decidida a que Robert fuera Primer Ministro a los cincuenta años.
– ¿Y qué pasa con Susan? No va a dejar que Robert dimita tranquilamente y se divorcie de ella, ¿no?
– Bueno, sí. Ella proviene de una familia en la que los hombres hacen cosas y las mujeres sirven el té. Ella pensaba que así debería ser. Pero yo la convencí de que no. Ella está decidida a presentarse a las próximas elecciones. La política fue siempre su ambición, Abbie. Fue la frustración de ver a Robert haciendo cosas que ella sabía que podía hacer también, tal vez mejor, incluso, que él, lo que la hizo volverse loca de celos. Pero ha cambiado mucho.
– Me alegro. Me alegro mucho de que todo se solucionase del mejor modo posible para todos -ella se giró abruptamente y le dijo-: Y si ahora me disculpas, voy a preparar el almuerzo.
– El almuerzo puede esperar, Abbie -él le puso las manos en los hombros-. ¡Oh, estas llorando! -le dijo. Luego la hizo darse la vuelta-. No deberías estar llorando -la acercó contra su cuerpo, de tal modo que sus lágrimas le humedecieron el suéter. Luego le levantó la barbilla y la obligó a mirarlo. La expresión de Abbie era terriblemente seria-. Ya ha terminado todo, Abbie. Lo sabes, ¿no?
Eso era lo que ella había pensado hacía seis meses.
Había creído entonces que lo había perdido. Pero no había sido así. Ella en realidad lo había alejado de su vida.
– No te tuve la suficiente confianza. Te herí… -dijo ella, y trató de soltarse, pero él no la dejó, y le secó las lágrimas con los dedos.
– ¿Herirme? -murmuró él dulcemente-. No creí que se pudiera sufrir tanto y seguir vivo.
– ¿Y crees que no lo sé? -ella conocía muy bien ese dolor-. Lo siento, Grey. No sé que más decirte.
– Las palabras no alcanzan, Abbie.
Ella se desanimó.
– Pero siempre puedes intentarlo con un beso. Haz la prueba.
Ella vio el brillo en los ojos de Grey.
– Yo… Hay mucho que besar. No sabría por dónde empezar, Grey.
– Entonces déjame que te enseñe -él le dio un beso en la cabeza y luego en la frente-.¿Ves? Empiezas por arriba y luego… vas bajando.
Su boca fue besando sus mejillas, luego el cuello, el delicioso huequecillo debajo del mentón. Y de pronto ya no fue un juego aquello. Los labios de Grey buscaron los suyos. Y ella se aflojó toda.
– Te amo tanto, Abbie -murmuró Grey en un tono ronco-. Tanto… Y entonces la besó dulcemente, ansiosamente, diciéndole que se había acabado la pesadilla. Después de un momento, él levantó la cabeza y le dijo:
– ¿Por qué no lo intentas tú ahora, amor mío?
Era su amor. Sí, él era suyo.
Ella entonces se puso de puntillas, y haciendo un esfuerzo por llegar a su frente, le dijo:
– No llego.
– ¿No? -le sonrió él con picardía. Pero se quedó inmóvil, sin ayudarla, sin agacharse.
– Me temo que… -empezó a decir, y él esperó a que siguiera-. Me temo que vas a tener que echarte.
Él la miró nuevamente con una sonrisa pícara.
– ¿Abbie?
– ¿Qué?
– ¿Vas a ser amable conmigo?
– No cuentes con ello, Grey Lockwood.
Pero la amenaza desapareció cuando él la levantó en brazos y la llevó arriba.
– ¿Abbie? -ella se dio la vuelita soñolienta en la cama-. Te amo. No sé cómo decirte lo mucho que te amo.
Ella abrió los ojos; estaba acurrucada debajo del hombro de Grey.
– Le pegaste a Steve Morley en la barbilla por mí. Eso demuestra que me amas. Si un canalla como Steve pudo demostrar que me amabas, ¿por qué yo no te sirvo para demostrármelo?
– No comprendo todavía cómo no me dijiste algo. Muchas mujeres hubieran matado a sus maridos en tu lugar… -él la apretó contra sí-. Pero tú fuiste capaz de guardar la calma.
– ¡Oh, no! Quería hacerte daño, Grey. Pensé en aplastar a tu familia con titulares en las revistas de chismes. Pero justo llamó Susan, y al escucharla fue como escuchar el eco de mi voz. Eran palabras llenas de odio -él la miró-, sé que yo tuve un poco de culpa en todo esto. No estaba nunca en casa. Siempre andaba por ahí buscando el reportaje perfecto, el que me haría famosa. Y pensé que tú habrías buscado a alguien para sustituirme. Una delicada mujercita que hiciera el trabajo de esposa a tiempo parcial.
El juró suavemente.
– No lo dije en serio, tonta. Amo cada centímetro de ti.
– ¿Sí?
– Tu uno setenta y tres y medio -le aseguró él.
– ¡Setenta! -ella lo amenazó con un puñetazo-. Rata -murmuró.
Pero cuando él precedió a besar cada uno de sus centímetros para demostrárselo, ya no pudo continuar discutiendo.
– Pensé que si te dejaba en libertad podías hacer una nueva vida al margen de mí. Sin complicaciones, sin culpas.
– ¿Realmente has hecho eso por mí? ¡Oh, cariño, Abbie, no me extraña que Steve Morley no creyera que me habías dejado de amar!. El sacrificio es el sentimiento más puro que existe. Dudo que él lo conozca.
Abbie estaba preparando el desayuno cuando oyeron un ruido en la puerta.
– Adelante -dijo Abbie, esperando ver a Hugh.
Pero era el cartero que metió la cabeza por la puerta.
– ¿Es esto suyo? -le preguntó, mostrando un bolso-. Lo encontré en el campo, lleno de nieve.
– ¡Oh, sí! Gracias por traérmelo hasta aquí.
– Tenía que venir, de todos modos. Tengo una carta para usted. Siento la tardanza. Debí traerla el martes, pero las carreteras estaban cerradas todavía.
Era una carta con fecha del lunes y con la dirección del señor y la señora Lockwood.
– ¿Cómo está todo allí fuera?
– Transitable. Aunque creo que alguien terminó en la cuneta.
– ¡Oh, ésa fui yo! Pero no me pasó nada, excepto a mi coche. Si usted va al pueblo, ¿podría conseguir que alguien venga a buscarlo y que se lo lleve a un taller?
El cartero, acostumbrado a que le pidieran favores extraños de los lugares más aislados de la zona, le aseguró que lo haría.
– ¿Qué es eso?
– Una carta. De Jon y Polly.
Grey bajó las escaleras.
– ¡Oh, los amantes fugados! Me había olvidado de ellos. ¿Qué dicen?
Ella abrió la carta y comenzó a leer:
Queridos Abbie y Grey (espero que no te importe que te llame así, pero Querida Abbie y señor Lockwood sonaba fatal).
Jon y yo hemos decidido que ya que ninguno de vosotros es feliz; viviendo separados, nosotros tendríamos que hacer algo para solucionar vuestros problemas. Sé que crees que Grey tenía una amante, Abbie, pero Jon dice que no es así…
– ¿Y cómo lo sabe Jon? -se preguntó Grey, deslizando sus manos por la cintura de ella, apretándola más.
– Shh -lo acalló ella, y siguió leyendo:
…Y como parece ser que habéis sido tan felices en Ty Baeh pensamos que era el mejor sitio en donde podíais estar…
Abbie se rio.
Hablad entre vosotros, tomaos el tiempo que necesitéis. Yo estoy en casa de Jennie Blake y Jon se ha ido a pasar el resto del curso con su madre, así que, lamentablemente, esta vez no hay pasión, y no necesitas preocuparte por nosotros dos. Con cariño, Polly y Jon.
– «Hablad entre vosotros…». Tienes razón, Abbie. Es una lianta muy inteligente -dijo Grey.
– Mmmm… Tendrá que serlo para explicarle a su madre cómo llegó su coche hasta aquí y tuve un accidente con él.
– Seguro que sabrá hacerlo.
– Cuanto antes lo haga, mejor. Dijo el cartero que las carreteras ya están transitables.
– ¿Tienes prisa en irte, no? ¿Algún trabajo que te espera? -dijo él con un tono apenas tenso.
Ella le acarició el cuello.
– No, amor. No hay nada en el mundo que no pueda esperar.
– Entonces no creo que tengamos que salir corriendo. Déjalo para dentro de uno o dos días -él comenzó a besarla.
– ¡Grey! ¡Se está quemando el beicon!
Sin pensar en lo que estaba haciendo, él alargó la mano y quitó la sartén del fuego.
Margaret, bronceada por el sol, murmuró:
– ¿Por qué diablos no me lo dijiste, Abbie? Habría venido antes… -sonrió al ver a Grey cerrando el maletero-. ¡Es muy apuesto! Y tú estás estupenda también. ¿Cómo ocurrió?
– Pregúntale a Polly -le dijo riendo-. Ella tiene muchas cosas que contarte.
Margaret se volvió a su hija, frunciendo el ceño al ver en el cuello de Polly la cadena que Grey le había regalado por hacer de Cupido.
– ¿Ha sido mucha molestia? -preguntó Margaret ansiosa.
– No. Ha sido maravillosa. Puede venir y quedarse con nosotros siempre que quiera -Abbie abrazó a Polly y se miraron con una sonrisa de complicidad en los labios-. Eehhh… Ella te explicará por qué tienes un nuevo coche.
– ¿Qué?
Mientras Margaret abría asombrada el garaje y exclamaba al ver el coche nuevo, Abbie se sentó en el asiento del copiloto.
– ¿Lista para ir a casa? -le preguntó él.
– No veo la hora. Tengo un trabajo esperándome.
– ¿Tan pronto? Pensé… -Grey se encogió de hombros, luego se inclinó hacia adelante y puso el coche en marcha. Luego lo volvió a apagar.
– ¡No, maldita sea! ¡No voy a serenarme! -exclamó Grey, como hablando solo-. No quiero que des la vuelta al mundo. Te quiero en casa. Conmigo.
– Grey, ¿has decidido ser un hombre dominante y prohibirme que trabaje? -le dijo ella después de ajustarse el cinturón de seguridad.
– ¿Por qué no me pones a prueba? -gruñó él.
– Me tienta la idea -le contestó ella al ver que los ojos de Grey brillaban peligrosamente. Luego levantó las manos en señal de rendición-. Sólo estaba bromeando, amor mío. Te lo prometo, de verdad. Voy a trabajar en casa, por eso estoy tan ansiosa de volver y empezar mi rutina. Será divertido vernos a veces durante el almuerzo. Este nuevo proyecto necesita toda mi atención.
– Ya -dijo Grey, un poco apagado. Y luego encendió el motor del coche.
– ¿Cuándo tienes idea de comenzar el nuevo proyecto?
– ¡Oh! Ya está en camino…
– ¿Ya? ¿Cuándo…? -Grey se interrumpió-.Mira, ¿no puedes postergarlo un poco? Quería que nos fuéramos a algún sitio cálido, nosotros dos solos…
– ¡Oh! Me gusta la idea.
– ¿Estás segura de que no interferirá en tu nuevo proyecto?
– ¡Oh, no! Será perfecto. Puedo llamar al decorador mientras estamos fuera.
– ¡Decorador! -la miró extrañado.
– Sí, voy a necesitar una habitación especial, ya ves. Pensé que el estudio sería la más adecuada, ya que está junto al baño. Será la que se adapte mejor, porque tiene la fontanería al lado.
Él no contestó, y ella lo miró a los ojos.
– No pareces muy interesado en mi nueva aventura. Es muy excitante, de verdad.
– Yo puedo darte toda la excitación que necesites. Tendrías que haberlo hablado conmigo primero.
– Lo he intentado, pero esto simplemente… sucedió inesperadamente.
– Ya veo. ¿Quieres que haga algo? Aparte de desalojar el estudio, claro.
Abbie sonrió.
– Creo que has hecho todo lo que puedes hacer hasta este momento. Pero necesitaré tu ayuda de vez en cuando en los próximos meses. No te preocupes. Ya te lo diré con tiempo. Lo único que tendrás que hacer es tomarme la mano, apoyarme, y alentarme en el momento crucial. No quisiera que desaparecieras por una conferencia sobre un caso… en el momento vital -dijo ella con una sonrisa malévola.
Pero él seguía con el ceño fruncido.
– Supongo que necesitarás dinero para tu nuevo proyecto. La fontanería es cara. Y el equipo que puedes necesitar para el revelado también.
– ¿Revelado? -lo miró con una sonrisa pícara -¿qué te ha hecho pensar que voy a construir una sala de revelado?
– Eres fotógrafa. ¿Qué otra…? -la hizo darse vuelta-. Dime, Abbie, ¿este proyecto tuyo tiene un tiempo límite muy particular?
Ella bajó los ojos remilgadamente.
– Bueno, el tiempo inicial de producción es de nueve meses. Después de eso es… bueno, supongo que dura toda la vida.
Hubo un momento de silencio. Entonces Grey atravesó la habitación y le tomó las manos. Él estaba temblando. Ella le apretó los dedos para serenarlo.
– ¿Esperas un hijo mío, no? ¿Estás segura? Quiero decir… ¡Oh, Dios mío! ¡No sé lo que quiero decir!
– ¿No te importa? La otra vez que hablamos de esto no estabas muy entusiasmado. Yo diría incluso que te enfadaste.
– ¡Oh, amor mío! Cuando me dijiste que querías formar una familia sentí un momento de alegría, y luego agonía, cuando me di cuenta de que no podía ser en ese momento. Por eso estaba enfadado. Estaba enfadado con Robert y Susan, y Emma. Y sobre todo estaba enfadado conmigo, por involucrarme en todos sus estúpidos fracasos.
Él miró sus manos entrelazadas.
– Y entonces, cuando me dijiste que podrías desenvolverte bien con tu papel de madre y tu carrera… me enfadé contigo -dijo Grey-. Estaba equivocado, ¿no?
Entonces se desabrochó el cinturón de seguridad y le desabrochó el de ella y le puso una mano en el vientre.
– Aquí está. Hemos hecho una vida juntos. Abbie y Grey Lockwood se han transformado en un nuevo ser -dio él, emocionado.
– ¿Será un niño? -bromeó ella.
– Me da igual.
Él la tomó en sus brazos y la abrazó.
– Abbie no sé qué decir. Eres tan hermosa, tan buena, tan generosa, que no puedo creer que seas mía.
Siempre estaré a tu lado. Siempre -dijo con fervor.
Ella le tomó la cara entre sus manos y lo besó.
– Creo que debiéramos continuar esta conversación en casa. Me parece que tenemos público.
Él miró alrededor, y vio a tres niños mirándolos desde el otro lado de la carretera, entonces él se volvió a ella para preguntarle:
– No están interesados en nosotros, amor mío. Sólo miran el coche.
– ¿Estás seguro?
– Confía en mí.
Luego, cuando la volvió a mirar, ella se dio cuenta de que Grey no estaba hablando de los niños. Estaba pidiéndole que confiara en él el resto de su vida.
– Con toda mi alma, Grey, confiaré en ti -murmuró ella.
Entonces, con un gemido suave, Grey Lockwood tomó en brazos a su esposa, y sin importarle el público, la besó.