CAPÍTULO 9

Jarod salió del comedor conteniendo las lágrimas. Una hora más tarde, se encontró con Rick a la entrada del hospital de Cannon.

– Janine está mucho mejor, Jarod. Me alegro de que el obispo te haya llamado. Yo quería hacerlo, pero no sabía si…

– Sé perfectamente por qué no me llamaste, Rick -lo interrumpió él-. Lo que ahora me preocupa es si decirle o no a Brent la verdad antes de entrar en la habitación de Janine.

Su amigo sacudió la cabeza.

– Los dos se alegrarán de verte, eso es lo importante.

– Eso espero.

Mientras se dirigían a la habitación, sonó su teléfono móvil.

– Sydney…

– Hola, Jarod. Por la voz, Jarod la notó emocionada.

– ¿Te ocurre algo?

– No. Llamaba porque creía que tú me ibas a llamar antes de que empezara las clases. Como no lo has hecho… Bueno, sólo quería saber qué tal estás.

Él inspiró profundamente.

– Estoy bien, pero no es un buen momento para hablar. Te prometo que te llamaré en cuanto pueda.

– En ese caso, no te entretengo más.

– Sydney… espera…

Pero ella había colgado.

Cuando entraron en la habitación de Janine, encontraron a Brent, su esposo, a su lado. Aunque éste pareció sorprendido de ver a Jarod en traje de calle, le dijo a su esposa inmediatamente:

– Cielo, tienes visita.

– ¿El padre Kendall?

Jarod se aproximó por el otro lado de la cama.

– Ahora soy Jarod Kendall.

Ella abrió los ojos.

– Entonces es cierto. Te vieron en el aeropuerto con tu prometida.

– Sí. He dejado el sacerdocio para casarme con una mujer tan maravillosa como tú -Jarod estrechó la mano de su amiga-. Brent te necesita igual que yo necesito a Sydney, así que tienes que ponerte buena.

– Lo sabía -murmuró ella haciendo un esfuerzo-. Y espero que seas muy feliz.

– Gracias, Janine.

Después de charlar unos minutos más, Rick y él se marcharon. Rick lo acompañó hasta el coche.

– Kay y yo estamos encantados de ir a la boda. Tomaremos un avión a Gardiner mañana al mediodía. Te llamaré cuando lleguemos al hotel.

– Perfecto. Cenaremos los cuatro juntos.

Su amigo se quedó mirándolo un momento.

– ¿Qué tal te ha ido con el obispo?

– La visita me ha servido para afianzarme en mi decisión.

– En ese caso, me alegro por ti. Hasta mañana.

De camino a Bismarck, Jarod llamó a Sydney, pero le salió el contestador del móvil. Dejó un breve mensaje para decirle que iba de camino a Gardiner y que la llamaría más tarde.

Pero sabía que necesitaba hacer algo especial. Algo que le hiciera ver a Sydney que lo más importante del mundo para él era ella…

Una idea empezó a cobrar vida en su mente y llamó al teléfono de información de Montana. Cuando llegó al aeropuerto para tomar el vuelo de vuelta a casa, sonreía al pensar en la reacción de Sydney.


En su aula, Sydney se preguntó si lograría llegar al final de la clase. Después de no recibir ninguna llamada de Jarod durante la noche, lo había llamado por la mañana. Él, al contestar, se había mostrado distante y preocupado y su brusquedad la había dejado destrozada.

En ese momento se dio cuenta de que no podía seguir engañándose a sí misma. Jarod debía de haber decidido volver al sacerdocio, iba a dejarla.

Sydney estaba a punto de preguntarle la lección a Mike Lawson cuando, de repente, un hombre vestido de payaso y con una caja rectangular de una floristería entró en el aula. Su presencia alteró a todos.

Debía de ser el cumpleaños de alguna alumna, pensó Sydney.

– Tengo un regalo para una persona. Os voy a dar una pista, sus iníciales son S.A.T.

Los chicos rieron y el payaso empezó a bromear con ellos, mientras los instaba a adivinar para quién eran las flores.

– Os voy a dar otra pista. Esta persona tenía un pony que se llamaba Pickle.

A los chicos el nombre les pareció gracioso. Sydney parpadeó. Cuando era pequeña, tenía un pony que se llamaba Pickle.

Las flores eran para ella. Sydney Anne Taylor. El corazón le latió con fuerza. Las flores debía de haberlas enviado Jarod, pero no podía creer que recordara un detalle tan insignificante.

Sydney se levantó de su asiento.

– La clase está a punto de terminar. Como no parece haber nadie con esas iníciales, será mejor que me dé la caja y yo me encargaré de que le llegue a su dueña.

Las gracias del payaso coincidieron con el timbre que anunciaba el fin de la clase. Sydney agarró la caja y todo el mundo salió del aula, excepto Steve.

El chico le sonrió traviesamente.

– Apuesto a que son para ti.

– Vamos a averiguarlo.

Excitada, Sydney abrió la tapa de la caja. ¿Qué demonios…?

El chico se quedó mirándola.

– ¿No te gustan?

– Sí, claro… -pero las lilas, en general, eran las flores de los funerales. El final. Para ella, no significaban nada bueno.

Entonces vio la nota. La levantó con manos temblorosas y leyó:


«Este corto viaje a Bismarck ha sido revelador. Antes de vernos, quiero que sepas que el camino que he elegido es el correcto. Jarod».


Sydney contuvo un sollozo para que Steve no notara nada.

«¿Lo que Jarod me está diciendo es que nuestro amor no significa nada para él?»

Del dolor tan intenso que sentía, no podía ni llorar.

– Sydney…

Ella sacudió la cabeza.

– Estoy bien, Steve. Es sólo que la persona que me ha enviado las lilas no sabe que soy alérgica a ellas. ¿Querrías llevárselas a tu madre?

– ¿Estás segura?

– Sí, completamente segura.

Al salir del instituto, su móvil sonó y vio que era Jarod, pero no respondió la llamada por el terror que le daba que le dijera que la boda se había suspendido. Dejó que el teléfono continuara sonando y se dirigió directamente a Old Faithful.


El vuelo había salido con retraso. Jarod salió del aeropuerto y se dirigió directamente a casa de Sydney. ¿Por qué no había contestado el teléfono? No sabía si había recibido las flores o no.

Agarró el volante con fuera mientras esperaba a que el semáforo se abriera para los coches. Fue entonces cuando vio el jeep de ella en dirección a Mammoth y a toda velocidad.

Él le había dejado un recado en el contestador diciéndole que, después de las clases, lo esperase en su casa. Lo pensó bien y decidió que ése no podía haber sido el jeep de Sydney.

Sin embargo, cuando llegó a casa de ella, no vio el jeep aparcado por ninguna parte y Sydney no estaba en casa. Quizá sí había sido el coche de Sydney el que había visto. Pero… ¿por qué no lo estaba esperando?

Decidió volver a llamarla por teléfono y sintió un gran alivio cuando ella contestó.

– ¿Sí?

– Sydney, ¿dónde estás? Llevo intentando localizarte mucho tiempo.

– He estado ocupada después de las clases.

Casi no le reconocía la voz.

– ¿Has recibido las flores?

– Sí.

Jarod frunció el ceño. Algo andaba mal.

– Si he interrumpido la clase… lo siento.

– No. Las han traído cuando la clase estaba acabando.

– Cariño…

– Si no te importa, estoy ocupada y no puedo seguir hablando. Quizá más tarde.

Jarod oyó el clic del teléfono. Sydney no se estaba comportando con normalidad.

Angustiado, Jarod marcó el teléfono de información del parque nacional y pidió que le pusieran con el jefe de seguridad.

Después de un minuto, le respondieron:

– Smith al habla.

– Larry, soy Jarod Kendall.

– ¡Hola! ¿Qué tal estás? -Me temo que no muy bien.

– ¿Qué te ocurre?

– No lo sé, pero estoy preocupado. Hace unos diez minutos he visto a Sydney en su jeep en dirección a Mammoth. Ha habido un malentendido entre los dos.

Jarod se aclaró la garganta antes de añadir:

– La verdad es que creo que algo no anda bien, Larry. Por favor, si tú o algún otro de los guardabosques vierais a Sydney, ¿os importaría avisarme? Voy de camino a la entrada norte, en busca de ella. Puedes llamarme al móvil.

– Ahora mismo enviaré un aviso. Si aparece en el parque, te aseguro que la encontraremos. Tranquilízate.

– Gracias. Te debo un favor.

– Para eso están los amigos.

A Jarod le había gustado Larry desde el primer momento y ahora sabía por qué.


Antes de llegar a Norris, Sydney oyó una sirena. Al cabo de unos segundos, se dio cuenta de que la estaban siguiendo a ella.

¿Qué demonios ocurría?

Se detuvo y se bajó del jeep inmediatamente. Se trataba de un par de jóvenes guardabosques de patrulla. Ella se acercó a su furgoneta mientras los jóvenes se bajaban.

– ¿Qué ocurre, chicos?

Los dos sonrieron traviesamente. Mientras uno de ellos llamaba por un móvil, el otro le dijo:

– Hola, Sydney. Smith nos ha dicho que te buscáramos y que, si te encontrábamos, te detuviéramos y registráramos tu coche.

– ¿Qué?

– Lo que oyes. Nosotros sólo estamos obedeciendo órdenes.

Con el ceño fruncido, Sydney volvió a su vehículo y abrió la puerta del conductor.

– Adelante, regístralo.

Los dos guardabosques empezaron a registrar el vehículo. Al cabo de unos minutos, Sydney vio un coche azul detenerse detrás de la furgoneta patrulla. ¿Jarod?

Casi se mareó al verlo avanzar hacia ella con sus largas y fuertes piernas.

Los guardabosques asintieron en su dirección y se marcharon. Transcurrieron unos segundos antes de que Sydney se diera cuenta de que aquellos jóvenes la habían detenido por petición de Jarod.

– No sé a qué estás jugando, pero te aconsejo que te subas al coche, des la vuelta y regreses a Gardiner -dijo Jarod muy serio.

Ella temblaba.

– ¿Cómo te has atrevido a meter a Larry en esto?

– Es evidente que no me conoces lo suficiente como para darte cuenta de que soy capaz de cualquier cosa en lo que se refiere a ti.

– Sí, claro que lo comprendo -dijo ella con furia-. Lo comprendí cuando recibí esas flores. No era necesario que te molestases de esa manera.

Jarod respiraba sonoramente.

– Creía que a las mujeres os gustaban las rosas.

– ¿Rosas? -gritó ella-. ¡Me has enviado lilas!

Jarod la miró fijamente.

– No. Te he enviado una docena de rosas de color rosa.

– ¿En serio me has enviado rosas? -preguntó ella con incredulidad.

– Puedes llamar a la floristería para comprobarlo si quieres.

– Tu nota venía con lilas.

– En ese caso, han cometido un error.

A Sydney le resultó dificultoso tragar.

– En ese caso… supongo que… que alguien ha cometido una equivocación. Jarod… no sé qué decir.

– No quiero que digas nada -respondió él muy serio-. Quiero que te metas en el coche. ¿O prefieres que te lleve a casa en el mío?

– No. Me reuniré allí contigo.

Los ojos de él se oscurecieron. Sydney se subió a su jeep, pero temblaba tanto que le resultó difícil meter la primera marcha.

Ahora que se había aclarado lo de las flores, ¿por qué estaba Jarod tan enfadado, cuando era ella la que estaba muriendo por dentro? ¿Acaso no se había dado cuenta él del daño que le había hecho al no llamarla desde Bismarck?

El trayecto hasta su casa fue agonizante. Una vez dentro, él cerró la puerta; después, cruzó los brazos sobre el pecho con expresión amenazante.

Aquel aspecto de Jarod era desconocido para ella.

– Dime una cosa, Sydney -le espetó él-. ¿Por qué me has rehuido? ¡Y quiero la verdad!

Sydney trató de mirar a cualquier parte menos a él.

– No lo comprenderías.

– ¡Pues haz que lo comprenda! -exigió él, dando un paso hacia ella.

– Como no llamaste ayer por la noche ni esta mañana, empecé a imaginar… cosas.

– Continúa.

Sydney casi no podía respirar.

– Jarod…

– La verdad.

– Tenía miedo de que no volvieras.

Jarod apretó los dientes y endureció la mandíbula.

– ¿Me creías capaz de hacerte eso?

Sydney sacudió la cabeza.

– No lo sé.

– Se supone que vamos a casarnos pasado mañana.

– Y yo llegué a creer que no habría boda.

– Porque supusiste que, de nuevo en Bismarck, cambiaría de idea y no querría casarme contigo, ¿verdad?

Sydney se pasó las palmas de las manos por las caderas con gesto nervioso.

– Tenía miedo del poder del obispo sobre ti.

La expresión de Jarod se ensombreció.

– Sólo hay una persona con esa clase de poder sobre mí. ¡Y esa persona eres tú y lo sabes!

– Es que aún me cuesta creerlo. Esta mañana, cuando te he llamado, llegué a la conclusión equivocada.

Jarod se pasó la mano por los cabellos.

– Por eso te mandé flores. Mi visita a Tom sirvió para afianzarme en mi decisión. Estaba deseando volver aquí para hablar contigo al respecto y lo que tenía que decirte no podía hacerlo por teléfono.

Sydney respiró profundamente.

– Sí, ahora me doy cuenta.

– ¿Sabes lo que más me duele? Que te marcharas al parque con la esperanza de que no te encontrara.

– No era eso exactamente, Jarod. Me sentía muy mal y quería ir a ver a Gilly para hablar con ella.

– Soy yo la persona con la que tienes que hablar. Voy a ser tu marido.

Sydney bajó la cabeza.

– Lo sé. Pero como has sido sacerdote…

– Soy simplemente un hombre -la interrumpió Jarod-. Soy un hombre a quien un amigo, que es obispo, le pidió que fuera a visitarlo.

Sydney alzó la barbilla ligeramente.

– Por favor, Jarod, no hables como si se tratara de algo sin importancia.

Jarod frunció el ceño.

– Crees que fui a ver al obispo porque estaba tentado de volver a la Iglesia, ¿verdad? De volver a la vida que había estado a punto de dejar por una mujer.

– ¡Sí! -gritó Sydney echando la cabeza atrás con gesto desafiante-. ¡Eso pensé!

El semblante de Jarod se endureció.

– Las rosas que te envié significaban que volvía a ti. Eran una forma de decirte que siempre sería tuyo. Pero si aún dudas de ello, no puede haber nada entre tú y yo, Sydney. ¿Quieres saber por qué quería verme el obispo?

Jarod se quedó mirándola durante unos segundos antes de continuar:

– Es cierto que el obispo quería que volviera al sacerdocio. Al presentársele la oportunidad, la aprovechó para hacerme reconsiderar mi decisión.

Sydney le lanzó una mirada alarmada.

– ¿Qué oportunidad?

– Un coche ha atropellado a la secretaria que me ayudó a buscarte. Creían que iba a morir. Ella había preguntado por mí. En fin, cuando llegué al hospital, estaba mejor.

– Menos mal…

– Janine es una amiga extraordinaria y también es una madre y una esposa maravillosa. El obispo me recordó que, al igual que ella, había otras personas que me necesitaban. Me preguntó si la mujer a la que yo amaba me necesitaba más que mis antiguos feligreses.

Jarod suspiró y prosiguió.

– Esta mañana, le he respondido que sí, que tú me necesitabas más. Me necesitabas para que tu vida estuviera completa. Le dije que a mí me ocurría lo mismo respecto a ti. Sin embargo, creo que estaba equivocado. No me necesitas lo suficiente para superar tu complejo de culpa o tu miedo a perderme. Me he entregado a ti por completo, pero no es suficiente para ti. Me da miedo tener que pasarme la vida intentando demostrártelo.

Jarod sacudió la cabeza y luego la miró fijamente.

– Así no se puede vivir, Sydney. Llamaré al pastor para cancelar la boda. Diles a tus amigos lo que quieras, yo avisaré a los míos -la mirada de Jarod se oscureció- Hay miembros de la junta directiva de AmeriCore que quieren deshacerse de mí. Van a conseguirlo sin tener que enfrentarse a nadie.

Jarod se dio media vuelta y se marchó del apartamento.

Sydney corrió tras él. Lo llamó, pero Jarod se metió en el coche y desapareció.

A Sydney el mundo se le vino abajo.

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