Después de deshacer el equipaje, Sydney se dio una ducha y se vistió para salir a cenar.
Jarod iba a ir a recogerla. Hacía poco, habían hablado por teléfono y habían decidido casarse cuanto antes. Jarod había hablado con un pastor que tenía libre para casarles el sábado de la semana siguiente o el otro. Iban a obtener la licencia de matrimonio enseguida.
Cuando Jarod llegó, salieron inmediatamente del piso de ella y al cabo de diez minutos entraron en el restaurante del Moose Lodge.
Les condujeron a una mesa junto a un ventanal con vistas a un pinar. La atractiva camarera de cabellos rojizos no lograba apartar los ojos de Jarod.
– ¿Es usted un nuevo guardabosques? -preguntó mientras les daba la carta y ellos elegían el menú.
Ningún hombre en aquel comedor poseía el atractivo y el carisma de Jarod.
– No. Mi prometida y yo estamos celebrando esta noche nuestro compromiso matrimonial.
La camarera apenas disimuló su desilusión.
– ¿Les apetece champán con la cena?
Jarod arqueó las cejas con gesto interrogante.
– ¿Sydney?
– No, gracias.
– No, no vamos a tomar champán.
Después de tomar nota de lo que iban a cenar, la camarera dijo:
– En ese caso, los dejaré solos. Que disfruten de la cena.
– Gracias -murmuró Jarod sonriendo a Sydney-. ¿Quieres que pidamos vino? -le preguntó después de que la camarera se hubiera marchado.
– No me gusta el alcohol. Cuando era azafata, me emborraché una vez entre dos vuelos y no he vuelto a probarlo.
– Yo también le tengo aversión desde joven, desde que un día, al volver del colegio, me encontré a mi madre completamente borracha, tirada en la cama. Yo quería que se levantara de la cama, se despejara y dejara a mi padre. Pero mi madre no podía hacerlo. A mí me parecía la cosa más sencilla del mundo. Ni siquiera después de estudiar Psicología, fui capaz de hacer algo para ayudarla a superar su alcoholismo.
– Ha debido de ser terrible para ti, Jarod.
– Sí, así es. Sin embargo, algo bueno he sacado de ello: nunca me he dado a la bebida.
– Lo comprendo -dijo Sydney-. Yo también me alegro de que aquella mala experiencia me hiciera detestar el alcohol.
Jarod le sonrió.
– ¿Qué pasa? -preguntó Sydney curiosa.
– Nada, es sólo que me sorprende la conversación que estamos teniendo. En Cannon no podíamos hablar de estas cosas ni mostrar interés el uno por el otro.
– No me lo recuerdes -Sydney gruñó.
– Es como si fuéramos dos niños tratando de aprender cosas el uno del otro con la mayor rapidez posible.
– ¡Gracias a Dios que no somos niños! -exclamó ella-. Si tuviera que esperar a hacerme mayor, me volvería loca.
La risa de Jarod se le contagió y le hizo darse cuenta de que jamás había sido tan feliz.
– Hablando de locura, ¿qué día vamos a casarnos? ¿El sábado siguiente o al otro?
Sydney respiró profundamente antes de contestar.
– Si nos casáramos dentro de dos semanas, daríamos más tiempo a nuestras familias para pensarlo bien y quizá decidieran asistir a la boda.
– A veces ocurren milagros. Quizá incluso tus padres cambien de idea y decidan venir a darnos su bendición.
– Para entonces, Gilly y Alex habrán regresado.
– En ese caso, está decidido. Dentro de dos semanas.
Sydney asintió.
– ¿Crees que vas a disfrutar trabajando en AmeriCore?
– Sí. Será como trabajar en la parroquia, pero con mayor volumen de personas. Maureen me ha dicho que hay tres mil empleados, lo que significa muchos problemas laborales. Voy a sentirme como en casa.
Ella sabía que Jarod hablaba en serio, pero también sabía que no sería lo mismo para él.
– ¿Sydney? -una voz de hombre a sus espaldas la hizo sobresaltarse.
Sydney volvió la cabeza.
– ¡Hola, Larry!
Los ojos de él se clavaron en el brillante que Sydney llevaba en la mano izquierda. Y sonrió traviesamente.
– Vaya, qué callado te lo tenías. Me encantaría que me presentaras al hombre que ha logrado lo imposible contigo.
Una suave carcajada escapó de la garganta de ella. Sydney apreciaba mucho a aquél corpulento guardabosques.
– Larry Smith, te presento a mi prometido, Jarod Kendall -los ojos de Sydney se iluminaron-. Querido, Larry es el jefe de seguridad del parque.
Jarod se había puesto en pie. Los dos hombres se estrecharon la mano.
Ella miró a su alrededor.
– ¿No está tu esposa contigo?
– Esta noche no. He venido a Gardiner para tratar de un asunto con el sheriff y hemos cenado juntos.
– Si no estás ocupado, ¿por qué no te sientas con nosotros? -sugirió Jarod.
– Gracias. Encantado de sentarme unos minutos con vosotros.
Larry agarró una silla de la mesa contigua y se sentó con ellos. La camarera se acercó y Larry pidió un café. Luego, se quedó observando a Jarod un minuto.
– Me sorprende que hayáis logrado mantener en secreto vuestra relación tanto tiempo.
– Eso es porque Sydney me conoció cuando yo era sacerdote en Dakota del Norte -respondió Jarod-. No teníamos relaciones, hasta que decidí dejar el sacerdocio y casarme con ella. Pero Sydney no lo supo hasta la semana pasada.
Larry digirió la información con extraordinario aplomo.
– ¿Cuánto tiempo fuiste sacerdote?
– Diez años.
Larry lanzó un silbido antes de mirar a Sydney.
– Vaya, el misterio se ha revelado.
– ¿Qué quieres decir?
– Ningún tipo que yo conozca ha conseguido acercarse a ti de esta manera -entonces, se volvió a Jarod-. Te llevas lo mejor de lo mejor.
– Lo supe desde el momento que nos conocimos -respondió Jarod con voz algo ronca.
– Me alegro de que dejaras el sacerdocio.
A Sydney le sorprendió la reacción de su antiguo compañero de trabajo.
– He sido católico toda mi vida y espero que no te moleste lo que voy a decir: siempre me dieron pena los sacerdotes -añadió Larry.
– No puede molestarme la sinceridad -comentó Jarod-. El celibato va contra la naturaleza humana, pero muchos sacerdotes han aprendido a vivir así. Yo creí ser uno de ellos, hasta que conocí a Sydney.
Larry sonrió a su amiga.
– Bueno, felicidades a los dos. ¿Cuándo es la boda?
– Dentro de dos semanas, el sábado.
– ¿Dónde?
– En una iglesia de Ennis -contestó Sydney.
– ¿Va a ser una ceremonia íntima?
Ella miró a Jarod, preguntándole en silencio cómo quería que fuera la ceremonia.
– A Sydney y a mí nos encantaría que tu esposa y tú vinierais a la boda.
Larry asintió.
– Allí estaremos. ¿A qué hora?
Con entusiasmo, Sydney respondió:
– Os llamaré a ti y al jefe Archer tan pronto como sepamos los detalles. Gilly todavía no sabe nada, pero queremos que Alex y ella vengan también.
Los ojos de Larry brillaron.
– Es natural. Las dos sois muy amigas -se volvió a Jarod-. Gilly también es una belleza, como Sydney. Todos los guardabosques del parque estaban tontos con ellas. Más de uno se va a tirar de los pelos cuando se entere de que un forastero se ha llevado a Sydney.
– Eso es verdad, soy un forastero.
– No lo he dicho por ofender, te lo aseguro.
Jarod sonrió ampliamente.
– Lo sé.
– Bueno, será mejor que me vaya antes de que mi esposa empiece a preocuparse por la tardanza. Ha sido un placer conocerte, Jarod. Cuando volváis de la luna de miel, estaré encantado de dar una fiesta en vuestro honor. Así podrás conocer a todo el mundo. Bueno, que os divirtáis.
– Gracias, Larry -dijo Sydney mirando a su amigo con ojos llenos de cariño y agradecimiento.
– Estoy deseando conocer a todos los amigos de Sydney -declaró Jarod poniéndose en pie para despedirse del otro hombre.
Tan pronto como Larry se hubo marchado, Jarod dijo:
– ¿Te parece que nosotros también nos vayamos ya?
– Bien.
Después de dejar unos billetes en la mesa, se marcharon del restaurante. No tardaron mucho en llegar al piso de ella.
Jarod la estrechó en sus brazos y la besó.
– Me vuelves loca. Estoy deseando ser tuya -dijo Sydney mirándolo a los ojos.
– Te deseo tanto que… voy a tener que marcharme inmediatamente.
– ¡No!
– Sydney… -dijo Jarod con angustia-. No me lo pongas más difícil de lo que ya es.
– ¿Por qué no pasamos la noche abrazados simplemente?
– ¿En serio crees que podríamos durar así más de cinco minutos?
– Ninguno de los dos lo sabemos.
– No, no puedo -respondió Jarod y, al momento, la soltó y dio un paso atrás.
– ¿Porqué?
Jarod suspiró profundamente.
– Quiero hacerlo todo correctamente. Sydney, nuestro amor es un sacramento. Sería perjudicial para ambos cometer un error ahora.
A Sydney le maravilló la integridad de aquel hombre.
– Ojalá fuera tan fuerte como tú.
Los ojos de él brillaron de emoción.
– Estás equivocada. Yo soy el débil. ¿Se te ha olvidado que fui yo quien vino a buscarte?
¿Débil él?
¿Acaso consideraba una debilidad amarla? De ser así, ¿acabaría despreciándola por ello?
Sydney no lograba disipar el miedo a que Jarod se arrepintiera de su decisión.
Y eso podría destruirla, como su madre había vaticinado.
La primera semana de trabajo había transcurrido bien. Cuando sonó el timbre anunciando el fin de la clase, Sydney lanzó un suspiro de alivio. Iba a reunirse con Jarod en media hora y luego ambos se reunirían con el pastor para ultimar los detalles de la boda.
¡Sólo una semana más para ser la señora Kendall!
Recogió sus cosas para marcharse pero, en ese momento, vio a Steve Carr asomar la cabeza por la puerta.
– ¿Puedo hablar contigo un momento?
– Claro. Pasa, Steve. ¿Qué ocurre?
– En la cafetería he oído hablar a unos chicos sobre el hombre con el que vas a casarte… y no podía creerlo.
Ella lo miró con expresión franca.
– Si lo que quieres es saber si voy a casarme con un hombre que era sacerdote la respuesta es sí.
Steve se quedó mirándola un momento.
– ¿Es el tipo que vino el día de la presentación? Parece simpático.
– Lo es.
Debido al programa de ayudante a guardabosques para los chicos durante el verano, Steve y ella se habían hecho buenos amigos.
– Sé que hay algo más. ¿Qué es, Steve?
El chico encogió los hombros antes de contestar.
– Linda Smoot está diciéndole a todo el mundo que va a ir al infierno por lo que ha hecho.
Sydney cruzó los brazos.
– Y su padre también ha dicho que va a hacer que lo echen del trabajo y que a ti te va a hacer la vida imposible si os casáis -añadió Steve.
– Gracias por decírmelo, Steve.
Furiosa por las habladurías, Sydney fue rápidamente a su casa, se duchó y se puso unos vaqueros y un suéter. Cuando acabó, era la hora de que Jarod llegara a recogerla.
Pero una hora después, Jarod no se había presentado en la casa ni había llamado. Sydney decidió ir en su coche a AmeriCore a buscarlo.
– Hola, Maureen -dijo Sydney cuando llegó a las oficinas de AmeriCore.
La otra mujer, mayor que ella, apartó los ojos de la pantalla del ordenador y le dijo:
– Supongo que ya lo sabes.
Sydney se acercó a su mesa.
– ¿Qué pasa? Uno de mis alumnos me ha dicho que Jarod tenía problemas, pero yo pensé que eran habladurías.
Maureen le lanzó una mirada compasiva.
– Ojalá fuera así. Jarod está en su despacho con el abogado de la empresa. Como he sido yo quien lo ha contratado, mi puesto de trabajo también está en peligro.
– ¿Porqué?
– Algunos miembros de la junta directiva de AmeriCore aquí, en Montana, han decidido que un antiguo sacerdote no es la persona indicada para ocupar el puesto de psicólogo de la empresa.
– ¡Eso es absurdo! Lleva realizando ese tipo de trabajo diez años. Está licenciado por la universidad de Yale y ha asistido a cursos especiales en una escuela profesional en Minnesota.
– Y por eso lo contraté.
– ¿Quiénes son los miembros de la junta directiva?
– Entre otros, Tim Lockwood y Randall Smoot.
Ahora lo comprendía.
– La hija de Smoot, Linda, está en mi clase de inglés. Ha estado divulgando rumores por el colegio.
– No me sorprende nada. Su familia es muy influyente, son gente de mucho dinero.
Lo que Maureen no sabía era que, en lo que al dinero se refería, Jarod estaba respaldado por la fortuna de la empresa Kendall. Si necesitaba ayuda de un abogado, su hermano Drew era un abogado importante en Nueva York. Randall Smoot no podía compararse a un Kendall.
– ¿Sydney?
En el momento en que oyó la voz de Jarod, Sydney corrió hacia la sala de conferencias, de la que Jarod acababa de salir junto a otro hombre de mediana edad.
– Cariño, éste es Jack Armstrong, el abogado de la empresa que ha venido de Chicago. Jack, ésta es mi prometida, Sydney Taylor.
– Encantada -lo saludó Sydney, y le estrechó la mano.
Al cabo de unos momentos, el abogado se despidió de ambos y se marchó. Cuando se quedaron solos, Jarod la hizo entrar en la sala de conferencias, cerró la puerta y la tomó en sus brazos para después besarla con profunda pasión.
– ¿Pueden hacerte algo? -preguntó Sydney al cabo de unos minutos, cuando separaron sus labios.
– Si un grupo de gente decide ir por ti y tienen el dinero suficiente para hacerlo, sí que pueden hacerme daño.
– ¿Porque nadie que haya sido sacerdote puede ocupar este puesto de trabajo? Si eso fuera verdad, Maureen no te habría contratado.
– No, eso no pueden hacerlo. Pero sí pueden decir que un hombre que ha vestido sotana y que después la ha abandonado no es la persona idónea para aconsejar a otras personas con problemas. Ahí sí pueden hacerme daño.
– Steve Carr me comentó que algo pasaba. Me dijo que la hija de Smoot estaba hablando de ti en el colegio.
La expresión de Jarod se tornó impenetrable.
– Aún no nos hemos casado y mi trabajo ya está en peligro por haber sido sacerdote.
Sydney lo besó en los labios.
– Si crees que me importa lo que la gente piense es que no me conoces.
Jarod la estrechó contra sí.
– He retrasado la cita con el pastor para esta noche -dijo Jarod al cabo de unos momentos-. Lo que más me preocupa de este asunto es que el trabajo de Maureen también corre peligro.
– Maureen ha demostrado ser una mujer inteligente al contratarte -Sydney sonrió-. Hay que enfrentarse a la gente como Smoot. Las personas así deberían reflexionar sobre sí mismas en vez de juzgar a los demás con tal estrechez de miras.
– Sí, es horrible.
Jarod le dio un apasionado beso en la boca.
– Bueno, ¿te parece que vayamos a reunirnos con el pastor para arreglar el asunto de nuestra boda?
A Sydney le encantó oír una nota de alegría en la voz de él.
– Perfecto.
Agarrados del brazo, salieron de la sala de conferencias.
Jarod se detuvo delante del escritorio de Maureen.
– Buenas noches, Maureen.
– Buenas noches a los dos. Hasta el lunes, Jarod.
– Me encanta que seas tan optimista.
La otra mujer lanzó una carcajada.