CAPÍTULO 9

ASÍ COMENZÓ una época dorada para Martha. En algunos aspectos nada había cambiado. Lewis iba a trabajar cada día y ella seguía ocupándose de la cocina y de los niños.

Pero otras cosas sí que habían cambiado. Martha nunca se había sentido tan realizada, tan completa, tan viva. Nunca antes había sentido que la felicidad pudiera llegar a ser una sensación física. Sentía un estremecimiento interior que se extendía por todo su cuerpo cada vez que estaba con él.

Era feliz cuando miraba a los bebés; cuando desde el porche vislumbraba el reflejo del mar entre las palmeras; cuando se despertaba cada mañana junto a Lewis y recorría con su mano su ancho pecho; cuando lo besaba y disfrutaba del olor de su piel.

Lewis estaba feliz. En ocasiones, Martha se detenía observando cómo jugaba con los niños y sentía que su corazón se derretía. Cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era besarla y tomar en sus brazos a Noah o a Viola y hacerles carantoñas hasta hacerlos gritar de alegría. En esos momentos se sentía locamente enamorada de él.

Más tarde, cuando los bebés dormían, se sentaban en el porche y hablaban. Muchas veces Martha perdía el hilo de la conversación pensando en lo que sucedería un rato más tarde, en la cama. Entonces, sentía un escalofrío de placer. Sabía que una mirada era suficiente para que Lewis la hiciera sentar sobre su regazo. En cualquier momento, ella podía alargar su mano y acariciarlo. Y cuando no pudieran esperar más, él la llevaría a la cama y le haría el amor.

Nunca hablaban del futuro. En ocasiones, Martha trataba de imaginar lo que pasaría una vez transcurrieran los seis meses. Pero rápidamente se contenía. No quería pensar en ello. Sólo quería disfrutar el presente. Lewis también parecía feliz. Quizá se estuviera acostumbrando a vivir en familia, pero no quería preguntarle. Prefería que fuera él quien sacara el tema. En el fondo, Martha sabía que tenía que encontrar a Rory. Tenía que hablarle de su hijo, pero no tenía prisa por hacerlo. Todo lo que le preocupaba era el presente.

Así que disfrutaba de cada momento. Ella era feliz y Noah también. No podía pedir más.

– ¿Qué te parece si organizamos otra cena? -le preguntó Lewis un día.

Ella puso una cacerola sobre la lumbre y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sonrió.

– ¿A quién quieres invitar? -dijo, mientras Lewis la tomaba por la cintura.

– Al ingeniero residente y su esposa, al gerente y a un par de contratistas. También podemos invitar a Candace.

– ¿Candace? -dijo Martha sorprendida-. ¿Por qué?

– Tiene muchos contactos y pueden venirnos bien -respondió Lewis-. Será de gran ayuda.

Martha apretó los labios tratando de contenerse y se deshizo de los brazos de Lewis. Pretendió estar consultando una receta.

– Está bien -dijo Martha por fin.

– ¿No estarás celosa de Candace, verdad? -preguntó él con tono de sorna.

– No -mintió ella, pero sus ojos se encontraron con los de él y no le quedó más remedio que admitir lo evidente-. Bueno, quizás un poco. Es tan perfecta…

Lewis la hizo girar y la tomó con fuerza por la cintura. La miró fijamente.

– No tienes por qué estar celosa de ella -le dijo.

Martha observó la expresión de su rostro y lo que allí vio hizo que su corazón latiera desbocado. Ningún hombre miraría a una mujer de aquella manera si estuviera interesado en otra, y menos un hombre como Lewis. Estaba siendo inmadura.

– Sí, lo sé -dijo por fin. Pero no sentía ningún deseo de volver a ver a Candace.

Esa vez, la cena no fue el desastre que había sido la vez anterior. Martha controló todo a la perfección e incluso tuvo tiempo suficiente para arreglarse. Pero no pudo dejar de sentirse intimidada por la estricta perfección de Candace. Parecía que, hiciera lo que hiciera, siempre había algún descuido y ello se debía al hecho de ser madre.

Pero no le importaba. Si tenía que elegir entre ser la mujer perfecta o ser madre, tenía clara cuál sería su elección. Aun así, era un placer poder combinar ambas facetas.

Lewis y ella se comportaron como si nada ocurriera entre ellos. Pero Candace enseguida se percató que había algo entre ellos. Martha se dio cuenta de que no dejaba de observarlos con sus fríos ojos azules.

Candace no hizo ningún comentario, pero en cuanto se produjo el primer silencio en la conversación, aprovechó la ocasión y, dirigiéndose hacia Martha, le preguntó si había conseguido encontrar a Rory.

Martha miró a Lewis y observó con disgusto cómo la expresión de su rostro se endurecía al oír mencionar el nombre de Rory. Si la intención de Candace era recordar el propósito de su viaje, había acertado plenamente.

– No, todavía no -respondió Martha tras unos instantes de duda.

– Es una historia muy romántica -dijo Candace dirigiéndose al resto de invitados-. Martha perdió el contacto con el padre de su bebé y ha venido hasta aquí sólo para buscarlo, así que si alguno conocéis a algún biólogo marino, tenéis que avisarla.

Aquel comentario era una manera indirecta de decir que se acostaba con cualquiera, que se había quedado embarazada en un descuido y, por ello, había decidido atravesar continentes en busca de Rory, el padre de su hijo, con quien ni siquiera se había molestado en mantener el contacto.

Estaba claro que Candace estaba decidida a hacer todo lo posible por alejarla de la vida de Lewis, pensó Martha. Si hubiera estado segura de los sentimientos de Lewis, aquella situación habría sido divertida. Pero tenía la impresión de que sus desagradables comentarios lo estaban afectando.

Candace trató de sacar el tema de la maternidad y lo difícil que parecía ser para Martha, pero nadie mostró interés, así que acudió a otro de sus temas favoritos: los niños. Lo hizo de una forma muy astuta, elogiando en primer lugar a Martha por su paciencia.

A continuación recordó a los presentes, principalmente a Lewis, lo absorbentes que podían ser los bebés. Por último, preguntó a Lewis si esperaba tener noticias de su hermana en breve.

– Savannah debe de estar deseando tener a su hija de vuelta con ella -dijo Candace-. Debo decir que es admirable cómo te has ocupado del cuidado de Viola, trabajando a la vez en esos proyectos tan importantes.

– Es Martha quien se ha ocupado de cuidarla -dijo con tono cortante, que Candace pareció no advertir.

– Sí, cierto. Sé que es una niñera maravillosa -dijo poniendo a Martha en su sitio-. Pero no has tenido más remedio que hacerte cargo de tu sobrina. Recuerdo cuando me dijiste lo importante que era para ti tener una casa ordenada y tranquila. Estoy totalmente de acuerdo. Con un bebé cerca, eso será imposible, ¿no?

Le faltó recordarle que su vida volvería a ser perfecta tan pronto como se deshiciera de Viola y, de esa manera, ya no tendría sentido que Martha y Noah permanecieran allí, pero poco le faltó para hacerlo. Lewis permanecía callado y Martha temía que las palabras de Candace hubieran provocado el efecto que tanto buscaba.

Martha sintió que se le helaba la sangre. Habían sido muy felices. Candace no podía echarlo todo a perder de aquella forma.

Temía el momento en que los invitados se marcharan. Imaginaba que Lewis estaría recordando cómo solía ser su vida. Pero en cuanto la puerta se cerró después de que se hubieran ido, él suspiró aliviado.

Martha estaba recogiendo las tazas de café, convencida de que le diría que no quería continuar su relación con ella. Por eso, cuando Lewis se acercó y tomó sus manos, se sorprendió.

– Déjalo -le dijo Lewis-. Podemos recoger todo esto mañana. Vámonos a la cama.

No dijo nada más. Le hizo el amor con tanto apasionamiento que Martha se quedó temblando. Se sentía satisfecha y a la vez preocupada. Él también estaba pensativo.

– ¿Qué pasa? -le preguntó en voz baja, tumbados uno junto al otro.

– Nada -respondió Lewis.

No podía explicarle lo que había sentido mientras escuchaba los comentarios de Candace. Había deseado que se callara de una vez. No le gustaba oír hablar de Rory ni pensar en el futuro, pero Candace le había obligado a imaginar cómo sería su vida sin Martha y los bebés.

Por primera vez, Lewis se cuestionaba qué era lo que quería realmente. Le gustaba estar con Martha. La deseaba y se sentía a gusto en su compañía. ¿Estaba preparado para sentar la cabeza y pasar el resto de su vida con ella?

No, aquello no era amor, se dijo Lewis. Tan sólo era que se había acostumbrado a ellos y no podía imaginar cómo sería su vida lejos de su lado, cómo sería volver a casa y encontrársela vacía.

Eso es lo que pasaría si Savannah aparecía y decidía llevarse a Viola. Y todo era posible conociendo lo caprichosa y variable que era su hermana. Tomar precipitadamente un avión para recoger a su hija se correspondía con la manera irreflexiva de ser de Savannah.

Claro que tampoco quería ocuparse de Viola de por vida ni pretendía que Martha se quedase con él para siempre. Lo que quería era… El caso es que no sabía qué quería. Se sentía cansado y confundido, y eso no le gustaba.

Nada había cambiado, se dijo para reconfortarse. Martha era tan reacia como él a implicarse en una relación más seria. Había dejado claro que estaba buscando al padre de Noah y él no estaba preparado para asumir ese papel, así que si transcurrían los seis meses sin señales de Rory, ella se iría.

Y ahí acabaría todo.

Inconscientemente, abrazó a Martha con fuerza.

– ¿Eres feliz? -le preguntó.

Ella se incorporó y lo miró tiernamente.

– ¿Ahora mismo? -preguntó, y se inclinó ligeramente para besarlo-. Sí, lo soy.

En aquel momento, era muy feliz, se dijo Martha. No quería pensar en el futuro, ya que era evidente que Lewis tampoco quería hacerlo.

Los días fueron pasando y después las semanas, y cada vez era más difícil sacar el tema. Era más sencillo evitarlo, ya se preocuparían del futuro cuando llegara.

Una tarde, apareció Candace en el porche.

– Pasaba por aquí -dijo-. Pensé en pasar a saludar.

Martha no pudo disimular su sorpresa.

– Lewis aún está trabajando -respondió en un intento de ser amable-. No volverá hasta dentro de un rato.

– No he venido a verlo a él, sino a usted -dijo Candace.

No le quedó más remedio que invitarla a tomar algo. Hablaron de cosas triviales mientras Martha preparaba té. Después, salieron al porche a tomarlo, donde Martha había colocado a los niños en sus sillitas. Les dio unas galletas para mantenerlos tranquilos.

– Tenía que venir a felicitarla -dijo Candace mirando con desagrado el modo en que Viola estaba manchándose mientras comía la galleta.

Martha estaba atendiendo a Noah, por lo que creyó no haber escuchado bien las palabras de Candace.

– Perdón, ¿a quién quería felicitar? -le preguntó Martha una vez Noah se quedó tranquilo.

– A usted -dijo, y la miró de manera extraña-. Tiene que estar emocionada.

Martha comenzó a tener una sensación desagradable. No sabía de qué se trataba pero estaba segura de que no le iba a gustar.

– Si supiera de qué está hablando, quizás.

– De haber encontrado al padre de Noah.

Martha se quedó paralizada.

– ¿Rory? -preguntó lentamente.

– Sí, Rory McMillan. ¿Es él, verdad? -dijo Candace y se acomodó en su silla, disfrutando del efecto que sus palabras habían producido en Martha-. Es una coincidencia que esté en el equipo que Lewis ha formado para realizar el estudio del puerto.

«Sí, una coincidencia», pensó Martha.

– ¿Dónde lo ha conocido?

– Lo cierto es que no lo he conocido -dijo Canda-ce-. Vinieron al bar del hotel el otro día. Cuando me enteré de que trabajaban en un proyecto marino, Rory ya se había ido. Les pregunté si lo conocían y fue cuando me enteré de que trabajaba para Lewis.

Candace se quedó mirando fijamente a Martha, que se contenía. Deseaba matar a Lewis, o mejor primero a Candace y luego a Lewis.

– Podía haberle enviado un mensaje a Rory pidiéndole que se pusiera en contacto con usted, pero pensé que si trabajaba con Lewis, él mismo se lo diría.

– Desde luego -dijo Martha entre dientes.

Pero lo cierto, era que no se lo había dicho.

Cuando Lewis llegó a casa esa noche, enseguida se dio cuenta de que algo no iba bien.

Aunque Martha trataba de contenerse, la tensión era evidente. No quería decir nada hasta que los bebés se hubiesen dormido.

– ¿Me vas a contar qué es lo que sucede? -le preguntó Lewis nada más cerrar la puerta de la habitación.

– Estoy muy enfadada -dijo Martha. Entró en el salón y se cruzó de brazos intentando mantener el control. Temía romper a llorar de la ira que sentía.

Se giró y miró a Lewis desde una distancia considerable.

– Me he enterado de que has contratado a unos biólogos para que elaboren el estudio sobre los efectos medioambientales que conlleva la construcción de un puerto.

La expresión del rostro de Lewis se heló. Aquel era el momento que tanto había temido.

– Sí -dijo confiando en que no conociera toda la verdad.

– Uno de ellos es Rory McMillan, ¿verdad? El hombre al que he estado buscando desesperadamente desde que llegué aquí.

Estaba claro que Martha lo sabía todo. En el fondo, Lewis lo había sospechado desde el momento en que llegó a casa esa noche. Pero no estaba de acuerdo en que lo hubiera buscado desesperadamente.

– ¿Quién te lo ha dicho? -preguntó Lewis.

Los ojos de Martha brillaban con furia.

– Desde luego, no la persona que tenía que haberlo hecho. Por desgracia, me he tenido que enterar por tu amiga Candace. No ha podido esperar a contármelo ella misma.

– ¿Candace? -dijo Lewis y frunció el ceño-. ¿Cómo lo ha sabido?

– Eso no importa. Lo que importa es que tú lo sabías y no me lo dijiste.

¿Acaso no se daba cuenta que eso le había dolido? Martha tragó saliva y contuvo las lágrimas.

– ¿Cuánto tiempo hace que conoces a Rory?

– No lo conozco -contestó Lewis poniéndose a la defensiva-. Yo sólo hablo con el jefe del proyecto, un tal Steve. Decidió enviar a un par de biólogos. Se presentaron como John y Rory. No tenía ninguna certeza de que se tratara de él.

– Pero podías haberlo imaginado.

– Sí -admitió, recordando cómo había reconocido a Rory desde el mismo momento en que entró en su oficina. Impresionante era la palabra que Martha había utilizado para describirlo. Alto, bronceado, rubio, de vivos ojos azules. Aquel era el hombre que tenía frente a él. Desde ese mismo instante, lo odió.

– ¿Cuánto hace de eso? -preguntó Martha con tono frío.

Lewis suspiró.

– Unos diez días.

– ¡Diez días! -exclamó Martha. Deseaba gritar del mismo modo en que solía hacerlo Viola cuando se encaprichaba de algo. En su lugar, decidió caminar enérgicamente de un lado a otro del salón.

Lewis se quedó pensativo. ¿Por qué no se lo había dicho antes? Era difícil explicar la terrible sensación que lo invadió, tan cercana al pánico, cuando conoció a Rory. Estaba claro que aquello suponía el fin de su relación con Martha. Temía que tan pronto como lo viese, cayera rendida a sus pies.

Era un hombre joven y atractivo, y desprendía un encanto innato del que él carecía. Además, era el padre de Noah. ¿Qué podía él ofrecer comparado con todo aquello?

No estaba dispuesto a admitir que tenía miedo de que Martha tomara a Noah y lo abandonara a él por Rory. Por eso decidió que no había necesidad de que Martha supiera en aquel momento que había localizado a Rory. Pensaba decírselo más adelante, cuando Rory hubiera regresado al atolón. Así Martha daría con él cuando hubieran transcurrido los seis meses.

– Pensaba decírtelo, pero nunca encontraba el momento adecuado -dijo por fin. Aquella no era una buena excusa, pero tenía que intentar arreglar las cosas-. Quería que Rory se concentrara en el informe. Tiene que estar listo cuanto antes y tampoco tenías necesidad de contactar con él inmediatamente.

– Claro, lo primero es el informe -explotó Martha-. ¿Acaso se te había olvidado que él era la razón por la que vine hasta aquí?

Lewis se sentía acorralado. Todo lo que hacía parecía empeorar las cosas.

¿Sería Martha la que le hacía perder la calma? Lewis era conocido por su habilidad para resolver los problemas inmediatamente y su capacidad de tomar decisiones rápidas en las más duras negociaciones. Pero ahí estaba, tartamudeando y dando estúpidas explicaciones.

– Viola estaba enferma y tú tenías muchas cosas en la cabeza.

– Sí, una de ellas era encontrar al padre de Noah. Me habría gustado que hubieras sido tú el que me hubiera dado las buenas noticias.

– No sabía que sería una noticia buena -repuso Lewis.

Ella lo miró furiosa.

– ¿Qué quieres decir?

– Me dijiste que eras feliz -le recordó.

– Eso era antes de saber que eres capaz de mentirme sobre algo tan importante para mí.

Lewis tensó los músculos de la mandíbula.

– Además, no creo que Rory sea un buen padre para Noah. Es demasiado joven y no parece que se preocupe por nada. No me lo imagino cambiando pañales. Cuando está aquí, no sale de los bares y el resto del tiempo lo dedica al proyecto que está llevando a cabo en una minúscula isla deshabitada. Un atolón no es lugar para criar a un bebé.

– No eres tú el que tiene que decidir quién es buen padre para Noah y quién no -dijo Martha mirándolo con frialdad-. Lo cierto es que Rory es su padre y no hay nadie que pueda negar eso. Y francamente, tú no eres el mejor para hablar de la paternidad. Probablemente, Rory es mejor padre que tú. Al menos, él no es un mentiroso.

– Yo no he mentido.

– Entonces, cuando te pregunté si te había ocurrido algo interesante durante el día, como hacía cada noche cuando volvías a casa, y tú no me contaste que habías estado con el padre de mi hijo, el hombre al que llevaba meses buscando, ¿no me estabas mintiendo?

Lewis se dejó caer en una de las sillas y apoyó los codos sobre las rodillas, dejando escapar un suspiro.

– Mira, lo siento -dijo después de un largo silencio-. Pero no es el fin del mundo. Rory no va a ir a ningún sitio. Querías encontrarlo y lo has hecho. No entiendo cuál es el problema.

Martha lo miró con incredulidad. ¿De verdad no entendía cuál era el problema? Era como hablar con un ser de otro planeta.

– Haces que parezca que estoy haciendo una montaña de un grano de arena. ¿Puedes imaginar cómo me sentí cuando Candace vino a hablarme de Rory? Vino y se sentó ahí a regodearse. Sabía que tú no me habías dicho nada. ¿Tienes idea de lo humillada que me sentí? -se detuvo y tomó aire antes de continuar. No podía evitar que su voz temblara-. ¿Tienes idea de lo que se siente cuando descubres que el hombre con el que duermes y en el que confías, te miente para evitar contarte algo tan importante y además es tan estúpido que no entiende por qué te enfadas?

A pesar de su disgusto, Martha tenía esperanzas de que Lewis le dijera que no se lo había contado por miedo a perderla.

– No quería que olvidaras que si estás aquí es porque estás contratada. ¿Cómo iba a ocuparme de cuidar a Viola mientras tú ibas tras Rory McMillan?

¿Contratada? ¿Era eso todo lo que le preocupaba? Sintió que su corazón se encogía y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– No te preocupes, no olvido el contrato -dijo ella secamente-. Pero no hay nada en él que diga que no puedo hablar con Rory hasta que transcurran los seis meses -se paró al escuchar la bocina de un coche-. Ese debe de ser mi taxi.

¿Taxi? ¿Qué taxi? Lewis la observó cruzar el salón y tomar su bolso. Se sentía sorprendido y a la vez defraudado.

– ¿A dónde vas?

– Voy a buscar a Rory y a hablar con él.

– ¿Ahora? -preguntó, poniéndose de pie.

– Sí, ahora. No se me ocurriría interrumpirlo mientras está trabajando en ese informe tuyo, así que por la noche es el mejor momento para buscarlo. Dijiste que pasa todo su tiempo libre en los bares, así que no será difícil encontrarlo. La ciudad es pequeña.

– Y, ¿qué pasa con los bebés?

– Puedes encargarte tú -le contestó-. Dadas las circunstancias, es lo menos que puedes hacer.

Lewis la miró desesperado. Martha se iba; tenía la mano en el pomo de la puerta. Deseaba salir tras ella y rogarle que se quedara, pero estaba demasiado enfadada. No creería nada de lo que le dijera en ese momento.

– ¿Cuándo volverás?

– Cuando haya hablado con Rory -contestó ella desde la puerta. Su mirada era gélida-. No me esperes levantado.

Cerró la puerta y se fue.

Encontró a Rory en el tercer bar. Estaba sentado con otras personas, todos vestidos con pantalones cortos y camisetas. Eran jóvenes y estaban bronceados. Parecían salidos de una película.

Martha miró a Rory desde el otro extremo del bar y dudó. Era totalmente diferente a Lewis. Parecía más joven de lo que recordaba, pero su encanto era evidente a la vista de la joven rubia que estaba sentada junto a él, que no dejaba de mirarlo y de reír a carcajadas.

No era el momento adecuado. Rory estaba ocupado y, a juzgar por la situación, no deseaba ser interrumpido.

Pero, ¿qué podía hacer? La única alternativa que tenía era volver a casa con Lewis. En el fondo era lo que quería hacer, pero recordó con tristeza los motivos que le había dado para ocultarle el paradero de Rory: el informe medioambiental y su contrato. ¿Cómo iba a volver y admitir que ni siquiera había hablado con Rory?

Martha tomó aire y se dirigió a la mesa de Rory.

– Hola, Rory.

Rory la miró y, tras unos segundos, la reconoció.

– ¿Martha?

– Creí que no te acordarías de mí -dijo Martha forzando una sonrisa.

– Claro que sí -aseguró. Se puso de pie y la abrazó-. Me alegro de verte. Eres la última persona que esperaba encontrarme aquí, por eso he tardado en reconocerte. Además estás muy cambiada.

– ¿De verdad? -preguntó Martha sorprendida-. ¿En qué he cambiado?

Pero Rory estaba acercando una silla para que se sentara y no contestó. Llamó a la camarera y le pidió otra cerveza.

– Chicos, moveos -dijo Rory a sus acompañantes, haciéndole sitio a su lado.

A pesar de que la joven rubia disimuló su enfado, Martha se sintió incómoda. No quería que su presencia molestase a nadie.

– Os presento a Martha -dijo Rory, y a continuación le fue diciendo el nombre de todos los demás, aunque el único nombre que Martha consiguió retener fue el de Amy, la chica rubia-. Conocí a Martha el año pasado cuando estuve en Londres. Es editora de moda.

Nadie dijo nada, pero todos la miraron incrédulos. Fue la prueba de lo mucho que San Buenaventura la había cambiado. Se había ido de casa tan enfadada que no se había cambiado de ropa ni se había maquillado. Se sentía avergonzada de las arrugas alrededor de sus ojos y de las canas que asomaban en su oscura melena.

– ¿Y qué estás haciendo aquí? -le preguntó Rory con entusiasmo.

– Estoy trabajando -dijo Martha.

– ¿Un reportaje de bikinis en la playa?

– No exactamente -contestó Martha. Aunque no le apetecía, tomó un sorbo de cerveza-. De hecho, estoy trabajando como niñera.

Se hizo una larga pausa y finalmente Rory rompió en carcajadas.

– Me tomas el pelo, ¿verdad? No te imagino con niños.

Martha mantuvo la sonrisa con dificultad.

– Es verdad.

Rory la miró fijamente.

– Siempre pensé que eras muy elegante -dijo él desconcertado- ¿Por qué dejaste tu estupendo trabajo para ser niñera?

– Quizá necesitaba un cambio de aires.

Rory ladeó la cabeza, sorprendido todavía por su cambio de imagen. No estaba seguro de que Martha estuviera bromeando.

– ¿De verdad trabajas como niñera?

– Sí -asintió y suspiró-. Creo que incluso conoces a la persona para la que trabajo: Lewis Mansfield.

Incluso pronunciar su nombre le producía malestar.

– ¿Lewis? Sí, lo conozco -dijo Rory, y sonrió-. Ese hombre da miedo. Por cierto, ¿lo has visto sonreír alguna vez?

Martha pensó en su sonrisa cada vez que la hacía sentar en su regazo, cada vez que se bañaba con Noah en el mar, cada vez que acariciaba su piel.

Martha tragó saliva. Tenía que contenerse y no romper a llorar.

– A veces.

– A mí no me sonríe nunca -afirmó Rory tomando su cerveza-. Creo que no le gusto.

– Pero, ¿por qué no ibas a gustarle? -intervino Amy.

– Creo que está celoso de mí -bromeó Rory-. ¿Tú que crees, Martha? Debes de conocerlo bien.

– Sí, bastante bien -dijo Martha sintiendo una ligera presión en el pecho.

– Parece un tipo muy serio. Me recuerda a mi profesor de matemáticas.

– A mí me recuerda al de geografía -dijo alguien más de la mesa-. Cuando se te queda mirando, sientes que tienes doce años y que está a punto de castigarte por hablar en clase.

Todos estallaron en carcajadas y Martha se mordió el labio.

– Lleva un tiempo conocerlo -dijo Martha.

Ya no podía soportarlo más. No quería seguir en aquel ruidoso bar, oyendo como aquellos jóvenes criticaban a Lewis. No lo conocían como ella. No tenían ni idea de cómo era.

Además, allí no iba a poder hablar con Rory tranquilamente. No era la situación adecuada para comunicarle que era padre, con sus amigos allí presentes. Es más, tendría que gritar para hacerse oír por encima de la música.

Así que siguió sonriendo, terminó su cerveza y entonces se despidió.

– Será un placer quedar otro día para seguir charlando -le dijo a Rory-. ¿Qué tal si quedamos mañana para comer?

– Bien -contestó sorprendido. La rodeó con sus brazos-. Me alegro de verte otra vez, Martha. Me acuerdo mucho de lo bien que lo pasamos en Londres. Disfrutamos mucho juntos, ¿verdad?

– Sí -contestó Martha, y se deshizo de su abrazo.

Debía sentirse feliz de que él estuviera tan contento de verla. Pero pensar en retomar la relación que mantuvieron no le agradaba en absoluto. Y no era que él no fuera atractivo. Lo era y mucho. Pero sencillamente, no era Lewis.

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