MARTHA sonrió. -Noah es el que me ha cambiado. No creo que yo sola hubiera sido capaz de hacerlo. Nunca tenía tiempo ni para pensar las cosas -se quedó callada unos instantes, sumida en sus pensamientos, antes de continuar-. Cuando nació Noah, mi vida cambió totalmente. Tenía un trabajo fantástico, un buen sueldo y una intensa vida social y, de repente, todo desapareció. Pero no me arrepiento -dijo mirando a Lewis con una sonrisa en los labios-. Le agradezco que me haya dado este trabajo. Es fantástico poder tomarse la vida con calma en un sitio como éste. No sé cuánto tiempo más hubiera podido soportar. Sólo llevo aquí una semana y me siento mejor. Muchas gracias.
Se quedó pensativa recordando lo sola que se había sentido. La mayoría de sus amigos trabajaban en Glitz, así que tan pronto como dejó su trabajo, perdió el contacto con ellos. Llevaban ritmos de vida diferentes. Ellos no tenían compromisos ni hijos a los que atender. Trabajaban mucho y podían pasar las noches de fiesta en fiesta, igual que había hecho ella antes de nacer Noah.
– No tiene por qué dármelas -repuso Lewis-. Está haciendo un buen trabajo. Confío en que siga así durante los próximos seis meses.
Lewis miró al mar, pero la imagen de Martha sonriendo se había quedado fijada en su mente.
– Por supuesto que sí.
– ¿Seguro? Me ha hablado de su ritmo de trabajo, su intensa vida social, ¿no cree que esto pueda resultarle aburrido?
«No si estamos juntos», se dijo Martha. Por un momento pensó que había pronunciado aquellas palabras en voz alta. De haberlo hecho, ¿qué explicación le hubiera dado?
Martha contempló el reflejo del sol en la arena y los brillos del agua. Se quedó abstraída y se olvidó de que tenía una cerveza fría entre las manos y de que estaba sentada en una incómoda silla de madera. Tampoco fue consciente de las risas que provenían de la mesa de al lado, ni del aroma que desprendía el pescado cocinándose sobre la parrilla. En aquel momento, sólo existía Lewis, allí sentado frente a ella, intensamente atractivo.
– Tengo que hacer un esfuerzo por conocer a otras personas -dijo Martha en un intento por salir de su ensimismamiento-. Esta semana hemos estado muy ocupados organizándonos, pero ahora que ya nos hemos adaptado, me gustaría involucrarme en alguna actividad.
– ¿Qué le parece si un día de estos deja a los gemelos con Eloise y viene a comer a la ciudad? Le presentaré a algunas personas.
Martha lo miró con incertidumbre. ¿Por qué ese repentino interés en ampliar su vida social? A lo mejor se había cansado de ella. Si era así, tenía que demostrarle que era capaz de arreglárselas sola y que no dependía de él para nada, que tenía otras preocupaciones además de esperar su llegada a casa cada noche. Precisamente, era eso lo que había estado haciendo: depender de él, pensó Martha. Aquello tenía que cambiar.
– ¡Sería fantástico! -dijo Martha tratando de mostrar entusiasmo.
– La avisaré -repuso Lewis contrariado por su exagerada reacción.
Se acercaron a la mesa de al lado y recogieron a los bebés para darles de comer.
Entre dos era mucho más sencillo ocuparse de los niños, pensó Martha. Aunque Eloise siempre la ayudaba, con Lewis era diferente.
Mientras los bebés dormían a la sombra de las palmeras, Martha y Lewis comieron. El pescado era delicioso, pero Martha tenía la mente en otro sitio. Observaba atentamente a Lewis y apenas podía retirar la mirada de sus manos y de su boca. Deseaba acariciar aquellos fuertes brazos y entrelazar los dedos con los suyos.
Tragó saliva e intentó buscar un tema de conversación. Se sentía aturdida. Le hizo preguntas sobre el proyecto, la compañía y el amigo con el que había decidido asociarse tres años atrás.
– Tenemos pocos empleados en este momento -dijo Lewis contrariado ante el repentino interés de Martha. Había observado un cierto nerviosismo en ella-. Tenemos un ingeniero encargado del proyecto en cada lugar y yo hago visitas de vez en cuando para asegurarme de que todo va bien.
– Entonces, tendrá que viajar mucho, ¿no?
– Sí, Mike está casado y tiene niños pequeños. Trabaja en nuestras oficinas centrales de Londres. Como no tengo familia ni obligaciones que me retengan, yo soy el que viaja.
– ¿Y no se cansa?
– ¿De viajar? -preguntó Lewis.
– No, de estar solo y no tener quien lo espere en casa.
Se quedaron en silencio sin dejar de mirarse fijamente. Tras unos momentos, Lewis desvió la mirada.
– Hace tiempo que decidí no tener hijos -dijo seriamente-. No quiero ser responsable de traer niños al mundo y que pasen por lo mismo que pasamos Savannah y yo.
– No tiene por qué ser así. No todas las madres abandonan a sus hijos.
– Quizás -dijo Lewis con rostro severo-. Por cierto, ayer recibí un correo electrónico de Helen.
Helen. La novia perfecta. Aquella a la que tanto echaba de menos.
– ¡Qué bien! -dijo Martha tratando de mostrar emoción.
– Me dice que ha tenido una hija y que es muy feliz.
– Eso es estupendo -dijo Martha, preguntándose si realmente se alegraba o si en el fondo se sentiría celoso.
– Ya ha vuelto al trabajo. Me dice que la niñera es fantástica -dijo y en tono irónico, añadió-: Parece que soy el único que no tiene interés en formar una familia.
– Mire, estamos aquí disfrutando de una tranquila comida de domingo. Los bebés duermen la siesta. A la vista de los demás, parecemos una familia.
Lewis se giró y miró como dormían Noah y Viola.
– Pero no somos una familia.
– Oficialmente no. Pero somos un hombre y una mujer con dos niños que viven juntos. Somos una familia provisional.
– Esa es la cuestión. Una familia no puede ser provisional -protestó Lewis-. Las familias han de permanecer unidas.
La sonrisa se borró del rostro de Martha. Pensó en lo que quería para Noah y para ella. Desde luego, ella tampoco quería algo provisional.
– ¿Qué va a hacer hoy? -le preguntó Lewis a la mañana siguiente mientras tomaba el último sorbo de su café.
– Lo de siempre -dijo Martha mientras le limpiaba las manos a Viola-. ¿Por qué?
– Quizá le gustaría venir a la ciudad a comer conmigo. Eloise se puede ocupar de los niños.
– Me encantaría -dijo Martha. Trató de no mostrar su entusiasmo ante la idea de Lewis. Se trataba de una comida, no de una cita. No había motivo para que su corazón se acelerase de aquel modo.
– ¿Sobre las doce y media le viene bien?
– Perfecto.
Esperó a que se fuera y entonces sonrió.
– No me miréis así -dijo a los niños, que se habían quedado embelesados mirándola-. No hay ningún inconveniente en que vayamos juntos a comer. No voy a hacer ninguna tontería.
Como enamorarse de un hombre que había dejado bien claro desde el principio que no quería formar una familia, pensó Martha. Noah necesitaba una familia. Lewis no había vuelto a hablar de buscar a Rory, pero ella no quería preguntarle. Realmente ni siquiera había vuelto a pensar en él.
Tenía que encontrar a Rory. Los días pasaban y ella ni siquiera lo había intentado. Había estado tantos meses pensando en cómo ir a San Buenaventura para que Noah conociera a su padre… Sin embargo, ahora no le preocupaba. Aquello estaba mal, pensó Martha. Rory era el padre de Noah y la razón por la que había ido hasta allí. Tenía que encontrarlo.
Quizá Lewis le presentara a algunas personas durante la comida. Podía preguntarles si conocían a Rory. Ese era un buen motivo para acudir. Además, prefería la compañía de otras personas a comer con Lewis a solas.
Eligió uno de sus vestidos favoritos: era de colores claros y muy vaporoso. Habían quedado en encontrarse en un restaurante de la calle principal de Perpetua. Martha planeó llegar antes que Lewis, pero en el último momento las cosas se complicaron y se le hizo tarde. Además, con las prisas se olvidó el paraguas en la casa y la lluvia que caía terminó por empaparla.
Llegó al restaurante veinte minutos tarde. Se detuvo en la entrada y trató de secarse la cara y mesarse los cabellos. Estaba completamente mojada. El vestido estaba empapado y revelaba el contorno de su cuerpo. Desde donde estaba, buscó con la mirada a Lewis y lo encontró sentado en una mesa al otro lado del restaurante. Estaba con una atractiva mujer de la edad de Martha. Era rubia y muy elegante. Por un momento, se olvidó de su vestido mojado y estudió la situación.
Lewis parecía sentirse a gusto en su compañía. Estaba sentado hacia delante, escuchando y, en ocasiones se le veía asentir con la cabeza.
A Martha se le encogió el corazón. ¿Por qué estaba aquella mujer allí? Quizás, al ver que ella no llegaba, Lewis la había invitado a su mesa y ahora disfrutaban de un agradable almuerzo, pensó. Entonces, ¿qué pintaba ella allí? Decidió que no tenía motivo para quedarse.
Pero se quedó paralizada en el sitio. No podía dejar de observarlos. De pronto, Lewis la vio y le hizo un gesto con la mano para que se acercara. Estaba serio y Martha no supo qué hacer. Ya no podía escapar. Atravesó el restaurante dejando un reguero de agua a su paso. Llevaba el vestido completamente pegado al cuerpo y el pelo caía mojado sobre su frente.
Lewis se levantó cuando llegó a la mesa.
– ¿Dónde se ha metido? Estaba empezando a pensar que le había pasado algo.
– Su sobrina no paraba de llorar. Cuando por fin conseguí calmarla ya era tarde y, para colmo, con las prisas me olvidé el paraguas.
– Ya veo -dijo Lewis observándola de arriba abajo. Le ofreció una silla entre él y su acompañante-. Será mejor que se siente.
– Gracias -dijo Martha. De cerca, aquella mujer era todavía más atractiva.
Lewis hizo las presentaciones. La mujer se llamaba Candace Stephens.
– Candace es la directora de un complejo hotelero que se acaba de inaugurar en la isla.
– Confiamos en beneficiarnos del nuevo aeropuerto y que muchos turistas vengan a visitarnos -dijo con una amplia sonrisa.
Martha la observó. Era evidente que aquella mujer estaba interesada en algo más que en el aeropuerto de Lewis.
– Martha es la niñera de Viola -dijo Lewis.
Estupendo, pensó Martha. Lewis la hizo sentir insignificante. Así que sólo era la niñera de Viola, ¿no?
– También soy la cocinera -añadió desafiante.
– Tiene que ser un trabajo fantástico. Tan sólo depende de uno mismo. Además, cocinar parece muy relajado, seguro que mucho más que pasar el día en aburridas reuniones. Y no me refiero a nuestras reuniones, Lewis -dijo con una amplia sonrisa mientras ponía su mano sobre la de él.
Martha observó a Candace con desagrado. Había dejado claro que ellos celebraban importantes reuniones sobre el modo de fomentar el turismo en la isla, mientras ella tenía un trabajo insignificante.
– Cuidar a dos bebés no es precisamente relajado -dijo Martha secamente.
– ¿Dos bebés? -preguntó Candace asombrada-. Creí que sólo estabas con tu sobrina -dijo girándose hacia Lewis.
Era evidente que entre Candace y Lewis había cierta familiaridad y que habían estado hablando de asuntos personales. Martha tomó la carta del menú y la abrió bruscamente. No sabía qué la había irritado más: si el hecho de que él le hubiera hablado de Viola o de que hubiera eludido mencionar a Noah.
– Noah es el hijo de Martha -aclaró Lewis-. Tiene la misma edad que Viola, así que están todo el día juntos.
Lewis evitó observar a Martha, pero le resultó imposible. Estaba sentada a su lado y era difícil quitar la vista del vestido mojado que llevaba y que era tan revelador. Vio que una gota de agua recorría su cuello hasta llegar al escote. Deseaba alargar la mano y tocar su piel húmeda.
No le había gustado la manera en que algunos de los hombres que estaban en el restaurante se habían girado para mirarla al pasar. Se arrepintió de haberla invitado a comer. Era difícil pensar que la atractiva mujer que estaba a su lado era la niñera de Viola y, por tanto, su empleada.
Le había prometido presentarle a otras personas y estaba decidido a cumplir su promesa. Pensó que congeniaría con Candace, pero ahora se daba cuenta de que se había equivocado: aquellas mujeres no se soportaban a pesar del intento que hacían por mostrarse educadas.
– Así que tiene un bebé, ¿eh? -preguntó Candace.
– Sí -contestó Martha secamente sin ni tan siquiera levantar los ojos de la carta-. Soy madre soltera.
– ¡Qué valiente! -exclamó Candace.
Martha la miró.
– ¿Por qué dice eso? -dijo Martha desafiante.
– Tiene que ser difícil criar a un hijo sola -dijo Candace en tono de lástima, lo que exasperó a Martha-. Tengo amigas que han pasado de ser brillantes mujeres de negocios a estar todo el día hablando de pañales y biberones. Tenían fantásticas carreras y lo han dejado todo por ser madres. ¿Y todo para qué? ¿Para estar todo el día pendientes de sus hijos y no poder dormir? -se detuvo y suspiró-. Francamente, la idea de ser madre no me atrae en absoluto.
– Desde luego, no creo que fuera una buena madre -le dijo Martha tranquilamente-. Tiene mucho en común con Lewis. Él tampoco tiene ningún interés en ser padre, ¿verdad?
Lewis frunció el ceño. Candace lo miró con mayor interés. A partir de ese momento, ignoró a Martha y acaparó totalmente la atención de Lewis hablando tan sólo de negocios.
Martha no supo qué hacer. Se concentró en la comida y en observar las tácticas de Candace. Trató de adivinar los pensamientos de aquella mujer. Probablemente se habría sentido defraudada al enterarse de que no comerían solos y que estarían acompañados por la niñera de Viola. Pero seguramente, cuando Candace la vio llegar, sus temores se desvanecieron al comprobar que Martha no era una rival a tener en cuenta a la vista del aspecto que presentaba. Además, la falta de interés en tener hijos era otro punto en común con Lewis a su favor.
Candace estaría pensando que era el prototipo de mujer que Lewis necesitaba. Una mujer profesional totalmente dedicada a su carrera. Ese debía de ser el motivo por el que una y otra vez hacía referencia a su trabajo. ¡Pero si era tan sólo directora de un hotel!, pensó Martha. No hacía falta ser un genio para organizar los turnos de los recepcionistas y asegurarse de que las camareras cambiaban las toallas de las habitaciones. Por la importancia que se daba, cualquiera diría que acababa de descubrir un remedio contra el cáncer.
Era difícil adivinar qué pensaba Lewis de ella. Martha lo estudiaba con detenimiento. Había hecho algún intento por incluirla en la conversación, pero Candace no lo había permitido. Estaba dispuesta a desplegar todos sus encantos para diferenciarse de Martha y no dejarla hablar.
Martha la observó detenidamente. Era alta y muy guapa. Tenía una piel maravillosa y los ojos verdes. Su dorada melena estaba recogida en una trenza. Pero era muy aburrida. Aunque quizás a Lewis eso no le importaba.
Suspiró y dejó caer el tenedor. Recordó la emoción con la que había acudido al restaurante. Se había hecho demasiadas ilusiones respecto a Lewis. Si hubiera sabido lo que iba a pasar…
– Será mejor que me vaya -dijo en cuanto terminó de comer-. No está bien dejar a Eloise sola con los niños tanto tiempo. No se levante -añadió mientras Lewis movía su silla hacia atrás-. Por favor, quédense y terminen de comer.
Lewis fue a decir algo, pero Candace la interrumpió.
– Me tomaré un café -dijo mostrando una amplia sonrisa de satisfacción.
– Hasta luego -se despidió Martha fríamente-. Gracias por la invitación.
– Está muy callada -dijo Lewis, mientras ella preparaba la cena de aquella noche.
– Ya sabe que mi único tema de conversación son los biberones y los pañales. No quiero aburrirlo.
Lewis la observaba pensativo. Cuando estaba con ella, nunca se aburría. Pero era evidente que en aquel momento estaba enfadada, y no era difícil conocer el motivo.
– Mire, siento mucho lo de la comida. Invité a Candace porque usted misma me dijo que quería conocer a otras personas. Creí que congeniarían.
– ¿De verdad? -dijo Martha mientras cortaba enérgicamente unas hojas de lechuga-. ¿Qué le hizo pensar eso?
Lewis se encogió de hombros.
– Parecen de la misma edad, las dos son solteras…
– Ah, claro, y por eso se supone que podemos hacernos amigas aunque no tengamos nada en común, ¿no? -lo interrumpió.
– Eso no lo sabía cuando invité a Candace a comer -dijo Lewis tratando de ser amable-. Me la presentaron en una reunión de trabajo. Acababa de llegar a la isla y estaba sola. Apenas la conozco.
– No me dio esa impresión. Ella parecía conocerlo muy bien -dijo Martha cortando bruscamente un tomate-. No hay ninguna duda de que tiene muy claro de quién quiere hacerse amiga.
Lewis la miró contrariado.
– ¿Qué quiere decir?
– Venga, Lewis, es evidente que Candace está interesada en usted. Nunca me he sentido tan fuera de lugar. Ella estaba deseando que me fuera y los dejara solos.
– Ya se lo he dicho. Apenas la conozco -dijo Lewis enojado.
– Bueno, eso siempre puede cambiar -repuso Martha con una sonrisa irónica-. Candace es la mujer perfecta para usted. Los dos están totalmente entregados a su trabajo. Para ustedes es más importante conseguir contratos que tener una familia. Además, así podrán reírse juntos de personas como yo, cuyas únicas preocupaciones son el amor y la dedicación a sus hijos.
Lewis apretó los labios. No entendía por qué estaba tan enfadada. El almuerzo no había ido bien, pero no era culpa suya que no hubieran congeniado. Al menos, él le había presentado a Candace y ella debería estar agradecida por ello. No soportaba que las mujeres actuaran tan irracionalmente.
Él también estaba enfadado. Además, no había podido evitar pensar en Martha durante toda la tarde y la sensualidad de su cuerpo bajo aquel vestido mojado.
Apenas había podido concentrarse en el trabajo esa tarde.
Cuando llegó a casa, la encontró con unos pantalones y una camisa sin mangas, totalmente diferente a como la había visto en el restaurante, con el vestido mojado y pegado a su piel, marcando cada una de sus curvas. Se sintió defraudado.
– ¿Cómo dice? -preguntó Lewis abstraído en sus pensamientos al percatarse de que ella le estaba hablando.
– Le estaba diciendo que viniera a sentarse a la mesa.
– Sí, por supuesto -dijo él.
Viola no dejó de llorar durante la cena y Martha se tuvo que levantar varias veces para atenderla.
– Creo que se ha resfriado -dijo mientras le tocaba la frente-. Si no se encuentra mejor por la mañana, llamaré a un médico.
Martha le dio un jarabe a la niña, pero apenas la calmó. La noche fue larga: Viola se despertaba una y otra vez llorando. Tan pronto como Martha conseguía que se durmiera, volvía a despertarse.
Una de las veces, Noah también se despertó y rompió a llorar. Martha trató desesperadamente de consolar a los niños. De repente, Lewis apareció.
– Parece que necesita que la ayude.
Martha estaba muy cansada para protestar. No sabía qué hora era y se estaba volviendo loca con los llantos de los bebés.
– ¿Puede ocuparse de Noah mientras yo le doy un poco de agua a Viola?
Martha fue a la cocina y preparó un biberón. Se sentó en el sofá del salón y acunó a Viola en sus brazos mientras la niña bebía. Por fin, dejó de llorar y todo se quedó en silencio.
Martha reclinó la cabeza en el respaldo del sofá y suspiró aliviada.
Lewis paseaba junto a las puertas correderas de cristal que daban al porche. Llevaba puestos unos pantalones grises de pijama y sujetaba a Noah contra su pecho desnudo con sus fuertes manos. Martha lo contempló. Estaba acariciando la espalda del niño mientras Noah se abrazaba a su cuello y se chupaba el dedo. Aquello era señal de que estaba a gusto.
– ¿Qué tal está Viola? -preguntó Lewis en voz baja.
– Mejor. Creo que podrá dormir.
– Parece que este jovencito también se ha dormido.
Se acercó y se sentó junto a ella. Martha sintió que cada uno de sus sentidos se agudizaba.
– Por fin podremos dormir esta noche -dijo él mientras estiraba las piernas.
– Sí -contestó ella sin quitar la mirada de sus pies. Quería evitar mirar cualquier otra parte de su cuerpo.
Estaba sentado muy cerca de ella, tanto que podía tocarlo. Sus manos deseaban acariciarlo y recorrer cada centímetro de su cuerpo. Pero no podía ser.
Noah necesitaba un padre y a Lewis no le gustaban los niños, así que no tenía ningún sentido iniciar una relación con un hombre que no quería formar una familia. Con él, ella y su hijo no tenían futuro.
Tampoco es que fuera un hombre guapo, pensó Martha. Su nariz era grande y sus cejas, muy marcadas. Era serio y severo, tremendamente racional. Era obstinado y riguroso. No había ningún motivo para encontrarlo atractivo.
Tampoco encontraba sentido al deseo que tenía de acariciarlo, de probar sus labios y sentir el calor de sus manos sobre su cuerpo.
No había ninguna razón para todo aquello. Martha dejó escapar un suspiró y Lewis se giró para mirarla.
– Debe de estar cansada. Voy a dejar a Noah en la cuna y enseguida vuelvo por Viola -dijo Lewis.
Eso debía de ser. El cansancio le hacía tener aquellos extraños deseos. Además, era de noche y muy tarde. La brisa tropical estaba intensamente perfumada y se oía el suave murmullo de las olas. Estaba cansada. Por eso, su corazón latía rápidamente y sentía que la sangre fluía con fuerza por sus venas.
– Me llevo a Viola también -dijo Lewis cuando regresó. Se inclinó y tomó a su sobrina de los brazos de Martha. El roce de sus manos sobre su piel desnuda fue suficiente para que el corazón de Martha latiera desbocado.
Tenía que levantarse e irse a dormir, pero estaba tan cansada que no podía moverse. Le temblaba todo el cuerpo.
«Es e! cansancio», pensó Martha. «Sólo eso, cansancio».