CAPITULO 8

SE HIZO el silencio al otro lado del porche y las palabras de Sarah fueron oídas por todos. -¿Qué es lo que no está claro? -preguntó Candace.

Sentía curiosidad por saber qué no estaba claro para dos mujeres que no tenían nada mejor que hacer que pasarse la noche hablando de bebés.

– Sarah pensaba que Lewis y yo estábamos casados. Pero sólo soy la niñera.

– Siento el malentendido, Sarah -dijo Lewis-. Debí de haber presentado a Martha correctamente cuando llegasteis, pero estábamos solucionando un problema en la cocina -y mirando a Sarah, añadió-: Se está ocupando del cuidado de mi sobrina.

– Nos referimos a Viola y Noah como los gemelos porque nacieron el mismo día -explicó Martha.

– Entiendo -dijo Sarah, aunque no parecía haber entendido nada-. Entonces el padre de Noah…

– Está aquí en San Buenaventura -la interrumpió Martha-. De hecho, me preguntaba si alguno de ustedes lo conocería. Es biólogo marino y se llama Rory McMillan. Estoy tratando de localizarlo.

Sarah negó con la cabeza.

– Ese nombre no me dice nada, pero acabo de llegar aquí. Si oigo algo, te avisaré. ¿Qué aspecto tiene?

Martha miró a Lewis.

– Es impresionante. Alto, bronceado, rubio, ojos azules, con un cuerpo perfecto. Lo reconocerás en cuanto lo veas.

– Entiendo que tengas ganas de encontrarlo -dijo Sarah sonriendo con complicidad.

Lewis estaba apoyado en la barandilla del porche y parecía molesto.

– A mí tampoco me dice nada ese nombre -dijo Candace participando en la conversación-. Hay muchos proyectos marinos en otras islas cercanas y en ocasiones, los científicos se quedan en nuestro hotel cuando vienen a comprar cosas o a recoger el correo. Martha, si quiere, puedo preguntar por él.

Martha frunció el ceño. No quería nada que viniera de Candace. Agradecía cualquier ayuda que pudiera tener para encontrar a Rory, pero no quería que Candace metiera la nariz en sus asuntos. Era evidente que a aquella mujer le gustaba ser el centro de atención de todas las conversaciones y por algún motivo se veía amenazada por Martha.

– Es muy amable por su parte -respondió educadamente-. Pero no quiero que se moleste por mí. La semana próxima voy a ir a la recepción del Alto Comité. Yo misma podré preguntar si alguien lo conoce.

– ¡Ah! ¿La han invitado a la recepción? -preguntó Candace sorprendida. Por el tono de su voz, era evidente que no daba crédito a que Martha hubiera sido invitada.

El día de la recepción Noah y Viola se quedaron dormidos pronto, así que tuvo el tiempo necesario para ducharse con calma y arreglarse el pelo.

– Volveré pronto de la oficina -le dijo Lewis por la mañana-. Quizás podamos ir juntos.

Martha estaba contenta. En otro tiempo ni se hubiera molestado en acudir a una aburrida recepción diplomática, pero hacía tanto tiempo que no iba a ningún sitio ni tenía la oportunidad de arreglarse, que estaba muy excitada por la novedad.

Decidió ponerse uno de sus vestidos favoritos de la época de Glitz. Le había costado una fortuna, a pesar del descuento que le había hecho el diseñador.

En la percha no parecía gran cosa, pero una vez puesto era espectacular. La tela era suave y tenía una bonita caída que impedía que se arrugara. Martha se sentía muy favorecida con aquel vestido de color dorado, a modo de túnica y sin mangas. Iluminaba su piel y resaltaba su figura.

Era la primera vez que se lo ponía después del nacimiento de Noah y seguía quedándole sensacional. Se lo puso y se miró al espejo. Con aquel vestido, los zapatos y el maquillaje que llevaba puesto, parecía una persona completamente diferente. La antigua Martha había vuelto, aquella que nunca pensó que sería feliz de pasar el día en camiseta y pareos.

Últimamente no había cuidado su aspecto, pensó. Por eso Candace la veía como a una matrona. Esta noche le mostraría que una mujer además de ser madre podía seguir siendo atractiva.

Lewis estaba hablando con Eloise en el salón. Cuando Martha entró, él se giró y se quedó callado, mirándola anonadado. Llevaba una chaqueta de vestir blanca y pajarita negra y estaba tan atractivo que Martha se quedó sin aliento nada más verlo. También él parecía haberse impresionado al contemplarla. La sonrisa de su rostro se esfumó y durante unos minutos se quedó mirándola intensamente.

Martha se sentía feliz. Había conseguido sorprenderlo y llamar su atención, sacándolo de su estado de permanente enojo.

– Está muy… diferente -balbuceó Lewis.

¿Diferente? ¿Era eso todo lo que se le ocurría decir? Podía haber sido más directo y haberle dicho que no le gustaba. Martha se sintió herida y su autoestima comenzó a desvanecerse.

Entonces pensó que podía ser incluso peor. ¿Y si pensaba que se había puesto tan guapa sólo por él? Quizás pensaba que su intención era atraerlo para volver a besarlo. Aquella expresión en el rostro de Lewis podía ser reflejo del desagradable recuerdo que le producía aquel beso. Parecía temer que volviera a suceder.

Sólo de pensarlo, se sintió mortificada. Se le hizo un nudo en la garganta. Todavía le quedaba orgullo y decidió sacar fuerzas de flaqueza. Tenía que convencer a Lewis de que lo último que deseaba era volver a besarlo.

– Gracias -dijo Martha con una sonrisa-. Quería estar guapa. Como me dijo que todos los británicos estarán allí esta noche, es posible que me encuentre a Rory. Quiero que me vea lo mejor posible.

Se quedaron en silencio unos instantes.

– Claro -dijo Lewis-. Se me olvidaba que espera encontrárselo en esa fiesta.

– Para eso vine hasta aquí -dijo Martha sonriendo. Al menos si se lo repetía una y otra vez, ella misma se convencería de que su objetivo era Rory.

¿Cómo era posible que lo hubiera olvidado? ¿Por qué había sido tan estúpido de admitir que no lo recordaba? Lewis no dejó de hacerse esas preguntas una y otra vez. Martha nunca le había ocultado el verdadero motivo de haber aceptado ese trabajo allí.

No había sabido cómo reaccionar al verla salir de su dormitorio. Estaba acostumbrado a verla en camisetas o con pareos, o con aquella camisa con la que dormía. No le agradaba la ropa que Martha se había puesto aquella noche. Se la veía sofisticada y deseosa de pasárselo bien, además de atractiva.

Lewis prefería verla en la cocina, entre cacerolas, mientras probaba cada plato que preparaba. O sentada en el suelo jugando con los bebés. Le gustaba la niñera, no la editora de moda. Pero a Martha no le importaba lo que le gustaba a él.

– Será mejor que nos vayamos -dijo Lewis bruscamente-. No querrá que lleguemos tarde.

La recepción del Alto Comité se celebró en un gran edificio colonial rodeado de enormes jardines. Era uno de los eventos sociales más importantes del año en Perpetua. Había mucha gente y todo el mundo lucía sus mejores galas.

¿Y si Rory estaba también allí? Martha sintió pánico. ¿Qué le diría? Había hablado a Lewis tanto de él que no podría ignorar su presencia. Confiaba en que la idea de ponerse una chaqueta fuera motivo suficiente para que Rory no sintiera deseos de acudir a la recepción en caso de haber sido invitado.

– ¡Hola! -dijo Candace sonriente, y se aferró al brazo de Lewis. Era evidente que lo había estado buscando y se sentía encantada de tenerlo por fin a su lado-. Te estaba esperando.

– ¡Hola! -dijo Martha. Candace se quedó mirándola sorprendida.

– ¡Martha! -dijo Candace, y soltó el brazo de Lewis mientras la sonrisa de sus labios desaparecía-. Apenas la reconozco.

– Es que hoy es mi noche libre.

– En ese caso, tendremos que asegurarnos de que lo pase bien -dijo Candace tratando de contener sus celos-. Le presentaré a algunas personas.

Martha pensó que aquel ofrecimiento no era más que una estrategia para separarla de Lewis. Podía haberle dado las gracias y haberle dicho que no tenía por qué preocuparse. Lewis apenas le había dirigido la palabra en el coche. Estaba segura de que no aprobaba su aspecto. O quizás estaba asustado pensando que en cualquier momento se le podía insinuar. Fuera lo que fuera, no estaba dispuesta a soportar a aquellos dos durante toda la noche.

Martha levantó la barbilla.

– Se lo agradezco mucho, pero ya he estado en otras fiestas y creo que seré capaz de conocer a otras personas yo sola -dijo, y girándose hacia Lewis, añadió-: Lo veré más tarde.

Se despidió con la mano al estilo Glitz y se dio media vuelta. Se sentía segura con el vestido y los zapatos que se había puesto.

Después de tanto tiempo sin vida social, se asustó de encontrarse sola en medio de tantas personas desconocidas, pero la experiencia de las fiestas a las que había asistido pronto se hizo patente. Martha desplegó todos sus encantos y al cabo de un rato se sintió perfectamente integrada en la sociedad de Perpetua, como si llevara años allí.

Lo habría pasado mejor si no hubiera estado tan pendiente de Lewis. A pesar de que trataba de moverse por la fiesta, siempre lo veía. Trataba de ignorarlo pero inconscientemente sus sentidos parecían estar atentos a cada movimiento de Lewis.

Lewis no parecía estar disfrutando, pensó Martha. Era evidente que no se sentía a gusto en la fiesta. Daba la impresión de que estaba fuera de lugar. Sus sonrisas eran totalmente forzadas. Martha incluso sentía lástima por Candace, que no se había separado de su lado. Seguro que ella también se había dado cuenta de que Lewis se aburría. ¿Por qué había asistido a la fiesta?, se preguntó. Se podía haber quedado en casa. Ahora, estaría disfrutando del sonido del mar y de la tranquilidad del porche.

Estaba claro el motivo por el que Candace seguía junto a él, pensó Martha molesta. Lewis tenía un aspecto formidable y su porte lo hacía destacar del resto de los hombres.

De repente, Martha sintió deseos de irse de la fiesta. Como si hubiera leído sus pensamientos, Lewis la miró desde el otro lado del jardín y sus ojos se encontraron.

Fue como si el resto de las personas desaparecieran. Ella tampoco quería estar allí, conversando con extraños. Quería estar en el porche, junto a él.

– ¿Va todo bien?

De repente, Martha se dio cuenta de que el hombre con el que estaba hablando había detenido su conversación y la miraba preocupado. Retiró la mirada de Lewis y bebió de su copa.

– Si, lo siento. Estoy bien -se disculpó, pero no era cierto, no se encontraba bien. Se sentía asustada por lo que acababa de descubrir.

Deseaba a Lewis. No era el padre que buscaba para Noah ni el hombre perfecto para ella, pero lo deseaba como nunca había deseado a ningún hombre antes. Ansiaba acercarse a él y pedirle que la llevara a casa y que la besara como la había besado aquella noche. Quería volver a casa para rodearlo con sus brazos y entregarse a él.

¿Cuánto tiempo había permanecido mirando a Lewis? Martha se sintió aturdida y desorientada. Se arriesgó a mirarlo de nuevo, pero en aquel momento charlaba con otro invitado y parecía relajado. Parecía tranquilo, no como ella, que estaba temblando. Deseaba salir corriendo de la fiesta.

No había razón para seguir engañándose. Estaba enamorada de Lewis, a pesar de que no era el hombre adecuado para ella. Lo amaba y no podía hacer nada para impedir lo que sentía.

Todo lo que tenía que hacer era mantener la calma. Lo peor que podía hacer era confesarle sus verdaderos sentimientos. La rechazaría inmediatamente y ella y Noah tendrían que irse y nunca más volvería a verlo.

Era mejor mantener en secreto sus sentimientos. Todavía faltaban meses para que su contrato terminara y podían pasar muchas cosas en ese tiempo.

Por el momento, necesitaba concentrarse en sus sentimientos y en lo que iba a hacer. Los músculos de la cara comenzaban a dolerle de tanto sonreír. Estaba deseando irse a casa, pero temía quedarse a solas con él. Tenía que controlar sus emociones.

Por eso, cuando Lewis se acercó para preguntarle si quería volver a casa, Martha le dedicó una amplia sonrisa.

– La fiesta está empezando -dijo tratando de hacerle ver que se estaba divirtiendo.

– No quiero que se haga demasiado tarde para Eloise -dijo Lewis, que había conseguido por fin separarse de Candace -. No me parece justo.

– No creo que tenga inconveniente si nos quedamos un rato más.

Lewis frunció el ceño.

– No quiero quedarme más tiempo. Si quiere que la lleve a casa, tendrá que venirse ahora.

Martha deseaba abrazarlo y besarlo para hacer desaparecer su mal humor. ¿Cómo podía amar a un hombre tan difícil?, se preguntó.

– No se preocupe -dijo tratando de contenerse.

– Yo mismo la puedo llevar a casa si quiere -se ofreció el hombre que estaba junto a ella.

Martha había estado muy ocupada pensando en Lewis para fijarse en él, pero recordó que se lo habían presentado y que se llamaba Peter.

A Lewis no pareció gustarle aquel comentario.

– ¿De verdad podría llevarme? Sería muy amable por su parte. Muchas gracias -le dijo Martha, y le dedicó una gran sonrisa.

Se giró hacia Lewis. Se sentía mejor ahora que no tenía que volver a solas con él. No tendría que preocuparse por mantener sus manos controladas. Deseaba acariciarlo, confesarle sus sentimientos y pedirle que la abrazara ardientemente.

– Váyase -le dijo a Lewis-. Estaré bien.

– No es usted la que me preocupa -dijo Lewis secamente-. Pensaba en Eloise. Estará deseando irse a su casa.

– Usted estará allí -le recordó.

El rostro de Lewis se tensó.

– Por si se le ha olvidado, déjeme que le recuerde que yo no soy la niñera.

Martha dudó. La única manera que tenía de salir airosa de aquella situación era haciéndole frente. Con un poco de suerte, Lewis no se percataría del verdadero motivo por el que no quería volver a casa con él.

– Discúlpame -le dijo a Peter con tono de víctima-. Parece que voy a tener que irme. Mi jefe me reclama.

– Ahórrese sus palabras -le dijo Lewis, visiblemente irritado-. Si tiene tantas ganas de quedarse, quédese. Me da igual.

– ¡Perfecto! -contestó Martha. Era extraña la sensación que Lewis le producía. Por un lado, la irritaba, pero por otro deseaba arrojarse a sus brazos y pedirle que la llevara a casa con él.

Tuvo que contenerse para no salir corriendo tras él. Ahora tenía que quedarse en la fiesta y pretender que estaba pasando un buen rato con Peter. Éste insistió en llevarla a la única discoteca de Perpetua. En otra época, Martha era la última en abandonar la pista de baile, pero ahora todo lo que quería era irse a casa.

Eran casi las dos cuando Peter la llevó de vuelta. Habían sido las cuatro horas más aburridas de su vida. Temía el momento de la despedida, por si Peter se había hecho ilusiones de recibir una muestra física de gratitud. Por suerte, Lewis estaba sentado en el porche y se levantó al verlos llegar.

– Gracias por una noche tan agradable -dijo Martha mientras abría la puerta del coche.

– ¿Dónde ha estado? -le preguntó Lewis viéndola subir los escalones del porche. Peter arrancó el motor del coche y se marchó.

– Disfrutando de la vida nocturna de Perpetua.

– ¿Hasta las dos de la madrugada?

– Eso es lo que tiene la vida nocturna -dijo Martha con ironía-. Que sólo ocurre por la noche. Ya veo que para usted, la noche acaba a las diez, pero para los demás lo mejor viene después de la medianoche.

– Me podía haber avisado que no volvería a casa después de la recepción -protestó Lewis.

– Podía haberlo hecho, pero no lo hice por dos motivos -contestó ella, y pasó a su lado en dirección al salón, antes de continuar-: Primero, porque pensé que estaría en la cama durmiendo y segundo, porque no tengo que darle explicaciones de lo que hago en mi tiempo libre.

– No podía quedarme dormido sabiendo que no estaba en casa -dijo Lewis furioso-. No sabía dónde estaba o con quién. No sabía lo que estaba haciendo. ¿Y si la hubiera necesitado?

Martha se sentó en el brazo de sofá y se quitó los zapatos.

– ¿Para qué me podía necesitar?

– Podía haberles ocurrido algo a Viola o Noah -contestó Lewis tras unos instantes.

– ¿Están bien?

– Sí, no se preocupe.

Martha se frotaba los pies. Aquellos zapatos eran muy bonitos, pero incómodos para bailar.

– Le diré una cosa -dijo ella-. La próxima vez que salga, lo llamaré cada hora para decirle donde estoy. ¿Le parece bien?

Lewis se quedó serio ante su ocurrencia.

– ¿Qué quiere decir la próxima vez? -le preguntó-. ¿Va a verse con ese hombre otra vez?

Martha se quedó silenciosa.

– No hemos quedado en nada firme pero, ¿quién sabe? -dijo airosa-. Peter es muy agradable -mintió.

Las cejas de Lewis se fruncieron, uniéndose sobre la nariz.

– Creí que estaba buscando al padre de Noah.

– Claro que sí, pero no he encontrado a nadie que lo conozca.

– Y mientras, se entretiene buscando un sustituto, ¿no? -dijo Lewis, mientras caminaba de un lado a otro del salón. Martha lo miraba furiosa.

– ¿Qué quiere decir?

– He visto el modo en que hablaba con los hombres que había en la recepción -dijo él en tono acusador-. Parecía estar buscando una alternativa en caso de que Rory no aparezca.

Los ojos de Martha brillaban con furia.

– Mi hijo se merece lo mejor. Tiene derecho a tener un buen padre. Puede que su verdadero padre no quiera hacerse cargo de él, pero no por ello voy a dedicarme a buscar al padre perfecto en todas las fiestas a las que asista.

– ¿Y por qué no ha dejado de flirtear en toda la noche?

– No he estado flirteando. Usted y Candace me dejaron claro que estaba de más, así que decidí dejarlos solos. Mi única intención era ser amable.

– ¿Amable? -preguntó Lewis pronunciando lentamente cada sílaba-. ¿Qué quiere decir exactamente?

– Bueno, hace tiempo que no consulto su significado en el diccionario -dijo Martha con ironía, tratando de contener su enojo-. Pero creo que tiene que ver con ser educado, sonreír y mostrar interés por otras personas, que era exactamente lo que hice. No sé a dónde quiere ir a parar.

Se hizo una pausa. Lewis retiró su mirada.

– No me ha gustado -dijo. Parecía que le costaba hablar-. No me gusta verte prestando atención a otros hombres. Tampoco me gusta ver que otros hombres se interesan por ti. Estoy celoso -añadió tranquilamente, mirándola directamente a los ojos y tuteándola por primera vez-. Quiero que seas amable sólo conmigo.

Aquellas palabras fueron tan inesperadas que Martha se quedó ensimismada observándolo sin saber qué decir. No estaba segura de haber entendido bien lo que le acababa de decir.

– ¿Por qué? -preguntó de manera estúpida.

– ¿Que por qué? Mírate -dijo Lewis y se giró-. ¿Qué hombre no te desearía? Esta noche estás espectacular.

Martha abrió la boca para decir algo, pero se contuvo.

– Creí que no te gustaba mi vestido -fue todo lo que consiguió decir tras unos instantes.

– No es el vestido lo que no me gustó -dijo encogiéndose de hombros.- Lo que no me gustó fue que quisieras ir a esa fiesta. Habría preferido que te hubieras quedado en casa conmigo.

– ¿Por qué? -dijo Martha. Estaba confusa.

Lewis se acercó y tomó los zapatos de sus manos, dejándolos caer sobre el suelo de madera.

Martha sintió que el corazón le latía con fuerza. Tenía la boca demasiado seca para hablar. Sentía el calor de su mirada y no podía retirar sus ojos de los de él. Se quedó paralizada disfrutando de ese momento. Temía que, si se movía, aquel instante desapareciera.

– ¿Tú por qué crees? -le preguntó mirándola con intensidad-. Estoy seguro de que sabes que no he podido dejar de pensar en el beso que nos dimos y en desear volver a acariciarte. Cada vez que te veo con esa camisa que te pones para dormir, siento deseos de quitártela. Quiero desabrocharte los botones uno a uno muy lentamente. Quiero acariciarte como lo hice esa noche y acabar lo que empezamos.

Martha humedeció sus labios.

– Pero parecías molesto.

– No era la primera vez que deseaba besarte, pero no debí hacerlo de aquella manera.

– ¿Y si te digo que me gustó? -dijo Martha con voz temblorosa, y lo miró directamente a los ojos-. De hecho, yo también lo deseaba.

– ¿De verdad? -preguntó Lewis dubitativo.

Martha dejó escapar un largo suspiro. Quería olvidarse del futuro y pensar tan sólo en el presente y en lo que deseaba en ese instante. No quería pensar en nada más que no fuera en Lewis y en sus ojos, sus manos, su boca y en el calor de su cuerpo junto al suyo.

– Sí -contestó ella.

Lewis tomó las manos de Martha entre las suyas.

– ¿Estás segura?

– Lo estoy, ¿y tú?

– ¿Que si estoy seguro? -dijo Lewis, y soltó una carcajada-. Llevo tiempo pensando en esto. Sí, claro que estoy seguro.

Lewis inclinó su cabeza y sus labios se unieron en un cálido beso que se prolongó durante largos segundos hasta que tuvieron que separarse para recuperar el aliento. Lewis acarició con sus manos la suave melena de Martha.

– Estoy completamente seguro.

A partir de ese momento, no fueron necesarias más palabras.

Cuando Martha se despertó a la mañana siguiente, estaba apoyada contra la espalda de Lewis. Él estaba tumbado boca abajo y parecía estar dormido. Le besó el cuello.

Él se movió ligeramente y ella lo volvió a besar, esta vez en el hombro.

No obtuvo respuesta. Martha se incorporó y decidió emplearse a fondo. Comenzó a besarlo en el cuello y siguió hasta el lóbulo de la oreja, volviendo por su mejilla hasta la comisura de los labios.

– ¿Estás despierto? -susurró, al advertir una ligera mueca en sus labios.

– No -contestó suavemente Lewis.

– ¿Ni tan siquiera un poquito?

– No -dijo de nuevo él. Entonces, se giró por sorpresa, se colocó sobre ella y la besó.

Martha sonrió con satisfacción y se desperezó bajo el cuerpo de Lewis.

– ¿Qué hora es? -preguntó.

Lewis se incorporó para mirar el reloj que había sobre la mesilla de noche.

– Es demasiado pronto para levantarnos -contestó, y volvió a acomodarse sobre el cuerpo de Martha, descansando la cabeza sobre su cuello-. Parece que los bebés todavía duermen.

– En ese caso, siento haberte despertado -dijo Martha rodeándolo con sus brazos-. ¿Quieres seguir durmiendo?

Se quedaron en silencio y, por un momento, Martha pensó que dormía hasta que sintió sobre su piel cómo se reía.

– No creo que pueda hacerlo ahora -dijo Lewis mientras comenzaba a bajar besando su cuello-. ¿Y tú? ¿Tienes sueño?

– No -dijo Martha jadeante al sentir cómo sus manos la recorrían-. No tengo nada de sueño.

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