MARTHA alzó la barbilla. Lo importante era convencer a Lewis para que le diera el trabajo. Necesitaba ir a San Buenaventura y le tenía que hacer entender lo importante que era para ella.
Miró a su hijo. El era el motivo por el que estaba allí.
– Cuando Noah nació, mi vida cambió -comenzó a decir. Hizo una pausa para escoger las palabras, antes de continuar-. Bueno, es difícil de explicar a alguien que no tiene hijos. Las cosas que antes parecían importantes, ya no lo son. Ahora lo principal es Noah. Quiero darle todo lo que un niño necesita. Amor, seguridad, apoyo… -Martha se detuvo y suspiró-. Por eso quiero que conozca a su padre. Cuanto más crece, más consciente soy de que necesita un padre. No pretendo que Rory se sienta obligado, pero quiero darle la oportunidad de que elija si quiere ser parte de la vida de su hijo. Me gustaría que lo viera crecer y compartiera su vida, pero no quiero hacerme ilusiones hasta que Rory lo conozca. Por eso quiero ir cuanto antes a San Buenaventura.
Lewis no respondió inmediatamente. Volvió a sentarse y se quedó mirándola con una expresión indescifrable.
– Si es tan importante para usted, ¿por qué no compra un billete de avión y va hasta allí? -preguntó por fin-. No será difícil dar con él. ¿Para qué complicarse la vida y trabajar como niñera?
– Porque no puedo permitírmelo -contestó Martha con franqueza-. Usted mismo ha dicho antes que no es un destino turístico. El viaje es muy caro, especialmente si no sé cuánto tiempo voy a tardar en encontrar a Rory. No dispongo de tanto dinero en estos momentos.
– No soy ningún experto -dijo incrédulo, levantando una ceja-. Pero la ropa que lleva parece cara. Parece imposible que no pueda pagarse el viaje.
La miró de arriba abajo. Llevaba pantalones de ante, una bonita blusa y unas botas de tacón alto.
– Esta ropa me la compré antes de tener a Noah. Ahora, aunque pudiera no me la compraría -dijo mirando las manchas en los pantalones-. No es apropiada para cuidar a un bebé.
– Cuando dijo que tenía un buen trabajo, ¿no sería como niñera, verdad? -preguntó él irónicamente.
– No. Entonces era editora de moda de Glitz, una prestigiosa revista femenina. Me encantaba mi trabajo y tenía un buen sueldo -hizo una pausa y añadió-: Disfrutaba de un alto nivel de vida. Solía comer en restaurantes, pasaba maravillosas vacaciones… Pero nunca me preocupé de ahorrar. Vivía el momento y el futuro no me preocupaba.
Martha suspiró y recordó con qué facilidad se había gastado el dinero en zapatos y ropa de última moda. Sólo con el dinero que había gastado en taxis, hubiera tenido suficiente para vivir un año en San Buenaventura.
– Pero el futuro llega. ¿No puede volver a su trabajo?
– Lo intenté después de tener a Noah, pero fue difícil. Estaba tan cansada que no podía centrarme. Después de varios errores, la editora me dijo que iba a prescindir de mí -Martha se estremeció y continuó-: No la culpo. Las sesiones de fotos cuestan mucho dinero y no se puede perder ni un minuto porque la editora de moda no sepa ni en qué día vive.
– Tenía que haberlo pensado antes de tener al bebé -dijo Lewis fríamente.
– Y claro que lo hice. Por eso no tuve hijos antes, pero no me arrepiento de haber tenido a Noah. No quiero un trabajo absorbente que me haga tener que dejar al niño al cuidado de otra persona durante todo el día. Quiero estar con él ahora que es pequeño. He hecho algún trabajo por mí cuenta, pero no me da lo suficiente para seguir pagando la hipoteca de la casa que compré justo antes de tener a Noah -Martha se detuvo pensativa y continuó-: Es un piso fabuloso, con vistas al río, pero no puedo vivir allí y hacer frente a los gastos. Lo tengo alquilado y con la renta que obtengo, pago la hipoteca. Nosotros vivimos en un pequeño estudio y, francamente, apenas puedo pagar el alquiler en este momento.
– ¿Y por qué no vende su piso? Si es tan bonito como dice, no será difícil hacerlo.
Lewis tenía una mentalidad evidentemente práctica, lo que no era extraño en un ingeniero, a juicio de Martha.
– Probablemente lo haga -dijo-. Pero no quiero tomar ninguna decisión hasta que haya hablado con Rory. Una vez lo haya hecho, sabré qué hacer. Por eso cuando Gilí me dijo que necesitaba una niñera para ir a San Buenaventura, me pareció una oportunidad perfecta.
Sus ojos se encontraron con la fría mirada de Lewis.
– Para usted quizás pero yo no tengo garantías de que tan pronto llegue, dedique todo su tiempo a buscar a su amigo.
Martha respiró profundamente en un intento de mantener la paciencia.
– Le aseguro que cumpliré el contrato. En esos seis meses, tendré tiempo suficiente para encontrar a Rory, que conozca a Noah y se acostumbre a la idea de que tiene un hijo. Así no se sentirá obligado a tomar una rápida decisión. Si después de eso quiere que nos quedemos, bien. Si no, volveremos con usted y Viola. Al menos habré hecho lo posible para que conozca a su hijo.
Viola se estaba aburriendo. Había tirado el oso de peluche que había estado chupando y comenzaba a estar inquieta. Martha la puso sobre su regazo y le dio otro juguete de su bolsa para distraerla. La niña lo tomó alegremente.
Noah recogió el osito, molesto por la atención que su madre estaba prestando a su rival. Lewis miró como Martha se las apañaba con los dos bebés y frunció el ceño.
– No puede ser niñera -dijo bruscamente-. Apenas puede arreglárselas con dos bebés.
– ¿Cómo que no? Ninguno está llorando -repuso Martha, deseando que Viola y Noah permanecieran tranquilos.
– Todavía no. Pero sentarlos en su regazo y entretenerlos con juguetes está bien durante un rato. ¿Qué pasará cuando los dos se pongan a llorar o sea la hora de comer?
– Las madres de gemelos consiguen arreglárselas -repuso Martha.
– Pero ellas están acostumbradas.
– Yo también me acostumbraré -dijo ella desafiante.
– Sea realista -dijo él. Estaba aturdido por la manera en que ella, sentada frente a él, lo miraba con aquellos grandes ojos marrones-. Tiene aspecto de no haber dormido bien últimamente. No creo que pueda ocuparse de dos bebés a la vez. No quiero tener que cuidar de usted y de Noah, además de Viola.
Lewis pensó que a aquella mujer le vendrían bien seis meses de sol para relajarse y recuperar el sueño perdido. Pero se detuvo y recapacitó. Los problemas de Martha Shaw no eran asunto suyo.
– Soy más fuerte de lo que parece -afirmó Martha-. Llevo ocho meses cuidando a un bebé y sé mejor que usted lo que eso supone. Estoy segura de que me las apañaré. Por favor, lléveme con usted. Viola es un encanto y cuidaré de ella como si fuera hermana gemela de Noah. Creo que nos necesitamos mutuamente.
Lewis arqueó una de sus cejas. Al momento, Martha se arrepintió de lo que acababa de decir. Por si fuera poco, sintió que se ruborizaba.
– Sé lo que quiere decir -dijo él secamente, y se puso de pie. Dio unos pasos y por fin, añadió-: He de decirle que accedí a verla por Gilí. Insistió en que usted era la persona que necesitaba.
– Y así es -afirmó Martha dispuesta a no cometer más errores.
Lewis no estaba tan seguro. No podía imaginarse compartiendo una casa con ella durante seis meses.
Aquellos ojos, aquellos labios carnosos… podían ser muy tentadores. Además, tampoco parecía el tipo de niñera que él necesitaba.
– Debí haberle dicho a Gilí que tenía otra candidata para el puesto -dijo, tratando de olvidar la idea de vivir con Martha durante seis meses-. He conocido a otra persona esta mañana y tengo que reconocer que me gustó mucho. Eve es una niñera con gran experiencia, muy… -aburrida, fue la única palabra que se le vino a la mente. Se detuvo un momento para buscar la palabra adecuada y concluyó-: Eficiente.
– Los bebés no necesitan eficiencia. Necesitan amor, paciencia y una rutina.
– Eve tiene muy buenas referencias. Estoy seguro de que sabe exactamente lo que un bebé necesita. Es una mujer muy sensible y no tiene compromisos. Así se podrá centrar en el cuidado de Viola, al contrario que usted. He de tener en cuenta que la niñera de Viola vivirá conmigo durante seis meses, así que es importante que nos llevemos bien. Eve parece seria y responsable, por lo que confío en que se adapte rápidamente.
– Entiendo -dijo ella, y se puso en pie. Dejó a Viola en su carrito y se despidió-. En ese caso, no hay nada más que decir. Gracias por su tiempo.
Recogió los juguetes y tomó a Noah en brazos.
– Lo siento -dijo Lewis bruscamente, como si le costara trabajo pronunciar las palabras-. No creo que hubiera funcionado.
Martha tomó otra cucharada de puré y se la ofreció a Noah. Éste apretaba los labios y sacudía la cabeza, negándose a abrir la boca.
– ¿Por qué los hombres sois tan difíciles? -dijo empezando a impacientarse.
Noah ni se inmutó. Permanecía con la boca cerrada. En ocasiones, podía ser muy cabezota. Como Lewis Mansfield.
Martha suspiró. Se metió la cuchara en la boca y siguió leyendo los anuncios del periódico. Había decidido olvidarse de momento de San Buenaventura y buscar otro trabajo. El problema de muchos trabajos es que no pagaban lo suficiente para cubrir los gastos de guardería, así que estaba considerando seriamente un puesto de niñera o de empleada de hogar en el que pudiera tener a Noah con ella.
Continuó jugueteando con la cuchara mientras leía. De repente, el teléfono sonó. Sería Liz, que como todos los días llamaba para animarla.
– ¿Hola? -dijo ladeando la cabeza para sujetar el aparato con su hombro, sin molestarse en sacar la cuchara de su boca.
– ¿Martha Shaw?
Se le cayó el teléfono de la impresión. Era la voz de Lewis Mansfield. Recogió el teléfono antes de que llegara a tocar el suelo y se sacó la cuchara.
– Sí, soy yo -contestó Martha sorprendida.
– Soy Lewis Mansfield. Quería saber si seguía interesada en venir a San Buenaventura a cuidar de Viola.
Estaba enfadado. Era obvio que habría hecho cualquier cosa antes que llamarla, así que algo no había salido como él esperaba. Debía de estar desesperado, así que Martha decidió hacerle sufrir.
– Creí que ya tenía la candidata perfecta. ¿Cómo se llamaba?
– Eve -contestó Lewis molesto.
– Eso es, Eve. ¿No aceptó el trabajo?
– En un principio sí, pero una vez que hice todos los arreglos necesarios, me llamó y me dijo que no estaba interesada.
– ¡Qué falta de seriedad! -exclamó Martha con ironía, disfrutando de la situación.
– El asunto es que nos vamos este fin de semana y no tengo tiempo de seguir buscando niñera. Si puede estar lista para entonces, me ocuparé de los billetes de avión para usted y su hijo.
– Pero usted cree que no nos llevaremos bien -le recordó Martha.
– Nunca dije eso.
– Lo dio a entender.
– Los dos tendremos que esforzarnos -dijo Lewis, que comenzaba a estar impaciente-. De todas formas, tendré mucho trabajo y apenas nos veremos. Si viene a San Buenaventura no tendremos más remedio que llevarnos bien.
– Lástima que se haya quedado sin una persona tan seria y responsable, tan…, ¿cómo era la palabra? ¡Ah, sí! Eficiente.
– La ventaja de Eve es que no tenía compromisos -dijo Lewis, enojado-. Confío en que usted sepa ser seria, responsable y eficiente. Y fuerte. Va a tener que serlo.
– ¡Claro que lo seré!
– Francamente, estoy desesperado -admitió Lewis-. Usted me dijo que quería ir a San Buenaventura y ahora le estoy ofreciendo la oportunidad de hacerlo. Si acepta el trabajo, le enviaré rápidamente los billetes. Si no, dígamelo y buscaré otra solución.
Martha no estaba dispuesta a dejarlo escapar. -Lo acepto.
En el avión, Martha tomó un sorbo de champán y trató de olvidar que Lewis estaba sentado al otro lado de los asientos. Les habían puesto en la primera fila para que los bebés pudieran dormir en unas cunas especiales. Cada uno se sentó en un extremo, dejando libres los cuatro asientos intermedios. Apenas habían tenido ocasión de hablar en el aeropuerto debido al voluminoso equipaje que llevaban y a las gestiones que tuvieron que hacer para facturarlo. Además, los bebés habían estado todo el tiempo despiertos y habían tenido que entretenerlos hasta que embarcaron.
Ahora Viola y Noah dormían. El avión había alcanzado su altura de crucero y había un suave murmullo producido por el resto de los pasajeros, a la espera de que les sirvieran el almuerzo.
Martha se sentía incómoda por el silencio que había entre ellos. Cada uno estaba en un extremo, lo que hacía imposible mantener una conversación. Lo peor era que el vuelo sería largo. Decidió acercarse a él, lo que supuso una serie de equilibrios para sujetar su copa y, a la vez, plegar las bandejas. Por no hablar de toda la parafernalia de juguetes que tuvo que mover de un asiento a otro. Finalmente, se sentó dejando un asiento libre entre ella y Lewis.
– ¿Qué está haciendo?
– Intento ser sociable -dijo mientras se retiraba un mechón de pelo de la cara-. No podemos estar hablándonos a gritos todo el viaje hasta Nairobi.
– Creí que preferiría descansar.
Aquello sorprendió a Martha.
– Todavía no nos han servido el almuerzo. Además, no tengo sueño -sonrió-. Parece un buen momento para irnos conociendo. Después de todo, vamos a estar juntos seis meses y tenemos que irnos haciendo a la idea. Además, el vuelo desde Nairobi lo vamos a hacer en un avión más pequeño que éste y nos sentaremos muy cerca.
– Eso será lo más cerca que estemos el uno del otro -dijo Lewis secamente.
Martha suspiró.
– Mire, si lo prefiere me vuelvo a mi asiento. Siento haberme acercado -dijo a la vez que se desabrochaba el cinturón de seguridad.
– ¡Quédese donde está! -exclamó enojado. Suspiró y cambiando el tono de su voz, añadió-: Discúlpeme, pero estoy muy preocupado últimamente y pierdo la paciencia enseguida. Las cosas en la oficina no van bien, la mitad de los proyectos están dando problemas, las negociaciones del puerto de San Buenaventura están paralizadas. Por si fuera poco, también está Savannah. Tiene razón, será mejor que nos vayamos conociendo.
Martha sintió lástima por él. Había leído en las revistas la última escena que había montado su hermana. Incluso había acudido la policía. Al final, el mismo Lewis la había llevado a la clínica ante la presencia de los periodistas, que no habían dejado de golpear las ventanillas del coche y de hacer preguntas sobre detalles íntimos de la vida de su hermana. Parecía cansado.
– No se preocupe. Ha tenido muchos problemas de los que ocuparse.
Martha estaba desconcertada. Ya se había acostumbrado a su carácter tan seco y, de repente, era amable y considerado.
– ¿Cree que podemos empezar de nuevo? -preguntó Lewis, amablemente.
– Desde luego -contestó Martha y, alargando su mano, añadió con alegría-. Soy Martha Shaw.
– Encantado de conocerla -dijo Lewis sonriendo a la vez que tomaba su mano y la estrechaba entre la suya.
Martha deseó que no lo hubiera hecho. Sintió el roce de sus dedos fuertes y cálidos y se estremeció.
Rápidamente ella retiró su mano y tomó un largo sorbo de champán. No supo por qué había pedido aquella bebida. Había escrito numerosos artículos sobre la deshidratación que los vuelos largos producían y la necesidad de beber mucha agua para evitarla. Pero cuando vio que Lewis pedía una botella de agua decidió llevarle la contraria y pedir una copa de champán.
Había sido una tontería por su parte, especialmente ahora que Lewis parecía tan amable e incluso sonriente.
No sabía qué más decir. Miraba fijamente la pantalla que indicaba la ruta del avión, que en aquel momento volaba en dirección sur.
– ¿Qué le pasó a Eve? -preguntó Martha por fin.
– ¿Eve?
– La niñera perfecta -le recordó-. Aquella que era tan seria, responsable y eficiente. Aquella que no tenía compromisos.
– Ah, sí. Resulta que se enamoró -respondió Lewis distraídamente.
Se sentía aturdido. No sabía si era la sonrisa de Martha o el brillo de sus ojos. Miró el vaso de agua que sostenía en su mano. Desde luego, el alcohol no era el culpable. Lo más probable es que fuera la presión, pensó.
Martha se giró en su asiento y lo miró sorprendida.
– ¿Se enamoró?
– Eso me dijo. La entrevisté el lunes, el martes aceptó el trabajo y el miércoles conoció a un hombre en una fiesta. El jueves me llamó y me dijo que iba a pasar el resto de su vida con él y que no quería venir a San Buenaventura.
– ¿De verdad? -dijo Martha entre risas-. Así que después de todo, no era tan responsable.
– Eso parece. Ha dejado un buen trabajo para irse con un hombre al que acaba de conocer; es lo más ridículo que he oído nunca.
– A menos que se haya enamorado de verdad.
– ¿Cómo puede haberse enamorado? -preguntó Lewis-. Apenas conoce a ese hombre.
– Entonces, ¿no cree en el amor a primera vista?
– ¿Usted sí? -preguntó Lewis.
– Antes sí.
– ¿Y qué le hizo cambiar de opinión?
– Descubrí que el amor a primera vista no dura -dijo Martha con una triste sonrisa. Se quedó mirando el vacío mientras lo recordaba-. Cuando conocí a Paul parecía el hombre perfecto. Nuestros ojos se encontraron y supe que era el hombre ideal. Pasé el resto de la noche con él y nos fuimos a vivir juntos una semana más tarde. Éramos almas gemelas. Al menos no hicimos la tontería de casarnos.
Aquella descripción de cómo se había enamorado incomodó a Lewis.
– ¿Qué pasó?
– Lo habitual: la convivencia, las mentiras, el trabajo… Paul y yo hicimos cuanto pudimos, pero al final tuvimos que dejarlo. Separarnos fue difícil, después de todos los planes que habíamos hecho juntos -se quedó pensativa unos instantes, antes de continuar-. Tomé la decisión de no volver a pasar por lo mismo otra vez. Una relación ha de basarse en algo más que en la atracción física.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Lewis, enarcando una ceja.
– Quiero decir que es mejor ser realista que dejarse llevar por el romanticismo. Para que una relación funcione, es más importante la amistad y el respeto que la atracción física.
– ¿Fue eso lo que pasó con el padre de Noah? -preguntó Lewis y descubrió, sorprendido, que se sentía celoso.
– No, fue algo más que un flechazo. Ocurrió poco después de romper con Paul. Mi autoestima estaba por los suelos y entonces conocí a Rory en una fiesta. Era más joven que yo y muy atractivo. Acababa de llegar de San Buenaventura y su piel bronceada contrastaba con su cabello rubio. Había muchas mujeres bonitas en la fiesta y podría haberse quedado con cualquiera de ellas, pero se quedó conmigo toda la noche. Me sentí muy halagada. Si hubiéramos seguido más tiempo juntos, ¿quién sabe? -dijo, y sonrió-. Pero Rory tenía que volver a San Buenaventura. Los dos sabíamos que lo nuestro no podía durar, así que procuramos divertirnos y pasarlo lo mejor posible.
Lewis escuchó con atención sus palabras mientras observaba su rostro. A pesar de las finas arrugas alrededor de sus ojos, era muy atractiva. Sus labios carnosos eran tremendamente tentadores. No le sorprendía que Rory la hubiera escogido.
– ¿Y el embarazo? -preguntó Lewis, que se estaba cansando de oír hablar de Rory.
– Fue un accidente -dijo Martha-. Fuimos a pasar el fin de semana a París y la última noche cenamos ostras. Yo tomaba anticonceptivos y aquellas ostras me sentaron mal. Estuve vomitando dos días y bueno… ocurrió. No fue la mejor manera de iniciar una familia, pero no cambiaría a Noah por nada del mundo -hizo una pausa antes de continuar-. De todas formas, no tiene por qué preocuparse. No saldré corriendo detrás del hombre de mis sueños como Eve. Soy mucho más realista ahora respecto al amor y, francamente, no quiero enamorarme otra vez.