CAPITULO 10

AL DÍA siguiente, Martha se llevó a Noah a su cita y se aseguró de llegar pronto para conseguir una mesa tranquila. Al llegar, Rory no se sorprendió de verla con un bebé y le hizo unas cuantas carantoñas al niño mientras se sentaba a la mesa.

– Así que trabajas como niñera, ¿eh? ¿Es éste el bebé al que cuidas?

– Es mi hijo Noah -contestó Martha con cierta cautela.

– ¿Tu hijo?

Se quedó pensativo y rápidamente llegó a la conclusión acertada. Después de todo no era estúpido. Su cara cambió.

– Sí, eso es -dijo suavemente Martha, segura de que ya Rory lo había adivinado-. Y también es hijo tuyo.

Al principio, Rory se quedó tan impresionado que no pudo articular palabra. Lo único que hizo fue quedarse observando a Noah fijamente, casi sin pestañear.

Martha lo convenció de que no quería pedirle ningún tipo de ayuda económica.

– No es por el dinero -insistió-. Sólo quiero que Noah conozca a su padre.

Rory se tranquilizó al comprobar que no iba a tener que destinar una parte de su sueldo para el cuidado del niño. Se fue haciendo a la idea de que era padre y empezó a entusiasmarse.

En otra época, Martha había encontrado aquel entusiasmo entrañable, pero ahora le parecía ingenuo e infantil. Al contrario de Lewis, Rory no sabía lo que implicaba cuidar de un bebé. No quería desanimarlo ya que, después de todo, había ido tan lejos sólo para darle aquella noticia.

Rory propuso que ella y Noah se fueran a vivir con él y Martha se sintió arrinconada.

– Los demás vuelven mañana al lugar donde se está realizando el estudio, pero yo me quedo para terminar el informe del puerto -explicó Rory-. Me quedaré un mes aproximadamente y tendré la casa sólo para mí. Tú y Noah podéis venir a vivir conmigo y así nos iremos conociendo.

Ese era su sueño. ¿No era eso lo que quería cuando decidió ir a San Buenaventura? Debería de estar encantada de que todo estuviera marchando tan bien, pensó. Rory había reaccionado estupendamente, mejor de lo que ella imaginaba. Rory tenía a Noah sobre sus rodillas y lo estaba haciendo reír. Todo parecía perfecto.

Pero no lo era. Martha no quería mudarse a vivir con él inmediatamente. No quería dejar a Viola. Ni a Lewis.

– Sería maravilloso -dijo ella-. Pero no podemos hacerlo ahora mismo. Tengo que cuidar de otro bebé y el contrato no se acaba hasta dentro de dos meses.

– Para entonces, ya habré vuelto al proyecto. Allí dormimos al aire libre, así que será difícil hacerlo con Noah. Seguro que se nos ocurre qué hacer con el otro bebé. ¿Por qué no le preguntas a Lewis?

Aquello era sorprendente: el padre de Noah estaba deseando pasar un tiempo con su hijo. ¿Cómo podía negarse a ello?

– Está bien -contestó Martha-. Le preguntaré.

– ¿Qué tal fue tu comida? -le preguntó Lewis aquella noche cuando llegó a casa.

La noche anterior había estado pensando en el modo tan estúpido en que se había comportado. Se había convencido de que aquello era lo más adecuado después de todo. Si las cosas hubieran seguido como estaban, pronto se habría encontrado comprometido con el tipo de relación que siempre había evitado.

Quizás era lo mejor que Rory hubiera aparecido. Confiaba en que Martha se hubiera calmado y así poder terminar las cosas de manera civilizada.

No había podido dejar de torturarse durante todo el día con la imagen de Rory y Martha juntos.

– Muy bien -dijo Martha.

Estaba más tranquila. La furia de la noche anterior había desaparecido, pero se la veía cansada y tensa. Lewis deseaba estrecharla entre sus brazos y abrazarla hasta que la tensión de su cuerpo desapareciera.

Desvió la mirada. Deseaba pedirle perdón, pedir que olvidara lo que había pasado y que volvieran a estar como antes. Pero era muy tarde para eso.

– ¿Ha conocido Rory a su hijo? -preguntó Lewis, tratando de olvidar sus pensamientos.

– Sí -contestó Martha-. Quiere que pasemos con él las próximas semanas, pero le he explicado que tengo que cuidar de Viola hasta que termine el contrato.

– No te preocupes por eso -dijo Lewis, haciendo un gran esfuerzo-. Él era el motivo de que quisieras venir a San Buenaventura, así que ya lo he arreglado todo con Eloise. Ella cuidará de Viola durante el día.

Martha tragó saliva.

– ¿Y por las noches?

– Me las arreglaré yo solo -dijo Lewis con indiferencia-. Tampoco soy un inútil.

– ¿Y qué pasa con el contrato? -preguntó Martha.

¿Cómo era posible que no le preocupara más el dichoso contrato? Lewis se había referido a él una y otra vez para hacer que ella y Noah se quedaran y de repente ahora, parecía estar deseoso de librarse de ellos.

– No seré yo el que rompa una familia feliz -dijo Lewis con tristeza-. No soy ningún monstruo. Estaba claro lo que querías y ahora que lo has conseguido, no voy a insistir en que cumplas tu contrato.

– Podríamos considerar que se trata de unos días libres -dijo Martha. No quería parecer desesperada, pero no sabía lo que Lewis pretendía.

– No creo que quieras comprometerte a nada -dijo él-. No sabemos lo que va a pasar. Quizás a Rory le guste tanto la vida en familia que no quiera volver al proyecto. Mañana llamaré a Savannah, a ver si está lista para hacerse cargo de Viola. Si es así, ya no te necesitaré.

Aquello le dolió. Ni siquiera iba a intentar persuadirla.

No tenía elección. No podía insistir en quedarse con Viola después de lo que había dicho la noche anterior, pero decir adiós a aquella preciosa niña era una de las cosas más difíciles que había hecho nunca. Había llegado a quererla mucho y la iba a echar de menos. A ella y a su tío.

Hasta el último minuto Martha tuvo esperanzas de que Lewis cambiara de opinión. Su última mañana transcurrió con una extraña normalidad. Viola y Noah se habían despertado temprano y estaban desayunando en la cocina cuando entró Lewis. Se sirvió una taza de café.

Martha cerró los ojos y deseó dar marcha atrás en el tiempo. Él se acercaría como cada mañana y la besaría. Luego, por la noche, cuando volviera de trabajar reiría y jugaría con los niños. Pero ya nada de eso iba a suceder. Esa noche, cuando volviera, ella ya se habría ido. Por mucho que lo deseara, las cosas no iban a cambiar.

Lewis terminó su café y dejó la taza. Su cara parecía una máscara, pero vio como sus ojos se posaban sobre Noah y, por un momento, la expresión de su rostro se suavizó.

– Tengo que irme -dijo bruscamente-. Gracias por todo.

¿Gracias por todo? ¿Así se despedía? Martha pensó en todo lo que habían compartido, en las conversaciones en el porche y en las cálidas noches de las que habían disfrutado. Sintió deseos de arrojarle algo a la cabeza.

Estaba enfadada con Lewis y con ella misma, pensó mientras hacía la maleta. Sabía cómo era él y lo que quería. ¿Por qué entonces se había dejado llevar por sus sentimientos?

Todo era culpa suya. Había terminado olvidándose de lo que era su prioridad. Noah necesitaba un padre y ella tenía que haberse preocupado de procurarle una buena familia, no de las caricias y los besos de Lewis.

Ahora tenía la oportunidad de arreglarlo. Rory era el padre de Noah y parecía encantado con la idea de ser padre. Era la oportunidad de construir un futuro para su hijo.

Martha cerró de golpe la maleta. Se dijo que ella era una mujer práctica y no estaba dispuesta a dejarse llevar por romanticismos. Era hora de dar por concluida su relación con Lewis y de seguir con su propia vida.

Pero primero tenía que despedirse de Viola. Esa mañana, la niña estaba muy simpática. Era encantadora cuando estaba así, pensó Martha sintiendo un nudo en la garganta. Cuando el taxi llegó y la niña se dio cuenta de que Martha y Noah se marchaban dejándola allí, rompió a llorar.

Eloise no podía consolarla.

– Debería quedarse -dijo Eloise a Martha con tristeza-. Éste es su sitio.

Martha apenas podía hablar.

– No puedo -dijo con voz entrecortada.

– No sé por qué tiene que irse.

Lo cierto era que Martha tampoco lo sabía. Sólo sabía que Lewis le había dicho que ya no la necesitaba.

Las lágrimas corrían por las mejillas de Martha al despedirse de Viola.

– Volveré a verte -prometió Martha-. Ahora, será mejor que me vaya.

En aquel momento, Eloise también había comenzado a llorar.

Rory no entendió por qué Martha estaba tan triste.

– No te preocupes, Viola estará bien -le dijo Rory después de explicarle Martha lo difícil que había sido despedirse-. Al fin y al cabo, los bebés no se enteran de quién los cuida.

Llevaba cinco minutos ejerciendo de padre y, de repente, ya era todo un experto en bebés, pensó Martha. Estaba demasiado cansada para corregirlo. Aun así, hizo un esfuerzo y trató de mostrar entusiasmo cuando él le enseñó la casa.

– ¿Qué te parece? -le preguntó cuando acabaron de recorrerla.

Martha pensó que era horrible. Era una casa pequeña y cuadrada, con pocos y destartalados muebles. La nevera estaba llena de cervezas y poco más. Parecía un basurero más que una casa.

El jardín estaba descuidado y lleno de botellas vacías. El salón estaba repleto de papeles, tubos de ensayo, latas de refresco vacías y revistas científicas. El aire acondicionado emitía un molesto ruido.

Descorazonada, Martha abrazó a Noah mientras miraba a su alrededor. No había porche, ni ventiladores de techo ni playa al otro lado del jardín. Y lo que era peor, no estaban Eloise ni Viola ni Lewis.

Aunque ahora estaba a punto de formar una familia.

– Esta es mi habitación -dijo Rory. Estaba tan desordenada que el resto de la casa parecía impecable en comparación.

Retiró la ropa que estaba en el suelo y se sentó sobre la cama.

– Tendremos que retomarlo donde lo dejamos -dijo sonriendo con picardía.

Martha trató de animarse. Rory era guapo, rubio, atractivo y la deseaba a ella, con sus patas de gallo y sus estrías. Debería estar feliz, pero no lo estaba.

– No creo que sea una buena idea -dijo Martha desde la puerta-. Al menos de momento. Será mejor que nos vayamos conociendo poco a poco antes de dormir juntos.

Quién sabe si después de todo sería mejor estar con un hombre joven con encantadores ojos azules y cuerpo perfecto que con un hombre maduro.

– Antes tampoco nos conocíamos -dijo Rory sorprendido.

Era cierto, pensó Martha con tristeza.

– Entonces era diferente -fue todo lo que pudo decir para tranquilizarlo-. Además es posible que Noah se despierte en medio de la noche. Será mejor que duerma con él hasta que se acostumbre. Así tendremos tiempo de conocernos y después, ¿quién sabe?

Era una buena idea, pero no parecía una manera alegre de iniciar una nueva vida en familia para Noah.

Martha recordó las largas noches que había pasado con Lewis, llenas de pasión y deseo. Pero rápidamente apartó esos pensamientos. Estaba intentando crear una familia para Noah.

Tal y como Martha había dicho, Noah estuvo intranquilo aquella primera noche. No paró de llorar y ella, cansada, sintió deseos de hacer lo mismo. Echaba de menos la casa en la playa. Echaba de menos a Viola y echaba de menos a Lewis.

Hizo cuanto pudo por tranquilizar a Noah y que dejara de llorar, pero las paredes parecían de papel y el llanto se oía por toda la casa. A la mañana siguiente, Rory estaba agotado.

– Imagino que son los inconvenientes de ser padre -bromeó.

– Me temo que sí -dijo Martha. Aunque lo justo era que se turnaran para atender al bebé por la noche, pensó ella. Incluso Lewis se levantaba alguna noche para que Martha pudiera descansar.

Tenía que dejar de pensar en Lewis.

– ¿Quieres que prepare algo para cenar? -preguntó ella.

Rory no mostró ningún entusiasmo. Martha pensó que con el poco dinero del que disponía, era probable que prefiriera gastarlo en cerveza. Una rápida mirada a la cocina revelaba los escasos enseres de los que disponían.

Dedicó todo el día a recoger y limpiar la casa, lo que fue un gran error. Cuando Rory llegó a casa se enfadó mucho.

– Pero, ¿qué has hecho? -preguntó mientras miraba a su alrededor-. Ahora, ¿cómo sabremos dónde está cada cosa?

Más tarde, tras darse una ducha, Rory se disculpó.

– Lo siento, he tenido un mal día. No sé qué tiene ese Lewis contra mí, pero parece que no hago nada bien -dijo, y sonrió antes de continuar-. Venga, vamos a dar una vuelta y a tomar una copa.

Martha tuvo que recordarle que era la hora de dormir de Noah.

Rory trató de consolarse jugando con Noah, pero era evidente que se aburría. Una vez Martha acostó al niño, ambos se sentaron a la luz de la única bombilla del salón y hablaron de muchas cosas.

«Es un buen chico», pensó Martha. «Es inteligente, guapo y divertido. Además, es el padre de Noah. Seguro que nos llevaremos bien.»

En el fondo de su corazón, sabía que se estaba equivocando. Rory no era Lewis.


Martha oyó que Viola estaba llorando cuando llamó a la puerta. Después de unos minutos, Lewis abrió.

– ¿Sí? -dijo Lewis sin mirar. De repente, advirtió que era Martha y se quedó petrificado.

Llevaba a Viola en brazos, envuelta en una toalla.

_La niña lloraba con fuerza. Era maravilloso volver a verlos otra vez, pensó Martha, y sonrió satisfecha.

Noah también parecía contento de ver a Lewis y a Viola.

– ¡Martha! -dijo Lewis dando un paso hacia ella. En su rostro había una expresión de felicidad que Martha supo reconocer, pero enseguida Lewis trató de disimularla.

Podía disimular cuanto quisiera. Martha sabía que también estaba feliz de volver a verla.

– ¿Puedo ayudar? -sugirió Martha, y dando un paso hacia él, tomó a Viola en brazos a la vez que le entregaba a Noah.

Lewis deseó estrecharla entre sus brazos y asegurarse que no se trataba de un sueño, que era cierto que Martha estaba frente a él.

– Venga, vamos a secarte -dijo Martha a Viola, y se dirigió al cuarto de baño.

Lewis no supo qué decir al ver pasar a Martha a su lado. Se fijó en las maletas que un taxista estaba dejando en el porche y después miró a Noah y le sonrió. El niño golpeó su frente contra Lewis a modo de saludo.

– Bienvenido -le dijo en voz baja-. Me alegro de verte otra vez.

Dio media vuelta y se dirigió al cuarto de baño.

– Martha, ¿qué sucede? -dijo tratando de mantener el control-. ¿Qué haces aquí?

– He venido a cumplir mi contrato -contestó sin molestarse en mirarlo.

Lewis cerró los ojos. Había deseado tanto oír aquellas palabras que temió que fueran parte de un sueño. Cuando volvió a abrirlos, allí seguía ella.

– ¿Qué ha sido de Rory? -preguntó Lewis.

Martha se quedó quieta y lo miró directamente a los ojos.

– Me equivoqué. Creí que lo que necesitaba Noah por encima de todo era un padre y una familia pero, ¿y si la familia no es feliz? -dijo, y continuó poniendo el pañal a Viola-. He estado pensando mucho estos dos días y he cambiado de opinión. Lo que realmente necesita Noah es tener unos padres felices, tanto si estamos juntos como si estamos separados. ¿Hay leche?

El brusco cambio de tema dejó a Lewis sin habla. Tras unos instantes, contestó.

– Sí, en la cocina.

Lewis preparó dos biberones y cada uno se sentó en un lado del sofá para dárselo a los bebés.

– ¿Qué le dijiste a Rory? -preguntó Lewis.

– Le dije que no iba a funcionar, que pasara lo que pasara, él seguiría siendo el padre de Noah y que confiaba en que mantuviéramos el contacto para que Noah pueda conocerlo cuando sea mayor. Pero que era mejor que cada uno siguiera con su vida. Así que me fui.

– ¿Cómo reaccionó?

– Creo que fue un alivio para él -dijo Martha reflexionando-. Rory estaba dispuesto a intentarlo, pero después de estos días se ha dado cuenta de que no está preparado para asumir compromisos. También me ha dicho que vendrá de vez en cuando para ver a Noah.

– ¿Y qué pasa contigo? -dijo Lewis mientras incorporaba a Viola.

– Yo intentaré ser feliz.

– ¿Cómo?

– Para empezar, espero que me dejes volver a mi trabajo.

– ¿Aunque me haya comportado como un estúpido?

– No eres ningún estúpido -contestó Martha mientras le daba unos golpecitos en la espalda a Noah-. Echaba de menos a Viola y Noah también. Así que decidimos hacer un esfuerzo y soportarte para poder estar con ella.

Lewis la miró. No sabía si estaba bromeando hasta que Martha lo miró y estalló en carcajadas. Aquello lo tranquilizó.

No hablaron más hasta que pusieron a los dos bebés a dormir, pero era como si todo estuviera dicho.

Se sentaron en el porche. Martha respiró los aromas de la noche. Disfrutó de la brisa y del familiar sonido de las olas. A su lado estaba Lewis. Cerró los ojos y recordó la expresión de su cara cuando la vio llegar. Sólo había estado tres días fuera, pero sentía como si hubiera vuelto a casa tras un largo viaje.

– ¿Así que has regresado para estar con Viola? -preguntó Lewis.

– Sí, en parte -contestó Martha sin abrir los ojos.

– ¿Hay algún otro motivo?

Martha abrió los ojos y contempló la buganvilla.

– Este es el lugar donde más feliz he sido en toda mi vida. Nunca hubiera sido feliz con Rory. Es una gran persona pero… -giró la cabeza y mirándolo, añadió-: Él no es como tú.

Por fin lo había dicho. Tomó aire y se relajó.

Se hizo una larga pausa.

– ¿Has vuelto por mí? -pregunto Lewis en un tono de voz que la hizo estremecer.

– Sé que lo nuestro no durará eternamente. Sé que no quieres tener una familia. Pero pensé que podíamos aprovechar estos dos meses y pasar el tiempo que nos queda juntos -dijo Martha, y suspiró antes de continuar-. No pido nada más. Sólo dos meses, sin compromisos ni obligaciones.

– Nuestras obligaciones son hacia Viola y Noah.

– Sí, pero me refiero a nosotros.

– ¿Será eso suficiente para que seas feliz? ¿Dos meses y adiós?

– Quiero disfrutar de este tiempo contigo y pensar sólo en el presente.

– ¿Por qué? -preguntó Lewis suavemente.

– Sabes perfectamente por qué.

– Quiero que lo digas -dijo él, y la atrajo para que se sentara sobre su regazo-. Ven aquí y siéntate.

– Te quiero, te necesito -dijo Martha. Fue más fácil pronunciar aquellas palabras de lo que había imaginado.

Lewis sonrió y acarició su espalda, haciéndola estremecer.

– Dilo otra vez -susurró él.

– Te quiero con pasión. Te deseo como nunca antes había deseado a ningún hombre. No me siento completa si no estoy contigo. Te he echado tanto de menos…

– ¡Vaya cambio! -exclamó Lewis sonriendo-. Antes tenías otra idea del amor, mucho más práctica.

– Es cierto que he cambiado -dijo Martha mientras le daba suaves besos-. Me gusta verte sonreír, cómo me acaricias y me haces estremecer. Me gusta dormir junto a ti y sentir que mi corazón…

– Yo también te quiero -la interrumpió Lewis.

– ¿De verdad?

– No te sorprendas -dijo él mientras acariciaba su melena. Se puso serio antes de continuar-. Yo también te he extrañado. Cuando te fuiste… no sé cómo explicar lo que sentí. Fue como si mi mundo se hubiera quedado a oscuras. Cuando te vi esta tarde en la puerta, todo volvió a resplandecer -la miró profundamente a los ojos y añadió-: Te quiero, Martha.

Él se inclinó y la besó. Martha se entregó al placer de corresponderlo, y lo atrajo hacia sí, mientras se fundían en un largo y cálido abrazo. Se sentía amada e inmensamente feliz. Todo lo que deseaba era acariciarlo, besarlo y sentir su calor.

Se pusieron de pie y Lewis la llevó a su habitación. Cayeron juntos sobre la cama y se entregaron el uno al otro.

Pasó un largo rato hasta que volvieron a hablar. Estaban tumbados, con sus cuerpos entrelazados, disfrutando del momento que acababan de compartir.

– No será ésta una manera de convencerme para que te readmita en tu trabajo, ¿verdad? -dijo Lewis mientras ella acariciaba su pecho.

Martha rió y besó su hombro.

– ¿Y crees que funciona? -dijo ella divertida.

– No lo sé. Hay un pequeño problema. Creo que no voy a necesitar una niñera. He hablado con Savannah -explicó Lewis ante la atónita mirada de Martha-. Ha dejado la clínica y está dispuesta a rehacer su vida.

– ¡Eso es fantástico! -dijo Martha, tratando de mostrarse entusiasmada.

Suspiró. Era mentira. No se alegraba en absoluto de la noticia. Incluso se sentía celosa. Acababa de regresar y no quería volver a perder a Viola. Pero, ¿cómo podía decirle lo que realmente sentía? Al fin y al cabo, Savannah era la madre de Viola.

– ¿Cuándo vendrá Savannah a recogerla?

– No, no vendrá. En la clínica ha conocido a un hombre que trabaja en la televisión y que la ha convencido para que presente un programa. Quiere llevársela a Estados Unidos, así que me ha pedido que me ocupe de la niña durante otros seis meses.

– ¿Y qué le has dicho?

– Le he dicho que no puede dejar a Viola cada vez que le venga bien, que si deja a Viola conmigo es para siempre. Está claro que es su madre y que puede verla cuando quiera, pero la niña necesita saber que tiene un hogar, independientemente de lo que su madre haga. Y ese hogar estará junto a mí.

– ¿Qué le pareció a Savannah?

– Le pareció una buena idea -contestó Lewis mirándola de reojo. Sonrió-. Ella no es tan buena madre como tú.

– Pero a ti no te gustan los niños, ¿no?

– Ya ves, yo también he cambiado de opinión -aseguró Lewis. Se incorporó y se apoyó sobre un codo, sin dejar de mirarla-. Me he acostumbrado a vivir en familia y cuando tú y Noah os fuisteis, en seguida me di cuenta de que me iba a ser muy difícil volver a estar solo. Sin vosotros, está claro que esto no es un hogar -acarició la mejilla de Martha antes de continuar-. Ahora que has vuelto, todo vuelve a ser perfecto.

Martha sonrió y lo rodeó con sus brazos.

– Sigo sin comprender por qué no vas a necesitar una niñera, especialmente a partir de ahora que Viola va a vivir contigo.

– No, no necesito una niñera -dijo Lewis, sacudiendo la cabeza-. Te necesito a ti. Necesito estar contigo para hacer de cada sitio nuestro hogar. Creo que tendrás que quedarte conmigo más de dos meses.

– Por mí no hay inconveniente. ¿Cuánto tiempo crees que será necesario?

– Mucho, mucho tiempo.

– Creo que no habrá problema.

– ¿Estás segura? -dijo Lewis.

– Estoy más segura de lo que nunca he estado en mi vida -contestó Martha, y le dio un dulce y largo beso.

– Entonces, me gustaría que fuera para siempre.

– Espero que pagues un buen sueldo -bromeó Martha.

– No estaba pensando en un sueldo -dijo mirándolo a los ojos-. Estaba pensando en casarme contigo.

– ¿Y qué obtengo yo de todo esto? -preguntó ella divertida.

– Formarás una familia para Noah, conmigo y con Viola -Lewis se puso serio y continuó-: ¿Qué me dices?

– La verdad es que no podría pedir más.

– ¿Es eso un sí?

– Depende de cuál sea la pregunta -dijo ella mientras él la abrazaba.

– Y si la pregunta fuera: ¿quieres casarte conmigo?

– Entonces, mi repuesta sería: ¡sí!

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