CAPÍTULO 2

MIENTRAS se devanaba los sesos intentando encontrar una solución a sus problemas, Phinn no podía dejar de pensar en Tyrell Allardyce. ¿Cómo se atrevía a echarla de la finca?

Suspirando, salió de su habitación y decidió dar un paseo con Ruby. Y si se encontraba con Tyrell… peor para él, pensó. Porque esta vez no la pillaría desprevenida.

Pero antes de que pudiera dar un paso fuera del establo, Geraldine apareció en la puerta.

– Siento mucho tener que ponerme tan antipática -empezó a decir-, pero necesito que dejes libre el cajón de Ruby para finales de esta semana.

– Estoy en ello -asintió Phinn, nerviosa-. No te preocupes, a finales de semana nos habremos ido.

Había llamado a todo aquél que podría alojar a Ruby en el pueblo, pero nadie tenía sitio para ella y para la yegua. Y Ruby no soportaba que se separasen.

Angustiada, salió a dar un paseo con el animal, sin dejar de darle vueltas a la cabeza.

La majestuosa mansión de Broadlands Hall se veía entre los árboles, pero Phinn estaba segura de que Tyrell Allardyce estaría de vuelta en Londres. Aunque, por si acaso, cuando bordeaba los jardines de la mansión intentó apartarse todo lo posible.

Sin embargo, estaba paseando a la orilla del riachuelo en el que solía pescar con su padre cuando se encontró con un Allardyce: Ashley, afortunadamente.

Lo más natural era que se parase un momento para saludarlo, pero se quedó sorprendida por el cambio que se había operado en él desde la última vez que lo vio. Estaba pálido y parecía haber perdido al menos diez kilos.

– Hola, Ash -consiguió decir-. ¿Te han dado la cámara de fotos?

– Sí, gracias -contestó él-. ¿Has visto a Leanne últimamente?

– No, no… Leanne ya no viene por aquí -respondió Phinn, sintiendo pena por él.

– Imagino que no tiene dónde alojarse ahora que tú ya no vives en la granja. Y siento mucho que tuvieras que irte, por cierto.

– No podía quedarme -suspiró ella-. ¿Has encontrado nuevo inquilino?

– No, la verdad es que aún no sé qué voy a hacer con la granja -contestó Ash.

Y, de repente, a Phinn se le ocurrió que si aún no había encontrado inquilino para Honeysuckle, tal vez Ruby y ella podrían volver allí.

– Había pensado vivir allí yo mismo -seguía diciendo Ashley-, pero parece que aún no soy capaz de… tomar decisiones.

Esa confesión la dejó sorprendida. ¡Leanne otra vez! ¿Cómo podía su prima no haber pensado en los sentimientos de aquel hombre?

– Estoy segura de que la granja te vendría bien… si eso es lo que decides hacer.

– Creo que me gustaría trabajar al aire libre. Eso es mejor que trabajar en una oficina, ¿no? Intenté dedicarme al mundo de los negocios, pero no era lo mío.

– ¿No te gustaba?

Ash negó con la cabeza.

– No, ese tipo de trabajo es más para mi hermano Ty. Él es el genio de la familia, no yo -suspiró, mirando con expresión ausente hacia el otro lado-. Espero que hayas encontrado alojamiento, por cierto.

– Pues la verdad es que no… -Phinn no quería molestarlo viéndolo en ese estado, pero si no volvía a la granja no sabía qué iba a hacer.

– ¿No tienes sitio donde vivir?

– Geraldine, la nueva propietaria de los establos, me ha pedido que me marche.

– ¿Pero no trabajabas allí?

– En realidad no había mucho trabajo. Peggy me dejaba ocupar una habitación encima de los establos…

– ¿Entonces no tienes ni casa ni trabajo?

– Me temo que no. Ruby y yo tenemos hasta finales de esta semana para encontrar algún sitio en el que vivir.

– ¿Ruby? No sabía que tuvieras un hijo.

– No, no -sonrió Phinn, acariciando el cuello de la yegua-. Ella es Ruby. La pobre está un poco viejecita y… -cuando se volvió para mirar a su yegua vio que un hombre se acercaba por el camino.

Oh, no. Tyrell Allardyce.

– Bueno, será mejor que me vaya. Es hora de darle a Ruby su medicina. Me alegro de volver a verte por aquí, Ashley.

Y después de eso, desgraciadamente teniendo que ir en la dirección del insufrible Ty Allardyce, Phinn se dio la vuelta.

– Adiós -se despidió Ash, que aparentemente no se había molestado por su abrupta despedida.

Ruby caminaba tan despacio que era imposible evitar al propietario de Broadlands Hall, de modo que Phinn pensó en varias explicaciones mientras se acercaba, pero cuando Ty Allardyce llegó a su lado se le quedó la mente en blanco.

– Veo que ha vuelto de Londres -le dijo.

– Usted otra vez… ¿qué le ha estado diciendo a mi hermano?

– ¿Cómo?

Los ojos grises brillaban con tal furia que a Phinn no la habría sorprendido que hubiese intentando estrangularla

– Por lo visto, a las mujeres de la familia Hawkins no les importa un bledo ir haciendo daño por ahí…

– ¿Las mujeres de la familia Hawkins? -repitió ella, airada-. ¿Se puede saber qué quiere decir con eso?

– Que su reputación la precede, señorita.

– ¿Mi reputación?

– Su padre se quedó destrozado cuando su madre lo dejó…

Phinn empezó a verlo todo rojo. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a hablar de su familia?

– Debería dejar de prestar atención a los cotilleos del pueblo, Allardyce -le dijo.

– ¿Está diciendo que su padre no sufrió? ¿Que no fue ésa la razón por la que no pudo pagar el alquiler de la granja?

Phinn no tenía la menor duda de que su padre habría dado a entender que ésa era la razón por la que no podía pagar el alquiler, pero no era cierto. El alquiler había dejado de pagarse porque el dinero que ganaba su madre ya no entraba en casa.

– Lo que ocurriese entre mi padre y mi madre no es cosa suya, Allardyce.

– Si afecta a mi hermano, todo es cosa mía, señorita Hawkins -replicó él-. ¿Es que no lo ha visto? ¿No ha visto cómo está después de que su prima lo dejase plantado? No pienso dejar que otra Hawkins se acerque a él, así que váyase de mis tierras y no vuelva a pasar por aquí. Es la última vez que se lo digo. Si vuelvo a pillarla por aquí le pondré una denuncia…

– ¿Ha terminado?

– Espero no tener que volver a hablar con usted -dijo él-. Y deje a mi hermano en paz.

– ¡No sé qué ha hecho la gente de Bishops Thornby para merecer a alguien como usted, pero el día que el señor Caldicott le vendió la finca fue el peor día para este pueblo! -Phinn se volvió hacia su yegua-. Vamos, Ruby, tú eres demasiado buena como para tener que escuchar a este energúmeno.

Y después de decir eso, se alejó con la cabeza bien alta. Desgraciadamente, la yegua caminaba tan despacio que no pudo hacer la salida triunfal que hubiese querido, pero esperaba haber dejado al imbécil de Allardyce con un palmo de narices.

¡Pero qué ogro de hombre!

Al día siguiente Phinn no perdió el tiempo y, después de dar de comer a Ruby, se dirigió a Honeysuckle. Pero hacía tres meses que nadie atendía la granja y tuvo que admitir que no tenía buen aspecto.

Había piezas de maquinaria oxidada por todas partes y un triste aire de abandono. Si su padre viviera habría reparado esas piezas y las habría vendido. Si su padre viviera…

Intentando no pensar que algunas de esas piezas llevaban años allí, y no sólo desde el mes de octubre, Phinn fue a echar un vistazo al viejo establo. La cerradura estaba rota, pero como su padre había dicho tantas veces, riendo, allí no había nada que mereciese la pena robar de modo que ¿para qué arreglarla?

Que su sentido de la lógica fuese diferente al de la mayoría de las personas había sido parte del hombre al que Phinn adoraba. Ewart Hawkins nunca había sido perezoso, sencillamente tenía otros intereses.

El establo olía a humedad y abandono, pero hacía un día soleado, de modo que Phinn abrió las puertas y se puso a trabajar. ¿Qué otra cosa podía hacer? Ruby, su tímida y encantadora Ruby, preferiría estar en el viejo establo que en cualquier otro sitio. Además, estaría mejor sola que con esos caballos jóvenes tan antipáticos. Y alrededor del establo había un campo por el que podía trotar. Estaba lleno de malas hierbas, pero no tardaría en limpiarlo y poner una cerca temporal.

Después de abrir las puertas para que se airease un poco, Phinn encontró una escalera de mano y pudo entrar en la casa por una ventana del segundo piso. Forzar la ventana no le fue difícil y, una vez dentro, miró con nostalgia la que una vez había sido su habitación.

También olía a moho y habían cortado el suministro eléctrico, de modo que tendría que vivir sin luz ni calefacción, pero estaba segura de que Mickie Yates le devolvería sus cosas. Mickie había sido un buen amigo de su padre y no le contaría a nadie que estaba allí en calidad de okupa… aunque el odioso de Tyrell Allardyce lo llamaría «allanamiento de morada».

Phinn se marchó de Honeysuckle intentando no pensar qué diría su madre si supiera cuál era su plan. Seguramente se quedaría horrorizada.

El jueves, Phinn seguía intentando decirse a sí misma que lo que iba a hacer estaba bien. Había ido a hablar con Mickie Yates y lo había encontrado en su taller, hasta los codos de grasa, pero con una sonrisa en los labios.

Y cuando le pidió prestada una de sus camionetas para llevar sus cosas de vuelta a la granja, el hombre se limitó a decir:

– ¿A las tres te parece bien?

– Me parece estupendo, Mickie.

Hacía una tarde sorprendentemente soleada y Phinn decidió dar un paseo con Ruby hasta el pueblo para que le mirasen las herraduras. Haría mucho más calor en la forja de Idris, de modo que se quitó los vaqueros y la camiseta y se puso un vestido sin mangas… pero cuando iba a salir se dio de bruces con Geraldine.

– ¿El sábado dejarás libre la habitación?

– Sí, no te preocupes. Ruby y yo nos iremos mañana mismo.

– ¿Ah, sí? Qué bien. En fin… espero que hayas encontrado algún sitio.

Como era prácticamente imposible esconder nada en un pueblo tan pequeño, Phinn sabía que no podría esconder su paradero durante mucho tiempo. Pero como su paradero estaba en las tierras de Tyrell Allardyce lo mejor sería no decir nada.

– Sí, he encontrado un sitio en el que vivir -le dijo.

Idris, una montaña de hombre que siempre parecía tener una cerveza a mano, la recibió con el mismo cariño que Mickie.

– ¿Cómo está mi chica? -murmuró, mientras comprobaba las herraduras de Ruby-. Toma un traguito de cerveza, Phinn.

A ella seguía sin gustarle la cerveza, pero hacía muchísimo calor y beber cerveza era algo tradicional en el pueblo, de modo que tomó un trago en homenaje a su padre.

Cuando terminó, Idris le dijo que no le debía nada y Phinn sabía que se enfadaría si insistía en pagarle así que, después de darle las gracias, Ruby y ella salieron de la forja.

Sin dejar de mirar a un lado y a otro por si se encontraba con el insufrible Tyrell Allardyce, iba charlando tranquilamente con Ruby y la yegua, que tenía un buen día, asentía con la cabeza.

Cuando pasaban por el riachuelo, Phinn sintió deseos de nadar un rato. No debería arriesgarse, pero hacía tanto calor… y el riachuelo estaba rodeado de árboles que daban sombra.

Pero cuando estaba a punto de dejarse llevar por la tentación ocurrió algo. De repente, en medio del silencio, escuchó un grito que llegaba desde el riachuelo… y era el grito de alguien pidiendo ayuda.

No tardó mucho en llegar a la orilla y descubrir qué pasaba… y al verlo se le heló la sangre en las venas. En la zona más profunda del riachuelo había un sitio al que llamaban «la zona oscura». Oscura porque, debido a la sombra de los árboles, el sol no llegaba nunca hasta allí. No sólo era oscura sino profunda y helada. Y todo el mundo sabía que no se debía nadar allí… pero había alguien… y ese alguien era ni más ni menos que Ashley Allardyce, a punto de ahogarse.

No había tiempo para pensar. Su padre le había enseñado las técnicas de salvamento y le había enseñado bien, pero Phinn nunca había tenido que salvar a nadie.

Sin embargo, mientras pensaba todo eso, estaba quitándose las sandalias y el vestido a toda prisa para tirarse al agua de cabeza.

Estaba helada, pero no había tiempo para pensar porque tenía que llegar hasta Ash lo antes posible. Nadando a toda velocidad, lo agarró como su padre la había enseñado a hacerlo y, sin aliento, le advirtió:

– No te muevas o nos ahogaremos los dos.

Alegrándose de que hubiera perdido tanto peso, tiró de él hacia la orilla más cercana, que resultó ser la que estaba al otro lado.

– Me ha dado un tirón en la pierna -consiguió decir él unos segundos después, exhausto y con la cabeza entre las rodilla.

Todo había ocurrido tan rápidamente que Phinn apenas se daba cuenta de nada. Lo único que sabía era que los dos estaban a salvo y que eso era lo único importante.

– ¿Cómo se te ocurre nadar aquí? Todo el mundo sabe que en esta zona del riachuelo no se puede nadar -de repente, le dieron ganas de llorar. Por el susto, seguramente.

Entonces recordó a Ruby y miró hacia la otra orilla… pero no vio a su yegua.

– No te muevas de aquí, vuelvo enseguida.

En lugar de tirarse al agua de nuevo, Phinn corrió hacia el viejo puente de madera que atravesaba el riachuelo. Y mientras corría se le ocurrió pensar si Ash habría querido suicidarse…

Pero luego recordó que le había dado un tirón en la pierna. No, pensó, había sido un accidente. Cuando estaba cruzando el puente vio, aliviada, que Ruby sólo se había alejado un poco para comer hierba… pero el alivio duró poco porque enseguida vio a Tyrell Allardyce.

Afortunadamente, él estaba de espaldas y aún no la había visto. Estaba mirando alrededor, tal vez buscando a su hermano… pero tenía las riendas de Ruby en la mano. Y entonces supo que no estaba buscando a Ash sino a la propietaria de Ruby, de modo que la propietaria de Ruby estaba en un aprieto.

Como si la hubiese oído llegar, Ty se dio la vuelta en ese momento. Y, como si no pudiera creer lo que veían sus ojos, se quedó inmóvil.

Y fue entonces cuando Phinn se dio cuenta de cómo iba vestida… o más bien desvestida. Peor que eso, la ropa interior mojada se había vuelto casi transparente, su cuerpo visible para el hombre que la miraba fijamente.

– Una persona educada se daría la vuelta -le espetó.

Ty Allardyce, sin embargo, no parecía dispuesto a darse la vuelta en absoluto.

– Lo haría… por una señorita educada -replicó.

A Phinn le entraron ganas de darle un puñetazo, pero no pensaba dar ni un paso más. Y él, mirándola de arriba abajo, se tomó su tiempo; su mirada insolente deslizándose por sus largas piernas, sus muslos…

Phinn había cruzado los brazos para taparse un poco pero, afortunadamente, Allardyce se dio la vuelta por fin.

En un segundo, Phinn recuperó su vestido y se lo puso a toda prisa. Y, una vez vestida, recuperó la confianza. Tenía que acercarse a él para quitarle las riendas y, aunque se sentía avergonzada, consiguió decir:

– Hacía un día precioso para darse un baño.

La respuesta de Allardyce fue darse la vuelta para mirarla fijamente, como si estuviera intentando decidir si debía perdonarla o volver a tirarla al agua.

– Le he advertido dos veces y no me ha hecho caso. Mañana mismo recibirá una carta de mi abogado.

– ¿Tiene mi dirección?

Ty Allardyce dejó escapar un largo y doliente suspiro.

– Ya está bien, señorita Hawkins. Si no desaparece de aquí en cinco segundos, yo mismo la escoltaré a usted y a ese animal lleno de pulgas…

– ¿Cómo dice? -lo interrumpió ella-. ¡No se atreva a tocar a mi yegua! -gritó luego, intentando quitarle las riendas y controlar las lágrimas al mismo tiempo. Insultar a la pobre Ruby… aún estaba a tiempo para recibir una patada.

– Por el amor de Dios… -más impaciente consigo mismo que con ella, Ty le devolvió las riendas-. ¡Váyase de aquí y deje a mi hermano en paz!

Sólo entonces Phinn se acordó de Ash. Y cuando miró hacia la orilla y vio que estaba incorporándose decidió que podía marcharse.

– ¡Encantada! -exclamó, alejándose de allí con Ruby.

No sabía cuánto tiempo había estado caminando, quizá quince minutos… no lo sabía porque a su reloj, por lo visto, no le gustaba el agua.

Le daba vergüenza haber estado a punto de llorar delante de aquel bruto. ¡Llena de pulgas Ruby! Claro que luego parecía haberse compadecido de ella…

Sí, seguro, pensó luego. Como que aquel grosero se compadecería de nadie. Insultar a Ruby… oh, cuánto le gustaría haberle dado una patada.

En fin, una cosa era segura: estaría encantada de escribir «dirección desconocida» en cualquier carta que llegase para devolvérsela después al remitente.

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