EL SÁBADO amaneció lluvioso, pero Phinn no podía permanecer en la cama ni un segundo más. Se había pasado prácticamente toda la noche en blanco hasta que, por fin, se quedó dormida al amanecer. Pero cuando despertó sabía que sus sentimientos por Ty no eran cosa de su imaginación. Y aunque se encargaría de escondérselo, le daba una gran alegría saber que él estaba allí, en casa.
No quería pensar en cómo serían las cosas cuando volviera a Londres, pero decidió que por el momento se limitaría a disfrutar sabiendo que estaban bajo el mismo techo.
Después de ducharse y vestirse, con el pelo sujeto en una coleta, bajó al establo para saludar a Ruby. Y mientras charlaba con su yegua se dio cuenta de que había empezado a enamorarse de Ty cuando le ofreció su casa. Un sexto sentido parecía haber estado advirtiéndole entonces que aquello iba a costarle caro.
Pero ya era demasiado tarde para hacer nada. Se había enamorado de él y ese amor estaba allí para quedarse.
Cuando volvió a la casa, Ty y Ash estaban desayunando y Phinn subió corriendo a su habitación para asearse un poco.
– Habíamos pensado a dar una vuelta por la finca cuando deje de llover. ¿Quieres venir con nosotros? -le preguntó Ash.
En circunstancias normales nada le habría gustado más, pero Phinn pensó que quizá los dos hermanos querían estar solos para charlar un rato.
– No, yo tengo una cita con… -traviesa, miró a Ty con gesto de desafío- una pala y una carretilla. Tengo que limpiar el establo.
– Ah, si prefieres limpiar el establo antes que pasar la mañana en fascinante compañía…
Phinn sonrió, contenta al ver a Ash tan animado. Con un poco de suerte, pronto recuperaría los diez kilos que había perdido.
– ¿Has dormido bien? -le preguntó Ty.
– ¿Por qué lo dices, tengo mala cara?
Como respuesta, Ty la estudió en silencio durante unos segundos.
– No, estás preciosa.
Parecía tan sincero que Phinn se puso colorada hasta la raíz del pelo.
Pero se recuperó enseguida y, pensando que sólo lo había dicho porque Ash estaba delante, contestó:
– De todas formas, no pienso ir.
Una vez de vuelta en su habitación después de desayunar, se miró al espejo. Quería estar preciosa para Ty, sí. Quería que él pensara que lo era. ¿Pero una nariz recta, unos ojos de color azul delphinnium, unas cejas de un tono más oscuro que su pelo rubio, una barbilla simpática y una piel que algunas personas habían descrito como «de porcelana» la acreditaban como «preciosa»?
El sonido de su móvil interrumpió tales pensamientos.
Era su madre.
– ¿Cómo va todo, cariño? ¿Y cómo está Ruby?
– Yo estoy bien y Ruby va mejorando.
Era estupendo hablar con su madre otra vez y charlaron durante largo rato.
– ¿Cuándo vamos a verte, hija?
Después de prometer que iría a verla pronto, Phinn colgó, pensando que su madre tenía ahora una vida muy diferente a la que había tenido en Honeysuckle.
Había dejado de llover cuando, en vaqueros y camiseta, Phinn sacó a Ruby del corral para llevarla de vuelta al establo. Pero antes de que pudiera ponerse a trabajar apareció Ty.
Estaba loca por él, pensó, con el corazón acelerado. Pero Ty no debía saberlo nunca.
– Ahora que ha dejado de llover podréis ir a pasear -le dijo.
– ¿Has llamado a Peverill? -fue la respuesta airada de Ty.
¿Qué había sido del «estás preciosa» de unas horas antes?
– ¿Desde que hablé ayer con él por teléfono? No, ¿por qué lo preguntas?
– Cuando pasé por delante de tu habitación estabas hablando por el móvil.
Oh, qué orejas tan grandes tenía Ty Allardyce. Por un momento, Phinn casi pensó que estaba celoso. Bueno, estar enamorada hacía que una viera cosas que no existían, pensó entonces.
– Estaba hablando con mi madre. Hacía siglos que no hablaba con ella.
Ty dejó escapar un suspiro.
– Ya he vuelto a portarme como un bruto, ¿verdad?
– No lo puedes evitar, está en tu naturaleza -bromeó ella.
Pero no lo creía ni por un momento. Lo que estaba en su naturaleza era cuidar de su hermano, evidentemente.
Ty no se ofendió por el comentario; al contrario, pareció divertirlo.
– Por cierto, en la casa hay varios coches. Puedes usar cualquiera de ellos para visitar a tu madre -dijo entonces-. O si lo prefieres, puedo llevarte yo.
– No, muchas gracias.
– ¿Por qué no la invitas a cenar un día de éstos? Así podría ver…
Phinn lo interrumpió entonces:
– ¿Sabes una cosa, Ty? Cuando olvidas que eres un bruto, a veces puedes ser incluso encantador.
– Espero que te des cuenta de que si sigues por ahí corres peligro de que vuelva a besarte.
Oh, cómo podía hacer que su corazón se acelerase. Y, aunque estaba deseando que la besara, para qué iba a negarlo, sabía que era un peligro.
– Un beso en veinticuatro horas es más que suficiente para una chica de pueblo como yo -intentó bromear.
– Nunca vas a dejar que olvide ese comentario, ¿verdad?
– No, nunca -rió Phinn-. Pero si quieres echarme una mano, creo que hay otra pala por ahí.
– Desde luego, sabes cómo deshacerte de un hombre -rió Ty, diciéndole adiós con la mano.
Después de eso, el tiempo pasó volando. Ty y Ash volvieron de su paseo y Ty comentó que le parecía muy bien la sugerencia de Sam Turner de mantener saneado el bosque. Y, después de comer, dijo que iba a visitar la granja Yew Tree.
– ¿Alguien quiere ir conmigo?
– Ve con Phinn -sugirió Ash-. Si Phinn me presta su caña, yo voy a intentar pescar algo otra vez.
– Pero yo no… -empezó a decir ella.
– Muy bien, entonces te veo en la puerta en veinte minutos -la interrumpió Ty.
Phinn abrió la boca para protestar, pero Ty la miraba con expresión seria y, probablemente porque estaba deseando ir con él, volvió a cerrarla sin decir nada. Si Ty quería que Ash pensara que había algo entre ellos, ¿para qué iba a discutir?
– ¿Ruby se encuentra bien? -le preguntó él veinte minutos después, mientras cerraba la puerta del coche.
– Hoy parece un poco más alegre.
– ¿No lo está siempre?
– Pobrecita mía, no. A veces está bien durante semanas y luego, de repente… últimamente ha tenido más días malos que buenos.
– ¿Y por eso viene tanto el veterinario por aquí?
– Sí, claro. Kit es muy amable.
– Sí, seguro -murmuró Ty-. Bueno, háblame de ti.
– ¿De mí? Pero si ya lo sabes prácticamente todo.
– Lo dudo mucho.
– ¿Qué quieres saber?
– Podrías empezar por decirme qué significa Phinn.
¿Y que se riera de ella? No, de eso nada.
– Es mi nombre.
– Pero Phinn no empieza por D -dijo él entonces. Y Phinn se preguntó cómo demonios sabía que su nombre empezaba por esa letra-. Las iniciales de tu padre eran E.H y las otras iniciales que había grabadas en la mesa son: D.H.
– ¿Lo miraste?
– Vi las iniciales grabadas cuando la compré, evidentemente. Y como fui yo quien la subió a tu habitación…
– Por cierto, aún no te he dado las gracias por eso -lo interrumpió Phinn-. Fue un detalle precioso.
– Bueno, ¿vas a decirme qué significa la D? -insistió Ty.
– Hablemos de mí -suspiró Phinn-. Nací en la granja Honeysuckle y era adorada por mis padres y mis abuelos -empezó a decir, para cambiar de tema-. Mi madre sufrió mucho durante el parto, de modo que mi padre tuvo que cuidar de mí. Y no dejó de hacerlo cuando mi madre se puso bien.
– Tu padre te adoraba y tú lo adorabas a él -dijo Ty.
– Exactamente. Era un hombre maravilloso, un pianista estupendo y…
– ¿Fue él quien te enseñó a tocar?
– Sí, claro. Como me enseñó tantas otras cosas. Pero no creo que eso te interese.
– No te habría preguntado de no estar interesado -sonrió él-. ¿Qué más cosas te enseñó tu padre?
– ¿Aparte de entrar en fincas que no eran mías? -bromeó Phinn.
– Eso te lo enseñó muy bien, desde luego.
– También me enseñó a respetar la propiedad de los demás, a no pescar cuando no era temporada de pesca, dónde nadar y dónde no nadar.
– ¿Y también te dio clases de socorrismo?
– Sí, eso también se lo debemos a él.
– Ah, entonces le perdono cualquier cosa que hubiera hecho mal -sonrió Ty-. Pero el valor que tuviste para hacerlo… eso es cosa tuya.
– Sí, bueno, ya te dije que lo había hecho sin pensar. Mi padre solía enseñarme las cosas que no me enseñaban en el colegio. Me llevaba a museos, a galerías de arte… íbamos juntos a todas partes, a conciertos, a la ópera. También me llevaba por el bosque y me hablaba de los animales, de la Naturaleza. Me enseñó a dibujar, a pescar, a tocar el piano, a apreciar a Mozart -sonrió Phinn-. Y yo solita aprendí a tomar un trago de cerveza sin poner cara de asco. Claro que en el pub también me enseñaron a decir palabrotas… a mi madre casi le da un infarto.
– Ya me imagino.
– Bueno, es tu turno.
– ¿Mi turno?
– Yo te he contado cosas sobre mí, ahora te toca a ti.
– Pero no creo que tú…
– ¿Esté interesada? Pues lo estoy.
– ¿Interesada en mí?
Phinn tragó saliva.
– Tú te has interesado por mí y yo hago lo propio -consiguió decir-. Según Ash, eres un genio de los negocios.
– Los negocios van bien en este momento -dijo él, modestamente en opinión de Phinn-. Pero ocupan gran parte de mi tiempo.
– Y a ti te encanta.
– Le pone un poco de adrenalina al día, sí -admitió Ty-. Por cierto, la semana que viene estaré fuera del país.
A Phinn se le encogió el corazón.
– Ash te echará de menos.
– Contigo aquí sé que puedo irme tranquilo. Ash no podría tener mejor compañía.
Pensando que Ty había conseguido no hablar de sí mismo, Phinn estaba a punto de preguntarle dónde había estudiado cuando se dio cuenta de que se dirigían a la casa de Nesta y Noel Jarvis, los arrendatarios de la granja Yew Tree. Y cuanto más se adentraban en la finca, más veía las diferencias entre esa granja y Honeysuckle. Los Jarvis debían haber pasado por los mismos malos tiempos que sus padres y, sin embargo, la propiedad tenía un aspecto fabuloso. Allí no había ningún aire de abandono, ni herramientas oxidadas tiradas por todas partes.
Recordando el aspecto triste de Honeysuckle, Phinn no quería salir del coche. Y tal vez no tendría que hacerlo, pensó. Ty había dicho que quería «pasar» por allí, de modo que quizá no estaría mucho tiempo.
Pero no fue así. Ty le abrió la puerta del coche, de modo que no tendría más remedio que ir con él.
– Si quieres ir solo, a mí no me importa…
– ¿Qué ocurre? -preguntó él, arrugando el ceño.
Antes de que ella pudiera contestar, Nesta y Noel Jarvis habían salido a la puerta de la casa a recibirlos.
– Ya conocen a Phinn, imagino.
– Sí, claro que sí. ¿Cómo estás? -sonrió Nesta Jarvis-. Nos han dicho que estabas trabajando en Broadlands Hall. ¿Qué tal te va todo?
– Bien, gracias.
– Estaríamos perdidos sin ella -añadió Ty.
Mientras él iba con Noel al estudio para hablar sobre la granja, Phinn se quedó con Nesta en el salón tomando una taza de té y charlando sobre sus hijos, que ya se habían casado.
Cuando se despidieron de los Jarvis y volvieron al coche, Phinn iba tan callada que Ty, preocupado, giró el volante para parar un momento en el arcén.
– ¿Vas a decirme qué te pasa?
Phinn podría haberle dicho que no era cosa suya, pero seguramente le debía una explicación.
– Yo te odié cuando recibimos la notificación de desahucio. Pero estabas en tu derecho porque debíamos varios meses de alquiler y… la granja estaba hecho un asco, además.
– Eso no era culpa tuya.
– Sí lo era. Debería haber hecho un esfuerzo, debería haber animado a mi padre para que trabajase las tierras, pero no lo hice. Y he tenido que ver la granja de los Jarvis y lo bien que les va para darme cuenta.
– Tú tuviste que llevar una casa siendo una cría, Phinn. Nadie esperaría que te pusieras al volante de un tractor. ¿A tu padre le habría gustado que hicieras su trabajo por él?
No, seguramente no. Su padre no tenía el menor interés por la granja y tampoco quería que lo tuviera ella. Y si le hubiera dicho que tenía trabajo que hacer cuando él quería llevarla a algún sitio o salir a dar un paseo… en fin, se habría reído de ella.
– ¿Cómo es que siempre sabes lo que tienes que decir? -le preguntó.
Ty sonrió, apretando su mano.
– Seguro que Noel Jarvis no sabe tocar el piano como tu padre.
«Oh, Ty».
Cuánto lo quería.
– Y seguramente tampoco habrá llevado nunca a sus hijos a la ópera -sonrió Phinn.
– ¿Te encuentras mejor ahora?
– Sí -asintió ella-. Y gracias.
Le pareció que el mundo era un sitio maravilloso cuando, inclinándose hacia delante, Ty depositó un casto beso en su mejilla.
– Vamos a casa. A ver si Ash ha conseguido pescar alguna trucha.
Pero lo que encontraron al llegar a Broadlands Hall fue un viejo coche aparcado en la puerta. Y, al entrar, Phinn escuchó lo que era innegablemente un afinador de pianos haciendo su trabajo.
– ¿El señor Timmins?
– El señor Timmins -asintió él.
El señor Timmins no trabajaba nunca los sábados por la tarde. ¡Por nadie! Claro que era lógico que lo hiciera por Ty Allardyce porque era un hombre maravilloso.
El domingo Phinn se llevó una alegría al saber que Ty había decidido no volver a Londres hasta el lunes, pero el día pasó a toda velocidad.
Esa noche, durante la cena, aunque habría querido quedarse un rato más en el salón con Ty, Phinn se levantó del sofá.
– Me voy a la cama -se despidió-. Que tengas un buen viaje, Ty.
Él se levantó para acompañarla a la puerta… sólo para que lo viese Ash, naturalmente.
– Espero verte el viernes que viene -murmuró.
– Yo también. Adiós.
– Adiós, Phinn -sonrió Ty. Y entonces, de repente, se inclinó un poco y le dio un beso en los labios.
Phinn se dio la vuelta después sin decir una palabra, como si fuera lo más normal del mundo. Pero cuando llegó a su habitación y cerró la puerta, se llevó los dedos a los labios…
Broadlands Hall no era lo mismo sin él. El verano se había esfumado temporalmente y el lunes no dejó de llover. Recordando que Ash tenía tendencia a la melancolía, sobre todo por las tardes, Phinn lo buscó y se ofreció a enseñarle a pescar con mosca.
Pero el martes era ella quien estaba triste porque Ruby se encontraba mal. Kit Peverill se portó tan bien como siempre y le recomendó una medicina que no habían probado aún, pero que era muy cara.
– Me parece bien -asintió Phinn, aunque no tenía ni idea de cómo iba a pagarla.
– No te preocupes por el precio -le dijo Kit que, aunque nunca lo habían hablado, parecía conocer su situación económica.
Pero Phinn se preocupaba. Antes de que el veterinario le preguntase si quería salir con él, el asunto de las facturas la había preocupado, pero ahora que se lo había pedido y ella lo había rechazado la deuda le parecía más personal.
El jueves, sin embargo, Ruby empezó a mejorar y Phinn supo que costase lo que costase la medicina, su yegua iba a tenerla.
Llovía de nuevo a la hora de comer y, aunque estaba contenta por la mejoría de Ruby, Phinn no podía dejar de pensar en su deuda con Kit.
Así la encontró Ash en los establos por la tarde. Y tampoco él parecía muy alegre, de modo que Phinn tuvo una idea.
– Si fueras muy bueno, Ashley Allardyce, podríamos ir al pub a tomar una cerveza -sugirió, más alegre de lo que estaba en realidad.
– Y si tú te comportas, yo podría ir -dijo él-. ¿Vamos en la camioneta?
El pub Cat and Drum estaba lleno de gente, pero encontraron una mesa libre.
– Siéntate, yo voy a pedir las cervezas a la barra.
– No, iré yo -dijo Ash.
– Bueno, en realidad quería hablar un momento con el dueño.
– Criatura engañosa -rió él.
Después de llevarle su cerveza, Phinn le dijo a Bob Quigley que quería hablar un momento con él. Y unos minutos después, cuando se dio la vuelta, vio que Ash estaba charlando con Geraldine Walton.
Aunque al principio había pensado que Geraldine no le caía bien, en aquel momento parecía encantado hablando con ella. De hecho, tenía un aspecto muy alegre. ¿Iría Geraldine a menudo por el pub o habría sido una coincidencia?
Mickie Yates se acercó entonces a ella y le dio un abrazo.
– ¿Qué haces en este tugurio, jovencita?
– ¡Mickie!
Poco después Jack Philips, un viejo amigo de su padre, se unió al grupo y más tarde Idris Owen. Phinn podría haber estado charlando con ellos todo el día.
Pero, por fin, Ash se acercó para preguntarle si podían volver a casa. Y cuando salían del pub, le preguntó si había visto a Geraldine.
– Sí, la he visto hablando contigo, pero no quería molestaros.
Ash no dijo nada y Phinn no quiso preguntar.
Ruby seguía progresando y Kit Peverill pasó por allí el viernes por la mañana para ponerle otra inyección, pero el día le pareció larguísimo. Ty podría llegar por la noche, pero no sabía cómo llenar las interminables horas que tenía por delante. Entonces se le ocurrió otra idea.
Uno de los edificios que habían modernizado desde que compraron la propiedad era ahora la oficina, pero no había estado nunca en el interior y dudaba que Ash hubiera pasado muchas veces por allí.
Pensando que, según los rumores que corrían por el pueblo, Ash había sufrido un colapso nervioso mientras trabajaba en una oficina, Phinn decidió ser prudente. Pero, aun así, fue a buscarlo. Lo encontró en el salón, mirando la lluvia por la ventana.
– Acabo de pasar por el edificio de la oficina y se me ha ocurrido que nunca he estado en el interior.
– Ojalá yo no tuviese que ir -suspiró Ash-. Pero la verdad es que tengo una montaña de papeles que revisar.
– ¿Sabes una cosa? Hoy podría ser tu día de suerte. Yo he estudiado secretariado y tengo un certificado según el cual se me da bien el trabajo administrativo.
Ash la miró, sorprendido.
– ¿Lo dices en serio?
– Sí -contestó ella-. Seguro que entre los dos podemos deshacernos de esa montaña de papeles en nada de tiempo.
– ¡Ahora mismo!
Unos minutos después estaban en el interior del edificio, revisando las cartas que se acumulaban sobre el escritorio.
Trabajaron sin parar durante toda la mañana, con Phinn vigilando a Ash… por si el trabajo tuviera un efecto nocivo. No fue así, al contrario; cuantos menos papeles había sobre la mesa, más animado parecía.
– Ty ya se ha encargado de eso -le dijo, cuando Phinn le mostró una carta de Noel Jarvis en la que preguntaba si su hijo y él podrían comprar la granja-. Creo que lo llamó a la oficina de Londres al no recibir respuesta.
– Ah, seguramente por eso fuimos a verlo el otro día.
– Aparentemente, el antiguo propietario de Broadlands siempre se había negado a dividir la finca, pero como yo voy a quedarme con Honeysuckle, a mi hermano no le importa. Además, dice que la han trabajado muy bien durante todos estos años y se lo merecen… -Ash hizo una mueca al darse cuenta de lo que había dicho-. Phinn, lo siento, no quería decir…
– No te preocupes -lo interrumpió ella.
Una semana antes se habría enfadado si alguien hubiese comparado las dos granjas. Pero el sábado anterior, al ver la de los Jarvis, se había dado cuenta de las diferencias. Honeysuckle era un desastre y siempre lo había sido porque su padre tenía otros intereses. Ésa era la verdad. Pero Ty la había ayudado a ponerla en perspectiva.
Qué ganas tenía de que llegase. No sabía qué iba a hacer si Ty no iba por allí ese fin de semana. ¡Y no quería ni pensar en la semana siguiente!
Después de descansar un momento para ver a Ruby, Phinn volvió a la oficina y sonrió, contenta, al ver todo lo que habían hecho aquel día. Sólo había que archivar algunos papeles y escribir algunas cartas y la oficina estaría prácticamente al día.
Ash había salido a tomar un poco el aire y ella estaba terminando la última carta cuando la puerta se abrió. Con los ojos clavados en la pantalla del ordenador, Phinn pensó que era Ash y no se molestó en levantar la mirada.
Sin embargo, unos segundos después, como permanecía en silencio, por fin se volvió… para encontrarse con Ty.
Pero no se le ocurría nada que decir y sólo esperaba no haberse puesto colorada.
– Phinnie Hawkins -murmuró él-, nunca dejarás de asombrarme.
– Me alegro -dijo ella-. Pero antes era secretaria.
– ¿Trabajabas además de encargarte de tu casa?
Como millones de mujeres, pensó ella.
– ¿Qué creías, que me dedicaba a pasar un plumero por encima de los muebles?
– El interior de la granja estaba como los chorros del oro el día que fui a verla -dijo él-. Pero, además de eso, eras tú quien llevaba comida a la mesa.
– No, eso no es verdad. Mi padre era muy inteligente -protestó Phinn-. Podía hacer, reparar y vender todo tipo de cosas. También él llevaba dinero a casa.
– No tienes que defenderlo. Habiendo tenido una hija tan encantadora como tú, sólo podía ser un hombre formidable.
Sí, Tyrell Allardyce sabía cómo hacer que una chica se emocionase, desde luego.
– ¿Querías algo?
– Vi la luz encendida y pensé que era mi hermano. ¿Qué tal ha pasado la semana?
– Está bien -le aseguró Phinn-. Bueno, a veces parece un poco triste, pero cada día mejora un poquito más. He estaba observándolo hoy y parecía encantado con el trabajo de la oficina.
– ¿Habéis estado aquí todo el día?
– Gran parte del día, sí. Hemos limpiado el escritorio de papeles…
Ash, que entraba en ese momento, saludó a su hermano con un abrazo.
– ¿Qué te parece mi nueva ayudante? Es realmente estupenda. De hecho, si no estuviera con nadie yo mismo le pediría que me tuviese en cuenta.
Phinn sonrió. Sabía que estaba de broma y se alegraba de verlo tan animado. Pero cuando, aún con la sonrisa en los labios, miró a Ty, algo en su expresión le dijo que él no estaba tan contento.
Un segundo después, sin embargo, Tyrell Allardyce volvió a sonreír.
– No te acerques a ella -le advirtió a su hermano.
– Ésta es la última carta, Ash -dijo Phinn, fingiendo estar más interesada en el trabajo que en el mayor de los Allardyce-. Si no te importa firmarlas, yo misma las llevaré a la oficina de Correos.
Esa noche, antes de cenar, de nuevo Phinn se vio asaltada por las dudas. ¿Debía ponerse un vestido? Ty nunca la había visto con un vestido… bueno, salvo aquella tarde memorable, cuando la pilló en ropa interior y luego con el vestido empapado. Pero ella siempre iba en pantalones y temía que Ash lo dijese en voz alta delante de su hermano.
Como siempre, Ty y Ash estaban en el comedor antes que ella y cuando ocupó su sitio en la mesa sintió cierta ansiedad. Quería hablar con Ty más tarde, a solas, pero no sabía cómo iba a reaccionar.
– ¿Te ha contado Phinn que me llevó al pub ayer?
– Nada de lo que haga Phinn me sorprende ya. ¿Piensas llevar a mi hermano por el mal camino, jovencita?
– En mi opinión, Ash es perfectamente capaz de meterse en líos sin que yo lo ayude -contestó ella-. ¿Qué tal tu viaje?
– Bien, gracias.
Ash empezó a hacerle preguntas sobre los negocios y Ty se disculpó, diciendo que no quería aburrir a Phinn… cuando en realidad ella quería saberlo todo sobre su trabajo.
Pero empezó a ponerse nerviosa cuando la cena terminó.
– Ty -lo llamó cuando iba a entrar en el salón.
– Dime.
– Ahora tengo que ir a ver a Ruby, pero después… ¿podría hablar contigo un momento?
La expresión de Ty se oscureció de inmediato.
– Si estás pensando en marcharte, olvídalo.
Ella lo miró, perpleja.
– Pero yo no…
– Estaré en mi estudio -la interrumpió Ty.
Como siempre, estar un rato con Ruby la calmó un poco. Y, en realidad, ahora que lo pensaba, que Ty pareciese tan en contra de que se fuera era muy halagador. Aunque no había sido muy amable al respecto, claro.
– Nos quedaremos, Ruby. Además, no tenemos ningún otro sitio al que ir. Sé que el establo te encanta y entre tú y yo, se me rompería el corazón si tuviera que irme.
Unos minutos después, Phinn entró en el lavabo del piso de abajo para lavarse las manos, peinarse un poco y ensayar lo que iba a decirle a Ty. No sabía por qué estaba tan nerviosa. Ty no iba a decirle que no. ¿Por qué iba a hacerlo?
Cuando iba por el pasillo vio que la puerta del estudio, siempre cerrada, estaba ahora abierta y le pareció un gesto de bienvenida. En fin, Ty siempre tan considerado, pensó.
– Siéntate -dijo él, cuando Phinn asomó la cabeza.
– No tardaré mucho…
– ¿Has cambiado de opinión sobre lo de marcharte?
– ¡Pero si yo no he dicho que quisiera marcharme!
– ¿Ah, no?
– No, eso lo has dicho tú.
– Pues a mí me parece que te sientes culpable por algo… ¿ha estado el veterinario por aquí?
– Pues claro que ha estado por aquí -contestó ella, poniéndose colorada porque quería hablarle precisamente de su deuda con Kit-. Ruby no se encuentra bien y…
– Te has puesto colorada.
– Si me he puesto colorada es porque tengo que pedirte algo y me da vergüenza.
– ¿Te da vergüenza… a ti?
– Cállate ya -dijo Phinn entonces-. ¿Te importaría si buscase un trabajo a tiempo parcial?
– Ya tienes un trabajo aquí.
– Pero sólo sería por las tardes.
– ¿Con el veterinario? -preguntó Ty.
– ¡No! -exclamó ella-. Qué manía con el veterinario… no tiene nada que ver con él. Pero he pensado que Ash está ahora mucho mejor y como tú vienes los viernes a casa para hacerle compañía…
– Si no es Peverill, ¿con quien más estás en contacto? -la interrumpió Ty.
Phinn se negó a contestar y él se cruzó de brazos, esperando.
– Ayer estuve hablando con Bob Quigley…
– ¿Bob Quigley? ¿Otro de tus amigos?
– Es el propietario del Cat and Drum, el pub del pueblo -suspiró ella-. El caso es que le pregunté a Bob si tenía un trabajo para mí…
– ¿En el pub? ¿Detrás de la barra? -exclamó Ty.
– Sí.
– ¿Has trabajado alguna vez en un pub?
– No, pero Bob me dijo que le vendría bien un poco de ayuda…
– ¡Desde luego que sí!
– ¿Te importaría dejar de interrumpirme?
– ¿Cómo esperas que reaccione? Imagino que lo que buscas no es compañía, de modo que el problema es que yo no te pago lo suficiente.
– Me pagas más que suficiente. Además, tengo una habitación gratis y un establo para Ruby. El problema es que empiezo a deberle mucho dinero a Kit Peverill. Las medicinas de Ruby son muy caras y… el pobre me ha dicho que le pague cuando pueda, pero… me ha pedido que saliera con él y yo le he dicho que no, así que me siento incómoda.
Ty se echó hacia atrás en la silla.
– Phinn Hawkins, ¿qué voy a hacer contigo? ¿Nos dejarías solos por las tardes sólo porque a Peverill le gustas?
Phinn imaginó que Ty estaba bromeando. Tenía que estar bromeando.
– Sí, bueno, algo así.
– Entonces, evidentemente, tengo que aumentarte el sueldo.
– No, por favor -protestó ella-. Creo que me pagas demasiado.
– Y yo creo, querida Phinn, que Ash y yo estaríamos perdidos sin ti.
– ¡Tonterías!
– Por no decir que esa montaña de papeles de la oficina ha desaparecido gracias a ti. Y como yo no te había contratado para hacer de secretaria, estoy en deuda contigo.
– Eso no es verdad y tú lo sabes.
– Al menos te mereces una paga extra -siguió él, como si no la hubiera oído-. Mira, Phinnie, intenta verlo desde mi punto de vista: supongo que entenderás que mi novia no puede estar trabajando en el pub cuando yo vengo de Londres para verla.
Cómo latía su corazón cuando le decía esas cosas, pensó ella. Aunque no fuese verdad. Sonaba como si lo dijera en serio… afortunadamente, el sentido común le hacía ver la realidad.
– De hecho -siguió Ty-, he decidido llamar a Peverill para decirle que me envíe a mí las facturas de Ruby.
– ¡No vas a hacer nada por el estilo! -exclamó ella.
– Pienso hacerlo.
Y, para demostrar que la conversación había terminado, se dio la vuelta y se puso a trabajar en su ordenador.
Phinn se quedó mirándolo, perpleja. Podría haber protestado hasta que le doliese la boca y el resultado habría sido el mismo de modo que, dejando escapar un suspiro, salió del estudio.
Pero estaba subiendo a su dormitorio cuando se dio cuenta de algo: Ty entendía que no quisiera estar en deuda con el veterinario porque Kit había demostrado cierto interés por ella. Pero no había ningún problema en que estuviera en deuda con él porque, evidentemente, Ty no tenía ningún interés.
Phinn se fue a la cama sabiendo que no lo tenía ahora y no lo tendría nunca. Y pasó una noche en vela pensando que no era lo bastante sofisticada como para atraer a un hombre como Tyrell Allardyce.