CAPÍTULO 8

PHINN no podía dormir y la noche le parecía interminable. Ty había dicho que la deseaba, pero que tuviera que pensar si se acostaba con ella o no demostraba que no la deseaba tanto.

Su reloj, el reloj de Ty, mostraba que eran las cuatro de la mañana cuando lo oyó salir de la casa. Y ella quería marcharse también y no volver nunca más.

Le había dicho que lo deseaba. ¿Qué más prueba necesitaba de que quería estar con él? Estaba medio desnuda… y Ty la había rechazado.

Mortificada al pensar que podría saber que estaba enamorada de él, Phinn quería esconderse en algún sitio y no volver a verlo. Pero no podía marcharse de allí. ¿Qué haría con Ruby?

No dejaba de darle vueltas a la cabeza, pero cuanto más lo pensaba más se daba cuenta de que para Ty hacer el amor con ella no podía significar mucho.

Suspirando, se levantó temprano para bajar al establo y esa mañana estuvo muy ocupada con llamadas de teléfono. Su madre llamó para insistir en que debía ir a visitarla y Will Wyatt llamó también para pedirle que no se olvidara de él y decirle que tenía un plan para que Ty lo invitase a pasar otro fin de semana en Broadlands Hall.

En un momento de debilidad, Phinn se preguntó si Ty la llamaría, pero era una fantasía porque nunca lo había hecho. ¿Y por qué iba a hacerlo? Él vivía en Londres, en un mundo sofisticado donde abundaban las mujeres sofisticadas. Tyrell Allardyce no tenía ni tiempo ni inclinación, aparentemente, para educar a una chica de pueblo.

Pensando que su convicción de que Ty la había rechazado estaba amargándole la existencia, Phinn decidió olvidarse del asunto. Aunque no iba a ser fácil.

– ¿Dónde vas, Ash? -le preguntó.

– A estirar las piernas un rato mientras pienso en los asuntos de la finca.

– ¿Quieres que vaya contigo?

– Si quieres…

Eso fue el lunes.

El martes, con Ruby más animada, Phinn fue con Ash a Honeysuckle. Para entonces, con Ty constantemente en sus pensamientos, su aversión a volver a la granja en la que había crecido le parecía algo secundario.

Y como le pagaban por hacer compañía a Ash, cuando lo vio dirigirse a la camioneta el miércoles, se acercó a él. Pero antes de que pudiera decir que quería acompañarlo, Ash se adelantó.

– Querida Phinn, como hermana honoraria que eres te quiero mucho. ¿Pero te importaría si por una vez fuera solo?

Ella lo miró, sorprendida. La verdad era que Ash parecía mucho más animado en las últimas semanas. Había engordado un poco, tenía mucho mejor color de cara, nada que ver con el alma en pena de unos meses antes.

– Depende de donde vayas.

– Pues había pensado ir a ver a Geraldine Walton para preguntarle si quiere cenar conmigo el sábado.

Phinn sonrió de oreja a oreja.

– Oh, Ash. ¡Qué alegría!

– ¡Pero si aún no me ha dicho que sí!

– Te deseo suerte, de verdad.

Después de despedirse, Phinn fue a charlar un rato con Ruby. Aparentemente, su trabajo en Broadlands Hall había terminado… y era un problema porque seguía sin tener dónde ir. Pero no sabía cómo iba a seguir aceptando un salario cuando ya no había nada que hacer.

Por la tarde, sin embargo, tenía una preocupación más importante: Ruby había dejado de comer. Intentando no asustarse, Phinn llamó a Kit Peverill.

– No tiene buena pinta -le dijo el veterinario después de examinar a la yegua.

Phinn tuvo que apretar los labios para contener las lágrimas.

– ¿Siente mucho dolor?

– Voy a ponerle una inyección para que no le duela -dijo él-. Servirá para que aguante un par de días, pero llámame en cuanto me necesites.

Phinn se dirigía a la casa cuando vio que Ash volvía en la camioneta.

– ¿Cómo ha ido?

– Como tú misma sabes, ¿quién se puede resistir a los encantos de un Allardyce? -rió él.

¿Quién, desde luego?

– ¿Ése que se iba era el jeep del veterinario?

– Sí, acaba de examinar a Ruby -suspiró Phinn-. No está bien, Ash. Me ha dicho que ya no puede hacer nada.

Ash la acompañó al establo, pero Ruby parecía debilitarse por segundos y Phinn pasó el resto de la tarde con ella.

Tuvo que volver a llamar al veterinario el jueves y su expresión le dijo lo que ella ya sabía. Phinn se quedó con Ruby todo el día y toda la noche…

Y su querida Ruby murió el viernes por la mañana.

No sabía cómo iba a poder soportarlo, pero Ash se portó maravillosamente bien. Él se encargó de todo y Phinn le estaría agradecida por ello para siempre.

– Voy a llamar al veterinario para que se encargue de todo mientras tú te despides de ella, cariño. De todo lo demás me encargo yo.

Una hora después, Phinn se despidió de Ruby para siempre y, dejándolo todo en manos de Ash, salió a dar un paseo.

No sabía cuánto tiempo había estado dando vueltas por los caminos que tantas veces había recorrido con Ruby, pero estaba a kilómetros de la casa cuando se encontró con el tronco de un árbol caído que su yegua había saltado un par de meses antes, mirándola después como diciendo: «¿has visto eso?».

Cuando volvió al establo, horas después, Ruby había desaparecido y Ash se dirigía hacia ella.

– Se la han llevado con todo el cuidado del mundo, como tú querías. Y he pedido que nos enviasen sus cenizas… he pensado que podrías querer esparcirlas por sus lugares favoritos -dijo Ash, apretando su mano-. Pero pareces tan cansada… ven, la señora Starkey ha hecho tu sopa favorita.

Como un autómata, Phinn lo siguió hasta la casa y tomó algo de sopa antes de subir a su habitación. Durmió un rato, no sabía cómo, pero cuando despertó estaba exhausta y con el corazón encogido. Después de darse una ducha se cambió de ropa pensando que debía hacer algo, pero no sabía qué.

No quería ir al establo, pero sus piernas la llevaron allí de todas formas. Y allí fue donde la encontró Ash unos minutos después.

– No sé qué puedo hacer para animarte -le dijo-, pero si quieres que vayamos a dar un paseo o que te lleve a algún sitio…

– Oh, Ash -suspiró ella, enterrando la cara en su pecho.

Pero sólo un momento porque enseguida vio un coche aparcado delante de la casa, un coche al que no había oído llegar.

Era el coche de Ty y él estaba de pie, a su lado… y parecía furioso. Pero no sabía por qué. Había estado preguntándose cómo reaccionaría cuando volviera a verlo y también si él la miraría con ternura, pero la miraba como si quisiera estrangularla.

– Te has portado muy bien conmigo, Ash -le dijo-. Nunca lo olvidaré.

– Voy un momento a la oficina. ¿Quieres venir?

– No, no.

Se sentía perdida y no sabía qué quería hacer. El santuario de su habitación era tan buen sitio como cualquiera, pero antes de que pudiese llegar allí se encontró con Ty en el pasillo.

– Vamos a mi estudio -le ordenó, con tono malhumorado.

«Vete al infierno y llévate tus órdenes contigo», pensó ella. Pero como era evidente que estaba furioso por algo, sería mejor terminar con el asunto lo antes posible.

Pero apenas había entrado cuando él cerró de un portazo.

– ¿A qué crees que estás jugando?

Phinn dejó escapar un suspiro. Aquello era lo último que necesitaba en ese momento. Quería odiarlo, pero enfadado con ella o no, lo amaba de la misma forma.

– No te entiendo.

– ¿Cómo que no? Puede que te hagas la ingenua, pero yo no te creo. ¡Estás aquí para cuidar de mi hermano, no para hacerle lo que le hizo tu prima!

– ¿Se puede saber de qué estás hablando?

– ¿Cuál es tu plan? ¿Entrar en su dormitorio una noche, cuando esté medio vestido e intentar perder tu virginidad con él también?

Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, más furiosa y dolida que nunca, Phinn levantó la mano y le dio una bofetada. Nunca en toda su vida había pegado a nadie, pero puso en ese golpe todas sus fuerzas.

El sonido de la bofetada seguía en el aire cuando por fin recuperó el sentido común. Y no sabía quién estaba más sorprendido, Ty o ella.

– Lo siento -se disculpó-. Yo nunca… lo siento de verdad, es que estoy muy disgustada.

– ¡Tú estás disgustada!

– Ruby… -empezó a decir Phinn. Y aunque hasta ese momento había logrado contener las lágrimas, ya iba a ser imposible-. Oh, Ty…

– ¿Ruby?

– Ruby ha muerto esta mañana.

– Oh, cariño -Ty la tomó entre sus brazos, apretándola contra su corazón y Phinn empezó a llorar con toda su alma. Mientras lloraba, él acariciaba su pelo y su espalda, intentando consolarla.

– Lo siento mucho -se disculpó luego-. No había llorado en todo el día, pero…

– Yo también lo siento. Y me alegro de haber estado aquí para que llorases conmigo.

– Ash ha sido maravilloso -logró decir Phinn, entre lágrimas-. Él se ha encargado de todo.

– Cuando está en forma, mi hermano es bueno en momentos de crisis.

– Sí, es verdad… -Phinn se secó las lágrimas con el dorso de la mano-. Ya estoy mejor.

– ¿Seguro?

Ella asintió con la cabeza.

– Ahora debo estar hecha un asco.

– Estás preciosa.

– Mentiroso.

Ty la miró a los ojos y luego, como si fuera la cosa más natural del mundo, inclinó la cabeza para besarla. Poco después Phinn salía del estudio para subir a su habitación.

Pero las lágrimas no habían terminado. Ahora que se habían abierto las compuertas no parecía capaz de cerrarlas y lloró durante largo rato. Esa noche no bajó a cenar y los hermanos Allardyce, discretamente, enviaron a la señora Starkey a su habitación con la cena.

Al final, durmió mejor que en mucho tiempo, seguramente por el cansancio y la pena. Despertó temprano, como era su costumbre, pero sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar que ya no tenía que bajar al establo para ver a su querida Ruby.

No olvidaría nunca a su dulce y tímida yegua, pero quería recordar los momentos felices, cuando era joven y galopaban por Broadlands, el viento revolviéndole el pelo, Ruby tan feliz como ella.

Entonces recordó que había pegado a Ty… ¿cómo podía haber hecho algo así después de lo bien que se había portado con ella… y con Ruby? En fin, no quería pensar en cosas desagradables. Estaba levantándose de la cama cuando oyó un golpecito en la puerta y, un segundo después, Ash asomó la cabeza en su dormitorio.

– La señora Starkey ha pensado que querrías desayunar en la cama.

– No, de eso nada -protestó ella, poniéndose la bata-. Pero todos estáis siendo muy amables conmigo.

– Porque te lo mereces. ¿Dónde dejo la bandeja?

– En la mesa.

– ¿Cómo estás?

– Un poco mejor, gracias.

– Estupendo. Cómete los huevos revueltos antes de que se enfríen -dijo Ash entonces, inclinándose para darle un beso en la mejilla.

Sólo había sido un gesto de simpatía, pero el hombre que observaba la escena desde la puerta no parecía pensar lo mismo.

– ¡Ashley!

Phinn miró de uno a otro, sorprendida. Nunca había visto a Ty hablándole en ese tono a su hermano.

– Buenos días.

Cuando él entró en la habitación, Ash discretamente salió de ella.

– ¿Mi hermano suele traerte el desayuno a la habitación?

– No. Me lo ha traído hoy porque se lo ha pedido la señora Starkey… y para preguntarme cómo estaba.

– Haz el favor de dejar en paz a mi hermano.

– ¿Que le deje en paz… yo?

– No quiero tener que recoger las piezas de su corazón otra vez…

– ¿Pero qué estás diciendo? -lo interrumpió Phinn.

– Te da igual a quién le hagas daño, ¿verdad?

– Me parece que tienes muy poca memoria. Que yo sepa, me contrataste para que le hiciese compañía…

– Parece que tampoco tú tienes buena memoria -la interrumpió él, tomándola por la cintura-. Hace una semana podría haberte hecho mía -le dijo, atrayéndola hacia sí para buscar sus labios. No con ternura o cariño sino de manera brusca, furiosa.

– ¡Suéltame!

Phinn intentó empujarlo. Quería sus besos, pero no de esa manera.

– ¿Por qué voy a hacerlo? -le espetó él, acariciándola con manos ansiosas.

– ¡No, Ty… así no!

Algo en su tono le dijo que hablaba completamente en serio porque la miró a los ojos y, al ver que estaban empañados, dio un paso atrás, pálido como un cadáver.

– Dios mío… perdóname… no sé qué me pasa.

Un segundo después salía de la habitación como alma que lleva el diablo.

Era el fin y Phinn lo sabía. No tenía ni idea de qué podía haber empujado a un hombre civilizado como él a hacer lo que había hecho y, aunque podría perdonarlo, tenía la impresión de que Ty no sería capaz de perdonarse a sí mismo.

Y todo por Ash. Ty no sabía que ella no sería capaz de hacerle daño a su hermano… de hacerle daño a nadie. Estaba convencido de que era como su prima, que no le importaba nada salvo ella misma. ¿Cómo podía creer eso?

Hundida de repente, Phinn supo que había llegado el momento de marcharse de Broadlands Hall. ¿Para qué iba a quedarse? Ash ya no la necesitaba y seguramente Ty aplaudiría su decisión.

Sin probar el desayuno que Ash le había subido en una bandeja, Phinn fue a darse una ducha y casi había terminado de hacer las maletas cuando oyó el motor de un coche. Era el de Ty alejándose por el camino, comprobó después de acercarse a la ventana. Y entonces, con el corazón encogido, pensó que nunca volvería a verlo… aunque quizá era lo mejor.

Ash le había ofrecido el día anterior llevarla a cualquier sitio y necesitaba que alguien la llevase a Gloucester, a casa de su madre.

No sabía cómo se tomaría su repentina aparición, pero estaba segura de que ni ella ni Clive pondrían objeción alguna. De hecho, su madre le había pedido cien veces que fuera a vivir con ellos.

Pero, sabiendo que lo dejaría todo para ir a buscarla si la llamaba, decidió pedirle el favor a Mickie Yates porque Ash ya había hecho demasiado por ella. Desgraciadamente, Mickie Yates no contestaba al teléfono, de modo que tendría que ir en autobús… si los autobuses seguían parando en Bishops Thornby en sábado. Llamaría a Mickie en otro momento para que fuera a recoger sus cosas.

Cuando dejó el reloj de Ty sobre la mesa de su abuela suspiró al recordar el detalle. Lo había hecho para que se sintiera como en casa. Luego, después de una última mirada alrededor, tomó la maleta en la que había guardado lo más necesario y salió de la habitación.

Le pesaba el corazón, pero intentó recordarse a sí misma que siempre había sabido que su estancia en Broadlands Hall sería temporal.

Había llegado al pie de la escalera cuando un ruido a su izquierda la hizo girar la cabeza…

¡Ty! Y ella había pensado no volver a verlo nunca…

– Creí que te habías ido.

– ¿Dónde crees que vas con esa maleta?

– Me marcho -contestó Phinn… esperando su aplauso.

Pero no llegó. Al contrario, Ty dio un paso adelante y le quitó la maleta de las manos.

– Eso ya lo veremos -murmuró, dirigiéndose al salón.

Phinn vaciló durante un segundo, sin saber qué hacer.

– Mientras no me pongas las manos encima -dijo por fin.

No sabía qué quería decirle Ty o por qué retrasaba su partida. Lo único que esperaba era poder marcharse de allí sin pegarlo otra vez y con su orgullo intacto.

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