EN CUANTO dejó a Ruby instalada en el establo de Geraldine, Phinn subió a su habitación para darse una ducha. Después, se puso una camiseta y un pantalón corto y se envolvió el pelo en una toalla para hacerse una taza de té… o de tila. Lo acontecido por la tarde la había dejado un poco angustiada.
Aunque no sabía qué la había turbado más: tener que salvar a Ashley Allardyce de morir ahogado o que su insolente hermano la hubiera visto medio desnuda.
Suspirando, empezó a hacer las maletas para estar lista cuando Mickie Yates fuese a buscarla al día siguiente. Después de guardar su ropa, envolvió en papel de periódico las piezas de la vajilla que había conservado y los pocos adornos que su padre no había vendido…
Estaba terminando de limpiar las estanterías cuando alguien llamó a la puerta. Pensando que sería Geraldine para comprobar que, efectivamente, iba a dejar libre la habitación para el día siguiente, Phinn abrió la puerta… y se quedó helada.
Porque ante ella estaba nada más y nada menos que Ty Allardyce. Y llevar ropa seca en lugar de estar medio desnuda no la hizo sentir más cómoda.
– Ah, el formidable señor Allardyce. ¿Quién está en mi terreno ahora?
– Me gustaría hablar con usted -se limitó a decir él.
– Pues lo siento, pero no. Así que váyase de mi… puerta.
Pero, para su sorpresa, Ty Allardyce entró en la habitación como si fuera suya.
– ¿Se marcha? -le preguntó, señalando las maletas.
– Sí, me voy -respondió ella, beligerante porque no veía razón alguna para mostrarse amable con aquel ogro.
– ¿Y dónde piensa ir?
– Pues… -nerviosa, Phinn se dio la vuelta para mirar por la ventana.
– Espero no despertar mañana y encontrarla acampada frente a mi casa, señorita Hawkins.
Esa idea le pareció divertida y, sin darse cuenta, sonrió. Además, lo de «señorita Hawkins» era mejor que «las Hawkins».
– Si quiere que le sea sincera, no se me había ocurrido.
– ¿Pero?
– Pero nada. Y tengo muchas cosas que hacer, señor Allardyce. Gracias por pasar por aquí -le dijo, señalando la puerta.
– Usted necesita un sitio en el que alojarse y donde poder alojar a su animal…
– Se llama Ruby -lo interrumpió Phinn-. El «animal lleno de pulgas», como usted la llamó, es Ruby.
– Le pido disculpas -dijo Ty entonces. Y eso la sorprendió tanto que parpadeó varias veces, como si no hubiera oído bien-. Pero no puedo dejar que vuelva a la granja Honeysuckle…
– ¿Cómo sabe que pensaba ir allí?
– No lo sabía. Quiero decir, no lo sabía hasta que usted me lo ha confirmado.
– ¡Ah, qué listo! Mire, señor Allardyce -dijo Phinn entonces, respirando profundamente-. Sé que está enfadado conmigo, quizá para siempre, pero yo no sería un estorbo en la granja y…
– No, eso está fuera de la cuestión.
– ¿Por qué?
– Para empezar, no hay luz.
– No me hace falta, tengo muchas velas. Y como hace calor, tampoco necesito la calefacción.
– ¿Y si llueve y hay goteras?
– No hay goteras. He estado allí y…
– ¿Ha estado allí? ¿Sigue teniendo la llave?
– Sí y no -suspiró Phinn, percatándose de que estaba metiendo seriamente la pata-. Sí, he estado allí y no tengo la llave.
– ¿Y cómo ha entrado?
Podría mandarlo a la porra, pero aún seguía esperando convencerlo de que la dejase vivir en Honeysuckle.
– Entré por una de las ventanas -le confesó.
– ¿Se ha subido a una escalera…? -Ty Allardyce inclinó a un lado la cabeza, incrédulo-. ¿Quiere incluir allanamiento de morada a su lista de agravios?
– ¡Estoy desesperada! -exclamó Phinn-. Ruby no está bien, es muy mayor… -no pudo terminar la frase, emocionada, y se dio la vuelta para que no la viese llorar. Estaba dispuesta a echarlo de allí, pero también dispuesta a suplicarle si hacía falta.
Pero entonces, atónita, descubrió que no tenía que suplicarle. Porque Ty Allardyce dijo:
– Creo que podemos encontrar un sitio mejor para usted.
Esas cosas no le pasaban a la gente como Delphinnium Hawkins… al menos últimamente, de modo que lo miró boquiabierta. Ty Allardyce la detestaba.
Entonces, ¿por qué…?
– ¿Y para Ruby también? -le preguntó.
– Para Ruby también.
– ¿Dónde?
– En mi casa. Puede usted vivir con…
– ¡Un momento! -lo interrumpió Phinn-. No sé quién cree que soy, pero deje que le diga…
– ¡Por el amor de Dios! -exclamó él, irritado-. Aunque reconozco que tiene usted las mejores piernas que he visto en mucho tiempo… y que el resto tampoco está mal, yo tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que intentar seducir a una chica del pueblo.
¡Una chica del pueblo!
– ¡Ya le gustaría! -replicó Phinn, indignada. Pero, pensando en Ruby, decidió que no se lo podía permitir-. ¿Por qué quiere que viva en Broadlands Hall?
– ¿Podemos sentarnos?
Sus piernas se verían menos si estuviera sentada, pensó, dejándose caer en una de las sillas y señalando la otra con la mano.
– Hoy me ha hecho un favor por el que siempre estaré en deuda con usted -dijo Ty entonces.
– Bueno, yo no diría eso… -suspiró Phinn-. ¿Pero ve lo que puede pasar cuando uno se mete en unas tierras que no son suyas? No siempre tiene que ser algo malo.
– De no haber estado usted allí mi hermano podría haberse ahogado -murmuró Ty, apartando la mirada.
– Ash no sabía que no se debe nadar en esa zona del riachuelo, por lo visto.
– Pero usted sí sabía lo peligroso que era y, sin embargo, Ash me ha dicho que se lanzó de cabeza sin pensarlo un momento.
– De haber sido usted, seguramente no me habría tirado -intentó bromear Phinn. Y eso despertó una sonrisa en el estirado Tyrell Allardyce.
– Salvó usted la vida de mi hermano sin dudar un momento -siguió-, aun sabiendo que arriesgaba la suya.
– Bueno, me paré un momento para quitarme el vestido…
– No se me ha olvidado -la interrumpió él-. Y dudo que vaya a olvidarlo -luego carraspeó, incómodo-. Mi hermano ha perdido mucho peso, pero aun así es un hombre grande e imagino que no sería fácil para usted llevarlo hasta la orilla. Si hubiera empezado a luchar podrían haberse ahogado los dos… no quiero ni pensarlo.
– Pues no lo piense -suspiró ella-. Son cosas que pasan. Ash no estaba intentando suicidarse ni nada parecido.
– Yo sé que no era un intento de suicidio pero, por lo que veo, también usted se ha dado cuenta de que mi hermano es… muy vulnerable en este momento.
Phinn asintió con la cabeza. Sí, lo sabía.
– Sé que usted me echa a mí parte de la culpa, pero le aseguro que yo no pude hacer nada. No sabía que Leanne iba a romper con él como lo hizo.
– Sí, tal vez fue injusto por mi parte -asintió Ty-. Pero en fin… Ash me ha contado que no tiene usted trabajo ni sitio donde vivir y yo estoy en posición de ofrecerle ambas cosas.
¿Iba a darle una casa y un trabajo? Aquello era increíble.
– Mire, se lo agradezco, pero no quiero caridad.
– Es usted un poquito susceptible, ¿no? -suspiró él, irritado. Pero luego, al ver que tenía los ojos llenos de lágrimas, dio marcha atrás-. ¿No irá usted…? ¿Qué le pasa? ¿Está empezando a darse cuenta de lo que podría haber pasado en el riachuelo?
– No, no… mire, ¿puede volver a ser desagradable? Me entiendo mejor con usted cuando se porta como un ogro.
Ty sacudió la cabeza.
– ¿No tiene familia… alguien que pueda ayudarla?
– Mi madre vive en Gloucester, pero…
– Yo la llevaré allí.
– No, no quiero ir allí.
– Deje de discutir -le ordenó él-. No está usted en condiciones de conducir. Será más seguro que conduzca yo.
Aquel hombre era imposible.
– ¿Quiere dejar de decirme lo que tengo que hacer? Sí, estoy un poco… impresionada, pero no importa. Y no pienso ir a ningún sitio.
– Si no puedo llevarla a casa de su madre, tendré que llevarla a la mía.
– No pienso dejar a Ruby.
– Ruby estará perfectamente hasta mañana…
– ¡He dicho que no! Ruby irá conmigo donde quiera que vaya.
Ty Allardyce se quedó mirándola un momento, pensativo.
– Voy a hacer una taza de té.
De repente, Phinn soltó una carcajada. La situación era tan absurda…
– Perdone -se disculpó después-. Pero ya he tomado un té y no quiero más. Y, por favor, ¿puede aceptar que sé que está usted agradecido por lo que pasó esta mañana y olvidarse de ello de una vez?
– ¿Quiere que siga siendo el bruto que intentaba echarla de la finca?
Phinn asintió con la cabeza.
– Y yo seguiré siendo… la chica del pueblo. La chica del pueblo que cree que debería dejarme vivir en la granja hasta que la alquile.
– No.
– Pero es que tengo que irme de aquí mañana mismo. Geraldine quiere que deje libre la habitación y Ruby…
– Como le he dicho antes, eso no es un problema porque en Broadlands Hall hay sitio para usted y para Ruby. Por el momento el establo se usa como almacén, pero puede usted limpiarlo mañana.
– ¿Tiene agua?
– Claro.
– ¿Y hay más caballos?
– No, no hay caballos. Ruby tendrá una vida idílica allí. Además, hay un corral estupendo en el que puede trotar a placer.
Phinn conocía bien ese corral. Además de tener una parte llena de árboles que le daban sombra, había un cobertizo en el que Ruby podía entrar si hacía demasiado calor.
De repente, le dieron ganas de llorar otra vez. Todo sonaba tan maravilloso.
«Oh, Ruby, un sitio para ti».
– ¿Y sería un trabajo permanente? Quiero decir, si piensa echarme dentro de una semana…
– Digamos que sería un contrato de seis meses, renovable después de ese tiempo.
– Acepto -dijo Phinn entonces. Al menos tendría seis meses para encontrar otro trabajo y otro sitio donde vivir-. Puedo limpiar, cocinar, cuidar el jardín, catalogar su biblioteca…
– La señora Starkey lleva la casa y lo hace admirablemente bien y Jimmie Starkey tiene toda la ayuda que necesita en la finca.
– ¿Y no necesita que cataloguen su biblioteca?
– No, lo que tengo en mente para usted consiste en otra cosa -dijo Ty-. Mi trabajo me obliga a viajar constantemente, de modo que no he podido pasar mucho tiempo en Broadlands Hall…
– Supongo que se mantenía en contacto con Ash por teléfono.
– Pero eso no me preparó para la sorpresa que me llevé cuando vine hace un par de semanas. Supongo que también usted habrá notado el cambio que se ha operado en mi hermano.
– Sí, claro. ¿Está enfermo?
– No tiene ninguna enfermedad… nada que pueda curar un médico.
– ¿Es culpa de Leanne entonces?
Ty Allardyce asintió con la cabeza.
– Yo no sabía que una mujer pudiera hacerle tanto daño a un hombre, pero… en fin, el caso es que no puedo volver a Londres y dejarlo solo aquí. Por eso necesito su ayuda.
– Haré lo que pueda -dijo ella.
– Entonces, el trabajo es suyo.
Phinn miró a aquel hombre que, debía admitir, empezaba a caerle bien. Aunque no se fiaba del todo.
– ¿Y en qué consiste el trabajo exactamente?
– Quiero que sea la acompañante de Ash.
– ¿Quiere que sea la acompañante de su hermano? -repitió ella, perpleja.
– Le pagaré, por supuesto.
– ¿Me va a pagar por hacerle compañía?
Tyrell Allardyce suspiró, impaciente.
– Mire, aunque yo podría hacer parte de mi trabajo en el despacho de Broadlands Hall, a través del teléfono y de Internet, ciertos asuntos requieren mi presencia en Londres o en cualquier otra capital del mundo. Y no quiero dejar solo a mi hermano.
Phinn lo pensó un momento.
– ¿Y cree que yo sería buena compañía para Ash?
– ¿Se le ocurre una persona mejor que alguien que le ha salvado la vida?
– No sé…
– Mire, señorita Hawkins, yo sé que a mi hermano le cae bien. Él mismo me ha dicho que siempre es muy agradable. El otro día, por ejemplo…
– ¿El día que usted me dijo que lo dejase en paz?
– Sí, bueno, es que estaba enfadado -se disculpó Ty-. No quería que otra Hawkins terminase lo que la primera había empezado. Pero eso fue antes de saber que Ash sigue tan loco por Leanne que las demás mujeres no existen para él. Francamente, no se fijaría en usted aunque intentase seducirlo con sus encantos.
¿Seducirlo con sus encantos? Muy simpático, desde luego. Phinn estaba a punto de decirle que no quería el trabajo cuando pensó en Ruby, en el establo, en aquel corral tan agradable en el que podría trotar…
– Yo no sé qué se espera de una acompañante. ¿Qué tendría que hacer? Imagino que no querrá que lo lleve al pub a emborracharse por las noches.
– ¿Le gusta a usted la cerveza?
– ¡No!
– Pero hoy ha bebido. Cuando la vi en el riachuelo noté que olía a cerveza…
– ¡Pero bueno! -lo interrumpió Phinn, indignada-. Mire, Allardyce, yo odio la cerveza, pero en este pueblo es costumbre tomar un trago cuando te lo ofrecen y el herrero me ofreció uno esta mañana. Y no podía decirle que no porque estaba mirando las herraduras de Ruby sin cobrarme un céntimo.
– De modo que, para no herir sus sentimientos, tomó usted un trago de algo que no le gusta.
– Así es como se hacen las cosas por aquí.
– ¿Sabe una cosa? -sonrió Ty entonces-. Creo que es usted una buena persona.
Phinn se quedó sorprendida tanto por el cambio de tono como por el cambio de actitud.
– Sí, bueno… en fin, de modo que tendría que hacerle compañía a Ash mientras usted está de viaje.
– Yo creo que mi hermano necesita estar con alguien que lo escuche, alguien que sea capaz de distraerlo cuando se ponga melancólico.
– ¿Y cree que yo puedo hacer eso?
– Estoy seguro -asintió él.
– ¿Cree que Ash tardará seis meses en… en volver a ser el mismo de antes?
– Espero que no sea tanto tiempo, la verdad. ¿Quién sabe? En cualquier caso, estoy dispuesto a ofrecerle trabajo y alojamiento durante seis meses como mínimo.
– Muy bien -dijo Phinn.
– ¿Entonces empezará mañana mismo?
– Empezaré mañana. Y será mejor que me dé el número de teléfono de Ash -sonrió ella, contenta.
– ¿Para qué?
– Para pedirle que venga a buscarme. Iré a Broadlands Hall para ver el establo y luego llevaré a Ruby.
– ¿Quiere inspeccionarlo antes de instalarse?
– Podría pedirle a Mickie que me llevase…
– ¿Quién es Mickie?
– Un vecino del pueblo. Es un poco excéntrico, pero tiene un corazón de oro. Mickie… -Phinn no terminó la frase.
– ¿Mickie qué?
Ella dejó escapar un suspiro de resignación.
– Si tan empeñado está en saberlo… le pedí a Mickie que llevase las cosas de mi padre a la granja.
Ty Allardyce sacudió la cabeza, mirándola como si fuera una especie nueva para él.
– Sin decirle nada a nadie, claro.
– Pues no, no le habría dicho nada a nadie. Si no hubiera tenido que vender mi coche… en fin, tuve que venderlo y ya está. Así que llamaré a Mickie para decirle que…
– ¿Tuvo que vender su coche?
– Sí.
Phinn no dijo nada más. Ty Allardyce no tenía por qué saberlo todo.
– Según mi abogado, pagó usted todas las mensualidades de alquiler que se debían antes de entregar las llaves de la granja. Pensé que el dinero era de su padre, pero… parece que no, ¿estoy en lo cierto?
Phinn se encogió de hombros.
– ¿Para qué necesitaba un coche si ya no tenía trabajo? Además, no podía dejar a Ruby sola todo el día -luego lo miró, pensativa-. Por cierto, ¿le ha dicho a Ash que va a tener una acompañante?
– No.
– ¿Y cómo cree que va a reaccionar cuando lo sepa?
Ty se encogió de hombros.
– Mi hermano es una persona muy sensible. Yo creo que sería mejor que no supiera por qué está usted allí.
– Yo no sería capaz de mentirle -le advirtió ella.
– No tendría que mentir, no se preocupe.
Phinn miró aquellos ojos grises, perpleja.
– ¿Entonces? No puedo llamarlo así, de repente, y pedirle que venga a buscarme.
– Ash sabe que tiene que irse de aquí, así que le diré que vine a darle las gracias por lo que había hecho esta mañana… y aproveché para ofrecerle un puesto de trabajo y un sitio temporal en el que vivir.
– ¿Y Ash se lo va a creer? -preguntó ella, sarcástica.
– ¡Ah, me compadezco del hombre que se case con usted! -replicó Ty, irritado-. Bueno, en fin, la verdad es que también yo dudo que lo crea, pero en este momento Ash no se preocupa por casi nada. Además, él se siente aún más agradecido que yo por lo que ha hecho.
Ty sacó una tarjeta de la cartera y, después de anotar unos números en el dorso, se la entregó. Había anotado el número de su móvil, el de su oficina en Londres, el de su casa y el de Broadlands Hall.
– Tampoco hacía falta que se volviera loco -murmuró-. Yo sólo quería el teléfono de Broadlands Hall.
– Por si acaso -dijo él, levantándose. Ah, se refería a que debía llamarlo si le ocurría algo a su hermano, pensó Phinn-. Llámeme a cualquier hora si es necesario.
– Muy bien -asintió ella, levantándose a su vez. Pero le pareció que estaban demasiado cerca y dio un paso atrás, nerviosa.
– ¿Cómo se encuentra ahora?
– ¿Cómo me encuentro?
Ty tomó sus manos y la miró a los ojos.
– Parece que se ha calmado un poco.
– Sí, creo que se me ha pasado la impresión -le dijo. Sólo entonces se preguntó si se habría quedado tanto rato para estar a mano por si se desmayaba o algo parecido-. Es usted más amable de lo que imaginaba.
– Cuéntelo por ahí y tendrá que vérselas conmigo -bromeó Ty.
Y, después de decir eso, salió de la habitación sin decir una palabra más.
Atónita, Phinn se acercó a la ventana. Allí estaba, no lo había soñado. Tyrell Allardyce estaba en la puerta del establo, hablando con Geraldine Walton. Y Geraldine estaba sonriendo como nunca. Jamás la había visto tan animada.
De modo que tendría que añadir «encanto» a la lista de cualidades de su nuevo jefe, pensó. Ty y Geraldine entraron en el establo y, un minuto después, aparecieron de nuevo, cada uno con una bala de paja en la mano, y procedieron a cargarlas en la camioneta.
Desde luego, era un hombre de palabra. Ya estaba llevando las cosas de Ruby antes de que ella se mudase a Broadlands Hall…
Ty Allardyce necesitaba una persona que le hiciera compañía a su hermano y lo tenía todo preparado incluso antes de ir a verla. El plan era, por lo visto, ir a visitarla y hacerle una oferta que no pudiese rechazar.
Que había sabido que ella iba a decir que sí de antemano era evidente. Muy eficiente, desde luego. Un poco sorprendida, Phinn bajó al establo para ver a Ruby cuando la camioneta de Ty desapareció por el camino… y se encontró con Geraldine.
– No me habías dicho que te ibas a mudar a Broadlands Hall.
Phinn no sabía qué decir. Desde luego, no pensaba contarle que iba a ser la acompañante de Ashley Allardyce. Pero tampoco quería despedirse de malas maneras.
– Espero no haber olvidado mi trabajo como secretaria -contestó-. Bueno, voy a ver cómo está Ruby.
La yegua se acercó a ella en cuanto la vio y Phinn le contó que se mudarían al día siguiente a un sitio con un corral precioso. Ruby acarició su cuello, agradecida, y Phinn se relajó por primera vez en muchos meses.
Quince minutos después se le ocurrió que Ty ya habría tenido tiempo de decirle a su hermano que, a partir del día siguiente, ella viviría en la casa y, después de despedirse de Ruby, subió a su habitación y marcó el número de Broadlands Hall, esperando que Ash contestase. Pero se quedó sorprendida al oír la voz de Ty.
– Ah, hola, Ty… señor Allardyce -lo saludó, nerviosa.
– Llámame Ty. ¿Querías hablar con Ash?
– Si no te importa.
Un minuto después, Ash se ponía al teléfono.
– Iba a llamarte yo para darte las gracias por salvarme la vida. No tuve oportunidad esta tarde, pero…
– No te preocupes -lo interrumpió ella-. Ty pasó por mi habitación para darme las gracias en tu nombre. Supongo que te habrá contado que me mudo a Broadlands Hall mañana mismo.
– Y yo me alegro mucho de que mi hermano te haya invitado a venir, por cierto.
– ¿Entonces no te importa?
– ¡No, por Dios! Ty ha sugerido que limpie el establo mañana a primera hora.
– No, no, lo haré yo, no te preocupes. Lo que necesito es que alguien venga a buscarme mañana porque no tengo coche.
– ¿Te parece bien a las nueve?
– Me parece estupendo.
Phinn se fue a la cama esa noche un poco mareada. Cuántas cosas habían pasado ese día. Había tenido que sacar a Ash del riachuelo, su hermano le había ofrecido una casa, un trabajo y un sitio para Ruby… desde luego, aquel día había estado lleno de sorpresas.
Curiosamente, sin embargo, era Ty Allardyce en quien no dejaba de pensar. Podía ser antipático, tirano incluso, pero también podía ser amable y considerado. Un hombre complejo, desde luego.
Recordó entonces cómo había tomado sus manos… y el escalofrío que eso la había hecho sentir.
«No seas tonta», se dijo a sí misma. «Piensa que vas a tener una casa en la que vivir y un sitio para Ruby. Eso es lo único importante».
Desde su punto de vista, las cosas no podían ir mejor. Desde luego, lo de volver a la granja había sido una idea absurda. Ruby y ella estarían mucho mejor en Broadlands Hall. Sí, eran muy afortunadas.
Pero entonces, ¿por qué se sentía tan inquieta?, se preguntó. Como si algo… como si algo no encajase del todo.