CAPÍTULO 4

PHINN se levantó mucho antes de las nueve y, después de atender a Ruby, se dedicó a doblar sus mantas, colocar los arreos y limpiar el cajón para que Geraldine no pudiera quejarse de nada. Pero, aunque sabía que el establo de Broadlands Hall sería adecuado, quería comprobarlo antes de llevar a Ruby allí.

Poco después de las nueve, Ash la encontró esperando en la puerta. Parecía horriblemente cansado, pensó, como si no hubiera pegado ojo en toda la noche.

– ¿Lista? -le preguntó, con un intento de sonrisa.

– La verdad es que hay muchas cosas que guardar -se disculpó ella.

Casi habían terminado de cargar la camioneta cuando Geraldine apareció en la puerta y Phinn hizo las presentaciones de rigor.

– Tú te encargas de gestionar la finca, ¿verdad? -le preguntó ella.

– Algo así -murmuró Ash, mientras guardaba la última maleta-. ¿Queda algo más?

– No, ya está todo. Vendré más tarde a buscar a Ruby, Geraldine.

– No te preocupes, yo me encargo de ella. No hace falta que te des prisa.

Un minuto después, Ash y Phinn se dirigían a Broadlands Hall. De modo que su trabajo había empezado…

– ¿Ty ha vuelto a Londres? -le preguntó, más por entablar conversación que por verdadero interés por su hermano.

Pero Ash se volvió hacia ella para mirarla con lo que sólo podía describirse como una «mirada conspiradora».

– ¿Te llamó por teléfono antes de irse?

¿Pensaría Ash que Ty y ella…? No, imposible. Pero como no podían decirle cuál era la verdadera razón por la que iba a vivir en Broadlands Hall…

Phinn abrió la boca para decirle que entre Ty y ella no había nada, pero decidió guardar silencio. Y luego se alegró de no haber dicho nada. Ty saldría con chicas guapísimas en Londres, chicas ricas y sofisticadas, nada parecidas a ella.

Ash la llevó directamente al establo y se disculpó mientras señalaba el desorden.

– Debería haberlo limpiado antes de que llegases, pero… al final no me dio tiempo.

– No te preocupes, entre los dos no tardaremos nada.

En el interior había un montón de cajas y antiguos aperos, además de una vieja mesa de cocina y otros muebles, pero el establo era más que adecuado. En cuanto lo hubiesen limpiado un poco, sería una residencia de lujo para Ruby.

– Bueno, hora de ponerse a trabajar.

– ¿No quieres ver antes tu habitación?

– No hace falta, seguro que me gustará. ¿Te importa ayudarme un momento?

Ash empezó a mover cajas con cierta desgana pero luego, poco a poco, fue animándose.

– No, deja eso ahí -le ordenó, cuando intentaba mover un viejo mueble de cocina-, ya lo haré yo. De hecho, deberíamos tirar todo esto a la basura.

¿Tirarlo? Qué sacrilegio. Phinn sacó su móvil y marcó el número de Mickie Yates.

– Mickie, soy Phinn.

– No he olvidado tu voz -rió el hombre.

– Mira, ahora mismo estoy trabajando en Broadlands Hall y hay un montón de muebles todavía en buen uso… ¿conoces a alguien que necesite muebles de cocina?

– Llegaré dentro de una hora.

– Estupendo.

Después de colgar, Phinn guardó el teléfono en el bolsillo y se volvió hacia Ash, que la miraba con cara de sorpresa.

– ¿Vas a trabajar aquí?

– Pues claro -contestó ella, poniéndose colorada.

– Se pone colorada y mi hermano dice que intentará volver esta noche -murmuró Ash entonces. Y, después de eso, se puso a canturrear Love Is in The Air.

– Ashley -dijo ella, con tono de advertencia.

– ¿Qué?

– Nada.

– Perdona, ¿me estoy metiendo donde no me llaman?

No había respuesta para esa pregunta, claro. Evidentemente, creía que había algo entre Ty y ella. ¿Pero cómo iba a haber nada? Se habían visto tres veces y las dos primeras Tyrell Allardyce no había sido precisamente amable con ella. Y como no podía contarle la verdad, que estaba allí para hacerle compañía, tampoco podía hacer nada para disuadirlo de tal idea.

Cuando por fin terminaron de limpiar el establo y Mickie Yates se había llevado los muebles, Ash parecía estar de muy buen humor.

– Bueno, voy a buscar a Ruby -dijo Phinn.

– ¿Quieres que te lleve?

– No, no hace falta, iré dando un paseo. Pero podrías comprobar si hay latas viejas o hierbas venenosas en el corral.

Ty le había dicho que estaba en buenas condiciones y confiaba en él, pero al menos así Ash tendría algo que hacer.

En los establos, Phinn fue recibida por una sonriente Geraldine, que se ofreció a darle paja y heno para su yegua.

– Te lo doy por el precio que pagué yo, ni un céntimo más.

Sintiéndose animada, Phinn fue a buscar a Ruby.

– Hola, cariño. Tengo una sorpresa para ti.

A pesar del paseo hasta Broadlands Hall, Ruby no tenía mucho apetito y, después de quedarse un rato con ella para que se acostumbrase a su nuevo hogar, Phinn se dirigió a la casa. Entró por la cocina, donde la señora Starkey estaba pelando patatas.

– Ya he preparado tu habitación.

– No debería haberse molestado, señora Starkey. Podría haberlo hecho yo…

– No ha sido ninguna molestia, al contrario -sonrió el ama de llaves-. Normalmente la cena es a las ocho, pero te he hecho un bocadillo, por si acaso. O pondrías tomar un plato de sopa…

– No, con un bocadillo me conformo, gracias -sonrió Phinn-. Lo que necesito ahora es darme una ducha.

La señora Starkey se secó las manos en el delantal.

– Ven, voy a enseñarte tu habitación. Ashley ya ha subido tus maletas y he guardado las cajas en el trasero.

– Muchas gracias. ¿Sabe dónde está Ash?

La señora Starkey dejó de sonreír.

– Creo que ha ido a dar un paseo. No ha querido comer nada y apenas ha probado el desayuno. Yo no sé… -suspiró, más para sí misma que otra cosa.

Phinn no sabía qué decir, pero se salvó de tener que responder cuando el ama de llaves abrió una puerta en el piso de arriba.

– Ésta es tu habitación. Espero que te guste.

– ¡Es preciosa! -exclamó Phinn.

Y lo era.

– Bueno, te dejo sola para que te duches. Voy a hacerte el bocadillo.

Phinn se quedó parada en medio del dormitorio de techos altos que parecía más la suite de un hotel. Una de las paredes estaba ocupada por armarios empotrados, con una cómoda de cedro entre ellos… allí había mucho más espacio del que ella necesitaría nunca para guardar su ropa, pensó.

La cama era de matrimonio, con un edredón en tonos crema y dorado. Al pie de la cama había una otomana y, frente a ella, una chaise-longue con una mesita redonda a un lado. ¡Era un dormitorio de ensueño!

Recordando su habitación fría y húmeda en la granja Honeysuckle, donde estaría en aquel momento si Ty no le hubiese ofrecido alojamiento en Broadlands Hall, Phinn no podía creer lo que veía. Y ella había pensado que el establo de Ruby era lujoso…

Perpleja, y pensando que no querría irse de allí en seis meses, Phinn fue a inspeccionar el cuarto de baño. Y, por supuesto, no se llevó una desilusión.

Más fresca después de darse una ducha, se vistió a toda prisa y, pensando llevar a Ruby al corral, salió de su nueva habitación.

– ¿Te o café? -le preguntó la señora Starkey cuando pasó por la cocina.

– No, en realidad iba a llevar a Ruby al corral para que corriese un poco. Pero tomaré un vaso de agua.

– ¿No prefieres un zumo?

– Sí, gracias, un zumo sería estupendo.

El ama de llaves le había preparado un bocadillo, que envolvió en una servilleta de papel para que se lo llevara con ella.

– Gracias, señora Starkey.

De repente, la vida era maravillosa y Phinn se dio cuenta de que, por primera vez desde la muerte de su padre, se sentía contenta. ¿A quién tenía que darle las gracias por ello, a Ty, a Ash, a la señora Starkey?

Afortunadamente, cuando llegó al establo comprobó que Ruby había comido algo de su pienso especial, de modo que la llevó al corral y se sentó en la valla para comer el bocadillo mientras la yegua inspeccionaba su nuevo patio de juegos.

Un rato después, cuando vio que Ruby se encontraba cómoda, decidió ir a buscar a Ash. Según la señora Starkey estaba dando un paseo, pero había pasado más de una hora. Cuando se acercaba a la piscina vio algo azul entre los árboles. Si no recordaba mal, Ash llevaba una camisa azul esa mañana…

¿No sería mejor dejarlo en paz?, se preguntó.

Pero ella estaba allí precisamente para hacerle compañía, pensó luego. De modo que dio un paso adelante, haciendo ruido a propósito, pero cuando llegó a su lado y lo vio sentado sobre una piedra, con expresión ausente, se le encogió el corazón. ¿Cuánto tiempo llevaría allí, sin ver nada más que el rostro de su traicionera prima?

– ¿Te puedes creer que haga un día tan precioso?

– Ah, hola, Phinn. ¿Ruby ya está instalada?

– Sí, ya está instalada. Y el corral es maravilloso.

– Me alegro.

Phinn se sentó a su lado.

– ¿De verdad tú te encargas de gestionar la finca?

– En realidad, no hay mucho que hacer.

– ¿Tú crees? El otro día, cuando pasaba por el bosque de Pixie me di cuenta de que había que cortar algunos árboles viejos y plantar unos nuevos.

– ¿Dónde está el bosque de Pixie?

Phinn decidió aprovechar la oportunidad.

– Podríamos ir mañana, ¿te parece?

– Sí, claro -murmuró él-. ¿Sabes algo de Leanne?

– No, no sé nada de ella. No estamos en contacto. Con los parientes, a veces las cosas son así. No los ves nunca salvo en las bodas y en… -Phinn no terminó la frase.

– Lo siento, no quería recordártelo -se disculpó Ash-. Venga, vamos a ver qué tal lo está pasando Ruby en su nuevo corral.

Poco después Phinn estaba de nuevo en su habitación. Y cuando iba a guardar sus cosas en la cómoda le sorprendió encontrar un sobre con su nombre en uno de los cajones. Al abrirlo, comprobó que era un cheque firmado por Tyrell Allardyce con lo que, presumiblemente, era su primero sueldo.

Phinn se puso colorada al pensar que Ty debía conocer su ruinosa situación económica. Y que la cantidad fuese más de lo que ella había esperado dejaba bien claro lo importante que Ash era para su hermano.

Pensando que, como acompañante, seguramente tendría que cenar con Ashley, Phinn decidió ponerse unos pantalones blancos y una blusa azul.

Le parecía como si hubieran pasado años desde la última vez que se puso algo más que crema hidratante en la cara, pero se le ocurrió que un poquito de colorete y algo de brillo en los labios no sería mala idea. Pero por qué, mientras se aplicaba el colorete, no dejaba de pensar en Ty Allardyce, no tenía ni idea.

No lo había visto desde el día anterior y tampoco sabía si volvería a casa aquella noche. ¿Cenaría con ellos?, se preguntó. ¿Pero qué le importaba a ella si Ty aparecía o no?

Un golpecito en la puerta interrumpió sus pensamientos. Y cuando, al abrir, se encontró precisamente con el hombre en el que estaba pensando, de repente se sintió tímida.

– Hola. ¿Bajamos a cenar? -sonrió Ty.

– La señora Starkey me dijo que solíais cenar alrededor de las ocho -murmuró Phinn, levantando la mano para mirar el reloj… y recordando que había dejado de funcionar.

– Son las ocho y cuarto.

– ¿En serio? Pero bueno, ¿dónde se ha ido el tiempo?

– Suele ocurrir -sonrió Ty.

– ¿Has trabajado mucho? -le preguntó ella mientras bajaban al comedor.

– No tanto como tú, por lo que me han contado.

– El pobre Ash ha tenido que ayudarme a limpiar el establo.

– ¿Y tu amigo Mickie se ha llevado los trastos?

– ¿Te importa?

– No, ¿por qué iba a importarme? Al contrario -dijo él-. Por cierto, ¿dónde está tu reloj?

– Se estropeó cuando me tiré al riachuelo -suspiró Phinn.

– ¿Se te olvidó quitártelo cuando te lanzaste al agua para salvar a mi hermano?

– Una no puede pensar en todo -rió Phinn-. Pero no te preocupes, cuando se haya secado volverá a funcionar.

No era cierto, pero no quería que Ty se sintiera culpable. Al fin y al cabo, era un reloj barato.

– Como tú misma dijiste, no se te da bien mentir.

Phinn soltó una carcajada.

– El corral es precioso, por cierto.

Ty se limitó a sacudir la cabeza, como hacía cuando no sabía qué hacer con ella.

La cena fue muy agradable, aunque Phinn se dio cuenta de que Ash apenas probaba bocado.

– ¿Has encontrado tiempo para revisar el papeleo de la finca? -le preguntó su hermano.

– No, hacía muy buen día y no me apetecía encerrarme en la oficina -contestó él-. Además, creo que Phinn gestionaría este sitio mucho mejor que yo.

Ella abrió la boca para decir que no era verdad, pero Ty se adelantó:

– Estoy empezando a pensar que nada de lo que haga Phinn podría sorprenderme. Pero, ¿por qué lo dices?

– Porque mañana va a llevarme al bosque de Pixie… y yo ni siquiera sabía que aquí hubiera un bosque con ese nombre. Phinn dice que hay que cortar algunos árboles y plantar nuevos.

– Ah, ya veo.

Después de cenar Ty le pidió que fuera al salón con ellos y, aunque Phinn hubiera preferido ir al establo para ver a Ruby, por cortesía no podía marcharse.

De modo que, pensando que pasar diez minutos más con los hermanos Allardyce no le haría ningún daño, entró en el salón principal de Broadlands Hall y…

– ¡La mesa de mi abuela! -exclamó, atónita. Aquella preciosa mesa de nogal había sido una de las joyas de la casa hasta que su padre tuvo que venderla.

– ¿La mesa de tu abuela? -repitió Ash-. ¿Esta mesa era tuya?

– Sí… es preciosa, ¿verdad? -murmuró Phinn, sintiéndose incómoda.

– ¿Seguro que es tuya? Ty la compró en Londres.

– Sí, estoy segura. La vendimos… seguramente a alguna tienda de antigüedades.

– ¿Y la has reconocido?

– Pues claro. Yo tenía que limpiarla todos los sábados por la mañana. La he estado abrillantando desde que tenía tres años -sonrió Phinn-. Las iniciales de mi padre están grabadas debajo. Y los dos nos llevamos una regañina cuando me enseñó a grabar las mías. Mi madre intentó borrarlas, pero no pudo.

– Evidentemente, esta mesa tiene muchos recuerdos para ti -dijo Ty, pensativo.

– Sí, la verdad es que sí.

– ¿Y te llevaste un disgusto cuando tu padre la vendió?

Phinn lo miró, sorprendida. ¿Cómo sabía que la había vendido su padre y no su madre?

– Era suya y podía hacer con ella lo que quisiera.

– Ah, claro, tu padre no podía hacer nada mal.

Ella apretó los labios, molesta.

– ¿Os importa si voy a ver cómo está Ruby?

Ty se limitó a asentir con la cabeza y Phinn salió de la casa, enfadada. Estaba acariciando la cabeza de su yegua cuando Ruby levantó las orejas, clara señal de que tenían compañía.

– ¿Le gusta su nueva casa? -oyó la voz de Ty tras ella.

– Sí, está encantada.

– ¿Y tú?

– ¿Cómo no iba a gustarme? ¡Mi habitación es un sueño!

– ¿Has tenido algún problema… algo que necesites?

– No, no… -Phinn pensó entonces en los comentarios de Ash-. Pero hay una cosa… tu hermano parece creer que… en fin, que entre tú y yo… -nerviosa, y seguramente colorada como un tomate, no pudo terminar la frase.

– ¿Entre tú y yo qué?

– Bueno, creo que Ash piensa que hay algo entre nosotros.

Phinn esperaba que la mirase con cara de incredulidad pero, para su sorpresa, Ty estaba sonriendo. Y a ella se le aceleró el corazón.

– Me temo que es culpa mía.

– ¿Culpa tuya?

– Me di cuenta de que eso era lo que pensaba cuando le dije que ibas a vivir aquí durante un tiempo y no le saqué de su error. ¿Me perdonas?

– ¿Por qué no le contaste la verdad?

– No te enfades conmigo -sonrió Ty-. Tú sabes muy bien cuál es la razón por la que estás aquí.

– Para ser la acompañante de Ash, sí.

– Pero él no debe saberlo. No quiero herir su orgullo, Phinn.

– Ah, entiendo.

– Prefiero que piense que te he invitado a vivir aquí porque… me gustas.

Phinn lo entendía, sí. Ash no necesitaba más presiones en ese momento.

– Mientras no esperes que te abrace o te bese…

Nerviosa, se volvió hacia Ruby para acariciar sus orejas.

– Aunque estoy seguro de que eso sería muy agradable, intentaré contenerme -sonrió Ty entonces.

– ¿Vas a estar en casa mañana? -le preguntó Phinn, pensando que como era sábado no tendría que volver a Londres.

– ¿Quieres que vaya también al bosque de Pixie?

Phinn se encogió de hombros.

– No sé. Si te apetece…

– No te caigo bien, ¿verdad?

– Ni bien ni mal.

Él sonrió de nuevo, alargando una mano para acariciar la cabeza de Ruby.

– ¿Cómo está tu yegua?

– Bien -contestó Phinn-. Ha comido más que en mucho tiempo y el establo y el corral son un sueño para ella.

– Me alegro -Ty sacó un reloj del bolsillo y se lo ofreció-. Te hará falta hasta que el tuyo se seque del todo.

Phinn miró el bonito reloj masculino. Debía ser uno suyo…

– No puedo aceptarlo.

– Sólo es un préstamo. Venga, no seas tonta.

– Muy bien, de acuerdo. Pero te lo devolveré en cuanto el mío vuelva a funcionar.

Cuando Ty salió del establo, Phinn se preguntó qué tenía aquel hombre que la turbaba tanto. En realidad, nunca había conocido a nadie que la enfadase y le gustase tanto a la vez.

Por fin, le dio las buenas noches a Ruby y volvió a la casa. Pero cuando entró en su habitación se llevó una sorpresa. Porque la mesita que había al lado de la chaise-longue había sido reemplazada por la mesa de su abuela.

– No me lo puedo creer -murmuró.

«Bienvenida a casa» parecía decir. Y no tenía que preguntarse quién había hecho el cambio. Sabía que había sido Ty Allardyce.

De modo que Phinn se fue a la cama pensando que, en realidad, sí le caía bien.

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