Capítulo Seis

De pie delante de Daniel, sin otra cosa que su mejor sonrisa seductora, vio cómo sus ojos se iluminaban por el deseo, llenándola de poder y satisfacción femeninas. No cabía duda de que a él le gustaba lo que veía.

Estaba impaciente por ver qué haría al respecto. Y como hacía seis meses que no practicaba el sexo, cuanto antes, mejor; al menos para ella.

Pero en vez de apagar ese infierno que había encendido dentro de ella, no hizo movimiento alguno para tocarla y la miró de arriba abajo. Sintió esa pausada inspección como una caricia.

Cuando sus miradas volvieron a encontrarse, él comentó con voz ronca:

– Eres como un regalo sin desenvolver -le acarició la clavícula-. Y ni siquiera es mi cumpleaños.

Antes de que ella pudiera decir algo, sus palmas bajaron para coronarle los pechos. Con los dedos pulgares le frotó los pezones, un contacto ligero que provocó un gemido y le lanzó una descarga directa de placer hasta el mismo núcleo.

– Eres hermosa -susurró con voz ronca.

Una vez más, él le robó las palabras cuando bajó la cabeza y se llevó un pezón al calor satinado de su boca. Con un jadeo, ella echó la cabeza para atrás y se apoyó en sus hombros.

Mientras sus labios y lengua lamían la piel sensible, sus manos bajaron, y una le acarició el abdomen mientras la otra la sujetaba por el trasero. Deslizó los dedos entre los muslos y Carlie abrió más las piernas.

Su prolongado «ooooohhhh» de placer llenó el aire, mientras él la provocaba con un movimiento suave y circular que le debilitó las rodillas. Ella metió los dedos en el pelo sedoso y tupido de Daniel, y luego por debajo del polo para acariciarle la espalda. Tenía la piel caliente y suave y desesperadamente quiso y necesitó sentir más de él. Todo él.

Pero en vez de acelerar las cosas, Daniel continuó atormentándola con su ritmo pausado. Subió los labios para explorarle el cuello y la delicada piel detrás de las orejas. Bajando las manos por su muslo, le alzó la pierna y, con un gemido, Carlie enganchó la pantorrilla en la cadera de él. Los dedos expertos continuaron con su enloquecedora misión de excitarla, introduciéndose en ella y acariciándola despacio. Ella intentó mantener el placer, no caer al abismo, pero el ataque a sus sentidos fue implacable. El orgasmo palpitó por todo su cuerpo, arrancándole un grito que concluyó en un hondo suspiro de saciada satisfacción.

En cuanto los temblores menguaron, él la alzó en sus brazos fuertes. Avanzó rápidamente por el pasillo y ella enterró la cara en su cuello y le mordisqueó la piel.

El gemido ronco vibró a través de sus dientes.

– Como mantengas eso, no llegaremos al dormitorio.

– Yo no he llegado, por si no lo has notado.

– Créeme, lo he notado. Si se me hubiera ocurrido meter un preservativo en mi bolsillo, no habrías salido de la sala de estar.

– Si no me llevaras en brazos, tampoco habría salido. Siento las rodillas flojas, como globos desinflados… condición por la que te doy las gracias, a propósito.

– El placer ha sido todo mío.

– De hecho, no lo ha sido, pero estoy ansiosa por devolverte el favor.

– Eso me convierte en un hombre afortunado.

– Créeme, vas a recibir toda case de suertes.

Segundos más tarde, la depositaba en la cama con suavidad. De pie junto al borde, mirándola con una expresión llena de fuego, estaba a punto de quitarse el polo cuando ella se puso de rodillas y le detuvo las manos.

– No tan deprisa -le acarició el suave material-. Tú me desvestiste; ahora es mi turno.

Daniel soltó el bajo del polo y puso las manos en las caderas de ella para acercarla. La suave curva del vientre chocó contra su erección, lo que le hizo contener el aliento. Subió y bajó las palmas de las manos, acariciándole esas curvas exquisitas.

Ella alzó las manos y le tocó las gafas.

– ¿Puedes ver bien sin ellas? No querría que te perdieras algo.

Se las quitó y las dejó sobre la mesilla.

– Por lo general, soy miope. Tendré que quedarme muy cerca.

– Considéralo hecho. Y ahora… fuera el calzado -después de quitarle las zapatillas y echar a un lado los calcetines, dijo-: Manos arriba.

Obedeció.

– ¿Estoy arrestado?

– Sí. Tienes derecho a permanecer… -le subió el polo por la cabeza y lo tiró, mirándolo. Él bajó los brazos- muy, muy caliente.

– Creía que tenía derecho a permanecer en silencio.

– Y así es, pero no resulta imprescindible. Haz todo el ruido que quieras -lentamente, frotó los pechos contra su torso y esbozó una sonrisa perversa-. Tú ya sabes que a mí me encanta gemir y jadear.

– Sí.

Le bajó las manos despacio por el torso, luego deslizó las yemas de los dedos por la piel sensible justo encima de la cintura de los vaqueros, mientras se adelantaba y le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Cuando él emitió un gruñido, le susurró al oído:

– Es un sonido prometedor para empezar.

Saliendo de la cama, se plantó delante de Daniel. Cuando él alargó los brazos, ella movió la cabeza.

– Oh, no. Es mi turno. No me tocarás.

Él clavó la vista en los pechos generosos, los pezones erectos a un suspiro de su torso.

– De acuerdo. Pero eso es pedir mucho.

En respuesta, Carlie se inclinó y le pasó la lengua por los pectorales. Otro gruñido de placer retumbó en el torso de Daniel, que cerró los ojos. Ella comenzó a besarle todo el torso.

Dado el ritmo pausado que imponía, era evidente que planeaba vengarse de él. No es que se quejara, diablos, no, pero no sabía el tiempo que sería capaz de soportar esa tortura exquisita.

Cuando sintió esas manos en su cintura, abrió los ojos y la vio desprenderle el botón de los vaqueros para luego bajar, lentamente, la cremallera.

– ¿Eso es una docena de trufas que llevas en los pantalones o estás extremadamente contento de verme? -preguntó ella, con voz ronca y provocativa, metiendo las manos debajo de la cintura elástica de los bóxers.

– Estoy extremadamente… -contuvo el aliento cuando ella le liberó la erección y luego le bajó los calzoncillos y los vaqueros con un movimiento fluido- contento -apartó la ropa con el pie.

– Eso veo -apoyando el dedo índice en el centro de su torso, lo rodeó despacio, arrastrando el dedo por su piel. Cuando estuvo directamente detrás de Daniel, dijo-: La vista también es excepcional desde atrás.

Se lo habría agradecido, pero le arrebató el habla al acercarse y frotarse lenta y sinuosamente contra su espalda. Experimentó un escalofrío al sentir esa piel tan suave. Carlie bajó los dedos por sus caderas, sus muslos, al tiempo que le besaba los hombros con la boca abierta.

Sus manos continuaron explorándolo, tocándolo por doquier… salvo en su erección.

– Me estás matando -dijo con una voz que no lograba esconder lo necesitado que se hallaba.

Carlie volvió a rodearlo hasta quedar ante él. Luego pasó un dedo por su extensión rocosa.

– ¿Mejor?

– Sí. No. No sé. Mejor repítelo.

Cerrando los dedos en torno a él, lo apretó con suavidad, nublándole la visión.

– ¿Bien?

«Increíble».

Trató de decirlo, pero sólo logró emitir un gemido gutural. Echó la cabeza atrás y soportó la dulce tortura de que lo manipulara, lo sopesara y lo acariciara hasta que la necesidad de liberarse se tornó casi abrumadora. Bajó la vista a la imagen erótica de las manos de Carlie dándole placer y supo que no podría soportarlo más.

Le sujetó las muñecas, la tumbó en la cama y luego recogió con rapidez un preservativo. Después de enrollarse la protección, la cubrió con su cuerpo. El lento y húmedo deslizamiento hacia su calor compacto y mojado lo hizo gruñir. Ella lo rodeó con las piernas y lo instó a llegar más profundo, yendo al encuentro de cada embestida. El sudor se manifestó en la frente de Daniel, mientras se esforzaba por contenerse hasta que ella alcanzara el orgasmo. En cuanto sintió la primera oleada de su clímax, se dejó ir y con un gruñido gutural, la siguió al vacío.

No estuvo seguro del tiempo que permaneció allí, aún enterrado en ella, con la cara posada en la suave y fragante curva de su cuello, hasta que encontró la fortaleza para incorporarse. Se apoyó sobre los antebrazos y la miró a los ojos. Parecía somnolienta y satisfecha y sexy, y por motivos que no pudo explicar, sintió como si lo dejaran sin aire. Lo recorrió una maraña de sentimientos inesperados y perturbadores, después de lo que debería haber sido sólo un magnífico sexo sin ataduras. Pasaron varios segundos en los que únicamente se observaron. Luego ella se humedeció los labios y susurró:

– Santo cielo.

Si hubiera sido capaz de hilvanar dos palabras seguidas, habría elegido ésas. Pero se conformó con una:

– Sí.

– Ha sido…

– Sí.

– No ha podido ser tan increíble como yo pienso, ¿verdad?

«Más».

– Puede, aunque no estoy seguro, así que voto por una repetición, para cerciorarnos.

– Cuenta conmigo -le acarició la espalda y le pellizcó suavemente el trasero-. Hmmmm… jamás dudé de que serías tan inteligente en la cama como con los ordenadores.

– Gracias -sonrió y le apartó un mechón rebelde.

Ella giró la cara y le dio un beso cálido en la palma de la mano. El corazón le dio un vuelco.

– Adivina lo que quiero -dijo Carlie, dándole en la cadera.

– ¿Lo mismo que yo?

– Estaba pensando en «chocolate».

– Yo no. Pero estoy dispuesto a ceder -le dio un beso rápido en los labios-. Al menos por el momento.

Cinco minutos más tarde, Carlie entró en la cocina enfundada en una de las camisas de Daniel, seguida por éste. Abrió la nevera.

– ¿Tienes leche? -preguntó.

– Tengo todo lo que quieras -no podía quitarle las manos de encima. Le mordisqueó el cuello y la rodeó con un brazo para sacar un cartón de leche.

Justo cuando Daniel iba a cerrar la puerta con la cadera, ella señaló hacia la estantería superior.

– Oh… ahí está la mitad de tu corazón de Dulce Pecado. ¿Has leído el mensaje secreto?

– Sí -con un esfuerzo, la soltó y sacó dos vasos-. Siéntete con libertad para echar un vistazo.

Mientras servía la leche, ella abrió el celofán azul y sacó la tira de papel.

– «La pasión se describe mejor como algo impredecible, porque a menudo se encuentra en lugares sorprendentes. Con personas inesperadas. En encuentros impremeditados. Todo lo cual puede ofrecer resultados imprevistos».

– Bastante profético, ¿eh?

Cuando ella no respondió de inmediato, alzó la vista y sus miradas se encontraron. Algo que no pudo definir centelleó en los ojos de Carlie, y luego ella asintió.

– Mucho. Y muy familiar. Encaja con mi mensaje.

El enarcó las cejas.

– Bromeas.

– No. Tengo la otra mitad de tu corazón.

– Lo que significa que yo tengo la otra mitad del tuyo.

– Exacto. Lo que significa…

– Que eres mi pareja perfecta -dijeron al unísono.

Esas palabras llenaron a Daniel con una sensación cálida que no pudo nombrar.

– Supongo que eso significa que no te va a quedar más remedio que compartir el premio de la cena de San Valentín conmigo.

– Eso supongo -convino, yendo hacia él con un pecaminoso contoneo de las caderas-. Intentaré no quejarme mucho.

– Yo intentaré no darte motivos para quejarte mucho.

– Puedes empezar ahora mismo -le rodeó el cuello con los brazos y se pegó a él-. Dándome uno de esos besos expertos.

Daniel le metió las manos por debajo de la camisa para acariciarle la piel suave y cálida.

– Encantado. Pero creía que querías chocolate.

– Tú eres mejor que el chocolate.

Mientras le reclamaba la boca, Daniel decidió que era un magnífico cumplido, viniendo de la reina del «chocorgasmo».

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