Taryn llevaba un mes trabajando para Jake Nash cuando se dio cuenta de que hacía mucho que no pensaba en Brian Mellor y le pareció sorprendente. Sin embargo, más sorprendente todavía era que en ningún momento de ese mes hubiera deseado volver a trabajar con Brian. Estuvo a punto de dejar escapar una exclamación cuando al hilo de eso se preguntó si todavía amaba a Brian. Al cabo de un par de segundos vio clarísimamente que no lo amaba. Había pasado dos años y pico queriéndolo, pero en unos meses estaba a punto de olvidarlo. Cuando estaba en la oficina, no tenía tiempo de pensar en otra cosa que no fuera el trabajo, pero…
En ese momento estaba de camino hacia allí y podía darle vueltas a otras cosas. Comprendió que había necesitado salir del ambiente de una oficina y trabajar aquellos dos meses con el tío abuelo de Jake. Sin embargo, estaba feliz de haber vuelto a ese trajín. Trabajar para Jake, él le había pedido que lo llamara por el nombre de pila, había sido toda una revelación. Era el primero en llegar a la oficina; al menos siempre estaba allí cuando llegaba ella. Eso cuando no estaba de viaje y no lo veían durante días.
Taryn aparcó y entró en el edificio. Saludó a los compañeros de trabajo que conocía y fue hacia el ascensor. Todos habían sido muy amables y habían aceptado lo que había dicho Kate. Todos excepto Dianne Farmer, una mujer alta y muy acicalada de veintitantos años.
– Yo habría solicitado ese puesto si hubiera sabido que estaba libre -había dicho con acritud.
– Es un puesto temporal mientras yo trabajo en otro encargo -la había cortado Kate.
Kate, sin embargo, le confesó más tarde que Jake no trabajaría con ella por nada del mundo.
– ¿No es apta para el puesto?
– Creo que podría hacerlo -Kate sonrió-, pero es demasiado evidente que él le gusta.
– Ah… -susurró Taryn-. ¿A él le gusta organizar sus propias cacerías?
– ¡No sabes cuánto! Sin embargo, nunca quedaría con alguien de la oficina. No tiene hueco para ese tipo de enredos en su vida laboral.
Taryn sonrió para sus adentros. Había creído que había tirado por la borda sus posibilidades de conseguir el trabajo cuando le dijo que haría una excepción y no se enamoraría de él.
Kate era quien tenía más relación con él, pero de vez en cuando la llamaba para dictarle algo. Taryn comprobó que había acertado en cuanto a las puertas de su despacho. Una daba al pasillo y la otra daba a un cuarto de baño. Sin embargo, era algo más que un cuarto de baño porque Kate tenía náuseas con cierta frecuencia y Jake le había propuesto que lo usara para que no se descubriera su estado. Una de esas veces, en la que Jake no estaba en su despacho, Kate había salido corriendo hacia allí. Cuando a Taryn le pareció que tardaba demasiado, fue a preguntarle si podía ayudarla y se la encontró demacrada y con la cabeza metida en el lavabo.
– Mi madre no me había avisado de que iba a pasar por esto -se había lamentado.
Taryn la llevó al despacho de Jake.
– Siéntate. Yo me ocuparé de recoger un poco el cuarto de baño.
Kate, agradecida y aturdida, se sentó. Taryn comprobó que Kate había limpiado todo rastro y sólo le quedó poner la toalla en el toallero. Al hacerlo, se fijó en la ducha y en que había un traje oscuro que colgaba de un gancho. Jake siempre se iba el último y estaba claro que esa noche tendría pensado darse una ducha antes de cambiarse para ir a algún acto social, también estaba claro que él tenía asuntos por ahí que no eran de trabajo.
Una vez, cuando llevaba pocos días en su puesto, había contestado una llamada telefónica y había oído una voz muy sensual que preguntaba por el señor Nash.
– Un momento, por favor -Taryn tapó el auricular y se dirigió a Kate-. Louise Taylor…
– Ésa es nueva… Será mejor que se lo preguntes a él.
Taryn había llamado a Jake por la línea interna.
– Louise Taylor pregunta por ti.
– Pásamela -le había pedido él-. ¡Louise!
Ella había oído el afectuoso saludo antes de cortar su línea.
Taryn salió del ascensor y pensó que, efectivamente, había aprendido mucho durare ese mes. Le asombraba la cantidad de trabajo que hacía Kate, pero también le alegraba pensar que estaba empezando a ser una ayuda para ella. Por una vez, Kate no había llegado todavía.
– Buenos días, Taryn.
Jake apareció por la puerta que comunicaba los despachos y la miró de arriba abajo. Él habría trazado una línea que le impedía quedar con sus empleadas, pero Taryn notó que esa mirada era de beneplácito.
– Ha llamado Kate. Ha pasado un fin de semana espantoso y le he dicho que no venga hoy. ¿Podrás apañarte?
– Sin problemas -contestó Taryn con una despreocupación que no sentía.
Así empezó un día como no había conocido otro. La mañana pasó volando. Emprendió todo lo que se le presentó con la sensación de que era para primera hora, hasta que miró el reloj y comprobó que era la una menos cuarto.
A la una y veinte se tomó un respiro y fue a la cafetería del personal, donde compró un sándwich para comérselo delante del ordenador. Estaba volviendo al despacho cuando se tropezó con Robin Cooper, un director que le había propuesto salir con él.
– Vaya, hoy me siento afortunado -dijo él mientras la acompañaba-, como si fuera posible que aceptaras una invitación a salir conmigo.
– Eres tenaz -Taryn se rió-. Lo reconozco.
– Eso es una forma de aceptar, ¿verdad? -preguntó él con una sonrisa.
Era un tipo divertido y Taryn seguía sonriendo cuando llegaron a la puerta de su despacho.
– Es posible que hoy no seas tan afortunado después de todo.
– ¡No tienes corazón, Taryn! -exclamó él cuando ella abrió la puerta.
– Lo sé -contestó ella antes de entrar y cerrar la puerta.
– ¿Quién era? -preguntó una voz.
Ella había creído que Jake se había marchado, pero la puerta que comunicaba los dos despachos estaba abierta y eso indicaba que había ido a buscarla.
– ¿Quieres algo? -le preguntó ella.
– Robin Cooper -afirmó él, que seguía a lo suyo.
– El mismo.
– ¿No tienes corazón porque no quieres salir con él? -preguntó Jake.
– Hay muchos días en la semana -contestó ella con desenfado.
– ¿Quieres decir que tienes una fila de admiradores que espera salir contigo?
– Algunas noches tengo que quedarme para lavarme el pelo…
Vio que él fruncía los labios y el ceño, como si no le gustara mucho que su segunda secretaria personal tuviera una vida social tan intensa. Una tontería, naturalmente. No era de su incumbencia lo que ella hiciera cuando no estaba trabajando.
– Hoy quería hablar contigo sobre tu trabajo.
A ella se le cayó el alma a los pies. ¿Estaría descontento? ¿Iría a despedirla?
– ¿He hecho algo mal? -preguntó con la esperanza de que no se le notara el terror.
– Ni mucho menos. Entra y siéntate.
Taryn obedeció, pero cuando se sentó, seguía insegura.
– La cuestión es que Kate esperaba que con el tiempo, a medida que el cuerpo fuera adaptándose al embarazo, se sentiría mejor. Pero ya ha pasado mucho tiempo.
– Trabaja mucho -replicó Taryn inmediatamente-. Kate…
– No hace falta que salgas en su defensa -la interrumpió Jake con una sonrisa-. Sé muy bien los esfuerzos que hace. Finge que está en plena forma, pero está agotada -hizo una pausa-. Ahí es donde entras tú.
– Sabes que haré cualquier cosa para ayudarla.
– Perfecto. ¿Qué tal te has apañado hoy tú sola?
– He estado muy ocupada, como era de esperar.
En realidad, había estado todo el día con la lengua fuera.
– Pero, dado que no has tenido tiempo de comer como Dios manda -Jake miró el sándwich que llevaba en la mano-, ¿te las has arreglado bien?
– Y he disfrutado -afirmó sinceramente.
– Me alegro. He decidido que no quiero que Kate trabaje tantas horas; las horas extra. Quiero que se vaya a casa cuando termine su horario. Incluso antes si hace falta -la miró a los ojos-. ¿Te parece bien?
– Muy bien -contestó ella sin dudarlo-. Pero ¿le parecerá bien a Kate?
– Ese hijo es vital para ella. Estoy seguro de que lo comprenderá. Aunque eso significará que gran parte del trabajo caerá sobre tus hombros.
– A mí no me importa trabajar hasta tarde.
Jake Nash la miró con seriedad durante un rato, pero a ella le pareció captar un brillo burlón en sus ojos.
– Me espantaría estropear tu vida social.
– No tienes nada que temer -replicó ella mientras intentaba mantener un gesto serio.
De vuelta a su mesa, Taryn se comió el sándwich mientras le daba vueltas a la conversación que acababa de tener con Jake. Como le había dicho, a ella no le importaba trabajar hasta tarde. En realidad, con una vida doméstica tan poco estimulante, estaría encantada de ir a trabajar los fines de semana si hacía falta.
Sin embargo, la cosa no terminaba ahí. Al acordarse del terror que sintió cuando creyó que él iba a despedirla, Taryn se dio cuenta de que no sólo disfrutaba con su trabajo, sino que le encantaba trabajar para él. Era algo muy raro. Al principio, ese hombre no le había gustado lo más mínimo, pero a lo largo de ese mes había comprobado que tenía una mente muy despierta y no le quedaba más remedio que admirarlo. Si Kate y ella trabajaban mucho, él no se quedaba de brazos cruzados. Jake Nash era un fenómeno cuando se trataba de trabajar.
Taryn comprobó lo agotada que estaba Kate cuando, al día siguiente, ésta salió de una conversación a puerta cerrada con su jefe. Al parecer, había aceptado sin objeciones la propuesta de Jake.
– Jake me ha contado que tuvo una charla contigo. ¿No te importa trabajar todas esas horas, Taryn?
– En absoluto… Si no te importa a ti. Quiero decir, tú estarás para aconsejarme casi todo el tiempo y la experiencia que gane me servirá para ser secretaria de dirección cuando tenga que irme de aquí.
Kate tenía una cita con el médico el viernes a las cinco de la tarde y se marchó hacia las tres. Ya no volvería ese día. Había sido un día de mucho trabajo, como todos, y Taryn estaba en el despacho de Jake recogiendo unas cartas que había dejado para que las firmara. Sonó el teléfono y volvió a su despacho para contestar. Se sentó, tomó papel y lápiz y descolgó.
– Despacho del señor Nash, dígame…
– Debes de ser mi prima favorita -dijo una voz que habría reconocido en cualquier sitio.
– ¡Matt! -exclamó ella con alegría.
Él trabajaba en una petrolera y llevaba años fuera del país.
– El mismo. ¿Te apetece salir a cenar esta noche?
Matt, el hijo de su tía Hilary, era diez años mayor que ella y lo quería como a un hermano mayor.
– Me encantaría ir a cenar contigo, Matt.
Taryn levantó la mirada y comprobó que Jake la miraba con enojo. ¡Era el colmo! Hacía menos de diez minutos que ella le había pasado la llamada de una tal Sophie Austin y parecía como si le molestara que atendiera una llamada personal. También era verdad que le quedaba mucho trabajo para dejar la mesa vacía antes del fin de semana, aunque él ya debería saber que terminaría todo el trabajo antes de irse a casa.
– Te recogeré a las siete, ¿te parece? -le preguntó Matt.
Ella no pensaba cortar la conversación porque él estuviera mirando.
– Me parece muy bien. Podrías pasar a saludar a mi padre.
– Supongo que eso incluirá a la temible segunda señora Webster…
– Así es. Bueno, hasta luego -se despidió Taryn entre risas-. Me ha encantado hablar contigo, Matt.
– Lo mismo te digo, cariño.
Taryn seguía sintiendo una leve aversión por Jake cuando volvió a su despacho.
– Parece que Matt está muy metido en tu casa…
Si él no lo hubiera dicho con tono ofensivo y sí ella no hubiera estado tan furiosa con él por reprocharle una llamada personal cuando había trabajado como una mula durante toda la semana, le habría dicho que era su primo.
– Efectivamente -replicó ella lacónica y arrogantemente.
A él no le gustó el tono.
– ¿Sabe tu padre que Matt está casado? -le preguntó él con toda su mala idea.
Taryn nunca había tenido ganas de pegar a nadie, pero estuvo a punto de hacerlo en ese momento. Jake no podía saber si Matt estaba casado o no y había insinuado despreciablemente que a ella sólo le interesaban los hombres casados. Se sintió muy ofendida, pero se contuvo.
– ¡Claro! -replicó con calma-. Si no me equivoco, mi padre conoce a la mujer de Matt.
Esa noche salió tarde de la oficina. A su madrastra no le hizo ninguna gracia que empezara a prepararse para salir nada más llegar, pero el placer de volver a ver a Matt lo compensaba con creces.
– ¿Vas a quedarte mucho tiempo? -le preguntó su padre a Matt.
Le caía muy bien el hijo de su hermana; parecía como si fuera el hijo que le habría gustado tener.
– Un mes o dos.
Matt se quedó un rato charlando y luego prometió volver el domingo.
– Ven a comer y trae a tu madre.
Horace Webster estaba tan alejado de las cuestiones domésticas que no se le ocurrió quién iba a cocinar.
Unos minutos después, Matt sugirió que sería mejor que se fueran para no llegar tarde a la hora de la reserva.
– ¿Qué tal te va la vida amorosa? -le preguntó Matt a Taryn en el coche.
– ¿Quién tiene tiempo para una vida amorosa?
– ¿Sigues prendada de Brian Mellor?
Taryn se quedó pasmada y se volvió para mirarlo.
– ¿Cómo sabes eso?
No se lo había contado a nadie, excepto a Jake, que se lo había sacado con malas artes.
– Ha sido un tanteo, pero ha habido suerte… Aunque dos más dos son cuatro. Mi madre me dijo que te marchaste de su oficina y no pensabas volver; tenía que ser por él… No podía ser por el trabajo, ya estabas acostumbrada.
Taryn no contestó y Matt, considerado con sus sentimientos, siguió.
– ¿Todavía te duele el amor?
– No, ya lo he superado.
Le sorprendía pensar que durante dos años había creído que lo amaba. ¿Alguna vez habría sentido amor por él? ¿No habría sido afecto por una persona muy amable?
– ¿Qué me cuentas de ti?
Su primo se había quedado destrozado después de que su matrimonio se hiciera añicos.
– No he visto a Alison desde que volví. Quiero que vuelva, pero durante estos meses alejado de ella me he dado cuenta de que no voy a conseguir nada si me planto en la puerta de su casa. Hay más peces en el mar, ¿no? Al menos eso dicen. ¿Sigues saliendo con tu grupo de amiguitas?
– No mucho.
Se sentía algo distanciada del grupo que conocía desde hacía mucho tiempo.
Le gustaba salir con su primo, siempre habían podido hablar de cualquier cosa, pero cuando la llevaba a casa, Taryn se dio cuenta de que casi no podía recordar nada concreto de la conversación que habían tenido.
– No voy a entrar -le dijo Matt cuando llegaron-, pero intentaré por todos los medios venir a la comida familiar del domingo.
Taryn se rió y entró sonriendo a su casa, donde encontró a su madrastra especialmente insoportable. Decidió que tenía que buscar con más empeño un sitio donde vivir.
El domingo, Taryn saludó afectuosamente a su tía y se dio cuenta de que llevaba un maletín, como se dio cuenta de la frialdad entre Hilary y su madrastra. Matt estuvo tan encantador como siempre y alabó a su tiastra por la comida. Ella aceptó los halagos aunque ni siquiera hubiese pelado las patatas. Luego, cuando se sirvió el café, se fue a reposar y Matt acompañó a su tío a ver lo que estaba haciendo en el taller.
– Taryn -dijo lentamente su tía cuando estuvieron solas-. Necesito que me ayudes.
Taryn sospechó lo que se avecinaba.
– Me había preguntado por qué habrías traído el maletín -comentó con desenfado.
– ¿Tan previsible soy? Me han dejado en la estacada.
Su tía le explicó que uno de sus clientes más importantes le había confiado un informe muy complicado para que lo mecanografiara y ella se había comprometido a hacerlo.
– Pero Lucy -siguió su tía-, mi mejor chica, contrajo un virus y sigue de baja. Se lo di a otra chica y la verdad es que ha hecho un auténtico desastre.
– Lo haré encantada -se ofreció Taryn.
– ¿De verdad? -su tía sonrió de oreja a oreja-. ¡Qué alivio! Esa estúpida borró el original del ordenador. Aunque conservo su copia, tendrás que seguir el manuscrito para no caer en los mismos errores.
– No importa -aseguró Taryn-. ¿Para cuándo lo quieres?
– Le prometí al cliente que podría recogerlo mañana, en cuanto abriera la oficina.
– ¿Quieres tenerlo mañana a las nueve de la mañana?
Taryn comprendió que no podría dormir en toda la noche y empezó a arrepentirse de haberse ofrecido.
– Me odias, ¿verdad?
La verdad era que no podría meterse en el despacho hasta que los invitados se hubieran ido y encima su padre los invitó a tomar el té. Para colmo, unos amigos de su padre, a los que no veía desde hacía siglos, pasaron por su casa y todo empezó a escapársele de las manos. Taryn estaba ansiosa por ponerse con el informe, pero sabía que su madrastra no se lo permitiría hasta que ordenara la cocina después de que se hubieran ido los amigos de su padre.
Entonces, cuando todos se hubieron ido, su padre insinuó que tenía cierto apetito. Como no sabía ni cortar el pan, Taryn tuvo que prepararle algo de cena, y a Eva, claro.
Por fin, con más ganas de meterse en la cama que de ponerse a trabajar, Taryn pudo echar una ojeada al informe. Era monumental y la letra, casi indescifrable, llenaba todas las páginas de principio a fin.
Hacia las tres de la mañana, Taryn consiguió acostarse. Se levantó al cabo de unas horas y se duchó y vistió antes de estar completamente despierta.
Al llegar a la oficina vio que Kate no estaba y supuso que se encontraría mal. Ella tampoco estaba en su mejor momento cuando Jake entró en su despacho y comprobó, con gesto hosco, que tenía ojeras y estaba pálida.
– ¡Parece que te lo has pasado muy bien durante el fin de semana!
A ella le molestó la insinuación de que hubiera estado con Matt.
– No puedes imaginártelo -contestó ella mientras esbozaba una sonrisa.
– Bien… -gruñó él-. No has tardado mucho en olvidar a Brian Mellor, ¿eh?
Taryn sintió que, si hubiera tenido fuerzas, se habría marchado en ese instante.
– ¿Quién ha dicho que lo haya olvidado? -soltó ella aunque él tuviera razón.
– Ya… -farfulló Jake antes de pedirle unos documentos.
Kate llegó sobre las diez y parecía tan agotada como Taryn. Aunque su jefe estuvo más compasivo con ella. A Taryn también le pareció que estaba siendo intencionadamente incordiante, que había dejado abierta la puerta entre los despachos para mirarla mientras trabajaba, algo que ella detestaba.
Taryn recuperó el equilibrio a lo largo de la semana y le alegró comprobar que su jefe parecía haber encontrado su lado más resplandeciente. Estaba claro que la atención que le prestaba Sophie Austin tenía algo que ver. Taryn se dio cuenta de que no paraba de llamarlo y no le hizo demasiada gracia; aunque también estaba segura de que le importaban un comino las Sophies o Lousies que lo llamaran.
Había sido una semana espantosa y se alegró de que hubiera llegado el viernes. Kate se fue de compras a la hora de comer y ella fue a la cafetería, donde compró un sándwich para seguir trabajando mientras comía. Iba de camino a su mesa cuando vio que Kenton Harris, otro de los directores, se dirigía hacia ella. Rondaba los cuarenta y ya iba por su segundo matrimonio. Según los rumores, ese matrimonio también hacía aguas. Taryn, sin embargo, creía que era inofensivo.
– ¿Qué tal todo? -preguntó él.
– Me gusta mucho el trabajo.
Taryn se habría apartado, pero él estiró un brazo y lo apoyó en la pared delante de ella.
– Bien, bien… -comentó él-. Tengo dos entradas para ir mañana al teatro. Me encantaría que me acompañaras. Podríamos…
– ¿Estás casado? -preguntó ella sin rodeos.
Él se quedó algo desconcertado, pero contestó con sinceridad.
– A punto de divorciarme.
– Propónmelo cuando te hayas divorciado.
Él pareció más desconcertado todavía.
– ¡Eso es una cita! -exclamó con una sonrisa.
Sin motivo alguno, toda la situación se convirtió en cómica y Taryn se encontró sonriéndole. Había sido un momento gracioso, pero quería volver a su mesa. Entonces se dio cuenta de que no estaban solos en el pasillo. Jake estaba detrás de Kenton Harris y no parecía muy contento de que su secretaria personal estuviera riéndose con uno de sus directores. Aun así, decidió que no tenía por qué salir corriendo a su mesa. Podía pensar lo que quisiera. Fue al cuarto de baño y cinco minutos después salió más tranquila. Sin embargo, en cuanto se sentó, Jake Nash apareció como caído del cielo.
– No puedes evitarlo, ¿verdad?
– ¿El qué? -preguntó ella sin alterarse.
– Coquetear con hombres casados. Le diré, señorita Webster, que no le pago para que coquetee en el tiempo que me corresponde.
– ¡Es muy discutible que mi tiempo para comer sea el tiempo que te corresponde!
– ¿Sabes que está casado? -le preguntó él con acritud.
– Me he ocupado de enterarme, naturalmente -respondió ella.
– ¡Estoy seguro! ¿Qué te pasa con los hombres casados?
– ¡Preferiría que no aprovecharas una confidencia para echarme una bronca sin motivo!
Taryn lo miró con rabia, pero Kate entró cargada con paquetes de compras y los miró con un gesto de haber captado las malas vibraciones.
– ¿Puedo ayudarte? -le preguntó Taryn con una sonrisa para disimular.
– Te juro que sólo quería comprar un par de cosas.
Jake, que no tenía interés por cuestiones domésticas, se fue a su despacho y cerró la puerta. Salió a las cuatro para ir a una reunión y le recordó a Kate que quería que se marchara a las cinco en punto.
A las cinco menos cuarto, Kate empezó a ordenar su mesa.
– ¿Quieres algo? -preguntó a Taryn antes de recoger las compras.
– Nada, gracias. Que pases un buen fin de semana.
Su fin de semana no era muy prometedor. Quizá llamara a Matt, pero lo más importante era encontrar un alojamiento. Sin embargo, todavía era más importante recoger su mesa antes de que Jake volviera de la reunión. Le faltó un minuto. Ya tenía el bolso colgado del hombro cuando Jake apareció por la puerta.
– Iba a marcharme -comentó ella intencionadamente.
Ante su sorpresa, Jake se quedó mirándola con una expresión seria en los ojos.
– Te debo una disculpa.
– ¿Te has dado cuenta de tus errores? -Taryn no estaba dispuesta a ponérselo fácil.
– Hablé con Kenton Harris después de la reunión.
– Evidentemente, te habrá contado algo de nuestra conversación.
– Me contó que, más o menos, lo mandaste a paseo hasta que esté soltero -Jake hizo una pausa-. Te he ofendido, ¿verdad?
Ella no quería un tono amable de él, la debilitaba. Cuando era arisco, ella también podía serlo, pero ese aspecto sensible la desarmaba.
– A veces puedes ser muy ofensivo -Taryn tragó saliva para contener las lágrimas-. Pero, por favor, no te pongas delicado conmigo, vas a hacerme llorar.
– Lo siento muchísimo, Taryn -como si no pudiera evitarlo le acarició la mejilla-. No llores, por favor, no llores.
La firmeza de Taryn se evaporó ante el tono de arrepentimiento sincero y la caricia de sus dedos.
– No pensaba llorar por ti -replicó con una sonrisa vacilante.
Entonces, cuando lo miró, algo cambió en la expresión de Jake y se inclinó para besarla en los labios con delicadeza. Se quedó inmóvil y atónita. Hasta que Jake se apartó bruscamente, como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo.
– ¡No debería haberlo hecho! -exclamó él-. Maldita sea…
Taryn entendió lo que decía. Aunque el beso le había encantado, era su jefe y acababa de infringir la primera norma de las relaciones entre jefe y empleado.
– Te perdonaré por esta vez -lo tranquilizó ella despreocupadamente-. ¿Ves adonde te lleva el remordimiento?
– Será mejor que te vayas, Taryn -le propuso él con media sonrisa-. Tienes algo que…
Taryn agarró el bolso y se fue casi sin darle las buenas noches. El beso había sido como una descarga eléctrica y le había levantado todo un remolino de sensaciones. Y, desde luego, le había parecido mucho más demoledor que el beso de su anterior jefe.