Capítulo 7

Jake se fue muy temprano a la mañana siguiente. Taryn oyó la puerta y habría dado cualquier cosa por acompañarlo.

– ¿Vamos de compras? -le preguntó a Abby cuando apareció.

– ¡Estoy cansada de ir de compras! -contestó ella con una sonrisa muy sincera-. ¿Tu padre vive lejos de aquí?

– No muy lejos -contestó Taryn con cautela.

– ¿Podríamos ir a verlo?

– ¿Quieres visitar a mi padre? -Taryn no entendía nada.

– Es científico… Mmm… me interesan esas cosas. ¿Crees que le importaría que fuéramos a echar una ojeada a su último proyecto?

Taryn confió en que su padre estuviera absorto con otras cosas y no se acordara de que ella trabajaba para Jake Nash.

– Estoy segura de que le encantará enseñártelo.

Un par de horas más tarde, Taryn dejó a Abby con su padre para que fueran a visitar el taller y fue a saludar a su madrastra, pero resultó que estaba fuera en algún acto de beneficencia.

Estaba tomando café con la señora Ferris cuando llamaron a la puerta.

– Yo abriré -se ofreció Taryn.

Abrió la puerta y se encontró con su primo.

– ¡Matt! -exclamó de alegría.

– ¡Taryn! Esperaba encontrarte aquí. ¿Vas a hacer algo esta noche?

– Lo siento, Matt, pero estoy ocupada.

– ¿Tienes una oferta mejor?

– Bueno… estoy… con Jake y su sobrina.

– ¿Y Jake?

– En Italia.

– ¿Es el Jake que me presentaste cuando fuimos a la cena de mi empresa?

– Eh… sí -no quería decir demasiado.

Si embargo, Matt la miró como si ya lo hubiera hecho.

– Taryn… ¿es el definitivo, por fin?

Quiso negarlo, pero él la conocía perfectamente.

– Me temo que sólo por mi parte.

– Taryn -Matt sabía muy bien lo que era el amor no correspondido-. ¡Cuéntamelo!

– He hecho café. ¿Tienes un rato?

– Mejor aún. Como no puedes salir a cenar, ¿puedo invitarte a comer?

Abby estaba apasionada con todo lo que le contaba Horace Webster cuando Taryn y Matt, con la bandeja de café, fueron a su encuentro. Taryn hizo las presentaciones y a Abby le encantó la idea de que Matt fuera a llevarlas a comer.

Matt era una buena compañía. Fue una comida muy agradable y Taryn comprobó que Abby se quedó bastante impresionada por Matt. ¿Se le habría pasado el capricho con Jake?

Sin embargo, esa tarde, cuando Taryn empezaba a sentir un hormigueo porque Jake podía aparecer en cualquier momento, Abby le dio otros motivos de preocupación:

– Acabo de vomitar la comida -le comentó la joven sombríamente.

Lo primero que pensó Taryn fue que algo le habría sentado mal, pero cayó en la cuenta de que las dos habían pedido lo mismo. Abby le confesó que se había levantado un poco indispuesta, pero que, como decía Suzanne, había puesto buena cara al mal tiempo con la certeza de que se le habría pasado a la hora de comer.

– Creí que me sentía mejor, pero ahora me encuentro fatal. Me siento llorica. No me dejes llorar delante de Jake cuando vuelva.

– A él no le importará -intentó tranquilizarla Taryn.

– ¡Pero a mí sí! -exclamó Abby con una sonrisa desvaída-. Se me congestionan los ojos y me hincho cuando lloro. Estoy espantosa.

– ¿No quieres acostarte? Si luego te apetece comer algo, puedo…

– ¡No! Por favor, no hables de comida.

Abby estaba algo mejor cuando Jake llegó, aunque seguía pálida.

– ¡Hola! -las saludó antes de darse cuenta de la palidez de Abby-. ¿Qué te ha pasado?

– He vomitado, pero ya estoy mejor.

– ¿Por qué?

– No lo sé, pero no le des más vueltas, por favor. Ya estoy bien, de verdad.

– ¿Quieres café? -Taryn se levantó dispuesta a hacer algo por él.

– Sí, gracias -aceptó él.

Unos minutos después, Jake apareció en la cocina.

– ¿Tienes hambre? -preguntó ella.

– ¿Sabías que tienes los ojos azules casi violeta más bonitos que había visto?

Se inclinó y la besó levemente en los labios. Ella se estremeció, pero se apartó.

– Perdona -él también se apartó-. De repente, me da la sensación de que Abby puede aparecer en cualquier momento -puso él como excusa-. Parece un poco pachucha.

– Me ocuparé de ella, pero creo que no le pasa nada. Aunque ni se te ocurra hablar de comida en su presencia.

– Entiendo. ¿Qué comisteis?

– Fue una comilona -confesó Taryn antes de contarle que su primo las había invitado.

– ¿A tu padre le importó que se presentara Abby?

– Le encantó. Creo que estaba emocionado de que alguien joven se interesara por lo que hace. Es más, Abby es tan brillante que sería una pena que no estudiara.

– Podrías decírselo. Su padre lleva tiempo intentando convencerla y cree que haría más caso a alguien que no fuera él.

– Se lo diré en cuanto pueda.

En ese momento, Taryn se dio cuenta de que no había apartado los ojos de Jake y de que era un placer estar con él.


Esa noche, Taryn se acostó con la intención de poner freno a su imaginación.

Como Abby no era madrugadora y al fin y al cabo era domingo, Taryn llamó levemente a su puerta hacia las nueve.

– ¿Qué tal estás?

Abby hizo un esfuerzo por incorporarse; no tenía mejor aspecto que la noche anterior.

– Intento tener en cuenta que soy hijastra de Suzanne y poner buena cara al mal tiempo.

– Hoy no hace falta. Puedes quedarte un rato tumbada. Si quieres, te traigo el desayuno.

– Ni hablar.

– ¿No tienes hambre?

– No quiero ser un incordio. Si no, Jake y tú no querréis quedaros otra vez conmigo.

– Vamos, Abby. No tienes la culpa de sentirte mal. Te traeré algo de beber. No es ningún incordio.

Jake se encontró con ella en la cocina.

– Pensaba que iríamos al campo y que comeríamos en alguna colina verde… -se calló al ver la mirada de Taryn-. No es buena idea.

– Abby sigue fastidiada.

– ¿Es preocupante?

– No creo. No quiere comer, pero le sentará bien pasar el día tranquila. Puedo hacerte un asado si quieres. Aunque tendrás que hacer la compra -añadió con una sonrisa.

– ¿Qué te parece tan gracioso?

– No te imagino empujando un carrito por el supermercado.

– ¿Insinúas que no puedo hacerlo?

Ella se rió al comprobar que había picado el anzuelo.

– ¡Canalla! -exclamó Taryn al a verse atrapada en el maravilloso abrazo de Jake.

– ¿Así es como pensabas llevarme algo de beber? -preguntó una voz desde la puerta.

Jake miró por encima del hombro de Taryn y luego volvió a mirarla a los ojos.

– Ya me ocuparé de ti más tarde -le susurró, y le dio un beso en la punta de la nariz.


Abby se pasó el día entero en un sofá. Aunque decía lo contrario, a Taryn le parecía que no se recuperaba y decidió llevarla al médico si no mejoraba.

Jake volvió de la compra y se metió a trabajar en el despacho, donde pasó toda la tarde.

Esa noche, después de cenar, Taryn decidió retirarse temprano.

– Creo que hoy voy a acostarme pronto -comentó mientras se levantaba.

– Yo también voy a irme al cuarto -Abby se levantó del sofá-. Buenas noches, Jake.

– Subiré dentro de un par de minutos -dijo Taryn al ver que Abby la esperaba.

– Ya, tortolitos… -Abby sonrió y subió las escaleras.

– Bueno -empezó a comentar Jake mientras se acercaba a Taryn-, puesto que ya te he dado las gracias por la mejor comida de la semana y como tengo la triste sensación de que no me encuentras absolutamente irresistible…

– Desde luego que no -mintió Taryn.

– ¿Qué quieres decirme?

– Abby. Si mañana no está mejor, creo que voy a llevarla a un médico.

– ¿Crees que está tan mal? -preguntó Jake con tono asustado.

– Estaría más tranquila si la vieran. Puede ser un virus o algo así, pero…

– ¿Quieres que os acompañe?

– Creo que no hace falta, pero ¿podría llamarte a la oficina si…?

– Naturalmente -la interrumpió él-. Llámame en cualquier caso para contarme cómo ha ido todo -se quedó mudo y la miró fijamente-. Eres maravillosa, en todos los sentidos.

Taryn iba a derretirse.

– ¡Espero que mi buena estrella no desaparezca! -bromeó ella antes de marcharse.

Le costó muchísimo dormirse y, cuando por fin lo consiguió, Abby se presentó en su cuarto para decirle que no se encontraba bien. Taryn encendió la luz y se levantó de un salto.

– ¿Te duele algo?

– Me duele un poco la tripa.

– Exactamente, ¿dónde?

– Por todos lados.

– ¿Has vuelto a vomitar?

– Un poco -contestó Abby.

No había comido casi nada y no podía vomitar mucho. Taryn intentó no ser alarmista, pero algo le recordó que una apendicitis mal tratada podía derivar en peritonitis.

– Espera un segundo.

Se puso una bata de algodón y corrió al cuarto de Jake. Entró sin llamar y lo encontró leyendo en la cama con el pecho desnudo.

– ¡Taryn! -exclamó él.

Dejó caer el libro y se destapó un poco. Ella vislumbró una pierna y tuvo la espantosa sensación de que estaba desnudo. Se dio la vuelta, pero dos manos la agarraron de los hombros y la giraron.

– Abby -dijo ella precipitadamente antes de darse cuenta de que él se había puesto un albornoz-. Está en mi cuarto. No se siente bien. No se queja, pero creo que le duele.

– ¿Sabes qué puede pasarle? -preguntó él sin alterarse.

– Podría ser apendicitis. ¿No podemos llamar a un médico? Preferiría no esperar.

– Si crees que es apendicitis, entonces, vamos al hospital -Jake sonrió tranquilizadoramente-. Dame un par de minutos para que me vista.

– Yo también voy a vestirme.

– No hace falta que nos quedemos todos sin dormir. Prepárala a ella.

– Ni hablar. Yo también voy.


Parecía imposible, pero una hora y media más tarde, Jake y ella estaban otra vez en su casa. Los médicos habían examinado a Abby y le habían diagnosticado una gastroenteritis, pero habían preferido que se quedara en observación aquella noche.

– ¿Quieres beber algo? -preguntó Taryn.

– Yo lo haré.

Ella lo acompañó a la cocina.

– Siento haber sido tan alarmista -se disculpó ella.

– ¡Eh! Yo también vi a Abby. No íbamos a quedarnos de brazos cruzados con el dolor que tenía. Incluso pensé en llamar a su padre.

– ¿Preferiste esperar al diagnóstico?

– Ya se preocupa bastante por ella.

– ¿Habría vuelto?

– En el primer avión.

Taryn sonrió, pero también cayó en la cuenta de que si Abby ya no estaba allí, no había motivo para que se quedara y prefirió adelantarse a que él se lo insinuara.

– Yo… será mejor que recoja mis cosas.

– ¿Tus cosas? -repitió él sin saber a qué se refería-. ¿Para qué?

– Bueno… ya no hace ninguna falta que me quede…

– Hace toda la falta -la cortó él tajantemente.

– ¿Por qué?

– Porque pueden llamar del hospital para que vaya a recogerla.

– ¿En plena noche?

– ¡No quiero que te vayas!

A Taryn le habría encantado que hubiera sonado como si no quisiera que ella se fuera y no como si temiera quedarse con una enferma.

– ¡Ya! -replicó ella con la intención de que él entendiera que le daba igual que la hablara en ese tono-. ¡Olvídate del café!

Taryn salió de la cocina detestándolo y detestando quererlo tanto. Una vez en su cuarto, sintió furia hacia él. Estaban cansados y habían pasado una hora y media muy tensa, pero ¿quién se había creído que era para hablarle en ese tono? Como si pudiera darle órdenes… Se iría en ese instante. Por otro lado, amaba a ese majadero mandón. Se iría por la mañana.

Taryn se había cambiado para acostarse, pero seguía enfadada con Jake cuando oyó unos golpecitos en la puerta. Se puso la bata y fue a abrir dispuesta a no ceder ni un ápice.

– Si crees que voy a ponerme a tomar notas a estas horas de la noche…

Notó que Jake estaba vestido y tuvo que callarse cuando observó que él, lejos de amilanarse por la hostilidad de sus palabras, estaba sonriendo.

– Soy un bárbaro.

– Es verdad -replicó ella con frialdad-. ¿Quieres pasar a otro asunto?

– El siguiente asunto es si podrás perdonarme.

– Estás perdonado -contestó Taryn secamente y fue a cerrar la puerta.

– No parece un perdón muy sincero -él sujetó la puerta con una mano.

– Estás perdonado -repitió ella en un tono más amable.

Jake retrocedió, pero volvió a acercarse como si no quisiera alejarse.

– Perdóname como Dios manda.

Ella lo miró fijamente como si no lo entendiera bien del todo. Entonces, se dio cuenta de que él estaba mirándola a la boca y lo entendió perfectamente.

– Ni hablar -Taryn retrocedió.

Él había entrado a su habitación y la miraba a los ojos.

– ¿Estás segura?

– ¿Sabes qué hora es? -ella no lo sabía, pero necesitaba ganar tiempo para reponerse.

– Ya me has besado antes, cuando ni siquiera lo esperaba -le recordó él.

– Fue… una circunstancia… justificada.

Jake la rodeó con sus brazos y la miró a los ojos.

– No voy a hacerte daño -le aseguró él con delicadeza.

– Yo… confío en ti -replicó completamente hechizada.

La besó.

– No ha estado tan mal, ¿verdad? -preguntó él.

– En realidad -Taryn tragó saliva-, ha estado bastante bien.

– Eres un encanto.

– No lo niego -estaba encantada en sus brazos y convencida de que se caería si no la sujetaba-, pero… Buenas noches.

– Buenas noches, cariño -se despidió él antes de darle el último beso.

Sin embargo, no fue el último beso. Cuando los labios se rozaron, Taryn perdió el poco dominio de sí misma que tenía y lo abrazó. El beso se hizo más profundo y Taryn sólo supo que no quería soltarlo. Él la estrechó contra sí y ella pudo notar toda la virilidad de su cuerpo.

– ¿Sabías que te deseo? -preguntó él.

– Sí… -contestó ella casi sin aliento por el beso.

Jake volvió a besarla y Taryn se estremeció cuando descendió la boca por su cuello.

– ¿Qué te ha parecido? -preguntó él.

Taryn se encontraba en un mundo desconocido para ella, pero lo amaba y hacer el amor con él le parecía perfecto.

– Mmm… creo que ya lo sabes -contestó pudorosamente.

Jake volvió a besarla y Taryn comprendió que no había marcha atrás y que eso era lo que ella quería. Sólo quería corresponder a sus besos. Su bata había desaparecido, como la camisa de él. Jake la abrazaba, le acariciaba la espalda y la abrasaba a través del delicado algodón. Luego, se puso ligeramente tensa al notar las manos sobre la piel.

– No te asustes, cariño -la tranquilizó él.

– No me asusto. Creo que me da un poco de vergüenza.

– Mi amor…

Jake volvió a besarla y sus manos, sus sensibles dedos, fueron ascendiendo lentamente hacia los pechos.

– Jake… Jake… -susurró ella.

– No pasa nada.

Sí pasaba, pasaban muchas cosas. Él se había quitado los pantalones y Taryn, al notar sus muslos desnudos y todo su anhelo, sintió que le ardían las entrañas y empezó a librarse de todas las inhibiciones. Jake le quitó la camisa del pijama para disfrutar mejor de sus pechos y ella ni siquiera parpadeó y se limitó a susurrar con cierta timidez:

– Te deseo, Jake.

Él la estrechó contra sí apasionadamente, la besó en los ojos, en la boca, en el cuello y en los pechos antes de paladear los endurecidos pezones.

Ella, feliz por dejarse llevar, le acariciaba el musculoso pecho. Estaba en otro mundo cuando Jake la llevó a la cama.

– Déjame volver a disfrutar.

Taryn no lo entendió hasta que él le bajó lentamente los pantalones cortos del pijama. Él ya la había visto desnuda una vez.

– Yo… -Taryn se dio cuenta de que todavía sentía vergüenza-. Jake… No…

Él se detuvo con las manos ardientes sobre las caderas de ella.

– Taryn…

La miró a la cara y vio que había adoptado un color casi bermellón y apartó las manos como si se hubiera quemado. Agarró la bata y la envolvió con ella.

– Dios mío, ¿en que estaba pensando? -se preguntó con aspereza.

– ¡No pasa nada! -exclamó ella, que lo deseaba con toda su alma y que temió que él se hubiera echado atrás-. No quería decir que no quisiera, sólo…

– Estoy aprovechándome de la situación -contestó él mientras se ponía los pantalones.

Ella quiso pedirle que se aprovechara, pero vio que él se dirigía hacia la puerta y comprendió que todo se había acabado. Afortunadamente, le quedaba algo de orgullo.

– ¿Temes que no te respete por la mañana? -lo acusó desenfadadamente.

Jake la miró fijamente, como si fuera a tomarla otra vez entre sus brazos, pero tenía un dominio pleno de sí mismo.

– Me… marcho -contestó él vacilante.

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