Capítulo 5

El domingo por la mañana, después de no pegar ojo en toda la noche, Taryn había aceptado que su breve paso por Nash Corporation había llegado a su fin, porque sabía que Jake exigía una lealtad plena y que no aceptaría a alguien en ese nivel que hiciera otros trabajos por la noche, aunque fueran temporales.

Se quedó unas horas en su habitación pasando las notas que había tomado en Italia. Sabía que no volvería a trabajar para Jake, pero era una cuestión de orgullo dejar el trabajo terminado antes de marcharse.

El lunes se levantó especialmente pronto. De no haber sido por lo que guardaba en el maletín y porque tenía que devolver el ordenador portátil, ni siquiera habría ido a la oficina. Sin embargo, ya que tenía que ir, prefería que la despidieran antes de que hubiera más gente alrededor.

Dejó el ordenador portátil en su sitio a las ocho y cuarto. Con un vacío en el estómago, se puso muy recta, llamó a la puerta que separaba los dos despachos y entró. Como había supuesto, Jake estaba trabajando. La miró de arriba abajo sin sonreír. Taryn no se molestó en sentarse. Sabía que no iba a estar mucho tiempo allí.

– Ya sé que no quieres verme, pero he traído el trabajo del viernes -señaló el maletín-. Lo he mecanografiado y…

– ¿No te pago lo suficiente? -la interrumpió él secamente.

Taryn suspiró para sus adentros. Habría preferido que la hubiera despedido sin más.

– No se trata del dinero -contestó ella lacónicamente.

– ¿Te excitan los uniformes? -preguntó él con sarcasmo.

– Estaba… haciendo un favor a alguien.

– Ya lo sé. Siéntate -le ordenó.

Taryn no podía entender que lo supiera, pero se alegró de poder sentarse.

– ¿Por qué… lo sabes? Es imposible que…

– ¿Vas a discutir conmigo? -preguntó él con impaciencia.

– Nunca me han despedido y no sé cómo debo comportarme -replicó ella ásperamente.

– ¿Quién ha dicho que vaya a despedirte?

– ¿No vas a…?

– Te enterarás cuando lo haga. Según me contó John Buckley cuando lo felicité por el personal, muchos eran trabajadores temporales que había conseguido en la agencia de Hilary Kiteley.

– Ya. ¿Así te enteraste de que…?

– ¿A quién hacías el favor? ¿A la señora Kiteley o a su marido… tu amante?

– ¿Mi amante? -preguntó ella sin salir de su asombro.

– ¿Vas a decirme que Matthew Kiteley no es tu amante?

Podría haberle dicho que Matt era el hijo de la señora Kiteley y que ella era su tía, pero él se había comportado como un bárbaro y no tenía por qué soportarlo.

– Eso no es asunto tuyo.

– Es asunto mío si te pasas todo el día bostezando porque has pasado un fin de semana movidito con él.

¿Bostezar? Taryn, cuando iba a rebatirle con furia, se acordó de lo machacada que había estado el lunes, cuando tuvo que escribir el informe para su tía y casi no pudo dormir.

– La noche anterior había dormido poco… -empezó a decir ella.

– ¡Ahórrate los detalles escabrosos!

– ¡Escucha! -Taryn se levantó hecha un basilisco-. Para tu información, tenía sueño porque estuve hasta primeras horas de lunes mecanografiando un informe urgente…

– Otro trabajo para la misma agencia, claro.

– ¡Sí! No trabajo para esa agencia. Bueno, no normalmente.

– ¿Sólo cuando hay una emergencia? -preguntó él con más condescendencia.

Quizá se hubiera acordado de que su tío abuelo pidió un ama de llaves con urgencia. Aunque ese trabajo temporal duró dos meses…

– Efectivamente.

– Mmm. Siéntate -le ordenó con impaciencia.

– Tendría que haber trabajado en la recepción del Irwin -le explicó ella mientras se sentaba-, pero llegué tarde…

– Por mi culpa, naturalmente.

– La mujer del director ocupó mi lugar. En una situación de tanta emergencia…

– ¡No fue una emergencia! -la interrumpió él bruscamente.

– ¿Cómo dices?

– Lo tenías programado antes de ir a Italia.

– ¡No es verdad! -replicó ella con indignación.

– Dijiste que el sábado tenías una cita.

– Era mentira…

Eso pareció interesarle. Jake se dejó caer contra el respaldo de la butaca y la miró.

– ¿Por qué?

No quería contestar, pero aquellos ojos grises estaban clavados en los suyos…

– Me provocaste. Tú ibas a salir y me pareció una cuestión de orgullo que no se diera por sentado que me quedaba las noches en casa.

– ¿Porque la mujer de Matthew Kiteley no lo dejaba salir a jugar un rato?

Taryn volvió a sentir ganas de estrangularlo.

– ¡No! -contestó airadamente.

– ¿Porque todavía no te has repuesto del amor perdido?

¿De quién estaba hablando? ¿Un amor perdido? Comprendió que estaba refiriéndose a Brian Mellor. No pensaba explicarle que se había dado cuenta de que, en realidad, nunca había estado enamorada de Brian.

– Yo… -farfulló ella sin saber qué contestar.

– ¡Termina con eso! -le ordenó él.

– ¿Con qué tengo que terminar? -preguntó ella sin entender nada.

– Tu trabajo aquí es muy exigente. A veces, las cosas se complican mucho en la oficina. No quiero una secretaria personal, aunque sea temporal, que trabaja las noches y los fines de semana en otro sitio. Tienes que estar despejada cuando vengas, no agotada.

Ella quiso seguir discutiendo, pero comprendió que él no estaba despidiéndola.

– No es… tan fácil.

– ¿Por tu… inclinación… hacia Matthew Kiteley? -le preguntó Jake con aspereza-. Acaba con eso, Taryn.

– Es… difícil.

Ella sabía que si su tía volvía a pedírselo, le costaría mucho negarse.

– ¿Qué tiene de difícil? -le preguntó él implacablemente-. Si quieres seguir trabajando aquí, tendrás que darme tu palabra.

– ¡No puedo!

– ¿No puedes? -él no lo aceptaba.

– Es la familia.

– ¿La familia? -repitió él.

– La señora Kiteley es mi tía -reconoció ella a regañadientes-. Es difícil negarse a la familia.

– ¿La señora Kiteley es tu tía?

– Sí. Ella… -Taryn volvió a callarse al captar una leve sonrisa en la boca de Jake.

– Entonces, ¿Matthew Kiteley, el casado, es el hijo de tu tía?

– Mmm… sí…

– ¿Matthew Kiteley es tu primo?

– Claro. Aunque siempre me ha parecido una especie de hermano mayor.

Jake asintió con la cabeza, pero no había terminado de preguntar.

– Entonces, ¿tú cita con él de la semana pasada…?

– Aquello no era una cita amorosa. Matt está separado, aunque quiere volver con su mujer. Como no tenía pareja, lo acompañé a la cena con baile de su empresa.

Taryn se quedó mirándolo, pero él se quedó callado un rato.

– ¿Qué puedo hacer contigo, Taryn Webster?

– No he sido tan mala…

Para sorpresa de ella, Jake soltó una carcajada y Taryn sintió placer al verlo reírse.

– Pasaré por alto que estabas encantada de hacerme creer que tienes aventuras a diestro y siniestro cuando no es así.

– ¿Vas a dejar que me quede? -preguntó ella en voz baja.

– ¿Qué podría hacer cualquier hombre si lo preguntas tan encantadoramente?

– ¿Es un sí?

– Quiero verte aquí dentro de diez minutos con el bloc de notas.

Taryn se sentía a punto de reventar de felicidad cuando volvió a su despacho. Iba a quedarse y Jake, que ya sabía todo lo que tenía que saber, no le había exigido que dejara de trabajar con su tía si surgía algo urgente.


Esa noche, en el coche, mientras volvía a su casa, se negó a creer que su corazón tuviera algo que ver con todo aquello. No iba a enamorarse de todos los hombres con los que trabajaba. Sin embargo, cuando se tumbó en la cama con la imagen de Jake rondándole por la cabeza, tuvo que reconocer que los cariñosos sentimientos que había albergado hacia Brian no tenían nada que ver con los desaforados sentimientos que Jake desataba en ella. Él conseguía enfurecerla, conseguía que sonriera, conseguía que quisiera matarlo y conseguía que se riera. Se había sentido desolada al pensar que ese día dejaría de trabajar con él y no volvería a verlo.

Cuando se levantó a la mañana siguiente, decidió no volver a pensar en el asunto.

Esa semana, Kate siguió mejorando. Entre las dos, devoraban el trabajo. Aunque, ante la insistencia de Jake, Kate seguía yéndose pronto a su casa.

– ¿Vas a hacer algo que no deberías hacer este fin de semana? -le preguntó Jake mientras recogía la mesa el viernes por la tarde.

– ¿Te refieres al pluriempleo? -preguntó ella con cierto recelo.

– Estoy seguro de que me lo dirías si lo hicieras.

– No voy a hacerlo. Sólo quiero buscar un sitio donde vivir.

– ¿Sigues viviendo con tu malvada madrastra?

– Y con mi encantador padre. Además, no es tan malvada y todo marcha mucho mejor desde que llegó nuestra imponente nueva ama de llaves…

– Están hechas la una para la otra, ¿no?

– No puedes imaginártelo.

Taryn se había dado cuenta de que su madrastra parecía haber aceptado que si la señora Ferris se iba, no iba a encontrar a nadie más. Sin embargo, estaba pensando en otra cosa. Jake no le había pedido que reservara ni en el Raven ni en el Amora ni en ningún sitio.

– ¿Y tú, qué? ¿Vas a hacer algo que no deberías hacer?

Por un momento, se preguntó si habría traspasado el límite de las relaciones entre jefe y empleada, pero él le sonrió de tal forma que ella se estremeció.

– No quieres saber la respuesta, ¿verdad?

Efectivamente, no quería. Era evidente que tramaba algo perverso.

– Creo que es mejor que me ahorres el sonrojo -contestó ella con desenfado antes de irse.

El sábado vio dos apartamentos, pero ninguno le gustó. El domingo habló un rato con Matt por teléfono. Él lo disimuló, pero lo notó decaído. Alison había iniciado el proceso de divorcio.

En general, había sido un fin de semana espantoso. Sin embargo, empezó a animarse en cuanto cruzó la puerta de Nash Corporation. Kate seguía mejorando y Taryn notó que tenía cierta barriguita. Por eso se quedaba en la mesa siempre que aparecía alguien que no fuera Jake o Taryn. Jake llamó a Kate a última hora de la tarde.

– ¿Puedo echarte una mano? -le preguntó Taryn cuando la vio salir del despacho de Jake.

– Lo dejaré para mañana -contestó Kate-. Me voy, salvo que quieras algo…

Eran las cuatro. Kate se iba muy pronto. Taryn negó con la cabeza.

– Nada, gracias.

Taryn la miró mientras se marchaba y se dio cuenta de lo mucho que la echaría de menos cuando se fuera para dar a luz. También echaría mucho de menos ese trabajo, trabajar para Jake y con Kate, cuando tuviera que marcharse. Levantó la cabeza para alejar esos pensamientos dolorosos. Jake la miraba en silenció. Lo miró a esos maravillosos ojos grises, se le desbocó el corazón y comprendió por qué le dolía tanto pensar en tener que irse. Estaba enamorada de Jake Nash…

– ¿Quieres… algo…? -le preguntó mientras intentaba reponerse.

Jake agarró una silla y se sentó enfrente de ella, como si quisiera charlar, algo que no había hecho jamás.

– ¿Qué…? -empezó a preguntarle ella.

– ¿Has encontrado el alojamiento que estabas buscando?

– He visto un par de sitios, pero no son lo que quiero.

– Mmm… Acabo de preguntarle a Kate si puede apañarse sin ti.

Taryn sintió algo muy parecido al pánico.

– ¡Vas a echarme! -exclamó ella.

– No, en absoluto. Me preguntaba si no querrías tomarte una semana libre.

– No. Aunque te parezca raro, me encanta venir -él esbozó esa sonrisa que la derretía y ella tuvo que volver a reponerse-. La semana libre es la zanahoria, ¿cuál es el palo?

– Creo que, en mi posición, puedo hacerte algún favor…

– Como no tengo la costumbre de aceptar favores de caballeros -replicó ella sin alterarse-, tengo la sensación de que hay algún motivo oculto.

Él volvió a sonreír y Taryn estuvo dispuesta a hacer todo lo que él le pidiera, incluso tirarse al Támesis vestida.

– Seré sincero. Anoche me llamó mi hermana.

– No sabía que tuvieras una hermana.

– Yo tampoco sabía que tuvieras un primo. Suzanne me dijo algo que me hizo pensar. Suzanne, su marido y la hija de él habían preparado unas vacaciones para irse el miércoles y volver el martes siguiente -Taryn no dijo nada, aunque estaba verdaderamente intrigada-. El caso es que, Abby, la hijastra de Suzanne, se ha negado rotundamente a ir con ellos a última hora.

– ¿Cuántos años tiene? -preguntó Taryn.

– Cumplió diecisiete la semana pasada. La cuestión es que Stuart, el marido de Suzanne, es un cirujano que trabaja demasiado y que, según mi hermana, necesita por todos los medios un descanso, por muy corto que sea.

– ¡Ah! -a Taryn le pareció vislumbrar un poco de luz-. Pero el marido de tu hermana no se irá de vacaciones si tiene que dejar a su hija.

– Tiene unas convicciones muy firmes sobre la paternidad. Por no decir nada de la fiesta desenfrenada que organizó Abby la última vez que la dejaron una noche sola. Mi hermana empieza a pensar que las vacaciones pueden desvanecerse como el humo si no encuentra un sitio donde dejar a su hijastra con alguien de la confianza de Stuart.

– ¡No estarás insinuando que pase una semana conmigo!

Era lo único que se le ocurría para que le ofreciera una semana de vacaciones.

– No. Abby ha dejado muy claro que si no puede quedarse sola en casa, sólo se quedará… conmigo. Tiene diecisiete años y está malcriada, ¿qué más puedo decirte?

– Así que tu hermana te ha pedido que te la quedes. ¿Ha estado alguna vez contigo?

– Sólo una noche. Hace seis meses. ¡Fue una pesadilla!

Pareció verdaderamente avergonzado y Taryn se dio cuenta.

– Pobrecito -le compadeció con una sonrisa-. Está prendada de ti, ¿verdad?

– Basta -gruñó él para confirmar el bochorno que estaba pasando.

Ella no se había imaginado que vería avergonzado a Jake Nash, pero estaba pasándolo fatal por tener que reconocer que esa chica de diecisiete años estaba prendada de él.

– En cualquier caso, me negué -siguió Jake-… al principio. Le dije a Suzanne que no iba a quedarme con Abby y le expliqué el motivo, aunque ella ya lo sabía. Le dije que lo sentía, que podría pasar una noche debajo del mismo techo que ella, pero que me aterraba la idea de pasar seis noches los dos solos en la misma casa.

– Y a tu hermana no le hizo ninguna gracia tu respuesta, claro.

– Suzanne ya estaba desesperándose y yo me sentí como el hermano más ruin del mundo. Entonces, mi hermana me preguntó por qué no llevaba a una amiga mientras Abby estaba conmigo.

Taryn sintió vértigo. Quiso negarse con un grito y también sintió una punzada de celos.

– Dije que ni hablar, pero mi hermana es muy convincente. Suzanne me hizo ver que no era nada permanente y eso me dio una idea.

Taryn tenía la cabeza nublada por los celos. Si no, habría estado más atenta a la conclusión de todo aquello y no habría preguntado lo que preguntó.

– ¿Qué idea?

– ¿Quién?, me pregunté, ¿es especialista en todo tipo de trabajos temporales?

– ¡No…! -Taryn retrocedió.

– ¿Quién?, seguí preguntándome, ¿está buscando un alojamiento?

– ¡No!

Taryn tenía que empeñarse en que su respuesta fuera «no» porque estaba deseando con toda su alma que fuera «sí».

– ¿Ese es el favor que podías hacerme? -siguió Taryn cuando asimiló lo que había oído-. Quiero una carrera profesional, pero no como niñera.

– Te prometo que conseguirás esa carrera, pero ayúdame con esto.

Taryn notó que estaba ablandándose.

– ¿Por qué no te niegas rotundamente? -preguntó para fingir cierta resistencia.

– ¿Como tú te niegas a tu tía?

Se sintió atrapada y lo miró fijamente. Claramente, a Jake también le importaba su familia. Curiosamente, eso no hacía que le pareciera más débil, sino más fuerte.

– Si fuera a tu casa, podría seguir viniendo a trabajar.

– Si acepto la propuesta de Suzanne, tiene que ser un compromiso al cien por cien. Abby es muy inteligente, pero a veces tiene poco sentido común. Es imposible saber lo que haría si estuviera sola y a sus anchas.

– Me confiarías…

– Confío en usted, señorita Webster -volvió a interrumpirla-. Además, no tienes inconveniente en mentir si se te provoca y quieres mantener tu orgullo. He trabajado lo suficiente contigo para saber que puedo confiar plenamente en ti.

Ella estuvo a punto de derretirse.

– Mmm… ¿Y Kate? En realidad, yo estoy aquí para ayudarla.

– He hablado con Kate. Me ha dicho que os compenetráis a la perfección, pero también me ha prometido que si se siente desbordada, dará a alguien parte del trabajo.

Taryn comprendió que se había quedado sin argumentos y que, con el corazón desbocado, iba a aceptar. Le apasionaba la idea de pasar una semana en su casa.

– Entonces, a ver si he entendido bien. ¿Quieres que me mude a tu casa el miércoles por la mañana?

– Mejor el martes por la noche. No sé a qué hora del miércoles me dejarán a Abby y quiero que estés instalada cuando ella llegue.

– Ya. ¿Tengo que comportarme como una especia de señorita de compañía?

– De novia -le corrigió él-. Quiero que finjas ser mi novia.

Taryn tragó saliva, pero sintió ganas de ser un poco maliciosa.

– Mmm… ¿Eso significa que me serás fiel durante una semana?

– Vaya, Taryn Webster, no eres lo que parece a simple vista, ¿verdad? Te prometo cenar en casa todas las noches y dedicarme a ti en exclusiva.

– ¡Tampoco hay que exagerar!

Los dos se rieron y Taryn sintió que lo amaba con toda su alma.


Esa noche, Taryn volvió a su casa con un torbellino en la cabeza. Estaba completamente enamorada de Jake y al día siguiente iba a instalarse en su casa para vivir con él durante toda una semana. No sabía cómo se había apoderado de ella ese sentimiento de amor. Creía que, al principio, él ni siquiera le gustaba, pero, a juzgar por lo que sentía en ese momento, tampoco podía estar muy segura. Le parecía que siempre había amado a Jake, y de una forma muy distinta a lo que había sentido durante mucho tiempo por Brian.

Taryn hizo una maleta muy grande para meterla en el coche a la mañana siguiente. Su madrastra, que había llegado a una tregua con la señora Ferris, no comentó nada cuando le dijo que iba a quedarse una semana en casa de alguien.

– ¿Con una compañera de la universidad? -le preguntó su padre.

Taryn no tuvo fuerzas para mentir a su padre.

– Voy a quedarme con Jake -le contestó, aunque no sabía si él se acordaría de Jake-. Tiene compañía y…

– Vaya, la unión hace la fuerza, ¿eh? -la interrumpió él con una sonrisa-. Si eso te divierte…

Taryn dejó la maleta en el maletero del coche y entró en la oficina con un nudo en el estómago. Si había entendido bien, esa noche estaría a solas con Jake.

Pasó todo el día desasosegada y empezó a plantearse si lo que iba a hacer era sensato. En la oficina podía disimular fácilmente sus sentimientos y eso era lo que tenía que hacer. Sin embargo, ¿podría hacerlo en su casa?

– Hasta la semana que viene -se despidió Kate a las cinco menos diez.

– Espero que llegue pronto.

– No pasará nada -la tranquilizó Kate-. ¿Qué puede hacerte una chica de diecisiete años?

Poco después de que Kate se hubiera ido y con el trabajo terminado, ella empezó a ordenar su mesa. Sobre las cinco y cuarto se abrió la puerta que separaba los despachos y Jake entró.

– ¿Preparada? -preguntó él como si no pasara nada.

– Cuando quieras.

Él asintió con la cabeza, se metió una mano en el bolsillo y sacó una llave.

– Toma.

Ella supuso que necesitaba una llave, que no iba a estar enclaustrada todo el día en casa con Abby.

– Gracias -aceptó con cierta tensión.

Jake lo notó, algo que emocionó a Taryn, y alargó una mano para darle un golpecito en la nariz.

– Te echo una carrera hasta casa -la desafió él.

Taryn se rió y reconoció que, además, era un caballero porque dejó que ella saliera antes. Aun así, él llegó primero, pero estaba esperándola en la puerta para tomar su maleta del maletero y para explicarle dónde podía aparcar.

Ella se alegró de que hubiera llegado antes porque así todo le parecía menos raro.

– Sube -dijo él mientras tomaba la maleta-. Te diré cuál es tu cuarto.

Era un cuarto grande y acogedor, aunque un poco austero. Al fin y al cabo, era la casa de un hombre y no podía esperar colores pastel.

– Muy bonito -susurró ella.

– Te dejaré para que deshagas la maleta. La señora Vincent viene casi todos los días durante un par de horas. Va a hacer una especie de ensalada. Baja cuando quieras.

Una ensalada no se estropearía si esperaba un poco, así que Taryn deshizo la maleta, fue al cuarto de baño contiguo y decidió darse una ducha. Después, se puso unos pantalones, un top amplio y se dejó el pelo suelto. Bajó y se encontró a Jake, que estaba leyendo el periódico en la sala.

– No te levantes -él ya se había levantado-. Iré a echar una ojeada a la cocina. Ya sabes, para reconocer el terreno.

– Lo estás haciendo muy bien.

– Me gusta hacer bien el trabajo -replicó ella para recordarse que era sólo un trabajo.

Para entonces, ya se habían acercado unos pasos y ella se detuvo cuando estaban a metro y medio. Él le recorrió el pelo con la mirada, luego los ojos y la boca, y terminó en los ojos otra vez. Entonces, sonrió.

– Puedes ir adonde quieras.

Cenaron a las siete. La señora Vincent había preparado un maravilloso suflé frío, una ensalada de jamón y frambuesas con helado de postre.

– Vives en casa con tu padre, tu madrastra y un ama de llaves imponente, ¿no?

Taryn se acordó de que ya le había contado eso, pero le complació que él no la hubiera llevado a su casa para no hacerle caso.

– La señora Ferris, el ama de llaves, no es tan espantosa cuando llegas a conocerla. Es más, me cae bien.

– ¡No le habrás dicho eso a tu madrastra!

– Ella tampoco es tan mala -replicó Taryn entre risas.

– ¿Le has dicho a tu padre que ibas a pasar una semana aquí?

– El suflé está delicioso. Tengo que pedirle la receta a la señora Vincent.

– ¿Qué dijo?

No podía esquivar la pregunta.

– No podía mentir descaradamente a mi padre -contestó ella con seriedad.

– No esperaba que lo hicieras -Jake conservaba la expresión amable.

– Le dije que iba a quedarme contigo, que tenías compañía. Él dedujo que íbamos a ser unos cuantos y me deseó que lo pasara bien.

– ¿Te sientes cerca de él?

– Me sentí cerca durante mucho tiempo. Él es… una especie de científico experimental jubilado, pero a su cerebro, que no está jubilado, le cuesta dejar de sumergirse en asuntos científicos y experimentales -Taryn sonrió-. A veces está solo en su planeta.

– ¿Tiene la cabeza en otro mundo?

– Casi siempre -contestó ella.

– ¿Por eso se fue tu madre a África?

– Conoció a alguien que se daba cuenta de que ella existía.

– ¿La echas de menos?

La cosa estaba poniéndose demasiado personal, pero no le importó contestar.

– Sí, pero ella es feliz con su nuevo marido y con su nueva vida -Taryn sonrió para quitar tensión al momento-. Yo tengo a mi tía Hilary para que me dé un abrazo si estoy decaída.

– ¿Te pasa mucho? Lo de estar decaída.

– En su momento fue un poco desconcertante. Tenía quince años y me encontraba dividida entre las ganas de ayudar a mi padre, que parecía perplejo porque mi madre fuera a dejarlo, y la sensación de que yo podría haber hecho algo para que mi madre se quedara. Pero mi tía siempre estuvo a mi lado. Ya lo he superado.

Taryn decidió que ya le había contado bastantes cosas de su vida y buscó algo que preguntarle a él que no fuera de trabajo ni demasiado personal.

Sin embargo, Jake se sentó enfrente de ella y la miró a los ojos.

– ¿Qué pasó entre Brian Mellor y tú? -preguntó el con delicadeza.

– Ya te lo conté -respondió ella lacónicamente.

– No -replicó Jake sin impresionarse por el tono cortante de ella-. Sé que te despediste, pero no me has dicho por qué.

– Sí lo he hecho.

– Me contaste que te enamoraste de él, pero eso no pasa de repente. ¿Qué pasó para que aquel día te montaras en el ascensor al borde del llanto?

– Estás… metiéndote en un terreno demasiado personal.

– ¿Más personal que decirme que te enamoraste de él?

– Me sacaste de quicio. ¡Si no, no te lo habría dicho!

– Mellor… evidentemente, estaba enamorado de ti -comentó Jake sin hacer caso de la mirada gélida de Taryn.

– ¡No lo estaba! -estalló ella.

– Qué cosa tan rara. ¿Te marchaste por desdén? ¿Porque no te amaba?

– ¡No! -volvió a exclamar ella fuera de sus casillas-. Para que lo sepas, me besó.

Lo miró fijamente con los ojos azules como ascuas. Él la miró impasible.

– Te besó -repitió él sin apartar la mirada de sus ojos-. ¿Te había besado antes?

– No.

– ¿Ni siquiera un besito en la mejilla?

– Ni siquiera.

Jake se encogió levemente de hombros.

– Y el día que decidió darte un besito, todo se…

– ¡No fue un besito! -gritó ella.

– Ya. Quería algo más… -insinuó Jake burlonamente.

Taryn ya le había dicho mucho más de lo que quería haberle dicho y tenía ganas de zanjar esa conversación.

– Para que te enteres, fue un beso… apasionado.

– Mmm… ¿Correspondiste?

Estaba harta.

– No -contestó ella tajantemente antes de ser sincera consigo misma-. Bueno, creo que me habría gustado, pero no lo hice.

– ¿No lo hiciste?

– Me dio miedo hacerlo.

– ¿Por eso saliste corriendo? ¿Te dio miedo dejarte llevar y saliste corriendo porque eres una buena chica y no querías entrar en ese juego?

– ¡Él no quería jugar a nada! -soltó ella con gélidez.

– ¿Sabes mucho de hombres?

Ella ya no amaba a Brian, pero seguía considerándolo bueno y amable y no le parecía el tipo de hombre interesado en tener una aventura al margen del matrimonio.

– Quizá no me diera cuenta en su momento, pero he llegado a la conclusión que Brian no sabía muy bien que era yo la que estaba en sus brazos.

– Él no tiene la costumbre de abrazar a cualquiera, ¿verdad?

Taryn pasó por alto el sarcasmo, pero tuvo la necesidad de seguir defendiendo a su ex jefe.

– Creo que su mujer y él estaban pasando una mala racha. Él necesitaba alguien a quien abrazar, supongo. Alguien que lo abrazara. Ahora estoy segura de que quería abrazar y besar a Angie, su mujer.

– Pero ella no estaba dispuesta.

– Algo así.

– Entonces, te besó a ti y tú, con tu corazoncito puritano, te quedaste espantada de que un hombre, al que deseabas, estuviera tan cerca de ti. Tan espantada que pensaste que podías ceder y corresponder; así que hiciste lo único que podías hacer: te fuiste de allí.

Ya estaba harta. Podía prescindir de las frambuesas y el helado. Se levantó.

– Si has terminado, lavaré los platos.

– ¿Estás tan enfadada que no vas a dejarme ayudarte?

Se lo preguntó con un tono tan encantador que Taryn tuvo ganas de echarse a reír. Se contuvo y consiguió mantener un tono resentido.

– No vas a librarte tan fácilmente.

Como era de esperar, había un lavavajillas y Taryn casi había recuperado la compostura cuando la cocina estuvo recogida. Sin embargo, se había cansado de que indagara en su vida y decidió hacerse de rogar.

– Creo que me subo a mi cuarto.

– A lo mejor deberías echar una ojeada por el piso de arriba -Jake comprendió que no iba a curiosear por todos los cuartos-. Te acompañaré.

Una vez arriba, él le enseñó el cuarto que estaba preparado para Abby, el armario de la ropa blanca y un par de habitaciones. Luego, volvió por el pasillo con ella.

– Buenas noches -se despidió Taryn cuando llegaron a la puerta de su dormitorio.

– Sería conveniente que también echaras una ojeada a mi dormitorio -comentó él como si fuera lo más natural del mundo.

– No creo que haga falta -replicó atropelladamente.

– ¿No? -preguntó Jake con los ojos clavados en ella-. Creía que había dejado claro que se supone que eres mi novia y que vives conmigo.

– ¡No duermo contigo! -bramó ella antes de poder contener las palabras.

– No te asustes tanto -dijo él con un brillo burlón en los ojos-. A lo mejor te gustaba. Pero como no te lo he pedido, dudo que fuera a tener más éxito que los otros hombres.

– ¿Qué quieres decir?

– Por lo que he observado, y aunque me cueste creerlo, diría que ningún hombre te ha convencido para que aceptes, por muy hermosa que seas.

Taryn comprendió que estaba diciendo que sabía que era virgen, aunque no podía entender por qué lo sabía. Abrió la boca para decir algo ingenioso, pero sólo le salió algo desabrido.

– No echas de menos lo que no has tenido.

Se atrevió a mirarlo a la cara y se encontró con que el brillo burlón había dado paso a una mirada casi tierna.

– Taryn… -empezó a decir él con delicadeza antes de recomponerse-. Buenas noches.

Jake se apartó para que pudiera entrar en su dormitorio. Ella no se entretuvo. Ya le había deseado las buenas noches y entró en su habitación sin decir nada.

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