Taryn tardó casi todo el fin de semana en asimilar el inesperado beso. Había sido un leve contacto de los labios, pero se le había grabado muy profundamente.
Llegó a su casa echa un lío y se alegró de tener la cocina para ella sola y poder analizar el disparatado efecto de su jefe en ella. La alteraba. La relación laboral con Brian había ido como la seda hasta el último día, sin agitaciones. Con Jake, las agitaciones podían ser como repentinos maremotos emocionales. Cuando había estado tan indignada con él que no había querido dirigirle la palabra, Jake había mostrado ese lado sensible y maravilloso que tenía oculto. Ella se había puesto a lloriquear y él la había besado. Para ser sincera, no sabía qué tenía de malo. Aunque sí sabía que no podía sacar ninguna conclusión. Kate le había advertido que él no se enredaría en ese tipo de asuntos con nadie del trabajo.
El lunes ya había conseguido rehacerse y él también estaba amable, aunque algo distante. A ella le pareció bien. Aunque se había alegrado de conocer su lado sensible, también se alegraba de volver al terreno profesional.
– Te dejo esto para que lo firmes -dijo ella con tono amable y eficiente.
– Reserva una mesa para dos el sábado -ordenó él.
¿Quién sería la afortunada? Una punzada, que no podía ser de celos, la dejó helada.
Una vez en su mesa, Taryn deseó que Jake tuviera que irse a alguna reunión, porque la desquiciaba tenerlo en el despacho de al lado.
Sin embargo, el martes, él le comunicó que estaría fuera de la oficina hasta el lunes siguiente, por una serie de asuntos fuera del país, y eso tampoco le gustó.
El miércoles a las once, él llevaba unas horas fuera de la oficina y ya lo echaba de menos. La vida sin él alrededor no tenía interés. Además, Kate estaba resfriada.
– ¿Por qué no te vas a casa? -le propuso Taryn.
– No me importaría -contestó Kate, que acabó yéndose a las cinco.
El jueves apareció por la oficina con un aspecto tan lamentable que Taryn no pudo aguantarlo.
– Por favor, vete a casa. Aquí no hay nada por lo que tengas que preocuparte.
– ¿Estás segura de que puedes apañarte? -preguntó Kate.
– Claro -contestó Taryn con confianza.
– ¿Me llamarás si tienes algún problema?
– No habrá problemas, te lo prometo.
Taryn no paró un segundo desde el instante en que Kate se marchó. No pudo entender que Kate hubiera podido con todo aquello cuando estaba sola. Taryn trabajó durante la hora de la comida y tuvo muy claro que tendría que quedarse hasta muy tarde.
Sin embargo, todavía eran las cuatro y media cuando sonó el teléfono.
– Despacho del señor Nash, dígame…
– ¿Mucho trabajo? -preguntó una voz que le hizo un cosquilleo por dentro.
El tono frío del lunes y el martes había desaparecido y eso le gustó.
– Haciendo lo posible para ganarme el sueldo -contestó ella con una sonrisa.
– Se lo gana de sobra, señorita Webster -replicó él con tono afable.
– Gracias, señor Nash.
– Pásame a Kate, por favor -le pidió él.
– Mmm… Kate no está aquí en este momento.
– ¿Dónde está? ¿Se siente mal?
– Mmm… está un poco resfriada.
– No está en la oficina, ¿verdad? -preguntó Jake como si hubiera interpretado sus vacilaciones.
– Vino, pero tenía tan mal aspecto que insistí en que se fuera a casa.
– Bien hecho -la felicitó él con un tono muy cálido-. ¿Algún problema?
– No -lo tranquilizó ella.
– ¿Estás segura de que puedes hacerlo todo sola?
– Completamente segura -aseguró despreocupadamente.
– Entonces, hasta el lunes.
Taryn se preguntó cuándo volvería Jake a la ciudad. El sábado tenía mesa reservada para cenar en Almora, de modo que supuso que volvería el mismo sábado por la mañana.
Se quedó trabajando hasta muy tarde y acababa de llegar a su casa cuando se presentó su primo Matt.
– Necesito que me hagas un favor.
– Lo que quieras -se ofreció ella.
– Algunos compañeros de trabajo me miran con cara de lástima y necesito una chica guapa colgada del brazo para la cena con baile que da la oficina.
– ¿Soy la elegida?
Él era atractivo y simpático y estaba segura de que habría bastantes mujeres encantadas de salir con él. Sin embargo, todavía se consideraba casado, además de querer que Alison volviera, y le parecería injusto quedar con una de ellas.
– ¿Lo harías?
– Claro. Encantada. ¿Cuándo es?
– Mañana.
– ¡Matt…!
– Ya. Es un poco precipitado. Pensaba ir solo, pero he captado esas miradas de pena.
– ¿A qué hora?
– A las siete.
El lunes Jake llegaría a la oficina antes que ella. El día siguiente era viernes y tenía que dejar hecho todo el trabajo antes de irse de la oficina por la tarde.
– ¿No puedes acompañarme? -le preguntó Matt al notar que había algo que la preocupaba-. ¿Tienes otro plan mañana?
– No, no es eso. Te parecerá una tontería, pero mañana estaré sola en la oficina y los viernes hay mucho trabajo. Es una cuestión de orgullo sacar todo el trabajo antes de marcharme.
Matt la conocía bien y no le parecía ninguna tontería.
– ¿Crees que tendrás que quedarte hasta tarde?
No lo creía, estaba segura.
– Es probable que haya terminado alrededor de las seis y media -calculó ella.
– No tendrás tiempo de volver a casa y arreglarte para que pase a recogerte -Matt meditó un instante-. ¿Qué te parece si te recojo en la oficina? Puedes cambiarte allí mismo. Además, puedo pasar a buscarte por la mañana y así no tendrás que llevar el coche.
– Aun así, no puedo asegurarte que esté preparada a las seis y media.
– No importa. Supongo que a esa hora ya se habrá ido casi todo el mundo. Aparcaré en la puerta de edificio y esperaré. No tenemos prisa por llegar a la charla de los aperitivos. Basta con estar sentados a las siete y media.
Antes de acostarse, Taryn estuvo preparando lo que se pondría al día siguiente. Quería estar especialmente guapa, por Matt.
Como habían acordado, al día siguiente, Matt se fue temprano a recogerla.
– Estaré aquí a las siete menos cuarto -dijo él cuando llegaron a la oficina de Taryn-. ¡Eres una joya!
– Ya… -Taryn salió corriendo.
Como Jake no estaba y ella no quería que todo el mundo viera el vestido, lo llevó al cuarto de baño con la bolsa de zapatos y de ropa interior. Kate llamó para preguntar qué tal iban las cosas y Taryn notó, por la voz, que no había mejorado.
– No te preocupes por nada. Preocúpate sólo de ponerte bien. Lo tengo todo bajo control.
A la hora de comer se tomó el consabido sándwich y siguió trabajando sin parar. A las seis y veinticinco, comprobó con orgullo que había terminado todo el trabajo. Como no quería hacer esperar a su primo, fue a arreglarse. Había pensado hacerlo en el cuarto de baño del personal, pero, apremiada por el poco tiempo que tenía, se fijó en la ducha de Jake. Primero rechazó la idea, pero luego pensó que ese día había trabajado como una mula para él. Sabía que él tenía una reunión concertada para el lunes a las nueve y media. Podría llevarse la toalla, lavarla y volver a dejarla antes de que él volviera de la reunión. No le dio más vueltas y se metió en la ducha. Tenía que darse prisa porque Matt estaría esperándola. Salió como nueva, pero casi se le paró el corazón. Se quedó atónita, roja como un tomate y cubierta sólo por unas gotas de agua.
– ¿Qué…? No deberías…
Estaba tan aturdida que no podía comprender qué hacía Jake Nash allí. Él también parecía impresionado, pero sus ojos grises le recorrían todo el cuerpo desnudo.
– Si fuera tú, me pondría algo encima -le propuso delicadamente-. Además, vas a resfriarte si te quedas así.
Nunca se había sentido tan ardientemente abochornada, pero antes de poder reaccionar, Jake le acercó una toalla. Sin decir nada más, se fue de la habitación y la dejó sola.
¿Cómo iba a volver a mirar a la cara a Jake? En ese momento, le daba igual haber usado su ducha. Sólo le importaba que la había visto completamente desnuda. Taryn se secó y empezó a vestirse. Se maquilló levemente y se dejó el pelo suelto con la esperanza de que Jake hubiera tenido el detalle de marcharse. Aunque no había ningún motivo para que lo hubiera hecho.
Apremiada por estar sentada en la cena a las siete y media, salió del cuarto de baño con la ropa usada colgada en una percha. Entró en el despacho de Jake y lo vio sentado detrás de su mesa. No estaba trabajando. Se puso más colorada que el vestido rojo, sin tirantes y ceñido al busto que llevaba. Él se levantó.
– No sé qué decir -dejó escapar ella con un hilo de voz.
– Evidentemente, esta noche tienes un buen plan.
– No tenía tiempo de ir a casa a cambiarme.
– Ya me he dado cuenta de eso -replicó él irónicamente.
Taryn sintió una punzada de irritación.
– Tengo que irme. Matt está esperándome fuera.
– Supongo que tengo que agradecerte que no lo invitaras a subir para que te frotara la espalda -el tono fue muy mordaz.
Taryn volvió a sentir ganas de pegarle.
– Será mejor que me vaya.
Taryn salió del despacho y, ante su asombro, Jake salió detrás. Además, mientras esperaban al ascensor, le tomó la percha con la ropa usada. Entraron en el ascensor y ella exclamó:
– ¡Me he olvidado la toalla!
– No te sigo.
– La toalla que he usado. Pensaba llevármela a casa, lavarla y traerla el lunes.
– Así, yo no me enteraría -comentó él con tono burlón-. Yo no me preocuparía, el departamento de limpieza se ocupará.
– Buenas noches -le deseó ella cuando llegaron a la planta baja.
Taryn quiso recuperar la percha, pero él no hizo amago de dársela. Jake cruzó el vestíbulo y Taryn comprendió que tendría que presentarle a su primo. Hacía una noche preciosa y todavía había luz. Taryn vio a Matt. Él también los vio y salió del coche inmediatamente.
– Siento haberte hecho esperar -se disculpó ella.
– Merece la pena esperarte -contestó él antes de darle un beso en la mejilla.
– Te presento a mi jefe, Jake Nash. Él es Matthew Kiteley.
Iba a haber añadido que era su primo, pero los dos hombres se estrecharon la mano y Matt se hizo cargo de la percha. Entonces, Taryn pensó que no tenía por qué decírselo, como si ella no pudiera quedar con un hombre un viernes por la noche…
Lo pasó muy bien. Matt le presentó a todo el mundo y tampoco dijo que eran primos.
– Gracias, Taryn -dijo él cuando la llevó de vuelta a casa-. Creo que ya no voy a volver a ver ninguna mirada de compasión.
Ella pensó que exageraba. Había notado que todo el mundo lo apreciaba mucho.
– Cuando quieras… cariño.
Se despidieron con unos besos en las mejillas y ella entró en su casa.
El sábado se propuso firmemente buscar un alojamiento, pero sabía que no estaba en la mejor disposición para buscarlo. Cada dos por tres, se le aparecía la imagen de Jake que entraba en el cuarto de baño. ¿Tendría que disculparse? ¿Se había disculpado ya? No podía recordarlo y no le extrañaba. Sólo podía acordarse de que él había entrado en el baño y ella se había quedado paralizada y como Dios la trajo al mundo.
Cuando llegó a la oficina el lunes, todavía no sabía qué hacer sobre las disculpas.
Se alegró de ver a Kate porque evitaría tener que pasar todo el día a solas con Jake. Seguía teniendo mal aspecto, pero había mejorado notablemente. Sin embargo, el jefe, quizá para no cargarla con demasiado trabajo, llamó a Taryn cuando tuvo que dictar una cosa. Ella había decidido que se había pasado el momento de disculparse. Pero nada más sentarse, preparada para tomar notas, levantó la cabeza y se dio cuenta de que el que no estaba preparado era él. Jake también la miró y Taryn notó que se sonrojaba.
– Espero que lo pasaras bien el viernes por la noche.
– Siento lo que pasó. Me refiero a lo de la ducha.
– Fue… mmm… toda una revelación -susurró él con desenfado.
Ella volvió a sonrojarse al ver el brillo perverso en sus ojos.
– No volverá a pasar -afirmó ella con timidez.
– No sé por qué, pero lo sospechaba -replicó con una sonrisa.
Ella no contestó. Se limitó a mirarlo dando a entender que daba por zanjada esa conversación y que estaba preparada para tomar notas.
– ¿Qué hay entre Matt Kiteley y tú?
Ella levantó la cabeza como impulsada por un resorte y comprobó que Jake no sonreía.
– ¿Qué quieres decir?
– Yo creía que los hombres casados perdían el tiempo contigo hasta que se hubieran divorciado. Él sigue llevando anillo.
– Seguramente no querría correr el riesgo de olvidarse de ponérselo antes de volver a su casa -respondió dispuesta a que él pensara lo que quisiera.
– A Martin y Black…
Jake empezó a dictar a una velocidad que Taryn casi no podía seguirlo. Cuando se sentó para mecanografiarlo, pensó que se alegraría mucho de que Jake volviera a tener trabajo en el extranjero.
Eso pensó, pero tuvo que replanteárselo cuando el miércoles, después de que volviera a pedirle que reservara una mesa para dos el sábado, en Raven esa vez, le dijo que el jueves y el viernes tenía unas reuniones en Italia. En cierto sentido, le fastidió la idea de que él no estuviera.
– ¿Quieres que te haga las reservas de hotel? -preguntó ella.
– Si fueras tan amable… Kate sabe dónde me gusta alojarme. Reserva dos habitaciones -añadió él para desasosiego de Taryn.
– ¿Dos? -preguntó ella antes de poder evitarlo.
Se sintió dominada por una sensación de náusea, aunque también sabía con certeza que le daba igual quién fuera la mujer que iba a llevar. Sin embargo, lo más sorprendente era que reservara otra habitación.
– Dos -confirmó él-. Si no te importa, prefiero que tengas tu propia habitación -añadió él para pasmo absoluto de Taryn.
– ¿Que voy a Italia contigo…?
– Kate no puede ir -replicó él lacónicamente.
Taryn comprendió que prefería que ella tuviera su propia habitación y que también habría preferido que hubiera ido Kate. Kate le había comentado durante la entrevista que de vez en cuando lo acompañaba al extranjero, pero ella nunca pensó que llegaría a sustituirla.
– ¿Habremos vuelto el viernes por la noche? -preguntó ella como si tal cosa.
– ¿Por qué? ¿Tienes algún otro hombre casado mordiéndose las uñas? -preguntó él con un tono muy desagradable.
– Lo reservo para el sábado -contestó ella con dulzura-. ¿Quieres algo más?
– Kate te pondrá al tanto del viaje -contestó él ariscamente.
La cabeza le daba vueltas cuando se fue de la oficina. Kate se había ocupado de las reservas y le había propuesto que se llevara el ordenador portátil.
– A veces, a Jake le gusta repasar lo que has anotado durante el viaje de vuelta. Así que cuantas más cosas mecanografíes, mejor.
– ¿Estarás bien tú sola? -preguntó Taryn.
– Jake me ha dicho que si me siento desbordada, me traiga a Dianne Farmer para hacer el trabajo más arduo.
Taryn sabía que tendría que sentirse muy desbordada para pedirle a Dianne que la ayudara. Cuando llegó a su casa, también sabía que realmente quería ese puesto. Le encantaba el trajín, el trabajo y, efectivamente, también le encantaba él cuando no se portaba como un bárbaro. Además, quería tener una carrera profesional como secretaria de dirección y ése era el mejor sitio para adquirir experiencia.
A la mañana siguiente, cuando iba hacía el aeropuerto, llevaba un traje azul marino.
– Taryn… -la saludó amablemente Jake mientras la miraba de arriba abajo-. ¿En forma?
Ella no estaba segura, pero sí sabía que él parecía en forma, aparte de atractivo, mundano y sofisticado. El corazón se le desbocó y se sintió desarmada.
Fueron directamente al hotel en cuanto aterrizaron, pero se quedaron sólo lo justo para dejar las bolsas. Los llevaron a la empresa Bergoni y a partir de ese momento todo fue trabajo y más trabajo. Cuando fueron a comer, Jake siguió hablando de trabajo con el director de la empresa y ella se sentó al lado de su secretario, un hombre de veinte muchos años que se llamaba Franco Causio y que, sin dejar de hacer su trabajo, la invitó a salir esa noche.
– Me temo que voy a estar ocupada -contestó ella que había captado la mirada de enojo de Jake.
Esa tarde, cuando volvían al hotel, Jake demostró que no se le escapaba nada.
– ¿Estabas haciendo planes para ver a Causio? -preguntó sin mucho apasionamiento.
– Lo he rechazado. No sabía si sería apropiado.
– ¿Porque estábamos hablando de contratos?
– Le dije que iba a tener trabajo.
– Si no me equivoco, te ha invitado a quedar después, quizá a una cena a última hora…
Él había suavizado el tono y ella le sonrió.
– No se te escapa nada, ¿verdad?
Una vez en el hotel, Jake se fue a su habitación y ella a la suya. Tenía que empezar a escribir en el ordenador las notas que había tomado, pero la cama era una tentación. Había trabajado muchísimo ese día. Se puso ropa cómoda y se tumbó con la intención de descansar cinco minutos. Le pareció que estaba bastante contenta con su primer trabajo en el extranjero. Recordó con orgullo que Jake la había presentado como una secretaria de dirección experimentada y la mejor ayudante de Kate. Se dio cuenta de que estaba sonriendo al acordarse de Jake. Aparte del pequeño roce porque no le había gustado la invitación de Franco, se habían llevado bien. Esperaba que él no siguiera prefiriendo que lo hubiera acompañado Kate. Cerró los ojos. Él…
Taryn se despertó una hora más tarde. Tenía mucho trabajo, pero también tenía mucho tiempo por delante. Se duchó y se lavó el pelo con calma. Entonces, decidió que no tenía sentido volver a vestirse y se puso la ropa interior y una bata.
Una hora más tarde estaba tecleando en el ordenador portátil cuando alguien llamó a la puerta y dio un respingo. Fue a abrir y se encontró con Jake. Se sintió pudorosa por lo que llevaba puesto, aunque él la había visto con menos.
– Hola -saludó ella con voz áspera.
– Taryn… -replicó él como si también lo hubiera pillado con la guardia baja-. Estás guapísima.
El corazón le dio un vuelco, pero supo al instante que él se había arrepentido de haber hecho un comentario tan poco profesional. Lo supo porque se apartó de la puerta y puso un gesto serio. Ella intentó pensar en algún comentario desenfadado para que él se diera cuenta de que no se lo había tomado mal.
– Tendrás que mirarte la vista cuando volvamos, ¿no?
Él se tranquilizó y se rió.
– Yo ya estoy preparado para la cena. ¿Cuánto tardarás?
Taryn lo miró fijamente. Había comido muy abundantemente y no había pensado en ir a cenar, pero era evidente que él esperaba que lo acompañara.
– La verdad es que no tengo hambre.
– Tienes que comer algo.
– No, de verdad. Si luego tengo hambre, pediré algo al servicio de habitaciones. Además, tengo que terminar el trabajo cuanto antes.
Jake pareció desconcertado, como si no estuviera acostumbrado a que alguien rechazara una invitación suya para cenar por culpa del trabajo.
– Como quieras.
Tardó un siglo en poder trabajar otra vez. Jake la había considerado guapísima… Sin maquillaje y el pelo de cualquier manera… ¡Y ella había rechazado cenar con él! Taryn reconoció que tenía una sensación muy especial cuando estaba cerca de él. Acababa de dominarse cuando sonó el teléfono. Era el servicio de habitaciones…
– El señor Nash nos ha dicho que quería pedir algo…
Si bien pensó que él lo habría hecho para que comiera y siguiera rindiendo como secretaria, también pensó que era un encanto por acordarse de ella.
– Un… sándwich de queso y un café, por favor.
A la mañana siguiente, Jake hizo todo lo posible por demostrarle que no había habido nada personal ni en su comentario sobre su belleza ni en su afán por que ella comiera. Se mostraba cortés cuando había alguien alrededor, pero no estando a solas no podía ser más frío.
A ella le pareció bien. Tendría que haberse vuelto loca para pensar que era un encanto. Alrededor de las cuatro de esa tarde volvieron al aeropuerto. Ya se había deshecho del montón de papeles que había mecanografiado la noche anterior, pero todavía le quedaba otro montón para cuando se sentara en su mesa el lunes. No obstante, como si desdeñara sus esfuerzos, Jake se pasó todo el vuelo tomando sus propias notas. Como, además, tampoco había estado amable, se alegró de no tener que volver a verlo hasta el lunes.
– ¿Tienes cómo ir a tu casa? -se dignó a preguntarle Jake cuando aterrizaron.
– Sí, gracias -habría contestado lo mismo aunque hubiera tenido que ir andando.
– Gracias por tu trabajo de estos días.
Ella notó que estaba ablandándose y no quería hacerlo.
– Para eso me pagas -replicó educadamente antes de marcharse.
En el coche, de vuelta a su casa, se reconoció que se encontraba rara. Era él, pero no sabía por qué tenía esa influencia en sus sentimientos.
Afortunadamente, su madrastra había contratado a otra ama de llaves, la señora Ferris. Una mujer de mirada implacable que estaba en la casa cuando Taryn entró. Taryn pudo predecir las batallas que se avecinaban entre el ama de llaves y Eva, pero la presencia de la señora Ferris hizo que su vida fuera mucho más cómoda. El sábado tuvo tiempo para repasar las notas que había tomado y seguía repasándolas cuando llamó su tía Hilary.
– ¿Vas a hacer algo esta noche? -preguntó su tía-. Ya sé que estás libre de tareas domésticas.
– ¿Conoces a la señora Ferris?
– La he buscado yo. Es una mujer imponente. Demasiado buena como para desperdiciarla con alguien que no sea Eva.
– ¡Eres incorregible! -Taryn se rió.
– Tengo un problema.
– ¿Cuál? ¿Puedo hacer algo?
– Sí. Es mucho pedir, pero necesito una recepcionista de hotel esta noche. Sólo son unas horas. Parece que nadie está dispuesto a ir por tan poco tiempo. Yo me he comprometido…
Taryn tampoco quería hacerlo, pero la lealtad familiar hizo acto de presencia y comprendió que no tenía escapatoria.
– ¿Sabes que no tengo ni idea de lo que hace la recepcionista de un hotel?
– Eso no será un inconveniente.
Hilary, con un tono de alivio evidente, le explicó que el hotel Irwin tenía reservado un acto importante para esa noche, pero se había quedado sin parte del personal por un brote de gripe y el señor Buckley, el director, se conformaba con que hubiera alguien presentable en la recepción.
– ¿Sólo tengo que estar ahí durante unas cuantas horas?
– Sólo eso… lo prometo. A lo mejor tienes que dar alguna llave y registrar a alguien, pero no esperan clientes nuevos a esa hora de la noche; aparte de los que vayan a ese acto. Es una cena importante y es posible que tengas que indicarles dónde está el salón, aunque estará señalizado.
Taryn no se creía que fuera tan sencillo.
– ¿Habrá alguien conmigo?
– Hay un novato sin gripe. Él te enseñará lo fundamental, pero no tendrás que hacer casi nada.
Taryn tomó nota de la dirección y se despidió de su tía. No le apetecía nada el panorama, pero Hilary se había portado siempre muy bien con ella. Incluso le había proporcionado el trabajo con Osgood Compton. Si no lo hubiera hecho, nunca habría conocido a Jake y Jake… estaba permanentemente en su cabeza.
Al cabo de un rato, volvió a sonar el teléfono y supuso que sería su tía con alguna instrucción que se había olvidado.
– ¡Hola!
Se quedó helada. Era Jake.
– Te necesito aquí -dijo él sin más preámbulos.
– ¿Cómo? ¿En la oficina?
– En mi casa -contestó él lacónicamente-. Pasa algo con las notas que me has hecho… no las entiendo bien… Quiero repasarlas contigo.
Él llevaba toda la semana trabajando y seguía trabajando. ¿No paraba nunca? Aunque ella sabía que esa noche iba a cenar al Raven…
– ¡Ya las he repasado yo! -se quejó ella.
Sin embargo, también sintió unas ganas irrefrenables de dejar lo que estaba haciendo, que no era gran cosa, y de ir a verlo.
– Bueno, creo que te has saltado algo.
Ella estaba segura de que no se había saltado nada, pero también sabía que el jueves por la noche, cuando terminó el trabajo, estaba agotada.
– Intentaré ir.
Taryn sabía que con el astronómico sueldo que le pagaba, estaba obligada a ir.
– ¿Lo intentarás…?
Él lo dijo con brusquedad y ella lo detestó, pero no estaba dispuesta a ceder.
– ¿Cuánto tiempo crees que tardaremos? -preguntó ella con tono retador.
– Lo que haga falta, pero no es necesario que traigas cepillo de dientes -contestó él.
¡Iba listo! A las siete tenía que estar en el hotel Irwin. Colgó y volvió a descolgar.
– Ha surgido una cosa -le explicó a su tía-. No debería pasar nada, pero existe la remota posibilidad de que llegue un poco tarde al hotel Irwin. Iré con toda seguridad, pero, por si acaso…
– Llamaré al señor Buckley y se lo diré. Quiero que vea que mi agencia es muy seria.
Taryn, con el maletín, el ordenador portátil y una falda negra en el asiento trasero, además de una blusa blanca en una percha, se sentía echa un lío mientras iba a casa de Jake. Se sentía atraída por él, aunque en ese momento lo detestaba. Su casa estaba en una zona muy selecta de Londres y tardó veinte minutos en aparcar.
– Pasa -la invitó él cuando abrió la puerta-. ¿Quieres beber algo? -preguntó una vez en el vestíbulo.
– No gracias -eran casi las cinco y tenía que salir pitando.
– ¿No has avisado de que llegarás tarde a tu cita?
– Él esperará -contestó con una dulzura sarcástica.
Jake gruñó algo y la acompañó al despacho. Empezaron a repasar las notas manuscritas para contrastarlas con el texto mecanografiado.
– ¡Ah…!
Estaban llegando al final cuando él le enseñó el error. Era un baile de letras mínimo, pero el significado cambiaba completamente. Jake le ordenó que volviera a escribirlo, se levantó y miró el reloj.
– Tengo que ducharme y cambiarme. Si quieres hacerte un sándwich…
– Me quitaría las ganas de cenar -ella también miró el reloj. ¡Eran las seis y media!
– En ese caso… -murmuró él mientras se marchaba.
¡Tenía que volver a escribirlo todo! Enchufó el ordenador portátil y a los veinte minutos ya tenía corregidas e impresas las últimas siete páginas. No podía perder más tiempo. Dejó todo el documento donde él pudiera verlo, se guardó las notas manuscritas en el maletín y se marchó como una flecha sin despedirse.
Taryn llegó al hotel a las siete y veinte. Con la falda y la blusa en la mano, fue al mostrador de recepción donde la esperaban un chico y una mujer mayor, que resultó ser la señora Buckley, la mujer del director.
– Siento el retraso -se disculpó-, pero parece que tienen la recepción cubierta y no me necesitan.
– Creíamos que no vendría, pero necesitamos toda la ayuda posible -replicó la señora Buckley-. Una camarera está de baja. ¿Ha trabajado alguna vez de camarera?
Antes de darse cuenta, estaba en el salón de banquetes con la falda negra, la blusa blanca y un delantal también blanco. Había perdido práctica, pero pronto se adaptó. El salón estaba repleto. Casi todos eran hombres de negocios, pero no tenía tiempo para mirarlos. No lo tuvo hasta que se sirvió el primer plato y ella y los demás camareros volvieron a sus puestos. Taryn comprobó que los comensales que le correspondían no necesitaban nada y echó una ojeada alrededor. Sintió como un fogonazo. Abrió los ojos como platos por el espanto y se quedó clavada en el suelo. Uno de los comensales no hacía ningún caso a la comida y la miraba muy fijamente y con expresión de pasmo. Era Jake. ¿Qué hacía allí? ¡Tenía que estar en el Raven! Quiso salir corriendo, pero tenía que pensar en la reputación de la agencia de su tía. Se consoló al pensar que, por lo menos, no tenía que servir su mesa, pero también supo que aquello tendría consecuencias.
Cuando empezaron a servir los cafés y algunos comensales se levantaron, Taryn sintió la necesidad de esconderse. Había terminado de pasar la última ronda de café e iba a entrar en la cocina cuando lo oyó muy pegado a su oído.
– ¡Ya sé qué haces los fines de semana!
Taryn, rabiosa, lo miró a los ojos, pero él la miraba sin alterarse y sin expresar nada. Ella entró en la cocina, pero sabía que la cosa no acabaría ahí.