MIENTRAS daba de desayunar a Alice, Clare pensó con cierta amargura que le parecía muy bien que Gray se preocupara por los sentimientos de Lizzy, pero… ¿y los de ella?
Era como si una piedra le obstruyera la garganta, pero se negaba a llorar. No iba a hacer una escena. Si se abandonaba a las lágrimas y los celos haría el ridículo y avergonzaría a Gray. A pesar de todo lo sucedido, Clare no quería que algo así ocurriera. No después de lo que había pasado la noche anterior.
Al fin y al cabo era culpa de ella, por empeñarse en creer que hacer el amor llegaría a significar para Gray tanto como para ella. No le había parecido tan absurdo pensarlo cuando Lizzy estaba aún comprometida con Stephen, pero ya era libre, todo había cambiado.
Mientras terminaba de dar de desayunar a Alice, que por una vez comía sin rechistar, Clare deseó poder hacer retroceder el tiempo y no haber ido a la cocina para encontrarse a Gray y Lizzy abrazados.
Tenía dos opciones, bien actuar como la esposa agraviada y agobiar a Gray con exigencias poco razonables de que no tuviera nada que ver con su más querida amiga de la infancia, o bien salvar lo que le quedaba de orgullo y fingir que le daba igual lo que hiciera y a quién amara.
Cuando Gray volvió a entrar en la cocina, Clare estaba limpiándole la cara y las manos a Alice con un trapo húmedo.
– Lamento lo sucedido -le dijo él, con cuidado, buscando la expresión de sus ojos.
– No necesitas disculparte -le respondió con indiferencia.
– Me levanté al oír a Alice, y la bajé a la cocina para no despertarte. Te iba a llevar el desayuno a la cama, pero me encontré con Lizzy hecha un mar de lágrimas y no iba a dejarla así.
– Claro que no -respondió Clare-. No tienes por qué darme explicaciones.
– Eres mi esposa y tienes todo el derecho a molestarte por encontrarme con otra mujer.
– Pero no soy una esposa de verdad, ¿no es así, Gray? -Clare quitó el babero a Alice y, tras levantarla de la silla, la dejó en el suelo con una caja de plástico en las manos para que jugara-. Si nos hubiéramos casado en circunstancias normales, supongo que me habría molestado, pero en este caso no creo que sea asunto mío. Entiendo cómo te debes haber sentido.
– ¿De verdad? -le preguntó con sarcasmo-. ¿Y cómo me sentí?
Clare lo miró con valentía.
– Bueno, supongo que pensaste que era una lástima que Lizzy no se hubiera decidido a romper su compromiso hasta el día después de tu boda.
Gray la miró un momento sin saber qué hacer y después se acercó al fregadero para llenar la hervidora de agua. La encendió y, cuando se dio la vuelta, ya volvía a ser el mismo hombre controlado de siempre, aunque las minúsculas pulsaciones de un músculo en su mentón delataban los esfuerzos que estaba haciendo para mantener la calma.
– Pues te aseguro Clare que no es eso lo que pensé -le dijo con frialdad-. Simplemente sentí lástima por lo disgustada que estaba Lizzy. Romper un compromiso no es una decisión fácil de tomar.
– Bueno, ella debería saber cómo hacerlo -le dijo, con sarcasmo-. ¡Tiene mucha práctica!
– ¡No estás siendo justa! -le respondió enfadado.
– ¿Ah, no? -aclaró el trapo bajo el grifo y lo retorció con una fuerza innecesaria-. ¿Acaso eres más justo tú cuando la animas a seguir esperando a su príncipe azul? Deberías haberle dicho la verdad, Gray. Entonces no pensaría que tenemos una relación tan maravillosa, ¿verdad? ¡Sabe Dios de dónde habrá sacado esa idea!
– Simplemente ha percibido la atracción sexual que hay entre nosotros -le respondió Gray con frialdad, mientras sacaba el café del armario. Miró a Clare que se había quedado muy quieta al lado del fregadero-. Eso no se puede negar. No después de lo de anoche.
Clare se ruborizó y levantó la barbilla.
– No iba a negarlo, pero ser compatibles en la cama no convierte el resto de la relación en perfecta.
– ¡Clare, te aseguro que eso no tienes que recordármelo! -le dijo, con frialdad-. Sin embargo, la atracción sexual es importante y ni toda la amistad o el respeto del mundo pueden sustituirla. Si no existe entre Lizzy y Stephen es que él no es el hombre apropiado para ella.
Clare estaba deseando que terminara aquel día que tan bien había empezado. A medida que avanzaba la mañana un gran número de gente, que el día anterior había encontrado dónde dormir, apareció frotándose los ojos. Encantada de poder hacer algo que la mantuviera ocupada y no la dejara pensar, Clare les ofreció una comida y después fue con Alice a despedirlos a la pista de aterrizaje donde, una tras otra, fueron despegando todas las avionetas.
Lizzy fue la última en marcharse. Conocía a todo el mundo y no le fue difícil que la llevaran hasta el aeropuerto de Mathinson, desde donde podía tomar un avión de vuelta a Perth.
– Lamento tanto lo sucedido antes -dijo a Clare, mientras la abrazaba-. No pretendía estropearte la mañana.
– No importa -le respondió Clare, con los labios apretados.
– Os habéis portado de maravilla -siguió diciendo Lizzy, abrazando a Gray esta vez-. Tenéis mucha suerte de estar juntos. En cuanto a ti -tomó a Alice en sus brazos-, eres una preciosidad.
Encantada como siempre de ser el centro de atención, Alice sonrió y se apretó contra Lizzy, que la besó con cariño.
– Es un bebé encantador. Cuando queráis tener una luna de miel como Dios manda, estaré encantada de venir a cuidar de ella, mientras estáis fuera.
– Pero… ¿y tu trabajo? -le preguntó Clare, sorprendida.
– Gray tenía razón cuando me dijo esta mañana que una taza de café me vendría bien -le dijo Lizzy, alegremente-. He pensado mucho desde entonces y creo que es hora de que se produzcan algunos cambios en mi vida. Me ha gustado mi trabajo, pero lo llevo haciendo un montón de tiempo y ya me aburre. En cuanto regrese, dimitiré y me pondré a buscar algo diferente, así que tendré tiempo para venir y ayudaros, si me necesitáis.
Gray miró el rostro inexpresivo de Clare.
– Es muy amable por tu parte, Lizzy -le dijo-. Tal vez te tomemos la palabra. Por el momento no nos podemos ir… pero tal vez cuando regrese Jack.
Clare pensó que seguía siendo un actor excelente, porque nunca se irían de luna de miel. Ella regresaría a Inglaterra y Gray tendría la excusa perfecta para que Lizzy volviera a Bushman's Creek para ocupar su lugar. Se despidió de los últimos invitados, con una sonrisa forzada en los labios y asintiendo cada vez que le decían lo feliz que debía estar por haberse casado con un hombre tan estupendo.
Se sintió muy aliviada al ver desaparecer en el cielo la última avioneta y poder dejar de sonreír. Clare se quedó sola en aquel desierto rojizo, con Gray y Alice, mirando al cielo hasta que las avionetas se convirtieron en un pequeño punto en la distancia y se volvió a hacer el silencio sobre Bushman's Creek.
Después de todo el barullo, Alice se mostró cansada e irritable el resto del día. Clare comprendía cómo se sentía y deseó poder gritar y tirar cosas como hacían los bebés. Para cuando pudo acostar a Alice aquella noche estaba exhausta.
– Creo que me voy a la cama -le dijo, después de que Gray le ofreciera un café tras una cena que había transcurrido en completo silencio. Era el día libre de los trabajadores y habían aprovechado para marcharse al pub de Mathinson, así que estaban solos. Los dos habían hecho un tremendo esfuerzo por aparentar normalidad, pero parecían no tener nada de qué hablar-. Estoy cansada -le dijo Clare.
– Todos estamos cansados -admitió él, con cierta desolación en el tono de voz.
Por lo menos era una excusa para tumbarse en la cama sin tocarse. Clare pensó en volver a su antigua habitación, pero solo conseguiría poner en evidencia ante Gray lo dolida que estaba, y eso no podía consentirlo. Tal vez el orgullo fuera un pobre consuelo, pero era lo único que le quedaba.
Así que cuando Gray entró en la alcoba, fingió estar dormida y permaneció echada de espaldas a él.
Le pudo oír trajinar por la habitación. Habría deseado estar dormida, pero, ¿cómo iba a poder relajarse si la oscuridad vibraba con los sonidos que emitía al desvestirse? Podía imaginárselo claramente sacándose la camisa de los pantalones, desabrochándose el cinturón, quitándose las botas… Apretó los ojos con fuerza para tratar de apartar aquellas seductoras imágenes de su cabeza.
Notó como se hundía la cama bajo su peso, cuando se acostó a su lado, y se puso tensa, deseando y temiendo a la vez que la tocara, porque sabía que se entregaría a él por completo en cuanto lo hiciera. Notó que la miraba y dudaba, pero ninguna voz profunda murmuró su nombre para comprobar si estaba despierta, ninguna mano se deslizó seductora sobre la curva de su cadera, ni sintió que la besaban en el hombro, hasta que, ardiente de deseo se daba la vuelta para perderse en sus brazos.
Le dolía el cuerpo de cansancio, pero estaba demasiado triste y agotada para relajarse, y apenas se había adormecido un poco cuando el llanto de Alice la despertó y le hizo saltar de la cama. Al final ninguno de los dos durmió mucho, porque en cuanto Clare o Gray se volvían a echar, Alice empezaba a llorar de nuevo y así durante toda la noche.
Como la situación continuó las noches siguientes, Clare empezó a temer que Alice pudiera estar enferma, y Gray lo dejó todo para llevarlas al médico en Mathinson.
– Solo se trata de una fase -les había dicho el médico, añadiendo que se le pasaría y que no había motivo alguno de preocupación, pero para entonces Clare lo que más deseaba en el mundo era poder dormir una noche entera.
Gray y ella se turnaban para atender a la niña, pero aun así, se sentía como un zombi todo el día. Le dolía la cabeza, era incapaz de pensar como es debido y se encontraba torpe: tiraba harina por el suelo, ponía azúcar en las salsas en vez de sal o se encontraba a sí misma en medio de la cocina con una cebolla en la mano, preguntándose qué iba a hacer con ella.
Curiosamente, Clare estaba de algún modo agradecida a aquellas noches agotadoras, porque como se encontraba exhausta, le resultaba más fácil volverse a comportar de un modo normal con Gray. Ambos estaban demasiado cansados para hablar o pensar siquiera, y por lo tanto no existía tensión entre ellos cuando se dejaban caer en la cama, deseosos de dormir cuanto más mejor, antes de que Alice los hiciera levantarse una y otra vez.
Justo cuando empezaban a olvidar lo que era no estar agotados, vieron que el médico tenía razón al decir que solo se trataba de una fase, porque Alice volvió a dormir como de costumbre. Aturdidos y agradecidos por aquel respiro, al principio Clare y Gray se preocuparon más por recuperar el sueño perdido y volverse a sentir humanos de nuevo que por hablar de su relación, y después, cuando regresaron a la rutina habitual, Clare decidió que era mejor dejarlo estar, porque además no merecía la pena hablar de ello, ya que no se podía hacer nada para cambiar las cosas. Tal vez no fuera tan malo que no la amara, al fin y al cabo compartía el lecho con él.
No era la situación perfecta, pero, ¿no le había dicho ella a Lizzy que ninguna relación lo era? Estaban juntos y Alice ya no se despertaba por las noches. Eran motivos suficientes para sentirse feliz.
Llevaban casados exactamente un mes cuando llegó la carta.
Aquella mañana Gray había ido a Mathinson. Clare estaba barriendo el suelo de la cocina cuando oyó llegar la camioneta. Estaba acostumbrada a que el corazón le diera un vuelco cada vez que sentía su proximidad, y para cuando apareció en la puerta, con la caja de comestibles que le había encargado en las manos, ya había conseguido tranquilizarse y estaba lista para comportarse con una tranquila cordialidad.
– ¡Hola! -le dijo, tratando de sonar alegre y siguió barriendo para que no pareciera que se había pasado toda la mañana pendiente del sonido de la avioneta-. ¿Lo has traído todo?
– Excepto los champiñones frescos. No había, así que los compré en lata.
– Muy bien.
Últimamente siempre se comportaban así: de modo educado, amistoso. No era que estuvieran tensos exactamente, pero mantenían las distancias, como si ninguno de los dos se atreviera a bajar la guardia por completo.
Alice llegó hasta las botas de Gray y empezó a tirarle de los pantalones hasta que él la tomó en brazos y empezó a jugar con ella, tirándola por el aire. Todavía sonriendo por el júbilo de la niña, miró a Clare y la vio contemplarlos con una sonrisa en los labios, tan relajada que se había olvidado de que tenía la escoba en la mano.
Sus ojos se encontraron y dejaron de sonreír inmediatamente, mientras el aire entre ellos parecía evaporarse y dejaba un silencio irrespirable y cargado que produjo en Clare un temblor incontrolable. Aunque lo hubiera intentado no habría podido apartar la mirada.
Por supuesto fue Alice quien, sin pretenderlo alivió la tensión.
Decepcionada al ver que el juego parecía haber terminado y que Gray ya no le prestaba atención, le aplastó la nariz con la mano y después le apretó el labio inferior para obligarlo a mover la cabeza para todos los lados. Encantada por el éxito de su estrategia, Alice le dedicó una de sus encantadoras sonrisas.
Gray la miró con el ceño fruncido, fingiendo estar enfadado con ella, pero lejos de asustarse se limitó a acurrucarse en su hombro y para cuando volvió a mirar a Clare, esta ya había vuelto a ponerse a barrer, la cara oculta bajo sus largos cabellos negros.
– Recogí el correo en el pueblo -le dijo, minutos después-. Hay cartas para ti.
– Muy bien -dejó el cepillo y el recogedor y se acercó a la caja, sobre la que se amontonaban las cartas. Empezó a revisarlas una a una con las manos un poco temblorosas. Había una del banco, un par de sus amigos y…
Clare se quedó helada al reconocer la escritura del sobre.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó Gray, que debía de haberla estado observando con más atención de la que pensaba.
– Es de Mark -respondió con una voz extraña.
Se quedó mirando fijamente el sobre y pensó que hubo un tiempo en que solo ver la escritura de Mark hacía que su corazón latiera a toda velocidad, en que hubiera dado cualquier cosa por saber de él. Sin embargo, en aquel momento lo único que se preguntaba era cómo habría averiguado su dirección.
Clare se sentó en una silla y empezó a dar vueltas al sobre. Era de Mark, el hombre que había amado y que la había amado. Se preguntó si no debería sentir algo más intenso.
– ¿No la vas a abrir? -la brusquedad de Gray la sobresaltó y solo acertó a asentir con la cabeza. Respiró profundamente, abrió el sobre y sacó la carta.
Mientras Clare leía la misiva, el silencio fue absoluto. Cuando terminó, dejó las cuartillas sobre la mesa y miró a Gray, con ojos inexpresivos.
– ¿Y bien?-preguntó, con bastante brusquedad-, ¿qué es lo que quiere?
Su evidente hostilidad hizo salir a Clare de su aturdimiento.
– Quiere que regrese -le dijo.
– ¿Que regreses? ¿Por qué?
– Porque me ama.
– Se supone que debería amar a su mujer -dijo Gray con un tono tan hiriente que Clare apretó los labios y levantó la barbilla.
– ¡Pues tú no amas a la tuya! -le respondió, con frialdad.
Se sostuvieron la mirada un momento, desafiantes, hasta que Gray la retiró y después dejó a Alice en el suelo, que corrió a jugar otra vez con el recogedor y el cepillo.
– Es diferente en nuestro caso.
– Ahora también en el de Mark -los ojos plateados brillaron desafiantes. Se dio cuenta de que si había esperado por un momento que él negara su acusación y declarara de repente que la amaba estaba muy equivocada.
– ¿Qué quieres decir?
– Mark está en trámites de divorcio -le dijo, con frialdad-. Dice que su mujer y él lo han intentado, pero que al final han llegado a la conclusión de que su matrimonio no volvería a funcionar.
– ¿Y sus hijos?
– No dice nada, pero los dos los adoran y seguramente tratarán de hacer que la separación sea lo menos traumática posible para ellos.
– Ya -Gray tomó sus cartas e hizo como si las estuviera revisando, cuidadosamente-. ¿Así que ahora que las cosas se han solucionado a su conveniencia, Mark espera que lo dejes todo y regreses con él?
– No, Mark no es así. Solo quería que supiera que me ama y que no ha podido olvidarme -le tembló la voz de repente y se preguntó por qué Mark no le había escrito antes, cuando habría dado cualquier cosa por oírselo decir a él y no a la persona fría y distante de ojos castaños que hacía que el corazón le latiera a toda prisa tan solo con tenerlo allí cerca, revisando el correo-. Quiere casarse conmigo -dijo, tras respirar profundamente.
– Bueno… eso es lo que tú deseabas, ¿no?
Le dolió profundamente la indiferencia con que lo había dicho.
– Sí, supongo que sí.
Gray dejó de fingir que revisaba la correspondencia y dejó caer las cartas, bruscamente sobre la mesa.
– ¿Te vas a casar con él?
– No puedo -respondió Clare, apartando la mirada-. Estoy casada contigo.
– Te prometí que anularíamos el matrimonio en cuanto quisieras -sus palabras sonaron como forzadas-. Si es lo que deseas ahora, no tienes más que decirlo.
Clare pensó, disgustada, que si quería terminar aquello, ¿por qué no lo decía claramente? Deseó levantarse y gritarle que estaba ciego si no veía que no quería marcharse, que deseaba que aquel matrimonio durara para siempre.
– Tenemos que pensar en Alice -fue lo único que pudo decir.
– Alice ya se ha acostumbrado a vivir aquí -le dijo Gray-. Ya ves lo feliz que es -dudó un momento-, si te quieres marchar, Lizzy puede venir a cuidarla. Anoche me dijo por teléfono que ha dejado su trabajo, y se ofreció a venir cuando quisiéramos. Todavía cree que nos vamos a ir de luna de miel, pero podríamos decirle la verdad. No se lo contaría a nadie.
Clare pensó que era evidente que estaba deseando desembarazarse de ella. De repente sintió nauseas y un dolor en el pecho. Le temblaron las manos al volver a doblar la carta de Mark para meterla de nuevo en el sobre.
– Gracias por el ofrecimiento -le dijo, con frialdad-, pero Alice es primordial para mí y me temo que no me voy a ir hasta no ver a Jack con mis propios ojos. Se lo prometí a Pippa y pienso cumplir mi promesa.
Incapaz de soportar la desilusión que estaba segura vería reflejada en el rostro de Gray, Clare evitó mirarlo, pero pudo sentir sus ojos penetrantes sobre ella, así que decidió observar a Alice, que se lo estaba pasando de lo lindo golpeando el cepillo contra el recogedor. Aquellos ojos la ponían nerviosa, no quería que viera la desolación en su rostro, ni como hacía esfuerzos para contener las lágrimas.
– ¿Qué le vas a decir a Mark? -le preguntó, con dureza.
Clare se miró las manos y pensó que, de quedarle algo de orgullo, le diría que si no fuera por Alice correría a reunirse con Mark, pero no pudo mentirle.
– No lo sé. Tengo que pensarlo.
Cuando se volvió a quedar sola, Clare intentó convencerse a sí misma de que lo que sentía por Gray no era tan fuerte, de que tal vez aquella necesidad dolorosa que tenía de él no era real, después de todo. Sola en aquel lugar tan aislado, con un hombre atractivo y un bebé, cualquier mujer podría haberse enamorado.
Cuando volviera a casa tras el regreso de Jack, seguramente se daría cuenta de que su amor por él no era lo que había pensado. Tal vez llegara a la conclusión de que Mark era el hombre que quería, después de todo. Y tras haber vivido en aquel aislamiento, volvería a descubrir el color, el ruido y la emoción de la ciudad y olvidaría a Gray. Quizás un día todo le pareciera un sueño y se riera de sí misma por haber creído enamorarse locamente de un hombre con el que no tenía absolutamente nada en común, un hombre que vivía al otro lado del mundo en un lugar al que ella no pertenecía.
Tal vez.
Clare se levantó y empezó a preparar la comida. Los hombres no tardarían en llegar y el día tendría que continuar, aunque ella se sintiera como si se le hubiera hundido el mundo bajo los pies. Por un momento creyó que Gray y ella habían recuperado la armonía, pero no podía haber dejado más claro que estaba cansado de aquel matrimonio y quería que se marchara a casa con Mark.
– No me quiero ir a casa -murmuró Clare, con desesperación, admitiendo la verdad. Por más que se repitiera que Londres volvería a gustarle, sabía que ya nada sería igual. Lo encontraría gris y vacío sin Gray. ¿Cómo iba a soportarlo sin su presencia?
Sabía que no debía martirizarse pensando en el futuro. Tenía tiempo todavía. Tal vez Jack tardara otros seis meses en regresar y Lizzy cambiara de opinión sobre Stephen. Quizá ella se llegara a convencer a sí misma de que, después de todo, deseaba regresar a casa.
Después de comer, Gray ordenó a sus empleados que repararan todas las vallas deterioradas y él se retiró a su despacho para trabajar con la correspondencia que había llegado aquella mañana. Clare acostó a Alice y se sentó en el porche con un libro. Normalmente aprovechaba la siesta de la niña para realizar las tareas que le requerían un poco más de concentración, pero aquella tarde estaba demasiado cansada para concentrarse en nada. El trabajo podía esperar.
Pero el libro permaneció abierto en su regazo, sin que pudiera leer una sola línea. Se quedó mirando al riachuelo y poco a poco la calma y la luz apaciguaron sus nervios. Sintiéndose ya más tranquila pensó que todo saldría bien, que mientras pudiera permanecer en Bushman's Creek todo iría bien.
Oyó sonar el teléfono, pero no se movió para responder. Gray estaba en casa así que podía seguir allí sentada y disfrutar de la quietud.
Cuando Gray abrió la puerta corredera de cristal, minutos después, ella se encontraba todavía sentada en aquel sillón en el que se habían besado tantas veces. Al oír la puerta se volvió y lo miró con sus enormes ojos grises.
Gray se quedó mirándola y algo en su expresión la hizo levantarse de inmediato. Un escalofrío premonitorio le recorrió el cuerpo y el libro que había permanecido abierto sobre su regazo cayó al suelo.
– ¿Qué ocurre? -susurró.
– Era Jack.
Jack. Clare se quedó mirándolo y le entraron ganas de llorar. No podía ser Jack. Todavía no.
– ¿Dónde está? -preguntó con voz temblorosa y se humedeció los labios.
– Llamaba desde Mathinson -le dijo Gray-. Quiere que vaya a recogerlo ahora mismo -miró el pálido rostro de Clare con desolación-. Vuelve a casa.
Clare sabía que debía decir algo, porque al fin y al cabo tanto Gray como ella llevaban meses esperando ese momento. Jack fue la razón de su llegada a Australia. Después de tantas vicisitudes por fin iba a conseguir cumplir la promesa que le había hecho a Pippa, pero el único pensamiento que ocupaba su mente era que no estaba preparada.
No estaba preparada para encontrar las palabras adecuadas que hablarle sobre Pippa. No estaba lista para dejar a Alice con su padre. No estaba preparada para separarse de Gray.
No estaba preparada para marcharse.
– ¿Le… le vas a hablar de Alice? -consiguió decir por fin.
– Lo sabe -le respondió Gray con suavidad-. Me confesó que nunca había podido olvidar a Pippa, a pesar de que lo había intentado incluso marchándose a Sudamérica. Siempre había deseado ir y pensó que allí nada le recordaría a ella, pero no resultó y decidió ir a verla a Inglaterra -se detuvo, preocupado, al ver que Clare se dejaba caer pesadamente sobre el sillón, con la mirada perdida-. Jack tenía tu dirección, de cuando Pippa te escribía, y había planeado hablar contigo y pedirte que le dijeras donde estaba tu hermana, pero, por supuesto, cuando llegó tú ya te habías marchado. Al parecer habló con una vecina tuya que le contó lo de Pippa y le habló del bebé y de vuestro viaje a Australia para encontrar al padre.
– Debe de haber sido la señora Shaw -murmuró Clare-. Vive una planta más abajo y se portó muy bien con Pippa durante su enfermedad.
– También fue muy amable con Jack -le dijo Gray-. Cuando supo que habíais venido a Bushman's Creek, tomó el primer avión que pudo y ahora está en Mathinson, deseando regresar a casa.
– Será mejor que vayas a buscarlo -consiguió decir, con voz temblorosa-. Si tomas la avioneta, dentro de un par de horas estarás de vuelta.
– Sí -Gray parecía todavía preocupado por ella-. ¿Estarás bien?
– Claro -se agachó a recoger el libro y consiguió esbozar una sonrisa-. No esperaba que regresara tan pronto, eso es todo. No sé por qué me ha impresionado tanto, al fin y al cabo es el momento que llevábamos esperando durante tanto tiempo, ¿no es así?
– Sí -le volvió a decir-. Supongo que sí.
Alice se había despertado. Al verla entrar en la habitación una sonrisa le iluminó el rostro y a Clare se le rompió el corazón al tomarla en sus brazos. Oyó planear la avioneta que se dirigía a Mathinson, a Jack.
Cuando regresara tendría que entregar a Alice a su padre.
Llevó a la niña hasta la habitación que compartía con Gray y tomó la fotografía de Pippa. El rostro de su hermana le sonrió, mientras Alice jugaba con sus cabellos. La angustia se apoderó de Clare mientras miraba a su hermana, preguntándose cómo iba a ser capaz de decir adiós a Alice.
– No creo que pueda hacerlo, Pippa -susurró a su hermana, que siguió sonriéndole desde la fotografía-. Pero lo he prometido -murmuró, recordando la promesa hecha en el hospital.
Para cuando oyó aterrizar la avioneta, ya había vestido y dado de comer a Alice. La abrazó, aspirando su calor y el dulce aroma a limpio que desprendía su cuerpecito. Le besó las manos y la cabeza, donde la suave pelusilla empezaba a transformarse en cabellos rubios y la tristeza que sintió fue tan agobiante que le costó incluso respirar.
Fuera oyó cerrar de un golpe la puerta de la camioneta y unos pasos apresurados subiendo las escaleras del porche. Clare tragó saliva y abrazó a Alice con más fuerza. Se abrieron las puertas correderas de cristal, pero no fue Gray quien apareció en el umbral, sino Jack.
Clare lo reconoció enseguida por la foto que Pippa había guardado como un tesoro, aunque en ese momento no se reía y parecía agotado. Se detuvo al verla allí de pie, con el bebé en los brazos, pero sus ojos no se posaron en ella, sino en Alice. La niña le devolvió la mirada, sus ojos eran exactamente del mismo color castaño que los de su padre.
Clare tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Al principio ninguno de los dos se movió, hasta que Jack se acercó lentamente a ellas. Se detuvo un momento, indeciso, hasta que sin poder dar crédito a sus ojos vio que Alice le sonreía, una amplia sonrisa que dejó a la vista sus dos únicos dientecitos. Parecía como si supiera que por fin había ido en su busca.
Clare se estremeció al ver la expresión del rostro de Jack. Hasta aquel momento no había sabido si esperar o temer que no aceptara a su hija, pero su rostro no dejaba duda alguna sobre lo que sentía.
– Esta es Alice -dijo Clare, tratando de librarse del nudo que tenía en la garganta y consiguiendo esbozar una sonrisa temblorosa-, tu hija -añadió-. Tómala en brazos.
Jack hizo lo que le decían y miró a los ojos confiados de Alice, antes de dirigir la mirada hacia Clare, que por primera vez tuvo la sensación de que se fijaba en ella.
– Pippa… -empezó a decir, pero se le quebró la voz, y no pudo continuar.
Clare aspiró profundamente.
– Ella quería que Alice creciera contigo -le dijo, y a pesar de sus esfuerzos por evitarlo le tembló la voz-. Te amaba mucho.
Jack no respondió. Se quedó mirándola un momento sin decir palabra y después apretó a Alice contra sí, buscando dar y recibir cariño al mismo tiempo, como si los dos estuvieran solos en este mundo.