CAPITULO 2

EL HOTEL era el único edificio de dos plantas del pueblo, pero no tenía refinamientos del tipo ascensor o mozo, así que a Clare no le quedó más remedio que arrastrar su pesada maleta por el pasillo, y cuando llegó a las escaleras tuvo que detenerse para recuperar el aliento. Desde allí contempló una escena en el vestíbulo que la dejó boquiabierta.

Alice parecía sentirse como en casa en los brazos de Gray Henderson, que conseguía tener una conversación con el director del hotel, al tiempo que la niña exploraba su cara con fascinación, probando la textura de su piel y cabellos, dándole palmaditas y tirándole de los labios.

Clare no pudo evitar envidiar a Alice. Debía de ser agradable relajarse en un hombro tan firme como el de Gray y sentir la seguridad de sus fuertes brazos. Se preguntó qué se sentiría al acariciar su rostro como estaba haciendo Alice, al apoyarse contra su cuerpo esbelto y duro.

Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y tragó saliva, desconcertada por su propia reacción. Le pareció extraño que el primer hombre que le hacía sentir algo parecido después de Mark, fuese una persona tan diferente a este. Mark había sido intenso y apasionado. Sin embargo, le daba la sensación de que Gray no sabía siquiera lo que significaba la palabra pasión.

A no ser que… La mirada de Clare se detuvo un momento en la boca masculina. De repente se dio cuenta de que iba a pasar las próximas semanas a solas con él y el estremecimiento se intensificó.

Se apresuró a tomar la maleta, sintiéndose ridícula por experimentar una atracción tan fuerte por aquel hombre. Hasta un psicólogo sin experiencia le diría el motivo: estaba cansada y vulnerable. Había soportado la tensión de tener que ocuparse de todo durante demasiado tiempo y era normal que le atrajera la seguridad y la fuerza que parecía emanar de Gray. Tal vez no fuera tan guapo como Mark, pero en aquel momento le atraía más alguien que pudiera hacer frente a cualquier tipo de situación que una cara bonita.

El director del hotel los llevó al aeropuerto en su camión. Clare se quedó de piedra al ver como tiraban sus cosas en la parte de atrás del vehículo, sin ningún tipo de consideración y esperaban que ella se sentara con Alice en la parte delantera entre los dos hombres.

– ¿Vamos muy lejos? -preguntó Clare, que recordaba lo que Pippa le había contado sobre largos trayectos por carreteras llenas de baches.

– Solo hasta el aeropuerto -le respondió él, colocando el brazo en el respaldo del asiento, detrás de su cabeza-. Se tarda menos en avión, y al llegar siempre encuentro a alguien que me lleva hasta casa.

– ¡Ah! -Clare respiró aliviada al saber que no iba a tener que pasarse dos o tres horas tratando de no prestar atención a la presión de su muslo. Desde luego él no parecía darse cuenta, ya que hablaba tranquilamente con el conductor, sin hacerle ningún caso. Era como si en vez de ella, hubiera una bolsa de la compra en medio de los dos hombres.

Sintió un tremendo alivio al llegar y poder alejarse de él. El aeropuerto no la impresionó mucho. Era como de juguete, con una sola pista de aterrizaje y alejado de toda civilización. Clare miró a su alrededor y solo pudo ver kilómetros y kilómetros de monte bajo perdiéndose en el horizonte. La «terminal» no era más que una cabaña que ofrecía refugio del sol y una manga de aire se movía débilmente en el calor del mediodía.

Tras intercambiar unas palabras con las personas que estaban esperando su vuelo, cruzaron la pista de aterrizaje y se dirigieron a un avión de hélice diminuto.

– ¿No iremos a viajar en eso? -dijo Clare, sin querer dar un tono tan despectivo a su voz.

– Por supuesto que sí -Gray dio una palmadita afectuosa a la avioneta-. Mi vieja chica es más de confianza que cualquier coche para recorrer esta parte del país. Además, ha hecho este viaje tantas veces que podría volar sola.

Clare no estaba muy convencida de que la edad y experiencia de la avioneta fueran tan tranquilizadoras y, a pesar de la confianza que tenía en la competencia de Gray, no pudo evitar cerrar los ojos mientras despegaban.

– Ya puede abrir los ojos -le dijo Gray, secamente, una vez se encontraban en el aire.

Clare los fue abriendo con mucha cautela.

– Nunca había estado en un avión como este -confesó. Después tocó la puerta como temiendo que se fuese a desencajar de repente-. No parece muy segura.

– Está tan segura como en casa -le dijo-. Relájese y disfrute de la vista.

Clare estuvo a punto de preguntarle de qué vista le hablaba porque debajo de ella la tierra se extendía por kilómetros y kilómetros hasta perderse en el horizonte, siempre del mismo color cobrizo y el cielo era una inmensa luz deslumbrante que se arqueaba sobre aquel vasto vacío. Clare se preguntó por qué demonios habría llegado Pippa a amar tanto aquel país desértico e intimidador.

– ¿Todo esto está… -buscó la palabra más suave que pudo- tan vacío?

– No está vacío en absoluto -le respondió Gray-. Solo lo parece desde aquí. Le sorprenderá ver lo diferentes que son las cosas cuando esté en tierra firme. Hay mucho que ver. Solo tiene que aprender a mirarlo del modo adecuado.

– ¿Ah, sí? -en su voz se dejaba traslucir la incredulidad, pero Gray no se inmutó.

– Se ve que nunca ha estado en un sitio parecido.

– Desde luego que no -Clare suspiró, dándole la razón. Desde luego aquel no era su tipo de lugar preferido-. Los parques municipales son los sitios menos habitados en los que he estado.

– ¿Entonces no es una chica de campo?

– En absoluto -le respondió, sonriendo solo de pensarlo-. Siempre he sido una chica de ciudad. Pippa era diferente: le encantaba ir por caminos polvorientos y luchar contra los elementos, pero yo nunca le encontré el interés. Las ciudades me parecen mucho más apasionantes. Siempre sucede algo y hay muchas cosas que hacer y que ver.

Gray la miró.

– Yo siento lo mismo en estas tierras.

– Pues no es igual, porque cuando terminas de trabajar no puedes salir a cenar o a tomar una copa con los amigos. No puedes ir a un concierto, al teatro o a una galería de arte. No puedes pasear por las calles y observar a la gente pasar.

– ¿Es eso lo que hace normalmente?

Clare se colocó el cabello detrás de las orejas con un suspiro.

– Es lo que solía hacer. He tenido que dejar de hacer mi vida durante un tiempo.

– ¿Por la niña?

– Sí. En este momento ella es más importante -se encogió de hombros-. Tengo suerte. Poseo un apartamento muy bonito y cuento con buenos amigos, un buen trabajo y un jefe maravilloso que va a conservarme el puesto hasta que pueda volver a casa. Todos estarán allí cuando regrese.

Su voz tenía un cierto tono desafiante, casi a la defensiva, como si estuviera más tratando de convencerse a sí misma que a él. Gray no hizo ningún tipo de comentario, tan solo le preguntó a qué se dedicaba, mientras sus ojos se movían continuamente del panel de mandos al suelo o al horizonte.

– Trabajo para una agencia que se dedica a representar cantantes y músicos -le explicó-. Yo no soy músico. Ojalá lo fuera… pero se me da bien todo lo referente a la organización, así que me dedico a la parte administrativa. Me encanta trabajar con gente creativa…

De repente la nostalgia se apoderó de ella y deseó con toda su alma estar allí, en aquella oficina limpia y familiar, con los cotilleos y las bromas, en el bullicio de una incesante actividad. Ella era la persona prudente y práctica de la oficina y se preguntó si se la podrían imaginar allí, colgando sobre un paisaje totalmente extraño, en aquella avioneta, con un hombre cuya quietud hacía que pareciera frívola en comparación con él.

– Me parece que trabajar como gobernanta en un rancho va a ser muy fuerte para usted -le dijo y Clare se retiró el pelo de la cara, con gesto cansado.

– Sí -le respondió, demasiado cansada y nostálgica como para esforzarse en mostrar ningún entusiasmo.

– Ahora entiendo por qué está tan ansiosa por encontrar a Jack -señaló, con un toque de ironía-, cuanto antes entregue a la niña, menos tardará en regresar a su trabajo.

Clare lo miró con resentimiento.

– ¡Lo dice como sí estuviera deseando deshacerme de ella!

– ¿Y no es así?

Clare miró a Alice, que dormía sobre su regazo y una oleada de cariño invadió su corazón.

– Siempre pensé que no quería tener hijos -dijo lentamente-. Creía que un bebé era demasiado exigente, daba mucho trabajo y era difícil de compaginar con mi empleo, y así es, pero… por alguna razón nada de eso importa cuando tienes un bebé a tu cargo. Ahora ya no puedo imaginar mi vida sin ella.

– Entonces, ¿por qué no se ha quedado con ella en Inglaterra? -le preguntó Gray.

– Porque Pippa me hizo prometerle que se la traería a su padre -le dijo, volviéndose para mirarlo-. Y porque muy dentro de mí creo que sería mejor para ella estar aquí con él. No podría permitirme pagar a una persona que la cuidara del modo en que Pippa hubiera deseado, si deseo volver a mi empleo.

– Podría abandonar su trabajo -le sugirió, mirándola fríamente.

– ¿Y de qué viviría? Pippa no tenía ningún ahorro y yo ya he gastado los míos. Me va a romper el corazón tener que despedirme de ella -acarició la cabeza de la niña que aún dormía-, pero tengo que pensar en lo mejor para ella. No la habría traído hasta aquí, si no pensara que lo más conveniente para ella es estar con su padre.

– ¿Y si Jack no acepta que es su padre?

– Entonces tendré que volver a plantearme las cosas. Pero creo que aceptará y usted también lo cree.

Los ojos marrones de Gray la miraron un momento.

– ¿Ah, sí?

– No creo que hubiera dejado que nos acercáramos al rancho, si no pensara que Jack es el padre de Alice -le dijo-. ¿No es así?

Gray tardó un poco en responder. Miró a la niña y enseguida volvió a concentrarse en el cuadro de mandos.

– Se parece a Jack -admitió después de un momento-. Tiene sus mismos ojos, el mismo aire. No me encontraba en el rancho cuando su hermana trabajó allí, así que todo pudo haber sucedido del modo en que dice -continuó diciendo, como justificándose-. Además, Jack ha estado muy raro desde entonces. Solía ser muy alegre y desenfadado, pero si estaba enamorado de su hermana y ella se marchó, eso explica que durante el último año haya estado tan nervioso y de un humor tan cambiante.

– ¿Nunca le preguntó qué le pasaba?

– Jack es un hombre adulto, no un niño. Si hubiera querido contarme algo, lo habría hecho.

Clare puso los ojos en blanco, exasperada ante la típica respuesta masculina a cualquier sugerencia de hablar de algo que tuviera que ver, aunque fuera remotamente, con las emociones.

– ¡Tal vez necesitaba ver un poco de interés por su parte en saberlo!

Por lo menos se dio el gusto de provocar algún tipo de reacción en Gray, que apretó los labios y la miró con cara de pocos amigos.

– Conozco a Jack mucho mejor que usted. Debería haber al menos mencionado a su hermana a mi regreso, y el hecho de que no lo hiciera, me impide adquirir ningún tipo de compromiso en su nombre. En lo que a mí respecta, Alice es su sobrina, no la mía y, hasta que regrese Jack y tome una decisión, usted es simplemente la gobernanta. ¿Entendido?

Clare levantó la barbilla.

– Perfectamente.

Se hizo un tenso silencio, únicamente roto por el ruido de la hélice. Al menos Alice se sentía tensa, porque Gray tenía la misma apariencia impasible de siempre. Al verlo tan relajado, pendiente solo de los mandos, lo miró con resentimiento.

Simplemente la gobernanta. No estaba segura de por qué le había molestado tanto aquel comentario. Si tenía que pasarse semanas alejada de la civilización, más valía que tuviera algo que hacer, aunque fuera cocinar y limpiar. Sin embargo, no tenía por qué habérselo recalcado tanto. ¿Acaso pensaba que solo valía para ese oficio?

De todos modos, ¿para qué necesitaba una gobernanta? Estaba claro que no era un tipo romántico y le resultaba extraño que no se hubiera casado todavía, aunque solo fuera para solucionar el tema doméstico. Clare lo miró por el rabillo del ojo y llegó a la conclusión de que debía de estar cerca de los cuarenta. Le parecía raro que no hubiera encontrado a nadie con quien casarse, porque le parecía bastante atractivo dentro del tipo de hombre rudo, acostumbrado a estar al aire libre.

Sus rasgos eran demasiado imperfectos para ser guapo, pero tenía la piel bronceada por el sol y arruguitas en el contorno de los ojos, como si se hubiera pasado muchas horas mirando al lejano horizonte con los ojos entrecerrados.

Clare detuvo la mirada en la boca varonil y pensó que tampoco era una boca bonita, pero de repente, recordó su sonrisa y algo se removió dentro de ella. Turbada, dejó de mirarlo y se concentró en la vista, como si se repente la encontrara muy interesante.

Para cuando pudo concentrarse en el paisaje, vio que la enorme extensión de monte bajo dejaba paso a un terreno más escarpado. La avioneta se elevó por encima de unas colinas y pareció empezar a descender del otro lado.

– ¿Ya hemos llegado? -preguntó, esperanzada.

– Todavía no, pero ya estamos sobrevolando las tierras de Bushman's Creek.

Consternada, Clare lo vio descender hasta casi rozar las copas de los larguiruchos gomeros.

– ¿Qué está haciendo? -gritó, apretando a la niña.

– Solo estaba echando un vistazo -le dijo, como si bajar en picado fuera la cosa más normal del mundo.

– ¿Y para qué demonios lo ha hecho? -le preguntó, molesta al notar que seguía hablando demasiado alto, presa aún del miedo.

– Quería ver cuanto ganado había por aquí. Siempre hay alguna cabeza que se escapa de la manada.

– ¡O sea que estamos buscando vacas! -murmuró con sarcasmo-. ¡Fabuloso!

Gray no le hizo ningún caso y continuó planeando bajo, ladeando la avioneta de vez en cuando. Sus manos no vacilaron en ningún momento y parecía tan seguro de sí mismo que, sin darse cuenta, Clare empezó a relajarse y a contemplar el paisaje.

A aquella altura, la monótona extensión de tierra pardusca se veía como un erial de color rojizo con algunas matas de hierba, gomeros de corteza plateada y, de vez en cuando, los extraños árboles boas de enorme tronco. Cada dos por tres, un pequeño grupo de ganado salía huyendo al oír la avioneta, levantando una nube de polvo tras de sí y Clare pudo ver canguros saltando entre los árboles, así como los montículos que formaban las termitas.

– ¿Se da cuenta de todo lo que hay que ver ahí abajo? -le preguntó Gray, al tiempo que planeaban sobre un espectacular afloramiento rocoso.

A Clare aquello no le impresionaba en absoluto.

– La verdad es que no lo encuentro muy excitante.

– Depende de lo que sea excitante para usted -sus palabras parecían tener un doble sentido y Clare lo miró con desconfianza-. ¿Qué hace falta para excitarla a usted? -añadió, mirándola de reojo.

Su rostro permanecía serio, pero Clare hubiera jurado que se estaba riendo de ella. Inconscientemente, levantó la barbilla y lo miró desafiante.

– Algo más que unas cuantas vacas perdidas y un par de canguros -le respondió con acidez-. ¿Esto es lo mejor que puede ofrecer Bushman's Creek?

– Depende de lo que esté buscando -le respondió y esa vez a Clare no se le escapó la media sonrisa que se dibujó en sus labios.

Siguieron volando durante mucho tiempo y Clare se llegó a preguntar si iban a llegar algún día, pero de repente Gray le señaló a lo lejos una línea de árboles que serpenteaba sobre el paisaje, cuyas hojas eran más verdes que las del resto.

– Esa es la hacienda -le dijo Gray-. Incluso en la época seca, como ahora, se puede encontrar alguna charca. Y ahí está la casa.

Clare se asomó por la ventanilla, pero no alcanzó a distinguir más que un grupo de tejados metálicos que brillaban a la luz del sol, resguardados del astro rey por numerosas plantas y árboles, como si se tratara de un oasis en pleno desierto.

Poco después la avioneta sobrevoló un terreno cercado donde se veía un gran número de cabezas de ganado, y varios hombres los saludaron al pasar. Un kilómetro más allá aterrizaron por fin.

– Bienvenida a Bushman's Creek -le dijo Gray.

Después de haber dormido profundamente durante todo el viaje, a pesar del ruido y la vibración de la avioneta, Alice se despertó en cuanto la bajaron del avión. Se mostró malhumorada cuando montaron en la camioneta que había quedado a la sombra de un árbol y no paró de llorar en todo el camino.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Gray, incómodo por el llanto de la niña.

– No le pasa nada -Clare tenía los nervios destrozados por el malestar de Alice-. Tiene hambre y necesita que le cambien el pañal, eso es todo.

Estaba tan pendiente de Alice que no se fijó demasiado en la casa a la que acababan de llegar.

– Será mejor que utilice mi habitación -le dijo Gray, tras entrar en el acogedor frescor del vestíbulo-. Es la única que ha estado en uso últimamente. Por lo menos no tendrá que limpiar el polvo antes de posar a la niña en alguna parte.

El dormitorio estaba fresco y en penumbra. Amueblado de una manera sencilla, tenía una cama amplia, una cómoda y una silla de apariencia robusta.

Mientras cambiaba el pañal de Alice sobre la cama, deseó poder tumbarse ella también un rato, pero sabía que si lo hacía se quedaría dormida. La emoción del vuelo le había hecho olvidarse del cansancio, pero ahora que habían llegado notaba que volvía a apoderarse de ella por completo.

Luchando contra él, volvió a vestir a Alice y la tomó en brazos. Ya lloraba menos, pero seguía gimoteando. Clare la besó y le dio unas palmaditas mientras se dirigía en busca de la cocina.

– Ya, ya sé que tienes hambre. Te daré algo de comer.

No sabía cómo lo iba a conseguir, pero se daba cuenta de que iba a tener que aguantar sin dormir hasta la noche porque Alice la necesitaba.

Al llegar a un gran salón, Clare se detuvo y miró a su alrededor. La casa no era para nada como la había imaginado. Era más nueva de lo que había pensado y le dio la sensación de que habían ido añadiendo habitaciones a esa zona central, a medida que las habían ido necesitando, pero el ambiente era muy fresco gracias a la galería que rodeaba toda la casa e impedía que el sol entrara directamente. Cada puerta y ventana tenía un fino mosquitero que mantenía fuera los insectos, pero dejaba que se colara la brisa dentro de la casa.

Clare no había esperado encontrarse una casa tan agradable, pero en una cosa Gray tenía razón: necesitaba una limpieza con urgencia. Había polvo por todas las superficies y sus huellas quedaban marcadas en el suelo a su paso.

– Ya le dije que estaba sucia -le dijo Gray, que entraba en ese momento con las últimas bolsas de Clare y había leído la expresión de su rostro sin ninguna dificultad.

– Ya lo sé, pero no me había hecho a la idea de que estuviera tan sucia. ¿Es que no tiene una escoba?

– Espero que usted la encuentre pronto -le respondió, secamente.

– Creo que será lo mejor -miró a su alrededor, consternada-. ¿Cómo puede haberla dejado ponerse así?

Gray se encogió de hombros.

– Es una cuestión de prioridades. Tan solo utilizo la casa para dormir, porque paso todo el día fuera y como con los hombres. Si alguna vez me siento es en mi despacho o en la galería, nunca aquí.

Clare se dio cuenta de que Alice estaba todavía gimoteando.

– Tendré que dejar la limpieza para más tarde -le dijo-. Necesito dar algo de comer a la niña primero.

– Aquí -le dijo, mostrándole el camino-, pero me temo que no hay mucho de comer.

– No importa. Tengo varios potitos para ella. Lo único que necesito es poder hervir un poco de agua.

Gray abrió la puerta de la cocina, totalmente amueblada y con varios frigoríficos.

– Ahí es donde guardamos las cervezas -le dijo, al ver que la mirada de Clare seguía una fila de huellas que llevaban hasta las neveras. No sonrió, pero se le hicieron unas arruguitas en las comisuras de la boca que provocaron una extraña reacción en Clare que, turbada, se volvió bruscamente.

A Alice le costaba mucho comer, así que Clare no se sorprendió de que, tras ver lo que hizo con el primer par de bocados, Gray las dejara solas, con la excusa de ir a ver cómo les iba a sus hombres.

Clare no esperaba volverlo a ver aquella tarde, pero estaba quitando el babero a Alice cuando él regresó a la cocina.

– Creo que tiene que haber una silla alta por ahí -le dijo, mientras la veía levantar a la niña de su sillita.

A Clare se le iluminó la mirada.

– ¡Oh, sería maravilloso! -le sonrió y, antes de que le retirara la mirada, sorprendió en sus ojos una extraña expresión-. ¿No habrá también una cuna?

– Podría ser, porque mi madre no tiraba nunca nada y las cosas que utilizamos mi hermano y yo cuando éramos pequeños deben de estar en el cuarto de los trastos. Le pediré a uno de mis hombres que las busque mañana.

Después de sacar a Alice de su sillita, Clare se dio cuenta de que no podía dejarla en ningún sitio.

– Creo que será mejor que te quedes aquí hasta que encuentre una escoba -le dijo a la niña, tras volverla a dejar en su sillita. Alice pareció desconcertada de encontrarse otra vez en el mismo sitio de antes, pero se limitó a chuparse los dedos mientras miraba a Clare, sin pestañear.

– ¿No pensará ponerse a limpiar ahora? -le preguntó Gray, con el ceño fruncido.

– Para eso estoy aquí -le respondió ella, con una sonrisa que se transformó en bostezo.

– Puede limpiar mañana -le dijo, mirando las profundas ojeras de cansancio que tenía-. Ahora lo que necesita es descansar.

– No puedo -se colocó el pelo detrás de las orejas, pensando que ojalá no hubiera mencionado la palabra dormir-. Alice durmió durante todo el viaje y pasarán muchas horas antes de que vuelva a tener sueño.

– Yo cuidaré de ella.

– ¿Usted?

– ¿Por qué no?

– Pensé que estaba ocupado.

– Las cosas parecen ir bien en los campos. Tendré que ir de vez en cuando para ver si hay novedades, pero no veo por qué no puede venir conmigo. Además, tengo muchos papeles pendientes en el despacho. Podría estar allí conmigo.

– Pero… pero no habíamos quedado en eso -tartamudeó Clare-. No creo que quiera que lo moleste un bebé.

– Lo que no quiero es que me toque cuidarlo si usted enferma de agotamiento -dijo Gray, con brusquedad-. No creo que me sea de mucha utilidad como gobernanta si está tan cansada que no se puede tener de pie.

– No sé -dijo, preocupada-. Alice puede ser difícil a veces…

– Tengo bajo control cuatro mil kilómetros cuadrados -le dijo, señalando con la cabeza en dirección a la ventana-. ¿Me está diciendo que no puedo ocuparme de un bebé?

– Un bebé necesita tanta atención como un rancho. ¡Si no más! No puede limitarse a dejarla sentada sobre una valla mientras usted se ocupa de esas vacas. No podrá apartar los ojos de ella ni un momento.

– Tendrá que confiar en mí -le dijo, dando por finalizada la discusión al levantar a Alice de su sillita. Después tomó a Clare por el brazo-. Venga conmigo.

– Tal vez podría echarme una hora -había luchado tanto tiempo contra el agotamiento que en cuanto bajó la guardia todo el cansancio se le vino encima. A trompicones llegó a la habitación de Gray y no se cayó porque él la llevaba sujeta.

Sin poner más objeciones le dejó retirar la colcha y se sentó en la cama. Mientras tanto, con la niña en brazos Gray se acercó a la ventana y bajó las persianas.

– Duerma un poco -le dijo, pero al volverse para cerrar la puerta, vio a Clare todavía sentada sobre la cama, sin fuerzas siquiera para acostarse.

Gray dudó un momento, pero después se acercó a la cama, dejó a Alice encima y se agachó para quitarle las sandalias a Clare. La acostó y. tras cubrirla con la sábana, tomó una vez más a Alice en sus brazos y se quedó observándola un momento.

Clare acertó a pensar por un momento que debería darle las gracias, pero lo único que pudo hacer fue sonreírles y para cuando Gray y la niña habían llegado a la puerta, ella ya estaba dormida.


Cuando Clare se despertó, horas más tarde, se encontró en una habitación desconocida y en una cama extraña. Desorientada, se quedó un rato tumbada parpadeando ante aquel techo que no le resultaba familiar e intentando separar los sueños de la realidad, en la confusión de imágenes inconexas que tenía en la cabeza. Después de un rato recordó que estaba en Australia, en Bushman's Creek, en la cama de Gray Hender-son.

Gray… Le resultaba desconcertante descubrir lo clara que tenía en su mente la imagen de un hombre que acababa de conocer aquella misma mañana. Clare ladeó la cabeza en la almohada como para apartar de su mente el recuerdo de las arruguitas alrededor de sus ojos; de sus competentes manos, tan bronceadas; de la manera en que su boca se relajaba a veces con aquella inesperada sonrisa. Clare tuvo la desagradable sensación de que la sonrisa de Gray había jugado un importante papel en sus sueños.

Frunció el ceño, molesta por la irrupción de la realidad y se incorporó, apoyándose en las almohadas.

Gray no había querido que viniera, pero ya había aceptado a Alice. Incluso se había mostrado amable insistiéndole en que descansara, bajándole las persianas, y hasta quitándole las sandalias.

Recordaba vagamente haberle sonreído y haber visto una extraña expresión en sus ojos, pero pensó que tal vez había sido un sueño. Gray no podía haberla mirado con una mezcla de ternura y deseo. Nadie miraría a una gobernanta de esa manera; y eso era ella y lo seguiría siendo para Gray.

– Y para mí misma también -murmuró Clare con firmeza, al tiempo que se levantaba de la cama. No estaba allí para pensar en Gray Henderson y en cómo miraría a una mujer que deseara de verdad tener en su cama. Estaba allí por Alice, y si tenía que trabajar como gobernanta, lo haría.

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