CAPITULO 6

UNA SEMANA más tarde se marcharon a Perth. A Clare se le hizo muy raro encontrarse de nuevo en una ciudad, y estaba encantada de volver a ver coches, tiendas y edificios de oficinas. Las calles estaban llenas de gente vestida con elegancia, y tenían un aire cosmopolita que contrastaba vivamente con el silencio y la quietud de Bushman's Creek.

Le debería haber resultado familiar, pero, sin embargo no lo era. Ahora para ella familiar era el rancho, con su riachuelo y sus inmensos terrenos polvorientos, y aunque sabía que Gray pensaba que estaba impaciente por regresar a una ciudad, no era así.

Los últimos días en el rancho habían sido especiales, con sus noches largas y dulces. A pesar de haberlo deseado tanto, nunca hubiera imaginado que sentiría aquella pasión abrasadora que se había encendido entre ellos desde aquella primera noche y que no había cesado de dejarla temblorosa siempre que Gray la tocaba o le rozaba la piel con los labios.

Cada vez le resultaba más difícil recordar que solo fingían ser una pareja normal. Dos días antes, a su regreso de Mathinson había encontrado a Gray tratando de dar de comer a Alice en la cocina. Ya había conducido hasta el pueblo otra vez para comprar comestibles, sobre todo fruta y verduras que no podían cultivar, y el viaje de ida y vuelta le llevó más de cuatro horas, por lo que esta vez había dejado a Alice al cuidado de Gray.

Entonces no había dado problemas, pero esta vez en cuanto entró se dio cuenta de que había estado dando guerra. La cocina presentaba un estado de caos total: por todas partes había restos del puré que Clare había dejado preparado y allí estaba Gray, con una sonrisa en los labios tratando de conseguir que la rebelde Alice aceptara otra cucharada de comida.

Al verla, alivio y algo más se había reflejado en sus ojos, pero antes de que Clare tuviera la oportunidad de averiguar qué era, Alice la había visto y estalló en un incompresible parloteo, con el que debía estar queriéndole decir que Gray no tenía la menor idea de cómo a ella le gustaba comer y blandió la cuchara en la mano con mucho brío, como para dar más fuerza a su argumento, haciendo volar por el aire un poco de puré de patatas y zanahorias, que fue a parar a la cara de Gray, que suspiró y se lo limpió.

Clare se echó a reír al ver la cara que ponía y, tras dejar la caja en el suelo, fue a humedecer un trapo en el fregadero.

– ¡Es gracioso ver cómo un hombre que es capaz de saltar de un caballo a galope para tumbar a una res, no se las puede arreglar con una niñita! -bromeó, mientras se agachaba para limpiarle a Alice las manos y la cara, a pesar de sus protestas.

– No me explico cómo consigues que coma un solo bocado -le dijo, resignado ante su incapacidad.

– Le gusta comer sola, así que la dejo que lo haga y después limpio todo lo que ha ensuciado -le dijo, Clare.

Cuando se incorporó vio que Gray todavía tenía manchada la mejilla de puré y, sin pensárselo dos veces, apoyó una mano en su hombro y le limpió con un pico del trapo. Hasta que no fue a retirarse de su lado no se dio cuenta de la naturalidad con que lo había tocado. Lo había limpiado como si fuera un niño, pero al mirarlo a los ojos no hubo nada infantil en la manera de latir apresuradamente de su corazón.

La mirada se intensificó y duró un interminable momento, como si una fuerza invisible, imposible de resistir les impidiera separarse. Clare ni siquiera lo intentó, le apretó los hombros con los dedos y se inclinó para rozar sus labios. Al principio fue un beso suave, pero cuando ella trató de apartarse, Gray la hizo sentarse sobre sus rodillas. Clare se apretó contra él y, tras rodearle el cuello con los brazos, se fundieron en un beso apasionado.

Alice no parecía impresionada, pero sí molesta por la repentina falta de atención, así que dejó escapar un grito agudo. Gray abrió un ojo y frunció el ceño, pero Alice volvió a gritar y, tras golpear la mesa, volcó el plato de comida.

Al empezar a darse cuenta de sus travesuras, Clare levantó la cabeza, con desgana.

Satisfecha de que ya le estuvieran mirando los dos, les dedicó una sonrisa y, como para premiarlos por su obediencia, se puso el plato en la cabeza a modo de sombrero.

– ¡Alice! -Clare dio un salto para tratar de evitarlo y el momento mágico pasó. No se habían dicho nada, pero sabía que había sido un paso importante. Era la primera vez que se besaban durante el día como dos enamorados y había sido algo completamente natural.

No, Clare no había estado deseando a marcharse de Bushman's Creek, en absoluto.

Miró a Gray por el rabillo del ojo y sonrió. Lo más lógico sería que pareciera fuera de lugar en el ambiente sofisticado de Perth, pero no era así. Se lo veía tan calmado y seguro de sí mismo como en el rancho y conducía el coche que habían alquilado en el aeropuerto igual de bien que montaba a caballo o pilotaba una avioneta.

Gray la miró y vio su sonrisa.

– ¿Estás contenta de regresar a la ciudad?

Clare se sobresaltó al oír su pregunta. Se había acostumbrado tanto a estar triste por Mark, apenada por la muerte de su hermana o preocupada por el futuro de Alice que le asombraba darse cuenta de que era feliz por primera vez en mucho tiempo.

– Sí, mucho.

Gray había reservado un hotel con vistas al río Swam y, desde la ventana de su habitación, podían ver las embarcaciones deportivas deslizándose suavemente por las azules aguas.

– ¡Esto es maravilloso! -exclamó, al ver que Gray se había acercado también a disfrutar de la vista.

El rostro se le había iluminado y le brillaban los ojos.

– Supuse que te gustaría -le dijo, con una nota extraña en la voz-. Alice está profundamente dormida -añadió, poco después.

– No me extraña -Clare se acercó a la cuna que les había proporcionado el hotel, situada en un rincón de la habitación. Alice estaba tumbada de espaldas, totalmente relajada, con los brazos a la altura de la cabeza y los puñitos apretados-, porque no durmió nada durante el vuelo -volvió a acercarse a Gray que seguía al lado de la ventana-. Creo que no vamos a ir a ningún sitio durante un par de horas.

– No.

Por alguna razón el aire pareció hacerse más denso. Se miraron y después apartaron la mirada. Clare empezó a sentir un temblor que le nacía muy dentro, y cuando por fin Gray levantó la mano para apartarle un mechón de la cara, contuvo la respiración.

– ¿Qué deberíamos hacer hasta que se despierte? -le preguntó él, suavemente.

– ¿Qué sugieres? -le preguntó con la voz enronquecida.

– Bueno -su mano empezó a deslizarse por el cuello de Clare-, tengo que hacer unas llamadas de trabajo. Si quieres puedes echar un vistazo a la guía turística y decidir qué es lo que te apetecería visitar.

Sus dedos habían alcanzado ya el escote, y acariciaba descuidadamente el borde, con tanta suavidad que Clare se estremeció.

– Podría hacerlo -respondió con dificultad, sintiendo que le costaba oírse porque los latidos de su corazón ensordecían sus palabras.

– O…

– ¿Sí? -alcanzó a decir Clare, porque Gray había comenzado a desabrocharle los botones de la blusa, con una lentitud exasperante.

– O podríamos tumbarnos -terminó de decir con una sonrisa picara en los labios.

– ¿Estás cansado? -le preguntó Clare, sonriendo a su vez.

– No.

Gray desabrochó el último botón de la blusa y tras deslizársela por los hombros la dejó caer al suelo. La tomó por la cintura y sonrió abiertamente al notar como Clare se estremecía y respiraba profundamente, con los ojos oscurecidos en respuesta a las suaves caricias que sentía sobre su piel satinada.

– ¿Y tú?

– No -respondió Clare, que sucumbiendo a la tentación, deslizó las manos hasta los hombros de Gray y se deleitó acariciando sus músculos-. En absoluto.

Mucho tiempo después, cuando abrió los ojos vio como los últimos rayos del sol vespertino entraban por la ventana.

Sintió que toda la alegría y energía de aquel sol la inundaba y se estiró con placer. Después se volvió hacia el lado de Gray y lo besó en el hombro.

– Alice sigue durmiendo profundamente -murmuró él.

Al levantar la cabeza Clare vio que la miraba con la sonrisa más cálida que había visto nunca en sus labios y sintió que nacía algo dentro de ella en lo que prefirió no detenerse a pensar, ya que de reconocérselo a sí misma le supondría tener que tomar una decisión, y en aquel momento lo único que quería era seguir allí tumbada al lado de Gray.

– ¿Está todavía dormida? -le preguntó, estirando los brazos con pereza.

– Aunque parezca increíble, sí -respondió mientras enredaba un dedo en los cabellos de Clare-. Y la verdad es que no es que hayamos estado quietecitos, precisamente -bromeó, tirándole suavemente del pelo.

Clare enrojeció y se echó a reír.

– No creo que podamos seguir haciendo lo mismo cuando sea un poco más mayor.

Se mordió el labio al darse cuenta al instante de que con sus palabras había querido decir que seguirían haciendo el amor cuando Alice tuviera la edad suficiente como para enterarse de lo que estaban haciendo, y ella no estaría ya allí cuando Alice fuera mayor. Recordar aquello fue como sentir que una nube había tapado el sol de repente, privándola de su luz y calor.

Se apartó de él y se sentó sobre la cama.

– ¿Qué pasa?

– Nada -Clare se había puesto de espaldas a Gray para que no pudiera verle la cara-. Simplemente me estaba dejando llevar demasiado por el entusiasmo -le dijo, tratando de que su voz sonara alegre.

– ¿Qué quieres decir? -empezaba a notarse cierto enfado en su tono.

– Que por un momento olvidé que no estaría aquí cuando Alice sea mayor.

Clare le oyó levantarse.

– No, porque ya habrás vuelto a Londres, ¿verdad? -afirmó, sin que su voz denotara ningún sentimiento.

– Sí-respondió, tratando de parecer entusiasmada.

Se levantó también, sacó la bata de la maleta y se la puso, apretándose el cinturón como si buscara algún tipo de calor y seguridad en ella. Por supuesto que se iría a Londres, era allí donde tenía su vida. Siempre había pensado que su estancia en Australia sería algo temporal. Clare se recordó que dentro de unos meses se iría a casa y pensaría en Gray con gratitud por haberle hecho más fácil dejar a Alice en un hogar lleno de amor. Le debía mucho, porque se daba cuenta de que incluso le había hecho olvidar a Mark.

– ¿Gray? -al darse la vuelta vio que ya se había puesto los pantalones y se estaba abrochando la camisa. Su rostro volvía a ser impenetrable.

– ¿Qué?

– Quería decir… -su fría indiferencia le impidió seguir.

– No necesitas decir nada, Clare -le dijo, secamente-. Los dos conocemos perfectamente la situación.

– Lo sé, pero quería que no pensaras que yo… que estoy tomando esto en serio.

– ¿Tomando el qué seriamente? ¿El sexo?

– Sí -tuvo que tragar saliva. Dicho así sonaba muy impersonal-. Lo que tenemos es fantástico, pero sé que se trata de algo meramente temporal. Tal vez en eso resida parte de su atractivo -añadió, dubitativa-. Creo que lo que trato de decir es que no tienes que preocuparte porque yo me vaya a implicar… emocionalmente -el rubor tiñó levemente sus mejillas al recordar cómo lo abrazaba y las cosas que le decía cuando hacían el amor-. Supongo que a veces puede parecer como si…

– No parece nada -le respondió Gray, bruscamente, mientras se metía la camisa por debajo de los pantalones-. Escucha Clare, llegamos a un acuerdo, así que no tienes por qué sentirte culpable por pasártelo bien.

– ¡Y no me siento culpable! Es solo que…

– No veo motivo alguno para seguir hablando de esto. Los dos convinimos en hacer las cosas lo mejor posible y eso es lo que estamos haciendo. Cuando regrese Jack, cada uno volverá a hacer su vida. ¿No es eso lo que los dos queremos?

– Sí, eso es lo que queremos los dos -respondió Clare, con desanimo. Se hizo un tenso silencio hasta que recogió su bolsa de aseo y se encaminó al cuarto de baño-. Perdona, pero me voy a dar una ducha.

Clare se metió bajo la ducha y se repitió a sí misma que eso era lo que quería. No podía soportar la idea de que Gray pensara que iba a hacer algo tan estúpido como enamorarse de él, así que no había razón alguna para que se deprimiera porque le hubiera dejado claro que no había ninguna posibilidad de que se enamorara de ella. En lo que a él concernía, la suya era una relación puramente física y eso era lo mejor, porque les facilitaría las cosas a la hora de las despedidas, cuando llegara el momento. Para entonces seguramente estaría contenta de marcharse.

Cuando Alice se despertó, un poco más tarde, salieron de compras. Ya casi estaban cerrando las tiendas y las calles bullían de gente que paseaba o estaba sentada en las terrazas de las cafeterías, descansando después de un largo día de trabajo o de una tarde de compras. Vio a unos grupos sentados en las terrazas y recordó muchas tardes después del trabajo cuando se reunía con sus colegas al final de la jornada para tomar algo y comentar los últimos cotilleos de la oficina, o cuando se juntaba con sus amigos para concretar día y hora para una cena o la próxima película que iban a ver. Perth era muy diferente de Londres, pero parecía poseer la misma vitalidad y Clare iba absorbiendo su fuerza, mientras paseaba por las calles y con cada paso que daba se sentía más alta, más segura, más ella misma.

– Este es el tipo de lugar que me va -le dijo a Gray-. Es una pena que nos tengamos que ir.

– Nada te impedirá venir cuando dejes Bushman's Creek -le replicó, con frialdad-. Puedes pasar unos días aquí antes de tomar el avión para Londres. Tengo amigos que estarían encantados de enseñártelo todo.

– Pero, ¿no te importaría que pensaran que te estoy abandonando a los pocos meses de matrimonio? -le preguntó, tensa, al pensar que parecía que estaba contando los días que faltaban para que se marchara.

– Una vez regrese Jack, ya nada importará. Diremos la verdad a todo el mundo y podrás marcharte.

El hotel puso a su disposición un sistema de altavoz por el que podían oír si Alice se despertaba, así que decidieron cenar en uno de los restaurantes. Después de mirar el menú y sorprenderse de lo elevado de los precios, Clare se alegró mucho de haber metido en la maleta su mejor vestido y aquella noche se pasó largo rato en el cuarto de baño, arreglándose

Algo había cambiado entre Gray y ella. Existía un distanciamiento del que no sabía si alegrarse o entristecerse. Había sido fácil intimar en el rancho y tal vez aquel viaje a Perth era justo lo que necesitaban para darse cuenta de lo diferentes que eran. Gray había dejado claro que su relación terminaría en cuanto regresara Jack, y le había venido bien para recordar que ella no pertenecía, ni pertenecería nunca a Bushman's Creek.

Mientras se maquillaba las pestañas pensó que la Clare que era tan feliz cocinando y limpiando en el rancho era una aberración. Aquella Clare se ponía la ropa más vieja que tenía y apenas se miraba al espejo. Cantaba mientras limpiaba el polvo de la galería, regaba las verduras, recogía los limones o, colgaba la ropa, y como entretenimiento llevaba a Alice de paseo hasta el riachuelo para escuchar cantar a los pájaros. Esa era la Clare que había olvidado tan fácilmente el acuerdo que tenían y había llegado a pensar que podía ser feliz toda la vida en aquel rancho, la Clare que necesitaría sólo un empujoncito para enamorarse locamente de Gray.

Pero, enfadada consigo misma, se recordó enseguida que aquella no era la Clare de verdad. Se miró en el espejo y vio que su vestido era elegante, y el reflejo también la mostró segura de sí misma, el tipo de mujer que tenía su vida completamente bajo control.

– Esa soy yo de verdad -murmuró.

Se había delineado los ojos como solía hacer y pintado los labios con el mismo rojo de siempre, que sabía le iba tan bien con el color pálido de la piel y los cabellos oscuros. Entonces, ¿por qué se sentía tan rara? Le daba la sensación de ver en el espejo la cara de otra persona.

Clare tuvo que repetirse a sí misma que esa era ella; que se arreglaba siempre así cuando salía por las noches: vestida elegantemente y maquillada. Ella no era la otra Clare, de la mirada ensoñadora y el pelo detrás de las orejas. Podía disfrutar estando con Gray unos meses, pero esa no era ella. Ella era una inteligente chica de ciudad, y no debía olvidarlo.

Recogió el bolso y se encaminó a la puerta. También se sentía rara con los tacones y se tuvo que apoyar un momento en el marco, tratando de acostumbrarse a ellos: primero un pie, luego el otro…

Gray había estado contemplando por la ventana las luces de la ciudad con el ceño fruncido y al oír la puerta del cuarto de baño se dio la vuelta y la vio balanceándose sobre un solo pie, una mano agarrada al marco de la puerta, tratando de no caerse y la otra entre el pie y la tira de la sandalia. Después puso el otro pie sobre el suelo y, a medida que avanzaba, le parecía como si una mujer diferente hubiera salido del baño. Estaba muy atractiva, con aquellos ojos brillantes y una boca tan seductora. Se le endureció el rostro mientras recorría con los ojos los sedosos cabellos y el elegante vestido que se le ajustaba al cuerpo como un guante.

– Estás muy… elegante -le dijo.

Aquel elegante sonó en los oídos de Clare como un insulto. Podía haber dicho sexy, guapa, sofisticada, hasta simplemente bien, pero «elegante» era una palabra fría y dura.

– Me pareció un restaurante caro -le dijo, con los labios apretados-, así que pensé que merecería la pena hacer un esfuerzo. Es agradable tener la oportunidad de vestirse bien, para variar -añadió, deseando poderle herir tan fácilmente como él la había herido a ella-. No es que tenga muchas oportunidades en el rancho, ¿verdad?

La mordacidad con que trataba de herirlo pareció no hacerle mella.

– Supongo que no -le respondió.

– No te gusta, ¿verdad?

La miró desafiante, suspiró y se metió las manos en los bolsillos.

– No es eso -le respondió después de un momento-. Lo que pasa es que estás diferente.

– Solo es un vestido. Soy la misma de siempre.

Gray la miró, sin sonreír.

– Ya lo sé -le abrió la puerta, como aburrido del tema-. Alice está durmiendo. ¿Nos vamos?

Clare pensó que no tenía por qué importarle lo que él pensara, porque al fin y al cabo, ¿qué sabía de ropa? Levantó la cabeza y pasó delante, pensando que lo fundamental era que se sentía a gusto vistiendo otra vez ropa bonita, pero para cuando llegaron al ascensor, se encontró deseando llevar puesta la misma blusa rosa cuyos botones había desabrochado aquella tarde de una manera tan seductora.

El restaurante estaba lleno y se oía el murmullo de las conversaciones y el ruido de los cubiertos al chocar contra los platos. Clare no perdía de vista a Gray mientras seguía al camarero que los guiaba a su mesa. Vestía con mucha discreción, como siempre, y no hacía nada para llamar la atención, pero había algo en él, tal vez la seguridad que transmitía, su ágil caminar o su firme y musculoso cuerpo que atraía las miradas.

Clare se sintió ridícula, allí sentada frente a él, fingiendo estar enfrascada en la lectura del menú. Aquella misma tarde habían hecho el amor, con el sol inundando su lecho, y en ese momento parecían dos extraños.

No era capaz de mirarlo de frente y se le perdían los ojos entre el menú, los vasos, los cubiertos y las otras mesas. Una vez hubieron pedido, trató desesperadamente de que se le ocurriera algo que decir, para romper la tensión que se palpaba en el aire. Empezó a juguetear con el tenedor, pinchando el mantel, hasta que Gray le agarró la mano, firmemente y se lo quitó.

– ¿Por qué estás tan nerviosa? -le preguntó, irritado.

– No lo sé -le confesó-. Me siento como si estuviera en una primera cita. Qué tontería, ¿verdad?

Estaba claro que Gray pensaba que lo era.

– ¿Y estás así de histérica en todas tus primeras citas?

– Menos con Mark -recordó Clare-. Nos sentimos a gusto desde el principio.

Gray la miró con frialdad.

– No espero que te vayas a sentir igual conmigo, pero no tienes por qué estar tan nerviosa. ¡Al fin y al cabo nos conocemos!

– Creo que es porque te veo fuera de contexto -le intentó explicar-. Estoy acostumbrada a verte en el rancho y me resulta extraño estar contigo en un sitio como este.

– Soy el mismo en todos los sitios.

– Entonces tal vez sea yo la diferente -Clare acarició el borde del vaso-. Te dije que era la misma, a pesar del vestido, pero no creo que sea verdad del todo. Aquí me siento diferente. Caminar por las calles esta tarde me recordó Londres. Tengo un trabajo fantástico, que me encanta, aunque a veces me ponga al borde de un ataque de nervios. Me gusta trabajar con gente creativa. Tal vez necesite adrenalina.

Gray había estado observando su expresión soñadora mientras hablaba de Londres.

– No me extraña que te aburras en el rancho -le dijo, con dureza en la voz.

Clare al oírle decir eso, levantó la vista.

– ¡No me he aburrido! Ya sabes lo que es cuidar de Alice, no tienes tiempo para aburrirte.

– Pero no es a lo que estás acostumbrada, ¿verdad?

– No, pero me estoy acostumbrando. No podría pasar toda mi vida allí, pero está bien para una temporada. Creo que venir a la ciudad me ha desestabilizado un poco.

Gray esperó a que el camarero terminara de servir el vino.

– ¿Estás tratando de decirme que has cambiado de opinión? -le preguntó directamente.

– ¿Cambiar de opinión?

– Sobre la boda.

– ¡No! -el pánico se apoderó de ella y los dedos se le pusieron blancos de tanto apretar la copa-. ¡Claro que no, me tengo que casar si quiero quedarme en Australia!

– Si quieres nos podemos casar aquí. Sería más arriesgado en caso de que las autoridades investigaran, pero así después te podrías quedar en Perth, si es eso lo que deseas. Tengo amigos aquí que te podrían ayudar. No tendrías que regresar al rancho.

El pensamiento la hizo palidecer. Si no regresaba a Bushman's Creek no volvería a ver las bandadas de pájaros que acudían a beber al riachuelo, o las maravillosas puestas de sol, ni volvería a sentarse en la galería con Gray.

– Creo que será mejor que sigamos adelante según lo que teníamos planeado -le dijo, un poco nerviosa-, Alice se ha acostumbrado muy bien al rancho y estaré encantada de seguir allí durante el tiempo que sea necesario. Sé que no será para siempre, y por si acaso las autoridades investigan, conviene que aparentemos ser un matrimonio de verdad.

Gray la miró con los ojos entrecerrados, mientras le volvía a llenar la copa.

– Si estás segura…

– Lo estoy -se apresuró a decir. ¿Acaso esperaba que se pusiera de rodillas y le implorara?

– En ese caso, mañana por la tarde iré a ver a mi abogado, para que redacte un acuerdo prematrimonial, como convinimos. Compraremos los anillos y será mejor que elijas un vestido de novia.

Clare se tranquilizó hablando de cosas prácticas. La prudente Clare se encontraba más a salvo pensando en todo lo referente a invitaciones y banquetes que cuando se trataba de considerar cómo se sentiría casada con Gray y, sobre todo, cuando tuviera que despedirse de él.

Antes de abandonar el rancho había hecho una lista con las cosas que necesitaban Alice y ella, y además había pensado darse algún capricho, pero por alguna razón, al día siguiente no disfrutó tanto de la tarde de compras como había imaginado. Gray estuvo ocupado con negocios, pero antes de marcharse la llevó a una joyería donde eligió unas sencillas alianzas de oro y un precioso anillo de diamantes. Clare le dijo que no era necesario, pero Gray insistió.

– Lo puedes dejar aquí cuando te vayas, si no te gusta -le dijo, con indiferencia.

El brillo de los diamantes en su dedo la distrajo toda la tarde. Las tiendas tenían estilo y un amplio surtido, sobre todo comparadas con las de Mathinson, pero por alguna razón era incapaz de concentrarse. Se sentía perdida sin Gray.

Se dijo que tal vez le hubiera resultado más fácil comprar si él se hubiera llevado a la niña, pero en el fondo sabía que esa no era la razón. Echaba de menos su apacible presencia y su ágil caminar. Añoraba su ironía y el modo en que la miraba a veces con esa sonrisa acechando en sus ojos. Echaba de menos mirar hacia atrás y saber que estaba allí.

Regresó al hotel enfadada consigo misma por haber desperdiciado una tarde de compras en una ciudad como Perth, pensando en un hombre que pertenecía a un país lejano, donde la tierra parecía abrasada por el sol y no se veía nada ni a nadie en muchos kilómetros a la redonda.

– Demasiado para una chica de ciudad -suspiró.

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