CLARE se horrorizó al mirar el reloj y ver que había dormido casi cinco horas. Su primer impulso fue salir corriendo a relevar a Gray del cuidado de Alice, pero un vistazo en el espejo le bastó para cambiar de idea. Tenía el pelo enredado, la cara hinchada y el vestido de lino completamente arrugado. Si Gray se las había arreglado con Alice durante toda la tarde, podría arreglárselas también durante diez minutos más. Necesitaba una ducha.
Vestida con unos pantalones estrechos color piedra y una blusa blanca, Clare se sintió capaz de enfrentarse a Gray Henderson de nuevo. Las horas de sueño habían obrado maravillas. Se sentía otra vez ella misma. Mientras se peinaba los cabellos húmedos detrás de las orejas y se ajustaba el cinturón, pensó que había llegado el momento de mostrar a Gray quién era la verdadera Clare Marshall, vital y capaz, completamente distinta de la mujer agotada que no había sido capaz ni de quitarse las sandalias.
Fuera todo parecía muy tranquilo, pero cuando se acercaba al salón empezó a oír el incomprensible parloteo de Alice y siguió el sonido de su voz hasta una pieza, al fondo, cuya puerta estaba abierta. Nada más entrar vio a la niña rodeada de una multitud de objetos variopintos, como si Gray hubiera revuelto toda la casa en busca de algo seguro con lo que pudiera jugar Alice, y ella lo hubiera rechazado todo.
Gray estaba sentado al lado de la niña, con una cuchara de madera en la mano y a Clare le divirtió ver que después de pasar cinco horas con su sobrinita parecía mucho menos imperturbable. Aprovechando que no la habían visto, observó cómo Alice agarraba la cuchara y se apresuraba a metérsela en la boca.
– Muy bien -le estaba diciendo Gray, al tiempo que se levantaba-, juega un poco con eso que mientras yo… -se calló al ver como Alice, tras chupetear un poco la cuchara la tiraba al suelo, con desdén-, te busco otra cosa para que juegues -terminó de decir, suspirando.
En ese momento Alice descubrió a Clare y se le iluminó la cara con una sonrisa de bienvenida. Gray se había agachado para recoger la cuchara y, al ver la expresión de la niña, se volvió y vio a Clare en la puerta, aseada y hermosa, devolviendo la sonrisa a Alice.
Se hizo un extraño silencio mientras Gray se ponía de pie.
– ¡Hola! -le dijo, con un tono de voz que Clare no pudo descifrar-. Tiene mucho mejor aspecto.
– Me siento mucho mejor -por alguna razón no era capaz de mirarlo a la cara y se sintió aliviada al poder centrar su atención en Alice, que le tendía los brazos para que la abrazara, balbuceando algo que sonaba a bienvenida. La levantó y le dio un beso en la mejilla-. ¿Has sido buena?
– Se… se ha portado bien -dijo Gray, con un poco de reserva.
Clare echó un vistazo, primero al suelo lleno de objetos y después a la mesa de trabajo, donde parecía haber despejado toda la zona que pudiera estar al alcance de la niña
– ¿Ha conseguido trabajar? -le preguntó, inocentemente.
– No mucho -admitió, y cuando Alice levantó las cejas, sonrió, muy a su pesar-. ¡De acuerdo, no he hecho nada! Parece increíble que una personita como ella pueda restringir tus actividades tanto.
– ¡Oh, Alice! -dijo Clare, tratando de contener la risa-. ¿Lo has tenido ocupado?
– Es ella la que ha estado ocupada. La he llevado a los campos para que pudiera conocer a los hombres y ver su primer ganado.
– ¿No estaba asustada? -preguntó Clare, al pensar que una niña que no había visto nunca una vaca se había encontrado con mil al mismo tiempo.
– No nos acercamos mucho, pero yo diría que no. No ha dejado de parlotear ni un momento.
– Esta niña es una charlatana, ¿verdad? -le dijo Clare, haciéndole cosquillas en la nariz.
– ¿Entiende algo de lo que dice? -preguntó Gray con curiosidad.
Clare se echó a reír.
– No. La verdad es que no dice nada. Tan solo emite sonidos, pero se hace entender muy bien cuando quiere algo; por ejemplo se las arregla para que te enteres de que no quiere permanecer en su silla toda la tarde sin moverse -añadió, divertida.
– Oh, sí, ya sé que ese mensaje lo emite muy bien. No sabía dónde tenía los juguetes así que me puse a buscar por la casa algo que la entretuviera, pero nada parecía interesarle durante más de un par de segundos.
– Solo traje un par de juguetes. Parece que últimamente le interesan más los objetos cotidianos, pero seguramente se lo estaba pasando mejor con la atención que le estaba prestando que con cualquier otra cosa -dudó un momento y después añadió, con timidez-: Lamento que no haya podido aprovechar la tarde, pero se lo agradezco mucho. Hacía tiempo que no dormía tan bien. Gracias por cuidar de ella.
– De nada. La verdad es que ha sido muy educativo. He hecho muchas cosas en mi vida, pero nunca había cambiado un pañal.
Clare se lo quedó mirando boquiabierta.
– ¿Le ha cambiado el pañal?
– Con algo de ayuda -confesó, un poco avergonzado-. Joe me tuvo que enseñar a hacerlo. Tiene hijos, ya mayores, aunque no creo que haya ejercido mucho de padre con ellos. Al final estábamos cuatro alrededor de la cama, rascándonos la cabeza, mientras mirábamos a la niña y el pañal, sin saber qué hacer. Al final salió bien, o al menos eso creímos. Tendrá que comprobarlo.
Clare no pudo evitar echarse a reír al imaginarse a cuatro hombres adultos sin saber cómo llevar a cabo una tarea tan simple.
– Tú podrías haberles enseñado, Alice -dijo a la niña, y la levantó por los aires hasta que la hizo reír a carcajadas.
Su risa era tan contagiosa, que Gray no tardó mucho en echarse a reír también.
Al verlos tan felices, Clare sintió que el corazón le daba un vuelco y cuando su mirada se cruzó con la de Gray se le quebró la risa, sin saber por qué.
Era como si de repente se hubieran dado cuenta de que estaban relajados y riendo juntos como viejos amigos, cuando eran prácticamente unos desconocidos, con intereses encontrados y nada en común, excepto un bebé. Se les borraron las sonrisas al mismo tiempo y Clare apartó la mirada.
– Debería haberme despertado -le dijo, con Alice apoyada en su cadera.
– Fui a buscarla una hora después, pero estaba profundamente dormida y pensé que era mejor dejarla descansar.
Clare no sabía si alegrarse o entristecerse al darse cuenta de que volvía a hablarle con su habitual tono impersonal. Era imposible adivinar lo que habría pensado al verla durmiendo en su cama.
– Bueno… gracias y no se preocupe que no volveré a pedirle que se quede con ella.
Gray se encogió de hombros ligeramente.
– Nos las hemos arreglado bastante bien.
– Ya, pero la idea no era que cuidara de la niña mientras yo recuperaba mis horas de sueño. De ahora en adelante trataremos de no molestarlo. Con un poco de suerte se olvidará de que estamos aquí -terminó de decir con una sonrisa.
Gray se quedó mirándola.
– No creo que sea muy probable -le dijo, lentamente-. Además dudo de que me sea de utilidad como gobernanta si se pasa el día tratando de evitarme.
– No he querido decir eso -Clare se pasó las manos por el cabello, confusa. En Inglaterra tenía fama de ser tranquila, y buena comunicadora, pero había algo en la mirada desapasionada de Gray que la hacía volverse completamente idiota-. Solo quería decir que… bueno, no le voy a pedir que haga nada más por mí.
– Muy bien. Yo sí quiero pedirte algo. Si vamos a vivir durante un tiempo bajo el mismo techo será mejor que nos tuteemos. Aquí todo el mundo lo hace.
Estaba muy serio, pero había cierta mirada burlona en sus ojos castaños que hizo que Clare apretara los labios mientras asentía. Solo trataba de ser amable y tranquilizadora, podía por lo menos hacer un esfuerzo para fingir que la tomaba en serio.
– Se está haciendo tarde. Será mejor que dé de cenar a Alice y la acueste. ¿Hay alguna habitación que podamos utilizar?
– Por aquí.
Le indicó el camino por el pasillo hasta una habitación que estaba en frente de la suya.
– Pero… ¡si está limpia! -dijo, mirando estúpidamente a su alrededor.
– Alice y yo la barrimos un poco mientras dormías -le dijo Gray-. No estaba muy seguro de cómo arreglármelas con Alice, pero sí he sabido hacerte la cama.
Clare la miró y, al imaginarse a Gray inclinado, alisando las sábanas con sus bronceadas manos se ruborizó.
– No deberías haberte molestado -le dijo.
– Me imaginé que no querrías dormir en la mía -le dijo, secamente, y Clare se ruborizó aún más.
– Por supuesto que no, pero podría haberla hecho yo.
Gray hizo como si no la hubiera oído.
– Lo que no sabía era dónde acomodar a Alice. Me parece que es demasiado pequeña para dormir en una cama.
– Anoche la acosté en un cajón -le respondió Clare, contenta de cambiar de tema-. Uno de esa cómoda nos servirá hasta que encuentre la cuna.
De hecho después de bañarla y darle de comer, Alice estaba lista para que la acostaran en cualquier parte, así que la echó en el cajón, sin que protestara lo más mínimo. Clare se rezagó un poco para asegurarse de que se quedaba dormida y después fue en busca de Gray.
Lo encontró en la galería con un jovencito tímido llamado Ben, que al parecer se había ofrecido para vigilar el sueño de Alice, mientras Gray llevaba a Clare a las cocinas de los empleados para cenar algo.
– Si piensas cocinar, a partir de mañana todos comeremos en la casa -comentó Gray a medida que se acercaban al edificio alto y alargado que se encontraba cerca de la casa.
– ¿Para cuántos tendré que cocinar?
– Vamos a ver, en el rancho hay seis hombres, pero además esta noche habrá dos camioneros, que van a llevar mañana algunas cabezas de ganado al mercado y quieren salir temprano, antes de que haga demasiado calor. Normalmente suele haber más gente de paso que viene a realizar algún tipo de trabajo. ¿Pensabas que se trataba de un lugar aislado? Pues ya verás la cantidad de gente que pasa por aquí.
Clare había estado contando con los dedos.
– ¿Así que voy a cocinar por lo menos para ocho o nueve todas las noches? -le preguntó, sorprendida.
– ¿Será un problema?
– Bueno, no… -Clare midió sus palabras, al recordar que le había prometido ser de utilidad-, solo que nunca había cocinado para tanta gente. De todos modos me las arreglaré.
Cuando se encontró frente a la peor cena que había comido en su vida pensó que sin duda tendría que arreglárselas. Mientras masticaba un trozo de carne con la textura del cuero pensó que ella no lo podría hacer peor.
Clare se acostó aquella noche sintiéndose más feliz de lo que se había sentido en los últimos meses, aunque sin saber la razón, porque el estado de la casa la había horrorizado y las cocinas de los obreros no habían mejorado su impresión.
No se trataba precisamente de su cena ideal, pero rodeada de tanta gente, Clare se dio cuenta por primera vez de lo sola que había estado desde la muerte de Pippa. Sumergida en su pena y en su completa dedicación a Alice hacía meses que no quedaba con nadie. Por lo menos allí tenía gente con la que hablar… ¡Si conseguía llegar a entender lo que decían!
Y además estaba Gray.
Clare lo había estado observando sin que se diera cuenta, mientras hablaba con los hombres al otro extremo de la mesa. Por alguna razón le había resultado difícil sostenerle la mirada, así que en aquel momento le parecía estar viéndolo por primera vez. Era un rostro intrigante y difícil de describir al mismo tiempo. No tenía unas facciones que llamaran la atención y sí un rostro inexpresivo que debería haberlo hecho parecer bastante anodino, pero no era así. Había algo en su quietud que atraía, que hacía muy difícil apartar la mirada de él. Los ojos de Clare se detuvieron en su boca y se preguntó cómo era posible que pudiera resultarle ya tan familiar. Tan familiar y tan inquietante al mismo tiempo. Le resultaba difícil creer que acabara de conocerlo.
Ya no podía concebir no reconocerlo al instante, no saber lo fuertes que eran sus manos, lo inesperada que resultaba su sonrisa. Ya sabía cómo reía, cómo andaba, cómo volvía la cabeza cuando se daba la vuelta y la encontraba mirándolo. Le había costado un poco asimilar que aquellos ojos impenetrables pertenecían, no a un hombre al que había conocido toda la vida, sino a alguien a quien acababa de conocer.
Al principio se había sentido humillada, pero ahora no podía evitar experimentar algo parecido a la felicidad al tumbarse en la cama que Gray había hecho para ella aquella tarde. Tal vez se le podría llamar alivio, como si finalmente hubiera podido liberarse de un peso y descansar. Había llevado a Alice a Bushman's Creek y no podía hacer otra cosa hasta que apareciera Jack, entonces tendría que preocuparse del futuro, pero hasta entonces viviría al día. Mientras se iba quedando dormida, Clare pensó que Bushman's Creek no iba a ser nunca un lugar en el que pudiera ser completamente feliz, pero al menos podría vivir contenta durante un tiempo.
Contenta no era precisamente la palabra que definía cómo se sentía Clare cuando el llanto de Alice la sacó de la cama al amanecer.
– ¡Ya voy, ya voy! -murmuró, tanteando el camino por la habitación, demasiado dormida como para saber si estaba tan oscuro porque tenía los ojos cerrados o porque no había encendido la luz
Al final encontró a Alice, la tomó en brazos y la llevó a su habitación, pensando que si la acostaba con ella, su contacto la haría tranquilizarse, pero pronto se dio cuenta de su equivocación. Había tardado demasiado en atenderla y la niña estaba enrabietada y cada vez gritaba más.
– De acuerdo, de acuerdo, cariño -trató de calmar a la enfadada Alice-. Te traeré un poco de leche. Tal vez así te tranquilices.
La noche había refrescado el ambiente y se puso una bata antes de colocarse a Alice sobre el hombro y dirigirse a la cocina. Alice gritaba tanto y todo a su alrededor le resultaba tan extraño que tuvo que detenerse un momento para recordar lo que iba a hacer.
– ¡La leche! -se recordó en voz alta.
Estaba intentando abrir la nevera con una mano, mientras sostenía a Alice con la otra, cuando apareció Gray, bostezando y frotándose los ojos.
Se acercó a Clare y tendió los brazos.
– ¿La tomo en brazos?
Clare fue a decir que ya se las arreglaría ella sola, pero se calló, porque se dio cuenta de que no se las estaba arreglando demasiado bien y, ya que estaba despierto, bien la podía ayudar.
– Gracias -le dijo, al tiempo que le pasaba a Alice.
Clare lo miró encantada mientras paseaba a la niña de un lado a otro de la cocina, apretándola contra su fuerte pecho, para que se tranquilizara. Llevaba puesta una camisa de color azul y unos pantalones cortos. Aunque lo veía todo un poco borroso, a Clare no se le pasaron desapercibidas sus fuertes piernas.
Para cuando tuvo el biberón listo, Gray ya había conseguido tranquilizar a la niña con sus paseos.
– ¿Por qué no le das el biberón? -le preguntó, sin pararse a pensar que hacía solo unas horas se había prometido no pedirle ayuda en el cuidado de Alice-. Parece muy contenta contigo.
Gray se sentó en una silla y Clare le vio colocar a la niña contra su pecho con torpeza y tomar el biberón que ella le tendía con una mirada insegura. Era reconfortante ver cómo un hombre tan competente se sentía perdido con un bebé en brazos.
– Ponle el biberón en la boca -lo animó, con una sonrisa-. Ella sabrá lo que tiene que hacer.
En efecto, en cuanto le acercó la tetilla de goma a la boca, la niña se aferró al biberón y empezó a chupar con los ojos cerrados.
– Bueno, parece que era esto lo que quería -dijo Gray, y Clare se acercó para ver de cerca la inconfundible mirada de ternura con que contemplaba a Alice, relajada en sus brazos-. ¿Se despierta llorando todas las noches?
– No, pero no le gusta que le cambien sus horarios habituales -Clare se sentó en otra silla al lado de Gray y la niña, contemplándola con una mezcla de preocupación, cariño y sorpresa al ver lo rápido que había pasado del llanto más furioso a aquella expresión de beatitud-. Debería haber imaginado que se iba a despertar esta noche -se echó hacia atrás en la silla y se pasó los dedos por el pelo, con expresión cansada-. Siento que te hayamos despertado. La próxima vez te tendrás que poner una almohada sobre la cabeza.
– Tengo el sueño muy ligero -se limitó a decir Gray.
Alice ya parecía saciada, así que Gray le retiró el biberón y le limpió la boca con el pulgar.
– ¡Qué bien se te dan los niños! -dijo Clare, observando sus suaves movimientos-. Tal vez se deba a que eres muy tranquilo. Los niños saben muy bien cuando estás tenso o preocupado por algo. Tu corazón debe de latir de manera muy agradable y pausada.
Los ojos de Gray se posaron en ella un momento. Tenía el cabello enredado, los ojos enrojecidos por el sueño y no le pasó desapercibida la fresca piel de su cuello y la curva de sus senos, que dejaba entrever el suave y ligero material del camisón.
– No siempre -le dijo, secamente.
Demasiado cansada como para sentirse incómoda, apoyó la barbilla sobre una mano para observar a Alice. Enseñó a Gray como hacerla eructar y él lo consiguió a la primera.
– ¿Estás seguro de que no lo habías hecho antes? -le dijo, medio bromeando.
– Sí, pero uno de los primeros recuerdos que guardo en mi mente es el de mi madre dándole el biberón a Jack en esta cocina. Debía de tener unos cinco años.
Pippa había dicho que Jack tenía treinta y tres años, así que a pesar de ser tan temprano no le costó mucho calcular que Gray tenía treinta y ocho.
– Son bastantes años de diferencia -señaló Clare-. ¿Os lleváis bien?
– Cuando te crías en un sitio como este, tan aislado, no te queda más remedio que llevarte bien. Solíamos hacer muchas cosas juntos y cuando murieron nuestros padre nos pareció la cosa más normal del mundo dirigir juntos el rancho.
– No os parecéis en nada.
Clare había hablado sin pensar.
– No sabía que hubieras conocido a Jack…
– Y no lo conozco, pero he oído hablar a Pippa mucho de él. Parece maravilloso -le dijo, pensando en las historias tan divertidas que Pippa le había contado-. Cálido, gracioso, amable… -de repente, Clare se dio cuenta de lo que implicaban sus palabras y se puso roja-. Eh… pero no quiero decir que tú no lo seas…
Para alivio de Clare no pareció enfadado, sino más bien divertido.
– No, si tienes razón. Somos bastante diferentes. Jack ha sido siempre de trato mucho más fácil, pero también más intranquilo. Cuando era más joven siempre andaba metido en líos, aunque hay que decir que se las arreglaba muy bien para salir de ellos. A todo el mundo le caía bien.
– Pippa era así también, como nuestro padre: muy románticos y siempre dispuestos a vivir las aventuras más arriesgadas, que a veces salían mal, pero a nadie le importaba porque nos lo pasábamos de maravilla con ellos. Yo era la sensata de la familia. Mi madre murió cuando tenía trece años y supongo que enseguida me metí en su papel. Papá y Pippa solían tomarme el pelo, pero es que sentía que debía ocuparme de ellos. Nunca se las habrían podido arreglar solos.
– ¿Todavía vive tu padre? -preguntó Gray y ella negó con la cabeza.
– No. Murió hace siete años.
Gray frunció el ceño.
– Así que te has quedado sola.
Clare estaba mirando a la niña.
– No. Está Alice.
– La muerte de tu hermana debió de ser muy dura para ti.
– Sí -la mirada de Clare se perdió en la oscuridad de la noche-. Sí, cuando murió sentí que algo en mí moría también. Pippa era una persona tan vivaz, tan alegre. Todavía no me hago a la idea de que no va a volver a aparecer para decirme que ha pensado recorrer el mundo en un velero o irse a la selva. Siempre envidié la habilidad de Pippa para vivir al día. No planeaba nada para el futuro, ni le gustaba ahorrar. Hasta que conoció a Jack, lo único que quería era vivir peligrosamente.
– ¿Y qué querías tú?
– Seguridad -enrojeció al mirar a Gray-. Suena muy aburrido, ¿verdad? Papá siempre estaba cambiando de trabajo y cuando éramos pequeñas cada año estábamos en un colegio distinto. A Pippa eso le hizo convertirse en una trotamundos, pero yo añoraba echar raíces en algún sitio, así que en cuanto pude hacer frente a una hipoteca, me compré mi propia casa -continuó-. Pippa no podía entender cómo podía ser feliz trabajando para la misma agencia desde los veinte años, pero me gustaba volver todos los días a mi apartamento, tomar el mismo autobús cada día y encontrarme con la misma gente -Gray la miraba con una extraña expresión- Supongo que tú también me encontrarás aburrida -le preguntó con un cierto tono de desafío.
– No, no era eso lo que estaba pensando -le respondió, lentamente.
Por la mañana, cuando pensó en lo que habían estado hablando aquella madrugada, Clare se horrorizó. Debía de haber estado medio dormida y con las defensas bajas para permitirse el lujo de hacer unos comentarios tan estúpidos sobre Gray, los latidos de su corazón y lo bien que se le daban los niños. Si lo hubiera hecho a propósito, no habría sonado tanto como una mujer desesperada. Seguramente a esas alturas estaría pensando que había intentado ligar con él, y que le gustaban tanto los niños que estaba decidida a tener uno propio y lo había elegido como padre.
– Tendré que hacerle ver que soy una mujer a la que le gusta su trabajo -dijo a Alice, mientras le cambiaba el pañal-, y que si alguna vez pienso en tener un compañero, desde luego lo elegiré por algo más que la tranquilidad con la que lata su corazón -Alice movió las piernas en señal de apoyo y Clare le hizo cosquillas en la tripita-. ¿Así que tú crees que lo único que tengo que hacer es convencerlo de que no soy la típica mujer que se vuelve loca al ver a un hombre con un bebé en los brazos?
– ¡Ma! -dijo Alice, que Clare tradujo como un sí.
Preparó un saludo frío para cuando lo viera y se dirigió a la cocina con Alice en los brazos. Al llegar y ver que no había nadie se sintió muy decepcionada. No eran más de las siete y parecía que ya hacía mucho tiempo que se había ido.
Clare leyó la nota que le había dejado sobre la mesa y suspiró al saber que estaban cargando los camiones y regresaría un poco más tarde para tomar un tentempié. No había ningún comentario acerca de que debería haber estado haciendo el desayuno para él y los hombres, pero estaba segura de que lo había pensado. ¡Y ella que quería impresionarlo con su profesionalidad! Se dijo que no volvería a ocurrir y para compensar aquel fallo se puso a limpiar la cocina.
Tres horas más tarde, cuando regresó, Gray la encontró de rodillas, fregando el suelo, mientras Alice estaba entretenida con una taza de plástico y un cuenco lleno de agua.
– Veo que has estado ocupada -le dijo a modo de saludo, mientras miraba a su alrededor con las cejas levantadas.
Clare levantó la cabeza al oír su voz y al verlo apoyado en la puerta, más masculino que nunca, el corazón le dio un vuelco. Enfadada consigo misma se dijo que se trataba solo de la sorpresa.
Se sentó sobre los talones y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.
– ¿Acaso pensaba que iba a estar todavía en la cama? -le preguntó, con más acidez de la que hubiera deseado.
Si Gray lo notó, no se dio por aludido.
– No, pero tampoco pensaba encontrarte de rodillas.
– Estoy aquí para trabajar -le dijo, con voz altiva.
Gray no dijo nada, pero Clare creyó percibir una mirada divertida en su rostro y de repente se dio cuenta de la pinta que debía de tener con el pelo pegado a la cabeza, manchas de polvo en la cara y la camisa húmeda y sucia. Seguramente estaba comparando su estado lamentable con aquel otro tan diferente que tenía el día anterior cuando le había asegurado que estaba acostumbrada a trabajar duramente.
– ¿Por qué has vuelto tan pronto? -le preguntó, enfadada.
– Ya hemos terminado en los campos. Los chicos están tomando un tentempié y yo he entrado para hacer el té. Si no te importa que pise en tu suelo recién limpio, claro está.
Clare se preguntó por qué estaba tan segura de que se reía de ella, con lo serio que estaba. Se puso en pie, sintiéndose enojada, sin saber la razón
– Lo haré yo. Después de todo es mi trabajo.
– Veo que estás encantada con tu trabajo.
Con el sombrero ladeado se apoyó en uno de los muebles de cocina cercano a la puerta, cruzado de brazos. Tenía las botas polvorientas y las mangas de la camisa remangadas, dejando a la vista sus fuertes muñecas bronceadas.
Parecía relajado, pero a Clare no le pasó desapercibido el poder que emanaba de su cuerpo. Apartó los ojos para buscar té en uno de los armarios.
– No creo que «encantada» sea la palabra más adecuada en este caso -apuntó.
– Entonces, ¿cuál es la palabra adecuada?
Clare se encogió de hombros.
– ¿«Resignada»? -sugirió-. ¡No creo que fregar suelos sea mi trabajo ideal! ¡Estoy acostumbrada a un poco más de trabajo mental y un entorno mucho más agradable!
– Tú propusiste trabajar de gobernanta -señaló Gray.
– Porque era el único modo de poder venir aquí -replicó, sin pensar, pero al verlo fruncir las cejas se dijo que debería haber tenido un poco más de tacto-. De todos modos no te preocupes, pienso respetar mi parte del trato -se apresuró a añadir-. No me hubiera pasado toda la mañana de rodillas si no pensara hacerlo, tal y como prometí -su mirada se perdió un momento en el monótono paisaje que se contemplaba por la ventana-. Además tampoco hay mucho más que hacer aquí -añadió con un suspiro.
Gray se apartó bruscamente del mueble.
– Bueno, con un poco de suerte no tendrás que soportarlo durante mucho más tiempo.
Clare se dio rápidamente la vuelta.
– ¿Has hablado con Jack?-preguntó, ansiosa.
– No, pero he dejado un mensaje para él, así que se lo darán en cuanto se ponga en contacto con sus socios, que será uno de estos días.
Clare miró a Alice que, despreocupada por su futuro, estaba echando agua por el suelo.
– Esperemos que así sea -le dijo.
– Mientras tanto, como muy bien has dicho, estás aquí para trabajar de gobernanta -había un tono implacable en su voz que Clare no había oído antes-. Eso quiere decir que tendrás que hacer la cena de esta noche. Pan y carne fría será suficiente para comer, pero a los chicos les gustaría tomar algo dulce para el tentempié de las mañanas y las tardes. Tal vez, cuando termines con el suelo, podrías hacer una tarta o unas galletas.
Sonaba más a orden que a petición y Clare lo miro con incredulidad.
– ¡Pero todavía queda el resto de la casa por limpiar además de ocuparme de Alice! ¿Cuando me voy a poner a hornear dulces?
– Fuiste tú la que dijiste que no tenías nada más que hacer -dijo, injustamente tras recoger su sombrero-Estaré en la galería. Avísame cuando esté listo el té.