– ¿ESTÁS OCUPADA? Clare dejó el rodillo de amasar sobre la mesa y miró a Gray, sorprendida.
– No mucho -le dijo, al tiempo que se limpiaba las manos llenas de harina en el delantal-. ¿Por qué?
– Necesito hablarte de algo.
Lo había visto preocupado desde su regreso de Mathinson hacía un par de horas. Le había traído las compras que le había pedido, pero no había sido capaz de entablar una conversación con ella, y se había apresurado a marcharse. En ese momento le parecía incluso más reservado de lo normal.
– No suena nada bien -le dijo, con un tono de voz lo más despreocupado que pudo-. Espera un momento que meta esto en el frigorífico -dejó la masa en la nevera y se quitó el delantal antes de volverse hacia Gray-. ¿De qué se trata?
– Vayamos a dar un paseo. Se está muy bien cerca del riachuelo a estas horas.
Clare dudó.
– Alice está dormida.
– No vamos muy lejos, y además Joe andará por aquí. Le he pedido que arregle esa ventana, así que la oirá si llora.
– De acuerdo -Clare se puso el sombrero vaquero que Gray había insistido tanto en que llevara cada vez que saliera, aunque solo fuera a dar de comer a las gallinas.
Mientras bajaban las escaleras del porche, Clare pensó en cómo se había familiarizado con cosas que le parecían tan extrañas hacía sólo dos semanas. Se había acostumbrado al brillo de la luz, al permanente azul del cielo, al intenso calor que la golpeaba cada vez que salía de la sombra, y hasta se estaba acostumbrando a la tranquila y callada presencia de Gray.
Pero no a su sonrisa. Clare no creía que pudiera acostumbrarse nunca. Siempre la pillaba desprevenida y contenía la respiración mientras se le formaban aquellas arruguitas en el contorno de los ojos y le brillaban los dientes de un blanco perfecto.
Caminaron en silencio por la cabecera del riachuelo, oyendo el crujido de las hojas secas bajo sus pies.
– Esta mañana recogí el correo en Mathinson -dijo, finalmente-, y había una carta de Jack.
– ¿De Jack?
Clare se dio cuenta de que prácticamente se había olvidado de Jack y de todo el interés que tenía en encontrar al padre de Alice para que empezara una nueva vida con él. A las orillas de aquel riachuelo se sentía casi como en un sueño, paseando tranquilamente con Gray, pero, por desgracia, la realidad se había colado de repente.
– ¿Y… y qué dice en ella?
– Solo que en el último momento tomó la decisión de ir a comprar toros a Argentina en vez de a Texas, y una vez allí piensa quedarse una temporada.
– ¿Así que no recibió ninguno de tus mensajes?
– No.
Clare hizo un esfuerzo por sobreponerse, consciente de que debía estar contenta de haber recibido esa carta, en vez de desear que nunca hubiera llegado. Se preguntó por qué lamentaba tanto que significara que ya no faltaba mucho para que dijera adiós a Alice y Bushman's Creek. Tenía que suceder algún día y tal vez cuanto antes mejor.
– ¿Te manda alguna dirección en la que puedas ponerte en contacto con él? -preguntó, tratando de sonar práctica.
Gray negó con la cabeza.
– Está viajando, pero no dice por dónde. Lo único que menciona es que necesita romper con todo por un tiempo -Clare le vio fruncir el ceño, mientras doblaba la carta-. Soy consciente de que no podía saber que usted iba a venir con Alice, pero no es propio de él hacer algo así.
– ¿Y… y dice cuándo piensa regresar?
– No hasta después de la temporada de lluvias.
– ¿Y eso cuándo será?
Se volvió para mirarla.
– No hasta dentro de cinco meses, por lo menos.
– ¡Cinco meses! -Clare lo miró, consternada, al darse plena cuenta de lo que implicaba la carta de Jack-. Cinco meses… -repitió, más despacio.
– Lo siento, Clare.
– Tendré que marcharme a casa -le dijo, sin mirarlo. Todo el esfuerzo que le había supuesto traer a Alice y adaptarse a aquella tierra no había servido de nada.
Gray dudó.
– Podrías quedarte -sugirió Gray.
– Solo durante dos meses más. Tengo una visa válida solo para tres meses y las leyes australianas son muy estrictas.
– No si estás casada con un australiano -Clare se quedó mirando fijamente al suelo, hasta que levantó la cabeza muy despacio para mirar a Gray, con los ojos muy abiertos, consciente de lo que parecía estar sugiriéndole-. Podrías casarte conmigo.
Incapaz de hablar, lo único que pudo hacer fue permanecer allí sin moverse, aturdida, mientras en el silencio que la rodeaba parecía resonar el eco de las palabras de Gray.
Clare se humedeció los labios.
– ¿Casarme contigo? -consiguió decir finalmente, segura de no haber oído bien.
– Siendo mi esposa tendrías derecho a permanecer en este país.
– ¡Pero… pero tú no te quieres casar conmigo!
Le pareció notar un cambio de expresión en sus ojos, pero pasó tan rápido que no pudo interpretarlo.
– Estoy tratando de dar una solución práctica al problema -le dijo-, porque creo que Alice es lo que más importa. Está feliz y se ha adaptado bien. No creo que fuera bueno para ella volver a Inglaterra y regresar cuando, finalmente, aparezca Jack. No estoy diciendo que vayamos a estar casados toda la vida. Tan pronto como regrese Jack y se aclare el futuro de Alice, nos separaremos y podrás regresar a tu trabajo en Inglaterra, como habías planeado.
– No… no sé -tartamudeó Clare. Le daba vueltas la cabeza solo de pensar en casarse con él.
– ¿Cuál es el problema? -le preguntó.
Clare lo miró, un poco desesperanzada.
– Todo, en realidad… No me puedo creer que sea tan fácil casarse y después separarse cuando nos convenga.
– No veo por qué no -dijo Gray-. Los dos sabemos que se trata simplemente de un acuerdo práctico. No será muy romántico, pero no tiene por qué serlo tampoco.
Clare pensó en Mark y en cómo había soñado casarse con él un día y se preguntó cómo podría haber imaginado que se iba a terminar casando con un hombre tan diferente a él.
Mientras trazaba con el dedo un dibujo invisible en el tronco de un árbol, preguntó:
– ¿Y Lizzy?
– ¿Qué pasa con ella?
– Todavía la amas.
Gray volvió la cabeza para mirarla. En sus ojos había una expresión enigmática.
– ¿Ah, sí?
Se hizo un largo silencio y al final fue Clare la que miró a otro lado.
– ¿Qué pasa si cambia de opinión y averigua que te has casado?
– Eso no va a suceder -le respondió tranquilamente-. Lizzy está comprometida con un hombre que conoció en Perth, así que no va a regresar ahora.
Clare no estaba segura de si aquello la hacía sentir mejor o peor.
– Ya -dijo, lentamente.
– Lizzy no tiene nada que ver con esto. Lo único que ocurre es que ni usted ni yo podemos casarnos con la persona que queremos y ninguno de los dos esperará nada de este matrimonio aparte de una solución práctica al problema que tenemos.
– Pero el problema es sólo mío -se sintió obligada a puntualizar Clare-. ¿Por qué ibas a casarte con una mujer a la que apenas conoces?
– Por Alice. Es de mi familia y los Henderson miran por los de su propia sangre. Creo que sería mejor que te quedaras con ella hasta que regrese Jack, y si casarnos es la única manera de conseguirlo, eso es lo que haré. Además resuelve el problema práctico de tener a alguien que la cuide durante el día. Si tú no estuvieras tendría que buscar una persona para que se ocupara de ella, y es difícil encontrar una buena gobernanta.
– ¿Quieres decir que te casarías solo por tener la casa limpia y la comida preparada? -le preguntó Clare, con acritud.
– No -le respondió, mirándola a los ojos-. Pero si lo haría por Alice. No es como si fuera a ser para siempre. Ya sé que este no es el tipo de lugar en el que quieres vivir, pero Londres te estará esperando todavía cuando vuelva Jack. Solo serán unos meses y tú misma dijiste que querías alejarte de tu entorno por un tiempo. ¿Por qué no estar aquí con Alice?
– ¿Por qué no? -dijo Clare, casi como si estuviera hablando consigo misma-. Será más barato que viajar… ¡Oh, pero qué ridiculez! -se alejó, como impulsada por lo absurdo de la situación-. No me puedo creer que de verdad esté pensando en casarme con un hombre al que ni siquiera he…
Clare se detuvo bruscamente, como si de repente se encontrara al borde de un abismo.
– ¿Al que ni siquiera has besado? -terminó de decir Gray por ella y dio unos pasos para poder estar a su altura y mirarla a los ojos-. ¿Es eso lo que ibas a decir?
Casi se le cortó la respiración al darse cuenta de lo cerca que estaba de ella.
– Sí -dijo muy bajito, queriendo sonar fría y tranquila, aunque era consciente de lo deprisa que le latía el corazón.
– Eso tiene fácil remedio, ¿no te parece?
Clare no pudo responder, solo fue capaz de permanecer allí de pie, inmovilizada por la luz de aquellos ojos, mientras muy dentro de ella tomaba vida una mezcla de anticipación y terror ante la fuerza de aquel traicionero deseo.
Sin prisas, Gray le quitó el sombrero y lo dejó caer sobre un tronco que había a su lado. Después se quito el suyo, lo sostuvo en una mano mientras con la otra acariciaba la mejilla de Clare, antes de deslizar suavemente los dedos bajo sus sedosos cabellos oscuros.
Clare los sintió, cálidos y fuertes en su nuca y temblorosa le dejó que la atrajera contra él y buscó apoyo en su pecho. Gray examinó su rostro durante largo rato con una expresión en los ojos que estuvo a punto de hacer que se le parara el corazón, y después la besó,
Clare creyó haber dejado de sentir la tierra bajo sus pies y cerró los ojos, mitad aterrorizada y mitad entusiasmada ante la intensidad de lo que sentía con el primer roce de sus labios. Era como si un rayo de sol hubiera atravesado la sombra, inundándola con una luz cegadora que reduciendo el mundo a su alrededor a un mero borrón, solo le hubiera dejado la capacidad de sentir el calor de Gray, el sabor de su boca y la suavidad de sus labios explorando los de ella con un efecto tan dulcemente devastador.
Con el sombrero aún en la mano, Gray le rodeó la cintura e intensificó su beso. Clare se fundió con él, sintiéndose tan ligera como si no tuviera huesos, mareada de placer, impotente bajo el agradable tormento de sus labios y, cuando él levantó la cabeza, Clare no pudo reprimir un gemido de protesta.
La volvió a apretar contra él, en respuesta, antes de soltarla de mala gana.
– Ahora piensa en casarte conmigo -le dijo.
Clare lo miró medio mareada, sin saber lo grandes y oscuros que se veían sus ojos, ni lo tentadora que temblaba su boca. Se sentía flotar, como si careciera de cuerpo e incapaz de moverse, mientras sus sentidos le recordaban lo que había experimentado mientras Gray la besaba, hasta que de repente tomó plena conciencia de lo que la rodeaba: todo estaba en silencio, hacía calor, no corría ni una ráfaga de viento y olía a una mezcla de polvo, corteza y hojas secas. Vio la luz cegadora, más allá de la sombra en la que se encontraban y sintió el movimiento de la tierra bajo sus pies.
De repente las ramas sobre su cabeza parecieron despertar a la vida cuando una bandada de pájaros remontó el vuelo y el hechizo se rompió. Consciente de que las piernas no la iban a sostener, Clare se dejó caer sobre el tronco y sacudió la cabeza, como para recuperar la lucidez.
– No necesitas tomar una decisión de inmediato -le dijo, malinterpretando el gesto.
– No estaba diciendo que no -dijo Clare, haciendo un tremendo esfuerzo para recuperarse-. Quería decir… no estoy segura de lo que quería decir -confesó, con impotencia, mientras se preguntaba qué demonios le sucedía a ella, Clare, famosa en su trabajo por mantener siempre la compostura y ser capaz de salir de cualquier crisis. No había sido más que un beso, y ni siquiera largo o demasiado apasionado. No había razón para sentir como si el mundo estuviera dando vueltas a su alrededor-. Tendré que pensarlo -dijo.
– Por supuesto -mientras se ponía el sombrero con calma, Gray no quitó los ojos de su rostro arrebolado-. Puedes tomarte el tiempo que necesites. Ahora tengo que volver al trabajo -le dijo, y al ver que Clare no decía nada se dio la vuelta para marcharse-. Cuando hayas tomado una decisión -le dijo, mientras se alejaba-, házmelo saber.
Clare observó la cuna que Joe había restaurado, haciendo que casi pareciera recién comprada. Con un colchón nuevo resultaba perfecta. Acarició los bordes con el dedo y deseó que Alice no estuviera dormida, para tomarla en sus brazos y estrecharla. A veces, como en aquel momento, cuando miraba a la hija de Pippa, la quería tanto que casi le dolía. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa por ella.
Incluso casarse con Gray Henderson.
No había tenido que pensárselo mucho, después de todo, porque no había otra alternativa. La ley decía que solo podía pasar tres meses en Australia y no podía permitirse marcharse y regresar para obtener otra visa, e incluso si pudiera no estaba segura de que las autoridades se lo permitieran. Sin duda el matrimonio era su única opción y Gray el único marido posible.
No estaba segura de por qué la idea de casarse con él la ponía tan nerviosa. No era desagradable ni feo. En realidad, tal vez sería más fácil si lo fuera.
El recuerdo de su beso la hizo estremecerse. Si no la hubiera besado. Si pudiera dejar de recordar lo que había sentido al besarlo.
Confundida por su propia reacción, Clare no había parado de dar vueltas toda la noche. No creía que pudiera estar bien besarse de ese modo, cuando los dos estaban enamorados de otra persona. No entendía por qué habían sentido algo tan intenso. Gray no lo había admitido, pero estaba claro que aún amaba a Lizzy. Y además estaba Mark… Mark al que ella había amado tan intensamente, segura de no poder amar nunca a nadie de aquel modo.
Pero cuando trató de recordar el rostro de Mark, tan solo pudo ver a Gray de pie delante de ella, con el ala del sombrero ocultándole el rostro y esa sonrisa enigmática en su boca. Gray con sus inexpresivos ojos castaños, su paso lento y su cuerpo musculoso.
El hombre con el que se iba a casar.
Clare permaneció todavía largo rato mirando la cuna, respiró profundamente y salió en busca de Gray.
Estaba en la galería, tal como había imaginado, apoyado en la barandilla y mirando a las estrellas que, como todas las noches, poblaban el cielo. Clare podía distinguir su figura, pero cuando se dio la vuelta, se dio cuenta de que no veía la expresión de su rostro. Pensó que había sido una tonta al ponerse tan nerviosa por lo que le tenía que decir, y se alegró de no haber esperado hasta la mañana para nacerlo. Era el tipo de conversación que resultaba más fácil tener en la oscuridad.
Fue a apoyarse a su lado en la barandilla, y contemplaron juntos las estrellas un rato, sin mediar palabra. Todo estaba en silencio y por suerte hacía fresco, después del intenso calor diurno. Al mismo tiempo que se dejaba invadir por la paz de la noche, sus dudas empezaron a desvanecerse.
– He estado pensando en lo que dijiste ayer -comenzó, sin dejar de mirar al cielo- ¿Todavía sigue la oferta en pie?
Gray se volvió para mirar su rostro, pálido y luminoso bajo la luz de las estrellas.
– Sí.
– Entonces, me gustaría aceptarla, aunque sé que no es el modo en que ninguno de los dos desearíamos contraer matrimonio -se apresuró a decir, para que no pensara que quería que la abrazara o fingiera una alegría que no sentía-. Sin embargo quisiera poner una condición.
Gray se puso en guardia.
– ¿Cuál?
– Creo que deberíamos firmar un documento legal por el que quedara claro que yo no puedo reclamar nada cuando me vaya. No quiero que pueda parecer que me voy a beneficiar económicamente por casarme contigo. En tu caso no ibas a obtener ningún provecho -añadió con ironía-, porque no poseo ningún bien.
– Yo no diría eso -le dijo, mirándola intensamente a los ojos.
Clare se dio cuenta de que estaba enrojeciendo, sin saber por qué.
– Aparte de mi habilidad con una escoba y un recogedor, por supuesto -le dijo, con una sonrisa nerviosa.
– No estaba pensando precisamente en eso -Gray se volvió a mirar el perfil de los gomeros contra la oscuridad del cielo-. Podemos firmar un documento legal, si piensas que es necesario. Hablaré con mi abogado sobre ello y tal vez podamos hacer un viaje hasta Perth para firmarlo. Sí, de todos modos sería buena idea ir a Perth, porque querrás comprar un vestido de novia, y además podríamos adquirir los anillos y cualquier otra cosa que Alice y tú vayáis a necesitar.
– ¿Te parece necesario gastar dinero en un vestido de novia? En realidad no va a ser una boda de verdad.
– Nosotros lo sabemos, pero de cara al resto de la gente debe ser absolutamente convincente. Será más fácil que las autoridades se cuestionen nuestro matrimonio si no celebramos una boda como Dios manda, con vestido, fotos e invitados. Me temo que tendremos que invitar a toda la gente del distrito y actuar un poco.
– No había pensado que habría otra gente implicada -confesó-. ¿No van a pensar todos que es un poco raro que hayas decidido casarte conmigo de repente?
– No creo que les parezca extraño, porque para cuando nos casemos ya llevarás aquí casi dos meses, y habremos estado viviendo solos en la casa todo ese tiempo. Lo más natural sería que nos enamoráramos.
Clare sintió que el rubor coloreaba sus mejillas y agradeció la oscuridad.
– Supongo que ellos no van a saber lo que sentimos en realidad.
– No, y tienen que seguir sin saberlo -le dijo Gray-. Ya has visto la cantidad de gente que pasa por aquí, por una u otra razón, así que no podemos permitirnos que nadie sospeche que no se trata de un matrimonio de verdad. Vamos a tener que fingir. ¿Crees que podrás hacerlo?
– Podré, si puedes tú -de repente lo asaltó una duda-, a no ser que…
– ¿Qué?
– Nada -se apresuró a decir.
– Dímelo -se incorporó en la barandilla, con el ceño fruncido.
– Bueno, solo que… hay una cosa que… -incapaz de mirarlo a los ojos, se concentró en uno de sus dedos con el que estaba trazando una línea imaginaria en la barandilla, preocupada sobre cómo preguntarle si se quería acostar con ella o no. Se sintió estúpida, ante tal preocupación porque, al fin y al cabo, los dos eran adultos y después de respirar profundamente decidió hablar antes de arrepentirse-: Me preguntaba si pensabas… si estabas pensando… que nosotros… -sintiéndose incapaz de continuar, se calló y empezó de nuevo-. Creo que estoy tratando de preguntarte cómo de casados exactamente vamos a estar -miró a Gray-. Ya sabes lo que quiero decir.
– Sí, ya sé lo que quieres decir -le dijo y después le apartó un mechón detrás de la oreja-. ¿Cómo de casada te gustaría estar, Clare?
– No… no estoy segura -le confesó.
– Entonces esperaremos hasta que lo estés -le dijo con calma-. Es decisión tuya.
– Pero, ¿y si fuera decisión tuya?
Una sonrisa le iluminó el rostro.
– Yo soy un hombre, Clare, no una máquina y tú eres una mujer muy atractiva. Si queremos que nuestro matrimonio sea convincente tendremos que compartir la alcoba y no me extrañaría que bajo esas circunstancias hiciéramos muchas otras cosas -se encogió ligeramente de hombros-. No hay prisa en tomar la decisión. ¿Por qué no te lo piensas?
– No quiero pensarlo -Clare se volvió para mirarlo-. Estoy harta de pensar. Nos vamos a casar y será más fácil para los dos si nos comportamos de la manera más normal posible. Somos adultos y libres, así que no veo ninguna razón para que no… ya sabes…
– Sí, lo sé -le dijo, gravemente, aunque Clare estaba convencida de haber detectado cierto tono humorístico en su voz. Trató de no darse por aludida y continuó.
– Tal vez resulte extraño hablar de ello así en frío, pero quizás podríamos hacer lo que hace la gente normal. Podríamos tratar de olvidar que es por el bien de Alice y simplemente… conocernos.
Gray sonrió y tomándola por la cintura, la atrajo suavemente hacia sí.
– ¿De este modo? -le sugirió.
– Sí -respondió Clare, notando que le empezaba a faltar el aire. Ella misma lo había sugerido y era lo que de verdad deseaba, pero no estaba preparada para la intensa reacción de su cuerpo ante el tacto de los dedos masculinos a través de la fina tela de su vestido, ni para la manera en que se le había acelerado el pulso-. Podríamos… fingir que… nos estamos enamorando y ver hasta donde nos lleva eso -le dijo, con la voz cada vez más entrecortada, a medida que Gray bajaba la cabeza para casi… rozarle los labios.
– Finjamos -aceptó, y salvó el poco espacio que quedaba entre ellos.
Clare dejó escapar un suspiro y, tras separar los labios bajo los de Gray, deslizó los brazos alrededor de su cuello, abandonándose al placer embriagador que le producía explorar su boca. Como a la deriva en un torbellino de sensaciones, sintió que se licuaba, que los huesos se le convertían en miel y se apretó más contra él, embrujada por el encantamiento del beso que los tenía esclavizados. Era como si este poseyera voluntad propia, de manera que ninguno de los dos pudiera liberarse, aunque así lo hubiera deseado.
Nunca supo cuánto tiempo habían estado besándose bajo la oscuridad que reinaba en la galería, pero le pareció que aquel beso duraba una eternidad y al mismo tiempo había terminado demasiado pronto. Gray le tomó el rostro entres sus largos y fuertes dedos y se fue separando lentamente de ella con suaves besos, hasta terminar con uno muy rápido en los labios. Después levantó la cabeza y, casi sin aliento, se miraron durante largo rato a los ojos.
– Aunque solo finjamos estar enamorados, te diré que no he parado de pensar en ello desde que me besaste ayer.
– Aunque solo estemos fingiendo -le contestó Gray, con una sonrisa- yo llevo pensándolo desde hace mucho más tiempo. Vamos -la soltó-. Te acompañaré a tu habitación.
Aquello se convirtió en una rutina diaria: por el día, Gray la trataba como había hecho siempre. Clare era solo la gobernanta y él, el dueño del rancho. Ninguno de los trabajadores hubiera adivinado que cuando se marchaban a sus dormitorios, tras la cena, Gray la tomaba de la mano para llevarla a la galería y besarla a la luz de las estrellas.
Clare se repetía a sí misma que solo estaban haciendo lo acordado: conocerse, fingir ser una pareja normal para que también pudieran fingir ser un matrimonio normal, pero a medida que pasaban los días se sentía más nerviosa, al darse cuenta del efecto devastador que el más mínimo roce de Gray tenía en ella. Pensaba continuamente en él, en su boca, sus manos y la poderosa masculinidad de su cuerpo.
A veces miraba a Gray y la inundaban los recuerdos de sus besos, y el deseo era tan fuerte que la dejaba mareada y casi sin respiración. Clare sabía que solo se trataba de una fuerte atracción física, pero le impedía concentrarse en nada que no fuera un estremecimiento de anticipación cuando caía la noche. Esperaba con ansiedad el momento en que Gray la sentaba sobre sus piernas, aunque cada vez que ocurría una voz dentro de ella le advertía de lo fácil que le podía resultar olvidarse que no se trataba de algo verdadero. Gray nunca lo olvidaba. Era él quien ponía fin a los besos y la escoltaba educadamente hasta su habitación. Frustrada se decía que si fueran una pareja de verdad no la dejaría en la puerta de la alcoba con un casto beso de buenas noches. «Tú decides» le había dicho, y el eco de sus palabras resonaba en los oídos de Clare mientras colgaba la ropa y daba de comer a las gallinas. Lo único que tenía que hacer era decírselo. No tenían por qué hacer un mundo de ello porque ambos eran libres y se habían comprometido a pasar juntos unos meses. ¿Por qué no iban a dar rienda suelta a la atracción física que existía entre ellos? No tenía por qué significar nada. Sería un modo de sacarle el mayor provecho posible a una situación que de todos modos era extraña.
Ensayó todos los modos posibles de decir a Gray que ya se había decidido. Era muy importante dejar claro que en lo concerniente a ella era una cuestión simplemente física. Le diría que no tenía por qué preocuparse por que ella se fuera a implicar sentimentalmente, se trataría tan solo de una aventura pasajera y no esperaba nada de él.
Pero, en cuanto Gray la tomó en sus brazos aquella noche, todos los argumentos que tan cuidadosamente había escogido se desvanecieron, quedaron olvidados en la estremecedora excitación que se apoderó de ella. ¿Cómo iba a poder hablar cuando los labios de él atrapaban los suyos, cuando sus manos le recorrían los muslos, bajo la falda, con cálida insistencia? ¿Cómo podía pensar cuando estaba humedeciendo la piel de su cuello con unos besos lentos, suaves y seductores?
– Será mejor que lo dejemos mientras podamos -murmuró Gray, mientras ella dejaba caer la cabeza hacia atrás, incapaz de reprimir un gemido de placer.
– No -susurró. Era lo único que podía decir después de todos los discursos que había preparado-. No… no pares -musitó, con voz entrecortada-. No quiero parar.
Gray dejó de acariciarla de repente y se quedó mirándola en silencio antes de ponerse de pie. Clare se sintió abatida. ¿No la deseaba? ¿La iba a rechazar? ¿Acaso pensaba que era mejor esperar hasta que se conocieran mejor?
Se preparó para hablarle con todo el tacto del que fuera capaz, pero cuando Gray le tomó la mano para guiarla a través del oscuro pasillo, no se detuvo en la puerta de la habitación donde ella dormía con Alice para darle las buenas noches, como había hecho hasta entonces, sino que la llevó a su dormitorio.
– ¿Estás segura, Clare? -le preguntó.
La anticipación la hacía temblar y los latidos de su corazón le retumbaban en los oídos, pero consiguió sonreír. Después levantó las manos y las apoyó en el musculoso pecho masculino de Gray.
– Estoy segura -respondió, suavemente.
Gray miró sus brillantes ojos durante largo rato y después sonrió.
– Muy bien -le dijo, con una voz que Clare sintió vibrar en su piel, y cerró la puerta del dormitorio suavemente.