– ¡YA ESTÁ bien! -exclamó Clare, al tiempo que ponía un sombrerito a Alice y colocaba a la niña en la sillita-. Vámonos de esta cocina.
Herida por la insinuación de Gray acerca de que al final no iba a poder arreglárselas, decidió probarle que podía ser la mejor gobernanta que había habido nunca en Bushman's Creek. En la despensa había encontrado los ingredientes necesarios, no solo para hacer un pastel de chocolate para aquella tarde sino también tortitas. Había terminado de limpiar la cocina y barrido el salón, y además había dado de comer a siete hombres y un bebé, así que después de recoger decidió que ya era hora de tomarse un descanso.
Fuera el aire era seco y caluroso. Tras dejar la casa, tan resguardada del sol, la luz le pareció tan intensa que tuvo que protegerse los ojos de la claridad. Al pie de las escaleras que bajaban del porche, Clare dudó qué dirección tomar. A un lado quedaba el riachuelo, casi seco, bordeado de algunos árboles. Al otro lado se encontraban las cocinas de los obreros flanqueadas por dos edificios largos y bajos que dedujo serían sus dormitorios, y pensó que tal vez por esa parte habría algo más interesante que ver.
Pero se equivocó. Encontraron una especie de molino de viento, cuyas aspas permanecían inmóviles, dos tanques de agua grandes, una torre de radio y otros hangares bastante deteriorados. Creyó haberlo visto todo, hasta que se encontró con un gallinero. Estuvieron observando un rato a las gallinas, pero enseguida se aburrieron. Todo le parecía tan marrón, tan pobre, tan aburrido.
Además hacía mucho calor. Y estaba todo lleno de moscas.
Se las apartó de la cara con un suspiro y se dirigió a los corrales donde estaba el ganado. Se oían muchos bramidos y gritos procedentes de allí, así que pensó que algo debía de estar pasando. De cualquier modo, sería algo distinto a las gallinas.
Al llegar se encontró con una escena de aparente confusión. Había tanto polvo que al principio le costó ver lo que estaba sucediendo. Después de un rato, lo que en un principio le había parecido una estampida, resultó ser simplemente que estaban cambiando al ganado de sitio.
En cuanto se aseguró de que iban en la dirección contraria a la suya, Clare se acercó más y distinguió a Joe y a un par de empleados que, a caballo, se aseguraban de que la manada no se dispersase, pero a Gray no lo vio.
Decepcionada se dio la vuelta camino de la casa pensando que tal vez el riachuelo habría resultado más interesante después de todo.
Solo había dado unos pasos cuando oyó el sonido de unos cascos detrás de ella. Se volvió y vio a Gray cabalgando sobre un enorme caballo castaño, con una mancha blanca debajo de la nariz. Al principio se asuste porque el animal no paraba de relinchar y mover la cabeza, pero pronto se tranquilizó al ver como lo dominaba, sujetando las riendas firmemente con una mano
– ¿Me querías para algo? -le preguntó y Clare se puso rígida.
– ¿Quererte? -repitió a la defensiva-. ¡Por supuesto que no! ¿Para qué iba a quererte?
– No lo sé. Eso es lo que he venido a averiguar -Gray se bajó del caballo-. Ben me dijo que te había visto en los corrales y pensó que podrías estar buscándome.
– Pues se equivocó -Clare estaba enfadada, más nerviosa de lo que quería admitir por la presencia de aquel hombre, por su competencia y su sonrisa, que no era una verdadera sonrisa, a juzgar por cómo la hacía sentirse-. No estaba buscando a nadie. Solo he salido a dar un paseo. ¿Tienes algo en contra?
– Solo que andes por ahí sin sombrero. Le has puesto uno a la niña. ¿Por qué no lo llevas tú?
– No tengo sombrero. Cuando hice la maleta no pensé en mi ropa. Supongo que imaginaba poder comprar uno aquí; antes, por supuesto de darme cuenta de que estaba a setecientos kilómetros de la sombrerería más cercana -añadió, con un toque de sarcasmo.
– Hay un montón de sombreros en la casa. Esta noche te buscaré uno -Gray se quitó el sombrero y se lo puso a Clare en la cabeza antes de que tuviera la oportunidad de protestar-. Mientras tanto será mejor que te pongas este.
El caballo volvió a relinchar y sacudió la cabeza para apartar a las moscas de sus crines. Parecía impaciente por seguir adelante, pero Gray no le prestó atención.
– Entonces, ¿qué te parece? -preguntó a Clare.
– ¿El qué? -inquirió con desconfianza.
– Bushman's Creek.
– Para ser sincera, no puedo entender por qué le gustaba tanto a Pippa -le dijo, con franqueza.
Gray miró a su alrededor como si tratara de ver las cosas a través de sus ojos.
– Supongo que es un poco distinto de Inglaterra.
Clare pensó en la calle donde vivía, bordeada de casas adosadas, sin ningún tipo de pretensiones, pero con el carácter que le imprimían la pintura de las puertas, ventanas y buzones, así como los diminutos jardines, cuidados con esmero. En primavera los cerezos estaban repletos de flores y en los atardeceres de verano podías tomarte una cerveza en la terraza del pub de la esquina. Le resultaba difícil imaginar un sitio más diferente de Bushman's Creek.
– Sí, un poco -le dijo, con un suspiro.
– No tardarás en acostumbrarte.
Gray acarició la nariz del caballo con gesto distraído y Clare se encontró así misma mirando aquellos largos dedos, completamente fascinada, pero enrojeció en cuanto se vio sorprendida y se apresuró a retirar la mirada.
– No me puedo imaginar habituada a esto -le dijo-. Todo es tan… intimidante. Hay demasiado de todo. Demasiado calor, demasiado cielo, demasiadas moscas… pero no suficiente que hacer ni que ver. Es simplemente, marrón, grande y monótono.
– No puedes juzgar negativamente Bushman's Creek después de un paseo de cinco minutos. Todavía no has visto nada. Espera a ver los lagos, las dehesas y los desfiladeros que hay al final. Espera a que llegue la temporada de lluvias en que los riachuelos se llenan de agua y la hierba te llega por la cintura. Entonces no creo que pienses que la finca está seca y vacía.
Clare lo miró, poco convencida.
– No creo que tenga la oportunidad -le dijo, altiva, aprovechando la ocasión para mostrarle que la noche anterior no había sido ella misma-. Sin duda alguna, Jack habrá regresado antes.
– Y tú no ves el momento de quitarte de encima el polvo de Bushman's Creek, ¿verdad?
– Bueno, la verdad es que no es el tipo de lugar que me gusta -le dijo-. ¡Y después de limpiar la cocina, espero no volver a ver polvo en mi vida!
Gray se quedó mirándola un momento como pensando si valía la pena discutir con ella, pero debió de pensar que no, ya que se volvió a subir al caballo, para fastidio de Clare.
– Si el único problema es el aburrimiento, será mejor que regreses al trabajo -le dijo, secamente-. Volveremos para tomar el tentempié dentro de una hora y media -Clare se quedó mirándolo, con el sol cegando sus hermosos ojos grises-. Y que no te vuelva a ver sin el sombrero -le dijo, y tras poner en marcha al caballo a golpe de espuela, se alejó cabalgando.
Clare lo observó alejarse hasta que lo vio desaparecer en una curva del camino y el polvo que había levantado se había vuelto a asentar; después se enderezó el sombrero y se dirigió a la casa.
– Pareces cansada.
Clare se sobresaltó al oír la voz ronca de Gray, mientras limpiaba la mesa, después de la cena.
– Estoy bien -le dijo, aunque le dolía todo el cuerpo. Tal vez le había dicho a Gray que estaba acostumbrada a trabajar duro, pero desde luego no tanto.
– Has hecho bastante por hoy -le dijo-. Ve a sentarte en la galería y yo te llevaré una taza de café.
La tentación era demasiado difícil de resistir.
– Muy bien -le dijo Clare, tras dejar el trapo, evitando mirarlo a los ojos.
Después de dejarse caer en una de las enormes sillas de paja que había en la galería y cerrar los ojos con un suspiro, se preguntó cómo iba a reaccionar ante Gray. Lamentaba haber sido tan sincera sobre la finca y no haber tenido un poco más de tacto. Después de todo, era el hogar de aquel hombre y se había portado con ella mucho mejor de lo que se merecía. No solo se había ocupado de Alice, sino que además se había preocupado de proporcionarle la silla y la cuna para la niña.
Pensó en el comportamiento tan irascible que había tenido aquella tarde. Su ansiedad por hacer ver a Gray que no estaba desesperada por encontrar a un hombre, como le parecía haberle dado a entender la madrugada anterior, había hecho que terminara por comportarse como una maleducada y una tonta. Así que Gray seguía teniendo una idea errónea de ella.
Clare dio un suspiro que terminó en bostezo. Consciente de lo poco amable que había sido con Gray, se había pasado toda la tarde nerviosa ante la perspectiva de volver a verlo. Hubiera entendido que la dijera que si tan poco le gustaba la finca lo mejor que podía hacer era marcharse; sin embargo, él se había comportado exactamente igual que siempre, lo que implicaba que no dejaba traslucir en absoluto lo que sentía o pensaba.
Por lo menos el pastel y las tortitas les habían gustado y, después de todo, no debía preocuparle lo que Gray pensara de ella, tan solo lo que pensara de Alice, y estaba claro que ya la había aceptado como parte de su familia. Aquella tarde, después de ducharse había bajado a la cocina y la encontró tratando de dar de comer a Alice con una mano y de pelar patatas con la otra.
– Déjame hacerlo a mí -se ofreció, mientras Alice le dedicaba una sonrisa de bienvenida.
Clare lo miró con desconfianza, reacia a incumplir su parte del trato mostrándose demasiado dispuesta a liberarse de parte del trabajo.
– No tienes por qué hacerlo… -empezó a decir, pero Gray la interrumpió.
– Me apetece nacerlo. También es sobrina mía y si se va a quedar aquí, será mejor que aprenda a hacer mi parte.
Era la primera vez que reconocía a Alice como hija de Jack y Clare sintió un tremendo alivio al oírlo. Quería mucho a la niña, pero estaba contenta de poder compartir la responsabilidad de su cuidado con alguien.
– Come muy mal -le advirtió, al tiempo que le pasaba la cuchara-. ¡Seguramente lamentará no haber esperado a ducharse después!
Alice tenía su propia cuchara, que no paraba de agitar en el aire y, a veces, intentaba meter en el plato; pero lo que más le gustaba era meter los dedos en el puré que Clare había hecho especialmente para ella. Clare estaba acostumbrada a verla después pringarse la cara y el pelo, pero hubiera apostado a que Gray no se esperaba encontrar nada parecido al ofrecerse a darle de comer. Sonrió al pensar en la tremenda sorpresa que se llevaría si pensaba que alimentar a su sobrina era simplemente cuestión de meterle una cucharada tras otra en la boca.
Tal y como esperaba, Alice se negó a comer y después de un rato, Gray miró a Clare con desesperación.
– ¿Crees que está comiendo algo? ¡Me da la sensación de que llevo yo casi todo el puré encima!
Le dejó tiempo para recuperarse mientras bañaba y vestía a Alice, pero antes de acostarla volvió a llevársela para que le diera las buenas noches. Alice tendió los brazos en cuanto lo vio y Gray la apretó contra sí, con tal expresión de ternura en el rostro que a Clare se le hizo un nudo en la garganta al verlo y tuvo que apartar la mirada.
Mientras recordaba aquello pensó que, a pesar de ser tan callado, en ningún momento resultaba un hombre anodino, y había algo intimidante en esa capacidad suya para el silencio y la tranquilidad, algo inquietante en sus inexpresivos ojos castaños. Y para colmo había descubierto que además era un hombre tierno.
Estaba pensando en la suerte que tenía Alice, cuando abrió los ojos y se encontró a Gray mirándola fijamente, con una expresión peculiar.
– Lo siento, no quería molestar -le dijo, al verla incorporarse de golpe. Dejó una taza de café sobre la mesa que tenían al lado-. ¿Estabas dormida?
– No -horrorizada de lo ronca que había sonado su voz, se aclaró la garganta-, solamente pensando.
– ¿En qué?
Gray apagó las luces, dejando solo la fluorescente que servía para ahuyentar los insectos de la casa. A veces se oían unos chasquidos y chisporroteos que indicaban que algún mosquito había caído en su trampa.
Cuando lo vio sentarse a su lado, Clare agradeció la oscuridad. Se preguntó qué diría Gray si supiera que había estado pensando en él y en lo que sentiría si la besara.
– ¡Oh, simplemente que Alice parece haberle tomado cariño! -dijo, en cambio, y se volvió para mirarlo en la oscuridad-. Se le dan bien los niños. ¿Ha deseado alguna vez tener alguno propio?
Gray pensó en la pregunta, echado hacia delante en la silla y con la taza de café entre las manos.
– La verdad es que nunca había pensado en ello -respondió finalmente-. Supongo que di por sentado que Lizzy y yo tendríamos niños en el futuro.
Clare sintió algo muy extraño en la boca del estómago.
– ¿Lizzy? -repitió, en un tono tal vez demasiado estridente-. ¿Quién es Lizzy?
– Una amiga mía -respondió Gray-. Sus padres viven cerca de Mathinson. Nos conocemos desde que éramos niños.
– Ah, así que fue tu primera novia -apuntó, temiendo parecer un poco entrometida.
– Sí, estuvimos prometidos durante un tiempo, hace unos años.
– ¿Qué pasó? -le preguntó con curiosidad.
– Nada dramático -respondió, mirándola de soslayo-. Los dos éramos muy jóvenes y Lizzy quiso ir a trabajar a Perth antes de que nos casáramos.
– ¿Y… y conoció a alguien allí?
– No, simplemente descubrió que le gustaba su trabajo y la vida de ciudad. Me dijo que no podía imaginarse viviendo aquí toda la vida y yo tampoco yéndome, así que decidimos volver a ser simplemente amigos. Nada trágico.
– ¿Pero… pero no te importó? -tartamudeó Clare, sorprendida por el desapego con el que lo había contado. Le parecía increíble que no le hubiera dolido.
– Nos separamos sin rencor, si es a eso a lo que te refieres. No podría sentir rencor por Lizzy, aunque quisiera. Es una de mis mejores amigas, lo ha sido siempre y lo será. Me alegra que tuviera el coraje de decírmelo antes de que cometiéramos un terrible error.
Nunca lo había oído hablar con tanta calidez. Clare sujetó su taza, sintiendo una extraña punzada. Parecía como si todavía estuviera enamorado de Lizzy.
– Tal vez cambie de opinión y decida volver contigo.
– No creo. Ya no. Ahora es una chica de ciudad. Tú deberías comprenderla mejor que nadie.
– ¿Yo? -preguntó, sorprendida.
– Tampoco estarías dispuesta a vivir aquí, ¿verdad?
– Pero yo no estoy enamorada de ti.
– Imagina que sí lo estuvieras y que fuera recíproco. ¿Estar enamorada te compensaría de las moscas, el calor y el aislamiento?
A Clare se le hizo un nudo en la garganta al darse cuenta de lo fácilmente que se lo podía imaginar. Si estuviera enamorada de Gray se sentarían juntos en la oscuridad y conocería el sabor de sus besos. Su sonrisa, sus manos y su cuerpo musculoso le resultarían familiares. Se sentiría segura si Gray la quisiera. Se despertaría cada mañana en su cama y sabría que siempre lo iba a encontrar a su lado.
Como también encontraría las moscas, la intimidante quietud y el monótono horizonte.
– Claro que no, pero yo soy extranjera y no he vivido aquí desde pequeña como ella.
– Razón de más para saber lo que significaría casarse conmigo -dijo Gray.
– Pareces siempre dispuesto a salir en defensa de ella -dijo Clare, y enseguida se dio cuenta del tono acusador que había empleado-. Debe de significar mucho para ti.
– Así es -respondió secamente.
Clare dedujo enseguida que todavía estaba enamorado de Lizzy y se preguntó cómo sería aquella mujer que le había robado el corazón y que él aún no había sido capaz de reemplazar, a pesar de los años que habían pasado.
– ¿Cómo es? -preguntó con curiosidad.
– ¿Lizzy? Es el tipo de mujer que ilumina los lugares en los que entra. Es cálida, generosa y muy sociable -Gray sonrió y Clare tuvo la sensación de que por un momento se había incluso olvidado de que ella estaba allí-. Nació para divertirse -continuó-. Esté con quien esté siempre se lo pasa bien -miró a Clare-. Te gustará. Le cae bien a todo el mundo.
Clare se sintió contrariada al oírle decir con tanta seguridad que Lizzy le caería bien. A ella nunca le habían gustado demasiado las fiestas y se preguntó si era una coincidencia o estaba puntualizando a propósito lo diferentes que eran.
– Si le gustan tanto las fiestas, entiendo que no quisiera vivir en el rancho -dijo, deseando sonar fría, más que contrariada-. Es una pena no poder asegurarnos de que nos enamoramos de la persona apropiada, ¿verdad? Tú necesitas a alguien hogareño y con los pies en la tierra, que disfrute con las tareas de la casa.
– ¿Ah, sí? -exclamó Gray-. ¿Y tú qué necesitas, Clare?
La mirada de Clare se perdió en la oscuridad. Todo estaba en silencio, y solo se oían los sonidos producidos por los insectos al ser atrapados por la lámpara fluorescente. Había intentado con todas sus fuerzas no pensar en Mark. Parte de ella deseaba mantener sus sentimientos en silencio y otra parte añoraba hablar sobre él, simplemente decir su nombre en alto. Gray le había hablado sobre su amor frustrado, así que tal vez era justo que ella le hablara sobre el suyo.
– Necesito a alguien que no puedo tener.
– ¿Por qué no?
– Bueno, la historia de siempre -dijo, tratando de quitarle importancia a las cosas, pero sin poder ocultar la amargura que delataba su voz-. Cometí el error de enamorarme de un hombre casado.
– Ya.
La voz de Gray no delató ningún tipo de sentimiento, pero ella volvió enseguida a la defensiva.
– ¡No lo sabía! -gritó-. Había cumplido los treinta y ya no esperaba enamorarme -juntó las manos sobre el regazo y trató de que su voz sonara tranquila-. Tenía mis amigos, mi apartamento, mi trabajo y era feliz, hasta que un día Mark entró por la puerta de mi despacho y fue como si todas las canciones de amor las hubieran escrito especialmente para mí -sonrió débilmente, recordando aquel maravilloso día-. Nos miramos y los dos supimos que queríamos estar juntos -observó a Gray, esperando encontrar en su rostro una expresión de incredulidad o desagrado, pero continuaba tomando el café y en la oscuridad era más difícil que nunca leer su expresión-. Mark tiene a su cargo una orquesta muy importante -continuó, tras un momento-, comimos juntos, en principio para hablar de una gira que estábamos organizando para la orquesta, pero terminamos hablando de nosotros mismos. Al día siguiente también comimos juntos, y cenamos… Había algo inevitable en todo aquello. No pude evitarlo -le dijo, como si suplicara su comprensión-. No había sentido nunca nada parecido por nadie. Mark era todo lo que yo deseaba -su voz estuvo a punto de quebrarse, pero se tranquilizó-. Pensé que estábamos hechos el uno para el otro.
– Pero entonces, ¿estaba casado?
Clare dejó caer los hombros.
– Sí, lo estaba. Tal vez debí haberlo supuesto, pero no fue así. Me sentía demasiado feliz para pensar -añadió con tristeza-. Cuando Mark me lo dijo, me pilló totalmente por sorpresa y me llevé un tremendo disgusto. Me sentí… -volvió la cabeza para otro lado, incapaz de describir cómo se había sentido-. Dijo que me quería y que su mujer y él se habían distanciado, pero tenían dos hijos pequeños. Yo no quería ser la responsable de una ruptura familiar, así que quedamos en que él intentaría salvar su matrimonio y trataríamos de ser buenos amigos, como Lizzy y tú, pero yo no creo que se pueda ser amigo de alguien a quien se ama.
– ¿Lo intentasteis? -preguntó Gray, con voz tranquila.
– Sí, claro que lo intentamos, pero creo que ambos estábamos seguros de que no funcionaría. Todavía tuvimos que seguir trabajando juntos, pero lo pasamos muy mal amándonos y sabiendo que lo nuestro no tenía futuro. Casi había decidido buscar otro trabajo, cuando Pippa regresó inesperadamente de Australia y entonces… Bueno, ya sabes lo que sucedió. La agencia para la que trabajo es pequeña y mi jefe fue muy amable conmigo. Sugirió que me tomara algún tiempo libre para pensar y recuperarme. Creo que siempre lo sospechó todo, aunque Mark y yo tratamos en todo momento de ser muy discretos en el trabajo. Tuve mucha suerte, porque me dijo que me guardaría el trabajo, así que pensé que era lo mejor que podía hacer, porque me repondría un poco de la muerte de Pippa, decidiría lo que era mejor para Alice y… me acostumbraría a no ver a Mark. Deseaba que tuviera una verdadera oportunidad de salvar su matrimonio.
Clare se encogió de hombros.
– ¿Y tú qué?
– Espero que cuando llegue el momento de marcharme ya haya conseguido olvidarlo un poco.
– Ahora entiendo por qué te encuentras fuera de lugar -le dijo, tras un largo silencio-. Aquí no hay nada de lo que tú quieres.
– Sí que lo hay. Quiero que Alice sea feliz. Lo deseo más que ninguna otra cosa en el mundo y creo que aquí puede serlo. Siento haber sido tan desconsiderada al hablar del rancho esta tarde. No es el lugar, soy yo. No estoy acostumbrada a esto.
– Alice lo estará. Es una Henderson y este será su hogar. Aquí crecerá feliz.
Clare se quedó mirándolo, sin poder dar crédito a sus oídos.
– Pareces muy seguro ahora de que Jack la aceptará como hija suya.
– Y lo estoy. Cuanto más la miro, más seguro estoy de que es de la familia -Gray se puso de pie-. Deberías dormir un poco. Tal vez no te sientas como en casa aquí, pero has trabajado muy duro y te lo agradezco mucho.
Le tendió una mano para ayudarla a levantarse y a Clare le sorprendió lo poco que dudó en aceptarla. Los dedos masculinos fuertes y cálidos se enlazaron con los suyos, y la alzó sin ningún esfuerzo. Clare tuvo que contenerse para no aferrarse a ellos.
– Gracias -le dijo, con una sonrisa tímida, cuando la soltó.
– No te preocupes por Alice. Estará bien. Jack y yo nos quedaremos con ella y podrás regresar a casa. Tal vez al final las cosas se arreglen entre Mark y tú.
De pie en la galería, con la complicidad de la oscuridad y sintiendo aún en la mano el cosquilleo que le había producido su contacto, Clare pensó que nunca se había sentido tan lejos de Mark.
– Tal vez -se limitó a decir.
La conversación en la galería marcó un rumbo nuevo en su relación con Gray. Ya lo sabía todo de ella, así que no tenía que fingir. Solo tenía que esperar el regreso de Jack y, mientras tanto, apartar todos los pensamientos tanto del presente como del futuro de su mente.
Le resultó más fácil de lo que había pensado, porque los días en el rancho fueron pasando sin darse cuenta. Clare limpiaba, cocinaba y regaba las plantas de la galería. Tal vez una vez despreció esa rutina, pero mientras colgaba pañales o alimentaba a las gallinas, se llegaba a olvidar de que en un tiempo solo le gustaban los trabajos que le producían un estímulo intelectual en una agitada oficina y se pasaba los días inmersa en una actividad frenética, concertando citas de trabajo y corriendo de una reunión a otra.
Había veces en que su vida londinense le parecía muy remota, como si fuera algo que le hubiera sucedido a otra persona. En Bushman's Creek no había un montón de teléfonos que sonaran a todas horas, ni mensajes apareciendo continuamente en el ordenador con problemas que debía solucionar urgentemente. Solo se oían los gritos de los grajos cerca del río durante el día, los zumbidos de los insectos por la noche y las pisadas de Gray, dejando sus huellas polvorientas sobre la galería.
A veces hasta se le olvidaba por qué estaba allí. No había llegado ningún mensaje de Jack y, después de dos semanas, dejó de preguntar a Gray si sabía algo de su hermano. Ya no parecía importarle demasiado, porque Alice se había adaptado muy bien, adoraba a Gray y Clare estaba encantada de compartir sus cuidados con él cuando se ofrecía. Le enseñó a bañarla, hacerla eructar, esterilizar sus biberones y tranquilizarla cuando se echaba a llorar. Gray siguió incluso intentando dar de comer a su sobrina, aunque ella continuaba negándose a colaborar.
Poco a poco Clare se fue relajando por primera vez desde la muerte de Pippa. En Bushman's Creek se sentía más cerca de su hermana. Nunca le gustaría aquello tanto como a ella, pero por lo menos ya no le desagradaba.
Por la noche se sentaba con Gray en la galería y escuchaban los sonidos de la noche. Era capaz de estar callado largo rato y ella lo espiaba por el rabillo del ojo, intrigada por el control que tenía de sí mismo.
Clare se sorprendió al darse cuenta de que pensaba cada vez menos en Londres y más en Gray, en el tipo de persona que era y la vida que llevaba. A veces hasta se preguntaba si alguna vez buscaría a otra mujer para que compartiera con él la vida en el rancho, pero no se atrevía a preguntárselo y Gray nunca tocaba el tema.