Capítulo 14

Daphne entró en la suite que compartía con Murat y se dio cuenta de que no sabía qué hacer.

Tras recorrer la espaciosa estancia dos veces, se paró junto al sofá en el que estaba durmiendo uno de los gatos del rey y recordó que hacerle caricias a una mascota aliviaba, así que tomó al gato en brazos.

Aun así, sentía que la sangre le bullía en las venas.

– Este hombre es arrogante, terrible y duro de corazón. ¡Y pensar que lo echaba de menos! ¡Nunca más! Jamás volveré a pensar nada agradable ni bueno de él ni…

En ese momento, se abrió la puerta y entró Murat.

– ¡Estoy muy enfadada, así que ni me hables!

– Acabo de hablar con mi padre.

– A no ser que me digas que ha accedido a concederme el divorcio, no me interesa.

– Me ha reprendido por hacerte enfadar.

– ¿Ah, sí? Vaya, eso demuestra que es un hombre muy inteligente.

Murat ignoró aquel comentario.

– Está muy preocupado porque no nos llevamos bien después de todo lo que ha hecho para juntarnos.

– Bueno… -comentó Daphne-. ¿Cómo? – se sorprendió.

Murat se encaminó al sofá y Daphne esperó a que se sentara frente a ella.

– Me ha dicho que llevaba mucho tiempo esperando a que yo eligiera una mujer con la que casarme. Cuando no lo hacía, a pesar de las mujeres que pasaban por mi vida, decidió que debía de haber alguna razón y, repasando mi pasado, llegó a ti y a nuestro compromiso que no terminó en boda. Cuando investigó y vio que tú tampoco te habías casado, decidió tomar cartas en el asunto.

– No me lo puedo creer -contestó Daphne-. Es imposible. Yo vine a Bahania porque mi sobrina se iba a casar contigo y me parecía una barbaridad -le recordó.

En aquel momento, Daphne vio las cosas con otra luz. Así que a su sobrina se le ocurre de repente, de un día para otro, que se va a casar con un hombre al que jamás ha visto y que vive en la otra punta del mundo.

– No es posible… -suspiró llevándose la mano a la boca.

– Sí, parece que tu sobrina y mi padre estaban compinchados.

– No, Brittany nunca me haría una cosa así. Además, no sabe mentir.

– Llámala y se lo preguntas -le propuso Murat.

– Eso es exactamente lo que estaba pensando -contestó Daphne.

Acto seguido, descolgó el teléfono y marcó el número de casa de su hermana. Cuando la empleada de servicio contestó, le indicó que le pasara con Brittany.

– ¡Hola, tía! -la saludó la chica-. ¿Qué tal por ahí? ¿Sabes que empiezo la universidad dentro de diez días? Estoy encantada. Mi madre sigue un poco enfadada conmigo, pero ya se le está pasando. Por lo visto, ahora le parece que debería empezar a salir con el hijo del gobernador. No está mal, pero no es mi tipo. ¿Y a ti qué tal te va?

– Me va bien -contestó Daphne-. Te echo de menos.

– Yo también te echo de menos. ¿Qué te parece si voy a veros en Navidad? Así conocería a Murat.

– Me parece muy bien, pero primero necesito saber algo. Brittany, ¿se puso el rey de Bahania en contacto contigo hace un par de meses?

– ¿Cómo?

– ¿Te propuso el rey Hassan que fingieras que te querías casar con Murat para obligarme a volver a Bahania? Brittany, por favor, cuéntame la verdad. Es muy importante.

La adolescente suspiró.

– Bueno, puede, o sea, sí. El rey me llamó y hablamos. Me pareció un hombre encantador. Cuando me dijo que él creía que no te habías enamorado de otro hombre porque seguías enamorada de Murat aunque no quisieras admitirlo ante nadie, ni siquiera ante ti misma, al principio pensé, y se lo dije, que estaba loco, pero luego me lo pensé y comprendí que tenía razón.

– Dios mío.

– Así que dije que me iba a casar con Murat para que te preocuparas y esas cosas, que fue exactamente lo que sucedió. En el avión, me sentí fatal. Me estaba comportando mal porque te estaba engañando, pero era necesario hacerlo.

– ¿Lo sabía alguien más?

– No, por supuesto que no. Mi madre se hubiera opuesto a la idea. Pero todo va bien, ¿no? Quiere decir, te has casado con él y eres feliz, tía, ¿verdad? Sabes que jamás haría nada que te hiciera daño.

– Ya lo sé, cariño, no te preocupes. Te aseguro que sigues siendo mi sobrina preferida -la tranquilizó Daphne.

Aquello hizo reír a Brittany.

– Te recuerdo que soy la única sobrina que tienes.

– En cualquier caso, te quiero mucho y estoy bien.

– Yo también te quiero, tía. Llámame pronto.

– Claro que sí. Adiós.

Daphne colgó el teléfono y miró a su marido.

– Es cierto. Brittany estaba implicada en todo esto con tu padre desde el principio. Por lo visto, accedió a hacernos creer que se quería casar contigo para que yo la acompañara hasta aquí.

– Y yo caí también en la trampa perdiendo la compostura y encerrándote en el harén, que era lo que mi padre quería -contestó Murat.

«Por no hablar de lo que hiciste luego», pensó Daphne.

– Estoy enfadada, pero, sobre todo, me siento como una estúpida. No me puedo creer que esos dos nos hayan engañado. ¿Y ahora qué hacemos?

– No debería haberte gritado -contestó Murat-. Cuando te he encontrado en el jardín, creía que me habías abandonado.

A Daphne le pareció que el príncipe heredero Murat de Bahania estaba pidiendo perdón.

– Lo siento, no fue mi intención darte esa impresión. Simplemente, quería modelar un rato.

– Claro que sí, tienes todo el derecho del mundo a hacer lo que tú quieras.

Daphne sintió que se le encogía el corazón de emoción.

– ¿Sabes? En realidad, no me quería ir del desierto, pero no sé lo que me pasó.

Murat se puso en pie y se sentó a su lado, tomándole las manos entre las suyas.

– Daphne, te he echado de menos.

Daphne estaba encantada disfrutando de su mirada sincera y del hecho de que acabara de admitir que la había echado de menos.

– Estaba tan mal que los ancianos jefes de las tribus vinieron a verme para ofrecerme su consejo.

– ¿Y qué te dijeron?

– Uno me sugirió que te pegara y le dije que se fuera.

– Gracias. No me hubiera gustado nada la experiencia.

– Soy muchas cosas, pero te aseguro que no soy un maltratador.

– Ya lo sé -contestó Daphne sinceramente.

– Otro me dijo que debería tener una amante.

Daphne sintió un terrible dolor en la boca del estómago.

– ¿Y qué te pareció esa sugerencia?

– Yo no quiero otra mujer, Daphne -contestó Murat acariciándole la mejilla.

Daphne sintió que el dolor desaparecía.

– Al final, el mayor de todo ellos me aconsejó que te tratara como a una flor y que atendiera tu jardín.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Yo creía que tú me lo ibas a explicar.

– No tengo ni idea.

Murat se miró en los profundos ojos azules de Daphne y le acarició los labios con las yemas de los dedos.

– Quédate conmigo.

Daphne no sabía si Murat le estaba pidiendo que se quedara aquella noche o que se quedara para siempre, pero su corazón le decía que se rindiera, que con el tiempo Murat aprendería a tenerla en cuenta mientras que su cabeza le recordaba que quedarse por un inesperado cambio de comportamiento era una locura.

¿Podría aceptar a Murat tal y como era? ¿Podría vivir con él sabiendo que siempre haría con ella lo que quisiera y que jamás la consideraría una igual? Daphne era consciente de que podía volver a enamorarse de él, pero no sabía si Murat se enamoraría algún día de ella.

– Quédate -insistió Murat besándola y consiguiendo que Daphne cediera ante sus caricias.

– Aunque sé que me arriesgo a que volvamos a discutir y demos al traste con la tregua que iniciamos hace tres días, te recuerdo que hace tres semanas casi desde la primera vez que hicimos el amor y que todavía no has tenido el período -comentó Murat mientras cenaban.

– Ya lo sé, voy con retraso -contestó Daphne.

A continuación, lo observó detenidamente para ver si la expresión del rostro de Murat cambiaba, pero no fue así.

– ¿Crees que estás embarazada?

– No me siento diferente, pero tampoco sé si debería sentirme diferente. Si quieres, me puedo hacer una prueba de embarazo.

– ¿Tú qué quieres hacer?

– Yo preferiría esperar unos días más porque, a veces, el estrés me altera el ciclo.

Y, desde luego, últimamente había tenido un montón de estrés.

– Como quieras.

Daphne sonrió sorprendida.

– ¿Te encuentras mal?

– No -contestó Murat-. ¿Por qué?

– Porque tú nunca cedes.

Murat suspiró.

– Estoy haciendo todo lo que puedo para mimar adecuadamente la flor de mi jardín. ¿Te sientes suficientemente mimada?

– Sí, más que de sobra.

Era cierto que Murat había cambiado y estaba pendiente de ella constantemente.

– Te estás burlando de mí -dijo Murat dejando la servilleta sobre la mesa y poniéndose en pie-. Me parece que mi flor necesita una buena poda.

– Murat, no -contestó Daphne poniéndose también en pie y retrocediendo.

– Pero si no sabes lo que te voy a hacer.

– Por favor, para. Piensa en tu florecilla delicada con la que tienes que ser bueno.

Murat se rió y corrió tras ella. Daphne intentó escapar, pero él no tardó mucho en alcanzarla y tomarla entre sus brazos. Lo cierto era que Daphne estaba encantada de encontrarse de nuevo pegada a su cuerpo.

– ¿Y la cena? -le preguntó cuando Murat la levantó por los aires, la llevó al dormitorio, la sentó en la cama y le desabrochó la cremallera del vestido.

– Tengo hambre de otras cosas -contestó Murat.


Murat entró en la suite que compartía con Daphne y la encontró esperándolo para comer juntos como todos los días.

De momento, Daphne no se había hecho la prueba de embarazo y él tampoco había vuelto a insistir porque quería que la decisión fuera suya. En cualquier caso, si Daphne estaba embarazada, no tardarían mucho en saberlo.

Una vez sentados y mientras Daphne servía la ensalada, Murat le mencionó que había una revista americana interesada en entrevistarla.

– Sí, se han puesto en contacto conmigo, pero les he dicho que no me interesa -contestó Daphne.

– ¿Por qué?

– Porque no sabría qué decirles. Quieren hacer un reportaje romántico y van a entrevistar a varias parejas y quieren saber cómo se han conocido y cómo se han enamorado. No me ha parecido que contar la verdad fuera una buena idea. ¿Cómo les iba a decir que me encerraste en el harén y que te casaste conmigo aprovechando que estaba inconsciente? No me apetecía tener que inventarme algo y tener que mentir, así que he preferido rechazar la entrevista.

Dicho aquello, Daphne siguió hablando, contándole que Billie y Cleo le habían propuesto ir a la Ciudad de los Ladrones, pero Murat no la escuchaba. El impacto de lo que Daphne le había dicho con total naturalidad hizo mella en su cerebro y lo dejó inmóvil.

Murat entendió por primera vez lo que Daphne llevaba tanto tiempo intentando hacerle comprender. La había mantenido prisionera como a una delincuente. Por supuesto, en una prisión muy lujosa donde se la había tratado como a una princesa, pero la había encerrado de todas maneras. Además, sabiendo que no quería nada con él, se había aprovechado de su situación médica para casarse con ella.

Si le hubiera dado a elegir, Daphne no se habría casado con él. Se habría ido. No estaba con él porque quisiera.

La verdad se coló en su corazón como un cuchillo y Murat se dio cuenta de que, si aquella mujer hubiera ido con su caso ante él en el desierto, la habría dejado libre y habría mandado encarcelar al hombre que le hubiera hecho aquello.

En aquel momento, sonó el teléfono y, mientras Daphne iba a atenderlo, Murat se excusó y volvió a su despacho.

De camino hacia allí, se fijó en la nueva obra cerámica de Daphne. Se trataba de dos amantes abrazados. Aquello le dio esperanza, pero, al acercarse, vio que ninguna de las figuras tenía rostro.

¿Querría decir eso que Daphne pensaba en otro hombre? Murat sabía que le daba placer en la cama, pero ¿era eso suficiente? ¿Era suficiente con tener el cuerpo de una mujer cuando no se podía llegar ni a su mente ni a su corazón?

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