Capítulo 6

Daphne tomó un trozo de arcilla y siguió esculpiendo. Por fin, el proyecto que tenía en mente estaba tomando forma.

A su alrededor, el jardín brillaba lleno de vida, se oían los cantos de los loros y varios de los gatos del rey sesteaban al sol.

«Desde luego, esta cárcel no está tan mal», pensó Daphne.

Allí, el entorno era maravilloso, la comida deliciosa, tenía una cama cómoda y un baño suntuoso.

Aun así, nada de aquello compensaba el hecho de que estuviera prisionera con la amenaza de casarse con Murat pendiendo sobre su cabeza.

Murat había hablado de darse tiempo para conocerse mejor, pero Daphne dudaba mucho que eso quisiera decir que estaba dispuesto a abrirle su corazón. Aun así, una parte de ella sentía profunda curiosidad e interés por la oferta.

Daphne tomó un cincel y esculpió el pecho y el rostro de la figura de barro.

– Muchas personas han muerto por menos – dijo una voz a sus espaldas.

Daphne se giró y se encontró con Murat, el protagonista de la figura. Estaba tan metida en su obra que no lo había oído llegar, pero ahora que lo veía ataviado con una camisa blanca remangada, sintió una punzada de deseo.

«No puede ser», se dijo.

No se podía permitir desear a Murat. Aquello no haría sino complicar todavía más las cosas. ¿Acaso no había aprendido de la primera vez? No debía olvidar que aquel hombre la mantenía prisionera contra su voluntad y que había amenazado con casarse con ella incluso aunque ella no quisiera.

– ¿Qué haces aquí? -le espetó.

– ¿Acaso no puedo venir a ver a mi prometida?

Daphne puso los ojos en blanco.

– Dicen que el que calla, otorga -continuó Murat.

– Que digan lo que quieran -contestó Daphne.

– Eres una mujer muy difícil -suspiró Murat.

– Comparada contigo, no tengo nada que hacer. Tú sí que eres un hombre difícil.

Murat no contestó, pero se acercó.

– Estás un poco acelerada. Yo creo que pasar un tiempo aquí te vendrá bien para relajarte.

– ¿Has venido a verme por algún motivo en especial o solamente para molestarme?

– He venido a decirte que va a venir una persona a verte dentro de un rato.

– ¿El primero de los tres fantasmas? -se burló Daphne.

– ¿Acaso necesitas que vengan a verte?

– No, yo siempre he mantenido vivo el Espíritu de la Navidad en mi corazón.

– No sabes cuánto me alegro de oír eso porque eso quiere decir que nuestros hijos tendrán unas Navidades maravillosas.

Daphne apretó las mandíbulas.

– ¿Cuántas veces quieres que te repita que no me voy a casar contigo?

– Puedes repetirlo todas las veces que quieras, pero no te voy a hacer ni caso. Como te iba diciendo, he venido a decirte que va a venir una persona a verte. Se trata del señor Peterson, un miembro de mi servicio personal especializado en coordinar acontecimientos de estado.

– ¿Cómo una boda?

– Exactamente. Te agradecería mucho que te mostraras educada y cooperadora con él.

– Y yo te agradecería mucho que me dejases en libertad, pero, por lo que parece, ninguno de los dos se va a salir con la suya.

– ¿Por qué te empeñas en fastidiarme?

– Porque es la única manera de llegar a ti – contestó Daphne limpiándose las manos y girándose hacia él-. Murat, de verdad que no te entiendo. ¿Por qué insistes en casarte con una mujer que no quiere estar contigo? -añadió mirándolo a los ojos.

Murat sonrió y se acercó un poco más a ella.

– Tú dices que no quieres estar conmigo, pero tu cuerpo habla de otras cosas -murmuró Murat besándola.

A continuación, antes de que a Daphne le diera tiempo de contestar, Murat le puso una mano sobre un pecho y comenzó a acariciarle el pezón con el pulgar.

Daphne abrió la boca sorprendida, momento que Murat aprovechó para introducirse en su interior y besarla con pasión.

Daphne se rindió, le pasó los brazos por el cuello y lo besó también de manera erótica, apretando su cuerpo contra el de Murat. El deseo explotó entre ellos y Daphne se encontró teniendo que hacer un gran esfuerzo para no sucumbir ante él.

Había tocado a Daphne para enseñarle una lección, pero ahora era él quien estaba aprendiendo el riesgo de una necesidad no satisfecha.

Daphne lo abrazaba con fuerza y lo besaba con fruición y Murat se encontró explorando su pecho y deseando explorar todo su cuerpo.

Sin embargo, se recordó que no era el momento y se apartó de ella. Conocería todo su cuerpo en breve, en cuanto Daphne hubiera entendido que su boda era inevitable.

– ¿Lo ves? Me deseas -le dijo hablando con una calma que no sentía.

Daphne sacudió la cabeza.

– No es lo mismo desear tener a un hombre en la cama durante un par de semanas que desear compartir con él la vida -le espetó-. Si estabas intentando demostrarme algo, no me has impresionado lo más mínimo.

– Tu cuerpo no dice lo mismo.

– Por fortuna, tomo las decisiones con el cerebro.

– Tu cerebro también me desea -insistió Murat-. Te resistes porque eres cabezota. Me alegro mucho de que la chispa sexual siga viva entre nosotros después de tanto tiempo porque, así, me darás hijos sanos, inteligentes y fuertes.

– Claro, y supongo que mi recompensa por ello será verte feliz. Desde luego, es genial -se burló Daphne.

Murat no se dejó provocar.

– Tu recompensa será el honor de que te haya hecho mi esposa.

– Eres un hombre arrogante, egocéntrico y molesto -le espetó Daphne.

– Di lo que quieras, pero sé que no es verdad. Ya te estás enamorando de mí y en breve, en pocas semanas, te morirás por disfrutar del placer de estar cerca de mí.

– Cuando los burros vuelen. Ya te he dicho que no me voy a casar contigo y te lo repito.

– El señor Peterson está a punto de llegar. Por favor, compórtate -sonrió Murat.

Daphne sintió que la furia se apoderaba de ella.

– ¡Vete de aquí! -gritó.

– Tus deseos son órdenes para mí, mi amada prometida.


El señor Peterson resultó ser un hombre increíblemente menudo y puntilloso que se presentó con un maletín del que sacó un montón de documentos y papeles.

– Señorita Snowden, el príncipe Murat me ha informado que la boda tendrá lugar dentro de cuatro meses, así que disponemos de muy poco tiempo. En cualquier caso, le he traído unos cuantos documentos históricos para que se informe usted de las bodas que se han celebrado en este país antes que la suya. También he confeccionado una lista con sugerencias sobre las flores y otros asuntos relacionados. Puede que algunas de mis ideas le parezcan obsoletas a una mujer joven y moderna como usted, pero aquí en Bahania tenemos una historia, una historia larga y honorable que tenemos que respetar.

– No va a celebrarse ninguna boda -le espetó Daphne disfrutando de la expresión de terror del señor Peterson.

– ¿Cómo ha dicho?

– He dicho que no me voy a casar con Murat.

– Querrá usted decir el príncipe Murat.

Teniendo en cuenta que, en teoría, era la prometida del susodicho, ¿cómo se atrevía aquel hombrecillo a corregirla?

– Príncipe o no príncipe, no me voy a casar con él.

– Entiendo.

– Muy bien. Pues, si entiende eso, entienda también que no hay ningún motivo por el que usted y yo tengamos que tener esta conversación. Le agradezco mucho que haya venido a visitarme. Hasta luego – lo despidió Daphne con la esperanza de que el hombre se fuera.

Por supuesto, no fue así.

– El príncipe Murat me ha dicho que…

– Ya supongo lo que le habrá dicho, pero se equivoca. No va a haber boda. He dicho que no me voy a casar con él. ¿Le ha quedado claro?

El señor Peterson agarró un bolígrafo y una hoja de papel en blanco.

– Creo que deberíamos hablar de la lista de invitados. Me han dicho que proviene usted de una familia numerosa y distinguida. ¿Sabe cuántos familiares suyos van a venir?

Daphne suspiró comprendiendo que el señor Peterson había decidido ignorarla y seguir adelante.

– No tengo ni idea -contestó tan contenta.

– ¿Le importaría confeccionarme una lista de invitados cuando lo supiera?

– Sí, sí me importaría. No voy a darle ninguna lista.

– No tendré más remedio que ponerme en contacto con su madre.

– Muy bien, haga lo que quiera -contestó Daphne poniéndose en pie-. Perdone, pero tengo que dejarlo porque tengo que solucionar este tema de una vez por todas.

A continuación, se dirigió a la puerta, que estaba abierta para que el señor Peterson pudiera irse cuando quisiera. Daphne la abrió. Los dos guardias que había fuera se sorprendieron al verla y Daphne aprovechó el momento de confusión para salir corriendo por el pasillo.

Ante ella había unos ascensores y tuvo la suerte de que uno de ellos estaba allí. Una vez dentro, pulsó el botón de la segunda planta y observó con placer cómo las puertas se cerraban en las narices de los guardias.

De momento, había conseguido escapar.

Al llegar a la segunda planta, salió del ascensor y se apresuró a encaminarse hacia el ala del palacio donde se encontraban los despachos administrativos.

Al llegar a un amplio vestíbulo, Daphne no supo hacia dónde ir, así que se acercó a un recepcionista.

– ¿El príncipe Murat?


– ¿La está esperando?

En ese momento, Daphne escuchó pasos apresurados en la distancia.

– Soy su prometida -contestó en tono cortante.

Inmediatamente, el hombre dio un respingo.

– Sí, por supuesto, señorita Snowden. Tiene que seguir usted el pasillo de la izquierda. Hay dos guardias en la puerta del despacho del príncipe, así que es fácil localizarlo. Si quiere, la acompaño.

– No hay necesidad -contestó Daphne caminando aprisa en la dirección que el hombre le había indicado.

Al llegar frente al despacho de Murat, vio que uno de los guardias se llevaba la mano al auricular que tenía en el oído, como si estuviera recibiendo instrucciones.

– Voy a entrar y no me lo vais a poder impedir -anunció Daphne con resolución.

Al instante, los dos hombres fueron hacia ella enarbolando sus armas.

– No creo que al príncipe le hiciera ninguna gracia que me matarais.

Daphne volvió a oír pasos apresurados por el pasillo.

¡La iban a atrapar!

– ¡Murat! -gritó cuando uno de los guardias la asió del brazo.

Murat apareció en la puerta.

– ¿Qué pasa aquí? -se extrañó-. Soltadla inmediatamente -añadió al ver que su escolta personal había apresado a su prometida.

Daphne aprovechó para correr a refugiarse detrás de él.

– ¿Y el señor Peterson? -le preguntó Murat.

– No nos hemos llevado muy bien -contestó Daphne-. Lo único que quería era que habláramos de la boda y yo ya le he dicho que no va a haber ninguna boda, así que no ha sido una conversación muy agradable para ninguno de los dos.

Murat la tomó de la mano y la llevó a su despacho.

– Quédate aquí -le dijo-. Ahora vuelvo.

Dicho aquello, se fue a hablar con la guardia.

Una vez a solas, Daphne se fijó en que estaba en una estancia preciosa desde la que se veían los jardines.

– De momento, estás a salvo -anunció Murat al volver-. Voy a ir hablar con mi equipo de seguridad. No deberían haberte dejado escapar.

– Diez puntos a mi favor -contestó Daphne.

– Me parece interesante que, siendo libre, hayas venido corriendo a mí.

– Obviamente, he venido aquí porque quiero hablar contigo. Murat, tenemos que hablar de la boda. No puedes hacerme esto.

– Creo que lo mejor será que hablemos dando un paseo a caballo por el desierto, así que ve a cambiarte de ropa.

– ¿Y si no quiero?

– Claro que quieres.

Daphne recordó los paseos que habían dado diez años atrás por el desierto, el olor de la brisa, el movimiento del caballo y la belleza del entorno.

– Sí, sí quiero, pero no me gusta nada que te creas que sabes lo que quiero en todo momento.

– Sé lo que quieres en todo momento. Ahora, ve a cambiarte de ropa. Te recojo dentro de media hora.

– ¿Eso quiere decir que me puedo pasear por el palacio con total libertad?

– Claro que no -sonrió Murat.

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