CAPÍTULO 09

La llegada a casa fue como había imaginado. Sus padres la abrazaron. Su madre se secó las lágrimas con el dobladillo del delantal y su padre se comportó con cierta brusquedad, pero ella advirtió la humedad de sus ojos.

– Cariño, ¿quieres desayunar algo?

– Huevos con beicon no es mala idea. Pero asegúrate de que…

– De que la yema está poco hecha y la clara tostada por el borde. Con dos tiras de beicon, tres tostadas para mojar y un vasito de zumo. Lo sé, Morgan. Señor, me alegro tanto de que estés a salvo y en casa. Papá ira a buscar tus bolsas. ¿Por qué no vas arriba, te bañas con calma y te pones algo de ropa que no parezca de una tienda de segunda mano?

– Es una buena idea, mamá.

En la intimidad de su habitación se fijó como una adolescente en el teléfono que había sido su contacto con el mundo exterior. Lo único que tenía que hacer era marcar el número, y oiría la voz de Marcus. ¿Debería hacerlo ahora o después del baño, ya vestida y maquillada? Decidió esperar. Marcus no parecía la clase de hombre que se sienta al lado del teléfono a esperar la llamada de una mujer.

El baño le resultó delicioso. La sedosa sensación del agua estaba impregnada de aceite de baño de jazmín salvaje, su fragancia preferida. Mientras se relajaba en la humedad y el vapor se obligó a pensar en Keith. Sin haberlo preguntado a su madre, sabía que después de su llamada ésta había telefoneado a la madre de Keith. Se sintió tan feliz por estar a salvo que soportaría a Keith. Todos los regalos que había preparado con tanto esmero. Todo el dinero que se había gastado. Bueno, cuando volviera a Delaware los devolvería.

Mo oyó a su padre entrar en el dormitorio, el ruido de las maletas depositadas en el suelo, las bolsas de los regalos. Cuando la puerta se cerró suavemente, sus hombros se relajaron. Estaba sola con sus pensamientos. Deseó tener un teléfono inalámbrico para llamar a Marcus. La idea de hablar con él mientras estaba en la bañera le produjo un agradable estremecimiento.

Al cabo de un rato salió de la bañera. Se vistió, se secó el pelo y se maquilló con moderación. Se puso unos Levis y un jersey que ensalzaba su esbeltez, así como un poco de perfume y unos pendientes de perlas. Hurgó en el cajón en busca de calcetines de lana. En el armario había unas zapatillas Nike Air que había dejado en una de sus visitas.

En la cocina, su madre la miró boquiabierta.

– ¿Vas a ir así?

– ¿Tiene algo de malo mi jersey?

– Bueno, no. Es sólo que pensé que te arreglarías para… Keith. No tardará mucho en llegar.

– Bueno, será mejor que se apresure porque tengo que salir un momento cuando termine este magnífico desayuno. Supongo que podrás decirle que espere o que vuelva en otro momento. Abriremos los regalos esta noche después de la cena. ¿Por qué no imaginamos que es Nochebuena?

– Lo mismo ha sugerido papá.

– Pues así lo haremos. Oye, no se lo digas a Keith. Quiero que sólo estemos nosotros.

– Sí, cariño, si es lo que quieres. Cuando salgas ve con cuidado. Que hayan quitado la nieve de las carreteras no quiere decir que no pueda haber accidentes. El hombre del tiempo dijo que las autopistas seguían siendo un riesgo.

– Iré con cuidado. ¿Necesitas que te traiga algo?

– Antes de que nevara ya lo teníamos todo. No necesitamos nada. Abrígate, hace mucho frío.

La primera parada de Mo fue en la carnicería de la calle principal. Pidió doce bistecs y pidió que los enviaran por correo a la dirección de Marcus. Pagó con la tarjeta de crédito. La siguiente parada fue en el centro comercial Menlo Park, donde se dirigió al Gloria Jean's Coffe Shop. Pidió medio kilo de café aromático, y repitió la operación.

Pasó un rato echando un vistazo a los grandes almacenes Nordstrom; estaban tan llenos de gente que sintió claustrofobia.

A las cuatro volvió sobre sus pasos, se detuvo en el Gloria Jean's para pedir un café y lo tomó sentada en un banco. No quería ir a casa. No quería ver a Keith. Lo que quería era llamar a Marcus. Y eso es exactamente lo que voy a hacer, se dijo. Estoy harta de hacer lo que la gente quiere que haga. Quiero llamarlo y voy a llamarlo. En cuanto terminó el café buscó un teléfono.

Mo marcó el número y, en cuanto oyó su voz, sintió que perdía la cabeza.

– Marcus, soy Mo. Dije que te llamaría al llegar a casa. Bueno, ya estoy aquí. De hecho, estoy en un centro comercial. Mi madre me ha enviado a buscar algo. No he podido llamar antes.

– Me he preocupado al ver que no llamabas. Una llamada no cuesta tanto.

Él se había preocupado y estaba reprendiéndola. Se lo merecía. Le gustó saber que se había preocupado.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.

– Estoy pensando en la cena. Fiambres en conserva, algo fácil. Soy de los que miran partidos de fútbol por la tele. Me parece que Murphy te echa de menos. He tenido que ir a buscarlo dos veces. Estaba en mi habitación, tumbado en los almohadones en que dormiste.

– Qué gracioso. Le he enviado los bistecs por correo. Deberían llegar mañana. He atado la cinta roja en el cabezal de mi cama. La llevaré conmigo a Wilmington. ¿Se lo dirás?

– Se lo diré. ¿Cómo estaba la carretera?

– Mal, pero se podía conducir. Mi padre me enseñó a conducir con cuidado. -Debía de ser la conversación más banal de toda su vida. ¿Por qué el corazón le palpitaba tan rápido? -Marcus, esto no es ninguna reunión de negocios. Quería preguntártelo ayer. ¿Quién es la mujer de la fotografía de tu habitación? Si no quieres hablar de ello, no pasa nada. Es sólo que me recordó un poco a mí misma.

– Se llamaba Marcey. Murió en un accidente en el que yo también estaba. Yo llevaba puesto el cinturón, ella no. Preferiría no hablar de ello. Tienes razón, te pareces un poco a ella. Murphy enseguida se dio cuenta. Te quitó la toalla del pelo y te lamió el pelo. Creo que quería… enseñarme el parecido. Su muerte fue un duro golpe para él.

Ella sintió haberlo preguntado.

– Lo siento. No quería… lo siento mucho. -Estaba a punto de llorar. -Ahora debo colgar. Gracias de nuevo. Cuídate. -Entonces le cayeron las lágrimas y no hizo nada por detenerlas.

Al dirigirse hacia el aparcamiento caminaba como un autómata. No pienses en la llamada de teléfono, se dijo. No pienses en Marcus y su perro. Piensa en mañana, cuando ya no estés aquí.

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