CAPÍTULO 07

Marcus acarició las orejas de Murphy mientras escuchaba el ruido de cazuelas y cacharros que hacía su invitada en su pulcra cocina. Puertas de armarios se abrían y cerraban. Más ruidos de cazos y cacharros chocando. Olió a café y se preguntó si se le habría caído al suelo. Miró el reloj. Dentro de poco ella se marcharía. ¿Cómo era posible sentirse tan próximo a alguien que acababa de conocer? No quería que se marchara. Aborrecía al anónimo Keith.

– Creo que tendrás que volverte para ver cómo se hacen las palomitas -dijo ella. -Yo pensaba que todo el mundo tenía un recipiente especial para hacer palomitas. Improvisaré con este cazo. Se quedará negro, pero lo limpiaré por la mañana. Puede que tengas que tirarlo. A mí me gusta el café cargado. ¿Y a ti?

– A mí también.

– Bien. Por las mañanas te despierta de golpe. -No creo que ésa sea la tapa para ese cazo -dijo Marcus.

– Irá bien. Ya te he dicho que estoy improvisando.

– Explícame cómo lo vas a improvisar con eso -repuso él en cuanto las palomitas comenzaron a golpetear contra la tapa y salirse del cazo. Murphy dio un salto para coger los granos, mientras Mo miraba impotente lo que ocurría. El maíz siguió haciéndose y las palomitas volando por la habitación. -Yo no pienso limpiarlo. Pero no te preocupes, Murphy se las comerá. Le encantan las palomitas. ¿Cuántas has puesto? El café ya está hecho.

– He puesto una taza llena. Es demasiado, ¿eh? Pensaba que serían de colores. ¡Qué decepción!

– Yo también estoy decepcionado -dijo Marcus con expresión solemne.

Mo sirvió el café en dos tazas.

– Sabe a… jarabe.

– Sí, ¿verdad?

– Puedo afirmar que nunca he tomado un café como éste -dijo Marcus.

Mo se sentó cerca de él.

– ¿Qué hora es?

– Es tarde. Estoy seguro de que mañana las carreteras ya estarán despejadas. El teléfono ya funcionará y podrás llamar a casa. Encontraré a alguien que te lleve en coche. Tengo un buen mecánico que podrá arreglar tu todoterreno. ¿Cuánto tiempo pensabas pasar con tus padres?

– Bueno, dependía de… no lo sé. ¿Y tú qué harás?

– Trabajar. En la oficina hay mucho trabajo. Estaré muy ocupado.

– Yo también. Me gusta tu olor-dijo Mo. -¿Dónde compraste el champú de la botella negra?

– Alguien me lo regaló junto a otros productos por mi cumpleaños.

– ¿Cuándo es tu cumpleaños?

– El 10 de abril. ¿Y el tuyo?

– El 9 de abril. ¿Qué te parece? Los dos somos Aries.

– Vaya -dijo Marcus mientras le rodeaba los hombros.

– Qué sorpresa -suspiró ella. -Soy una persona casera y me gustan los lugares acogedores y cálidos con montones de plantas. Tengo muchos tesoros que he ido acumulando con el tiempo y a los que intento buscar su lugar. Eso revela quién soy a los que me visitan. Apuesto a que por eso me gusta esta casita. Es acogedora, cálida y cómoda. Una casa grande también puede serlo, pero una casa grande necesita niños, perros y un montón de cachivaches.

Ahora vaciló en decirle que la casa grande de la colina era de su propiedad. Podría hablarle de Marcey y de su próxima operación. Se mordió el labio. Ahora no; no quería estropear el momento. Le gustaba estar sentado con ella, sentirla a su lado. Miró de reojo el reloj. Las doce menos cuarto. Miró fijamente la taza de café que acababa de terminarse.

– Marcus, ¿crees que Keith se habrá presentado? -preguntó ella.

Él no lo creía, pero no podía decirlo.

– Si no lo ha hecho es un idiota.

– Su madre le dijo a la mía que no iría a casa por Navidad.

– Ah. Bien, quizá quería darle una sorpresa. Quizá cambió de planes. Todo es posible, Morgan.

– No, no lo es. Estás haciendo de abogado del diablo. Cambiaré al Plan B y seguiré con mi vida.

Él deseó estar incluido en esa vida. Estuvo a punto de decirlo, pero ella le interrumpió cogiéndole el brazo y señalando el reloj.

– Prepárate. Recuerda, he dicho que te daría un beso que no olvidarías.

– Estoy preparado.

– Así me gusta. Estaría bien que demostraras cierto entusiasmo.

– No me gustaría que me subiera la presión -dijo Marcus con una mueca. -Y si…

– Nada de y si… Sólo es un beso.

– Hay besos y besos. A veces…

– Esta vez no. Lo sé todo acerca de besos. Jackie Bristol me lo contó todo cuando tenía seis años. Él tenía diez y lo sabía todo. Le gustaba jugar a médicos. Aprendió todo eso observando a su hermana mayor y su novio.

Ella estaba muy cerca de él. Podía verle una ligera peca en el tabique de la nariz. Sabía que él recelaba de su entusiasmo. Bueno, le demostraría que no era fingido, y también a Keith. Un beso era… pues… lo que era.

No fue uno de esos besos largos y apasionados, pero tampoco de esos ligeros como plumas. Fue un beso imprudente. Ella sintió un hormigueo por todo el cuerpo. Quizá se debiera a tanto vino. Decidió que no le importaba mientras presionaba no sólo la lengua sino todo su cuerpo contra él. Él respondió, introduciéndole la lengua en la boca. Ella percibió el sabor del vino y se le formó un ligero gemido en el estómago que fue ascendiendo hasta la garganta. Mo se excitó más de lo que esperaba.

Aquí era donde se suponía que debía decir: «De acuerdo, he cumplido mi promesa, te he besado tal como he dicho.» Para luego levantarse e ir a la cama. Pero no quería ir a la cama. Quería… necesitaba…

– Aún sigo con los calcetines puestos -dijo Marcus. -Quizá debas intentarlo de nuevo. ¿O esta vez intento yo dejarte sin calcetines?

– Adelante -dijo ella mientras se pasaba la lengua por los encendidos labios.

Ella sintió sus manos sobre su cuerpo… suaves, buscando. Encontrando. Las manos de ella también comenzaron a buscar. Se sentía tan cálida y húmeda como él debido a los tanteos de sus dedos. Ella siguió acariciándole con excitación, abriendo la bata y dejando al descubierto sus pechos. Él acarició uno con la punta de la lengua. Cuando tuvo el endurecido pezón rosado en la boca ella creyó que nunca había sentido un placer tan exquisito.

Un minuto antes tenía la ropa puesta y ahora estaba desnuda. Ahora estaban cerca del fuego, cálido y excitante. Ella estaba sobre él sin recordar cómo había llegado allí. Se deslizó sobre él y quedó sorprendida por la erección de Marcus. Su melena negra caía como una cascada. Inclinó la cabeza y volvió a besarlo. Un sonido de exquisito placer se escapó de sus labios cuando él le cogió los pechos con las manos.

– Móntate -dijo él con gravedad.

Ella lo hizo y le cabalgó con frenesí haciéndole alcanzar el clímax.

Transcurrió cierto tiempo antes de que se movieran, y cuando lo hicieron ella quiso mirarlo, decir algo. Pero se acurrucó entre su brazo. La bata los cubría cálidamente. Ella tenía el pelo tan húmedo como él. Esperó a que él dijera algo, pero él yacía silencioso, acariciándole el hombro con la mano bajo la bata. ¿Por qué no decía nada?

Su imaginación se desató: relación de una noche, chica perdida en una tormenta de nieve, un hombre le ofrece cobijo y alimento. ¿Era éste el precio? ¿Por la mañana la respetaría? Maldita sea, ya era por la mañana. ¿Qué demonios la había llevado a hacer el amor con aquel hombre? Estaba enamorada de Keith. Estaba. En este momento no recordaba ni el aspecto de Keith. Había engañado a Keith. Pero ¿lo había hecho? No. Tuvo ganas de llorar, pero se calmó cuando Marcus la atrajo hacia sí.

– Yo nunca he tenido una relación de una noche. No me gustaría… no quiero que pienses que soy de las que saltan de cama en cama… ésta ha sido la primera vez en dos años… yo…

– Shhh, está bien. Ha sido lo que ha sido… cálido, maravilloso, y significativo. No nos demos ninguna explicación. Duerme, Morgan -susurró él.

– Te quedarás aquí, ¿verdad? -dijo ella con tono somnoliento. -Me gustaría despertar a tu lado.

– No me moveré. Yo también voy a dormir.

– De acuerdo.

Era una mentira, aunque pequeña. ¡Como si él pudiera dormir! Siempre el último de la fila, Bishop. Ella pertenecía a otro, así que no se hacía ilusiones. Qué perfecto había sido. Qué perfecto seguía siendo. Jódete Keith, o como te llames. No te mereces a esta chica. Espero que te mueras. No has sido fiel a esta chica. Lo sé con la misma certeza que sé que cada mañana sale el sol. Ella también lo sabe… sólo que se niega a aceptarlo.

Marcus fijó la mirada en el fuego con dolor y tristeza. Mañana ella se habría ido. Nunca volvería a verla. Él seguiría con su vida, su terapia, su trabajo, su próxima operación. Estaría solo con Murphy.

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